CAPÍTULO 73
Mi madre estuvo toda la mañana conmigo, incluso me preguntó por la persona que me había rescatado. Le hablé de Dylan y de su hijo, pero no hizo ningún comentario al respecto. Llegada la hora de comer, Neira se la llevó a la cafetería del hospital y me quedé sola en la habitación.
Estaba intentando concentrarme en la lectura de un libro que alguien me había traído, cuando una enfermera entró en la habitación y me pidió que la acompañara.
—¡Póngase la bata! tiene una visita especial—anunció misteriosa— Le acompañaré a la sala de visitas.
—¿No puede venir a mi habitación? —pregunté intrigada.
La enfermera sonrió y negó con un gesto de su cabeza. Me coloqué la bata y salí por primera vez para algo que no fuera hacerme pruebas y exámenes médicos. las otras enfermeras de planta me miraban y sonreían también, consiguiendo que la impaciencia y la intriga aceleraran mi corazón. A través de pasillos asépticos con puertas a uno y otro lado me condujeron hasta una sala donde había una pequeña mesa de centro, alrededor de la cual se repartían cuatro sillones de dos plazas. No había nadie allí así que miré interrogante a la joven que me había acompañado.
—¿Dónde está la visita? —pregunté un poco molesta.
—Enseguida vienen, siéntese, profesora.
Debería haberlo sospechado por la manera de llamarme, pero estaba un poco despistada esos días. Estaba acostumbrada a que me llamaran profesora a menudo. Me senté en uno de los sillones y me recoloqué la bata para quedar decente ante aquél visitante misterioso.
—¡Sorpresa!—escuché de pronto a muchas voces
—¿Cómo está profe? —Se alzó una de ellas por encima del resto.
Entraron en aquel reducido espacio una veintena de mis alumnos, Uno de ellos me trajo una gran postal de convalecencia, en la que de modo humorístico me deseaban una pronta recuperación. Otro de mis alumnos me trajo una caja de bombones y un tercero un osito de peluche. Ahora entendía por qué no podían venir a visitarme a mi habitación, la sala de espera era el doble de grande y cabíamos todos de milagro.
Dirigí la vista emocionada hacia todos ellos y reconocí a muchos de los que estaban en mi clase, se me escaparon unas lagrimillas al verlos tan emocionados como yo. Entonces detrás de todo, vi que se encontraba Trevor, con una gran sonrisa en su rostro. Le dirigí la mirada y le guiñé el ojo, para que supiera que me había dado cuenta de su presencia y que se lo agradecía.
El batallón de preguntas al que me enfrenté fue digno de un interrogatorio policial. Querían saberlo todo, desde quién hasta cómo pasando por cuándo me había ocurrido todo. Su silencio mientras contaba los hechos, mencionando a Trevor como mi salvador, demostraban un interés sincero. Mientras hablaba pude observar a Gina, que miraba de una forma muy especial a Trevor. Cuando acabé de hablar entablamos un debate sobre el maltrato que podría integrar en mis clases cuando volviera, los chicos estaban indignados y me animaban a superar el acoso y volver a clases cuanto antes.
Esperaba que el psicólogo me dejase volver pronto.
¡Una gran sorpresa para Zara!
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