PREFACIO
Era la primera vez que traspasaba aquellas puertas hacia el bosque donde, para mí, una paciente, estaba prohibida; bien sabido era que esa zona estaba maldita o era lo que se oía por los pasillos del psiquiátrico. Sin embargo, no tenía otra opción, el espectro me perseguía, debía huir de allí. La luna roja iluminaba el bosque de una manera tenebrosa, estando lo suficientemente lejos del hospital me paré en seco, mis piernas temblaban y con las manos en las rodillas, me incliné hacia delante convencida de que estaba a punto de vomitar. Lo había logrado, otra noche más que estaba a salvo alejando los demonios de mi mente, haciéndolos desaparecer.
Rápidamente me comencé a replantear la idea de que si realmente era mejor aquel lugar y no el psiquiátrico, más aún cuando un aullido aumentó mi preocupación haciendo que en mi mente se instale el escenario de una manada de famélicos lobos peleando por mi carne. Me arremangué las mangas holgadas de mi vestido de dormir para luego subirlo a mis rodillas y así no pisarlo ante la huida. Firmes pisadas iban tras de mí, mientras corría alternaba la vista entre el camino y los lobos que tenía detrás, trastabillé varias veces, los lobos ya estaban cerca pisándome los talones o mas bien, intentando morderlos.
—¡Ah! —chillé al caer de bruces al suelo, mi respiración se entrecortó en el momento que al girar sobre mis rodillas los lobos quedaron muy cerca de mi rostro; el alfa gruñó, furioso, mientras que los otros iban retrocediendo chocándose y desafiándose entre sí. No entendía el por qué aún así, intenté descifrarlo cuando mis ojos se fijaron en el círculo viscoso que yacía alrededor de mí, abarcando gran parte del terreno, me reincorporé lentamente para darle la espalda a los lobos que no paraban de gruñir.
Mi vista se posó en un vasto sauce llorón el cual tenía imponentes ramas que parecían enormes garras que me atraparían en cualquier momento para aprisionarme en la salvia rojiza y pegadiza que brotaba a borbotones entre la corteza. Mi miedo iba en aumento cuando las puntas de sus ramas empezaron a silbar ante la brisa que pasaba entre ellos.
Los finos vellos de mis brazos se me pusieron de punta cuando un sonido aterrador, proveniente de una oscura zona del árbol, empezó a sonar atrayendo su mal augurio; un cuervo comenzó a graznar, haciendo que el ambiente se viera aún más siniestro.
Los lobos salieron disparados del lugar al mismo tiempo que la bandada de cuervos levantó vuelo.
«¿Qué los asustaba tanto?».
De repente un silencio sepulcral se instauró en el ambiente y todavía con la mirada clavada en la viscosa salvia escarlata del árbol , sentí fuertes pisadas de unas botas acercarse a mí, mientras la brisa seguía silbando entre las ramas del sauce, produciendo un sonido aterrador.
Todo parecía ir en cámara lenta, como si el tiempo se hubiese detenido por un breve instante en el momento que una figura imponente comenzó a emanar una gran oscuridad detrás de mí; giré sobre mis pies cuando un escalofrío me recorrió la espalda.
Mi respiración se entrecortó, cerré los ojos con fuerza y con el corazón a mil por hora tomé con ambas manos el rosario que llevaba colgado en mi cuello dispuesta a rezar por mi vida. El dueño de la figura escalofriante dibujó en su rostro una sonrisa perversa y dejó caer una pelota roja. Los recuerdos volvieron a mi mente, era él… pero él… No. No. Él no existe, no es real. No. Lo. Es.
Cerré mis ojos con fuerza convencida de que él desaparecería, decidida y con la vista fija en el suelo, di un paso al costado dispuesta a salir huyendo cuando con suma rapidez una mano fría y pálida me paró el paso posándose en mi abdomen.
—No te irás. —aseguró con voz gutural, provocando que la piel se me erizara mientras un leve escalofrío me recorría mi pálido cuerpo.
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