QUINTO ACTO

Escena I

Sobre las nubes varios ángeles se recuestan suspirando. Cual perfume de flores en el aire, la tristeza empalaga a todos, pesando más que el oro en sus cuerpos. Desganados se regalan miradas acusadoras, mientras que otro, a lo lejos, refugia los sollozos en la suave melodía de un arpa.

Un ángel: (Cantando) ¡La muerte!, ¡las sombras!, ¡la astuta discordia!, el mundo se pinta de gris...

Otro ángel: (Cantando) Y aquel dulce rosa, los besos, las prosas, ¿así les veremos morir?

Los ángeles: (cantando a coro) ¿Quién vive en un mundo sin amor?, ¿quién es capaz de seguir?. Tu justa justicia la ruina traerá, ya no habrá nadie feliz...

Afrodita camina preocupado de un lado a otro en el jardín del Olimpo. Sus ojos están húmedos y su alma se contrae dolorosamente. Zeus, vistiendo una túnica con bordes en dorado, baja a encontrarse con ella.

Afrodita: (Llorando) ¡Padre de todos los que existimos!, ¡Supremo!, perdona a mi hijo, a más de uno a tentado la tierra con sus incontables tesoros, no somos libres de pecar, más somos libres de ser magnánimos...

Zeus alza la mano deteniendo su voz

Zeus: Me han llamado "digno"...

(PAUSA)

Zeus: He sido cuestionado a mis espaldas miles de veces. Algún que otro rumor se ha corrido sobre mis fallos, pero aún sigo siendo digno. A pesar del qué dirán, mis decisiones han tenido sus frutos y no me equivoco cuando velo por la seguridad de nuestra familia.

(PAUSA)

Zeus: Dime, Afrodita... ¿No somos nosotros libres de amar a los nuestros, amar a la naturaleza, y como consecuencia amar a la humanidad, obrar por ella y convertir su suerte? Somos los padres de este mundo... El amor, Afrodita, es traicionero cuando nos convierte en esclavos. Aprisiona en sus brazos a quien atrapa, transformándolo en su simple adorador. ¿Puede el Dios del amor, amar al punto de evadir sus tareas como tal por estar perdido en los brazos de un niño?

Afrodita: (Poniéndose de rodillas, suplicante) Pero, Zeus...

Zeus: Corremos el riesgo de la suerte. Es el amor nuestro mayor enemigo, nuestra debilidad más grande. Basta ver caer una torre, para saber que derribará otras en la caída... Eros morirá al alba y con el morirán mis miedos.

Se retira. Afrodita cae tendida en el suelo, llorando amargamente.

Escena II

Los pastos tiernos brillan bajo las cálidas caricias del sol; las flores se deshojan al ser golpeadas por el viento. Zacarías se encuentra en casa de Diodoro, sosteniéndole en brazos, acariciando su cabello, ya que se ahoga en lágrimas, apenas puede respirar. Isaac observa en silencio, compartiendo la angustia.

Zacarías: Llevas días sin comer, morirás si continúas así... Diodoro, te pido un poco de conciencia.

Diodoro: Semanas... llevo semanas sin su pasión desmedida al alba... (con la mirada perdida). Él me ha dicho tales palabras..., ¿sabes lo que ha dicho?: Diodoro amado, si pronto ves que no te he visitado en días, no me esperes jamás, ya no estaré entre mortales. Jamás pensé que fuera a convertirse en algo más, pero mira, maestro... ¿será que ya no es parte de mi vida?, nada tendrá sentido sin él.

Isaac: (Caminando de un lado a otro) Calla, no quiero oírlo más.

Diodoro: Amigo, no habrá más hombres que me entiendan como tú y tu amante. Ustedes no son nada el uno sin el otro... En cambio a mi me han arrancado el corazón y lo han tirado lejos, donde nadie podrá alcanzarlo jamás. No soy nada, nada que quiera ser; no sin mi amado Eros (se deja caer).

Zacarías lo recuesta en el suelo y se levanta indignado. Isaac llora, cubriéndose la boca con ambas manos al ver a Diodoro tendido, esperando morir.

Zacarías: (Enfadado) ¡¿Qué clase de tragedia es esta?!

Abraza a Isaac tratando de calmarlo.

Isaac: Zacarías, el Olimpo oirá tu filosofía, pero no dejes que sufra por amor, no se lo permitas a nadie...

Le acaricia el rostro a su amante, aún sollozando por la suerte de su amigo.

Escena III

Zacarías visita el templo del lugar. Se para frente a un altar.

Zacarías: ¡Atenea!, enseña tu rostro de mujer, da la cara ante un mortal que reclama tu voz. Yo no soy como tantos tontos que han tapado sus oídos a la voz del mundo. Tengo conocimientos de las ninfas, ni que hablar de las nereidas, ¡incluso las hadas me comparten cosas! No me creo quién para cuestionar sus travesuras... pero sí tengo derecho de defender a quienes amo. ¡No fue Hades el que agitó los océanos en la mente del más grande!, fuiste tú, porque desprecias todo lo que escapa al raciocinio, por sobre todas las cosas.

Palas Atenea aparece con un vestido de la seda más fina. Se para frente a Zacarías con expresión serena.

Atenea: ¿No los hice libres? Mi intención fue noble, los he salvado de preocupaciones, de aflicciones, incluso de lo que más temen: de las pérdidas.

Zacarías: La felicidad, la dicha, esas mariposas del día a día, cosquilleando en lo más profundo, son la libertad más grande del ser humano. Tú no has nacido para el amor, porque no eres más que el fruto de un experimento que ha tenido éxito. Has nacido fría como una roca, destinada a no entender sentimientos más profundos que el de justicia. Jamás sabrás del amor. En parte te entiendo, ¿ha sido el deseo frustrado de algo tan codiciado, que te está vedado, lo que te llevó a hacer esto?(Atenea observa en silencio). Eros no merecía que lo enterraras de esa forma. ¿Qué sabes tú de la pasión, para condenar de negligencia a quién por fin encontraba a su musa? Y peor que eso, has mentido para sostener tu voz; él nunca falló en sus deberes.

Atenea: Un mundo sin amor será un mundo de reflexiones más intensas.

Zacarías: ¿Por el bien de la humanidad o por matar tu soledad? Confiesa... (Atenea se silencia nuevamente). No hay misterio más grande, motivación más poderosa, meditación más profunda, ni adquisición más valiosa que el amor. La muerte de Eros vestirá en escala de grises a este mundo (señala todo lo que vive tras la ventana). Las aves no cantarán, no florecerán las flores, y todo lo que creímos hermoso dejará de existir tal cual lo conocíamos. Incluso los dioses se secaran por dentro. Dejaremos de creer, perderemos la esperanza, morirán las ganas y tú, serás feliz... ¿Vale tu felicidad el fin de la humanidad?

Atenea: Eres noble, Zacarías, y tienes valor. Zeus sólo oirá una intención más noble que la mía. Quizá tengas razón y primen las pasiones, pero las pasiones también agitan las sombras del alma.

Zacarías: Entonces que los dioses guíen nuestras pasiones para un propósito más grande que el de la propia satisfacción.

Atenea lleva a Zacarías al Olimpo y le deja en los jardines. Se retira tras prometerle una cita con Zeus.

Escena IV

Eros cuelga de cadenas sobre una superficie plana de aguas claras que reflejan su desnudez como un espejo. Todo es silencio. Nada más hay en ese espacio infinito, en esa dimensión paralela. Nada perturba la quietud, solo dibujan círculos las lágrimas que caen.

Eros: (Cantando) Bendita soledad, querida compañera, cuéntame, que de tu boca no hay verdad más verdadera. No hay razones, nadie explica, nadie habla de un por qué; mi condena sin sentido viste engaño e inmadurez... Que será, ¡ay!, de mi amante, que fortuna le llegó, tendrá vida, habrá muerto, madre mía, qué sé yo... No sé yo... (dejando caer la cabeza hacia adelante).

Escena V

Zacarías se encuentra con Zeus en los jardines del Olimpo.

Zacarías: Me honra (hace una reverencia).

Zeus: Mi hija habló de ti.

(PAUSA)

Zeus: Has de ser el único mortal en la tierra que le ha hecho bajar la cabeza a Atenea (hace una reverencia), lo aplaudo.

Zacarías: Tal honor (sorprendido), pero sólo soy un simple mortal, un amante, un amigo... He querido hacerle entender la proximidad del caos por una decisión tan apresurada.

Zeus: Lo sé. Me has demostrado que estamos entre iguales, al menos aquí y ahora. Vienes por la vida de Eros (ríe). Tal tontería que un mortal reclame por la vida de un Dios con él que no posee relación ninguna. Absurda piedad tienen ustedes...

Zacarías: Si me permite, erra en lo más profundo. No es una "absurda piedad", como la llama. Tengo más relación con él que usted mismo, casi íntima me atrevo a presumir. El mundo le debe su gracia. No quiero extenderme, su hija habrá dicho suficiente. Somos fruto del amor, no existe cosa que no brille a causa del amor, al menos para nosotros. Con la vida de Eros, se extinguirían nuestras vidas. ¿De qué sirve el amor de los dioses si no seremos capaces de amarles? Hades se regocijaría en nuestra ruina mientras que el culto desaparecería por completo... (esperando la reacción de Zeus).

Zeus: (Asintiendo) ¡Sí lo haría!, ferviente deseo el suyo de verlos arder en su propia llama. Tú... (lo mira con los ojos entrecerrados), astuto negociante, tendrás abiertas las puertas de mi casa, siempre, ¿¡quién lo hubiese imaginado!? (se eleva en los cielos). ¡Liberad a Eros, liberad al Dios del amor! (los ángeles se levantan y se movilizan bailando). ¡Ya no habrá mancha en su nombre!, ¡jamás será puesto en cuestión!

Escena VI

Varios ángeles rodean a Eros, le visten de seda y lo escoltan a la tierra, dejándolo parado sobre flores blancas, en el mismo sitio dónde Isaac había dejado a Diodoro para que despejara su mente. Eros le ve a lo lejos, contagiando de dicha al mundo con su sonrisa radiante.

Eros: ¡Diodoro!

Diodoro voltea al oír la voz de su amante y corre hacia él.

Diodoro: ¡Eros! (se abraza a su cuerpo). No tengo palabras para decir cuán desgraciado me ha hecho tu ausencia, ¿qué ha sido de ti? Casi soy víctima de la locura, casi muero de tristeza.

Eros: Ya no pienses más en ello (levanta su mentón). Yo no sé, criatura, no lo sé, pero entre rumores los ángeles me han dicho que un ser admirable me ha salvado de morir a causa de un engaño. Me han dicho que la voz del amor a gritado en mi abismo para mostrarme la luz...

Diodoro: Seguro fue la voz más dulce del universo, Eros... Mientras esa voz siga siendo escuchada, la injusticia y la crueldad no tendrán cabida en nuestras vidas (lo besa).

Eros: (Sonriendo) Cuanta razón tienes, amor mío.

Escena VII

Zacarías vuelve con Isaac, quien lo espera sentado en la casa que comparten. Se levanta y se refugia en sus brazos.

Zacarías: He vuelto (besa su frente).

Isaac: Florecieron rosas en nuestro jardín, eran de un blanco tan puro, maestro... He sentido la necesidad imperiosa de llorar de alegría.

Zacarías: Ellas te lo han contado todo, ¿verdad?, cuánto has aprendido en tan poco tiempo (acariciándole el cabello).

Isaac: Sí, ellas me lo han dicho, agradecerle sería poco.

Zacarías: Entonces ámame (viéndole a los ojos). Ámame toda la vida, Isaac, a pesar de todo, que si ocurre un desastre, entonces acudiré a los dioses en nombre de la razón para hacer oír nuestra voz.

Isaac: En esta vida y en las que siguen, porque jamás sería suficiente aunque así lo quisiera, para frenarme, para no desbordarme... ¡cuánta dicha!

Se funden en un beso entusiasta, entre sonrisas.

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