9. El pequeño Zeta (I)

Capítulo 9: El pequeño Zeta.

"Dame una caricia y te seguiré hasta el fin del mundo". -Guillermo Reyes.



-Está bien -interrumpió el presidente de la nación Escarlata adoptando un tinte severo-. Pero hay una ligera incongruencia en tu historia, ¿te das cuenta que la nación Oscura aún sigue de pie? según tus palabras los derrotaste a todos tú solo, con ese amigo tuyo.

Zeta alzó la mirada desafiante, no por el hecho de que el presidente estuviera cuestionando su historia, sino más bien le resultó ofensiva la manera en que pronunció las palabras: «Ese amigo tuyo».

-Eso creía ¿sabe?, no tengo cada detalle de todos los que estuvieron en la cárcel. No puedo saber quien sobrevivió y quién no.

-Eso es verdad -dijo una voz desde fuera de las rejas.

Todos se voltearon para poder ver a la misteriosa figura.

-Juan; fue una de las pocas personas que sobrevivieron a las explosiones, se escudaba en el grupo de Calavera y su hermano Alexander, jefe vigente de la nación Oscura-explicó Franco, sin moverse de la pared en la cual, cómodamente, se apoyaba observando de soslayo a Zeta-. Lo que dijo el Zorro, entonces es verdad.

Máximo asintió seriamente, sin quitar la vista de Franco.

- ¿Terminaste con Juan? -preguntó, cambiando de tema.

-En efecto. Lo llevé al hospital, a cargo de Santos. Volverá a la celda cuando se recupere.

Máximo volvió a asentir de manera seria.

- ¿Hizo falta aquello?

-Lo hizo.

Nuevamente el presidente volvió a asentir de manera que parecía mecanizado. Esta vez se dirigió a Zeta adoptando una postura más relajada.

-Deberás quedarte aquí un poco más, tengo que solventar algunos detalles con Franco. Cuando termine, mandaré a alguien para que te libere.

Zeta asintió, no parecía molesto por seguir ahí dentro, ahora mismo su cuerpo y su mente estaban ya completamente agotados.

-Aquí espero.

*****


-Cierra la puerta Patricia -ordenó Máximo con temple, se lo veía más relajado que en las celdas, aquel lugar le causaba una sensación claustrofóbica nada agradable.

Patricia obedeció la orden ni bien Franco ingresó al despacho del presidente.

- ¿Te molestaría dejarnos solos?

La asistente profirió una mirada extrañada a su jefe, pero obedeció sin decir palabra alguna. Cerró la puerta a su espalda, y solo Máximo y Franco quedaron en la habitación.

-Toma asiento, Brandon.

-Estoy bien aquí, no creo que esta charla dure mucho.

- ¿A no?

-Lo vas a liberar, no me llamaste aquí para discutir sobre eso. ¿Qué quieres saber, entonces? -preguntó Franco posicionando el peso de su cuerpo en una pierna, mientras se cruzaba de brazos.

-Eres de esas personas que no se relajan ni un segundo ¿verdad? -Máximo suspiró. Tomó con una mano una botella de licor y la vertió sobre un grueso vaso de cristal-. Bien, lo haremos rápido. ¿Qué pudiste sacarle a Juan sobre la nación Oscura? ¿Algún dato relevante? ¿Cuántas armas tienen, cuántos soldados? ¿Cuáles son sus estrategias de ataque? ¿Algo...?

-Nada.

Máximo interrumpió su sorbo abruptamente, bajó el vaso golpeándolo contra la mesa que los dividía y le plantó al joven una mirada frívola.

-Si me mientes, Brandon.

-Juan es un soldado, y no uno muy bueno. Apenas tiene conocimiento de los movimientos que realizan sus superiores -respondió Franco sin achicarse ante el presidente-. Pero lo único que ese idiota pudo decirme, tampoco es un dato menor -El joven se dirigió hacia un mapa de la región, colgada en un muro y señaló un punto en particular-. Aquí.

- ¿Qué es eso?

-Aquí, es donde queda la nueva nación Oscura.

Máximo se quedó un minuto en silencio. Evaluando las posibilidades. Luego de un breve tiempo una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro y un nuevo sorbo de su licor fue bebido.

- ¡Esta información es clave! Tenemos una gran ventaja sobre ellos ahora, el factor sorpresa está de nuestro lado -dijo, levantándose de su asiento para acercarse al mapa-. Esto es importante Brandon. Debo informar a la nación principal, y ellos decidirán qué hacer. Muy buen trabajo.

Franco arqueó una ceja en una mueca de confusión.

- ¿No es obvio lo que debemos hacer? ¿Por qué debes esperar órdenes?

-Porque yo sigo sus órdenes, no puedo tomar decisiones como esta yo solo.

- ¿Qué? ¿Acaso no eres un presidente como lo son allá?

-Digamos que en escala de valores, soy como un gobernador. El presidente, o los presidentes, son los cuatro fundadores de la nación Escarlata del norte.

Franco dobló su labio en una mueca de incertidumbre.

-La nación obedece reglas Franco, obedece normas, y leyes -comenzó a explicar Máximo-. El no obedecerlas crearía una anarquía, se producirían golpes de estado, y se podría llegar a perder todo por lo que luchamos. Los errores que cometimos en el viejo mundo no tienen que volver a suceder. Es por eso que no adoptamos los nombres de los países o las ciudades del mundo anterior -El presidente se acercó al escritorio y volvió a tomar su vaso de licor-. Porque somos una nueva generación -alzó el vaso al frente, y bebió todo el contenido de un solo sorbo-. Somos el cuarto mundo.

*****


El bostezo que expulsó de su boca fue tan fuerte que su rostro tembló levemente. Zeta se encontraba aún es esa pequeña celda, recostado en su litera. Muchos pensamientos venían a su cabeza, pero ninguno encontraba la manera de saber lo que su futuro le depararía. Desde hacía mucho tiempo no se encontraba con un numeroso grupo de personas, todas juntas, conviviendo en sociedad. Su última experiencia no fue amena, y había jurado a sí mismo no volver a involucrarse con otra gente de nuevo. Pero sin embargo ahí estaba, había hecho un amigo nuevo en su viaje, por encontrar a sus enemigos nuevos. Los cuales resultaron convertirse en no tan malas personas, lo cual podría transformarlos en más nuevos amigos, y otra vez, ahí estaba: Involucrándose con otras personas, con otro grupo.

-Supongo, que no hay vuelta atrás -se dijo a sí mismo en un susurro-. Quizás deba darles una oportunidad.

En ese momento el sonido de unos pasos acelerados lo expulsó de sus pensamientos. Se irguió rápidamente y se acercó a las rejas. Una perfecta figura femenina; de metro setenta y cuatro, y una hermosa cabellera castaña, recogida en una colita que caía por su espalda, abrió la puerta de la celda deslizándola hacia un lado.

- ¿Ya puedo salir?

-Sí, ¿cómo te sientes? -preguntó Samantha, curiosa.

-Estuve peor -contestó el muchacho a secas.

-Ya lo veo.

Se produjo una pausa en el que ninguno aparto la mirada del otro, hasta que un suspiro por parte del muchacho cortó el silencio.

-Escúchame-comenzó a decir Zeta-. Lo que pasó antes, te pido disculpas. Actúe como un niño.

-Actuaste como un hombre, uno muy maleducado, pero qué más da -dijo la muchacha, restándole importancia-. No te disculpes, de todas formas tu historia hizo que se me olvidara. Lo que pasaste ahí, fue algo terrible. Todavía me siento mal cuando lo recuerdo, y supongo que tú te sentirás mil veces peor.

Zeta bajó la mirada, recordar esa situación aún le afectaba bastante.

-Tranquila, son cosas que se superan tarde o temprano. Todos pasamos cosas terribles.

Ahora fue Sam quien bajó la vista.

-Si -dijo con un hilo de voz, pero inmediatamente recobró la compostura-. Pero no hay que pensar en eso ahora, tenemos cosas que...

Zeta la observó esperando que terminara la frase, y la invitó a continuar con un gesto de sus cejas.

La muchacha soltó un suspiro disfrazado de una risa nerviosa.

-Iba a decirte que tenemos cosas para hacer-dijo fregándose los ojos con los dedos-. Pero hoy al anochecer se realiza el funeral de los caídos en el día de ayer.

-Es verdad, lo había olvidado por un segundo, fueron Matías, y esa chica, amiga tuya...

-Fernanda -respondió la muchacha, casi sin voz. Su mente comenzó a recordar el momento del fallecimiento de su compañera, y automáticamente, de sus fijos ojos verdes comenzaron a desprenderse incontenibles lágrimas de angustia.

-Lo siento -dijo Zeta, con un tinte culposo por tocar el tema.

No sabía exactamente porqué, pero su pecho pareció encogerse hasta el punto de sentir un fuerte dolor arraigando en su interior. Ver a esa hermosa muchacha sollozando delante de él, era algo que no toleraba, y ni siquiera lo sabía hasta ese momento. Sintió un fuerte deseo por brindarle contención, de ser su motivo de felicidad, al menos por un segundo. Estiró su brazo lentamente, acercándolo a la joven para apoyarlo en su hombro, pero lo retiró en el último momento. Maldijo interiormente.

La ojiverde volvió a alzar la vista luego de terminar de secarse sus últimas lágrimas, e intentó seguir la charla sin quebrar demasiado la voz.

-No te cambiaste -dijo la muchacha, desviando el fatídico tema, mientras observaba la muda de ropa que Rex había seleccionado para Zeta, a los pies de la impresentable litera dentro de la celda.

-Oh, es que no quiero ensuciarla-confesó el joven-. Hace mucho que mi cuerpo no conoce lo que es una buena ducha -olisqueó por debajo de su axila y al instante produjo una mueca desagradable de asco-. ¡Diug! Ni un buen desodorante.

Sam se tentó por el chiste fácil del joven y comenzó a reír, luego el muchacho la secundó. Pero las risas terminaron más temprano de lo esperado. La joven realizo un suspiro profundo, relajador. Seguido por una sonrisa que le brindó al muchacho.

-Te lo agradezco, necesitaba reír un poco.

-Está bien, por esta vez será gratis. Pero la próxima te cobraré.

Ambos volvieron a reír, interrumpiéndose solo para mirarse a los ojos. El rubor de Sam debido a la sostenida mirada de Zeta no tardó en hacerse notar.

-Está bien, volviendo a lo serio-comenzó a decir Zeta, mientras desviaba su mirada, completamente consciente de que también se había ruborizado-. ¿Crees que podrías mostrarme donde se encuentran las duchas?

-Tengo una mejor idea-dijo Sam, al mismo tiempo que se dirigía por un estrecho pasillo a la salida del sector de celdas-. ¿Y si te doy un recorrido por la nación?

El joven asintió, gustoso. Mientras se colocaba a su paso.

No tardaron demasiado en salir de las celdas, el pequeño edificio se reducía a una red de murales prefabricados, e improvisadas pero resistentes, rejas de acero que separaba una celda de otra. Zeta observaba curioso que no había más personas en ellas. Se cuestionó si él era el único preso junto con Juan, pero no le importó lo suficiente como para preguntarlo. El recuerdo de Juan lo hizo pensar en otra pregunta que si prefirió realizar.

- ¿Dónde está el tipo de la nación Oscura?

- ¿Él? Todavía está en rehabilitación en la enfermería.

-Franco no lo trató muy bien ¿eh?

Samantha se detuvo en seco, justo antes de cruzar la puerta que los llevaría fuera de la prisión. Dio media vuelta y fijó la mirada en Zeta.

-Tuvo órdenes específicas del presidente para hacer lo que hizo, Franco no es el monstruo que tú crees. Es más bueno de lo que piensas, solo está inseguro contigo, ¿puedes culparlo?

-Es verdad, yo tampoco confiaría en mí. Pero de todas formas, yo tampoco confió en él.

- ¿Por qué?

-Bueno, casi me corta el cuello, me golpeó por la espalda en más de una ocasión, y fue compañero de ese infeliz de Calavera. ¿Alguna vez te contó sobre el escuadrón de la muerte?

-No-confesó la joven-. Jamás lo había mencionado.

-Pues ahí lo tienes, tengo mis motivos para desconfiar en él, ¿puedes culparme?

Sam no supo que más decir, era evidente que Zeta tenía su punto. Y el hecho de que su novio había compartido trabajo con su nuevo enemigo, era algo que taladraba la cabeza de la muchacha, algo que definitivamente le preguntaría llegado el momento.

Luego de dos gruesas puertas de seguridad, defendidas por innumerables cantidades de pasadores y candados, ambos pudieron salir al exterior. Al contrario de la lúgubre prisión a sus espaldas, afuera radiaba un sol intenso. Cuatro muros revestían lo que parecía ser un patio de un tamaño no tan pequeño, pero tampoco tan grande. Al norte de ambos, justo al otro extremo se extendía una estructura simplista, pequeña pero acogedora, con dos pisos de casi diez metros de alto, pintada de amarillo con detalles en bordó.

-La de abajo es la oficina del presidente -señaló Sam, con su brazo extendido, el primer piso. Luego alzó un poco su mano, indicando el segundo-. Ahí es donde se aloja. Tiene su habitación privada.

-Suena genial-dijo Zeta, y se volvió a la prisión-. Mantiene a sus enemigos cerca ¿eh?

-Sí, supongo que su vista no es tan buena. Pero no hemos tenido muchos prisioneros, hasta donde sé tú y Juan son los primeros.

Esa frase respondía la pregunta que Zeta anteriormente se cuestionaba, pero ahora inculcaba una nueva.

- ¿Hace cuánto existe esta nación?

-Pues yo no pertenecí a esta nación en sus inicios, pero estimo que están activos hace un mes, o poco más.

-Entiendo -dijo Zeta, pero su atención se desvió hacia un portón enorme ubicado en la parte este del patio. Una pizca de curiosidad se produjo en él-. ¿Qué hay ahí dentro?

La muchacha sonrió.

-Curioso que lo preguntes, ¡ven! -invitó Sam, mientras se dirigía a paso veloz a un portón de chapa oxidado-. Esto te va a encantar -la muchacha procedió a deslizar la puerta con bastante esfuerzo, pero consiguiéndolo finalmente.

Del otro lado, todo se encontraba muy oscuro, pero el débil haz de luz que llegaba a ingresar del exterior iluminaba un reducido estacionamiento, con vehículos varios dentro. Entre ellos se encontraban las camionetas con ametralladoras integradas en la caja, autos confiscados, motos, un camión sin carga, entre otros. Pero la visión de Zeta se quedó fijada en solo uno de todos los vehículos: Su casa rodante.

- ¡Pensaba que no volvería a verla! -exclamó el muchacho dejando escapar una carcajada de felicidad.

-Que pesimista, ¿no pensabas que sobrevivirías?

-No realmente -respondió, mientras se acercaba al vehículo para inspeccionarlo-. Pensaba que ustedes no sobrevivirían -palpó parte de la puerta de la casa rodante con su mano-. Hey, este rayón no estaba.

Luego de una constante ida y vuelta de palabras, sobre una discusión que no parecía tener fin sobre si el rayón en la camioneta de Zeta había sido o no, culpa del grupo de Sam, decidieron continuar el recorrido. El lado oeste del patio se conectaba con un estrecho, pero largo, pasillo sin puerta alguna. Que cumplía su función de puente que unía el patio trasero; donde estaba el despacho del presidente, la prisión y el estacionamiento, con el patio principal, mucho más extenso, en donde se encontraba el resto de la nación Escarlata.

El patio principal era más largo que ancho, pero eso no le quitaba su sensación de inmensidad. La puerta de entrada se ubicaba del otro extremo donde se encontraban Zeta y Sam, el joven apenas podía diferenciar a los centinelas a la distancia, paseándose por las pasarelas y torres que rodeaban en totalidad la entrada principal. A su izquierda, se extendían múltiples puertas, que terminaban poco antes de llegar a la entrada, lo mismo pasaba a su derecha. El edificio de lo que antes era una gran escuela, parecía respetar una norma simétrica de construcción, en donde a los lados se ubicaban las aulas, y en las esquinas unas escaleras espiraladas ascendían para conectarse con una estructura similar a la que se encontraba abajo.

Al adentrarse un poco más en el patio se vieron golpeados por una oleada de personas que realizaban sus actividades diarias, centinelas cuidaban el sector del portón, un grupo de madres cuidaban de sus niños en sus habitaciones, un sector aislado de personas practicaban protección personal. Unos soldados vestidos con vestimenta militar, teñidas en color escarlata y negro, se paseaban por los pasillos saludando respetuosamente a cada quien que se le cruzase. Inclusive a Zeta le pareció ver un perro intentando atrapar una pelota que su dueño le había lanzado.

-Este sector ya lo conoces, es el centro de la nación. De este lado se encuentran separado, los sectores de enfermería, armería, el deposito, y la cocina, que está conectada con el comedor -continuó Sam, señalando las puertas a su izquierda, luego se dio media vuelta caminando hacia atrás y apuntó a las aulas del otro extremo-. Por ese sector, se encuentran algunas habitaciones, como son grandes a cada una las dividieron en dos para abarcar más espacio. Son las mejores habitaciones, el presidente otorga estas a quienes aportan mucho a la nación, es como un regalo o un ascenso. También se encuentra una habitación para los centinelas que cubren guardia nocturna que no está nada mal.

-Que bien -respondió mecánicamente el joven.

-Este sector debido a su extensión se divide en dos alas, el ala sur que en donde nos encontramos ahora, es el sector asfaltado. Y el ala norte, que se trata de la entrada, es el sector de tierra de allá -explicó señalando hacia adelante, en la gran entrada que custodiaban los centinelas-. Esa es la única salida y entrada de la nación.

- ¿Qué hay del estacionamiento? Había una salida también por ahí.

-Sí, el problema es que la salida de ese sector está a menudo infestado de monstruos, nos toma días limpiarlo para sacar los vehículos nuevamente. Y como ayer ya los usaron para rescatarnos, seguro que se ha vuelto a llenar.

-Estos zombis, son toda una plaga ¿eh?-dijo Zeta, observando incómodamente como todo el mundo lo miraba mientras pasaban.

-Tranquilo, es normal que te miren así, eres el nuevo y además llevas la ropa de la nación Oscura.

-No puede ser solo la ropa, a mí me gusta -comentó Zeta, pero las miradas se incrementaban a medida que seguía recorriendo el lugar-, pero ¿qué tal si vamos arriba?

-Como gustes -aceptó la muchacha.

Ambos se dirigieron a las escaleras, desde el segundo piso la nación podía apreciarse con mejor detalle. El pasillo que conectaba la parte de arriba era completamente abierto, con un balcón que permitía una visión completa del lugar.

-Los baños están por aquí -dijo Sam guiando al joven por los pasillos-. Como verás este sector no es distinto del de abajo, la diferencia es que aquí arriba todo está reservado a las habitaciones comunales, tu amigo Rex debería estar en algún lugar de por aquí.

-Entonces, ¿aquí duermen todos?

-La gran mayoría sí, y los baños están por este lado, el de la derecha es el de hombres -señalo Sam-. Supongo que querrás bañarte, también puedes usar el agua caliente si lo deseas.

Zeta no dudo sobre lo último.

-Discúlpame, creo entender que dijiste ¿agua caliente?

La joven asintió con una sonrisa pegada al rostro.

- ¡No puede ser! ¿Puedo? -preguntó Zeta con medio cuerpo ya metido en la puerta del baño.

-Por supuesto, pero antes -comenzó a decir Sam, mientras el joven ya se encontraba dentro del baño dirigiéndose a las duchas-, debes ir a buscar tu ropa a las celdas, te lo has olvidado.

Aún desde fuera, Sam pudo escuchar a la perfección el grito desalentador que Zeta profirió. Le fue imposible no sonreír.

*****


Era increíble. No solo ese sujeto sin nombre ahora podría deambular tranquilamente por donde quisiera, sino que ahora el presidente no tenía las agallas suficientes para organizar un ataque a la nación Oscura. Un ataque que les beneficiaría a todos. Era cuestión de mera lógica el percatarse de que esos bastardos deberían ser exterminados cuanto antes. No podía permitirse perder demasiado tiempo, conocía bien a Calavera y su particular manera de salirse con la suya. Tenían que actuar rápido, lo sabía, pero por el momento solo debía cumplir las órdenes del presidente.

Franco se encontraba completamente disgustado, entró a su habitación dando un fuerte portazo y se frenó a contemplar una pequeña pecera que días atrás su novia había conseguido de una salida de exploración. Tres pequeños pececitos giraban sin rumbo de un lado a otro, parecían divertirse. Es verdad que siempre que entraba se tomaba un tiempo para contemplar esa espaciosa habitación simplista con dos literas pegadas a modo de cama matrimonial, una pequeña mesa de un lado sobre la cual solo cabía espacio para una radio militar de aspecto descuidado, posesión que pertenecía al muchacho antes de abandonar la denominada «nación Oliva». El techo también contaba con un ventilador de cuatro aletas, importante en estos días de calor exhaustivos, y del otro lado de la habitación se encontraban amontonados sobre una de las paredes, una mini nevera y una mesa redonda con sus respectivas sillas. Esa habitación le encantaba, el solo hecho de ser privada ya le parecía positivo. Había trabajado mucho para que el presidente le otorgara una habitación para Sam y para él, se sentía orgulloso de su avance, pero no debía parar ahora que le iba bien, debía seguir trabajando, seguir explorando para beneficio de la nación.

Franco se dirigió a su armario buscando su preciado chaleco anti balas. No quería dejar pasar demasiado tiempo sin hacer nada, no le agradaba la tranquilidad y no tardó mucho tiempo en colocárselo. Dio unos pasos dirigiéndose a la salida, cuando se topó de nuevo con la pecera. Ahora uno de los pequeños pececitos se encontraba boca arriba flotando en la superficie del agua, los otros dos parecían haberse escondido en algún coral decorativo. Franco se acercó más a la pecera y observó con detenimiento al pequeño pez fallecido, algo en él lo hipnotizaba, algo lo llamaba, no sabía qué era pero se acercó aún más.

-Uno a uno, todos morirán.

Franco se sobresaltó dando un paso atrás, pero sin despegar ni un segundo su mirada de la pecera. Era imposible, no podía ser, acababa de ver como el pequeño pececito le había hablado, pero eso era imposible, no tenía explicación alguna. Con el corazón aún acelerado, volvió a prestar atención al pez, ahora los tres peces se encontraban boca arriba flotando en la superficie, muertos. El corazón del joven pareció frenarse al darse cuenta que el agua de la pecera ahora había cambiado a una tonalidad roja, oscura, espeluznante: Sangre.

-Uno a uno, todos morirán. No quedará nadie.

Franco no lo soportó. El susto mezclado con sus nervios activó un impulso en él que lo hizo arrojar la pecera al suelo sin pensárselo. Se escuchó el estrepito de vidrios partiéndose y el agua inundando gran parte de la habitación, solo agua. Mientras tanto, los tres pececitos se revolvían por el piso, desesperados por la búsqueda de un hábitat acorde para ellos. Los ojos de Franco no podían estar más abiertos, se había llevado involuntariamente las manos a la cabeza y sus rodillas se dejaron vencer a la gravedad cayendo al suelo. No entendía cómo, pero él sabía perfectamente que estaban muertos antes de arrojar la pecera, y ahora se encontraban saltando de un lado de la habitación a otro. Poco a poco sus chapuzones fueron debilitándose hasta quedarse petrificados como diminutas rocas.

-Siempre estuvieron vivos -balbuceó Franco sin despegar la vista de las diminutas figuras.

-Morirán todos a tu alrededor.

Esa voz, otra vez. El joven volteó acelerado. Sentía a su corazón salirse de lugar y su miedo aumentaba cada segundo más, su cuerpo quería sucumbir al temblor, pero su mente intentaba dominar el duelo. Sin embargo, se tranquilizó un poco al ver que detrás solo se encontraba su armario apenas abierto, y en ningún otro lugar de la habitación parecía encontrarse el dueño de esa voz misteriosa, pero familiar.

Tomo aire intentando calmarse. Se incorporó lentamente, su vista cambiaba de una esquina a otra, buscando cualquier cosa extraña, pero sin resultado alguno. Inmediatamente, un ruido se escuchó a sus espaldas, no perdió tiempo y alzó su brazo llevándolo hacia atrás, y en un movimiento veloz lanzó un puñetazo, que de no ser por su destreza, logró frenarlo antes de impactar con el bello rostro de su novia quien se había quedado paralizada.

- ¡¿Qué haces?! -preguntó Samantha, con sorpresa.

- ¡Mierda! Lo siento -Franco bajo rápidamente su mano y se apartó unos pasos, su temor era peor que el de la muchacha.

- ¿Que paso aquí? -preguntó la joven mientras observaba el desastre en la habitación con confusión en sus verdeceos ojos.

Franco volteó, la vergüenza comenzaba a manifestarse en él.

-Discúlpame, yo... -guardó silencio, no podía explicar con exactitud la situación.

- ¿Son esas voces de nuevo?

-Sí, pero...

-Tranquilízate amor -la joven lo tomó delicadamente de los hombros y lo invitó a sentarse en la cama-. Intenta contarme lo que escuchaste esta vez.

Franco escondió su cabeza entre sus brazos, la situación le provocaba una horrible migraña que no lo dejaba pensar con claridad.

-Ese es el caso Samy, no fueron simples voces esta vez -alzó la mirada hacia los peces muertos-. Siento que está empeorando.

- ¿Qué quieres decir con eso?

Los oscuros ojos de Franco se cruzaron con los de la muchacha, ojos gélidos invadidos por un terror desorbitante.

-Esta vez, veo alucinaciones.

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