7. La puerta Zeta (IV)

-Felicidades Juan, terminó el comité de bienvenida, ahora vas a comenzar a hablar y más te vale decirme solo la verdad. Si llegas a mentirme lo sabré, si llegas a omitir algo lo sabré, y si llegas a aburrirme -guardó silencio y quitó de su funda un cuchillo de cacería-, ya no voy a manchar más mis puños.

Juan tragó saliva mezclada con sangre e hizo un gran esfuerzo por responder. -S...si.

Franco tomó asiento recostándose en el muro mientras se pasaba el cuchillo de mano en mano. -Te escucho.

Juan se tomó un tiempo para continuar, pero un quejido de Franco lo aceleró y comenzó a hablar intentando que sus palabras sonaran lo más armoniosamente posibles, sin tantas interrupciones de tos con sangre.

-Al comenzar todo esto, yo me encontraba con Renzo y su familia -comenzó a decir-. Aunque no duré mucho tiempo con ellos, querían entrar a la ciudad en pleno foco infeccioso. No podía seguirlos, era una locura así que me fui por mi lado. De todas formas no me tomó mucho tiempo descubrir que todo el resto del país y quizás del mundo estaban en la misma situación, haberme marchado o haberme quedado hubiese sido lo mismo. A veces me arrepiento de haber dejado a Roberto solo -dijo quebrando la voz en un llanto contenido.

-No pensé que lo harías tan rápido Juan, pero me estas aburriendo bastante -interrumpió Franco inclinándose hacia delante para levantarse.

- ¡Está bien, está bien! Estuve varios días, semanas creo, recorriendo de pueblo en pueblo, evadiendo las ciudades infectadas y sobreviviendo en pésimas condiciones, cuando un día, estaba escaso de alimentos y el automóvil que había robado se estaba quedando sin combustible, así que decidí entrar en una ciudad que encontré de camino.

-Aburrido... -interrumpió Franco colocándose de rodillas.

- ¡Y ahí fue cuando me lo crucé!

- ¿Con quién? ¿Con el Zorro?

-No, con alguien que tú conoces muy bien.

Inmediatamente la atención de Franco fue captada por sus palabras. -Continua -dijo, sentándose nuevamente en el suelo.

Juan suspiró, aliviado.

*****

Demasiado caliente como para seguir tomándolo. Esa gaseosa que se había encontrado en un golpe de suerte, aún sin abrir, enfrente de un restaurante familiar de aspecto rústico, estaba demasiado caliente como para seguir tomándolo. Pero aún así, ese ligero inconveniente no fue suficiente para impedirle bajarse la lata entera en menos de dos grandes sorbos.

Juan llevó su mano a sus rizados y largos cabellos oscuros y los sacudió, subió a su vehículo y siguió la marcha.

Desde el día rojo Juan habia adoptado una táctica de supervivencia que lo mantuvo a salvo durante un largo tiempo y el cual daba un buen resultado hasta la fecha; evadir ciudades, evadir personas ,muertas o no, y disparar antes de preguntar.

Siguiendo estas sencillas reglas al pie de la letra no habia tenido ningun inconveniente, y se sentía orgulloso de ello. Hasta el día de hoy, en el que habia decidido entrar en una gran ciudad al verse obligado a buscar alimentos y provisiones. Quebrantar una de sus reglas no era lo ideal para él, pero dado que el hambre apremiaba y que gozaba la ventaja de conocer bien esa ciudad, se animó a tentar a su suerte, al fin y al cabo, podria seguramente encontrar un mejor coche, uno más grande para cargar con todas sus armas y toda la comida que planeaba conseguir.

Evadió la entrada principal, no tenía humor para cruzarse con ese taller mecánico que atormentaba su conciencia de vez en cuando, y optó por la entrada sur de la ciudad.

-Hace mucho tiempo que no recorría estas calles, todo ha cambiado tanto desde ese condenado día.

Juan estacionó su vehículo en un gran supermercado mayorista, se percató de la presencia de unos cuantos zombis, pero ninguno que supusiera un gran problema a su navaja de carnicero. Entrar en el gran establecimiento fue fácil para él, lo que seguía era lo complicado. Dentro del lugar, se extendían un sin fin de enormes góndolas hasta el punto de hacerse pequeñas a su visión, el lugar estaba rodeado de cadáveres pudriéndose, cajas y articulos varios de todo tipo esparcidos por el suelo, abandonados ahí para siempre; aunque lo que más llamó su atención fueron los carros de supermercado amontonados en pila a los lados de la puerta de entrada, como si algo o alguien los hubiese dejado ahí a propósito. No reparó en detalles y se adentro al lugar, sabía que debía quedar algo útil todavía rondando cerca, buscó minuciosamente cada sector, cada gondola para encontrar algo de comida, una bolsa de arroz o quizás latas de atún. Cualquier cosa comestible era una mina de oro para Juan.

Luego de una infructuosa búsqueda, donde lo único que encontró fue una bolsa vacía de snacks, decidió que lo mejor era buscar en otro sitio, suspiró desalentado dirigiendo su vista hacia algún lugar del techo.

-Santa virgen -lo que vio lo dejó perplejo. Centenares de cajas y paquetes amontonadas de productos varios de comida se encontraban descansando a más de cuatro metros a lo alto de las góndolas.

Un pensamiento fugaz se le vino a la mente, tan claro como el agua. «Las personas no se arriesgarían a tomar la comida en la parte alta de las góndolas». Pero evaluando la situación actual, no parecía haber peligro en las cercanías, podria tomar toda esa comida para él solo y vivir con eso toda su vida, y dos más si fuese posible.

Sin restar tiempo recorrió todo el lugar hasta toparse con una escalera tumbada en el suelo, irónicamente un no muerto descansaba atrapado bajo la misma. Pero no fue problema para Juan, tomó la escalera y la colocó cerca de una góndola en el sector de alimentos.Subió cautelosamente cuidando de no provocar ruido, al llegar a lo alto la sonrisa en su rostro era imposible de borrar. Era una oportunidad única que no debía desaprovechar, tomó un pesado paquete de tallarines, pero inmediatamente sugirió tomar dos, podía con el peso. Se giró lentamente para poder bajar de la escalera, y ahí fue cuando lo vio.

Justo en frente, un obeso hombre de mediana edad, postrado a lo alto de las góndolas en la parte superior, su cara estaba repleta de sangre y los huesos de su mandíbula se notaban a la perfección mientras masticaba lo que quedaba de un brazo, a su lado un charco de sangre descendía terminando en el pasillo. Juan retuvo su respiración inconscientemente, cruzando miradas con la bestia.

El zombi bramó un escrupuloso grito, Juan del susto dejó caer ambos paquetes y se arrojó sin pensarlo al suelo, rodó pero la caída fue demasiado dura terminando en una torcedura de su pie izquierdo. Sin posibilidad de actuar se limitó a observar como el demonio bajaba de ágiles zancadas acabando justo enfrente de él.

-¿Como alguien tan gordo puede moverse de esa manera? es una locura -dijo riendo una voz detrás de Juan.

La bestia profirió otro grito más mientras se agazapaba preparando su ataque, pero fue interrumpido por un balazo que destruyó por completo su regordeta cara.

-Mierda, como odio a estos gritones -dijo la misma voz.

Juan se giró aún en el suelo para poder tener una mejor panorámica de su salvador, al verlo sintió un alivio en su interior y pudo respirar tranquilo; unas botas negras, ropa mimetizada verde, un corte de cabello muy corto y una perfecta sonrisa daban a entender que se trataba de un soldado militar. Uno de los buenos, o eso creía Juan.

-¿Que tal amigo, te encuentras bien? -preguntó el soldado.

Juan se incorporó con esfuerzo y un poco de ayuda del militar. -Si, muchas gracias.

El soldado observó la escalera y la comida en lo alto de las góndolas. -Eres muy inteligente, yo no me hubiese dado cuenta de buscar en ese lugar -se dirigió a Juan-. ¿Como te llamas? ¿Estas solo o hay más?

-Estoy solo -respondió masajeandose el pie-. Y mi nombre es Juan, ¿tu como te llamas?

-Mi nombre es Baltasar -respondió tomando uno de los paquetes de spaghetti que habían caído al suelo -dado que te salve podríamos compartir esto ¿te parece bien?

Juan asintió seriamente. -No soy de ir en grupo, prefiero estar solo.

-Con ese pie no vas a ir muy lejos amigo.

-Tengo mi vehículo, me llevaré uno de estos y puedes quedarte con el otro como agradecimiento -explicó Juan mientras alzaba el paquete que estaba en el suelo y se dirigía a la salida.

-Lamentablemente no puedo dejar que te vayas amigo.

Juan se giró solo para darse cuenta de que el soldado lo amenazaba con su arma. -¿Que quieres de mi?

-Necesito irrumpir en cierto lugar, y necesito ayuda. Eres el primero al cual voy a reclutar, necesitamos más gente.

-¿Porque yo? solo soy un mecanico.

-He visto la cantidad de armas que llevas en ese coche, las necesito a todas.

Juan ya no sentía esa seguridad y amabilidad que transmitió el soldado al principio de la charla, sus palabras ocultaban algo, y estaba seguro de que no sobreviviría si no aceptaba sus términos.

-Veo por donde va la mano, quieres mis armas para enfrentarte a otro grupo, ¿porque debería arriesgar mi vida?

-Entiéndeme no quiero obligarte, pero si no eres mi amigo -alzó su arma apuntando a la cabeza de Juan -. Eres mi enemigo.

Juan tragó saliva, no deseaba morir ahora, y ese militar iba en serio, se vió obligado a aceptar su propuesta a punta de pistola, pero contando con la posibilidad de escapar en el primer momento que se descuidara. -Esta bien, te ayudaré. Pero exijo saber de qué se trata, si muero tengo que saber porqué lo hago.

-Eso no es ningun problema amigo -respondió Baltasar bajando el arma y volviendo a sonreir-. Vamos a rescatar a mi hermano.

-¿Tu hermano? ¿lo han secuestrado? ¿donde se encuentra?

-No, no fue un secuestro -respondió Baltasar restándole importancia.

-¿Entonces?

-El no fue secuestrado, esta cautivo en una prisión. Y voy, no disculpame... vamos a sacarlo de ahí.

*****

-Espera, ¿Calavera tiene un hermano?

Juan volvió a escupir sangre antes de contestar. -Si, lo tiene. Yo no sabía en lo que me estaba metiendo cuando acepte ir con él, ahora mismo hubiese preferido que me disparara en ese momento.

Franco enarcó una ceja. Una sensación de nerviosismo comenzó a apoderarse de él. -¿Que pasó después?

-Tuvimos suerte, encontramos un grupo de sobrevivientes. Eran tres personas, pero nos bastó con eso, a Calavera no le resultó problema convencerlos, sabes como es. Así que tomamos todas las armas que había recolectado y nos preparamos, dentro de la prisión habían policías acuartelados, ninguno quería abandonar el lugar, y Calavera estaba dispuesto a salvar a su hermano a toda costa. Los mató a todos, algunos eran simples niños y mujeres familiares de los policías.

-¿Como lograron entrar?

-Pues sus cámaras de seguridad no funcionaban y saltar el muro era una locura, Calavera entró embistiendo la entrada principal con mi coche y arrasamos con todos los policías del patio principal. No se lo esperaban.

-La prisión de la que hablas, ¿esta metida dentro de la ciudad?

-Exacto, dentro de un barrio pobre de la ciudad.

-Por eso no se percataron de su presencia -dijo Franco llevándose la mano al mentón- parece que no mientes por el momento. Continua.

Juan habia olvidado la amenaza de Franco si llegaba a descubrir que mentía, pero no pensaba hacerlo, como estaban las cosas no tenía nada más que ocultar, salvo un pequeño detalle. -Bien, al entrar al lugar Calavera se encargó de todos los guardias, el resto de nuestro grupo nos cuidaba las espaldas. Por cada paso que dábamos éramos recibidos por una lluvia de balas, pero Calavera supo encargarse de todos y cada uno. Yo prácticamente no use mi arma -dijo en un tono avergonzado.

-Calavera era uno de los militares con mejor puntería que jamas habia conocido, su capacidad era impresionante. Su cabeza en cambio, era la que estaba descolocada -agregó Franco-. ¿Como terminó el asalto a la cárcel?

Juan agachó la cabeza y sonrió angustioso. -Si crees que Calavera esta loco, no tienes idea de lo que es capaz su hermano -subió la mirada y la fijó en Franco-. Lo encontramos, la última celda, la más alejada de todas. Estaba solo, ningún convicto se atrevía a acercarse a él.

-¿Que hicieron al encontrarlo?

-¿No lo sabes aún? Calavera y su hermano tomaron la prisión, liberaron a todos los convictos y los pusieron a trabajar bajo su mando, imagina por un segundo lo que significa eso; expertos profesionales en el arte del robo y la matanza sueltos a su ley. Asaltábamos viviendas, secuestrabamos o matábamos a cualquier persona que se nos cruzara, capturábamos a otros grupos cercanos, nos hacíamos con sus recursos, encarcelábamos a los hombres y violábamos a las mujeres -La voz de Juan comenzaba a quebrarse de angustia-. Yo nunca haría esas cosas, pero ¡tuve que hacerlo! Me matarían si no era uno de ellos.

-Me importa un carajo lo que hayas hecho -dijo Franco poniéndose de pie-. Quiero saber algo más, ¿como se llama el hermano de Calavera?

-Alexander; la persona más desquiciada y peligrosa que conocí, y es el fundador de lo que actualmente es conocido como la nación oscura.


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