7. La puerta Zeta. (I)
Capitulo 7: La puerta Zeta.
"La victoria fue siempre, para quien jamás dudó"
Rex soltó un suspiro relajador y bajó de su litera de un salto. Dormir en la planta alta de esas incomodas camas cubiertas de chapa oxidada y colchones desgastados, era lo mejor que le tocó desde hace mucho tiempo. Se puso de abrigo una camisa azul marino, casi tan corroída por el tiempo como ese incomodo colchón. Pero evidentemente era mucho mejor que andar con trapos llenos de sangre del día anterior. Agradeció mentalmente a uno de sus compañeros de habitación por el préstamo y dudo si algún día se la devolvería. «No creo que vaya a extrañarla si me la quedo». Su litera era la última de las veinte que se ubicaban alineadas, por lo que tuvo que recorrer la habitación sigilosamente cuidando de no provocar mucho ruido y despertar a alguien. Se alivió que el coro de ronquidos fuera más sonoro que sus pisadas, luego de salir y atravesar por el pasillo se dirigió a los baños públicos.
«Hace días que no consigo pegar ojo -pensó mientras refrescaba su rostro con agua-. Bueno, siendo sincero desde que todo esto comenzó nunca pude conseguir dormir tranquilo en las noches. Extraño mi habitación, mi casa... mamá, papá -miró el reflejo de sus ojos azules por un gran vidrio que se extendía a lo largo de todo el baño-. Los extraño a todos... Silvia, Sofía... Sofía, ¿Volveré a verte?» Una imagen de su novia transformada en zombi lo hizo reaccionar y dar un salto hacia atrás chocando contra el muro. - ¡Mierda!
-Dios te ayudará.
- ¡¿Eh?! -Preguntó Rex con sorpresa-. ¿Cómo que... dios me ayudará?
Sam se acercó al lavamanos, su lacio cabello caía en cascada por sus hombros y algunos mechones se deslizaban en su rostro. A Rex le tomó un segundo reconocer que se trataba de la misma chica que se encontró ayer en medio de la calle. Vestía un abrigo de cuero negro ajustado que brillaba como si estuviese iluminado por dentro, el cual combinaba a la perfección con unos pantalones hasta las rodillas de una tonalidad azul desgastados. - ¡Pues claro, hombre! Al que madruga, dios lo ayuda.
-Oh, te referías a eso.
-Claro, ¿Qué pensabas?
-No, no, nada importante.
-Está bien- dijo Samantha animada, le regaló una sonrisa y procedió a cepillarse los dientes.
Rex se dirigió a la puerta, pero decidió detenerse. -Escucha, lo de ayer. Creo que no era necesario.
Sam escupió al lavamanos y terminó de enjuagarse. -Si lo sé, Fran fue un poco duro con él. Dice que es por precaución, no comparto el método pero tiene razón en que tenemos que cuidar de los nuestros.
Rex se planteó si a él también lo consideraban parte de los suyos. -Yo también tengo mis dudas respecto a él. Pero ¿Y si primero le preguntamos y después golpeamos?
Sam se acercó unos pasos hacia Rex y se dejo recostar en el muro. -Como te dije, no comparto su método, pero ya no hay nada que podamos hacer ¿verdad?
-Sí, supongo que tienes razón.
Sam observó la cara decaída de Rex, sus palabras denotaban una ligera incertidumbre. La muchacha decidió animarlo de alguna forma. -Escucha, tengo una idea. Ayer Max me encomendó revisar todas las pertenencias de tu amigo Zeta, ¿quieres acompañarme? No tomará mucho tiempo.
-No sabía que tenía pertenencias.
-El trajo consigo dos bolsos enormes y bastante pesados, tengo que ver que puedo encontrar ahí.
-Oh ¿esos? Lo había olvidado, sinceramente no tengo idea de donde los sacó.
-Bien, vamos entonces.
*****
- ¿Este es el depósito? -preguntó Rex mientras entraba en una sala de tamaño reducido, objetos aleatorios de todo tipo se ubicaban en estanterías que llegaban hasta el techo y el lugar estaba repleto de cajas de todo tipo de tamaño esparcidas por el lugar.
-Sí, aquí se guardan todas las cosas que nadie usa de momento.
-Imaginaba algo más grande, como la armería.
Samantha se dirigió a una esquina de donde levantó dos grandes bolsos y le brindó uno a Rex mientras ella comenzaba a revisar el suyo. Estuvieron un rato hasta revisar por completo las pertenencias de Zeta.
-Bueno, no parece haber bombas, armas, cuchillos, comida, o cualquier cosa amenazante o útil. Solo hay ropa -dijo Sam en un suspiro esperando encontrar algo mejor.
Rex mientras tanto revisaba el segundo bolso. -Era de esperar, pasamos por un comercio de ropa antes de toparnos contigo. Pero no pensé que fuese a robarse todo el maldito almacén.
Sam dejó escapar una breve risa. -Bueno, no es como ir de compras, en donde tienes la tranquilidad de elegir lo que vas a llevar, llevarse todo es casi la única opción.
- ¿Él todavía no se ha cambiado verdad? Creo que le llevaré esta muda de ropa, es de su estilo ¿Qué te parece?
Samantha lo miró con sosiego. -Tú piensas mucho en él ¿Verdad? ¿Lo consideras tu amigo?
Rex frunció el seño ante la repentina pregunta. -La verdad, no lo sé. Hay momentos en los que desconfió de él, pero siempre demuestra ser todo lo contrario a lo que me imagino. Siempre habla de que no va a permitir que nadie lea su diario, y que sea posible que mate por eso. Pero al llegar aquí no hizo nada. No me malinterpretes, no quiero que mate a nadie. Pero no sé qué pensar de él. Es muy enigmático.
-Ahora que lo mencionas, yo tuve la misma impresión la primera vez que lo vi. Parecía intimidante al principio, pero algo en su mirada, en sus ojos... -No terminó la frase dejándose absorber por sus pensamientos-. No creo que sea malo.
Ambos quedaron en silencio unos segundos.
- Si.
- ¿perdón? -preguntó Sam confundida.
-Es la respuesta a tu pregunta. Si, lo veo como mi amigo.
Sam bajó la vista y siguió revisando entre toda la pila de ropa. - ¿Y crees que él te vea como su amigo?
Rex guardó silencio, sin saber qué respuesta dar.
-Olvídalo -dijo Sam dibujando una enorme sonrisa en su rostro, mientras alzaba una chaqueta de jean azul claro y observaba maravillada el reverso.
- ¿Qué pasa?
Sam giró la chaqueta sin borrar su sonrisa. En el reverso había un estampado de un pequeño dinosaurio rojo en caricatura, y unas gigantescas letras bordadas en la parte inferior que mostraban las siglas: REX.
-Él también te considera su amigo.
*****
-Por favor, vuelve...
Ahí estaba Zeta. De nuevo abriendo una puerta, luego otra más. Recorriendo apresuradamente un laberinto de estrechados pasillos de concreto. Una puerta aquí, otra allá. Una en el techo, dos en el suelo, y otras ubicadas horizontalmente en las paredes. Sabía que no tenia caso abrirlas todas, no lo llevarían a ningún lugar en especial, solo a una simple habitación vacía. Él buscaba otra cosa, buscaba esa voz. Bajo por unas escaleras que conectaban con otra red de pasillos, luego una bifurcación. «Recuerdo esto». Tan pronto como viró a la derecha volvió a escuchar nuevamente esa espeluznante voz. -Vuelve...
Aceleró la marcha, sabía que iba por buen camino. Las paredes comenzaron a cambiar, ahora eran de tablones de madera. Zeta se detuvo a apreciar como un muro de concreto terminaba, para comenzar un muro de puras tablas gruesas y gastadas. «Esto no tiene ningún sentido». Justo en ese instante, el suelo a sus espaldas comenzó a desmoronarse, y todo el pasillo entero comenzaba a caer en pedazos.
De los tablones comenzó a brotar sangre y unos bramidos espantosos se acoplaron con voces formando un bullicio insoportable. «Bien, ¡esto tiene menos sentido!» Zeta comenzó a correr, a correr tan rápido como podía. Por cada paso que daba las voces se volvían más fuertes, llegando a un punto en que resultaban insoportables. Aún así no cedió, se esforzó en correr más rápido. El suelo comenzó a inundarse de sangre que rebalsaban de las paredes. Zeta no frenó, por cada pisada la sangre salpicaba en todo su cuerpo, en su rostro. Al otro extremo del pasillo divisó una puerta, estaba cerca, solo tenía que esforzarse un poco más y llegaría. Junto fuerzas de donde no tenia y aceleró la carrera lo máximo que pudo, pero al llegar a la puerta se detuvo en seco, resbaló con la sangre y casi cae hacia atrás de la inercia. Sus ojos se abrieron al máximo y un miedo indescriptible lo poseyó por completo. «No puede ser...»
Su mirada no podía despegarse de la puerta, una gruesa puerta de hierro, con una inscripción tallada en la parte superior en forma de una gran "Z". «No, no, no, no». El joven sabía que no debía cruzar esa puerta por nada en el mundo, no de nuevo. Giró su cabeza para observar a su retaguardia pero fue muy tarde, el suelo lo alcanzó y se desmoronó arrojando a Zeta a un oscuro e interminable vacio sin fin. Lo único que quedó en el lugar intacto, fue la puerta de metal. La gruesa y escalofriante puerta con una "Z" tallada.
- ¡Vuelve...!
*****
Abrió sus ojos. Su corazón latía rápidamente y se encontraba empapado en un helado sudor. Su cuello le dolía, seguramente por los golpes que le dieron la noche anterior. No sabía con certeza en dónde estaba, pero un paneo visual por el lugar le bastó para reconocer que se encontraba en una celda. Era pequeña y contaba con dos camas, una de cada lado. En la otra se encontraba un sujeto durmiendo, no le tomó mucho tiempo deducir que se trataba de Juan, pero si le tomó un tiempo finalmente levantarse de su cama. Recorrió la punta de sus oscuros cabellos con sus dedos, peinándolos desordenadamente hacia arriba y se dirigió hacia su compañero de habitación. -Hey amigo, ¡amigo despierta!
Juan se sobresaltó y se incorporó tan rápido como una gacela. - ¡Oh mierda! Eres tú, ¿Qué quieres?
-Buen día para ti también -respondió Zeta cruzándose de brazos-. ¿Sabes dónde estamos?
- ¿Y dónde te parece que podemos estar? Es una jodida prisión. A ti también te tienen cautivo por lo visto, ¿Qué has hecho, volar la maldita nación entera?
Zeta suspiró con un atisbo de rabia y desvió la mirada. -Si estás haciendo referencia a lo que pasó en su nación, yo no tuve nada que ver con eso ¿Está bien?
- ¡Si, claro! Debería matarte ahora.
Zeta lo atravesó con la mirada. - ¿Qué sabe un estúpido aspirante a mecánico lo que es matar a alguien?
Juan quedo atónito. - ¿Qué... como?
- ¿Alguna vez has tenido que matar a alguien? Y no me refiero a los que ya están muertos. ¡A alguien vivo, un ser con vida! - No hubo respuesta alguna, prosiguió alzando más la voz-. ¡Veo que no! ¿Y te crees que es tan fácil? ¿Crees en tu diminuta cabeza de chorlito, que quitar una vida y no atormentarte por el resto de tus días es así de fácil como apretar el gatillo? -Zeta avanzó un paso hacia Juan, quien retrocedió perplejo-. ¡¡Pues no lo es!! ¡Una vez que aprietas el gatillo, una vez que la bala sale...! -Zeta dio una fuerte patada al borde de la cama en un ataque de ira y se giró dándole la espalda a Juan -Una vez que sale no hay marcha atrás -dijo con suavidad, mientras secaba con sus manos una pequeña lagrima que se asomaba tímidamente por sus ojos.
Juan no atrevió a decir palabra alguna, desvió la mirada al suelo y el silencio los envolvió. Zeta procedió a sentarse en su cama, pero inmediatamente volvió a levantarse al escuchar el sonido de unos pasos acercándose a su posición. Frente a su celda apareció el presidente de la nación escarlata luciendo su impecable traje beige. Escoltado a su lado por Franco, quien parecía salido de una reciente ducha, su pelo parecía parcialmente mojado y de él manaba un fuerte olor a perfume. Zeta se cuestionó la última vez que había tomado un buen baño de agua caliente y se había afeitado, daría lo que sea por volver sentir el agua recorrer su cuerpo una vez más, y la agradable sensación de no tener esa molesta barba de dos días que tanto le molestaba. Al otro lado del presidente se encontraban Samantha, la bella muchacha que lo había estafado para robarse su casa rodante y lo había dejado en ridículo ante su declaración de amor. Y Anna, la más pequeña del grupo, en simple apariencia pero la más grande, si de puntería con armas se trata. Detrás de todos ellos, y apenas visible a Zeta, se encontraba Rex, era sin duda el más alto, sin contar con el presidente que parecía llevarle la misma altura. Traía puesta su característica gorra de lana verde en su cabeza y una chaqueta azul claro que Zeta reconoció al instante, no pudo evitar sonreír a su compañero.
- ¡Eh! Te queda genial, y es de tu talla.
Rex devolvió el gesto con otra sonrisa. -En realidad es un poco ajustada, pero que puedo esperar de ti - se acercó a las rejas y le ofreció una muda de ropa la cual Zeta recogió.
- ¡Eh! ¿Y yo qué? ¿No me trajiste ropa a mí?
-Lo siento, no había talla para traidores -contestó Rex mirando a Juan con el rabillo del ojo.
En ese momento, Rex sintió una presión en su hombro derecho. El presidente había depositado amistosamente su mano ahí en un gesto para que se aparte. Rex dio un paso al costado obediente.
- ¿Durmieron bien? -preguntó el presidente con soltura.
-Bueno, si a dormir te refieres que te noqueen por la espalda por segunda vez en tres días. Pues sí, dormí genial.
-Te dije que no dudaría en hacerlo nuevamente -agregó fríamente Franco con tono desafiante.
-Basta ya, no quiero que esto se alargue más de la cuenta, tengo otros asuntos pendientes y no me gustaría que una riña de niños me atrasase -se dirigió a Franco-. ¿Fui claro?
Franco cambió su expresión a una más respetuosa. -Sí, señor presidente.
Zeta sonrió. «Lo tiene de las bolas»
-Zeta o como sea tu verdadero nombre.
-No lo recuerdo.
-Está bien, Zeta entonces. ¿Sabes porque estás aquí?
-Esto parece un tribunal, aunque un poco más, ¿Cómo decirlo? Precario.
-Contesta la pregunta -intervino Franco, su voz seguía sonando respetuosa como la última vez.
-Bueno, tengo mi teoría -comenzó decir Zeta y señalo a Juan-. Este sujeto a mi lado ah dicho a todos ustedes que represento un gran peligro, ustedes le creyeron y ahora dudan de mi. Es evidente porque ninguno me conoce, ni siquiera mi nuevo amigo de viajes, Rex. Así que no me ofendo.
-Me parece perfecto, estas al tanto de la situación. Y como verás, no podemos confiar en ti dada las circunstancias, por lo que lo hemos charlado y llegamos a la conclusión de que deberás responder a todas nuestras preguntas. Dependiendo de las respuestas omitiremos un veredicto.
Zeta asintió. -Prometí a Rex contarle todo lo que quisiera cuando llegásemos -observó las tres paredes a su alrededor sellada por una cuarta pared forrada de fuertes barras de acero -. Y como no tengo otra cosa mejor que hacer, puedo contarles a ustedes también.
- ¿Cómo sabemos que no puede estar mintiendo? -preguntó Sam, dirigiéndose al presidente.
-Ya eh pensado en eso, y la respuesta está a su lado -dijo y cambió la vista a Juan-. Él y su nación lo buscan por algo, Rex nos informó que Zeta era fugitivo y en algún momento escapó. El relato de Zeta entonces, tiene que coincidir con el relato de Juan, ambos estuvieron en el mismo lugar. Si bien estoy al tanto que quizás no vieron las mismas cosas, ambos relatos tienen que coincidir en detalles mínimos, que serán relevantes para cerciorarnos que uno de los dos, miente.
- ¿Y cómo sabremos cual de los dos miente? -preguntó nuevamente Samantha.
-Los entrevistaremos por separados. Si alguna información resulta incoherente con el relato de la otra persona, lo sabremos, y volveremos a preguntar -cruzó miradas con Franco-. Pero no de una manera tan amigable.
Juan tragó saliva.
-Franco, llévate a Juan a la celda más alejada. Tú lo entrevistaras -se dirigió a los demás-. El que desee acompañarlo puede hacerlo.
-Trabajo mejor solo -sugirió Franco, mientras abría las rejas de la celda y se llevaba a Juan.
-Como desees.
-Suerte amor -dijo Sam a la vez que le regalaba un beso a Franco. Zeta apartó la vista de ambos, incomodo.
-Nos veremos después -se despidió Franco y se perdió en uno de los rincones del pasillo para dirigirse a otra celda.
El presidente volvió a dirigirse a Zeta. -Tengo tres preguntas para ti, antes de que empieces a contar tu historia.
Zeta simplemente asintió.
-La primera, ¿Por qué estas tan obsesionado con tu diario?
Algo en el estomago de Zeta pareció quebrarse, sintió un vuelco en la boca del estomago y titubeó. - ¿Lo... lo han leído?
-No. Considero un diario una posesión intima, no pienso leerlo, ni que nadie lo haga. Pero luego de lo que Sam me ha dicho, como la amenazaste por ese diario. La duda se impregnó en mí como fuego.
Zeta volvió a respirar. -Este, bueno. La amenaza surgió como una prueba en realidad, como le explique a ella, la amenacé porque solo en momentos de estrés las personas son más fáciles de leer. Solo así iba a saber si ella lo había leído o no.
- ¿Lees a las personas? ¿Eres una especie de psíquico o algo así?
-No -se apresuró a contestar Rex-. Es psicólogo.
-Nunca terminé la carrera, me veo lejos de ser un psicólogo profesional. Pero si, uno se acostumbra a leer a las personas, sus gestos, sus respuestas, su forma de actuar, pensar en lo que el otro está pensando. Casi todos lo hacemos en todo momento, es algo inconsciente. Se llama teoría de la mente.
-Entiendo, interesante explicación -dijo esbozando una sonrisa-. Quizás me sirva para darme cuenta si le gusto a Patricia.
- ¿Tu asistente? ¿Es en serio? -preguntó Sam.
-Bueno, no nos desviemos del tema. Chico, dime. ¿Y si Sam hubiera leído tu diario? ¿Qué hubieras hecho?
- ¿Esas son las otras dos preguntas?
-No, esas no cuentan. Están dentro de la primera.
Zeta bajó la mirada. -Nada, no la hubiese matado si es a lo que te refieres -su voz se volvió apagada y triste-. Yo...no puedo matar a nadie.
Todos quedaron sin decir nada por un tiempo, hasta que el presidente decidió romper el silencio. -Está bien. Pasemos a la otra pregunta, ¿Cómo has podido matar a ese zombi indestructible?
Zeta alzó nuevamente la vista sorprendido por la pregunta. Es cierto que ni el mismo tenía idea de cómo había podido hacerlo, así que decidió rebuscar en su mente una respuesta factible de ser creída. -Su cuello, creo que su cuello es su punto débil. Cuando estaba comiéndose a... en fin, cuando estaba comiendo. Su cuello se alargaba para masticar, no pensé en otra cosa más que cortarle la cabeza, y cuando el machete lo atravesó no sentí una presión o algún impacto como me imaginé, esa parte era más blanda, pude cortarla con facilidad.
-Pero si todos intentaron matarlo con disparos, alguno habrá dado en su cuello -intervino Rex.
-Sí, pero como dije antes, su cuello se estiró un poco al comer. No sé cómo explicarlo, no presté atención hasta ahora. Pero creo que su cuello al comer se ensancha, por lo que esa parte en especial, es más blanda que las demás.
-Tendremos que corroborar eso más tarde, si encontramos un cadáver de ese estilo nuevo de zombi -acotó el presidente.
-Decapitado, así podríamos llamarlo -sugirió Rex.
-Eres bueno con los nombres amigo -lo secundó Zeta.
- ¿Les ponen nombres? -preguntó Sam incrédula.
-Sí, ¿De qué otra forma los identificaríamos? -dijo zeta-. No podemos decirles bichos a todos, así que los clasificamos. A los rápidos los llamo parcas, a los que tienen esas afiladas garras les decimos tijeras, a los enormes les apodamos grandotes, a los más lentos los llamo simplemente zombis. Y bueno, a este no le queda nada mal decapitado.
-Están locos -dijo Sam.
Anna sonrió e hizo un gesto de aprobación a Sam.
- ¿No me digas que a ti te gusta que les pongan nombres también?
- ¿Lo ves? ¡A ella le gusta! -dijo Zeta sonriente.
-Bien, parcas, grandotes o decapitados. Tenemos que seguir, ¿te parece? -interrumpió el presidente.
-Está bien -aceptó Zeta-. ¿Cuál es la última pregunta?
Max metió la mano en su bolsillo y sacó de él un objeto pequeño que mostró a Zeta, el mismo se sorprendió al verlo y revisó por toda su ropa. «No está».
- ¿Qué contiene este Pendrive?
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