5. Bienvenidos a la Nacion Escarlata (V)

—Respuesta equivocada—dijo seriamente el muchacho, y disparó.

Sam ante la sorpresa ahogó un grito y cerró los ojos en un acto reflejo; seguidamente escuchó varios disparos más, que por más que hayan sido pocos, no los llegó a contar del susto y el miedo. Contrajo sus músculos, y su estomago imaginando el dolor de una bala atravesándola. Pero abrió los ojos automáticamente al darse cuenta que ninguna había impactado en ella, y observó hacia su retaguardia como el grupo de zombies que la seguía ahora formaban parte del decorado de cadáveres que tapizaban las calles.

—Sube vamos, ¿esperas invitación? — preguntó el muchacho que manejaba, mientras guardaba su arma.

Samantha siguió en su lugar sin mover un musculo, el joven al observar su duda creyó pertinente darle una explicación, tanto a ella, como a su compañero que lucía igual de sorprendido y asustado.

—Dije, "respuesta equivocada"—comenzó a explicar dando vueltas con su mano, como restándole importancia a esas palabras—. Pero tu reacción fue la correcta—concluyó, con una sonrisa que inspiraba, o confianza, o locura.

— ¿A qué te refieres con correcta?

—A que si hubieses leído mi diario, hubieras reaccionado de distinta manera, créeme, esta era la mejor forma de cerciorarme. Cuando te pregunté sobre eso, me respondiste con otra pregunta, en vez de hacer lo que un mentiroso haría para salvar su vida; ocultarme la verdad y responder lo que quiero oír sin más, ignorando el peligro que corremos al estar aquí—el joven giró su cabeza en dirección a la calle por donde habían llegado; dos zombies gigantes doblaron de la esquina y comenzaron a correr rumbo al vehículo, seguido de una horda de zombies que iban tras las dos moles bestiales—. Dicho sea de paso, mejor sube ahora antes de que nos hagan puré a los tres.

La joven obedeció y subió rápidamente al asiento trasero; el joven maniobró el auto y quemó llantas a toda velocidad para alejarse lo máximo posible de la horda.

— ¿Por dónde? —preguntó el joven al volante.

— ¿Por dónde, qué? —contra preguntó Sam, desorientada.

— La nación Escarlata, ¿Dónde queda?

— ¿Vas a llevar a toda esta horda a la nación?

— ¡No, discúlpame! Ya mismo me bajo y los enfrento yo solo, a las trompadas. Vamos, ¡Ayuda un poco!

Samantha lo pensó dos veces antes de darles indicaciones a dos desconocidos; pero la situación no permitía otra salida, debía decirle la verdad.

—Sigue derecho, por esta misma calle. En la otra cuadra verás una escuela en la mano derecha, con un enrejado de seguridad y torres con centinelas. Seguramente ya nos vieron, por lo que ten cuidado de no hacer nada estúpido, o dispararán. Deja que yo baje primera al llegar.

El joven puso quinta marcha y aceleró a tope. El zumbido del motor fue subiendo gradualmente hasta llegar al punto máximo. Se alejaron considerablemente de las bestias, y un poco antes de llegar a las puertas de la nación, el auto derrapó sobre su eje y giró en un ángulo de ciento ochenta grados, quedando enfrentado a los perseguidores.

Sin perder tiempo, Samantha bajó del vehículo con los brazos en alto y comenzó a llamar a los centinelas de la nación alertándolos de los zombies que se aproximaban. Los mismos la reconocieron y se pusieron manos a la obra; un par de centinelas fueron directamente al despacho del presidente, un breve momento después, una luz roja ubicada en cada sector de las habitaciones comenzó a girar, sin efectuar ruido alguno, debido a que colocar una alarma auditiva lo único que ocasionaría seria atraer a más caníbales.

Todas las personas en la escuela comenzaron a movilizarse, los hombres subían al segundo piso en busca de armas y munición a la sala de armamentos; algunas mujeres y los ancianos ayudaban a los niños a refugiarse en las distintas habitaciones. Otras mujeres acudían con los hombres a ahuyentar el peligro.

Otro grupo de centinelas comenzó a disparar a la horda desde sus torres con rifles de franco tirador, en un intento de reducir la masa que se aproximaba a la distancia. Pero la amenaza mayor venia a toda velocidad, en forma de tres metros de grandes músculos perfectamente proporcionados a su putrefacto cuerpo.

El portón de la primera entrada de la escuela se deslizó hacia un lado abriéndose completamente, luego repitieron el proceso con la estructura de las rejas que cumplía su función de segunda entrada; un vasto grupo de personas, hombres y mujeres, salieron del portón y se dirigieron en fila a cubrir todo el sector de la calle, arremetiendo y disparando contra la mole, a quien no parecía hacer daño alguno las balas.

Zeta y Rex, que por el momento presenciaban el espectáculo, no tardaron en bajarse del vehículo para ayudar en la batalla. Samantha se acercó a ambos y les ofreció una carabina veintidós, la cual Rex aceptó debido a que era el único sin armamento. Hizo ademan de disparar una vez pero bajó el arma, y repitió la operación unas cuatro veces hasta que su organismo psíquico le dejó empezar a disparar. Maldijo cada vez que bajó el arma.

Sam lo miró confundida pero no le dio mucha importancia, comenzó a disparar al gigantesco zombie, pero este simplemente recibía los disparos sin inmutarse, como si las balas fueran gotas de agua, solo que estas eran de plomo, y rebotaban de su coraza de músculos hacia múltiples direcciones.

—Esto no avanza—dijo Zeta dejando de disparar para ahorrar su munición—. Ese mal nacido debería haber muerto con un disparo de un rifle de largo alcance, ¿A qué mierda le disparan tus centinelas?

Samantha dio un vistazo rápido a los centinelas y luego trató de seguir la línea de los disparos con la vista; notó que el chico tenía razón, no disparaban a la mole, disparaban a los demás zombies de atrás.

—Déjalo, yo lo arreglo—dijo Sam y se dirigió hacia la puerta, tratando de estar lo más cerca posible de una centinela que se ubicaba en una de las torres—. ¡Anna! ¿Me escuchas? ¡Dispara al más grande, por favor!

La centinela: Anna, tenía la piel morena, de estatura bastante pequeña para lo que aparentaba su edad; al darse cuenta del llamado, miró de reojo a Sam y le profirió un sutil guiño, sin cambiar en ningún momento la fría expresión de su rostro. Sacudió su cabello negro apartándolo de sus oscuros ojos y apuntó directamente al zombie gigante.

Anna tenía en sus manos un potente fusil francotirador retráctil, la culata podía adaptarse para usarse a larga distancia, como también a distancia media; y el caballete tiene la particularidad de poder resguardarse, para ser usado también como fusil de mano. Una reliquia de última generación armamentística.

La centinela tardó dos segundos exactos en preparar el disparo y efectuarlo con éxito; la bala surcó el aire y se dirigió en medio de la frente del zombie gigante, quien dio tres pasos antes de caer como una bolsa sin vida, a una distancia muy cerca del grupo de personas que estaba formado disparando.

Anna levantó el dedo pulgar a su compañera en señal de éxito, Sam se lo devolvió gustosa y sorprendida de sus habilidades y su fina puntería.

— ¡Sam!, ¿Qué pasó?, ¿De dónde salieron todos estos bichos?— preguntó una voz familiar para la muchacha.

— ¡Franco, que placer verte! , no sabes lo que he pasado. Hubo un problema en la misión, la cosa se salió de control, Matías y Noelia están atrapados en un edificio a unas manzanas de aquí, y Fernanda— hizo una pausa, agachando su cabeza—. Fernanda, está muerta. Y ni siquiera pude completar la misión.

—Tranquila, tranquila, exceptuando lo de Fernanda, el resto tiene solución. No te atormentes, primero debemos encargarnos de estos bichos, al menos el más grande ya ha caído—dijo Franco, alzando la vista para visualizar la horda que se aproximaba por la calle—. Pero bien parece, que lo tienen bajo control, no me va a hacer falta usar esto— señaló una granada enganchada a su cinturón.

—Gracias, tienes razón— agradeció Sam con una sonrisa—. ¿Dónde conseguiste eso?

—No es la única, hay más. Las rescaté en mi última misión de limpieza, el presidente Max me ofreció una habitación más grande por el hallazgo.

*****

—Interesante...— murmuró Zeta por lo bajo y de brazos cruzados mirando desde lejos a Sam y a su reciente compañero.

— ¿Qué cosa? — preguntó Rex, dejando de disparar y siguiendo la vista de su compañero—. Oh, ya veo, tienes competencia amigo.

—No eso no, mira con atención a ese sujeto. Corte americano, botas militares, y con una granada. Me la juego que este tipo estuvo en la nación militar.

—Nación oliva, querrás decir.

— ¿Asi se le dice?

—Si, en realidad es una jerga. Nación militar fue hace tiempo, ahora le dicen Oliva, con el reciente incorporo de las otras naciones.

—Entonces, ¿La nación Oliva fue la primera en asentarse?— preguntó Zeta con interés.

—Exacto, aunque era de esperar. Los militares siempre tuvieron más recursos que cualquiera, contando desde armas, hasta vehículos de todo tipo. Es la nación más poderosa—respondió Rex con seriedad—. Pero solo aceptan a militares y en su defecto, familiares de militares. De civiles nada, bueno... quizás alguna que otra excepción. Por eso mismo vengo a la nación Escarlata; creada para cualquier persona que quiera colaborar, sin distinción de ningún tipo.

Zeta se sorprendió de los vastos conocimientos de su compañero sobre las naciones, y se sintió en desventaja de no saber algo que cualquier otra persona si sabría, dado que él solo había escuchado de la nación escarlata por rumores, y culpaba a su maldita amnesia por su ignorancia. Algo debió pasar para que su inconsciente no quisiera recordar ese pedazo de vida que había decidido olvidar y su nombre; por otro lado, también su mente lo torturaba a toda hora con ese sueño que había tenido descansando en su vehículo, el cual se había repetido ya varias veces con anterioridad. Muchas preguntas resonaban en su cabeza, pero de algo estaba seguro, ese sueño posiblemente está relacionado con lo que su amnesia le oculta. Y va a hacer lo que sea por comprenderlo a fondo.

—Esa horda es interminable—se quejó Rex, mientras disparaba—. Por suerte, no pasan de la esquina, estamos seguros aquí.

Zeta se había olvidado completamente de los zombies, volvió a observar la horda de centenares de monstruos que caían de uno en uno, gracias a la intervención de la nación Escarlata; luego cambió la vista al grandote tendido en el suelo con un gran agujero en la parte posterior de su cabeza, al parecer, la bala había traspasado su cráneo limpiamente.

—Hay algo raro aquí, ¿no te parece?— preguntó Zeta seriamente, sin quitar la vista del grandote.

— ¿A qué te refieres?

—Corrígeme si me equivoco... pero, ¿No eran dos? Los grandotes que nos perseguían.

Rex miró a Zeta con una expresión de terror, que le afirmó que tenía la razón. Solo uno de los dos grandotes se encontraba en el lugar, aquel que había reducido la centinela.

— ¡Tienes razón! ¿Dónde se metió el otro?—preguntó Rex observando más allá de la horda, pero sin lograr saciar su duda—, ¿Se habrá marchado?

—Lo dudo, las actitudes de los zombies especiales no son tan predecibles como la de los normales.

Inmediatamente, Zeta sintió un frio correr por su cuello, un miedo impensable emanó de su interior, no quería hacerlo, pero sintió la necesidad de cerciorarse; observó hacia atrás, a la calle opuesta de donde se encontraba la horda. Y prefirió mil veces, no haber mirado.

Esa tremenda mole de tres metros venia por la retaguardia, doblando por la esquina, y corriendo a toda velocidad hacia ellos. Zeta quedo atónito, no creía lo que veía; el zombie los había flanqueado, había elaborado una estrategia, un plan. O había tenido demasiada suerte, no, descartó eso. Definitivamente había tenido una acción premeditada, como la de arrojar objetos.

«No, vamos... ¡Piensa! ¿Qué hago ahora? Un muerto no puede superarme en estrategia, ¡No puede!» 

Casi como una luz al prenderse, una fugaz idea pasó por su mente. —Te demostraré que eres inferior, bestia de porquería—dijo Zeta con una sonrisa de confianza—. Voy a necesitar esto— dijo, a la vez que sacaba el cuchillo que tenía guardado Rex.

Luego, se dirigió rápidamente hasta Sam y su acompañante, y le extrajo sin que se diera cuenta, la granada que tenía en el cinturón.

— ¡Lo tomaré prestado! —le gritó mientras se alejaba y subía velozmente al auto.

— ¿Eh, que mierda...? ¿Quién es ese tipo? Espera... yo lo conozco—dijo, volviendo la cabeza violentamente hacia Sam—. ¿Es al que le robamos la casa rodante?

El vehículo salió circulando hacia atrás, Zeta clavó el freno de mano y giró completamente el volante hacia un lado, provocando que el vehículo diera un giro, luego, rápidamente colocó primera marcha y pisó a fondo el acelerador, continuando su recorrido directamente hacia el grandote.

Zeta fue aumentando la velocidad del vehículo rebasando los cien kilómetros por hora; luego, con una mano se colocó el cinturón de seguridad, soltó el volante y cruzó los brazos protegiéndose el rostro del inminente golpe.

—Ojalá los airbag funcionen bien...

El zombie al ver la carrocería de chapa y ruedas dirigiéndose a toda velocidad hacia él, frenó su carrera en seco, expandiendo sus brazos para recibir de lleno el impacto. Y asi fue, el auto chocó frontalmente contra la bestia; la carrocería se alzó en su parte trasera, el capó del auto se plegó hasta la mitad, como cual acordeón, los vidrios se resquebrajaron, y los airbag saltaron protegiendo al joven de un golpe seguro al volante.

El zombie recorrió un par de metros hacia atrás, con el auto aferrado a sus abominables brazos; enfureció, soltó un gruñido aturdidor y comenzó a alzar el vehículo con ambas manos, ejerciendo una fuerza sobrehumana que hasta al mismo monstruo parecía dificultársele.

Sam al presenciar el suceso, advirtió rápidamente a Anna para ayudar al desquiciado joven en su acto suicida. La centinela intentó apuntar con su rifle a la bestia, pero el vehículo se interponía en su visión imposibilitando un disparo certero. La muchacha, se limitó a negar con rabia la cabeza a Sam, por la impotencia de no poder ayudar.

Samantha volvió la vista hacia el vehículo, el zombie cada vez ejercía más fuerza sobre los laterales del auto, presionando y achicharrando la estructura, intentando aplastar en su interior al joven. En cuestión de segundos el muchacho seria parte de una esfera de metales y chapas.

—Yo lo haré—dijo Franco, apuntando con su ametralladora AK-47 a la bestia.

— ¡No dispares! — ordenó Rex interponiéndose en la línea de fuego de Franco—. Podrías lastimarlo, o incluso matarlo. El hizo esto para que nos enfoquemos en los zombies de la otra calle—apuntó en dirección a la esquina donde se conglomeraban los dichos monstruos—. No se concentren en el grande, él se encargará.

— ¿Cómo lo sabes? —preguntó Sam con una notoria preocupación.

—No lo sé... pero lo he visto en acción, y siempre lo hace. Tiene esa capacidad de evaluar y anticiparse a la situación en un segundo; y de saber lo que tiene que hacer y como lo tiene que hacer. De momento, sigámosle el juego, y destrocemos a todos los zombies que faltan— respondió Rex con extrema seriedad en sus palabras.

En ese momento, un zombie parca se separó del montón y avanzó zigzagueando y evadiendo multitud de disparos; luego, dio un gran salto  ascendiendo tres metros sobre el suelo, pero en el aire fue alcanzado por un proyectil de Anna que le acertó en la cabeza y cayó a toda velocidad muy cerca de Franco, quien tuvo que agacharse para que el cadáver pasase de largo.

—A esto me refería— explicó Rex, mirando el cadáver que casi alcanzó a Franco— no podemos descuidarnos ni un segundo, tenemos que cubrir esta posición.

—Bien, espero que tu amigo sepa lo que está haciendo—aceptó Franco—. Al menos, que nos sirva de distracción hasta que terminemos con estos malditos bichos—. Concluyó, y comenzó a disparar a la muchedumbre de muertos vivos.

Rex y Sam voltearon a ver por un momento a la mole, que seguía en el intento de aplastar el vehículo suspendido en el aire con sus brazos. Zeta, quien seguía dentro, utilizó el cuchillo de Rex para cortar el colchón de aire del airbag, y poder tener más libertad de movimiento.

—Hola copia barata y fea de Hulk, vamos a jugar un poco— dijo Zeta en tono irónico, mientras desenfundaba su arma y disparaba contra el parabrisas del vehículo trazando un círculo con cada hueco de bala.

Seguido de eso, desabrochó su cinturón y se aferró al respaldo del asiento con un brazo para que la gravedad no lo estampillara al parabrisas; luego, comenzó a patear el virio en la zona del círculo, intentando desencajarlo por completo del auto.

—Mierda, nunca es tan fácil como en las películas ¿Verdad?— se quejó, luego de haber pateado unas cuantas veces sin resultado alguno.

El auto emitió un crujido metálico indicándole que le quedaba poco tiempo para permanecer ahí, y se elevó incluso más; volvió a intentar con las patadas, esta vez, con ambas piernas y sujeto a los dos asientos para no caerse.

La estructura se zafó, el vidrio cedió y cayó a la cara del monstruo quien emitió un quejido furioso y presionó con más fuerza el vehículo, reduciéndolo cada vez más.

—Vamos grandote, necesito que cooperes—dijo, mientras ascendía trepando dentro del vehículo, buscando una posición más cómoda en el asiento trasero—. Necesito que abras tu boca, vamos no seas tímido.

El gigante, como si de contradecirlo se tratase, no hacía caso a los pedidos del joven, entreteniéndose con aplanar más el auto. Zeta suspiró y procedió a desenfundar su arma nuevamente y darle un disparo, que concluyó en el ojo de la bestial mole. Esta se enfureció y bramó un sonoro y profundo grito ronco.

—Que predecible...— dijo el joven, satisfecho, mientras sonreía.

De su bolsillo, sacó con una mano la granada que había tomado prestada del sujeto que estaba con Sam; y luego con su boca procedió a quitar el seguro en forma de anillo, y lo dejó descender hasta caer en la gigante boca del furioso zombie. La granada ingresó por su garganta atorando a la bestia, quien emitió un quejido muy agudo y largó el vehículo dejándolo caer a sus pies. Rápidamente, Zeta se incorporó a la caída y pateó la puerta trasera del auto abriéndola bruscamente, salió a rastras lo más rápido que su adolorido cuerpo le permitió y se resguardó detrás del auto.

Mientras tanto, el zombie gigante seguía emitiendo fastidiosos sonidos con su garganta a la vez que tosía continuamente. Luego, en un segundo, su cabeza estalló, saltando hacia el cielo, una seca explosión amortiguada por la garganta de la bestia se dejó escuchar por algunas personas que disparaban, y que se vieron obligados a girarse de la curiosidad.

Más de uno abrió involuntariamente su mandíbula al apreciar al endemoniado gigante sin su cabeza y su cuerpo inerte cayendo precipitadamente al suelo.

Sam miró atónita la escena, pero Franco ordenó rápidamente a todo el mundo que siguiera disparando; de todas formas, no faltaban muchos zombies para terminar la tarea. Los centinelas prosiguieron con su trabajo, encargándose de los últimos que quedaban, mientras el resto de la gente curiosa se acumulaba en la puerta para esperar al misterioso héroe que había destruido un zombie gigante por sí solo.

Zeta, quien había vuelto al vehículo para sacar de ahí un par de bolsos grandes, se dirigió finalmente hacia la escuela. Un semi círculo de personas se agruparon para recibirlo, pero no de la manera que esperaba. La mayoría susurraba cosas al oído de otras personas que tenían a su lado, otras miraban fijamente al muchacho y se aferraban con miedo a sus armas. El ambiente era tenso y todos se encontraban muy nerviosos y asustados por el reciente conflicto.

Uno de los hombres que se encontraba en el semi círculo, se acercó a Zeta a paso decidido. Era bastante alto, incluso más que Rex, las definidas arrugas en sus ojos y su rostro, daba una impresión de tener unos cuarenta años o quizás más; su corta cabellera estaba perfectamente peinada hacia un lado, e iba vestido casualmente con un pantalón de vestir crema y una camisa salmón. El hombre miró a Rex de reojo y zarandeó la cabeza para que se agrupara con su compañero, el joven obedeció sin chistar.

Ambos ahora, tenían las miradas de todos los presentes clavados en ellos; unas miradas distantes llenas de inseguridad, temor y algunos, furia.

—Preséntense, me gustaría saber los nombres de los que trajeron esta desgracia a la puerta de mi casa.

— ¿Desgracia?—comenzó a decir el joven de camisa negra; dejando caer los bolsos al suelo, levantando una cantidad considerada de polvo—. No veo ningún muerto, el único herido soy yo y mi amigo, además, unas clases de tiro de vez en cuando no viene mal.

Rex lo codeó por lo bajo, fulminándolo con la mirada. Zeta se disculpó alegando que cuando se pone nervioso bromea sin escrúpulos.

—Bien comenzaré por presentarme primero— dijo Rex, aclarando su voz—. Yo me llamo Renzo Xiobani.

—Bien, ¿Y el gracioso tiene nombre?—preguntó el sujeto seriamente.

—Yo... bueno—comenzó a hablar en voz muy baja, pero se interrumpió y bajó la vista.

—Yo le explicaré, él...

—No Rex, está bien, puedo solo—dijo alzando la vista nuevamente—. Yo no tengo nombre, lo olvidé— sus palabras denotaban sufrimiento.

Zeta no necesitaba ver a cada uno para saber que todos los presentes habían abierto sus ojos como esferas al terminar la frase, un murmullo constante se formó inmediatamente, intentó contener sus deseos de irritarse, y continuó hablando lo mas serenamente posible.

—Pero, pueden llamarme Zeta.

— ¿Zeta?— preguntó nuevamente el sujeto que comenzó a hablarles.

—Sí, es un apodo que me puso Rex, eh, Renzo—dijo, mientras se colocaba de perfil para dejar a la vista su cicatriz—. Por esto.

— ¿No me digas que "El Zorro" te ataco?— intervino Franco, burlándose.

 Zeta lo fulminó con la mirada. —No creas que me olvidé de ti. Fuiste el que me golpeó por detrás cuando me robaron mi casa rodante—enfatizó en la palabra "mi", para que todos escucharan.

—Y lo volvería a hacer, no me provoques—respondió Franco con frialdad.

—Basta ambos; Parece que se conocen, luego me cuentas la historia Brandon—dijo dirigiéndose a Franco, este asintió—. Yo soy el presidente de la nación Escarlata del sur, mi nombre es Máximo.

—Es un placer—dijo Rex con suma cortesía—. Sepa usted, que nuestra intención no era para nada atraer a los zombies hacia aquí, estábamos escapando cuando nos topamos con Sam...

Automáticamente todas las miradas, incluida la del presidente, se posaron sobre la muchacha oji verde.

—Sí, en realidad, ellos me salvaron de un zombie de clase rápida mientras escapaban y yo fui quien los guió hasta aquí. En mi recae la responsabilidad por atraer a todos los zombies— dijo Sam.

Zeta y Rex cruzaron miradas ante la omisión de Sam de no mencionar cuando fue amenazada. Zeta sonrió nervioso.

—Y eso no es todo—dijo la muchacha apenada—. No pude completar la misión de traer esos papeles, Fernanda murió por un error mío, y Noelia esta ahora herida, atrapada con Matías en una oficina del edificio al que fuimos— una fina lágrima se surcó velozmente la mejilla de la muchacha.

—Tranquila Samantha—la tranquilizó el presidente—. Estoy seguro que no fue tu culpa la muerte de Fernanda, y si hubieras podido evitarlo seguramente lo hubieras hecho. Y respecto al resto, formaremos un grupo que vaya en su rescate, tu puedes quedarte si lo deseas. Ya has pasado mucho por un día.

—No, yo quiero ir.

— ¿Estás segura? No es tu obligación.

—Estoy segura, les prometí que regresaría—dijo la muchacha, decidida.

—Perfecto— profirió el presidente, y se giró dirigiéndose a Zeta y Rex—. En cuanto a ustedes, les agradezco que hayan salvado a Sam, y también por ayudar en el conflicto reciente contra esa horda y esos zombies gigantes.

—No hay problema—respondió Zeta, con confianza.

—Pero si quieren pertenecer a la nación Escarlata, van a tener que cumplir una misión, y dado que se llevan bien con Sam, la acompañaran a rescatar a sus compañeros.

— ¿Qué? ¿Los va a aceptar, después de que casi nos matan a todos? —preguntó Franco, indignado.

—Según el testimonio de Samantha, ellos no tuvieron la culpa. Y le creo. Pero ya ven, para ganarse mi confianza necesito hechos que yo mismo pueda corroborar. ¿Está claro?

—Sí, y por mí no hay problema—aceptó Rex.

—Perfecto... Sam ¿Quisieras agregar a alguien más al grupo? Te dejo la opción debido a que conoces la gravedad de las circunstancias.

—Sí—respondió la oji verde—. Me gustaría agregar a Franco y a Anna para esta misión.

—No hay problema—aceptó el presidente—. ¿Y tú? Chico sin nombre, ¿Qué dices?

Zeta observó a todos los presentes en una vistazo panorámico, luego dejo la mirada clavada en Franco; ese tipo no le daba buenas vibras, pero debía de hacer equipo con él para ganar la confianza de todos. Desvió la mirada, ahora al presidente y contestó firme y seguro, acompañado de una sonrisa confiada.

—Por mí no hay problema, salvemos a sus amiguitos.

—Perfecto. Sam, Franco; preparen sus cosas, y denle armas a ambos— ordenó el presidente, y luego se dirigió a Zeta y a Rex—. Y ustedes dos... considérense momentaneamente bienvenidos a la nación Escarlata.

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