13. No Eres Un Héroe (VII)
Él era Zeta, el señor de los zombis, y no vaciló al arrojarse nuevamente a las rejas. Las luces volvieron a centellar y los focos explotaron, las rejas dejaron de dar electricidad y el cuerpo de Zeta cayó al suelo. Samantha fue en su ayuda pero un disparo de Emilio la alejó del joven.
- ¡Sí que eres masoquista, niño estúpido! Y tú quédate donde estas, preciosa. Parece que tendré que amordazarlos -dijo el sujeto, abriendo las puertas de las rejas-. Mantén tus manos arriba, Sam-. Emilio pateo el adolorido cuerpo de Zeta, que aún se encontraba inmóvil en el suelo-. Parece que tú ni siquiera necesitas ser atado-. Emilio apuntó con su fusil a la muchacha-. Ponte de espaldas y arrodíllate.
-Tú arrodíllate, enfermo -dijo una voz, tras Emilio.
Lo siguiente que el hombre sintió en ese momento fue un gran pinchazo de dolor en su pantorrilla derecha, lo que provocó que se agachara, para extraer un cuchillo clavado en su pierna. Luego, detrás suyo saltó una persona, no aparentaba ser muy pesada para su cuerpo, porque pudo volver a colocarse de pie fácilmente. Pero en ese segundo, un brazo bordeó su cuello y una navaja hundió su hoja justo debajo de su mentón. Emilio gimió de dolor, intentó resistirse a su muerte, pero no pudo soportarlo, ya había llegado. El hombre cayó en un golpe seco al suelo.
Samantha se encontraba completamente impresionada. No por el hecho de que Emilio hubiese muerto, sino por el hecho de que su asesino había sido nada más y nada menos, que un niño.
El niño se quitó su capucha azul dejando a la vista su rostro. Aparentaba unos diez años de edad, con unos brillantes ojos celestes y de un cabello castaño enrulado y alborotado. El chico desenfundó un arma y apuntó directamente a Zeta.
-Hasta que por fin te encuentro, maldito hijo de puta. No te vas a escapar esta vez -La voz del niño sonaba segura, como si hubiera esperado por este momento toda su vida-.
Zeta apenas podía moverse, su cuerpo todavía acarreaba las consecuencias de los golpes eléctricos, pero pudo reconocer al chico al primer contacto visual.
-Esteban...-Musitó Zeta, esbozando una sonrisa-. Estás vivo.
-Pero tú no lo estarás ¡Maldito! -Expresó Esteban, en un ataque de ira-. ¡Mataste a mis padres, a Leo y a Érica! ¡Jamás te lo perdonaré!
Zeta aclaró su garganta.
-No...-El joven se vio obligado a toser-. Yo no los maté.
- ¡Mientes! -Esteban se encontraba fuera de sus cabales. Su rabia acumulada era inmensa y toda se dirigía hacia Zeta-. Te los llevaste, los mataste a todos y después te marchaste solo.
-Yo...te busque por todos lados -dijo Zeta, intentando sentarse-. Fui a ese hospital durante días, te busque en los alrededores y en toda esta ciudad. No sabía que estabas aquí o hubiera venido a hablarte.
- ¿A hablarme de qué? ¿De cómo nos abandonaste en ese hospital infestado de monstruos? ¿De cómo usaste a mi familia para sobrevivir?
-Eso no fue así, Esteban...-Zeta ya había logrado mantenerse sentado en una posición firme. Pero su mirada buscó el suelo al hablar de Marcos-. Tu padre... Murió para que yo pudiera vivir, él ya no podía seguir y le prometí que te protegería-. El joven alzó su vista. Esteban se sorprendió, nunca se esperó ver al asesino de sus padres llorando frente a él-. Pero no pude hacerlo. No pude protegerte y tampoco pude proteger a tus padres, pero...-El joven se secó sus lágrimas, su voz sonaba entrecortada por su llanto-. Si me das una oportunidad... no solo te protegeré a ti, déjame proteger a mis amigos. Están en grave peligro Esteban, necesito salvarlos.
- ¿Piensas que voy a creerte?
-Es verdad -añadió Sam, dando un paso al frente-. Yo conozco a Zeta, él nunca haría nada malo contra nadie. Cuando volvió de esa misión, lo primero que hizo fue contarme la desgracia que ocurrió en ese hospital y lo muy mal que se había sentido por no poder haber hecho nada.
-Lo lamento mucho, Esteban -se disculpó Zeta, mirándolo a los ojos-. Sé lo mucho que habrás sufrido.
- ¡No lo sabes! ¡No tienes idea de lo que tuve que pasar!
-Si lo sé -el joven, poco a poco iba colocándose de pie-. Yo pasé por situaciones similares, pero lo último que quiero es hacerte daño, y jamás quise que tus padres murieran. Yo le hice una promesa a Marcos, y si tú me lo permites, voy a cumplirla.
Esteban observó a Zeta con confusión. Sus palabras sonaban sinceras y su mirada transmitía confianza. Pero el hecho de que sus padres habían muerto aún le dolía en el alma. Su mente no sabía si era correcto confiar en ese muchacho o no, pero sus opciones eran escasas, su grupo había sido aniquilado sin compasión y solo quedaba él para sobrevivir por su cuenta. Esteban comenzó a bajar su arma, inseguro.
-Tu padre te amaba. Él quería que te transformaras en un hombre e hicieras lo correcto, y ahora tienes la oportunidad para hacerlo. Acompáñame y ayúdanos a salvar a la Nación Escarlata.
Esteban meditó su respuesta. Su mente se encontraba en conflicto, su propósito en la vida luego de la muerte de sus padres era asesinar a quien los había matado. Pero al encontrarse con la realidad y descubrir que esa persona no resultaba tan mala, que incluso parecía alguien bondadoso y confiable, provocó en Esteban una amarga sensación en su pecho. Su corazón deseaba venganza, pero ahora se daba cuenta que estaba mal canalizada. No debía vengarse de Zeta, él no había tenido la culpa, su venganza debía ser hacia los monstruos. Esos detestables seres que llegaron al mundo para provocar caos y miedo. Esteban sentía gran rabia hacia ellos, los quería muertos a todos. Pero también necesitaba un grupo en el cual sobrevivir, para así algún día presenciar la muerte del último de los zombis con sus propios ojos.
-Bien. Lo haré -decidió el niño.
-Haces lo correcto, Esteban -dijo Sam, posando su mano en el hombro del niño-. Te lo agradecemos.
-No te defraudaré -dijo Zeta, con seguridad y temple-.
-Entonces, movámonos rápido -comentó Sam-. Abigail ya se nos adelantó mucho.
Zeta se dirigió al cuerpo sin vida de Emilio y tomó sus armas y las de Sam.
-No tenemos que dejar que Abigail infecte a nadie, o todo se terminará muy rápido.
Samantha sacó de una bolsa de cuero que llevaba, un mapa de la región, donde se mostraban los vehículos escondidos por la ciudad. Comenzó a revisar los distintos sectores donde podría hallar un transporte cercano.
-Tenemos suerte, hay una camioneta a unas cinco calles de aquí. Si nos apresuramos podremos llegar a tiempo -comentó la muchacha.
- ¿Camioneta? -inquirió Esteban, rebuscando algo entre sus bolsillos, donde extrajo una pequeña llave dorada, que mostró a ambos - ¿No prefieren ir en un Ferrari?
Sam y Zeta cruzaron miradas de sorpresa.
- ¡Eres genial! -Exclamó Zeta, con felicidad-. Llegaremos en un parpadeo.
-Eres el mejor, Esteban -Lo alagó Sam-.
-Lo sé, gracias -dijo, dándole las llaves a Zeta-. Por cierto, ¿ustedes son novios o algo así?
Ambos alzaron sus cejas y cruzaron sus miradas con un atisbo de vergüenza.
- ¿Por qué lo preguntas? -cuestionó Zeta.
-Hacen buena pareja, ustedes dos -respondió Esteban, saliendo de la habitación para dirigirse al ascensor.
Zeta sonrió ante la ocurrencia de Esteban. Luego, observó a Sam.
-Sabes, hablando de ser pareja... ¿No me debías un beso?
- Te lo daré si salimos vivos de esta-dijo Sam, divertida mientras salía de la habitación tras Esteban.
Zeta suspiró en una sonrisa y comenzó a trotar lentamente hacia la salida. Los dolores de su cuerpo aún estaban presentes.
- ¡Espérenme!
*****
Tenía mucho frio. Al caer la noche, las viejas celdas se volvían un congelador, pero él ya estaba acostumbrado a vivir así. Ya había perdido la cuenta de los días que había pasado en esa fosa, encerrado como una rata. Cada día la comida venía más escasa a su celda, quizás era porque alguien se la comía antes de entregársela. Su cuerpo había adelgazado bastante, podía sentirlo al ver los huesos de sus costillas entre su piel. Juan, en toda su vida como mecánico, nunca imaginó que terminaría en un lugar así.
Un portazo se escuchó a lo lejos de su celda. No se molestó en moverse de su desgastada litera, pero si alertó sus sentidos, después de todo, el horario de comida ya había pasado hace un par de horas. Quizás finalmente habían escuchados sus reclamos y alguien venía a reparar el pequeño y podrido retrete de madera, que se inundaba cada día que lo usaba.
Juan escuchó el sonido de unos pasos acelerados aproximándose y deteniéndose justo frente a su celda. Sus cejas se arquearon al ver a una hermosa chica detrás de las rejas.
- ¿Tu vienes a reparar el retrete?
- ¿Tu eres juan verdad? Calavera me habló sobre ti, tiene planes muy importantes contigo -dijo la muchacha de cabellos castaños y rubios, mientras abría la celda con una llave-. Vamos, es hora de irnos.
Juan no creía lo que sus ojos veían. Se alzó raudo de su litera y se aceró a la puerta.
- ¿En serio? ¿Estás con Calavera? ¿Me sacarás de aquí? -preguntó Juan con voz temblorosa.
-La puerta está abierta, vámonos -dijo la muchacha, amagando para irse-. Oh, si... se me olvidaba, Calavera me dijo que te diera esto -dijo la joven, mostrándole su collar.
- ¿Qué es eso? ¿Se lo tengo que dar a alguien? -preguntó Juan confundido, acercándose a ella.
Abigail, quitó una diminuta tapa del collar la cual lo transformó en una diminuta jeringuilla. Luego observó a Juan con desprecio.
-Si, a ti -La muchacha clavó la jeringa en el cuello de Juan, e inyectó el líquido en su cuerpo.
Juan se arrojó al suelo violentamente. Lo que sea que le habían dado, estaba recorriendo cada parte de su interior quemándole como lava. El dolor que su cuerpo experimentaba era insoportable. Sentía como su cabeza estallaría en cualquier momento. Quería parar el dolor, gritó, gimió y se retorció por todo el suelo.
-Espero que Patricia tenga razón -dijo la joven, mientras se alejaba del lugar rápidamente.
Juan siguió padeciendo su agonía durante unos segundos que se hicieron eternos. Sus manos ya no tenían control alguno, se disparaban hacia todos lados, rasgaban todo a su alcance, sus uñas se cortaban haciéndose sangrar la yema de sus dedos. Su boca comenzó a dolerle por dentro, como si un camión pasara una y otra vez por encima de su cara. Escupió un diente, luego otro más. Su boca era completamente roja ahora. Ya no aguantaba el sufrimiento, tenía que hacerlo el mismo. Con sus manos, comenzó a quitarse cada uno de sus dientes. Golpeando su cara contra el concreto, para facilitar el trabajo. Luego de una ardua tarea como dentista casero. Sentía como si espinas salieran de su boca.
Nuevamente volvió a gritar. Ya no tenía conciencia si estaba muerto o vivo, solo sentía dolor y agonía. Su visión empezaba a fallar. Veía como unas manchas negras comenzaban a obstruir su visión gradualmente, hasta ya no ver más que penumbras. Pero había algo bueno en todo esto, su dolor comenzó cesar, su cuerpo se debilitó y se desparramó en el suelo. Finalmente había muerto.
Y en ese momento, Juan abrió sus oscuros ojos, y mostró sus cuatro aterradores colmillos en un gruñido enfurecido.
*****
Zeta ingresó a la nación luego de abandonar el Ferrari. Junto con Sam y Esteban, caminaban bajo los reflectores de luz que iluminaban el patio de la Nación Escarlata, con rumbo directo al despacho del presidente. Tenían que avisar con urgencia lo que habían descubierto sobre Abigail, pero en ese momento, algo se cruzó en sus caminos, algo que hizo que Zeta desviara su trayecto y corriera directamente hacia él.
Franco volteó, pero ya era demasiado tarde, Zeta había comenzado la plática con un fuerte golpe que dio en medio de su cara.
- ¡Tú eres el infiltrado, hijo de perra! -bramó Zeta, furioso. Asestando otro golpe más y tumbando a Franco, quien no opuso ningún tipo de resistencia.
Rex tuvo que alejar a su compañero por la fuerza, para que no siguiera matando a Franco.
- ¿Qué mierda te pasa? -Franco se alzó como un relámpago, y atravesó a Zeta con una mirada fría-. ¿Crees que yo soy el infiltrado?
-No lo creo -respondió Zeta, aun forcejeando para escurrirse de Rex-. Sé que lo eres.
-Suéltalo, Rex. Le romperé la cara -dijo Franco, arrojando su equipo al suelo para alivianar su peso.
- ¡Zeta tranquilízate! Franco no es el infiltrado -acotó Rex, empujando a su amigo para alejarlo definitivamente-. ¡No es él! Ya sabemos quién es la infiltrada...
-Abigail.
-Patricia.
Rex y Zeta arquearon sus cejas, luego de nombrarlas al unísono.
- ¿Cómo que Patricia? -preguntó Samantha.
-El asedio a la torre fue un desastre, todos murieron... Incluso Jin -comentó Rex, con disgusto.
Sam se tapó la boca involuntariamente, sus verdes ojos denotaban una fuerte angustia.
-Mierda...-musitó Zeta, digiriendo la amarga noticia-.
-Nosotros tres apenas pudimos sobrevivir. Pero antes de marcharnos pudimos escuchar a Calavera mencionar que la infiltrada era la asistente del presidente -explicó Rex-. No hay otra, que no sea Patricia.
-Y parece que ustedes saben algo más sobre la chica nueva -intuyó Franco, limpiando un poco de sangre de su labio-.
-Abigaíl nos traicionó -comenzó a decir Sam, aún contrariada por las muertes de sus compañeros-. Ella y Emilio nos encerraron, pero gracias a él, pudimos escapar -Sam señaló a un niño a su lado.
- ¿Cómo te llamas, chico? -Preguntó Rex-.
-Esteban -respondió el niño.
- ¿Ese Esteban? -preguntó el joven mecánico con sorpresa a su compañero. Zeta asintió-. Dios, él me habló mucho sobre ti... Siento lo de tus padres, pero, ¡qué alegría que estés vivo!
Esteban observó a Rex sorprendido y luego a Zeta. No pensaba que en verdad a alguien le importaba su vida, mucho menos la persona que creía que había matado a sus padres.
-Gracias.
En ese mismo momento, las luces de toda la nación se apagaron, sucumbiéndola en una obscuridad total.
- ¿Qué mierda está pasando? -Inquirió Franco, encendiendo su linterna-.
-Sam, no tenemos tiempo -advirtió Zeta-.
-Tienes razón. Chicos, ¿alguno ha visto a Abigail? Tenemos que impedir que comience un desastre y por como veo, no falta mucho para eso.
-No, llegamos hace muy poco -respondió Rex-.
-Entiendo, la buscaré fuera por las habitaciones -dijo Sam, alejándose del grupo.
-Usa esto -dijo Rex, ofreciéndole una linterna-.
-Yo iré por el presidente y mataré a la perra de Patricia -dijo Franco con severidad. Pero justo en ese momento, un escalofriante grito de miedo se escuchó cercano a ellos.
Una mujer y dos hombres se encontraban próximos al sector del comedor. Todos se retorcían en el suelo de forma estrambótica, gimiendo y gritando. Una sombra se vio alejarse fugazmente del lugar, para alcanzar a un centinela. Las miradas de Zeta, Franco y Rex, volvieron a dirigirse hacia las tres personas que estaban retorciéndose. Sus semblantes cambiaron drásticamente al ver que ya no estaban en el suelo.
Más alejado del lugar, una serie de gritos y disparos comenzó a resonar. Un cortador asesinaba a diestra y siniestra a un grupo de centinelas; un nocturno se encargaba de morder y trasformar a más gente y un zombi Parca se paseaba en cuatro patas por el patio a toda velocidad, buscando una presa para devorar.
- ¡Mierda! -Exclamó Zeta-. Empuñando su arma.
-Si crees que eso es malo...mira allá -señaló Rex, hacia el centinela que había sido mordido.
Un enorme zombi de tres metros aterrorizaba a todos, golpeando y destruyendo lo que tuviera a su alcance. Los muchachos prepararon sus armas y su equipo. Rex se alejó para intervenir entre el zombi Parca y la cocinera de la nación, dejando a Franco y Zeta solos.
-Escucha...-comenzó a decir Franco, pero Zeta no lo dejó continuar-.
-Lo sé, no me fui -dijo-. Pero no me importa. Si vas a contar mi secreto y lo que leíste en el diario, puedes hacerlo -Los ojos café del muchacho transmitían seguridad y convicción-. No me importará. Yo empecé con esto y yo voy a terminarlo.
Franco guardó silencio, mientras observaba a Zeta, sus palabras eran certeras y él supo verlo.
-Lo entiendo, Zorro -dijo Franco, con voz pasiva. Una voz que jamás había usado cuando hablaba con él-. Es verdad que todo fue iniciado por tu culpa. Pero cuando escuché hablar a Jin, antes de que Calavera lo matara, me di cuenta que todos en la Nación Escarlata decidieron cargar con ese peso de todas formas. Rex, Anna, Sam, inclusive el presidente lo dijo: No entregaremos a nadie de la nación.
-El presidente te ordenó leer mi diario.
-A pesar de eso, él no me dijo que te echara, lo hice por mi cuenta -admitió Franco-. Tienes que aceptar que la curiosidad le ganó, solo quería saber el porqué de todo esto. Pero creo que ahora veo todo con más claridad. Tú puedes sernos útil.
Zeta no pudo evitar sonreír.
-No entiendo cómo puedo ser útil, pero ayudaré en todo lo que pueda.
Franco le tendió la mano y le ofreció una sonrisa amistosa.
-Acabemos entonces con estos asquerosos bichos.
Zeta estrechó fuertemente la mano de su nuevo compañero y le devolvió la sonrisa.
-Pero...-continuó Franco-. Si vuelves a golpearme, te mato.
-Me lo debías por las dos veces que me noqueaste por la espalda.
-Bien -aceptó Franco, marchándose-. El señor de los zombis se encargará del grandote. Tú y yo, nos iremos por aquí, niño -dijo dirigiéndose hacia Esteban-.
Esteban esperó dubitativo a la autorización de Zeta para seguir a Franco.
-Está bien. Ve con él, te mantendrá a salvo -aceptó el joven. Luego, encendió su linterna y apuntó con su Beretta modificada a la nuca del titán-. Vamos a matar a estos hijos de...
*****
- ¿Es en serio? ¿Ambos? ¿Y están vivos?
-Por supuesto que están vivos, ¿por quién me tomas?
-Me cuesta creerlo.
-Soy buena en lo que hago. Solo falta que tú termines tú trabajo y nos marchamos de aquí -dijo Abigail, con brillo en sus ojos-. Y dile adiós a esta vida de mercenarias y hola a una nueva y cómoda vida como reinas.
-Está bien. Es perfecto, todo está saliendo mejor de lo previsto -celebró Patricia, mientras se dirigía al escritorio de Máximo-. Tú todavía tienes que infectar a alguien de la nación y creo saber por quién empezar.
- ¿Por qué no lo hago con alguien que esté despistado? - Preguntó Abigail, recostada sobe el marco de la puerta-.
-No. Tiene que ser a una persona aislada, si algún centinela ve la transformación le disparará y nuestro plan se arruinará -comentó Patricia, mientras extraía de una cajonera, un manojo de llaves-. Toma, esta es de la celda de Juan.
- ¿Quién es Juan?
-Es un prisionero. El único que tenemos -explicó Patricia, observando su reloj-. Estará solo así que se te será fácil. Ahora apresúrate, Máximo no tardará en volver aquí y no puede verte.
- ¿En qué crees que se transformará? -preguntó Abigail, mientras abría la puerta y observaba hacia los lados por si alguien se encontraba cerca.
-Será un nocturno.
Abigail enarcó una ceja, sorprendida.
- ¿Cómo estás tan segura?
-Tengo informantes, gente importante que sabe mucho de virología. Créeme, será un nocturno, por eso tiene que ser él -dijo Patricia, segura de sus palabras-. Cuando logres infectarlo, sal de ahí inmediatamente y reúnete conmigo. Yo me encargaré de trasladarlo hasta el patio principal.
-Está bien, pareces tener todo bajo control.
-Soy mucho más antigua que tú en La Guarnición -subrayó Patricia-. Sé lo que hago. Vete ahora, Abigail.
Abigail, decidió marcharse pero antes de hacerlo se volteó y dijo sus últimas palabras a Patricia:
-Tienes cinco minutos para matar a Máximo.
Patricia cerró la puerta del despacho de Máximo y se dirigió hasta su escritorio. La computadora portátil de Máximo estaba sobre el escritorio, en él, se hallaba el pendrive que había obtenido de Zeta. Patricia lo desenchufo y se lo guardó. Luego, comenzó a revisar otro sector, bajo el escritorio. Sabía que el presidente siempre guardaba su arma debajo de la cajonera izquierda, si tenía que matarlo y deshacerse de él, debía hacerlo ahora. La mujer rebuscó minuciosamente el arma, pero nunca llegó a encontrarla.
- ¿Dónde está? -preguntó irritada, para sí misma.
- ¿Buscabas algo?
Patricia se alzó rápidamente y fingió su mejor sonrisa al ver a Máximo en la puerta.
- ¡Señor presidente! No lo había visto.
-Patricia -comentó Máximo, mientras se acercaba bordeando la habitación por el lado derecho-. ¿Estabas revisando mis cosas?
-No, para nada señor. Solo ordenaba su escritorio -alejándose del camino de Máximo-.
-Creo haber escuchado que buscabas algo -comentó Máximo, mientras se acercaba a su escritorio para cerciorar que todo estuviera en su lugar-.
-Solo una pinza de cabello que se me ha caído en algún lugar, ya sabe, son tan pequeñas que parecen invisibles.
-Suenas nerviosa -declaró Máximo, tras su escritorio, clavando una mirada a su asistente.
-Para nada señor presidente, me asusté un poco al no escucharlo entrar, eso es todo -mintió la mujer. Tenía que cambiar el tema de forma audaz-. ¿Sabe algo de la misión en la torre?
-Nada, de momento-contestó Máximo, tomando asiento de forma relajada y dejando su arma sobre su escritorio-. Los muchachos no volvieron. Tampoco sé nada de Zeta y su grupo-. Máximo torció el labio, confundido-. Patricia, ¿Dónde está el pendrive?
- ¿Qué pendrive? -inquirió, haciéndose la desentendida y acercándose al escritorio. Con la mirada clavada en el arma-.
-El pendrive de Zeta -comentó Máximo, buscándolo entre unos papeles-. Estaba justo aquí.
Patricia vio clara su oportunidad. Era ahora o nunca.
-La mujer se agachó, simulando buscar debajo del escritorio y arrojó disimuladamente el pendrive, justo detrás del asiento de Máximo-. Ya lo vi, está ahí justo detrás de usted.
Máximo giró su asiento y se le dibujó una sonrisa de satisfacción al encontrar lo que buscaba. Odiaba perder las cosas. El hombre se inclinó para tomar el pendrive, pero algo le impidió volver a alzar la cabeza. El frio del acero tocando su nuca lo alertó de lleno.
-Démelo -ordenó Patricia con brusquedad. Su farsa había acabado. Se sentía bien ser ella misma, otra vez-. El pendrive, ahora, y más le vale no intentar nada.
Máximo prefirió no hablar y obedecer a su asistente, o ex asistente, viendo las circunstancias. La mujer tomó el artefacto y retrocedió, su mirada no se despegaba de Máximo y su arma, no dejaba de apuntarlo en ningún momento.
-No es personal.
-Por supuesto que no -dijo Máximo con temple, pero con una pisca de rencor en sus palabras-. Solo quiero saber ¿Por qué?
-No lo entenderías.
-Pruébame.
-Lo siento, Máximo.
- ¿Cómo mentiste en el detector?
Patricia negó con su cabeza.
-Yo no soy de la Nación Oscura. Soy una mercenaria, trabajo por recursos.
Máximo hervía de rabia. No sabía cuál versión prefería menos, la Patricia de la Nación Oscura, o la mercenaria. Solo sabía que en este momento odiaba ambas.
-Yo elegí mi bando -añadió la mujer.
- ¡Eso está claro! -El presidente había alzado demasiado la voz, intentó no volver a cometer el mismo error otra vez, siendo que no era él quien tenía el arma-. Solo me interesa saber el motivo de tu elección.
Patricia observó su reloj con preocupación. Apenas le quedaba un poco de tiempo hasta encontrarse con Abigaíl otra vez. Tenía que actuar rápido.
-Tienes que saberlo, Max. Una vez entras en la mira de Alexander, solo tienes que esperar morir. Esos sujetos no son poca cosa. Son peligrosos.
El presidente asintió, su semblante denotaba ofensa, esas palabras lo subestimaban y odiaba eso. Se colocó lentamente de pie.
- ¿Por qué esperar hasta ahora? Podrías haber tomado el pendrive y haberte marchado hace mucho.
-Porque tiene que ser ahora -fue lo único que respondió-.
- ¿Desde cuando trabajas para él? -Siguió cuestionando-. ¿Antes o después de acostarte conmigo?
-Máximo, no te acerques, te lo ruego-. Imploró Patricia, alejándose-.
- ¿No responderás?
- ¿En serio quieres saberlo?
-Sí.
Patricia suspiró, agotada.
-Supongo que no hará nada que te lo diga -comenzó-. El día que Zeta decidió ir al hospital fui contratada.
- ¿Por Alexander?
-No en persona, claro. Fue un mensajero, solo estuvo un día en la nación y se marchó -explicó la mujer, volviendo a chequear su reloj-. Desde ese día tuve que tomar mi decisión. Yo ayudé a Calavera con las localizaciones de los aliados. Informaba constantemente sobre los movimientos que hacíamos. Ellos saben todo, Máx. Incluso la localización de la sede central.
- ¡Porque tú se los dijiste!
- ¡No tenía opción! Ellos son más fuertes, Max, tienes que entenderlo. Tarde o temprano, esto iba a pasar.
-Veo que depositas mucha confianza en ellos.
-No tienes una idea de lo que son capaces.
- ¡Tú tampoco! -Máximo, se apresuró a tomar un cuadro que había en la pared y se lo arrojó a Patricia. Luego, aprovechó el momento de confusión de la mujer para abalanzarse sobre ella.
El cuerpo de Máximo embistió al de la mujer, arrojándola de forma brusca al suelo. En ese segundo, comenzó un intenso forcejeo por la posesión del arma. Máximo intentaba arrebatársela, pero Patricia no iba a dejársela fácil. La mujer ejerció fuerza en su mano, quizás más de la que quería. Un disparo repentino se escuchó resonar en la habitación. Fue entonces cuando Máximo se detuvo. Ya no intentaba arrebatar el arma. Su mirada se encontraba fijada en Patricia.
El corazón de la mujer palpitaba con fuerza. Fue la única certeza que tenía que la bala no había atravesado su cuerpo, pero si el de Máximo. El hombre derramó una gota de lágrima sobre el rostro de la mujer antes de derrumbarse en el suelo. Patricia se apresuró para quitarse el cadáver de encima. No quería cargar con su sangre en toda su ropa. Máximo comenzó a toser de dolor, su cuerpo derramaba grandes cantidades de sangre. Patricia, apartó la mirada angustiada y no lo pensó demasiado en abandonar la escena del crimen lo más rápido posible. Antes de salir le dedicó una última mirada a su ex jefe y amante.
-Perdóname -susurró Patricia, cerrando la puerta.
- ¡Te tardaste, mujer! ¿Qué demonios hacías? -preguntó Abigail, esperando fuera del despacho. Luego, la joven observó hacia su retaguardia, en dirección a las cárceles-. Ese sujeto saldrá en cualquier momento, tenemos que apresurarnos.
Patricia no contestó, la situación de hace unos segundos aún la tenía shockeada. Quizás después de todo si había cultivado alguna clase de sentimientos por el sujeto que acababa de asesinar.
- ¿Me estás escuchando? -insistió Abigail, interrumpiendo el hilo de pensamientos de la mujer.
-Sí, lo hago. Solo dame un momento -dijo Patricia sacudiendo su cabeza, mientras se dirigía hacia la parte trasera del despacho-. Yo me hago cargo de Juan, tú intenta distraerlo.
- ¿Qué haces? ¿A dónde vas? -inquirió Abigaíl, preocupada. Pero su preocupación se transformó rápidamente en miedo, cuando escuchó un fuerte bramido tras ella.
Al voltear lo vio: Tenebrosos ojos oscuros apuntándola; peligrosos colmillos pronunciados y sangre por toda su cara. Al parecer la predicción de Patricia había sido certera, Juan ahora era un nocturno. Pero eso no era bueno en este momento, pues el monstruo ya la había localizado y se acercaba prudencialmente hacia ella.
Abi tenía su arma, podría usarla para salvarse, pero no era ese el plan que tenía en mente. Juan debía convertir a más gente en zombis, para que toda la nación se derrumbase por dentro. Matarlo ahora, no era opcional. Pero tampoco tenía idea de cómo retenerlo. Patricia la había dejado sola, sin forma alguna de combatir a esa bestia sin asesinarla.
Lastimosamente para Abigail, el momento de pensar había acabado. El monstruo comenzó una carrera violenta hacia ella. No tardó más de unos segundos en alcanzarla, Abi no ofreció resistencia y cayó al suelo junto con la bestia.
El monstruo abrió su mandíbula, disponiéndose a clavar sus afilados colmillos en la piel de la muchacha. Abigail ya había preparado su arma, no iba a morir tan fácilmente, pero decidió esperar hasta el último segundo. El monstruo en cambio ya había esperado suficiente, acercó su boca peligrosamente hacia la muchacha, y fue en ese momento, cuando todo se volvió blanco.
El monstruo se irritó. Una potente luz cegadora le daba de lleno en su rostro, lastimando gravemente sus ojos. El nocturno tuvo que apartarse de Abigail, no soportaba tanta claridad en su visión. Tenía que escapar hacia un lugar más sombrío. Retrocedió y se dirigió lo más rápido que pudo hasta una puerta en arco que conectaba a un pasillo estrecho. Al llegar al otro lado, sus ojos pudieron descansar. Ya no había luces y su visión volvía a ser la de siempre: Obscuridad intensa, pero, algo estaba mal. Algo seguía irritándolo. Había siluetas yendo y viniendo, manando una cálida luz naranja que bombeaba constantemente desde el centro de sus pechos. Ese latido insoportable que desprendían esas siluetas lo fastidiaba, tenía que deshacerse de él. Tenía que acabar con todos.
Irritado, el zombi nocturno se dirigió a toda velocidad hacia el cuerpo de un hombre, sintió fructífero morder su brazo, los latidos de esa silueta molesta ya se estaban apagando, hasta quedar en completa obscuridad. Tal como le gustaba. Su trabajo estaba hecho, no debía hacer más. Pero en ese momento, una mujer bramó un grito aturdidor que lo sorprendió. Aunque no demoró demasiado tiempo en hacerla callar y seguir con alguien más.
- ¡Levántate! Tenemos que irnos ahora -ordenó Patricia, alzando del brazo a su camarada-. Nos escabulliremos por la salida trasera, en donde guardan todos los vehículos -explicaba Patricia, mientras guiaba a Abigail a un tinglado, en la parte trasera de la nación.
- ¿Cómo lograste que se marchara? -preguntó la joven, aún con su corazón en la garganta.
-Corte las luces de toda la nación y encendí los reflectores del despacho de Máximo, los nocturnos solo se mueven por la obscuridad, así que Juan tiene vía libre para ir donde quiera sin molestarnos -explicaba la mujer, mientras ejercía fuerza para intentar abrir el portón del tinglado-. Ayúdame aquí, ¿quieres?
-Eres buena -la felicitó Abigail, mientras entre ambas, deslizaban la puerta hacia un lado-.
-Bien -dijo Patricia, adentrándose en el tinglado. Una vez ahí, viro a su izquierda en dirección a un pequeño galpón de chapa roja-. ¿Tienes la sintonía de la Nación Oscura?
-Ciento cinco, punto, cinco -recitó la joven, de memoria-.
-Perfecto -dijo Patricia, mientras le daba una radio que había extraído con anterioridad del galpón-. Llama a Calavera, informa de nuestro estado. Yo mientras tanto, haré otra cosa.
*****
Samantha había recorrido cada esquina de las habitaciones sin resultado alguno. La poca iluminación que se apreciaba en la nación era de las linternas que solo unos pocos agraciados podían darse el lujo de portar, mientras que el resto luchaba por sus vidas en una sanguinaria batalla sin precedentes contra un ejército de zombis, que aumentaba cada segundo que pasaba.
La joven oji verde se encontraba en el segundo piso, en el pabellón de las habitaciones. Al no poder encontrar por cuenta propia a su objetivo, no resolvió una mejor manera de hacerlo que intentar preguntar a las pocas personas que se le cruzaban. La joven se acercó hasta una mujer mayor, de cabello castaños enrulado y un poco pasado de peso, pero con una potente Magnum aferrada a cada una de sus manos.
- ¿No has visto a Abigail? -preguntó Sam, siguiendo a la mujer, quien disparaba a diestra y siniestra hacia cualquier dirección.
- ¡Solo veo monstruos muchacha! Y si no tuviera mis anteojos puestos probablemente te habría confundido con uno, así que no estorbes.
Samantha hizo caso. Luego, se dirigió hasta un apresurado hombre que pasaba a toda velocidad por las habitaciones, con un fusil en el brazo, y una niña ensangrentada en el otro.
- ¡Disculpe, señor...! -pero el hombre ni siquiera le prestó atención, continuó su recorrido rumbo a las escaleras.
Samantha lo siguió por inercia, intentando encontrar más gente a quien preguntar de camino. Pero en ese instante, un monstruo cortador apareció en medio de las escaleras. El hombre que transportaba a la niña no tuvo oportunidad de defenderse, pero arrojo a la pequeña junto con Sam para salvarla. El cortador hizo honor a su apodo y clavó sus zarpas en el torso del sujeto. La niña gritó desconsoladamente al son del padre.
Samantha tomó uno de sus cuchillos de la correa que llevaba adherida a su pecho y se acercó por detrás de la bestia, ensartándoselo con precisión en su cabeza. La niña comenzó un llanto a los pies de su fallecido padre. Samantha se compadeció de la pobre, pero debía llevarla a un lugar seguro cuanto antes, y por cómo iban las cosas, no veía lugar alguno dentro de la nación al cual pudiese denominar como seguro.
La muchacha de ojos verdes se acercó a la niña y la tomo del brazo, la chica ofreció una pequeña resistencia a no querer marcharse sin su padre, pero finalmente cedió.
Ambas continuaron bajando las escaleras hasta llegar al sector principal. El caos en la nación era estrepitoso; las personas corrían de un lado a otro, gritando. Algunas de miedo, y algunas por el estrés del enfrentamiento. La sangre y los disparos predominaban en el ambiente, el miedo era visible en los rostros de las personas y las ansias de matar en los rostros de los muertos. Samantha no tenía idea de que hacer o a donde dirigirse, todo el lugar parecía el escenario de una auténtica guerra, nadie estaba seguro en ninguna parte.
- ¡Sam! -Esa voz la alivió, sabía que podía contar con su ayuda siempre que estuviera en aprietos, y ahora lo necesitaba más que nunca-.
- ¡Franco!
- ¿Encontraste a Abigail, al presidente o a Patricia? -Franco escoltaba a Esteban y a unas cuantas personas más, detrás de él-.
-No tuve suerte.
- ¿Probaste en su despacho?
-Me dirigía hacia allá, pero me topé con ella -señaló Sam, a la niña-. Tengo que refugiarla en algún lugar, pero todo parece un caos-.
-Déjamela. Yo la llevaré a la enfermería, estamos refugiando a todos ahí, Esteban ayuda bastante -Lo felicitó-.
-Ven -dijo Esteban, tomando la mano de la niña y luego se dirigió hasta los demás-. Todos síganme, iremos a la enfermería.
-El chico se manda por si solo -comentó Franco, mientras los seguía con la mirada-. Ni bien me desocupe de este caos, estaré contigo Sam. Pero primero, creo que el zorro necesita una mano con ese grandote.
La oji verde asintió.
-Ayúdalo. Iré con Max.
-Ten mucho cuidado.
-Tú igual -Se despidió la oji verde y se dirigió a la puerta en arco-.
El pasillo la llevó al segundo patio. Donde se encontraba, en su izquierda, el despacho de Máximo, y a su derecha, el sector de celdas. Unos cuantos metros más al fondo estaba el tinglado, que daba lugar al estacionamiento donde ubicaban a todos los vehículos, y a la puerta trasera, segunda salida de la Nación Escarlata.
Los sonidos de balazos y explosiones aún retumbaban a lo lejos, en el patio que había dejado atrás. A su mente le costaba procesar la idea de que el lugar al cual había llegado a sentir como su hogar, estaba siendo destruido sin piedad por esos horribles seres. Pero su preocupación actual cambió radicalmente cuando entró en la oficina de Máximo.
Los ojos esmeraldas de la chica se cristalizaron al ver el cuerpo de su tío tendido en el suelo, recubierto de un extenso manto de sangre que coloreaba de rojo el alfombrado del despacho.
- ¡Max! -Samantha se acercó como un rayo, dejando caer sus rodillas junto al cuerpo. Lo sujetó de la cabeza, aún respiraba-. ¿Qué te pasó?
Máximo entreabrió sus ojos. Los parpados le pesaban y el dolor de la herida le escocía tremendamente. Pudo lograr con gran esfuerzo llevar su mano su camisa para desprenderla y dejar a la vista su chaleco.
-La bala pego en mi hombro, justo donde el chaleco no llega -comentó Máximo, con dificultad-. ¿Puedes creer mi suerte?
Samantha suspiró aliviada y se permitió sonreír.
-Al menos vivirás, eso es lo único que importa.
Máximo, logró con ayuda la chica, sentarse en una posición recostado sobre el muro.
- ¿Quién te hizo esto?
-Fue Patricia, Sam -contestó bajando la mirada, con un atisbo de impotencia en su expresión-. Se vendió a la Nación Oscura.
Sam enarcó sus cejas, en una mueca de disgusto.
-Entonces Franco tenía razón -balbuceó Sam-. Y entonces no tenemos mucho tiempo. Si Patricia y Abigail escapan, la Nación Oscura nos asediará sin compasión.
-Está bien. Creí escuchar que Patricia se fue en dirección a la playa de estacionamiento -comentó Máximo, tomando su arma e intentando colocarse de pie con torpeza-. Iré contigo y...
- ¡No! Así como estás solo estorbarías -lo cortó Samantha con firmeza-. Irás con Franco, está en la enfermería con los demás.
-Samantha, no voy a dejarte ir sola -insistió-.
-Entonces apresúrate y avisa a los demás -dijo la joven, mientras se dirigía a la salida-.
- ¡Sam! -Máximo alzó su brazo para intentar detenerla pero el dolor en su hombro hizo acto de presencia inmovilizándolo, dándole tiempo a la joven oji verde de abandonar el lugar-. ¡Mierda!
La muchacha escuchó la puerta abrirse mientras se alejaba hacia el playón de estacionamiento. Detuvo la marcha y volvió la mirada hacia su tío.
-Ten cuidado Sam -exclamó Máximo, tomando el camino opuesto-. Enviaré a alguien pronto.
Samantha solo asintió y retomó su marcha. Al llegar el portón ya se encontraba abierto, un mal augurio se hizo sentir en su interior. La joven ingresó cautelosa y aferrada a su pistola. El lugar estaba pobremente iluminado por unos faroles colgantes en forma de copa de baja calidad. Sam no divisó nada raro en las cercanías, pero algo a lo lejos llamaba su atención. Unas voces.
Murmullos constantes y casi inaudibles le daban la certeza de que alguien más estaba en aquel tinglado. Se dirigió rauda en puntas de pies hacia la parte trasera de un vehículo estacionado, con la intención de acercarse lo suficiente para escuchar mejor.
- ¿Terminaste de hacer lo que te pedí? -preguntó Patricia, acercándose a Abigail.
-Sí, está hecho -informó Abi-. ¿Ya podemos irnos de aquí?
-Sí. Nuestro trabajo aquí está terminado -aceptó Patricia, mientras usaba una llave para abrir una pequeña puerta roja de chapa que daba al exterior-. Te abriré el portón trasero desde fuera y sacaremos un vehículo para buscar al muchacho y llevárselo a Calavera.
-Suena bien -dijo Abi, acomodándose su flequillo-. Solo espero que ese tonto de Emilio no haya dejado escapar a esos dos.
- ¡Lamento decepcionarte! -dijo Sam con ímpetu, apuntando su arma hacia Abigail.
Patricia al verla decidió actuar rápido y cruzó la puerta a toda velocidad, dejando a su compañera atrás.
-Estúpida cobarde -comentó Abigail entre dientes, mientras giraba lentamente hacia Sam. Al verla fingió una sonrisa-. ¿Así que estas libre? Estimo que Zeta también lo está... ¿Verdad?
Samantha se acercó unos pasos a la muchacha, pero aun manteniendo una distancia importante.
-Eso no te incumbe -dijo Sam con frialdad-. Quiero que dejes todas tus armas, no quiero tener que asesinarte.
Abigail alzó sus brazos, obedeciendo las peticiones de su contendiente.
-Está bien. Tú ganas, Sam -expresó la joven impostora, con una expresión y tonalidad amistosa-. No haré nada, solo desabrocharé la funda.
- ¡Te estoy vigilando! Más te vale no intentar nada -dijo la oji verde, apuntando con total precisión y un atisbo de nerviosismo.
-Está bien -continuó Abigail, mientras con una mano se quitaba la funda y la depositaba junto a sus pies. Luego volvió a alzar su mano en la posición anterior-. Ya está, puedes relajarte.
-No me digas lo que tengo que...
Pero Sam no llegó a finalizar su frase. Abigail se arrojó al suelo de espaldas al mismo tiempo que Samantha había respondido, distrayéndola por un segundo que fue crucial para que la impostora tomase su arma del suelo y disparara con rapidez.
La bala no llegó a pasar ni cerca de Samantha pero fue suficiente para hacerle perder el control de la situación. La joven se agazapó lo más rápido que pudo junto a una camioneta para protegerse. Abigail se incorporó de manera veloz y volvió a disparar, para asegurarse que Samantha no saliera hasta que pudo encontrar resguardo junto a un vehículo cercano a su posición.
-Sabes que podría haberme marchado ¿verdad? -comentó Abigail, abandonando su tono bondadoso-. Pero creo que voy a disfrutar matándote -dijo disparando nuevamente-.
- ¡Eres una hija de perra! ¡Yo confié en ti! -Expresó Samantha furiosa, disparando dos veces consecutivas-.
- ¡Todos lo hicieron, querida! -Otro disparo que pasó muy cerca de la pierna de la oji verde-. Ese era mi trabajo.
- ¡Debí haberme dado cuenta hace mucho! Zeta tenía razón al desconfiar de ti.
-Y fue gracias a ti que él volvió a confiar en mí, así que te agradezco eso -Abigail volvió a disparar, impactando su bala contra la chapa de la camioneta-. Aunque debo admitir que también tú fuiste una de las razones por las que ese idiota nunca se entregó a mí al completo. Parece que tienes a todos los hombres de la nación a tus pies, ¿Eh Sami?
- ¿De qué hablas?
-Tú: Samantha Da Silva, la chica linda de la nación, la cual conquistó el corazón del intrépido señor de los zombis.
Samantha sacudió la cabeza confundida.
-No sé de qué hablas -la joven oji verde intentó volver a disparar pero sus municiones ya se habían agotado-. Mierda...
Abigail salió de su escondite para quedar totalmente al descubierto.
- ¡Vamos mujer! Sabes de qué hablo. Si tú crees que yo soy una manipuladora, tú no te quedas muy atrás. Tienes al presidente, al líder y al mejor soldado comiendo de tú mano. Eso sí que me revuelve el estómago. Te las das de inocente, pero eres toda una zorra.
Samantha se mordió los labios de rabia. Sabía que todas las palabras que salían de la boca de esa mujer eran con la sola intención de hacerla enfurecer lo bastante como para salir de su resguardo. Pero no era tan tonta, no pensaba hacerlo siendo que ya no le quedaba munición para defenderse. Solo sus cuchillos de lanzamiento.
Abigail sonrió. Dejó su arma en el suelo y la pateo a algún lugar alejado. Luego, procedió a extender sus brazos hacia ambos lados demostrando que no portaba otra clase de armamento.
- ¡Dije que disfrutaría asesinándote! -Comentó Abi, incitando a su contrincante a ponerse de pie-. ¡Así que ven aquí y arreglemos esto como mujeres!
Samantha dudó en salir, pero algo dentro de ella la movió a levantarse. No sabía si era su orgullo o sus ganas de patearle la cara a esa mujer, de cualquier forma, ya no había vuelta atrás. Se acercó hasta estar una distancia prudente. Sus miradas se chocaban en un intenso odio y desprecio mutuo, que ambas morían por demostrarlo de la manera más violenta.
-Todo lo que le está pasando a la nación es por tu culpa -escupió Sam con frialdad-. ¡Y yo me voy a asegurar de hacértelas pagar a todas!
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Notas: Primero... Esto es un borrador, recuérdenlo. Capítulos atrás puse que la edad de Esteban era 6, pero ahora lo cambie a 10 por una mejor lógica en la trama. Segundo... Ya teniendo publicado este, solo me falta UN capitulo para terminar esta enorme historia. Pero quiero dejarles en claro que me va a tomar mucho tiempo publicarlo. Pueden esperar hasta un mes o más... yo sé que es mucho, pero vamos... esperan el doble por ver TWD. Además el capitulo va a ser tan o más largo que este de hoy, y si se aburren y creen que escribir Z es fácil, todavía sigue en pie el concurso que abrí hace unos días titulado: ¡Sobrevive!
Sin más que decir o aclarar... los veo pronto en el final de Z: El Señor De Los Zombis.
Feliz lectura a todos!!
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