12. Cuenta Regresiva (IV)
El zombi bufó, a veces olvidaba que sus manos tenían esas peculiares y afiladas garras que podían cortar cualquier cosa.
*****
-Entonces, ¿Lo hice bien? -preguntó Claudia, recostada en la colchoneta.
- ¡Mucho mejor! La próxima vez intenta girar sobre tu hombro, de lo contrario seguirás golpeándote la cabeza en el suelo -respondió Jin, haciendo una demostración más a las gemelas.
-Yo soy muy mala para estas cosas -comentó María, desilusionada.
-No eres mala, es cuestión de practicar. Yo antes era gordo, y no sabía hacer ninguna pirueta.
-No te imagino a ti gordo -dijo Claudia.
-Créanlo, mi vida hasta los catorce años eran mi computadora y un adictivo juego de Parkour.
-Entonces fue ahí como tu amor por el Parkour comenzó -afirmó Claudia.
-Podría decirse que sí. Pero todo fue gracias a un amigo mío, quien me invitó a una clase que realizaban en la plaza de la ciudad.
- ¿Y cómo te fue? -preguntó María.
-Horrible. Fui un fiasco, un completo desastre y juré nunca volver.
-¿Y porque volviste?
-No lo hice al día siguiente. Estuve meses jugando y continuando con mi vida diaria. Hasta que un día, pasó. Ese momento en el que te das cuenta que estás muy mal y tienes que hacer algo para salir del pozo.
- ¿Qué fue lo que pasó?
-Me caí de mi silla.
Ambas rubias se miraron, confundidas. Luego retomaron la vista hacia Jin, esperando que continuara.
-Mi silla se rompió de lo gordo que estaba-explicó Jin, un poco ruborizado-. Fue un momento muy humillante. No había nadie ahí, nadie se había burlado de mí. Pero me sentí realmente mal por dentro, me paré a duras penas y me miré al espejo. Lo que veía no me gustaba nada, y yo no había hecho gran cosa para lograr lo contrario. Me enojé conmigo mismo y me prometí que dejaría esa vida sedentaria para adoptar una nueva vida completamente distinta. Al día siguiente volví a asistir a esa clase de Parkour, me entrené duro durante mucho tiempo y fui mejorando día a día hasta llegar a ser lo que soy ahora.
- ¿No es eso un poco superficial? Amar tu propio cuerpo como si fuera otra persona -inquirió Claudia.
-No me refiero a eso. Lo que soy ahora, es mi propio amigo. Antes me tenía completamente olvidado, deteriorando mi cuerpo con grasas y hamburguesas que lo único que hacen es perjudicar a largo plazo la salud de uno. Al adoptar una vida saludable, cuidarse y hacer las cosas que beneficien tu salud corporal, también se beneficia tu salud mental y social. Ahora soy más alegre, estoy amigado conmigo mismo y vivo la vida que me gusta, pero que antes no conocía. Ser amigo de uno mismo es el tesoro más valioso que podamos tener, porque somos el único amigo que nunca nos defraudará.
-Deberías salir en la televisión, si es que volvemos a tener televisión alguna vez -dijo Claudia, mientras se incorporaba-. ¿Me dices donde está el baño? Tengo que hacerme amiga de mi vejiga.
- ¡Claudia no seas maleducada!
-Es una broma, señorita educación.
-El baño está cerca de la entrada, a tu izquierda -señaló Jin.
-Gracias galán, ustedes sigan yo volveré pronto.
Claudia tuvo que apurar el paso para llegar al baño sin sufrir un accidente desastroso. Una vez llegó, cerró la puerta y se sentó. Al fin en paz de tantos saltos y corridas de un lado a otro, se permitió estirar las piernas y ponerse cómoda. Pero en ese momento, alguien del otro lado golpeó la puerta.
- ¡Está ocupado! Por eso la puerta no abre.
Los ruidos siguieron resonando, algún impaciente tendrá una urgencia de último minuto y tuvo que coincidir con Claudia a la hora de acceder al baño. La muchacha tuvo que apresurarse en realizar sus necesidades, aunque no le agradó que todavía siguieran golpeando cuando ya le había dicho que se encontraba ocupado. Decidió lavarse apresuradamente las manos y dirigirse hasta la puerta.
- ¡Dios santo! ¿Por qué tanta impaciencia? -Exclamó Claudia, mientras abría la puerta.
En ese momento, su corazón dio un vuelco; un horripilante monstruo con sangre de pies a cabeza, un brazo por la mitad y severas heridas por todo su cuerpo ingresó al baño, arrojándose sobre la muchacha. Lo siguiente, pasó demasiado rápido.
Mientras tanto, en el interior del tinglado el caos ya había comenzado. Un número importante de monstruos había conseguido ingresar, la sorpresa de todos fue notoria en los distintos sectores. Zeta y Abigail, se acercaron al centro del galpón en donde se encontraban Jin y María.
- ¿Qué está pasando? ¿Cómo entraron? -preguntó Zeta, alarmado por la situación.
- ¡No lo sé! Se supone que la electricidad los mantendría a raya.
-Pensaremos en eso luego, hay que buscar las armas y avisar a los demás.
-Las armas se encuentran atrás, pero tenemos que movilizar a todos hacia allá -dijo Jin, mientras observaba como un monstruo intentaba atacar a uno de sus traceur en la pista de obstáculos.
-Iré por las armas -dijo Zeta-. Tú encárgate de que todos vayan al patio trasero y cierren las puertas.
-Entendido, chicas nos vamos ahora.
- ¡Esperen! -Exclamó María, con temor y desesperación en sus ojos-. Mi hermana está en el baño. Tienen que traerla, por favor. Ella no sabe nada de esto.
- ¡Mierda, tienes razón! Ella sigue ahí -dijo Jin, llevándose las manos a la nuca.
-Yo me encargo -dijo Abigail-. Vayan a hacer lo que tienen que hacer, yo traeré a la chica.
-Estás loca, no puedes ir sin armas -dijo Zeta.
-Entonces asegúrate de traer una para mí rápido -dijo Abigail, antes de comenzar a correr en dirección al baño.
Zeta intentó seguirla, pero Jin lo detuvo.
-Ella tomó su decisión, tú toma la tuya.
Zeta observó como la muchacha se alejaba para adentrarse en un océano de muertos vivientes y se dispuso dirigirse a toda velocidad hacia el lado opuesto.
Abigail corrió como si no hubiera un mañana y probablemente, no lo habría. Evadía zombis y monstruos que le rozaban los talones, empujaba a quienes se acercaban demasiado y trataba de evitar los de características especiales. El recorrido al baño se redujo a un laberinto de criaturas que tenía que bordear, resolvió correr pegada al muro, donde se concentraba la menor cantidad para llegar en una pieza al baño. Por desgracia, pegado a la puerta lo esperaba un horripilante ser de grotescas garras que se empeñaba en arañar la entrada a toda costa.
Abigail aprovechó que la criatura no se había percatado de su presencia y se agachó a tomar un chuchillo de sus botas. Luego, se acercó a paso sigiloso por su espalda e incrustó la hoja justo detrás de su cuello, la bestia cayó como un saco rendido al suelo. La joven lo apartó y abrió la puerta, ingresando al baño. Pero lo que vio la dejó completamente muda. Había mucha sangre esparcida por todos lados, resbalando en los muros y amontonándose en grandes charcos en el suelo.
Instintivamente se llevó la mano a la boca, intentando soportar la brutal escena que observaba. En una esquina, se hallaban dos cuerpos de espalda, uno encima del otro. En lo que podía observarse, había un ligero movimiento en el cuerpo de arriba. Abigail se acercó lentamente, intentando repetir el procedimiento anterior, para al menos vengar la muerte de Claudia. Se agazapó junto a la criatura y alzó el cuchillo, pero justo antes de llevarlo a la cabeza del monstruo, el cuerpo se movió a un lado y un rostro asustado y desconcertado la observó.
- ¿Abi?
- ¡Dios! ¿Estas viva? -Preguntó Abigail, bajando el arma y apartando el cadáver-. Pensé que ese monstruo te había devorado.
A Claudia le costó un poco poder responder, su cuerpo seguía sumida a la adrenalina de la situación.
-No... yo pude matarlo, antes que él a mí. Luego usé su cuerpo como escudo por si otro llegaba.
- Eres brillante, ¿cómo lo hiciste tú sola?
-Fue difícil, pero me ayudó mucho el hecho que no tuviese un brazo -respondió la joven rubia, mientras se alzaba con ayuda de Abi, pero en ese momento la muchacha vio algo aproximarse rápidamente a ellas-. ¡Cuidado!
A Abigail le tomó un instante girarse y asestar un golpe seco en el cráneo de la criatura a su retaguardia, reduciéndolo completamente.
-Eso fue genial -La felicitó, Noelia con asombro.
-Por eso siempre llevo un arma conmigo para este tipo de ocasiones, uno nunca sabe que puede pasar -dijo, mostrando su cuchillo.
- ¿Ese no es el que dan en el comedor de la Nación?
-El mismo, entonces, ¿Nos vamos?
-Si, por favor.
Ambas se dirigieron a la puerta, la cantidad de criaturas ahora había aumentado drásticamente, y la gran mayoría a su alrededor giraron la cabeza en dirección a ellas, buscando con su olfato el distintivo olor a sudor que desprendían. La bestia más cercana a las chicas decidió atacar raudo, sin darle oportunidad a reaccionar, pero su cabeza y la mitad de su tórax salieron volando justo antes de dar otro paso.
- ¿Están bien? -preguntó Zeta, quien llevaba en una mano una escopeta automática y en la otra una pistola Glock, que le cedió a Abigail.
-Estamos bien -respondió Abi, mientras utilizaba el arma para reducir a una criatura que se aproximaba a ellos.
Zeta colocó la escopeta en su hombro mientras apuntaba y redujo un gran número de monstruos a la vez, abriéndose un hueco.
- ¡Por aquí! Síganme, tenemos que llegar del otro lado.
*****
-Rex, te busqué por todos lados -dijo Jin, quien se aproximó trotando al joven mecánico-. Las cosas se salieron de control, tenemos que parar a estos monstruos o nos acorralarán.
-Estoy al corriente, pero tenemos pocas armas y los vehículos se encuentran en el patio de entrada, desde aquí solo podemos defender la zona, pero no se me ocurre ninguna manera de escapar.
-Tenemos que pedir refuerzos -añadió Sam, quien se encontraba junto a Rex-. Necesitamos una radio para contactar al presidente.
-Perfecto, yo lo llamaré con la radio de la sala de comunicaciones -comentó Jin, separándose del grupo-. Necesito que ustedes brinden apoyo a la puerta del gimnasio, Zeta se encuentra ahí dentro todavía.
-Entendido, nosotros nos encargamos. Pide los refuerzos y nos encontraremos de nuevo cerca de la torre.
Rex y Sam se dirigieron a la puerta lo más rápido posible, en el lugar, se encontraron con un grupo de centinelas bloqueando la entrada con grandes cantidades de tablones que formaban una gran barricada.
- ¡Hey Raúl, todavía hay gente ahí dentro! - gritó Rex, quitándole un tablón a uno de sus alumnos.
- ¡Si, gente muerta! Yo no voy a arriesgarme a que se crucen a este lado -dijo Raúl, un hombre de unos treinta, que aparentaba más edad con las arrugas de su rostro y su cabello oscuro con una calva asomándose en medio.
-Lo siento, Rex -dijo Pablo, otro de los hombres que trabajaban en preparar la barricada, era un poco más joven que Rex y mucho más bajo, tenía ojos celestes, una musculatura bien definida pero no inflada y su rostro parecía el de un muñeco-. Pero somos nosotros o ellos y prefiero ser nosotros.
-Despejen la barricada, ahora -Las palabras de Rex eran firmes, como su mirada clavada en ambos personajes.
-No entiendes nada de supervivencia ¿verdad, niño?
-Entiendo una sola cosa -dijo el joven mecánico, alzando su revolver en cuatro giros consecutivos, terminando con la mira apuntando directamente en la cabeza de Raúl-. Si ustedes no despejan esto, lo haré yo.
- ¿Te aprovechas de que no tengo arma? Eso es muy bajo, hasta para ti.
En ese segundo, otra arma se colocó a la par de la cabeza de Rex, amenazando su vida.
-Yo si tengo una -dijo Pablo, colocándose detrás de Rex-. Y no pienso abrir esta maldita puerta por un capricho tuyo.
-Lo siento, Pablo -dijo Sam, clavando la punta de su arma en la espalda del muchacho-. Pero si no quieres armar un desastre, te recomiendo que lo hagas.
-No dispararías, Sam. No eres así.
En ese momento, la oji verde tomó uno de sus cuchillos de lanzamiento y lo acercó al cuello de Pablo, obligándolo a inclinarse hacia atrás. La joven apoyó la hoja levemente en su piel, comenzando una cortadura superficial que dejo escapar un poco de sangre de su cuello.
-Suelta el arma, condenado hijo de puta o te juro que la pasarás mal -tanto la dulce voz de la joven, como su mirada cambiaron brutalmente al decir esas palabras, adoptando una voz severa y una mirada escalofriante.
- ¡Esta bien, está bien! -exclamó Pablo, abriendo sus brazos y dejando a Rex fuera de peligro, para que pudiera voltearse y tomar el arma.
-No lo repetiré de nuevo, ¡abran esa puerta! -ordenó, Samantha firmemente.
Los dos hombres tuvieron que obedecer a punta de pistola las órdenes y de mala gana, comenzaron a quitar todos los tablones.
-No conocía esa faceta tuya, Sam -susurró Rex, para que solo ella pudiera oírlo.
- ¿Lo hice bien? Solo intenté copiar las palabras que suele utilizar Franco, a él siempre le funciona.
-Bastante bien, Da Silva -dijo Rex, mientras seguía apuntando a Pablo y a Raúl-. ¡Vamos, quiero esa puerta abierta, ahora!
- ¡¿No escucharon pedazos de inútiles?! ¡Abran la maldita puerta, ya! -ordenó Samantha. Luego cruzó una mirada con Rex, brindándole una sonrisa de niña pequeña.
-Parece que le gustó.
*****
-Ulises, necesito que me comuniques con el presidente Máximo, por favor -dijo Jin, entrando a la carpa destinada a ser una sala de comunicaciones.
-Lo siento, Jin -se disculpó Ulises, un hombre de cabello rojizo, aspecto bonachón y un poco pasado de peso, él no realizaba Parkour, pero le gustaba el ambiente al aire libre y pasarse el día en la sala de comunicaciones de la división-. Pero estoy intentando comunicarme con la Nación desde que esto empezó, pero no hay caso, no tenemos recepción.
- ¿Qué dices? -Preguntó Jin, confundido tomando el receptor del aparato-. La radio era de uso táctico, con una base del tamaño de una pequeña caja que suelen engancharse a los cinturones o a la mochila del equipo militar, esta simplemente se encontraba sobre el escritorio-. Solo se escucha interferencia, ¿Qué pasa el día de hoy?
-Probablemente son las nubes -respondió Ulises-. ¿No has visto como el cielo se oscureció de repente?
-No tuve tiempo de mirar al cielo porque los monstruos entraron a mi división y tengo que sacarlos como sea.
-Tampoco era para que te pongas así -dijo Ulises, mientras desenganchaba el receptor de la radio-. Toma, tu eres el mejor subiendo esa torre ¿no? Si te posicionas ahí arriba, probablemente la señal llegue y podamos comunicarnos.
- ¿Crees que funcionará?
-No te mandaría hasta allá arriba por nada, amigo. Pero eso sí, ten cuidado, puede que se largue una tormenta en cualquier momento. El viento está soplando desde el norte.
-Entiendo, gracias Ulises -dijo Jin, mientras ambos salían de la tienda-. Vamos con los demás.
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