12. Cuenta Regresiva (II)

-Yo soy Abi...Abigail.


*****


-Abigail, es un nombre muy bonito -dijo Patricia, mientras rellenaba un papeleo-. Solo unas cuantas preguntas de procedimiento más y terminamos.

La joven asintió observando a su alrededor con curiosidad. Se encontraba en una habitación de paredes oscuras y pequeñas, iluminada únicamente por una lámpara ubicada en una mesa redonda donde se encontraban Patricia y ella, frente a frente.

Había sido llamada por la mujer para ser registrada como miembro de la Nación Escarlata, luego de que Zeta la hubiese escoltado hasta su despacho. Hacia ya unos largos minutos que se encontraba ahí, respondiendo preguntas para la asistente del presidente y había visto muy poco los exteriores de la Nación. Pero eso poco que vio, bastó para resultarle un tanto extraño. Dentro, las personas se movían con total libertad. No parecía haber miedo a los monstruos dentro de los muros, la gente deambulaba como en los viejos tiempos, riendo y hablando entre sí, sin preocuparse por nada más. Había visto a varios soldados uniformados también, pero tampoco imponían un porte autoritario hacia las personas, sino que trasmitían una sensación de seguridad bastante cálida y agradable. Supuso que no le costaría adaptarse a este nuevo ritmo.

- ¿Pertenecías a algún grupo de supervivientes antes de toparte con nosotros?

-No, estaba sola por mi cuenta.

- ¿Cuentas con algún tipo de familiar, amigo, o conocido que continúe vivo?

La muchacha miró con un tinte de desconfianza a Patricia.

-Eso es personal.

-Lo siento, querida. Pero te pregunto esto porque puedes pedir un rescate si lo deseas. Tan solo necesito la ubicación de donde creas que pueden estar y comenzaremos por ahí. No es mi intención presionarte.

-Entiendo -dijo Abi, bajando la vista-. No, no tengo a nadie.

-Perfecto. Lo último que necesito es tu firma, aquí.

Abigail firmó y se retiró del lugar. La habitación contigua daba a una sala de espera angosta y cerrada, donde Ignacio y Emilio, esperaban su turno para ingresar con Patricia al interrogatorio. La joven los saludó con un ademán de su cabeza al pasar. Una vez afuera, fue asediada por un manto de luz cegador. El sol estaba radiante el día de hoy.

Se dirigió a paso inseguro hacia ninguna dirección en particular, al ser nueva no sabía exactamente que debía hacer. Buscó con la mirada al muchacho de cabellos negros en punta, que tenía una cicatriz en el brazo como ella. Sentía curiosidad por saber más acerca de ese joven y algo en su estómago se revolvía cuando pensaba en él detenidamente. Pasó un rato hasta que se rindió en su búsqueda, el lugar era demasiado grande como para examinar desde una posición fija, por lo que resolvió caminar un poco.

Se acercó hasta un grupo de personas que ingresaban en fila por una puerta con un rotulo encima que ponía "Comedor". Al leer esas palabras su estómago dejó escapar un leve rugido, el hambre hizo su aparición y pensó que no sería mala idea comer algo. La muchacha se acercó insegura hasta la entrada, hasta que fue animada a pasar por una agradable señora de aspecto amigable, con un rodete en la cabeza. Dedujo que sería la cocinera.

- ¡Querida! Pasa por aquí, ¿eres nueva verdad? Te veo algo tímida, adelante no tengas miedo ¿tienes hambre?

-Gracias, la verdad es que muero de hambre -respondió Abigail, dejando escapar una sonrisa.

- ¡Ya lo creo, mira lo flaca que estas! -dijo la señora, tomándola del hombro para llevarla con ella dentro del comedor-. Mi nombre es Matilde, soy la encargada del comedor. Tienes mucha suerte, porque la cocina va a cerrar en media hora, abrimos dos horas en el medio día y dos en la noche. Puedes comer lo que veas disponible en la mesa de allá, generalmente siempre hay un menú o dos por día. No tenemos mucha variedad, pero los estómagos de nuestra gente nunca están vacíos -dijo entre risas, mientras guiaba a la muchacha por una red de sillas y mesas-. Debemos agradecer a la división de provisiones y al presidente por brindarnos alimentos todos los días, los muchachos se esfuerzan mucho por mantener a todos a gusto aquí dentro.

-Eso veo, parecen todas muy buenas personas.

-No lo dudes, aquí todos nos ayudamos entre todos. Mira, siéntate aquí -dijo Matilde, arrastrando una silla a una de las mesas donde se encontraban cuatro personas comiendo-. Ellos llegaron hoy, como tú. Chicos, les pido que la integren, ya que se encuentra sola.

-No hay problema -contestó Romeo, mientras se limpiaba la boca con una servilleta-. Siéntate, yo soy Romeo. Ellas dos son mis hijas, María y Claudia, y él es Lucas.

-Abigail, un placer conocerlos -dijo la muchacha, tomando asiento.

-Quédate aquí, querida. En un segundo te traeré un plato.

-Gracias.

-Lindo suéter, pero ¿no tienes calor con él? -preguntó María, haciendo mención de un suéter azul, de mangas largas que llevaba Abigail.

La joven recordó que el motivo por el cual se lo puso fue para ocultar la cicatriz en su brazo de las demás personas, a pedido del joven que la había rescatado. Solo pocas personas sabían de dicha cicatriz, contando con el doctor que la había revisado antes de la entrevista, y su reacción al verla denotó una gran impresión por su parte, así que para no repetir esas impresiones en más gente había decidido dejarse el suéter, por más calor que hiciera.

-Estoy bien así. ¿Todos fueron rescatados hoy? ¿Qué les pasó?

Claudia golpeó la mesa con sus manos con una cara de satisfacción y arrojó una mirada incriminadora hacia Lucas, como si hubiera esperado todo el día para que alguien le hiciera esa pregunta.

-El genio de aquí a mi lado, se le ocurrió prender una fogata en pleno edificio.

-Ya te dije que fue para que nos vieran y si resultó.

-Casi nos prendes fuego a todos y destruiste un bello edificio de la ciudad.

-Pero al menos estamos vivos.

-Pero no gracias a ti, sino gracias a la Nación Escarlata.

-Sí, de no ser por ellos no estaríamos vivos -dijo María, observando de soslayo a Jin, quien se encontraba comiendo a unas cuantas mesas de distancia de ellos-. Por cierto, ¿Qué te pasó a ti? -preguntó, dirigiéndose a Abigail.

-Aquí tienes, querida -interrumpió Matilde, dejando un plato con pollo y arroz en frente de la joven de cortos cabellos negros, con algunos mechones rubios.

-Gracias -dijo Abi, mientras comenzaba a comer. Luego de saciar a medias, su voraz hambre, fue cuando continuó-. Yo estaba atrapada en un teatro, cuando me encontraron.

- ¿Un teatro? ¿Entonces eras tú? -preguntó María, sonriendo a su hermana.

Su hermana le devolvió la sonrisa. Abi no comprendió, hasta que ambas gemelas comenzaron a relatarle toda la travesía del rescate en el edificio en llamas. Pero solo cuando llegaron a describir a sus rescatistas, fue cuando ella prestó más atención.

- ¿Un chico alto, de gorra verde y uno de cabello negro? -preguntó Abi, recalcando que deseaba más descripciones de dichos sujetos.

-Exacto, ellos fueron los que seguramente te rescataron a ti, nosotras estábamos ahí cuando le dieron la orden por radio -explicó Claudia.

-Así que lograron salvarte, estos tipos si son buenos -dijo Romeo, maravillado.

-A mí me parecen unos bufones -alegó Lucas, desviando la mirada.

-Estas celoso porque no les llegas ni a los talones -comenzó a decir Claudia-. Además, a mi hermana le gusta Jin y tus chances bajaron totalmente.

- ¿Qué? -La expresión de Lucas, había cambiado completamente, sus cejas bajaron y su rostro denotó una severa preocupación.

- ¡Claudia! ¿Qué dices? -la reprendió su hermana, ruborizándose por completo.

-Es verdad -dijo la muchacha-. ¿Puedes negármelo?

-No es verdad -dijo la rubia, firmemente.

-Está bien, veo que puedes negármelo a mí -dijo Claudia, con una sonrisa que se magnificaba maliciosamente-. ¿Pero se lo puedes negar a él?

María volteó, y por poco cae de su asiento al ver a Jin pegado a ella.

- ¡Hola, chicas!

El rostro de María ya no poseía un color normal, sus ojos estaban abiertos como platos y su boca se abrió involuntariamente. Tardó unos segundos en reaccionar.

-Hola... -saludó, María sin despegar la mirada de los ojos de Jin.

- ¿Estas bien? Te veo un poco asustada.

-No, es decir, Sí...estoy bien-La voz de María, apenas se hacía escuchar.

- No te preocupes, lo entiendo.

- ¿En serio?

-Claro, tuviste un día difícil. No cualquiera soporta las emociones y el peligro que enfrentaron hoy. Acostumbrarse cuesta mucho -expresó Jin-. Es por eso que quiero invitarlos a mi división.

-Ya nos mencionaste sobre eso, y a mí me encantaría -aceptó, Claudia-. Estoy segura que a mi hermana también le agrada la idea ¿verdad?

María quiso asesinar a su hermana con la mirada, pero al no conseguirlo, se dirigió a Jin intentando actuar con naturalidad.

-Suena bien, la idea me gusta.

-Perfecto, ¿Vendrán todos?

-Yo prefiero realizar otro tipo de actividades, si no te molesta -comentó Romeo.

-Para nada, amigo. Hay muchas cosas que hacer aquí. La división de tiro es muy buena, te la recomiendo si te gustan esas cosas.

-Quizás pase por ahí.

-Yo sí iré a tu división -contestó Lucas, de mala manera.

- ¡Genial! Pero debes esforzarte mucho, mis traceur son uno mejor que el otro y no te la dejarán fácil. Tenemos un sistema de jerarquías muy estricto, los nuevos traceur deben obedecer a los de más experiencia. Yo soy el más antiguo, me sigue Rex, pero él es muy bondadoso con sus traceur subalternos, si te toca con él estarás bien. Pero si te toca con Zeta, que no te confunda su rostro de niño bueno, te hará arrastrarte por toda la ciudad si no cumples con sus órdenes.

En ese segundo, la cabeza de Abi se giró en dirección a Jin.

- ¿Zeta también está ahí?

-Claro, Zeta nunca falta a las clases, es muy estricto en ese sentido.

- ¿Puedo anotarme yo también? -preguntó, Abi con interés.

- ¿En serio? ¡Es fabuloso, cuatro personas en un día! -Vociferó Jin, lleno de emoción en sus ojos-. Cuando terminen de comer, reúnanse conmigo en la puerta de la nación. Salimos en media hora. ¡Sera genial!


*****



Abigail, acompañada de María, Claudia y Lucas, hacia unos quince minutos que estaban esperando a Jin en las cercanías de la puerta de la nación. Lucas comenzaba a impacientarse.

-Odio las personas que te apuran para que hagas algo y luego se retrasan ellos mismos.

-Tranquilo, ya llegará -dijo Claudia, caminando en círculos por todo el lugar.

- ¿Por qué no vamos a la división de tiro? Seguro será mucho mejor y más útil que una sobre Parkour.

-Cuando se te acaben las balas, verás que las mejores armas que puedes tener son tus piernas y tus brazos -respondió una voz masculina, detrás del muchacho.

- ¡Ya era hora, Jin! -Vociferó Claudia-. Ya no podía calmar más a María, estaba solo hablando de ti.

- ¡Hey!

-Lo siento, chicas. Los trámites para sacar un vehículo de la nación son un poco tediosos, pero ya está todo preparado. Síganme y los llevaré a la división, los demás ya deben estar esperando ahí.

-Espera un segundo, ¿la división no esta aquí? -preguntó Lucas, con un atisbo de miedo a salir al exterior.

-Claro que no, pero no se encuentra demasiado lejos de aquí y es completamente seguro, lo prometo.

- ¿No hay zombis? -preguntó, María.

-Escúchame -dijo Jin, mirando a los ojos a la joven-. Te prometo que por hoy, ya no volverás a toparte con ningún zombi.

María asintió, todavía seguía sintiendo miedo en su interior, pero de alguna forma, Jin se ocupaba de recubrir ese sentimiento con un manto de seguridad que brindaba con sus palabras. El joven asiático se ocupó de trasladar a los cuatro a un vehículo para llevarlos directamente al lugar donde se localizaba la División de Parkour.

Tras quince minutos de viaje y una larga historia de cómo se originó el arte del desplazamiento, finalmente llegaron a su destino. Desde la ventana del vehículo, Abigail veía un extenso tinglado, con un techo de chapa en arco, que se extendía a lo largo de lo que parecía ser una antigua maderera. El vehículo se acercó hasta las rejas e hizo unas señales de luces para alertar a los que se encontraban dentro. Luego de unos segundos, dos personas armadas se dirigieron a las rejas y se aseguraron de que el vehículo de Jin cruzara sin problemas.

-Ya pueden bajar -ordenó Jin, abriendo la puerta del vehículo.

-No voy a bajar, ¿acaso viste la cantidad de monstruos que hay fuera? -preguntó Lucas, inseguro.

-Aquí dentro estamos seguros ¿Ves eso de ahí? -Señaló Jin, a lo alto de los muros que recubrían el tinglado, donde un grueso cable en espiral rodeaba todo el sector-. Tanto ese cable de acero como las rejas del portón de entrada están electrificados. Cada monstruo que se acerque o toque la reja, muere electrocutado.

- ¿Pueden morir electrocutados? -preguntó, Claudia.

-Exactamente, agradécele el descubrimiento a Franco -comentaba Jin, mientras ingresaban todos al interior del tinglado-. Una vez utilizó un Taser eléctrico en uno de ellos y cayó redondo. Es la bomba. El presidente también usa el mismo método en las puertas de la Nación, por eso tardamos tanto en salir. Tienen que asegurarse de apagar todo antes de habilitar las puertas, es lo mismo que hacemos aquí.

Todos escuchaban con atención las palabras de Jin, pero a su vez se detenían a admirar la inmensa estructura que se erguía delante de sus ojos. El lugar se extendía a lo largo, con un arsenal de bastimentos especialmente fabricados para realizar todo tipo de actividades acrobáticas.

-Voy a enseñarles un poco sobre este lugar y las actividades que solemos hacer -comenzó a explicar Jin, mientras se dirigía a su derecha-. Lo básico del Parkour, es saber poner los pies en la tierra, es decir, saber caer. Eso lo practicamos aquí, en lo que llamo, los muros de la confianza-dijo, señalando una pared de maderas apiladas de unos dos metros de altura con una colchoneta en la base-. En este lugar se practican los saltos sencillos, practicamos el aterrizaje y aquí es donde comenzamos a conocer un poco hasta dónde puede llegar nuestro cuerpo y las cosas que podemos hacer con él. Cuando dominas este muro de dos metros, pasas al siguiente -explicó, señalando otro muro un poco más atrás-. Este es un poco más alto, de tres metros y medio, y el próximo y último, tiene cinco metros y solo lo usan los expertos. Hoy en día, soy el único que domina este muro.

-Es asombroso -dijo María, maravillada-. ¿Puedes caer desde ahí sin hacerte daño?

-Claro, con el tiempo veras que podrás hacer lo mismo.

-No lo creo -dijo María entre risas, acercándose mucho al hombro de Jin.

-Te aseguro que sí, lindura -dijo Jin separándose de la muchacha y continuando el recorrido por el centro del tinglado, donde se subió a una colchoneta que abarcaba unos diez metros cuadrados-. Aquí comienzan los nuevos. Darán volteretas, estirarán y calentarán una media hora hasta que puedan pasar por ahí-. Señaló el joven asiático, con la punta del dedo en dirección al extremo izquierdo del lugar, donde estaba montada una larga y singular pista de obstáculos-. A esta la llamo: El corredor asustado.

- ¿Por qué ese nombre? -preguntó, Abigail.

-Debes imaginar que te persiguen esos monstruos y terminar la pista en menos de un minuto y medio. Solo así, sobrevivirás.

- ¿Y si no llegamos a pasarla en menos de ese tiempo?

-Yo no te diré nada si no lo haces, pero si te toca Zeta de instructor y no llegas a pasar, te hará hacer la pista una y otra vez hasta que tus piernas supliquen no haber nacido -respondió Jin, divertido.

-No veo muchas personas por aquí -comentó Claudia-. El lugar está vacío, ¿Dónde están todos?

-Ahora que lo mencionas es verdad -la secundó Jin, haciendo silencio para escuchar un bullicio de voces a lo lejos-. Deben estar todos afuera, a lo mejor esos dos volvieron a competir entre ellos. Síganme, les mostraré la mejor de nuestras obras -comentó Jin, mientras los escoltaba del otro lado del tinglado.

Cruzaron un portón que ya se encontraba abierto, el cual conectaba a un patio trasero, donde se almacenaban en los laterales todos los restos de madera que no utilizaba la división. Un grupo de diez personas, se encontraba reunido alrededor de una estructura. Una inmensa edificación de madera se alzaba en unos veinte metros de altura, creando una gigantesca torre. Todas las personas reunidas miraban al cielo y aclamaban a dos individuos que escalaban la torre a toda velocidad, buscando llegar a la cima.

-Bienvenidos a nuestra obra de arte del Parkour: La atalaya del caído -Señaló Jin-. Nos llevó mucho tiempo fabricarla, siete días y seis noches para ser exactos. Es un laberinto de redes de pasillos y escaladoras, al principio la torre es ancha y puedes elegir qué camino tomar para escalar, pero mediante subas de nivel, los espacios se acortan y la dificultad aumenta. Hay escaleras, sogas, rampas, tubos, salientes peligrosísimas y un centenar de sorpresas más. Es un sueño.

-Es una pesadilla, nadie puede escalar eso -dijo Lucas, observando la inmensa torre.

- ¡Hay dios mío! -Exclamó María observando al cielo, con preocupación-. ¡Se caerá!

-Tranquila, ese es Rex. Solo está tomando un atajo en esa saliente de la torre, no creo que se caiga.

Mientras tanto, en la cima, peleándose la punta estaban Rex y Zeta. El joven ex estudiante de psicología, se esforzaba por trepar por una escalera de sogas en el interior de la estructura de la torre, mientras que el muchacho mecánico, se encontraba en el exterior, trepando por diversas salientes que se ubicaban estratégicamente una al lado de otra para bordear la torre ascendiendo en espiral.

Rex encontraba sencillo el desplazamiento por las salientes, sus largos brazos llegaban con comodidad de una a otra, moviéndose como cual gato. Zeta, en otro lugar, terminó de subir la escalera y se encontró en un espacio reducido, donde solo quedaba una trampilla a unos metros de su cabeza, pero nada por donde subir. Divisó por el ventanal como Rex cruzaba por el lado de afuera, le llevaba ventaja, pero no iba a permitir que eso quedara así. Tomó impulso y dio dos fuertes y rápidas pisadas a la pared, para luego impulsarse y quedar colgado de la trampilla con ambos brazos. Luego, utilizó sus últimas fuerzas para alzar su cuerpo y trepar al otro lado.

Una vez arriba, solo quedaba un nivel por subir, decidió no perder tiempo, abrió rápidamente una puertilla que llevaba al exterior, donde se encontraba una gruesa soga esperándolo. La tomo con ambas manos y se pasó raudo al lado de afuera. La soga conducía por una rampa al punto más alto de la torre, Zeta subió haciendo rapel. Colocando un pie delante, luego el otro, y repitiendo el procedimiento hasta por fin llegar a la cima. Pero no contó con que Rex le pisaba los talones en el lado opuesto de la torre. Ambos se apresuraron a pasar al nivel siguiente, Rex usó sus manos para aferrarse al barandal y volvió a ingresar, a su vez, Zeta ingresaba por el lado opuesto, utilizando el último tramo de la soga para ascender.

El nivel más alto de la torre tenía el techo completamente descubierto, el viento se sentía imponente a esa altura y ahora ambos tenían su objetivo enfrente. La bandera de la Nación Escarlata flameaba a lo alto, y el mástil se ubicaba justo en el centro. Rex no perdió tiempo y dio dos grandes zancadas, y antes de que Zeta pudiera abandonar la soga, el joven mecánico aferró sus manos al mástil y lo quitó de su lugar mostrándolo a todos allá abajo.

- ¡Mierda! -exclamó Zeta pateando al aire y dejándose caer al suelo, para recuperar el aliento.

- ¡En toda tu cara! -Gritaba Rex, festejando su triunfo a los cuatro vientos-. ¡Invicto tres veces seguidas! Soy imparable, amigo.

-No es justo, yo estuve hace unas horas bajando un edificio con Anna y montando a un zombi titán. ¿Tú que hiciste, eh?

-No es excusa, las últimas dos veces gané por mucha diferencia. Esta vez te faltó muy poco, seguro porque ya habías calentado en las misiones de esta mañana, así que piensa en calentar mucho más para alcanzarme en la próxima.

-Ya no te quiero como mi compañero, eres un engreído. Prefería al pequeño Zeta, él era más rápido que yo y no me lo enroscaba en la cara.

- ¿El perro? Dijiste que fue una molestia en toda la misión.

-Fue mejor compañero que tú. Es una lástima que él y su dueño se hayan marchado.

-Es verdad, no duraron mucho ¿verdad?

-Se marcharon el día después de la misión que tuve que hacer con el pequeño Zeta, no me dieron tiempo de despedirlos.

- ¿Por qué crees que se fue? No le habrás hecho algo al pobre perro mientras estaban solos.

-No seas idiota. Pero creo que ellos tenían otras cosas que hacer, que estar aquí.

-Supongo que nunca lo sabremos -comentó Rex, mientras ayudaba a incorporarse a su compañero-. Vamos abajo, tengo que decirles a todos que te volví a ganar.

-Púdrete.



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