10. El Señor de Los Zombis (II)

-Bien -Aceptó Rex, seriamente atravesando con la mirada al presidente-. Lo esperaré.

*****

Zeta dio un paneo visual a sus alrededores, por precaución, antes de ingresar. La puerta del garaje era lo suficientemente grande como para que cualquier clase de vehículo entrase, una rampa en bajada conectaba con la entrada, y en la cara superior de la puerta se apreciaba un símbolo pintado en rojo, de un círculo con un punto en el medio.

-Este parece ser el lugar.

El garaje era parte de un estacionamiento privado, ubicado del lado de un prestigioso hotel de cinco estrellas sepultado en escombros. A Zeta no le costó trabajo descubrir que la puerta se abría tirando hacia arriba. Como Máximo había dicho, dentro había una enorme camioneta negra de cúpula cerrada, pese a la capa de tierra que la cubría no se hallaba ningún tipo de rasguño u abolladura en su chasis, el joven intuyó que debía ser del antiguo dueño del hotel.

Ingresó rápidamente y cerró la puerta tras él, antes de partir debía revisar y asegurar su equipo y encontrar alguna forma para usarlo correctamente. Había escuchado a Patricia nombrar unas gafas de visión nocturna, la cual tenía adherida al cinturón. Sin duda fue lo primero que investigó.

Se las colocó con cuidado, para probarlas en la oscuridad del garaje. Las gafas, en su exterior, eran de un color negro opaco; de una forma similar a las que se usan para esquiar, con la diferencia que la lente no era transparente, sino que contaba con una pequeña hendidura circular en el centro, donde se ubicaba el visor que permitía transformar la imagen oscura a una imagen verdosa que dejaba ver perfectamente entre la oscuridad. Zeta quedo maravillado con la claridad con la que distinguía los objetos a oscuras, nunca antes había usado un artefacto así y lo tentó la idea de examinar más objetos con él, pero su sentido del deber lo obligó a guardarlo, para utilizarlo más tarde con esos nuevos zombis que Patricia había mencionado.

Procedió a revisar su arma, su distinguida Beretta color rojo, que le había regalado Lara; parece que alguien le había colocado un silenciador en algún momento que su cabeza estaba en las nubes. Luego, revisó la cantidad de cargadores que llevaba en su cinturón hasta que algo lo molestó en su bolsillo. Era algo duro, pequeño. Metió su mano y extrajo un pequeño artefacto metálico.

- ¿Cómo llegó esto aquí?

Zeta examinó el pequeño objeto con curiosidad, tenía una forma cilindrada, y por más que buscara de mil formas, no encontraba botón alguno para poder descubrir que hacía, así que decidió no perder más tiempo con eso y lo guardó donde lo había encontrado. Sin más que hacer, se dirigió nuevamente al portón de salida, pero en ese momento, algo golpeó la puerta de manera brusca alertando al joven, quien desenfundó raudo su arma. De nuevo, otro golpe hizo resonar el metal, y se escuchó claramente el sonido de unas uñas rasgando el portón desde afuera.

A Zeta le paralizó el corazón la idea de imaginar un cortador del otro lado, estos eran demasiado peligrosos, y podría haber más. Decidió ir cauteloso, su mano le temblaba mientras apuntaba con su arma al frente, planificó dejar que la puerta se abriera y acabar con lo que sea que estaba del otro lado.

En el momento que el ambiente se silenció y no escuchó más golpes, Zeta empujó el portón hacia arriba y se colocó de rodillas en una posición de disparo certera. Entre las penumbras, apuntó a una figura oscura que se encontraba del otro lado, en la parte alta de la rampa. Ya lo tenía en la mira, no había más monstruos cerca, el objetivo se reducía a uno, su dedo se posó suavemente sobre el gatillo, y fue entonces cuando lo reconoció.

-No puede ser... -dijo, bajando el arma y sonriendo-. ¡Pequeño Zeta! ¿Qué haces por aquí, amiguito? -Zeta guardó el arma y lo acarició enérgicamente, el perro sacudió su cola, parecía reconocerlo.

Zeta se incorporó y alzó la mirada a lo lejos, no vio más que algunas sombras moverse en la distancia, pero ningún rastro del presunto dueño del perro.

- ¿Viniste hasta aquí solo? -Pensó Zeta en voz alta, luego observó al canino, que se sentó a su lado-. Parece que voy a tener que llevarte conmigo, pequeño Zeta, ya desperdicié mucho tiempo aquí, así que te llevaré de regreso cuando... -Zeta se interrumpió cuando notó que el can parecía importarle más saciar su problema de pulgas que prestarle atención. Suspiró-. Ven amigo, vamos por aquí.

El perro ladró suavemente, y siguió a Zeta, quien lo subió en la cúpula de la camioneta. El perro parecía, en ocasiones, guiarse por su cuenta, como si supiera lo que tuviese que hacer sin que se lo ordenaran, algo que impresionó bastante al muchacho cuando saltó a la cúpula de la camioneta sin que se lo pidiera, o lo obligara a hacerlo.

Ambos emprendieron viaje hacia el hospital. Mientras conducía por el corazón de la ciudad, Zeta notaba la noche muy distinta al día. Sin la claridad de la luz, no se veía con exactitud que rondaba por los tétricos y lóbregos alrededores, eso dificultaba su viaje. Zeta había adoptado una actitud cautelosa en su escaso tiempo como lobo solitario en las rutas. De ser posible, nunca pasaba una noche a la intemperie sin contar con un refugio seguro. De no tenerlo, se lo proporcionaba por su cuenta, arreglándoselas con el ambiente. Como aquel sabio consejo de Roni sobre usar cadáveres para esconder su rastro de los zombis, un método precario pero efectivo, también funcionaba la gasolina, pero significaría perder un recurso valioso de viaje.

Luego de un intenso trayecto, con algunas desviaciones por embotellamiento de muertos caminantes, Zeta llegó hasta su destino: El hospital general.
Tras atravesar un estacionamiento infestado de cadáveres, el joven detuvo el vehículo cercano a la puerta de entrada. Pese a ser un lugar público, le extraño lo solitario que se encontraba el exterior, no muchos monstruos desfilaban por el lugar, y más extraño aún, lo que más predominaba era el alfombrado de cadáveres putrefactos que cubrían el estacionamiento entero.

Un extraño ruido comenzó a molestar a Zeta, quien no tardó mucho tiempo en dejar salir a su compañero canino, quien rasgaba la puerta de la cúpula con una pata. El pequeño Zeta bajó del vehículo de un salto, y junto con el Zeta original, se dirigieron cautelosamente hacia la entrada. La puerta estaba rota en mil pedazos, y el edificio parecía a simple vista, contar con tres pisos de altura. A los pies de la entrada había un mensaje en aerosol, escrito en negro que expresaba: La enfermedad más terrorífica del mundo, es la humanidad.

-Estoy seguro que la diarrea es peor -dijo Zeta sonriendo al can, quien simplemente ingresó al hospital sin inmutarse por el joven-. Perfecto Zeta, tú sigue hablándole al perro.

El joven, siguió al animal hasta el inmenso lobby del hospital, y tanto como afuera, el interior del establecimiento se encontraba plagado de cadáveres, pero por más que el joven buscara, no lograba visualizar mucho entre la oscuridad del lugar. Creyó conveniente usar ahora esos modernos visores de visión nocturna, pero justo antes de poder desengancharlos de su cinturón, el pequeño Zeta comenzó a gruñir a algún lugar de la oscuridad, a la vez que mostraba sus blancos colmillos; su postura se afirmó en posición de ataque, clavando sus patas delanteras al suelo, mientras doblaba las patas traseras levemente. El joven acudió al aviso de su peludo compañero y desenfundó su arma, apuntando hacia un mueble circular donde se ubicaba la recepción.

Se hizo un silencio abrumador, Zeta se esforzaba al máximo por intentar ver algo, pero la oscuridad era demasiado para su visión, deseaba usar sus gafas, pero no podía arriesgarse a dejar de apuntar. Su respiración y la del perro, era lo único que podía escuchar en ese momento. Se atrevió a dar un paso al frente para intentar captar lo que fuere que el perro había escuchado, pero el animal fue más rápido y se le adelantó. Cruzó el lobby como un rayo y saltó detrás de la mesa de recepción antes de que Zeta pudiese frenarlo. Varios ruidos de golpes se escucharon detrás, seguidos de un gruñido feroz, pero esta vez, no había sido del perro.

- ¡Aguanta chico, ahí voy! -Zeta se apresuró a socorrerlo, pero antes de llegar algo salió por sorpresa de las sombras y lo sacudió por el aire.

El golpe había sido demasiado fuerte, Zeta se deslizó por el suelo unos cuantos metros. Sin tiempo alguno para incorporarse, un zombi se le encimó rápidamente impidiéndole moverse. Desde el suelo, Zeta pudo ver el rostro de su agresor, parecía una persona de unos treinta años, pelo moreno con un pedazo de su cabeza arrancada. Al verlo de cerca, su corazón se paralizó por un segundo, dos terroríficos ojos completamente teñidos de negro, lo miraban fijamente. El joven podía ver su reflejo en el brillo de ambas esferas azabaches. Su mandíbula comenzó a abrirse peligrosamente, mostrando una serie de cuatro pronunciados colmillos que nacían desde sus encías, dos en la parte superior y dos en la inferior. El monstruo acercó sus colmillos hasta Zeta, buscando su yugular, pero en ese instante, un nuevo gruñido se escuchó, seguido de un fuerte golpe. El pequeño Zeta embistió al monstruo y comenzó sucesivamente una serie de ataques impidiendo al demonio incorporarse. Zeta no perdió tiempo en levantarse, su mente aún intentaba asimilar lo que había visto en ese nuevo zombi, pero por otro lado se sentía aliviado por tener un compañero tan audaz a su lado.

Aprovechó el momento para colocarse las gafas de visión nocturna, alzó su arma del suelo y apuntó decidido a la bestia. Ahora lo veía todo a la perfección, a Zeta le sorprendió como el can estaba arreglándoselas por si solo contra el zombi, espero el momento adecuado, pero justo antes de disparar vio algo a su lateral izquierda, otro monstruo carnívoro se aproximaba a gran velocidad hacia él, y no tuvo otra salida que reducirlo de un disparo. El silenciador redujo el ruido del disparo, pero de todas formas alertó al zombi que luchaba con el pequeño Zeta, y logró zafarse de la mandíbula del animal, para cuando el joven volvió la vista hacia ellos, el zombi se había escapado corriendo velozmente adentrándose en el hospital, intentó dispararle pero la bala terminó su recorrido en un muro. Maldijo en su interior.

-Eres fuerte, amigo -Zeta se acercó a su peludo compañero, y lo felicitó acariciándolo. Revisó si no presentaba heridas, pero al parecer el pequeño Zeta estaba bien entrenado para luchar-. Vamos, necesitamos apurar el paso.

Zeta y el can se dirigieron cautelosos por uno de los pasillos, el joven decidió evitar el camino que había tomado el zombi y se dirigió por un pasaje aledaño. El lugar era tétrico, los muros presentaban serias rasgaduras y severas manchas de sangre decoraban el suelo. Un olor a podredumbre predominaba en el ambiente, seguido de un aroma peculiar que Zeta percibió a la perfección: Pólvora.

-Parece que no estamos solos, pequeño Zeta -Susurró, observando con sus gafas por cada rincón mientras marchaban-. Si escuchas algo, solo ladra.

El perro al escuchar la orden, no dudó en responder con un sonoro ladrido que resonó por las paredes de todo el hospital. Zeta se encogió de hombros ante eso.

Seguidamente, un grito aturdidor se escuchó a las espaldas de Zeta, quien no tardó en voltearse. Un tipo parca apareció de una de las habitaciones, seguido de un grupo de zombis que se dirigían hacia ellos. Otro ruido más se acopló al lugar, pero proveniente del pasillo opuesto, en donde dos cortadores se acercaban a paso veloz, con insaciable sed de sangre, rebanando todo a su paso.

El joven le ofreció su mirada más severa al can.

-Tenemos que trabajar la comunicación entre nosotros.

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