Prólogo: Ojo por ojo.



Los hombres no son castigados por sus pecados, si no por ellos mismos. -Elbert Hubbard.



Preciado y descuidado diario,

Hoy es otro gran día que pasa en la Nación Escarlata, y sé que hace bastante tiempo que no escribo nada, pero desde que me aceptaron como su miembro las cosas no hicieron más que mejorar. Esto de ser el señor de los zombis da buenos frutos. Las personas realmente confían en mí y creen que esta comunidad pueda crecer. Yo también lo creo.

Ayer, por ejemplo, rescatamos a muchas personas, y entre ellas, había una chica... Abigail. Y ella, curiosamente, tiene la misma cicatriz que yo en el brazo. Al principio lo dudé, me costaba pensar que habría alguien vivo de la vez que Roni y yo escapamos de aquella cárcel hace tiempo atrás.

Pensé que me mentiría, pero al ver sus ojos, pude al menos por un momento, sentir su dolor. Ese mismo dolor que yo sentí esa vez. Si, quizás me apresuro a sacar conclusiones, quizás debería interrogarla un poco más... pero de momento ella parece una buena mujer.

Creo que me estoy acostumbrando a confiar en las personas, pero sinceramente aquí no puedes evitarlo, la gente de aquí, todos son muy amables y afectuosos... Bien, no todos, pero la mayoría provoca que logre levantarme cada mañana en este infierno y eso es algo muy positivo. En ocasiones me recuerdan mucho al grupo de Lara...

Es muy interesante este sentimiento que creía haber perdido. A veces incluso olvido a la Nación Oscura, sé que no debería hacerlo, pero supongo que este lugar brinda una cómoda sensación de protección que afuera sería imposible de sentir, y eso me agrada. Se siente como si todo aquí adentro fuese perfecto y nada malo pudiera ocurrir... jamás.

Espero no equivocarme.

*****

Angustia, frustración, miedo, desesperación y ansiedad; acompañado de la mano de un tortuoso dolor azotando al completo su cuerpo. Toda esa mescla de sensaciones fueron experimentadas en un segundo, una vez que Zeta abrió sus ojos. El muchacho aún reproducía en su mente las imágenes de los disparos de aquel día, la niebla oscureciendo su visión y la sangre de cada uno de los sacrificados derramándose en la Nación Escarlata. Las lágrimas escaparon de sus ojos sin dificultad; recordaba el momento en que creyó haber hecho algo valeroso al intentar rescatar a María, algo... ¿heroico? Ahora lo único que pensaba era que había sido demasiado estúpido al creer que sacaría alguna ventaja de esa situación. Demasiado ingenuo.

Sus ojos café se desplazaron con sutileza hacia la izquierda, ese pequeño foco que pendía de un cable suelto en la cima del techo ya comenzaba a lastimar su vista. Desde la camilla en la que se encontraba tumbado, podía apreciar cuatro estrechos muros, confeccionados a base de moho y piedras, que encerraban lo que parecía ser una celda; solo una puerta oxidada permitía el ingreso de aire por unas rendijas en la parte superior.

A pesar de que el cansancio y la fatiga lo dominaban, el muchacho intentó mover sus brazos y alzar su torso, pero le resultó algo imposible. Sus muñecas estaban atadas, así como también sus pies, reduciendo a cero sus posibilidades de movilidad. Dejó escapar un suspiro mientras se imaginaba que clase de torturas soportaría en ese lugar, intentando prepararse mentalmente. Había visto y conocido alguna que otra tortura viendo películas y leyendo libros, se imaginaba en una situación en donde desnudaban sus pies y lo metían en una sala con el suelo y su cuerpo empapado, propinándole incontables impulsos eléctricos. Podía imaginarse la irritable risa de Calavera de trasfondo, disfrutando de cada grito y gemido de dolor que pudiera expulsar.

En ese momento Zeta volvió a la realidad, un sonido fuerte provino del otro lado de la puerta que le provocó un ligero sobresalto. Comenzó a escuchar una serie de pasos que se aproximaban con calma; su corazón comenzó a bombear con más fuerza, detestaba eso. Sus manos temblaban en contra de su voluntad evidenciando el miedo que crecía dentro de él, rezó con todas sus fuerzas que del otro lado apareciera cualquier otra persona. Cualquiera menos él.

A los pasos se le sumó un silbido alegre, era una tonada inventada, que lo único que provocó fue un aumento drástico de temor en el muchacho. Su respiración estaba completamente acelerada, ya no dominaba nada de su cuerpo, su frente desprendía gotas de sudor heladas y su visión se difuminaba de vez en cuando.

Los pasos habían llegado a su destino y la melodía del silbido ya había finalizado. Zeta observó un ojo del otro lado de las hendiduras de la puerta y fue cuando lo supo; la puerta se abrió y a la habitación entró la última persona que desearía ver en su vida.

— ¿Estás disfrutando de tu estancia? —Calavera ingresó animado, su manera de hablar con rapidez y esa tonalidad engreída con la cual pronunciaba las palabras, eran los rasgos que Zeta más detestaba, además de su característico sadismo exagerado—. Espero que las instalaciones te parezcan de lo más cómodas. Eres nuestro invitado especial hoy aquí.

Zeta sacudió un poco sus aprisionados brazos.

—Sí, muy cómodo.

— ¿Por qué esa cara muchacho? ¿Quieres que te haga unos masajes en los pies? —Calavera recorría toda la habitación mientras conversaba con Zeta—. ¿Eso te haría sentir mejor?

—Me haría sentir mejor que metas esa puta cara tuya en tu culo, y te vayas literalmente a la mierda —Zeta sabía que lo que venía no sería bueno, pero valió la pena para él.

Calavera escupió una voraz carcajada que fue deteniéndose paulatinamente hasta producirse un silencio en donde cada uno observaba al otro sin parpadear. Zeta había imaginado una respuesta agresiva por parte de Calavera, pero no, él solo estaba ahí, regocijándose de su ventaja posicional.

—Te entiendo, estás enojado, es perfectamente normal —la voz de Calavera sonaba pacifica, eso aterraba aún más a Zeta—. Destruimos a toda tu querida nación y asesinamos a todos tus amigos. Eso debe enfurecerte mucho, ¿no es así?

Zeta no respondió, el solo hecho de recordar los acontecimientos en la Nación Escarlata ya lo perturbaban bastante.

—Responde... ¿eso te enfurece? —Calavera esperó unos momentos ante una respuesta que brilló por su ausencia—. ¡Responde! —un fuerte puñetazo se hundió en el abdomen del joven, provocando que gimiera de dolor.

— ¡Vete a la mierda! —Zeta intentó zafarse de las ataduras sacudiéndose con fuerza, pero solo tentó a Calavera a volver a reír.

— ¡Así me gusta! ¡Ese enfado es el que quiero ver! ¡Vete a la mierda, Calavera! —el hombre imitaba con exageración la voz del joven. Luego, acercó su rostro a escasos centímetros de Zeta—. Ahora sabes lo que se siente —susurró a su oído—. Que destruyan tu hogar, que maten a tu gente...—Calavera se separó del muchacho—. Solo te mostré un poco lo que sentí yo cuando tú me hiciste lo mismo. Conoces la frase... ¿ojo por ojo?

Calavera extrajo del bolsillo trasero de su pantalón una pequeña navaja con la que empezó a juguetear, volviendo a acercarse a Zeta. El muchacho sintió en ese momento como un horripilante calor subía por su cuerpo; comenzó a sudar otra vez, y de nuevo, los latidos de su corazón sacudían sin benevolencia su pecho.

—Nunca esa frase tuvo tanto sentido como ahora —Calavera sonreía con un placer inquietante, gozaba apreciar como el semblante de Zeta se emblanquecía mientras acariciaba con el filo de la hoja el rostro del muchacho.

Zeta cerró sus ojos por reflejo dejando escapar un hilo de lágrima que descendió con rapidez. Sabía lo que ocurriría, su mente maldecía en millones de insultos la situación que estaba viviendo. La desesperación lo consumía, la impotencia lo torturaba. No era capaz de mover un solo musculo, ni de proferir si quiera un gemido o algo que se le pareciera a una palabra; su mente no estaba preparada para algo así, nunca lo estuvo y probablemente jamás lo estaría. Sentía como la navaja recorría cada sector de su rostro, aumentando su estrés a puntos coléricos. Solo rezaba poder desmayarse antes de que sucediera y tal vez así no sufriría demasiado.

— ¿A dónde se fue ese hombre tan valiente que se enfrentó a mí en la Nación Escarlata? Aquí solo veo un marica moja pantalones.

Calavera detuvo la navaja justo aun lado del ojo izquierdo y lo presionó lo suficiente para desprender un poco de sangre. Zeta sintió el pinchazo sobresaltándose, y entonces, Calavera alejó la hoja.

—Es una verdadera lástima —Calavera arrugo el rostro y comenzó a hablar cruzándose de brazos y posicionado el peso de su cuerpo en una sola pierna—. En primer lugar, es una lástima que mi hermano, por alguna puta razón que desconozco, te necesite vivo. Podría divertirme tanto contigo ahora mismo, pero para tu suerte, le importas a alguien y no puedo hacer nada. Así que tranquilo marica, por ahora puedes respirar.

Zeta se permitió exhalar todo el aire que había contenido hasta entonces, y abrió sus ojos, mientras observaba a Calavera marcharse. No estaba seguro cómo, ni porqué, pero se había salvado. Por primera vez en su vida sintió que la suerte le jugaba a favor esta vez, el joven sonrió y sintió un enorme alivio abrazar su cuerpo, mientras intentaba recuperarse de la situación.

—Pero... —Calavera se detuvo en la puerta, de espaldas al muchacho. La cerró y volvió junto con Zeta. En unos pocos segundos su rostro se había ensombrecido por la locura—. En segundo lugar, lo que en verdad es una lástima —Calavera guardó silencio. Su ojo observaba a los de Zeta en una expresión seria y desalmada—. ¡Es que me importa una puta mierda lo que diga mi hermano!

Zeta no pudo anticiparlo, la navaja se incrustó en su ojo con una rapidez y una brutalidad atroz. Su garganta expulsó el grito más fuerte de toda su vida; sus brazos se sacudían intentando zafarse, pero nada podía hacer. Los gritos de Zeta se fusionaban con las carcajadas de Calavera mientras seguía hundiendo la navaja con más fuerza. Zeta solo veía negro y rojo; y sus sentidos funcionaban en su máxima potencia. Lo sentía todo: la sangre caliente escurrirse por su rostro, la hoja metálica cortando su piel y un insoportable dolor que se incrementaba con cada segundo.

La prolongación de ese momento le pareció eterna, el dolor que sentía era tal que ya no le restaban fuerzas para gritar. En ese momento, sintió un frio horrible, Calavera ya había terminado, y con una sonrisa psicótica y su premio en mano, exclamó a viva voz:

— ¡Considérate bienvenido a la Nación Oscura!

*****

Zeta abrió sus ojos sobresaltado. Una luz incandescente lo tomó por sorpresa en ese momento. Sus manos aún se encontraban atadas, pero el dolor se había esfumado por completo, o eso pensó, en realidad nunca había sentido ese dolor. Sus sueños le habían jugado una muy mala pasada. Escuchó varias voces a los alrededores, pero todo seguía blanco. Poco a poco la claridad fue tomando forma de imágenes. Se encontraba en un helicóptero que terminaba de descender a tierra. Sintió como fue empujado hacia afuera por alguien detrás de él, que lo hizo tocar suelo firme con toda la cara. Fue en ese momento donde sintió que su ojo izquierdo seguía ahí, adolorido, pero en su lugar. Se sintió aliviado por eso.

No se demoraron demasiado en obligarlo a levantarse y caminar. Apenas podía conservar un equilibrio moderado al dar cada paso. Sus alrededores eran extrañamente verdes, parecía un enorme patio con un jardín mal cuidado pero de un tamaño considerable como para estacionar un helicóptero, quizás más, pero no estaba seguro por la cantidad de personas que rodeaban el lugar, creando solo un pasillo entre ellos para que él pudiera pasar. Todos vestían de negro. Todos proferían insultos que les recordaban generalmente a su madre, y una hermana que nunca tuvo. Estaba en la Nación Oscura.

El final del pasillo de personas concluyó en una pequeña escalera curvada y ancha, de tres peldaños, que daba lugar a un solo hombre de pie frente a él. Obligaron a Zeta a levantar la vista para observarlo mejor a la cara.

Unos ojos escondidos en unas gafas oscuras lo observaban con una sonrisa amistosa. Su atuendo brillaba de elegancia; un arito de oro resplandecía en una de sus orejas; su cabello blancuzco estaba perfectamente cortado y peinado; y su expresión relajada hacía parecer que se conocían de toda la vida. El hombre dio unos pasos para acercarse al muchacho; inspeccionó su brazo en donde se hallaba la cicatriz en forma de "Z", y volvió a sonreír.

— ¿Tú eres el señor de los zombis?

Zeta asintió con seriedad, mientras aquel sujeto insistió en seguir mostrando sus dientes en una sonrisa que se ensanchó de alegría. Cómo si hubiese esperado por este momento durante mucho tiempo.

—En ese caso, bienvenido a mi hogar —dijo extendiendo levemente sus brazos para mostrar la enorme edificación de una mansión erguida a sus espaldas—. Esta es la Nación Oscura, y yo, soy fiel su representante. Llámame... Montreal Alexander.

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