7. Aniquilación (II)


—Tranquilo Alain, tu vivirás para dar el mensaje, así que puedes retirarte sin miedo. En la casa hay una pistola, la puedes usar para lo que te venga a la mente —expresó el jefe de la nación Oscura observándolo desde el suelo a la vez que comenzaba a caminar—. Da igual si informas o no a los tuyos, no cambiará nada. Espero que la muerte de tu amigo te sirva como ejemplo de que yo, Alexander Montreal, ya sellé tu destino... y el de toda tu nación.

*****


—No quiero parecer cobarde pero, ¿es necesario hacer esto aquí? —preguntó Renzo Xiobani agachando su cuerpo para no perder el equilibrio.

Mientras Jin tomaba el volante rumbo a la Nación Oscura, Franco había tenido la estrafalaria idea de continuar la práctica de lucha con Rex sobre el techo de la casa rodante. Idea que a Rex no parecía hacerle ninguna gracia.

—Si dices: «No quiero parecer cobarde», es porque, evidentemente estás acobardado —respondió Franco con los brazos cruzados, al otro extremo del techo de la casa rodante.

—Carajo, lo que me faltaba, ahora analizas mis oraciones —espetó Rex comenzando a erguirse para intentar permanecer en pie—. Si sonrieras como un idiota más a menudo diría que tú y Zeta son iguales.

—Mejor cuida tus palabras —dijo Franco colocándose en posición de lucha—. No me gusta que me comparen. Menos aún con el Zorro.

—Ajá, ¿me repites porque hacemos esto aquí?

—En una pelea, no todas las condiciones de lucha son favorables, a veces pelearas bajo la lluvia, o embarrado, también puede que te toque luchar en el agua. De cualquier manera, adaptarse a la situación antes que tu rival es crucial para ganar la batalla.

— ¿Y si caemos?

—Le dije a Jin que no maneje tan rápido, si caes te harás unos raspones y nada más —respondió Franco acercándose un paso más—. Bueno, ¿querías aprender a pelear o no? ¡El que cae pierde la batalla!

—Mierda... ojalá valga la pena.

Franco comenzó el ataque sin dar aviso y se lanzó hacia su rival. Rex fue sorprendido pero su cuerpo se inclinó de manera intuitiva hacia un lado, logrando eludir el golpe de Franco. Rex vio una oportunidad clara de asestar un golpe al rostro, intentó no hacerlo muy fuerte para no lastimarlo, pero su movimiento había sido muy evidente para el joven soldado quien pudo bloquearlo con facilidad y contestar con un rápido contrataque.

Franco golpeó a Rex en el pecho provocando que retrocediera un paso. El mecánico sintió el dolor punzante de un golpe que no parecía haberse contenido, eso lo enfureció un poco, y debido a la distancia a la que se encontraban, su instinto lo llevó a darle una patada frontal.

La mente de Franco actuó con una celeridad innegable; esquivó la patada, sujetó la pierna de Renzo y tironeó con fuerza. Las posiciones habían cambiado en apenas un segundo, y Franco, quien se encontraba más cercano a la orilla del techo, era ahora quien se situaba en una posición segura, mientras llevó a Rex a sentir una estocada de pavor al quedar con medio cuerpo suspendido en el aire. Luego volvió a tironear para arrojar al mecánico de nuevo al techo.

Renzo se desesperó para afirmarse a una superficie firme. Sus ojos no lo vieron, pero las pisadas de Franco resonando en la chapa le dieron la certeza de que la lucha no hacía más que empezar. Juntó valor y se colocó de pie alzando su puño para efectuar un gancho desde abajo.

Franco frenó su carrera en el último instante y logró eludir el golpe inclinándose hacia atrás; contestó con una corta patada que impactó en el pecho de Rex, y luego avanzó a para continuar manteniéndose a la delantera de la batalla. Renzo bloqueó un golpe que había buscado su rostro, y aprovechando la ventaja de altura, avanzó y se aferró a la cabeza de Franco con los brazos para conectar una serie de rodillazos su estómago.

Franco recibió el primer impacto y se vio obligado a usar sus brazos para cubrir los golpes; fue en aquel momento cuando Renzo aprovechó la ocasión para forcejear y hacer perder el equilibrio a Franco. El joven mecánico parecía haber ganado la contienda cuando pudo empujar a Franco hacia el borde del techo, pero entonces, Franco trabó sus piernas con las de Renzo provocando que perdiera el equilibrio.

Ambos cayeron de manera conjunta; pero pudiendo aferrarse al borde del techo con las manos. Esteban al verlo por la ventana no pudo evitar gritar.

— ¡Creo que es suficiente! —expresó Rex observando hacia abajo; aunque sostener su peso no le era problema gracias al entrenamiento de Parkour que había tenido con Jin, veía absurda la idea de caer y lastimarse antes de planificar un rescate a la nación Oscura.

—Lo tomaré como un empate por esta vez —accedió Franco sosteniéndose con apenas una sola mano—. ¡Jin, puedes frenar ya!

Tanto Renzo como Franco se habían imaginado que el ruido del motor disminuiría tras el pedido del soldado, pero una vez se dieron cuenta que la velocidad con la que se movía el vehículo crecía drásticamente, sus alarmas internas se encendieron.

— ¡Jin! —volvió a gritar Franco. Algo no andaba bien—. ¿¡Que mierda estás haciendo!?

El vehículo comenzó a salirse del carril de la ruta de una forma preocupante. Las ruedas comenzaron virar en dirección a un sinuoso camino de tierra; y si la trayectoria no se modificaba, el vehículo impactaría de frente con un enorme árbol.

— ¡Esteban! ¡¿Qué pasa?! —preguntó Rex golpeando la ventana con desesperación.

— ¡No lo sé! —el muchacho corrió a cerciorase del inconveniente, pero cuando llegó a la cabina del conductor se encontró con un Jin completamente inconsciente, recostado sobre el volante—. ¡Hey, hey, hey! ¡Jin! ¡Despierta! ¡Vamos!

Esteban comenzó a ingresar a las puertas de un posible ataque de pánico. Por más que sacudiera a Jin una y mil veces, el hombre no presentaba intenciones de reaccionar.

— ¡Sam! ¡Anna! ¡Necesito ayuda aquí! —gritó el joven Esteban, pero luego recordó que Samantha se encontraba duchándose, y Anna descansaba en la habitación al otro extremo del vehículo, por lo que se dirigió de nuevo hacia la ventana donde podía ver a Rex y a Franco colgados—. ¡Está inconsciente!

Franco observó la preocupante distancia entre ellos y el árbol.

— ¡Gira el volante niño! ¡¡Ya!!

Esteban captó la gravedad de la situación y se trasladó hacia la cabina del conductor como un rayo, se lanzó hacia el volante y lo giró con fuerza hacia la derecha. A la velocidad que se movía el vehículo, y sumando la brusquedad del giro del volante, la casa rodante tomó un envión crítico, despegando sus ruedas laterales durante unos cuantos, y muy intensos, segundos de trayecto.

Rex y Franco tuvieron que aferrarse con fuerza a las barras del techo para no salir eyectados por la inercia. Los zapatos del joven mecánico rozaron el árbol y en el último segundo sus manos resbalaron, lanzándolo hacia el suelo. Franco pudo sujetarse para continuar golpeando la ventana en un intento de provocar alguna mínima reacción del joven asiático, pero todos sus intentos fueron un fracaso. Un nuevo peligro se avecinaba a cada metro recorrido en forma de un muro de concreto.

Esteban se incorporó, continuando sus exasperados gritos de socorro, mientras maniobraba el volante de un lado a otro con desesperación. El vehículo se sacudía en zigzags, serpenteando por las calles de un barrio repleto de viviendas y estampillando a cuantos infectados se cruzaran en su camino. Anna dio un portazo en ese mismo instante y sus ojos tradujeron una mirada de odio total. Su siesta había sido irrumpida.

La joven se acercó hacia el asiento del conductor apoyándose por las paredes para no caerse. Su semblante cambió de manera automática al presenciar a Jin inconsciente sobre la consola del vehículo, mientras Esteban se esforzaba por aprender unas clases de manejo exprés de último minuto. Anna pidió al muchacho que se apartara cuanto antes y depositó el cuerpo de Jin en el suelo. Se sentó en el asiento del conductor, y entonces, cuando por fin pudo sostener el volante, fue cuando pasó.

Franco se vio obligado a dejarse caer a la calle, mientas que un segundo después, la camioneta impactó de forma lateral con un vehículo que se encontraba abandonado; Anna intentó mantener el equilibrio sin arrojar la toalla, y fue capaz de sortear un poste, pero el siguiente siniestro fue inevitable y la casa rodante se estrelló frontalmente contra la sala de una vivienda, abriendo un hueco en la pared que desperdigó los escombros hacia múltiples direcciones, dando, al fin, por finalizado el recorrido para todos.

En ese momento fue cuando Samantha pudo salir del infierno que había vivenciado dentro de las cuatro paredes de la ducha. Su semblante evocaba una mirada asesina similar al de Anna en un principio, y no resultaba para menos, ya que al salir totalmente empapada, utilizando una vieja bata de ducha perteneciente al antiguo dueño de la casa rodante; con su cabello totalmente disparatado, y con todavía residuos de champú desparramados parcialmente en su cabeza; sus primeras palabras tras salir de la puerta habían sido:

— ¡¿Qué carajo está pasando?!

Franco se apresuró a subir a la casa rodante y fue directo hacia Jin, pero no sin antes devolver una mirada de confusión a su novia.

— ¿Por qué estás en bata?

— ¡Me estaba duchando y todo empezó a volar por los aires! —dijo Samantha ajustando el nudo de su bata mientras se acercaba a la cabina de conducción. Su mirada no fue capaz de ignorar que parte del tren delantero del vehículo se hallaba incrustado dentro de una casa—. ¿Qué fue lo que pasó?

—Aparentemente Jin perdió el conocimiento mientras conducía —explicó Franco mientras revisaba al joven maestro de Parkour—. Está volando de fiebre. Esto no está bien.

Franco comenzó a indagar las heridas de Jin, pero justo en ese momento, Renzo abordó la casa rodante, y antes de mencionar nada, se tomó unos segundos para recuperar el aliento al haber tenido que seguir al vehículo a puro pulmón.

— ¡Hay peligro afuera! —advirtió el joven mecánico.

— ¿Cuántos? —Franco abandonó el cuerpo de Jin para colocarse de pie.

—Diez o más, pero el número podría crecer si nos quedamos aquí.

—Está bien, yo me encargo de mantenerlos alejados. Anna, Sam, las necesito. Esteban, cuida de Jin, si puedes ponlo en la cama y dale algo para la fiebre. Cualquier analgésico que encuentres en la caja sobre el microondas —ordenó Franco equipándose con sus armas—. Rex, necesito que revises si el vehículo se dañó. Tuvo dos impactos muy fuertes.

—Voy a ayudar a Esteban a cargar a Jin hasta la habitación... —comenzó a decir Samantha.

— ¿Por qué? —preguntó Franco.

Samantha señaló su atuendo con la mirada.

—Tengo que cambiarme...

Franco asintió.

—Está bien —Franco se tomó un segundo para meditar—. ¿Sabes algo? Cuando le den los medicamentos a Jin, cierra la puerta con llave y déjalo ahí solo.

Samantha no comprendió.

— ¿Por qué?

—Solo hazlo, confía en mi —comentó el soldado mientras abría la puerta de la casa rodante—. Tengo una mala corazonada.

*****

La bola roja ingresó al hueco, uno de los soldados oscuros festejó.

—Señor Montreal...

—Dime Calavera, inepto —escupió el hombre mientras apuntaba para un tiro muy complicado en el pool—, no me gusta que me confundan con mi hermano.

Calavera golpeó la bola, pero el tiro no fue efectivo y no terminó donde él hubiese deseado. Maldijo entre dientes.

—Señor Calavera, tengo noticias de su hermano Alexander.

El hombre suspiró.

— ¿Qué pasó?

—Me acaban de comunicar que la cumbre con los Escarlata fue un éxito total, uno de los presidentes ha muerto, y el otro fue dejado libre para enviar el mensaje —comunicó el secuaz oscuro.

—Ya sabía que eso pasaría, ¿no tienes algo nuevo? —preguntó Calavera sin prestarle demasiada atención.

—Bueno, tengo una noticia que quizás le interese mi señor.

—Escucho.

—También comunicaron que Alexander se tardará aproximadamente un día más en volver, todavía tiene que reunirse con los militares mañana —comenzó a decir el secuaz—. Por lo que tenemos tiempo de sobra para terminar de preparar el siguiente de sus juegos para el chico Zeta. Estará complacido con los resultados mi señor, conseguimos los zombis que necesitábamos.

Calavera alzó una ceja con sorpresa.

— ¿No me estás mintiendo verdad? Porque te mato en este momento.

—No mi señor, tenemos los que necesitamos. Ya los estamos preparando, en unas horas estará todo listo.

— ¿Y cómo puede ser posible? La última descarga que ese hijo de su puta madre me obligó a detonar terminó con todos los que teníamos reservados.

—No todos mi señor, algunos no recibieron la descarga porque no tenían puestas las pulseras. Eran unos cuantos aislados en la sala del sur, junto a las viejas celdas.

Calavera abandonó la mesa de pool y se acercó al soldado con una sonrisa perspicaz que recién comenzaba a vislumbrarse en su rostro.

— ¿Entonces podemos hacer un juego más?

—El mejor de todos, mi señor, y el peor para el muchacho. Le garantizo una sorpresa muy grata...

—Basta, soldado, porque estoy a punto de besarlo —comentó Calavera con un rostro que se iluminaba de emoción mientras abrazaba al soldado con un brazo—. Esas si son buenas noticias. Prosigan con el siguiente juego, muchachos. ¡No perdamos tiempo! Voy a hacer que este niñato se cague del miedo y desee regresar al vientre de su mami y nunca haber nacido.

—Solo un detalle, mi señor Calavera...

— ¿¡Qué!?

—Las probabilidades de que el chico muera, son muy elevadas...

Calavera no hizo más que mostrar sus dientes en una despiadada y cruel sonrisa.

—Tranquilo soldado —respondió—. Así me gusta más. 

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