5. Lobo con disfraz de cordero (II)
—Habías dicho que me estabas esperando, ¿por qué? —volvió a retomar la conversación el joven.
—Porque voy a necesitar tu ayuda para poder sobrepasar a ese grupo de peculiares de allá —explicó Boris.
—Bueno, parece que tienes un plan en mente, te escucho.
Boris no perdió tiempo, se dirigió hasta el zombi que continuaba desgarrando la carne de la nariz de Álvaro, y utilizando las cadenas que traía puestas, procedió a estrangularlo hasta dejarlo sin vida. Lo siguiente que hizo, con ayuda del joven señor de los zombis, fue arrancarle las cadenas de sus miembros a ambos cadáveres.
—Vamos a usarlos de carnada para distraer a los primeros dos, y luego pasmos por entremedio de los que siguen —explicó Boris mientras limpiaba la sangre de sus manos en su overol, y se colocaba al cuerpo sin vida de Álvaro al hombro.
Zeta hizo lo propio y también se cargó el cadáver del zombi.
—Bien, te sigo.
Mientras más se iban acercando, los monstruos comenzaban a acelerarse, sus pechos se inflaban con fervor, mientras intentaban avanzar tensionando las cadenas que llevaban enganchadas al cuello. Aunque las ataduras penetraran parcialmente su corroída piel, el instinto animal interno que llevaban los enloquecía aún más, haciendo caso omiso a cualquier vestigio de dolor en sus cuerpos.
Las cadenas chirriaban en cada sacudida, Zeta se cuestionó de la dureza de las mismas, y un miedo interno surgió al pensar lo que pasaría si llegasen a soltarse. Luchar con esa clase de monstruos con nada más que los puños era algo que no tenía ni la menor intención de probar ahora mismo. Por lo que el siguiente movimiento que darían debía de ser en extremo preciso. Una falla y sería el fin para ambos supervivientes.
Tanto Boris como Zeta optaron por una modalidad de procedimiento silenciosa y calculadora; había dos zombis bloqueando el paso, ubicados uno en cada extremo del muro y separados por una abertura milimétricamente estrecha, pero que con una carrera potente podría ser fácil de evadir si se lograba dar un buen salto por el medio. Claro que ese método había sido previsto por los sádicos ingenieros que habían fabricado este aterrador juego, y por esa razón habían dos zombis Parca más situados unos pocos metros detrás de los dos primeros, imposibilitando por completo el paso en solitario. La única salida de Zeta era confiar en el plan de Boris y esperar que no fuese una trampa.
Boris asintió. Zeta hizo lo mismo. Ambos avanzaron un paso más, y utilizando los cadáveres como escudos, comenzaron su avance. Zeta sintió cómo el cadáver de Álvaro se tensionaba al ser mordido y tironeado por el Parca; el joven intentó soportar la fuerza para no soltarlo. Avanzó dos pasos más. Su espalda chocó con la de Boris, quien también estaba utilizando su propio escudo de carne y huesos para sobrevivir.
Zeta sabía que la carnada no duraría mucho, por alguna razón inexplicable en estas instancias, los zombis ignoran a los muertos y a los infectados, centrándose en cazar únicamente a los seres vivos. El zombi Parca podría ser impulsivo y acelerado, aferrándose y desgarrando la carne de Álvaro en los primeros instantes, pero fue cuestión de un paso más para que aquel demonio sediento de sangre se percatara de la presencia de Zeta. El alarido de muerte había sido emitido, y como un huracán irascible e implacable, el zombi Parca se lanzó hacia su presa.
Zeta debió hundir su cabeza para no ser alcanzado por el primer zarpazo de la bestia; la fuerza que recibía del Parca ahora lo obligaba a tener que empujar su escudo humano para no perder el equilibrio. Sus pies continuaron avanzando de perfil, hasta poder dejar al zombi atrás, pero en ese momento, unas uñas podridas rasgaron la parte trasera de su overol. Zeta se alarmó al ver a un segundo monstruo, de grandes brazos y pronunciada estatura estirando sus garras para interceptarlo desde atrás.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Zeta entre dientes y con dificultad.
—No vamos a poder contra ambos, vamos a inhabilitar al zombi de la izquierda —contestó Boris, con su escudo humano a sus espaldas.
—¿A la mujer?
—¿Prefieres al musculoso?
—No gracias... ¿comienzas tú?
—A la cuenta de tres, le tomas el brazo derecho y la arrinconas al muro —ordenó Boris.
—Entendido.
—Uno —comenzó a contar—. Dos... ¡Tres!
Zeta le dio el empujón más fuerte que pudo al cadáver que traía consigo para sacarse de encima al primer zombi y corrió como un trueno hacia el muro izquierdo. La mujer Parca los vio venir y se dispuso a embestirlos, Boris inclinó su cuerpo hacia un lado e interpuso su brazo para acorralar al zombi; Zeta se sumó a la arremetida y conectó un codazo en el rostro del monstruo, para luego aprisionarlo junto con Boris. Unos cuantos pedazos de piel podrida y sangre salió disparada de la mujer zombi cuando Boris y Zeta comenzaron a asediarla a golpes; Zeta pensó que unos cuantos golpes serían suficiente para aturdirla, pero en el instante en la que el zombi se aferró al brazo de Zeta, fue cuando se dio cuenta que no sería tan fácil. La mujer zombi capturó al muchacho sujetándolo con ambos brazos, y aunque eran dos contra uno, la fuerza que traducían esos escuálidos brazos de una treintañera de cabello corto parecía duplicarse con cada segundo que pasaba.
La mujer abrió sus fauces y forcejeó para alcanzar al muchacho; pero Boris se apresuró en rodearle el cuello con su brazo y tironear con fuerza para arrojarla hacia atrás. Zeta retrocedió con rapidez, saliendo airoso de todo peligro; en cambio Boris no corrió con la misma suerte, derrumbándose en el suelo tras su último movimiento por salvar a Zeta.
En materia de velocidad, quien fue más rápido para incorporarse fue la mujer Parca. Cuatro segundos fueron suficientes; los primeros dos los precisó para girarse y ubicar a su objetivo, mientras Boris intentaba retroceder a rastras, y dos más para lanzarse al ataque. El hombre se petrificó, y de no ser porque pudo percibir el cambio de viento a su lado, y ver en el último segundo, una sombra deslizarse a toda velocidad, no hubiese podido reaccionar a la advertencia de Zeta.
— ¡Abajo!
Ante esas palabras, Boris se arrojó al suelo sin dudarlo un solo instante; Zeta avanzó decidido, llevó una pierna hacia atrás, esperó el momento oportuno, acomodó el cuerpo, se apoyó en su pierna izquierda y al segundo siguiente... ¡Crack!
La cabeza del zombi fue la pelota de futbol de Zeta, quien con una sola patada lateral, bastó para golpearla de lleno y sobró para quebrarle el cuello.
— ¡Carajo! —Zeta fue obligado a frotarse el pie ante el punzante dolor que acaeció tras aquella patada.
Boris aprovechó para incorporarse y alejarse de la zona de peligro; Zeta hizo lo mismo aunque sin apoyar del todo su pie derecho. Ambos compartieron una sonrisa victoriosa.
—Gracias —dijo Boris esperando que Zeta alcanzara su posición para comenzar a caminar—. Fue una buena patada.
—Mi primera opción mental había sido derribarla de un tacle, pero hice eso una vez y no me fue muy bien —admitió el joven ubicándose junto al hombre—. Pero exageré con la fuerza. Sí que era una cabeza dura.
—Pensé que me dejarías atrás.
Zeta negó con la cabeza.
—Si tú me ayudas, yo te devolveré el favor, está en mis venas. Si pudiese ser tan cínico como para dejar a la gente atrás —se tomó un momento para pensar—. Creo que sería muy feliz en algún lugar muy lejos de esta pocilga.
Boris sonrió agotado.
—Sonaste muy similar a un amigo mío —comenzó a decir Boris—. Es alguien que conocí adentro de esta pocilga, un buen sujeto, de buen corazón. Te pareces a él.
Zeta pensó contestar, pero una interferencia en el sonido de los parlantes les aturdió los oídos.
— ¿Qué mierda se creen ustedes dos que están haciendo? —Calavera hablaba con una voz siniestra, expresando cada sílaba entre susurros—. Las reglas de este juego eran bastante simples: el primero de los ratones en llevar su queso hasta el final sería el ganador. Y no veo que ninguno de ustedes lleve a su queso consigo. No, no, no, no... esto no es correcto señores. No es la forma. No es como lo hacemos aquí en la Nación Oscura —continuó Calavera con un color de voz que denotaba disgusto—. ¿No te dije, chico Zeta, que no me gustaban los tramposos? ¿Crees que puedo dejar pasar esta falta tan grave de respeto así nada más? Pues no... —el silenció que sobrevino pareció de ultratumba. A estas instancias, tanto Zeta como Boris podrían esperar cualquier cosa de ese maniático. Sus corazones comenzaron a acelerarse y mientras sus miradas se disparaban de lado a lado, los parlantes volvieron a sonar—. ¿Quieren sobrevivir?
En ese momento, un golpe seco se escuchó tras los muros, a la distancia de los monstruos que habían dejado atrás. En el siguiente segundo, las cadenas anexadas a los muros cedieron y cayeron al suelo. Los tres peculiares que quedaban vivos sintieron la libertad en sus cuerpos y no demoraron un segundo en echarse a correr hacia sus presas.
—Corran...
Boris comenzó a correr con fervor, pero inmediatamente se detuvo.
— ¿¡Que haces!? —espetó el hombre observando como Zeta no solo no lo estaba siguiendo, sino que también se dirigía hacia el lado opuesto—. ¡Ven acá!
—No —escupió Zeta con la mirada clavada en cada uno de los monstruos que se acercaban a una velocidad preocupante hacia él—. Estoy cansado de hacer lo que este maniático dice. Además...
Mientras Zeta seguía firme, el trío de bestias se acercaba a pasos descomunales, bramando grotescos ecos guturales en su avance.
—No puede matarme... —sentenció Zeta expandiendo sus brazos—. ¡Vamos Calavera! ¡No te conviene que yo muera!
— ¡¿Te volviste loco?! —exclamó Boris al borde del colapso nervioso.
Las bestias ya saboreaban a su presa, dejando escurrir saliva entre sus dientes; solo faltaba unos pocos metros más...
— ¡Sal de ahí!
Un poco más...
—¡¡Vamos Calavera!!
Un poco más...
— ¡Zeta!
Un poco...
—¡¡¡Vamos!!! —gritó Zeta.
Y en aquel momento, cuando los monstruos dieron el salto de gracia, cuando las esperanzas de Boris murieron, y cuando la respiración de Zeta se cortó... Los cuerpos se desplomaron en el suelo, cayendo uno sobre el otro de forma estrepitosa. Zeta tardó unos segundos en procesar lo que estaba pasando, su cerebro ya se había imaginado la secuencia de su muerte siendo alcanzado y devorado por las criaturas, pero por alguna razón él continuaba vivo.
— ¿Qué pasó? —preguntó Boris, quien tampoco terminaba de creer lo que estaba viendo. Así como si los zombis se hubiesen apagado, sus cuerpos dejaron de funcionar justo en la última fracción de segundo—. No entiendo...
—No escuché disparos —comentó Zeta acercándose a uno de los cuerpos para inspeccionarlos, se encontraban bastante calientes, pero no entendía bien porqué. Acercó su mirada hacia la cabeza, pero no había nada que determinara su muerte a simple vista—. ¿Cómo hicieron eso?
—De alguna manera Calavera los incapacitó —comentó Boris.
—Sí, pero... ¿Cómo? —Zeta comenzaba a impacientarse al no hallar respuesta en ninguno de los cadáveres—. ¿Es posible acabar con ellos a la distancia? ¿Tanta ventaja nos llevan estos hijos de perra?
En ese momento, un ruido fuerte se escuchó a lo lejos. Una puerta se había abierto con brusquedad, y posiblemente los soldados oscuros aparecerían en cualquier momento. Boris se apresuró.
—Tenemos que apurarnos, busca algo cortante —comenzó a decir el hombre mientras revisaba los cadáveres.
— ¿Qué? ¿Quieres luchar con ellos ahora? Ni yo soy tan optimista.
—Ayúdame a encontrar algo filoso, lo que sea, no lo usaremos ahora, pero nos vendrá bien para escapar de aquí en el momento oportuno.
— ¿Y cuándo es ese momento oportuno?
—Pronto, lo demás te lo dirá Ezequiel —Boris extrajo un pedazo de cadena y la enredó en su puño—. Esto podría servir. Lo que sea para defendernos viene bien, ¿encontraste algo?
—Déjame ver —Zeta revisó entre los cuerpos pero no halló nada de utilidad, luego revisó sus muñecas. En ellas todavía tenía colocado unas muñequeras de metal las cuales sujetaban las cadenas que se habían cortado en la prueba pasada.
La muñequera de su mano derecha se encontraba bastante maltratada, por lo que intentó golpearla en el suelo repetidas veces. En ese instante, pudo observar como un grupo de soldados se acercaba al trote hacia ellos. El joven aumentó la fuerza de los golpes, la velocidad y tras unos cuantos intentos... ¡Clac!
La muñequera se cortó y se abrió en dos partes. Zeta tomó el trozo más pequeño, cuya esquirla prominente se observaba bastante filosa.
— ¡Aléjense de esos cuerpos! —intimó un soldado de la fila de los oscuros arribando al lugar junto con otros tres más. Zeta se colocó de espaldas mientras evaluaba como podría esconder el fragmento de metal—. ¡¿Estas contento, infeliz?! ¡Calavera está muy irritado por tu culpa! ¡Hey, te estoy hablando!
El hombre pateó a Zeta para obligarlo a reaccionar; el joven cayó al suelo en un ángulo en el que nadie podía ver su rostro. Observó el fragmento de metal por unos segundos y antes de que el soldado lo obligara a levantarse se metió el trozo a la boca.
— ¡¿Me estás ignorando!? —el soldado lo alzó y lo sujetó con ambos puños de la ropa, obligando al muchacho a hacer contacto visual. Zeta le desvió la vista con desdén—. ¿Qué mierda te crees que eres...?
— ¡Basta! Tenemos que llevarlos a sus celdas —interrumpió otro de los soldados que empujaba a Boris a punta de pistola hacia la salida—. Si no quieres que Calavera se enoje todavía más, haz tu trabajo.
—Carajo —espetó el soldado con rabia—. Si no fuera porque los hermanos Montreal son los que mandan, tu culo sería un paraguas amigo mío. Muévete de una vez.
Sin mediar palabra, el joven señor de los zombis fue escoltado hacia su respectiva celda; en el último tramo fue separado de Boris, quien lo trasladaron hacia otro pabellón. Una vez llegaron a su destino, el soldado de pocas pulgas abrió la puerta, a la vez que un segundo hombre armado ingresaba para evitar un posible intento de escape por parte de Ezequiel. Zeta fue empujado dentro de la celda, y una vez más, el soldado insistió en mostrar su escaso respeto hacia él.
— ¿Por qué eres tan importante? —Insistió el hombre acercando su rostro al de Zeta con una mueca de asco—. ¿Qué carajo quiere Alexander contigo?
Zeta se mostró inmutable, con ambos brazos hacia atrás y una mirada despreocupada que no hizo más que irritar al soldado.
—No piensas hablar, ¿eh? —sonrió el hombre mientras apretaba los dientes—. ¡Bien! Te voy a predecir tu futuro muchachito. La próxima prueba... ¡no la pasas!
El hombre culminó la frase con un fuerte gancho que colocó en la mandíbula de Zeta, derribándolo en el suelo; el joven sintió una potente inyección de dolor entre sus dientes; un zumbido acaeció de repente y su visión se nubló. Apenas pudo emitir un sonido seco de dolor tras el golpe, y solamente cuando los soldados oscuros se marcharon, fue cuando pudo relajar los músculos.
Zeta se despojó del fragmento metálico escupiéndolo al suelo, y seguido de eso, una serie de arcadas y brotes de sangre salieron expulsados de su boca. Ezequiel se acercó al muchacho con un acento de preocupación en su rostro.
—Compa, ¿estás bien? ¿Qué mierda pasó allá?
—Lo que pasó... —Zeta terminó de escupir los últimos gajos de sangre, recuperó el aire y tomó el fragmento de metal—. Es que vamos a irnos de este puto lugar.
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