5. Lobo con disfraz de cordero (I)
Desorientado, observó hacia abajo, y en una angustiante estocada de realidad que atravesó su pecho con ferocidad. Sus ojos perdieron el brillo, al ver que las cadenas de sus pies ya no estaban sujetas a Diana, y el cuerpo de cabello rizado era ahora, el manjar de una horda hambrienta de seres infernales.
La cachetada de aquella aberrante realidad lodespojó momentáneamente de su consciencia. Su mirada traducía una colosalangustia al ver como aquellos seres del infierno le arrancaban la piel a Dianasin remordimiento, se tragaban su carne y se bebían su sangre. Un brutalsentimiento de culpa cayó sobre los hombros del muchacho, pero luego de unnecesario momento en el que sus ojos se cerraron para intentar volver aconcentrarse en la situación, luego de unos cruciales segundos en que su mentese oscureció y su respiración se normalizó; sus ojos se abrieron y dos esferasde color pardo dejaron distinguir una mirada que, impregnada en determinación yempapada en rabia, estaban decididas a buscar venganza.
"Apuñala al cuerpo y este sanará, pero apuñala al corazón y la herida durará toda una vida". —Mineko Iwasaki.
La navaja cortó el aire, siguió un trayecto rectilíneo que abrazó la perfección y finalizó con firmeza en su objetivo. Samantha se acercó victoriosa, dispuesta a recuperar su arma de las entrañas corroídas de un... viejo árbol.
—Me faltó fuerza en el último tiro —explicó la muchacha a un Esteban que se encontraba totalmente interesado por las lecciones de lanzamiento de navajas—. La trayectoria bajó mucho, si este tocón fuese un zombi solo lo habría herido en el pecho —continuó diciendo mientras retiraba los seis cuchillos para volver a empezar—. Ahora quiero que lo intentes tú, tal como te lo expliqué.
Esteban asintió, tomó las navajas y las fue colocando de una en una en la correa de Samantha, que ahora era él, quien la llevaba puesta. El niño se alejó del árbol unos metros, dejó uno de los cuchillos en su mano, sostuvo la hoja con sus dedos y lo alzó al frente, en la línea imaginaria entre sus ojos y el árbol. Trazó el trayecto con su mente, concentró sus fuerzas en sus dedos, alzó todavía más la navaja y la arrojó con fuerza hacia el frente.
La navaja se soltó demasiado rápido de sus dedos y el trayecto se alzó en globo inclinándose demasiado hacia la derecha, evadiendo por completo el árbol y cayendo a una distancia demasiado cercana a los pies de Rex. El joven mecánico brincó de la sorpresa.
—¡Esteban! ¿Podrías practicar en otro lado?
—¡Perdón Rex! —gritó el niño apenado.
—Mejor nos conviene alejarnos un poco —comentó Franco observando a la distancia—. ¿Te parece por allá? Detrás de las alambreras. Estaremos a salvo de los cuchillos del niño.
—Es buena idea.
Franco y Renzo buscaron un sector alejado de Samantha y sus navajas, atravesando por una pradera de vegetación frondosa, para llegar a un llano verde, cuyas planicies dejaban ver un vasto horizonte.
—Aquí estaremos bien —comenzó a decir Franco colocándose frente a Rex—. Mientras esperamos que Anna termine la comida, quiero preguntarte algo.
—Claro —accedió el joven mecánico.
—¿Por qué quieres aprender a pelear? —preguntó Franco mientras se quitaba una camisa verde, para llevar encima solo una remera gris.
Rex también comenzó a alivianar su peso quitándose únicamente su gorra.
—Bueno, la verdad es que nunca estuve en una pelea —admitió con un tinte de vergüenza—. Y aquella vez que Zeta me tumbó, cuando creíamos que él era parte de la Nación Oscura, realmente me sentí muy... indefenso.
—Entiendo. ¿Solo por eso?
—No quiero volver a sentirme vulnerable, ¿sabes? —continuó—. En la pelea que tuve con el Juan Nocturno, él logró morderme, y de no ser porque tenía puesta la armadura de la nación probablemente estaría muerto. Si no puedo disparar bien, al menos quiero pelear bien.
Franco asintió sin evidenciar alguna expresión en su rostro.
—En resumen, buscas saber pelear por protección propia.
—¿Eso tiene algo de malo?
—No dije eso.
—Además... —Renzo se frotó la nuca—. Puede que en un futuro no muy lejano tengamos que enfrentarnos a los oscuros y quiero estar preparado para eso.
—Me parece razonable —expuso Franco—. Está bien. Te voy a ayudar.
—Bien —comentó Rex asintiendo con el ceño fruncido—. ¿Qué hacemos ahora...?
Franco sonrió con confianza y alzó su guardia.
—Primero veremos tu postura de lucha—comenzó a decir el joven ex militar—. Puños arriba.
Renzo obedeció las instrucciones de Franco y alzó ambos puños al frente, escudando su rostro.
—Coloca tu cuerpo de perfil, cuando estas por pelear te conviene tener tu puño fuerte atrás —dijo Franco demostrándole su postura—, al menos yo suelo hacerlo de ese modo, lo que hará que saques un puñetazo veloz y fuerte con facilidad.
Franco emuló el movimiento de un gancho lateral con su puño derecho y luego golpeó al aire con su puño izquierdo mientras avanzaba un paso al frente.
—Te conviene estar siempre en movimiento, que el enemigo no sepa tus intenciones, muévete todo lo que puedas —explicó mientras se desplazaba dando brincos pequeños con la punta de los pies—. Busca su lado débil, muévete hacia ahí, golpea duro y sin miedo.
Franco se desplazó de tal manera que Rex quedó de espaldas, se acercó con agilidad y efectuó un golpe suave a sus costillas, luego volvió a retroceder.
—¿Sabes cuánto dura una pelea entre principiantes? —inquirió Franco.
—Ni idea...
—Si logras conectar algunos golpes fuertes, entre idas y vueltas, podría llegar a durar un minuto, luego de eso, ambos se encontrarán cansados —comentó—. Tienes que ganar resistencia. Golpear sin pensar no te servirá para ganar. Tienes que golpear para tumbar en un solo puñetazo —dijo mientras danzaba alrededor del joven mecánico—. Por suerte tienes buena altura, tumbarte a ti sería más difícil.
—Entiendo, eso es bueno.
—Lo es, pero no te confíes —dijo Franco acercándose hasta Rex por un lado con presteza; el joven trabó su pierna entre las de Rex, y con un empujón de hombros logró arrojarlo al suelo—. La confianza es pérdida. El Zorro también te tumbó con facilidad. Cuando te enfrentes a alguien siempre buscará la manera de buscar tu punto débil. En tu caso tu equilibrio te proporciona una gran desventaja. Debes aprender a posicionarte.
Renzo se colocó de pie nuevamente y alzó la guardia.
—Bien... ¿y cómo logro eso?
Franco volvió a acercarse, esta vez decidido a conectar un golpe al rostro, Renzo retrocedió unos pasos pero Franco se aproximó con más velocidad. El mecánico se cubrió la cabeza con ambos brazos dejando al descubierto su estómago, lo cual fue aprovechado por Franco para asestarle un potente rodillazo. Rex se desplomó en el suelo intentando recuperar el aire.
—De la única manera que se aprende todo en la vida —comentó Franco tironeando del brazo de Rex para colocarlo de pie—, con experiencia propia —dijo y volvió a golpearlo con fuerza.
—Uf... ese golpe me dolió hasta a mí —abrió la conversación Jin, mientras observaba la pelea a la distancia dentro de la casa rodante. El joven volvió a girarse para probar un poco de estofado de carne que se cocía a fuego moderado dentro de una olla—. Muy sabroso Anna, te felicito.
Anna asintió regalándole una sonrisa.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó la muchacha de tez morena usando la lengua de señas acompañado de un movimiento de labios para ayudar a la pobre interpretación de Jin.
—¿Cómo me encuentro...?
Anna asintió.
—Bien, muchas gracias por preguntar —comentó el joven asiático—. Todavía me duelen las heridas, probablemente se me hayan infectado...
Anna lo observó con asombro.
—¡Infectado, infectado de suciedad...! No de la cosa esa... zombi.
Anna volvió a respirar y continuó colocando la pasta dentro de la olla.
—En diez minutos estará lista —expresó la joven señalando hacia la puerta—. ¿Llamas a los demás?
—¿Qué... los vaya a buscar dices? —preguntó Jin confuso.
Anna levantó el dedo pulgar.
—Bien, ahora mismo los llamo —comentó Jin dirigiéndose hasta la puerta—. Anna... ¿puedo preguntarte algo?
Anna asintió a la vez que continuaba revolviendo el estofado.
—¿Crees que este mundo pueda arreglarse? —preguntó el muchacho con la mirada perdida al suelo del tráiler—. ¿Crees que podamos realmente salvarnos?
Anna frunció el ceño y bajó sus cejas. Luego movió su cabeza de un lado a otro subiendo sus hombros.
—No lo sé, pero yo tengo esperanza de que sí —expresó la muchacha.
—No entendí nada de lo último —se disculpó Jin.
Anna se acercó al joven asiático, lo tomo de las manos y las juntó. Sus ojos y los de Jin se conectaron por un breve momento.
—Es-pe-ran-za... —dijo Anna moviendo sus labios con lentitud sin emitir sonido alguno, pero que Jin supo comprender a la perfección.
—Esperanza —repitió él sonriendo a la par de la muchacha—. Gracias.
Jin salió del tráiler y gritó a viva voz:
—¡¡La comida estará lista en unos minutos!!
—¡Genial, ya vamos para allá! —gritó Samantha alzando su brazo—. Bueno, esta será la última vez. Intenta que la hoja se clave en el tronco.
—No es nada fácil —se quejó Esteban, quien con sus diminutos dedos apenas podía encontrar el balance adecuado para la navaja—. Para ti parece pan comido...
—No siempre lo fue, en algún momento me pasaba lo mismo que a ti —explicó la joven oji verde apoyándose sobre un árbol.
—¿Cómo aprendiste a lanzar los cuchillos así? ¿Alguien te enseñó?
—En efecto, me enseñaron así como te lo estoy enseñando a ti —contestó la muchacha desviando la mirada hacia el horizonte, justo en dónde Franco y Rex se encontraban peleando.
—¿Fue tu novio? —preguntó el niño secándose la transpiración de la frente, su cabello enrulado a menudo molestaba a su visión y debía soplar su flequillo hacia un lado.
—No, no fue Franco —contestó a secas—. Es un poco complicado de explicar. Mi padre murió cuando yo tenía cinco, y con los años mi madre tuvo otro novio, ese sujeto fue quien me enseñó el deporte de arrojar navajas cuando era una niña.
Esteban lanzó la navaja, la cual rebotó en el árbol y cayó en el suelo.
—Carajo —se quejó el niño—. ¡Suena bastante bien! Aunque lamento lo de tu padre.
—No es ni un poco... bien —Samantha bajó su mirada con una mezcla de rabia y resentimiento—. En algún momento lo llamé padre... no sabes cuánto me arrepiento de haberlo hecho. Ese tipo... es un... no debería insultar adelante tuyo, pero lo entiendes.
—¿Un hijo de puta? ¿Mal nacido? ¿Imbécil? ¿Tarado? —inquirió Esteban volviendo a lanzar una navaja que se desvió hacia el suelo—. ¡Mierda!
—¡No digas esas cosas! —lo corrigió Samantha—. Como sea, el punto es que es una persona horrible, y si algún día lo vuelvo a ver... ¡Si algún día lo llego a encontrar...! —Samantha se mordió los labios de rabia.
—¿Sam? —preguntó Esteban con preocupación tras ver en el ensombrecido rostro de Samantha como unas lágrimas se hacían notar—. ¿Te encuentras bien, Sam?
—Yo... perdón —Samantha se cubrió el rostro con ambas manos—. No tendría que decirte cosas así a ti...
—En realidad, creo que entiendo lo que sientes —comentó Esteban acercándose a Samantha—. Cuando me enteré que mis padres murieron, lo primero que hice fue buscar al culpable. Y esa persona fue Zeta. Pensaba que él tenía la culpa por habérselos llevado lejos de mi esa noche... y me juré a mí mismo que el día que lo volviera a ver lo mataría sin pestañar.
Samantha frunció el ceño conmovida.
—Yo no sé qué te hizo esa persona a ti, y quizás pienses que recibir consejos de un niño es ridículo, pero te lo cuento porque esa fue una de las peores experiencias que pasé en mi vida —dijo Esteban conteniéndose para no llorar—. Y también fue gracias a tus palabras que yo decidí perdonar a Zeta... y olvidar, al menos, poco a poco, lo que sucedió. Luego descubrí que Zeta me había estado buscando desde ese suceso y jamás logró encontrarme; me enteré que el luchó hasta el final para proteger a mi familia, y también que ellos se sacrificaron para que él pudiera sobrevivir y... cuidarme, aunque que quede claro que me sé cuidar solo —dijo el niño sonriendo—. Entonces... yo podría haber asesinado a la última voluntad de mis padres de haber sucumbido a la venganza ese día.
—Vaya, ¿en serio tienes once años?
—Doce —corrigió el niño.
—Eres increíblemente maduro Esteban —sonrió Samantha con una mirada compasiva—. Tienes razón, ¿vamos a comer?
—¡Si! Estoy muerto de hambre —dijo Esteban alejándose de la muchacha para dirigirse hacia la casa rodante.
Mientras tanto, Samantha se detuvo a observarlo, ya no hacía falta disimular frente a Esteban. Su rostro se endureció en el siguiente segundo y sus ojos se entrecerraron observando más allá del horizonte. Recordando, con total desazón, todo aquello que había sido forzada a sufrir. Mientras el viento hacia silbar los árboles y despeinaba su cabello, en lo más profundo de su ser, Samantha comenzó a sentir una ira creciente que no parecía tener intenciones de cesar, una ira que había sido amortiguada por la distancia, el tiempo, y una esfuerzo propio por no recordar quien había sido el causante de toda su miseria y que le había arrebatado a su ser más preciado sin benevolencia alguna.
Los puños de Samantha se cerraron. Inmediatamente los recuerdos del enfrentamiento con Abigail habían vuelto, pero con una perspectiva distinta. Ella había logrado matar a Abigail, y por más que en un principio se sintió apenada y terriblemente culpable por haberlo hecho, en este momento, al pensar en esa terrible persona al que alguna vez llamó padrastro, ese suceso, matar... podía verlo como un logro. Un logro que se juró que algún día iba a concretar.
—Algún día —se dijo a sí misma entre dientes, mientras sus mejillas se humedecían en lágrimas—. Algún día te voy...
*****
—¡Te voy a matar! —escupió Zeta corriendo con todas sus fuerzas.
Por más que lo intentaba, le era imposible borrarse la imagen de la chica de cabello rizado siendo despedazada en rodajas para un manjar zombi; a esa imagen se le superponía el rostro maniático de Álvaro empujando los tablones para asesinarlos, y mientras más pensaba en ello, eran más las ganas de romperle los dientes que crecían en su interior.
Zeta corría embravecido, tan rápido como nunca antes; surcaba los pasillos mohosos y de vez en cuando golpeaba los tablones de las paredes para desquitarse de la ira. En su mente solo concebía la palabra: Venganza. Y cuando llegase el momento, sabría qué es lo que tenía que hacer.
Las paredes comenzaron a achicarse en un pasillo estrecho que lo conectó a la siguiente sala; Zeta comenzó a disminuir la marcha al ver un conjunto de siluetas más adelante. Reconoció a dos personas; la primera se encontraba de pie, reposando sobre el muro con total tranquilidad, parecía que lo estaba esperando, ya que al verlo llegar abandonó su posición y caminó unos pasos hacia él. Era Boris.
Zeta se detuvo al observar al segundo personaje, su sorpresa fue notoria al ver como Álvaro se encontraba en el suelo, luchando a puro pulmón por permanecer lo más alejado posible de un zombi que lo acorralaba en el suelo.
—¿Qué pasó? —fue lo que preguntó el joven al observar con detenimiento que aquel monstruo que acorralaba a Álvaro era nada menos que el mismo cuerpo que cargaba consigo: «Su queso».
El hombre de color se acercó hasta Zeta con una mirada que destilaba una seriedad inquietante, con unos ojos ensombrecidos que lo habían presenciado todo.
—¿Él también intentó asesinarte? —preguntó Boris meneando su cabeza para apuntar al infortunado Álvaro.
—Si... —fue lo único que respondió Zeta—. ¿Qué demonios...?
—Al parecer estamos en la última prueba —comentó Boris señalando hacia un grupo de zombis que se hallaban encadenados algunos metros más delante de Álvaro y su queso.
Zeta pudo presenciar a cuatro zombis más, cada uno atado con cadenas a los cuellos como animales; y a juzgar por sus comportamientos, sus miradas, sus rostros carcomidos y una estela apenas perceptible de vapor que se dejaba escapar de sus fauces, se trataban de cuatro Parcas.
—No hay forma de pasar por ahí —explicó Boris, ignorando por completo los gritos de súplica de Álvaro—. Al parecer teníamos que usar los cuerpos que cargábamos como tributo a estos zombis peculiares, pero como vez, ni tu, ni yo podríamos hacerlo. Ya que este infeliz hizo que tuviera que deshacerme de mi cuerpo en la primera prueba al arrojarme hacia los monstruos que nos perseguían, y tal parece que también hizo lo mismo contigo en la prueba anterior.
—Ya veo, ¿quieres decir que nos tendió una trampa?
—Si, al parecer quería ser el único en superar este juego, y sabía que los cuerpos resultarían un factor imprescindible tarde o temprano —continuó explicando Boris cruzándose de brazos—. Pero no supo predecir que los cuerpos que cargábamos también estaban infectados, y que era cuestión de tiempo que despertaran para sorprendernos y asesinarnos. Como lo veo yo, hasta nos hizo un favor.
Zeta no pudo evitar sonreír ante aquella ironía.
—¿Y porque lo dejaste ahí tirado? ¿Por qué no lo matas y ya?
—No me beneficia matarlo, morirá en cualquier momento por sus propios pecados. Solo te esperaba a ti.
—¡Hijos de puta! ¡Ayúdenme! —exclamó Álvaro apenas sin voz, forcejeando para mantener la mandíbula de aquella bestia a raya.
Zeta se acercó a Álvaro.
—¡Renzo! ¡Por favor! —continuó el muchacho—. Te prometo que si me ayudas te diré como pasar esta prueba, y la siguiente también. Solo ayúdame a quitarme las esposas de este infeliz...
Zeta observó por un segundo a Boris.
—Es tu decisión.
El joven dejó pasar unos segundos en los cuales meditó todo lo que había ocurrido desde que inició el macabro juego de Calavera hasta este punto.
—¿Sabes? —comenzó a decir Zeta esbozando una sonrisa—. Mi verdadero nombre no es Renzo, te mentí.
—¿Qué...?
—¿Sabes porque lo hice? —preguntó acercándose un paso más—. No por el hecho de que se me hiciera complicado explicarte que no recuerdo mi verdadero nombre y que solo estoy usando un apodo —el joven se colocó a un paso de distancia entre el zombi y él—. Sino porque desde que empezaste hablar, desde que la primera palabra saliera de tu puta boca... ya me imaginaba que no eras alguien de fiar. Eres de ese tipo de personas que embellecen todo con sus palabras, que esconden sus verdaderas intenciones en un disfraz de falsa simpatía. Un lobo con disfraz de cordero.
Álvaro quedó sin habla.
—Lo supe desde un principio, es por eso que te mentí. No soy Renzo —el muchacho alzó su pierna y posó su pie sobre la espalda del monstruo que aprisionaba a Álvaro—. Me llamo Zeta...
—No... no... ¡Espera!
El muchacho dejó caer el peso de su pierna y empujó al monstruo, quien aprovechó la situación y la falta de fuerzas de Álvaro para concretar una feroz dentellada en su hombro.
—El señor de...
—¡¡Aaarhhhg!!
—De los...
—¡¡Ahh ahhhg!!
—Ah, qué más da — espetó Zeta abandonando al agonizante Álvaro y caminando hacia Boris para tenderle la mano—. El señor de los Zombis.
Boris aceptó el saludo.
—Soy Boris.
—Habías dicho que me estabas esperando, ¿por qué? —volvió a retomar la conversación el joven.
—Porque voy a necesitar tu ayuda para poder sobrepasar a ese grupo de peculiares de allá —explicó Boris.
—Bueno, parece que tienes un plan en mente. Te escucho.
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