4. Suelten a los gatos (II)
—Si intentas volver a jugármela, chico Zeta... te aseguro que la pasarás muy mal.
Zeta intentó seguirlo por inercia, pero una vez llegó a cruzar las puertas, Calavera había desaparecido de su vista sin dejar huella alguna. Su mente lo llevó a pensar en alguna puerta secreta escondida entre los muros, algo debía de tener este lugar para que él pudiese entrar y salir con tanta facilidad. Aunque su primer reflejo fue repasar los muros y el techo con la mirada para hallar alguna pista que le permitiera salir de ahí, sabía que Calavera no era un tipo que dejaría una puerta secreta o algún cabo suelto al descubierto así nada más.
Una amarga resignación fue lo único que pudo hacer de momento. Y para cuando su memoria le recordó la situación apremiante que estaba vivenciando, la realidad fue más rápida, demostrándole que los descuidos se pagan caro. El joven sintió una fuerza que lo tironeó hacia atrás, pero no fue sentida sobre su cuerpo, sino que en el de cabello rizado.
Un dúo de zombis lo sorprendió por la retaguardia; el primero, un simpático adolescente con el rostro ampollado por severas quemaduras; de cuerpo esbelto; un brazo torcido en un ángulo irregular; rubio y con importantes secuelas de quemaduras en su cuero cabelludo. El segundo monstruo se trataba de una mujer mayor que rozaba los sesenta años; y a pesar de presentar una contextura obesa, su fuerza era abismal, aferrándose con las uñas a pelo rizado y emitiendo una mueca horrorosa que evidenciaba que no pretendía dejarla escapar. Sus dientes ennegrecidos por la podredumbre se acercaron a su objetivo con rapidez.
Zeta vio clara sus intenciones, por lo que decidió poner a trabajar toda su fuerza en los siguientes movimientos; se giró sobre su eje con agresividad, lo que sirvió para que la mujer zombi soltara a su presa. Una vez con la muchacha a salvo sobre sus hombros, y con la frente apuntando al peligro, Zeta retrocedió dos pasos, se desplazó uno a la izquierda, apuntó al zombi adolescente y avanzó dos pasos más para lograr ejecutar una patada. El zombi se alejó sin dejar de perder el equilibrio, pero en ese mismo momento la mujer avanzó.
La mujer zombi se abrazó a Zeta, el joven no tuvo más remedio que liberar sus manos y soltar a cabello rizado; casi al último segundo antes de la mordida, Zeta pudo interponer sus brazos, pero el peso y la fuerza de aquella mujer eran abrumadores. Zeta se vio metido en un tremendo aprieto mucho más rápido de lo que se habría imaginado. Por más que intentase inclinarse hacia atrás, la mujer lo atraía con más fuerza hacia sus fauces. Los centímetros se restaban, el tiempo se agotaba, y para agravar todavía más la situación el rabillo de su ojo captó al zombi adolescente, quien volvía a entrar en escena. Su alarido gutural fue un horrible augurio para el muchacho.
A encontrarse a tan escasa distancia Zeta no tenía otra cosa que mirar más que aquella putrefacta mandíbula: ese horrible hedor nauseabundo que nacía desde lo más interno de su garganta; aquellas encías hinchadas que escurrían sangre; esa espantosa hilera de dientes quebrados en la fila de arriba, y apenas unos pocos dientes y muelas rotas que habían en la mandíbula inferior.
La mujer zombi ya estaba sobre Zeta cuando lo mordió; pero en circunstancias que resultan demasiado adversas, la mente suele resolver soluciones de carácter drástico, y en el caso de Zeta no fue una excepción. El muchacho metió ambas manos dentro de la boca del monstruo, evitando la colisión de sus dientes; con la derecha haciendo palanca hacia abajo y con la izquierda empujando hacia arriba.
La mujer monstruo comenzó a derramar saliva con sangre mientras parecía quejarse de su tratamiento dental imprevisto. Zeta pudo mantener el peligro radicalmente a raya, pero con sus manos ocupadas, y su cuerpo inmóvil, su mirada aterrada se vio dirigida hacia el zombi adolescente que ya había alcanzado su posición. El cántico de victoria fue cantado por el monstruo al abalanzarse hacia Zeta.
El joven señor de los zombis sintió la impotencia caer en su cuerpo mientras sus hombros se encogían al ver al zombi a un palmo de su cuello dispuesto a terminar con su vida en un suspiro. Pero en el mismo tiempo que dura un destello, el rostro del zombi adolescente se detuvo en seco. Zeta pensó en Álvaro, pero no fue él; pensó en Boris, pero era algo imposible; incluso llegó a pensar en Rex, pero tampoco fue el caso.
Su salvadora había sido cabello rizado. La chica había despertado y se dispuso a ayudar a su nuevo compañero en apuros; había tomado un tramo de las cadenas con ambas manos, las pasó por encima de la cabeza del monstruo y se las ensartó en su boca. Cabello rizado tironeó hacia atrás con fuerza, logrando alejar el peligro de Zeta. El joven le devolvió una sonrisa que depositó en él, nuevos aires de esperanza. Todavía no era su momento.
Volvió a centrar su atención en la mujer zombi y tensó cada músculo de sus brazos para abrirle la mandíbula. El monstruo comenzó a sacudirse y emitir quejidos guturales, y presa del intenso dolor, soltó a Zeta. Lo que le permitió continuar con su forcejeo con más intensidad; aumentando su fuerza, inclinó poco a poco la cabeza del zombi, de manera que sus brazos quedaron paralelos, y prosiguió todavía más.
Mientras tanto, la chica tironeaba de las cadenas, alejando al monstruo desde la mandíbula, y cuando pudo alejarlo lo suficiente, trabó su rodilla en la espalda de la criatura, se enrolló las cadenas a sus manos y comenzó a forcejear.
Las manos de Zeta comenzaron a temblar de la fuerza que ejercía y sus dedos ya empezaban a cortarse, pero no iba a dejar las cosas a medio camino, por lo que insertó sus manos todavía más adentro y continuó.
Entre tanto, las cadenas comenzaron a cortar la piel del zombi adolescente; comenzando por las mejillas, siguiendo por su rostro, hasta llegar a las orejas. Zeta por su lado ya había logrado desencajar la mandíbula de la mujer zombi, sus manos le dolían, pero podía continuar. Zeta y cabello rizado no pudieron evitar gritar de la euforia. La mitad del cráneo del adolescente cayó en seco, mientras la mujer zombi se desplomaba hacia atrás y su mandíbula bailoteaba incontrolable de lado a lado.
—Menuda forma de conocer a alguien —dijo Zeta tras dejar pasar unos segundos—. ¿Cómo estás?
—Me siento muy —la jovencita dio un paso en falso y casi se cae hacia atrás—, mareada... ¿Qué estamos haciendo?
— ¿Puedes caminar? —preguntó Zeta escudriñando sobre su hombro, mientras abrazaba a la muchacha para que siguieran el sendero. Al parecer Boris ya se había percatado del verdadero camino y volvía corriendo—. Es difícil de explicar, pero lo voy a intentar resumir todo para que lo entiendas: Estamos encerrados con decenas de zombis que quieren atraparnos, tú y yo tenemos que jugar a una especie de juego sádico de supervivencia mientras nos encontramos atados el uno al otro con un metro de cadenas.
— ¿Juegos...? —la chica revoleaba sus ojos al avanzar y su cuerpo se tambaleaba en un vaivén constante, siendo retenida por Zeta para que no perdiera el equilibrio—. Me siento muy... ligera.
—Carajo... ese malnacido los habrá drogado para que no pudiesen intervenir en los juegos. Que estés despierta demuestra que eres muy hábil —no se creía lo próximo que iba a decir, pero tenía que darle ánimos de alguna manera—, tienes que continuar despierta, yo sé que puedes hacerlo, eres muy fuerte, ¿Cómo te llamas?
—Diana... —contestó la muchacha con un hilo de voz al borde de la extinción.
—Muy bien Diana, lo estás haciendo genial, de un paso por vez —decía el joven, volviéndose para ver que Boris ya los había alcanzado, pero algo no andaba bien—. Boris... ¿Qué pasó con el cuerpo que cargabas?
El hombre se detuvo frente a la dupla con una expresión de ultratumba. Su overol traía más sangre que antes; los extremos de sus cadenas se hallaban rotas, como si las hubiese arrancado para sacarse el peso extra de encima; su pecho se agitaba con tenacidad y sus ojos echaban chispas que enraizaban toda su ira sobre Zeta. Había algo en esa mirada que Zeta no supo descifrar, entre rencor, resentimiento, angustia o quizá, muy en lo profundo, miedo. El hombre no le contestó, volteó hacia atrás para ver la silueta de Álvaro a lo lejos y nuevamente mirar a Zeta. Luego siguió su camino sin reparos.
—Maldito idiota... —espetó Zeta mientras apretaba el paso, para poder alejarse de un grupo de zombis de las cercanías.
El camino dibujó una curva y una contra curva, para continuar por un sendero que comenzó a abrirse en los laterales. Las luces esta vez iluminaban desde unos reflectores en el techo, por lo que la visión resultaba mucho más amena, pero el problema en cuestión se encontraba unos metros delante, y se trataba de un pozo que abarcaba todo el ancho del suelo y se extendía alrededor de diez metros a lo largo.
Los gruñidos, las voces espectrales, los rechinares de dientes y los gimoteos guturales se fueron agravando con más fuerza a medida que Zeta se aproximaba a aquel pozo. Su mirada observó con detenimiento hacia lo profundo: Amontonándose uno con otro; chocando sus cabezas; empujándose y sacudiendo sus extremidades al cielo. Los monstruos aguardaban con impaciencia en su prisión de tierra, a aquellos malaventurados que descendieran hacia sus dominios.
—Mierda... —dijo Álvaro, colocándose a la par de Zeta—. Me pregunto yo, ¿en qué momento se le dio por fabricar todo esto? ¿Realmente están tan aburridos en esta nación? Supongo que nunca lo sabremos.
Zeta observó hacia atrás con apremio. Los monstruos estaban por alcanzarlo, y el único camino que se podía tomar para avanzar era por un improvisado sendero de tablones clavados a unos pilares. Los tablones resultaban ser gruesos, como para soportar el peso de dos personas, pero era lo angosto de las maderas lo que preocupaba al joven señor de los zombis. Cuando Zeta se decidió a avanzar, Álvaro se adelantó sin cuestionarlo, y cargando el cuerpo a su espalda, continuó su camino haciendo equilibrio.
—Apúrate Renzo, ¡no quedes atrás!
Aquella actitud no sorprendió a Zeta. Todos los involucrados en esta situación buscarán la manera de sobrevivir, y es lógico que esperar no es una opción.
—Diana súbete a mi espalda, iremos más rápido.
— ¿En serio vamos a pasar por ahí? —dijo la muchacha consternada. Sus palabras salían en forma de balbuceos—. ¡Vamos a caer...!
— ¡No te voy a dejar caer! —insistió el muchacho—. Confía en mí.
—No te conozco... —aunque sus palabras se negaban, la muchacha cooperaba para treparse a la espalda de Zeta—. ¿Cómo sé que no me vas a dejar atrás?
—Porque yo no te dejaría atrás, ni aunque no estuviésemos encadenados.
La respuesta fue tomada de manera positiva. Diana pudo sonreír aliviada y se dejó cargar por Zeta. Dio un vistazo a su retaguardia y animó al muchacho a seguir.
—Vamos.
Zeta dio un paso al frente.
—Y... gracias —le susurró Diana al oído.
Zeta sonrió. Había perdido a mucha gente en su camino, pero si algo había aprendido en todo su tiempo como superviviente, es que siempre iba a encontrar a alguien más que necesitaría de su ayuda. Decidido, y transformando su miedo en confianza, el muchacho dio el primer paso hacia el tablón.
Los primeros metros fueron recortados con rapidez y sencillez. Los zombis se alborotaban al verlos pasar y golpeaban los pilares de apoyo, pero no lograban desestabilizar los tablones. Para cuando Zeta logró llegar a la mitad del recorrido, Álvaro había logrado cruzar al otro lado.
—Renzo, ¡vamos tu puedes! Avanza un poco más.
—No queda mucho, sé que puedes, estoy contigo —lo animó Diana.
Zeta se sintió confiado ante las palabras de aliento que recibió, acomodó a Diana colocándola un poco más arriba de su espalda y continuó. Sus pies avanzaban uno tras otro, pisando con cuidado, con las plantas de los pies extendidas y deslizándose con las rodillas flexionadas para mantener el equilibrio. Los zombis que había debajo eran solo para dar el toque dramático de la prueba, pero no podían intervenir ante el desplazamiento y eso brindó más seguridad al joven. Tras pasar el último pilar de apoyo, ya solo faltaba poco más de dos metros de distancia en el último de los tablones.
Ya estaba a mitad del último de los tablones, y Zeta no entendió porque su mente le trasladó aquel fugaz y descabellado pensamiento, pero por un instante, al ascender su mirada... tuvo miedo. En un segundo su mente le envió una lluvia de imágenes que terminaron por procesar una idea que jamás se le hubiese ocurrido antes. Pero sin pensárselo dos veces, su pie retrocedió la marcha.
Álvaro por otro lado, ya había esperado suficiente, el momento de actuar era ahora.
—Lo siento, Renzo —dijo Álvaro ensombreciendo su mirada—. Pero aquí solo va a sobrevivir el más fuerte...
—No jodas...
El muchacho se acercó al extremo del tablón y lo pateó con fuerza hacia el vacío. Zeta saltó en el último momento, estiró sus brazos y se aferró a lo primero que encontró: El pilar de concreto.
Diana dejó de aferrarse a Zeta en aquel movimiento y su cuerpo cayó al pozo. Las cadenas se tensaron y las que sostenían las muñecas del muchacho se cortaron, quedando como único nexo entre ambos las cadenas de sus pies. Zeta sintió en ese instante el enorme impacto de la gravedad, perdió el agarre en una de sus manos, y su mirada se volcó hacia abajo, en un panorama que para él resultaba desalentador, pero que para Diana, era mucho más crítico. La chica se balanceaba pendiendo cara a cara con la misma muerte. La horda se rejuntó en un solo punto, alzando sus garras, palpando a su presa con las uñas, anhelando atraerla hacia ellos.
Diana echó un grito voraz. Zeta se alarmó, y haciendo uso de todas sus fuerzas, empujó su brazo hacia arriba aferrándose al pilar con ambas manos.
— ¡Sube, por favor! —gritó Diana intentando luchar con los monstruos que se le arrimaban—. ¡Sube!
Los brazos de Zeta se encontraban al límite del entumecimiento. Su fuerza nunca había recobrado el cien por ciento desde la lucha que había tenido contra la Nación Oscura, y demasiado había soportado a esta altura. Pero no podía rendirse ahora, no en esta circunstancia. El joven inhaló aire y se concentró en juntar todas sus energías en sus brazos.
Logró alzar su cuerpo un poco, pero por más que utilizó cada céntimo de fuerza que le quedaba sus brazos temblequearon y cedieron. Con sus manos todavía aferradas, decidió darse un momento para descansar, ya no tenía más fuerzas. La circulación de la sangre no era suficiente. Recordó una clase de Jin sobre eso y decidió seguir una de sus lecciones para recobrar, aunque sea, un poco más de energía.
Se soltó de un brazo y lo sacudió en el aire el tiempo suficiente como para perder el entumecimiento y recobrar la circulación. Después repitió la operación con el otro brazo, aferrando sus piernas al pilar para no caerse. Una vez sintió una relajación en sus músculos, ya podía volver a intentarlo. Inhaló una enorme bocanada de aire una vez más, y con ayuda de sus piernas, y sus brazos ahora descansados, el impulso que lo llevó hacia arriba fue mucho mayor.
Su cuerpo sintió un enorme alivio al poder cruzar una de sus piernas hacia la superficie del pilar, luego solo fue necesario un poco más de fuerza para pasar el cuerpo entero. Ya no quedaba nada, sujetó la cadena que estaba anexada a su tobillo y tironeó con fuerza hacia arriba, pero entonces, la cadena le golpeó el rostro.
Desorientado, observó hacia abajo, y en una angustiante estocada de realidad que atravesó su pecho con ferocidad. Sus ojos perdieron el brillo, al ver que las cadenas de sus pies ya no estaban sujetas a Diana, y el cuerpo de cabello rizado era ahora, el manjar de una horda hambrienta de seres infernales.
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