3. Descarriados (II)
Ezequiel esbozó una sonrisa y se acercó al muchacho.
—Que ambos queremos escapar de aquí...
*****
El grito del halcón se cantó en el cielo de esa fría noche y el dúo comenzó. Jaser sabía a la perfección su movimiento, y fue el que se encargó de accionar primero abandonando la camioneta para exponerse a las afueras. Tres agrupados al frente lejano, dos a la izquierda ocupados en el cadáver de un animal y cuatro asomándose por la derecha.
Jaser llevó la Uzcon ZK 16 al hombro; una escopeta moderna lo bastante potente como para llevarse por delante la mitad del torso del primer zombi al que disparó. El retroceso lo sacudió y el sonido del arma fue tan estruendoso como para alertar a cada monstruo de las cercanías.
El joven Jaser esperó a alinear en la mira a dos criaturas que parecían tener la clara intención de arrancarle un brazo; por fortuna la intención fue frustrada al abriles un hueco en la zona del plexo solar a ambos, para luego encaminarse rodeando el vehículo hacia el asiento del conductor.
Muy cerca, pero todavía cercano a la cúpula de la camioneta se encontraba Inna quien también salió a la ayuda, despejando la zona de las alimañas carnívoras haciendo uso de su fiel arma. La apodada Tina resultaba un arma poderosa, y a la par de unos movimientos eficientes a la hora de apuntar, y una puntería certera en cada estruendo que salía de la boca del arma; a Inna apenas le bastaba una bala, o dos para arremeter con cada criatura que intentaba avanzar.
La situación parecía controlada por la pareja de viajeros; Jaser despejando el flanco delantero de la camioneta para crear la ruta de escape, e Inna cubriendo la parte trasera del vehículo para mantener los potenciales problemas alejados de su compañero. Pero el inconveniente mayor se alzó desde las tinieblas, cercano al lado izquierdo de la camioneta, en un punto oscuro e imperceptible a la mirada de Inna.
Un zombi peculiar de contextura delgada comenzó a interesarse en los diversos destellos del arma de la muchacha, avanzando cauteloso y a paso moderado. Al no podía observar nada por su ceguera, el monstruo intuía que ya debería estar cerca de su presa, unos tres pasos o cuatro, por lo que tenía que actuar con sumo cuidado para no perder a su objetivo de foco entre tantos rugidos de sus feroces y hambrientos camaradas.
La criatura avanzó un paso más al frente y esperó expectante; el arma volvió a rugir su aullido de muerte y fue cuando la localizó por completo; pero en el mismo instante que el peculiar se inclinó hacia Inna, el rugir del motor del vehículo lo sorprendió.
— ¡Inna! ¡Cierra la puerta y súbete ahora! —ordenó Jaser.
Esa mezcla de sonidos fue suficiente para que el peculiar se alterara y disparara su cabeza hacia la derecha y luego hacia la izquierda, intentando volver a enfocarse en su presa principal; pero el escándalo del tubo de escape que producía la camioneta era intermitente y se oía demasiado cercano para los sensibles oídos de aquella criatura.
Fue el instante cuando Inna se volteó para cerrar las puertas traseras de la camioneta en que logró verlo: Un rostro anguloso de piel rugosa y grisácea; sin rasgos de nariz y con una cabellera larga que tapaba de manera parcial sus ennegrecidos ojos; y una mirada muerta acompañada de una afilada hilera de dientes que comenzó a expandirse.
— ¿Qué... carajo?
La había encontrado de nuevo. Ya no tenía que escuchar más, su presa estaba a un paso a su derecha, y no iba a perder más tiempo. Su boca se ensanchó y se abrió, dando espacio a un hueco enorme en dónde dos filas de dientes esperaban desgarrar el cuello de la chica. Avanzó sorprendiendo a Inna; la muchacha se agazapó por instinto, pero la criatura ya tenía la boca encima de su cabeza.
Un apestoso hedor se metió por las fosas nasales de la muchacha provocándole nauseas; sus celestes ojos fueron opacados por el terror, y la sombra de la muerte se hallaba por encima de ella, dispuesta a cubrirla por completo y llevársela hacia el otro lado.
Pero entonces, algo inesperado sucedió. El grito del halcón se cantó en el cielo una vez más y Rá voló en picada hacia el peculiar, clavándole las garras en su rostro; brindándole a Inna unos valiosos segundos que aprovechó para arrojarse al suelo.
Furiosa, la muchacha disparó a quemarropa a la bestia, quien se batía en una lucha por cazar al ave que sobrevolaba chillando sobre su cabeza.
— ¡Las balas no van a servir! ¡Hay que escapar! —alertó Máximo desde dentro del vehículo.
Inna se vio obligada a hacerle caso y se metió de un salto a la cúpula de la camioneta.
— ¡Acelera ahora!
Jaser pisó el acelerador, pasando por arriba de decenas de cuerpos, para volver a internarse hacia la carretera. Entre tanto, observó por el espejo retrovisor para ver como Rá trazaba un nuevo vuelo hacia el cielo alejándose de aquel monstruo, pero el alivio recién alcanzó su cuerpo una vez pasados unos cuantos minutos de camino, pudiendo dejar atrás de forma definitiva aquella concentración de muertos caminantes que tanto los había obstaculizado.
—Bien, al fin pudimos escaparnos de esos mal nacidos —declaró Jaser, encendiendo el estéreo de la camioneta a un volumen moderado—. No me gusta mucho el Punk, pero supongo que es lo que tenemos hasta llegar a la Nación Escarlata. Escucha Máximo, necesito que nos guíes a partir de ahora.
—Sigue la ruta dos hasta empalmar con la siete, pasas por una ciudad y doblas a la ruta nueve, creo que bordearemos tres localidades más hasta llegar a la capital en dónde está asentada la sede principal —comentó Máximo todavía recostado en la parte trasera de la camioneta—. Esa ave tuya es toda una proeza. ¿Cómo demonios la entrenaste así?
—Rá es muy inteligente, sabe cuando estás en peligro y no duda en acudir a la ayuda —explicó Jaser acomodándose el flequillo de su melena hacia un lado. Siempre sentía mucho orgullo al hablar de su plumífero amigo—. La tengo desde que era un pequeño pichón, hace un poco más de siete años. Cuando mis amigos tenían perros de mascotas, yo tenía un halcón peregrino, y créeme, una vez que tienes una mascota voladora, no vuelves a verle la gracia a los cuadrúpedos.
Máximo sonrió mientras recostaba su cabeza cercano a la rendija para poder escuchar con claridad a Jaser. Desde su posición podía ver a Inna en la otra punta de la camioneta, conversando con sus armas de algo aparentemente muy serio.
—Yo... creo que jamás tuve una mascota en mi vida —dijo Máximo entrecerrando sus ojos.
—Es una verdadera pena, los animales te enseñan muchas cosas, amigo mío. Si les das la oportunidad, ellos pueden ser los seres más puros y fieles que encontrarás en este planeta.
—Estoy seguro que sí...
—Aunque no estoy desprestigiando a las personas, no me tomes así —explicó el joven mientras continuaba conduciendo en las penumbras de la noche—. Solo que veo en los animales mucho potencial, que a veces los humanos no aprovechamos. Sino solo mira los grupos de sádicos como la Nación Oscura. Gente sin rumbo que se beneficia del sufrimiento de los demás, que mata incluso por placer... ese tipo de personas perdió toda su humanidad. Ni siquiera podría llamárseles animales, porque sería una ofensa para ellos, que solo matan por hambre o necesidad de supervivencia. Ni siquiera sé cómo podría denominar a esa clase de personas. Son solo... unos descarriados.
Jaser se quedó en silencio cediéndole la palabra a Máximo, pero al ver que no había respuesta, giró su torso para observar hacia la ventanilla trasera.
— ¿Inna? ¿Está todo bien ahí?
—Jaser, lo siento...
— ¿Qué?
—Este tipo... —la muchacha se encontraba ahora cercano a Máximo verificando sus pulsaciones—. Creo que no está nada bien...
*****
El sonido de las ruedas recorriendo el asfalto actuaba como relajante a los oídos del joven maestro de Parkour mientras descansaba, pero al pasar por un camino empedrado el cambio en la velocidad de la camioneta y el brusco chasquido de las piedras golpeando el guardabarros lo despertó.
Varias eran las zonas de su cuerpo que todavía se encontraban susceptibles al dolor; su pierna era la peor, sufriendo una cortadura vertical a lo largo del gemelo; seguido por su ojo chamuscado, que recién ahora podía darse el lujo de abrir gracias a que la hinchazón se había reducido; su espalda trasmitía algunas punzadas de dolor en la zona baja si intentaba moverse y su antebrazo todavía tenía aquella espantosa mordedura.
Su mente intentaba desviar las preocupaciones al ver esa herida de su brazo, intentando permanecer optimista; de momento había pasado un día y una noche, y la herida continuaba igual, con una leve sombra violácea a su alrededor, pero que podría confundirse fácilmente con un moretón. Aunque prefirió mantenerla escondida debajo de su camiseta cuando salió de la habitación.
—Franco, ¿estuviste conduciendo toda la noche? —cuestionó el asiático acercándose al asiento del conductor. Franco era el único despierto todavía, y fue una sorpresa para él ver a Jin de pie.
—Al fin despiertas, ¿cómo te sientes?
—Mejor... de a ratos —respondió sentándose en el asiento del acompañante con dificultad—. ¿Te saliste de la carretera?
—Un atajo, confía en mí.
— ¿A dónde vamos?
—Claro, olvidé que no sabes nada... —comentó Franco dibujando una mueca de disgusto—. Odio ser portador de malas noticias... pero todo se fue a la mierda. La Nación Oscura nos venció, mataron a la gran mayoría de los habitantes y se llevaron al zorro. El presidente está yendo ahora mismo a la sede principal para pedir refuerzos con un escaso grupo que sobrevivió.
—Lo imaginé... cuando pude escapar de aquel foso vi las ruinas de la Nación Escarlata e imaginé lo peor —expresó Jin en un suspiro desalentador—. Pero me alegro saber que al menos todos ustedes estén bien.
—No tengo idea como hiciste para escapar de ahí —comentó el ex militar sonriendo—, pero sí que eres un hueso duro de roer.
—No me siento tan duro ahora mismo... —sonrió y eso hizo que Franco también sonriera—, ¿te puedo preguntar algo?
—Si.
— ¿María...?
—No... —sentenció el joven observando a Jin con seriedad—. Calavera la asesinó.
Jin se llevó las manos a la cara apretando sus dientes con impotencia.
— ¿Y su padre...?
Franco continuó inexpresivo mientras negaba con su cabeza.
— ¿Por qué mejor no te das una ducha? Así relajas los músculos y despejas la mente —comentó Franco cambiando de tema con ligereza—. Muy pronto amanecerá y hablaremos luego, ¿te parece? Son muchas noticias negativas para procesar y te estás recuperando de un fuerte accidente...
—Supongo que tienes razón... —susurró el asiático con la mirada muerta, perdida en la ruta—. Aunque todavía no respondiste a lo que te pregunté.
—Lo siento, ¿qué cosa?
— ¿A dónde vamos?
Franco apartó sus ojos del frente para observar a Jin con seriedad.
—A la Nación Oscura.
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