3. Descarriados (I)
"Nada grandioso fue jamás conseguido sin peligro —Maquiavelo".
—Hey idiota... ¿estás bien?
Zeta se sobresaltó. Abrió sus ojos, se alzó del suelo y recorrió la habitación con la vista. Un hombre de cabello mohicano y una mirada altanera lo observaba acostado en el colchón que estaba a un lado del muro, mientras se engullía una mandarina.
—Hijo de perra... —Zeta intentó moverse pero su cabeza todavía le dolía a causa de aquel golpe y permaneció en el suelo.
El hombre se tentó y comenzó a reír.
— ¿De qué mierda te ríes? —preguntó de mala gana recostándose sobre el muro.
— ¡Lo siento! Todo fue un malentendido —comenzó a decir el sujeto todavía con la mandarina en la boca—. Yo solo quería abrir la conversación, preguntarte si te gustaba hacerlo por atrás, es decir, romperle el...
— ¿Qué carajo...?
—... a una chica... o a un hombre, que voy a saber yo lo que te gusta —continuó explicando.
— ¿En serio esa es tu forma de sacar conversación?
—... entonces me di cuenta que pensabas que yo quería romperte el...
— ¡Estas enfermo!
—... a ti, y déjame decirte, nuevo compa, yo no soy ningún putito. Si a ti te gusta romper el...
— ¿Podrías dejar de repetir eso...?
—... a otros hombres, aunque lo dudo, porque apenas te lo pregunté me diste un buen puñetazo. Bien lo que quiero decir es que si te gusta romper el...
—Solo cállate.
—... y hacer esas cosas, no tengo problemas. Yo solo quiero que sepas que no soy de esos pervertidos asquerosos, como los que abundan en esta nación de mierda. Así que tranquilo hombre, relaja esos hombros, estás muy tenso. Me llamo Ezequiel.
Zeta se llevó la mano a la cabeza intentando que aquel dolor se esfumara pronto.
—Soy Zeta...
— ¿Eso es un nombre?
—Si... es lo único que voy a decir.
—Está bien, está bien, pareces agotado... ¿Qué mierda hiciste para caer cautivo aquí? —preguntó Ezequiel, ofreciéndole a Zeta una mandarina.
—No gracias... Yo, mejor... ¿Por qué no me cuentas tú lo que hiciste para acabar aquí?
—No eres de los que sueltan información así porque sí, ¿eh? —sonrió Ezequiel—. Bueno, ¿quieres la versión completa de mi vida antes de los zombis? ¿O prefieres la resumida, luego del día rojo?
Zeta flexionó las rodillas para poder apoyar sus brazos.
—El resumen me parece bien.
—Bien... —comenzó Ezequiel resonando los huesos de su cuello—. Luego del día rojo me atrincheré por mucho tiempo en un pueblo al este, varios de mis amigos convivíamos ahí, éramos un grupo no muy numeroso pero sí muy unidos. A excepción de un tarado sabelotodo y confianzudo que se quería tirar a mi chica. Unos días después el tarado y yo tuvimos un encuentro... ya sabes, patadas y puños. Mi novia se enoja conmigo, porque bien, casi lo mato, supongo que me excedí, pero realmente era un tarado... se lo merecía, ¿sabes?
—Solo dime lo pertinen...
Zeta detuvo lo que iba a decir. Algo en esa frase le recordó a lo que Samantha le había dicho cuando él estaba contando su historia. Solo lo pertinente. Esa había sido la frase que ella había usado, y él por más que no quería desviarse del tema al hablar de Lara, sintió deseos de hacerlo y el resultado había sido muy liberador. Sonrió.
—Lo siento, ¿qué dijiste? —inquirió Ezequiel.
—No nada, continúa.
—Bueno, ¿por dónde iba?
—Le partiste la cara...
—Yo nunca dije eso... pero si lo hice. ¡Lo deje irreconocible!
Zeta sonrió.
— ¿Qué pasó después?
—Ese tema quedó en el pasado y el tarado siempre siguió guardándome rencor por eso, entonces, un día el grupo estaba muy escaso de recursos. Debo aclararte que el tarado era el cerebrito del grupo, llevaba el conteo de los recursos y dictaminaba dónde había que buscarlos. Entonces me mandó a mí y a otros cuatro de mis amigos para buscar suministros a un mercado al otro lado del pueblo —en ese momento del relato, la tonalidad de voz de Ezequiel comenzó a cambiar y su mirada se entristeció—. La sorpresa que me llevé cuando vi al tarado esperándome en aquel mercado fue mucha... pero la sorpresa mayor fue cuando mis amigos, personas que yo consideraba hermanos... me golpearon por la espalda. Me dieron una paliza tal que... mira, ¿ves esta cicatriz? —dijo Ezequiel alzando su mentón para dejar ver una cicatriz de cortadura diagonal en su piel—. Me atacaron con palos y el taradito me golpeó con una... no sé cómo carajo se llama, pero es esa porquería de bronce que se coloca en los nudillos. La mierda esa te sacude todo el puto mundo de un solo golpe.
—Que mierda...
—Me dejaron inconsciente... pero la historia no termina ahí, ellos no se atrevían a matarme, lo que hicieron fue peor, me colocaron en el maletero de un auto, trabaron el acelerador y dejaron que el vehículo se condujera solo por el maldito campo. No sé cuántas horas estuve gritando como un idiota cuando me desperté, y tampoco sé cuántas horas estuve inconsciente ahí dentro... pero lo único que sé es que agradezco que el coche no se hubiese caído a un lago o un rio, o no lo contaba.
—No puedo creerlo, es terrible... ¿Cómo saliste de ahí?
—No fue fácil... el vehículo era viejo, pero no había forma alguna de pasar por el baúl, así que rompí el asiento trasero a patadas y me escabullí por ahí —explicó el hombre rascando su barba—. Cuando me di cuenta el auto apenas tenía combustible, y yo estaba en otro puto pueblo a más de diez horas de viaje... no sé cómo ese cacharro con ruedas no se chocó con nada —Ezequiel contó esa parte divertido, como si eso fuese un triunfo para él—. Pero bueno... ya voy llegando al final. Merodeé durante unas horas en aquel lugar, me fui a una vieja y casi destruida estación de servicio y me comí todo lo que había ahí.
— ¿No tuviste problemas con los zombis?
—Me escondí de la mayoría hasta llegar ahí, la situación real era que no sabía cómo carajo salir de ese pueblo... y por más que busqué, no había combustible para recargar el vehículo. Entonces seguí investigando y me topé con mi salvación... —dijo expandiendo su sonrisa—. Había dos tontos que estaban en una moto, justo a punto de marcharse; era evidente que no podían llevarme y era lógico que no podía contra ellos dos, porque ya me encontraba bastante debilitado por la paliza que me dieron...
Zeta alzó sus cejas con confusión y sorpresa, expectante del resto de la historia.
—Como no tenía armas, agarré un zapato de tacones que tenía un cadáver en el suelo y se lo clavé en la espalda a uno de ellos —Ezequiel comenzó a reírse tentado por la anécdota—. Les ordené que se bajaran y arrojaran sus armas, ¿puedes creer que me hicieron caso? —volvió a reírse aplaudiendo y sacudiendo las piernas—. ¡Y me fui con su moto!
Ezequiel continuó riendo hasta notar que su compañero no lo acompañaba en el sentimiento, y se aventuró a preguntar.
— ¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara? Ni que los hubiera matado ni nada, es más, les dejé sus armas a ambos, les advertí de un zombi gigante que caminaba por la zona, no soy un rufián.
—Esa moto era mía...
Ezequiel guardó silencio procesando aquellas simples palabras. Su rostro se deformó de la confusión.
— ¿Cómo que la moto...?
—Yo era uno de esos dos idiotas a quien le robaste la moto...
—Me estás jodiendo...
— ¡Casi nos matan después de eso! El maldito Grandote nos descubrió y nos siguió por la mitad de ese puto pueblo...
—Pero espera... —Ezequiel se encontraba anonadado por la noticia—. Sobreviviste... eso es bueno, ¿no?
—No gracias a ti —espetó Zeta desviando la mirada—. Pero da igual. Supongo que en tu lugar yo hubiese hecho lo mismo. Carajo, sabía que tu voz me sonaba familiar.
Ezequiel sonrió.
— ¡Esto debe ser obra del destino! Jamás pensé que realmente podría conocerte, entonces te debo dar las gracias, porque por esa moto me mantuve vivo durante bastante tiempo. Era tan silenciosa como un leopardo al acecho.
—Mi amigo fue quien la silenció. Es mecánico, se llama Rex.
— ¿El de la gorra verde?
— ¿Recuerdas la gorra?
— ¿Cómo la voy a olvidar? Era pleno verano con más de treinta grados y ese chiflado tenía una puta gorra de lana en la cabeza.
—Es una larga historia...
—Bien, bien, luego me la cuentas —dijo Ezequiel volviendo a retomar—. ¿Quieres saber cómo termina mi historia?
—Adelante.
—Gracias a tu moto, como dije, me mantuve vivo el tiempo necesario para reponer fuerzas, alimentarme, y entonces volver a mi viejo hogar. Esperaba ver a mi novia, y delatar a los hijos de puta que me habían traicionado, pero... —el hombre inhaló aire y lo soltó con suavidad—. Al llegar todos estaban... ya sabes, muertos. La Nación Oscura los había asesinado a sangre fría, y cuando yo llego, ellos todavía estaban cerca de ahí y me vieron. Me dieron caza hasta capturarme y me encerraron aquí desde entonces.
—Como odio a estos hijos de perra. Siempre arruinando lo poco de civilización que queda... lamento tu pérdida. Ellos también asesinaron a mi grupo...
—Hay que aceptar que son unos bastardos muy listos. Cuando el resto se enfocaba en sobrevivir buscando comidita y refugios, ellos se armaban de pies a cabeza, pensando primero en el poder. Así fue como consiguieron domar a la gran mayoría de los grupos que asaltaron —explicó Ezequiel—. Así que veo que tenemos muchas cosas en común nuevo compa...
— ¿Además de odiar a la Nación Oscura?
—Además de eso... y de haber puesto las bolas sobre la misma moto, también hay otra cosa en común que compartimos.
— ¿Y cuál es?
Ezequiel esbozó una sonrisa y se acercó al muchacho.
—Que ambos queremos escapar de aquí...
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