2. Moneda de intercambio (I)
"Basta el instante de un cerrar de ojos para hacer de un hombre pacífico un guerrero —Samuel Bulter".
Las puertas de Roble apenas rechinaron al abrirse. Zeta fue trasladado a una habitación larga pero estrecha, escoltado por dos sujetos que lo obligaban a caminar clavándole la boca del fusil en las costillas.
El salón ofrecía una maravillosa decoración desde el piso alfombrado, hasta el pronunciado techo, el cual contaba con un enorme velador de cristal en su centro. Con centenares de magníficos cuadros que cubrían los muros tapizados; y un impecable suelo de madera lustrado recientemente. El joven llevó su mirada a una tenebrosa cabeza de león que yacía en el centro del mural derecho, mientras los guardias lo obligaron a tomar asiento en la punta de una gran y larga mesa repleta de variados alimentos.
Sentado en el otro extremo, justo frente a él, se encontraba Alexander luciendo un elegante traje negro, unas botas del mismo color y con sus gafas oscuras, las cuales depositó a un lado de la mesa para apreciar mejor a su invitado.
— ¡Bienvenido seas! —Alexander sonrió extensamente recibiendo al joven con los brazos abiertos en un gesto de saludo—. ¿Cómo la estás pasando aquí? ¿Los guardias no te maltratan verdad?
Zeta no respondió, mientras tanto, uno de los guardias colocaba unas esposas entre la silla y él, para luego ubicarse tras el muchacho.
— ¿No respondes? No importa, quizás tengas hambre. Puedes comer lo que quieras, si necesitas que alguno de mis hombres te alcance algo, puedes pedirlo —Alexander sonreía de manera soberbia tras cada palabra que salía de su boca, algo que disgustaba al joven.
Zeta solo observó su plato vacío, y toda la comida que había ahí, inmediatamente tomó una presa de pollo y la olfateó.
—Quiero que uno de tus hombres pruebe esto antes de comerlo.
Alexander continuó comiendo mientras agitaba su mano para que sus hombres obedecieran.
— ¿Te gusta el vino? —preguntó el hombre, observándolo con altura—. Hay una cosecha muy buena que deberías probar.
Zeta engullía con desesperación cada trozo de comida luego de que el guardia lo probase primero. Luego tomó una botella de cristal con agua y se la bebió entera sin respirar.
— ¿No enseñan modales allá en la Nación Escarlata? —inquirió Alexander con gracia.
Zeta continuaba sin responder, su actividad se enfocaba únicamente en llenar su estómago con comida.
—Quiero que pruebes esto... —dijo Zeta, ofreciéndole al guardia un pedazo de carne asada.
El guardia se acercó incrédulo hasta Zeta, quien ya había planificado todo en su mente. En el momento en que el guardia se inclinó lo suficiente para acercarse a la comida, Zeta aprovechó para sujetarlo de la cabeza y golpearlo contra la esquina de apoyabrazos; desorientado y aturdido, el guardia no previno que el muchacho le arrebatase el arma de su cinturón. Justo en el momento en que el segundo guardia intentó intervenir, Zeta usó sus piernas para empujar la mesa y arrastrar la silla hacia atrás para embestirlo.
Con su cuerpo recostado en la silla, y con su mano derecha alzada al frente sosteniendo la pistola; el último paso fue alinear la mira hacia el rostro de Alexander. Su adrenalina estaba al punto máximo y ambos guardias ya se perfilaban para atacarlo, pero no tendrían tiempo de intervenir, ya lo tenía. Estaba muy cerca, sabía que luego de matar a Alexander su vida terminaría; pero al menos se iría al otro mundo sabiendo que había hecho algo bueno por lo que quedaba de la humanidad y habría vengado, en parte, a sus amigos caídos.
El muchacho posó su dedo en el gatillo; del otro lado, el presidente de la Nación Oscura continuaba degustando su vino, ignorando todo lo que ocurría delante de él. Zeta no perdió más tiempo, fijó la mira y al momento de enfocar, vio algo que sacudió su corazón por completo.
Del otro lado, con una copa en la mano, una cabellera dorada que caía sobre sus hombros y una sonrisa angelical con una mirada perfecta de ojos celestes... se encontraba Lara. El mundo de Zeta se paralizó por un segundo, sus manos comenzaron a temblar y al siguiente instante, el arma se deslizó de sus manos.
Los guardias no tardaron demasiado en suministrar represalias por el acto del muchacho a base de una brutal paliza. Luego de unos minutos, volvieron a arrastrar la silla de Zeta hacia la mesa. Alexander mientras tanto, se deleitaba con un esquicito cerdo marinado; una vez terminó de comer volvió la mirada al muchacho, como si nada hubiese pasado.
—Te lo agradezco, me has hecho un enorme favor —comentó Alexander desde el otro extremo de su silla, la acústica del lugar lo ayudaba a no tener que levantar la voz para hablar con el joven—. Esos dos ineptos estaban a cargo de cuidarte, pero si has logrado desarmar a uno y desestabilizar al otro, con las manos esposadas, bueno... —inhaló aire—. Es claro que no servían para el trabajo y eso me revuelve las tripas —dirigió su mirada a un tercer guardia, uno que solo seguía a Alexander allá a donde vaya; era un sujeto de espalda ancha y una altura respetable, con dos robustos tubos como brazos. Llevaba un traje militar oscuro con un chaleco antibalas y en su rostro tenía un tatuaje tribal que surcaba su frente y su ojo dándole un aspecto temible—. Rafael, quiero que vayas y encuentres al encargado de selección de personal y lo me lo traigas cuanto antes.
—Enseguida, señor —Rafael salió de la habitación en un soplido, no sin antes amenazar a Zeta con una frívola mirada.
Tras el portazo el ambiente sucumbió ante el silencio. Ambos se miraban sin parpadear. Zeta se encontraba desorientado por lo que había pasado, y en su mente solo pensaba en asesinar a Alexander, pero por alguna razón su cuerpo no le permitió hacerlo. Sabía que no volvería a tener una oportunidad así de nuevo, y solo eso le causaba una ira que la comunicaba en una mirada que despedía odio de sus ojos. Mientras que del otro lado, Alexander aprovechaba su ventaja posicional y se lo remarcaba constantemente con una actitud que destilaba superioridad y megalomanía. Fue él quien rompió el hielo.
— ¿Por qué crees que te traje aquí?
—Da lo mismo lo que crea —escupió Zeta—. De todas maneras me matarás.
— ¿Matarte? ¿Por qué me juzgas así? —expresó Alexander frunciendo el ceño mientras sonreía—. Solo te invito, a quizás, el mejor almuerzo que consigas en este arruinado mundo —alzó la mirada en un gesto de reflexión—. Y además agradecerte. De no haber sido por tu intervención en la prisión, probablemente seguiríamos pudriéndonos ahí —alzó sus brazos—. Este lugar nos vino como anillo al dedo, había comida, seguridad estratégica y un muy buen arsenal de armas. Claro que tuvimos que asesinar primero al grupo que vivían aquí, pero esa es otra historia y no deseo aburrirte.
Zeta repudiaba cada palabra que salía de la boca de ese sujeto, su mirada y su gran ego tenían algo que lo hacía despreciarlo con todo su ser.
—No te traje aquí para matarte mi querido amigo. No, tengo muy buenos planes para ti —los ojos de Alexander se oscurecieron—. Tú nos causaste muchos problemas en el pasado y vas a remediar cada uno de ellos.
—Si piensas que voy a hacer algo por ti estas chiflado, prefiero morir.
—No hace falta que hagas nada muchacho, solo necesito que sigas con vida —explicó Alexander—. Así que continua comiendo, necesitas muchas proteínas.
— ¿Y para que mierda me necesitas vivo? —en ese segundo Zeta lo descubrió y supo la respuesta al instante—. Me necesitas... ¿de rehén? ¿Es ese tu plan, usarme para encontrar la otra Nación Escarlata? Te adelanto que no servirá de nada.
—No chico, no eres precisamente un rehén. Eres algo mucho menor —comentó recostando su brazo en la mesa—. Eres una simple moneda de intercambio, de poco valor, pero mucho interés para determinadas personas.
— ¿Qué?
—Tú, y este pequeño aparato de aquí... —Alexander mostró un pendrive que el muchacho reconoció al instante—. Son muy importantes para la Nación Militar. No me hace falta decirte lo mucho que pagarían por este pedazo de plástico. A propósito, ¿tienes idea de lo que hay aquí dentro?
—La Nación Militar... —el rostro de Zeta había empalidecido por completo y su corazón comenzó a acelerarse de repente.
—Veo que no... —expresó Alexander volviendo a guardar el pendrive—. ¿Entiendes ahora para que te necesito?
— ¿Todo esto solo por más armas? Estás completamente loco.
— ¡No es solo un arma cualquiera! —elevó el tono de voz—. Es el proyecto Karma, una obra de arte de la armamentística —explicó Alexander con ojos centellantes—. Un vehículo blindado y fabricado especialmente para asesinar a esas bestias; con un arsenal integrado que podría terminar con la vida de cientos de ellos en cuestión de horas, y también hablo de los especiales. No hay nada puede hacerle frente... Es por eso que tiene que ser mío —tomó otro sorbo de su vino—. Los estúpidos militares malgastan tamaña máquina de destrucción en esos muertos caminantes, pero si estuviera en mi poder le sacaría todo el jugo, exprimiría cada gota. Imagínate un segundo que pasaría si la usáramos contra, por ejemplo, tu patética nación. Solo cinco hombres serían suficiente para aniquilarlos a todos.
— ¿Y crees que la Nación Militar será tan estúpida para entregártela a ti?
—Por supuesto que lo harán —respondió Alexander volviendo a sonreír—. El mundo podrá irse a la mierda una y otra vez, pero lo que lo sigue moviendo siempre serán los contactos que establezcamos entre las personas. Los contactos lo son todo, podría brindarte un claro ejemplo, la Guarnición de los Mercenarios; ellos nos ayudaron a acabar con tu patética nación sin sufrir demasiadas bajas. Solamente hay que tener un buen par de informantes a tu disposición y siempre tendrás la ventaja; Patricia hizo un gran trabajo allá, y como ella, tengo muchos más contactos en muchas partes.
— ¡Hijo de perra! —vociferó Zeta inclinándose hacia delante—. ¡¿Es que quieres empezar una guerra!?
Alexander echó una carcajada antes de responder.
— Los triunfadores primero ganan y luego van a la lucha, en cambio, los perdedores primero van a la lucha y luego buscan la manera de ganar. Yo soy un triunfador, un ganador. Por lo tanto, no creo que la palabra guerra sea la apropiada —Alexander hablaba con soltura y confianza, como si tuviera todo premeditado en su cabeza. Eso aterraba a Zeta—. Yo diría, más bien... una aniquilación.
Zeta había quedado sin palabras. Todo lo que había dicho Alexander sonaba demasiado verosímil. En ese momento la puerta se abrió, Rafael, la mano derecha de Alexander ingresó escoltando a un sujeto rubio, bastante delgado y con una pronunciada nariz.
— ¡Ruiz! Que placer, llegas justo a tiempo.
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