12. Objetivo: El rescate del zorro (IV)
— ¿Por qué mierda tardaste tanto? ¿Y esa sangre? —susurró Franco al borde del colapso nervioso—. ¿Qué carajo hiciste allá? ¿¡Y que mierda fue ese alboroto!?
—Tranquilo, Franco —Samantha, así como Franco y Rex, se hallaban pegados al muro, escudándose, de cuclillas, detrás de unos cuantos arbustos y pinos—. Si está aquí significa que está todo bien, ¿verdad, Rex? ¿Rex?
—Yo... —el mecánico asintió con pena—. Lo lamento, por poco me descubren. Pero Samantha tiene razón, no hay de qué preocuparse, me encargué de todo.
— ¿Cómo que por poco te descubren? —Franco tironeó del chaleco de Rex—. ¡¿Cómo que por poco te descubren?!
— ¡Tranquilo! Cuando estaba trepando los cables se me resbalaron del brazo, ese fue el ruido que escucharon —Renzo hablaba con prisa y sus ojos no se atrevían a hacer contacto directo con los de Franco—. Luego dos soldados me vieron...
— ¡¿Qué?! —Franco comenzó a susurrar con más volumen del que debería.
— ¡Franco! ¡Déjalo hablar de una vez! —Samantha consiguió que su novio soltara a Renzo y lo invitó a seguir con la explicación.
—Sí, dos soldados me vieron, pero Anna logró abatirlos antes de que pudieran comunicarse con sus compañeros.
— ¿Anna? ¿Ella está bien? Escuchamos los golpes en la radio y pensamos que ella...
—Ella está bien. Tranquila. Al parecer encontró una buena posición. Los golpes fueron un mensaje para mí, ella quería que yo me agachara para que la bala no me reventara la cabeza. Si no fuera por ella, estaríamos acabados.
—Genial, es un alivio saber que contamos con su ayuda —Samantha suspiró en una sonrisa.
—Bien, ¿y qué pasó con los cuerpos? ¿Estás seguro que no dieron ningún aviso a nadie? —preguntó Franco.
—Muy seguro, créeme —en un movimiento coordinado, su labio se torció y sus ojos se desviaron hacia el suelo—. Nadie investigará el paradero de estos dos en un buen tiempo.
Franco asintió y observó a su alrededor.
—Aquí Cuervo F, aterrizamos en zona hostil —susurró a la radio; y mientras Anna escuchaba atenta desde encima de la copa de un árbol, y Esteban, junto con Jin, hacían lo propio, reuniéndose en el exterior de la casa rodante, Franco emitió las palabras que todos ansiaban escuchar—. Doy por iniciado el objetivo: El rescate del Zorro.
—Te esforzaste mucho con ese nombre —comentó Rex.
Samantha inhaló aire profundamente.
—Bien, entonces ahora me toca a mí —dijo la oji verde con una mirada perdida en el suelo.
A partir de ahora, ningún fallo era admisible y Samantha lo tenía en claro. Su participación sería crucial para tener éxito en el rescate. La vida de una persona muy querida corría riesgo. Ella ya había experimentado el amargo gusto de ver caer a personas importantes para ella... en muchas ocasiones. Hasta el momento, había intentado disfrazar todos sus temores con sonrisas para no preocupar a sus amigos; pero en esta instancia, teniendo los pies sobre tierras enemigas y estando tan cerca de su objetivo, su mente la obligaba a concentrarse en una sola cosa: no cometer ningún error, y para ello, tendría que tomar medidas drásticas. La imagen de Abigail llegó a su cabeza por unos segundos, y sus puños se cerraron con fuerza. Volvió a inhalar aire; si quería salir con vida, exhaló, si quería salvar a Zeta; el único camino que le quedaba, lo único que podía hacer... era asesinar.
—De momento, no. No te apresures —respondió el ex militar—. El siguiente paso del plan es saber con exactitud la ubicación del Zorro.
—Supongo que ir puerta por puerta no es buena idea —añadió Renzo.
—No. Lo que haremos será encontrar a alguien e interrogarlo para que nos indique el lugar exacto.
— ¿Interrogarlo? —preguntó Samantha—. ¿Así de simple?
—Te explico —comenzó a decir Rex—. Para un militar, «interrogar» a alguien significa sacarle información a base de puñetazos.
Los ojos esmeraldas de la chica saltaron de Renzo a Franco. Su mirada permaneció fría durante todo ese tiempo.
—Me parece bien... ¿Cómo lo hacemos?
Franco enarcó una ceja ante la sorpresa.
—Como dije, el primer paso es encontrar a alguien —explicó él—. No será fácil teniendo en cuenta que los grupos de guardias se reúnen por escuadras. Habrá que utilizar alguna estrategia para llamar la atención de uno y atraerlo hasta nosotros.
— ¿Y si eliminamos a tres? —preguntó Samantha—. Podríamos dejar a uno libre e interrogarlo.
—Esconder un cuerpo es más fácil que esconder cuatro —respondió el ex militar negando con la cabeza—. Así que prefiero no tener que llegar a abatir a tres personas, además, si alguien se percata de que solo un indoviduo falta en el grupo, no levantará tantas sospechas como si se enteran de que falta un escuadrón de vigilancia entero.
—Bien, ¿y qué hacemos? —inquirió el mecánico—. ¿Tiramos piedras para que se dirijan a un lugar en particular?
—Eso solo funcionaría en dos casos, que estuviésemos en un puto videojuego, o que estos sujetos sean unos imbéciles. No. Prefiero no arriesgarme —espetó Franco—. Nos queda tener paciencia. En algún momento alguien se separará del grupo. Quizás tendremos que escabullirnos y acercarnos un poco. La paciencia es una virtud. Probablemente esperemos aquí algunos cuantos minutos, pero cuando la oportunidad aparezca, hay que ser lo suficientemente ágiles como para aprovecharla. Así que mi consejo es el siguiente: No duden, pero sean listos.
—Entendido —comunicó Renzo, cambiando su rodilla de apoyo—. Entonces, ¿esperamos aquí?
—No precisamente —Franco desenganchó el pilar que llevaba en su espalda y lo depositó en el césped—, tenemos que evaluar el perímetro con cuidado. Cada uno cubrirá un sector, no demasiado alejados uno del otro. Si alguien nos ve y da la alerta, podemos dar esta misión por fracasada. Entonces, lo principal será...
En ese instante, los ojos de Franco se entrecerraron por la incertidumbre de ver a una Samantha con una mirada impactada, y cuyo rostro, comenzó a empalidecer de un segundo a otro.
— ¿Qué carajo...? —a Chichón le costó un poco procesar lo que sus ojos le demostraban y llegar a la conclusión de lo que estaba sucediendo.
Al principio una fuerte duda lo consumió; nunca antes, en las más de treinta guardias que había hecho, alguna persona habría tenido el coraje, o la estupidez, de intentar ingresar a la Nación Oscura. ¡Sería un completo suicidio! ¡Ninguna persona podría pensar hacer algo así!
Pero luego, al ver las armas que llevaban, sus trajes, y un muy extraño equipo que consistía en un pilar de aspecto sumamente sospechoso, y un gran y robusto rollo de cables de acero, la conclusión llegó a su mente en un instante
—Hijos de puta...
Chichón sintió el peso que sobrevenía a una inmensa carga de responsabilidad. Tenía que lidiar con tres sujetos muy armados, y dar aviso a sus superiores cuanto antes. Para la primera tarea, vio que resultaría difícil hacerlo por sí mismo, no podría contener a tres personas, mucho menos en su estado de ebriedad; sin contar que sus compañeros se encontraban bastante lejos como para darle una mano. Así que pasó directamente a lo segundo: Avisar a los demás. El hombre comenzó a correr.
— ¡Mierda! —Franco actuó con rapidez y comenzó a perseguirlo.
— ¡Hey! —gritó Chichón al aire mientras escapaba bordeando los pinos del jardín en dirección al sur—. ¡Hey! —su cabeza se giró en medio de la carrera, solo para sentir un enorme impulso de adrenalina al ver que uno de ellos lo estaba siguiendo—. ¡Intrusos! ¡¡Hay intru...!! —el hombre sintió, y escuchó a la perfección, como el tendón de su pie izquierdo se cortó de forma súbita—. ¡¡Arhhgg!!
Chichón no soportó el dolor y su cuerpo se revolcó por el césped. Franco llegó un segundo después, se arrastró de rodillas, y rodeó su cuello con sus brazos. Chichón intentó gritar, pero Franco se apresuró en tapar su boca. El joven ex militar aplicó parte de su entrenamiento para arrastrarse hacia atrás junto con el cuerpo, buscando ocultarse detrás de un arbusto aledaño; mientras tanto, su brazo presionaba el cuello de su enemigo con brutalidad, dejándole el espacio suficiente para permitirle inhalar pequeños soplos de aire a sus pulmones.
Una vez la sombra de la seguridad volvió a cubrir sus cabezas, y al asegurarse de que nadie más los había visto, Franco se encargó, todavía sujetándolo con uno de sus brazos, de despojarlo de sus armas.
Por su parte, Chichón sacudió su cuerpo intentando zafarse, pero la fuerza de aquel sujeto era muy superior a la de él, y el hecho de no poder respirar con comodidad dificultaba todavía más su vano intento de escape. Para complicar todavía más las cosas para el guardia Oscuro, una muy bella mujer de ojos como dos esmeraldas, se acercó a él por el frente; arrimó su mano hacia el talón del hombre, y de un fuerte tirón, extrajo una navaja. Chichón escupió un potente grito que fue asfixiado por el brazo de Franco. Aquella hermosa mujer lo observó con una mirada ensombrecida y desafiante.
—Si no quieres permanecer en silla de ruedas para toda tu vida —aproximó el filo de la navaja al otro pie, y hundió la hoja hasta ejecutar un corte superficial—. Vas a responderme a todo lo que te pregunte —aplastó la navaja todavía más. El hombre sintió un pinchazo de dolor y se sacudió, consumido por la desesperación—. Y por tu bien, no te conviene mentir.
*****
Las cartas fueron puestas sobre la mesa. Un par de «K», y un par de «8» fueron el juego revelado. El joven asiático mostró sus dientes en una sonrisa soberbia al haber apostado todas sus balas en la última jugada. Era el turno de su contrincante. Esteban había perdido la mayoría de todos los encuentros, pero esta vez, la suerte se jugaría a su favor.
— ¡Póker! —dijo el joven a viva voz, mientras mostraba sus cartas: cuatro Ases y un tres.
— ¡No jodas! —expresó Jin golpeando la mesa—. La suerte del principiante si existe.
— ¡Me encanta este juego! —Esteban reunió todas las balas de su lado de la mesa—. ¿Jugamos otra vez?
—Quizás más tarde viejo —Jin se levantó y comenzó a escudriñar en la alacena—. ¿No tienen nada salado para comer? Mierda, mataría por unos snacks.
—No te molestes, ahí solo hay comida enlatada y arroz.
—No sabía que a Zeta le gustaba tanto la comida enlatada.
—Eso parece —El niño tamborileó los dedos en la mesa—. ¿Y si vamos afuera?
—Buena idea.
—¿Cómo crees que les está yendo a los demás? —preguntó Esteban mientras abría la puerta de la casa rodante.
Jin salió al exterior y examinó los alrededores, pero al igual que la última vez que había salido, lo único que había eran árboles, oscuridad y una ligera capa de neblina en las lejanías.
—No lo sé, pero si no han dicho nada por la radio todavía, supongo que estarán bien —el joven asiático reposó sobre el capó.
— ¿Y tú cómo te sientes? Ya sabes... de la mordida —ahora fue Esteban quien reposó su cuerpo en el capó.
—Me siento muy bien. Es como si nunca me hubiesen infectado —razonó el asiático observando su herida—. No lo sé, quizás solo tuve una gripe muy fuerte y no llegaron a infectarme.
—Franco dijo que lo más probable es que estés infectado y que tu recuperación repentina sea un estado previo a la infección.
— ¿Él dijo eso?
—Si.
Jin dibujó una mueca de desprecio.
— ¿Es acaso un médico? No te dejes engañar, nadie sabe lo que sucede con la infección. Lo único que sé es que me siento bien, y que podría haber ido al rescate tranquilamente. De seguro lo hubiera hecho el doble de rápido que ellos.
— ¿Sigues con eso en la mente?
—Es que es una puta mierda estar aquí —Jin sacudió su cabeza—. ¿Y que con eso de «Equipo Topo»? ¡Es ridículo!
—Es porque los topos se refugian. Es lo que hacemos ahora.
—Ya lo sé, pero sigue siendo humillante... y aburrido. Los topos son aburridos.
—Tranquilo, hombre. Ya estamos aquí, no hay nada que hacer. Yo también me aburro, pero sé bien mis límites. No hubiese podido hacer mucho allá.
— ¿Qué dices? —los ojos de Jin apuntaron al niño con ímpetu—. ¿Límites? No, no, no. Mira, te voy a decir algo. Si te acostumbras a poner límites a lo que haces, ya sea físicamente, o en cualquier otro ámbito de tu vida. Eso se propagará en todo lo que hagas, en tu ser en general. Te hará débil. Los límites... ¿sabes para que existen? Para romperlos. No debes quedarte estancado en ellos, debes sobrepasarlos. Cuando superes uno, siempre te encontrarás con otro más, pero si te quedas quieto observando, jamás lograrás superarte y serás siempre la misma persona que eres hoy. Por eso, debes constantemente, desde hoy en adelante, superar cada límite que se te cruce.
Esteban guardó silencio.
—Nunca lo había visto de esa forma... pensaba que todos teníamos un límite que no podemos cruzar.
—Y una mierda, pequeño. Supera tus límites una y otra vez, y verás que no tienes uno solo. Es complicado al principio, pero cuando logras superarte una sola vez, verás que podrás hacerlo la siguiente, y luego la siguiente. Para cuando te quieras dar cuenta ya serás mucho más avanzado de lo que eres el día de hoy.
—Entiendo. Lo tendré en cuenta, entonces.
—Más te vale —Jin sonrió—. Vamos a superarnos, juntos. ¿Es un trato?
—Trato —Esteban también sonrió.
Jin observó hacia el cielo con temple.
—Hey, viejo. ¿Qué te parece si vamos a cazar monstruos? —dijo—. Es mejor que estar aburridos aquí, ¿no?
El niño asintió.
—Me parece una gran idea. Espérame, me dejé mi pistola adentro. Voy por ella.
—Trae también la radio, por si hay novedades acerca del grupo.
— ¡Está bien!
Esteban subió a la casa rodante como un relámpago, la idea de salir a «cazar» lo había motivado bastante; reunió todas las balas, las colocó en un cargador que se guardó en el cinturón. Por último, tomo su arma, la radio y decidió que sería buena idea practicar con el lanzamiento de navajas. Tomó prestado algunas de las que Samantha guardaba en su cama y volvió a salir.
— ¡Estoy listo!
Esteban se dirigió hacia la zona delantera del vehículo para buscar a Jin. Sus cejas se arquearon al notar que no se encontraba allí
—¿Jin? ¡Jin!
Rodeó la casa rodante al completo, pero seguía sin haber rastros del maestro de Parkour; examinó en las zonas alejadas al vehículo con la mirada, pero la soledad era la única compañía que tenía. Suspiró. La conclusión llegó a su mente por sí misma.
—Me cago en todo...
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