12. Objetivo: El rescate del zorro. (III)
— ¡Hey! ¡¡Quieto ahí!! ¿Quién carajo eres tú?
Su corazón se contrajo y sus ojos se cerraron con fuerza. No podía ser cierto...
— ¡Date la vuelta! ¡¿Que mierda se supone que estás haciendo?!
Renzo no podía verlos todavía, pero había escuchado a dos personas distintas hablar, un hombre y una mujer. Su cuerpo, preso de un incesante temblor, comenzó a girarse. Por alguna razón sus manos se habían alzado, cómo si supiese que lo estarían apuntando, y fue cuando llegó a dar la vuelta completa, que confirmó sus sospechas. Las bocas de una escopeta y una pistola señalaban directamente hacia su persona, y sus dueños, un hombre de cabello largo y barba recortada; y una mujer con el cabello recogido, se acercaron de manera intimidante desde el bosque.
— ¡Responde! ¿Quién mierda eres? —preguntó el soldado, era quien llevaba la escopeta.
— ¿No es un militar verdad? ¿No nos estarán traicionando? —preguntó la mujer.
—No lo creo, no tiene pinta de pertenecer a ninguna fuerza —el hombre llevó su mirada hacia el cable y una línea apareció en su entrecejo—. ¿Qué estabas intentando hacer?
—Y...yo... Ehm... —Rex se había quedado completamente paralizado. No tenía idea de lo que podía decir, o hacer, para salir de esta situación. El plan había fracasado rotundamente, y todo por su culpa—. Yo soy... un... mecánico. Me llamo Renzo. No quiero problemas...
— ¿Quién carajo se presenta primero por su oficio y luego por su nombre? —escupió el soldado—. Deja eso en el suelo —Rex obedeció y se desprendió del rollo de cable en su hombro—. ¿Qué intentas hacer? ¿Estás solo? ¿Vienes con alguien más?
—Estoy solo... yo solo quería —Renzo suspiró con nerviosismo, las gotas resbalaban por toda su frente como una cascada—. Quería un refugio.
—A la mierda, este tipo esconde algo —espetó la mujer, haciéndose con su radio—. Voy a alertar a los guardias internos. Quítale sus armas.
—Bien, ya escuchaste gorrita, manos a la pared. No me hagas ponerme violento —el hombre oscuro empujó a Rex acorralándolo contra el muro para comenzar a revisarlo—. Bueno, bueno... parece que vas muy armado.
Por otro lado, la mujer se alejó unos pasos para hablar por su radio. Llevó el micrófono a su boca, y justo en ese preciso segundo, en el momento exacto en que sus labios se despegaban, se escuchó un crujir ahogado a la vez que un enorme hueco se dibujó en su rostro; desperdigando gran cantidad de sangre hacia el aire. Su cuerpo se desplomó.
«Toc... toc... toc...»
— ¿Qué carajo? ¡Amalia! —su melena azabache se sacudió en un golpe de vista; al ver a su compañera en el suelo y sin vida, las cejas del oscuro se apretaron con furia; y sin perder tiempo, aplastó la cabeza de Rex contra la pared, a punta de la boca de su escopeta—. ¡Qué mierda hiciste!
«¡¡Toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc!!».
Rex escuchó una serie de golpes intermitentes en su radio. Eso solo podía significar una cosa. Anna se encontraba en peligro; eso había sido el significado que le habían dado, pero dada las circunstancias actuales, y a juzgar por la explosión repentina del cráneo de aquella mujer. El significado de esos golpes...
Rex ató todo en un segundo, y sin pensárselo más, se agachó con prisa.
El soldado tuvo dos veloces pensamientos en ese momento; el primero le resultó confuso. No entendía por qué aquel individuo se había agachado sin más, siendo que todavía estaba delante de él y de espaldas, y no tenía nada con lo que defenderse, en cambio él todavía tenía su escopeta apuntándole. Ridículo, fue lo que pensó. Pero luego, contestando a ese pensamiento, y atando todos los mismos cabos que Rex resolvió en un principio... Para este soldado oscuro, pensar dos veces antes de actuar, le costó la vida.
Un proyectil atravesó su cráneo por completo, finalizando su recorrido unos veinte centímetros arriba de la gorra verde de Rex, ahora, teñida totalmente de rojo. En esa instancia, los latidos del joven arremetían su pecho con violencia; su mente y su cuerpo se mantuvieron en shock durante unos prolongados segundos. Luego, con mucha cautela, fue recobrando la compostura a la par que revisaba el entorno sin poder deshacerse todavía del temblor que dominaba su cuerpo.
Moviéndose por puro instinto, su mirada buscó un lugar alejado en la zona del bosque, hasta localizar una pequeña fuente de luz que parpadeaba constantemente sobre la copa del árbol más alto del bosque: Anna. El mecánico alzó su mano, sabía que no podía comunicarse mediante radios mientras Franco y Samantha se encontraran dentro, pero supuso que su compañera alcanzó a ver su saludo cuando la luz dejó de parpadear. Sus labios se movieron imitando la palabra: «Gracias», sin emitir sonido alguno. Luego de unos segundos, aquella luz parpadeó dos veces más. Eso era todo lo que necesitaba para continuar.
Rex se obligó a concentrarse mediante dos palmadas bastante fuertes a sus mejillas; recuperó su armamento, y se detuvo a pensar si era necesario llevar consigo aquella escopeta; pero resultaba evidente que el ruido sería un problema allá adentro. No lo vio necesario, así que la dejó en su lugar. En cambio, la pistola de aquella mujer era algo más sencillo de llevar consigo, y podría ser de utilidad luego del rescate. La guardó en su cinturón y se dirigió una vez más hacia el rollo de cable, pero como era costumbre, el destino todavía tenía una traba más para el joven mecánico. Sus pasos se detuvieron en seco y su mirada apuntó al cadáver de aquella mujer. Una radio había sonado.
—Amalia, Amalia... ¿hola? Lo siento, no escuché bien lo que dijiste, ¿podrías repetirlo? Al parecer se cortó el mensaje.
Un sudor frío, amargo, y colérico comenzó a empapar los sentidos de Renzo. Su mente se colapsó en ese mismo segundo al verse inmerso en una situación sin salida. Aunque la mujer no había podido hablar, si había presionado el botón de la radio, lo que alertó a quien fuese que se encontrara dentro de la nación; si dejaba aquel mensaje sin responder indudablemente los soldados comenzarían a buscarlos. Nada bueno teniendo en cuenta que había dos cadáveres regados en el suelo.
¿Esconderlos? ¿Sería eso viable? No... fue lo que contestó su razonamiento, había demasiada sangre regada en el suelo y en el muro, esconderlos sería perder el tiempo. De todas formas los descubrirían. Tenía que encontrar una forma de que nadie de los oscuros se acercara hacia esta zona, no por un buen tiempo al menos. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo contestarles? ¿Cómo despistarlos?
— ¡Amalia! ¡Contesta! ¿Qué estás haciendo mujer?
Renzo empezó a perder la batalla de la compostura. Su rostro comenzó a empalidecer por los nervios, no tenía más tiempo que perder, si no contestaba ahora mismo, vendrían a buscarla. Tenía que hacer algo. ¿Pero cómo? Tampoco podía hacerse pasar por una mujer, si Samantha estuviese con él ahora podría decir cualquier cosa para despistarlos e intentar imitar una voz similar a la de aquella mujer. Pero no contaba con ella, no contaba con nadie, solo estaba él... y dos putos cadáveres.
— ¡Hey! ¿Se puede saber que están haciendo ustedes dos allá?
«Ustedes dos». Los ojos de Renzo se expandieron ante aquella sentencia. Dos... ellos eran dos. Su mente procesó todo en un segundo, se acercó a la radio, su mano continuaba temblando al sujetarla. Inhaló aire, cerró sus ojos y se mentalizó lo máximo posible. Carraspeó su garganta y tapó su boca al hablar.
—Ella está conmigo, no nos molestes... —Renzo intentó imitar la voz de aquel soldado lo mejor que pudo, y aunque no salió idéntica, rezó porque le creyeran.
Esperó unos eternos y frenéticos segundos hasta que volvieron a responder.
— ¿Josep? ¿Eres tú? Te escucho fatal, hombre. ¿Qué te pasa? ¿Estás agitado? ¿Qué carajo están haciendo? Dímelo o iré hasta allá a averiguarlo...
Renzo mordió su propio brazo de la ira. Pensó que solo con hacerles creer que estaban teniendo sexo con unas pocas palabras sería suficiente para que dejaran de insistir. Pero en efecto, no los había convencido para nada. Tenía que decir algo más, algo muy breve, para que su voz no levantase sospechas, y lo suficientemente convincente como para que dejaran de insistir por un buen tiempo.
Su cabeza ideó una solución, pero no le gustó en absoluto, aun así la situación era demasiado crítica como para pensar en alguna alternativa, tenía que dejarse llevar. Era lo único que se le había ocurrido... y se odió por lo que tuvo que hacer.
—Mamá... —Renzo habló al cielo—, sé que me matarías por esto.
— ¡Josep! ¡Josep!
Renzo volteó el cadáver de la mujer con lágrimas en sus ojos, todas sus barreras morales estaban por ser quebradas en los siguientes segundos; levantó la cadera de la mujer y la colocó en una posición comprometedora. Su mente repetía a cada segundo: «Tengo que ser convincente». Se colocó de rodillas, detrás del cuerpo, y comenzó a golpear con su pelvis reiteradamente, simulando un acto sexual, mientras con una mano, encendía la radio.
— ¿Quieres saber? —Renzo imitó una voz agotada y entre cortada—. Escucha...
El muchacho, en contra de todos sus principios, continuó golpeando con su pelvis, intentando que cada golpe fuese escuchado con certeza del otro lado de la radio, tuvo que incluir algunos gemidos ahogados en el acto, para dotarlo de más realismo, y prosiguió así hasta soltar la radio, y deshacerse del cuerpo al instante.
En otro lugar, el ojo de Anna se desprendió de la mira de su rifle, y su rostro, pálido y completamente desconcertado, esbozó una mueca arrugada que expresó un claro y rotundo: « ¿Que... mierda... acabo... de ver?».
*****
— ¡Maldito Josep! ¡Qué bien se la está pasando el infeliz! —Ron, alias «Ron, el Negro»; un hombre alto de piel morena y tatuajes en sus brazos se partió de la risa al escuchar los gemidos de sus compañeros mientras «tenían sexo», el hombre acercó sus gruesos labios al micrófono de la radio y dijo en voz alta, para que todos los demás pudieran oír—. ¡Putos locos de mierda! ¡Tengan cuidado con los monstruos allá afuera! ¡Bah, los dejo, disfruten ustedes que pueden!
— ¡Hay que estar enfermo para hacer algo así puertas afuera! —dijo Barry, alias «El macho Barry», apodado así por su físico digno de todo un modelo; mientras se acomodaba unos viejos, y ya bastante deteriorados, lentes; del grupo de cuatro allí reunidos, él era el único de cabello claro y liso, acompañado por una barba negra y prolija.
—Esa Amalia es una puta zorra calienta vergas —Jonás «El chichón» descorchó un nuevo vino; llevaba el pelo recogido, y a pesar de ser el más bajo en estatura, su nivel de inmoralidad era casi tan alta como la de los hermanos Montreal. Bebió el contenido de la botella hasta dejarlo por la mitad—. No sé qué habrá hecho Josep para poder tirársela.
— ¿Qué te pasa, chichón? ¿Celoso de Josep? —preguntó « El niño Tomy» esbozando una sonrisa perspicaz; mientras todos sus compañeros superaban la franja de los cuarenta años, él apenas llegaba a la mitad de sus dieciocho.
—Ni por asomo, niñato.
—Opino que hay que reclutar más mujeres, hay demasiados hombres en esta puta nación —añadió El Negro, arrebatándole la botella a Chichón.
—Alexander no recluta a cualquiera, será difícil —respondió El niño Tomy.
—Todavía no entiendo cómo tu estas aquí, muchachito —El Macho acompaño la frase con un fuerte golpe al hombro de El Niño.
—Alexander valora mi mente, soy un genio, y él lo sabe. No como ustedes, manga de neandertales.
Ningún presente se sintió ofendido, todos ya se habían acostumbrado a ser llamados así por El Niño.
— Negro, si quieres coger tanto, ¿por qué no te coges a alguna reclusa? —comentó Chichón mostrando sus dientes enrojecidos por el vino—. La que participó en los últimos juegos de Calavera tiene muy ricas tetas. Cuando termine nuestro turno te acompaño. Solo hay que sacarle la llave al guardia de turno, ¿quién está hoy? ¿El pelado?
— ¿Estas demente? Ella está en la zona protegida, hay cámaras por todo el lugar, Alexander te llega a ver haciendo eso y vas a terminar en «Aislamiento» con Calavera —contestó El Negro.
— ¡Bah! A este Alexander le falta más cinismo, ¿por qué protege tanto a los reclusos? Comen nuestra comida, tienen un refugio, ¿para qué se gasta en cuidarlos?
—Porque no es un sádico salvaje como tú, y él sí usa su cabeza —escupió El Niño con aires de superioridad—. Todos los reclusos que están en la «zona protegida» son importantes, ya sea porque podríamos pedir rescate a sus grupos, intercambio de armamento, o incluso hacer algún trueque por elementos esenciales como gasolina o vehículos. Calavera se arriesgó demasiado usando a los prisioneros protegidos para hacer sus juegos, pero en cierto modo, no había otra manera de hacerlo. Todos los prisioneros sin importancia ya habían sido transformados en zombis. Ahora está pagando por su insolencia, y me parece perfecto.
—Te gusta chuparle las bolas a Alexander, ¿eh? —El Macho habló mientras encendía su quinto cigarro de la noche.
—Eh, muchachos. Tengo una idea. Habilitemos un pabellón con prisioneros únicamente para coger —dijo Chichón riendo de forma perturbadora—. Hombres y mujeres, que haya para todos los gustos. También habrá niñas de tu edad, Tomy.
El niño sonrió con desaire.
—Disfruta este tiempo vivo, Chichón, porque cuando Alexander cumpla sus objetivos, y tus servicios ya no sean necesarios, ten por seguro que serás el primero en «desaparecer» de su nuevo mundo.
Chichón se aferró una vez más a la botella y bebió.
—Si sigues tocándome los huevos yo seré quien te desaparezca, niñato.
— ¿Te pones a la par de un mocoso? Déjalo, hombre, ¡y dame eso! ¡Te lo estás tomando todo, hijo de puta! —El macho se apropió de la botella, chistó y la arrojó al suelo partiéndola en pedazos—. Ve a buscar más, sino quieres que te deje más enano de lo que eres.
— ¡Oh! ¿Quieres que te quite la sed? Te la quito con mi verga, ¿qué te parece?
—Déjalo —lo interrumpió El Niño—. Yo busco más.
— ¡Eso! ¡Ve a la bodega de Alexander! ¡Y ambos se chupan el cerebro el uno al otro! ¡Putito! —en esta instancia, Chichón ya se encontraba bajo fuertes efectos del alcohol, y comenzó a alejarse del grupo trasladándose con torpeza—. Me voy a echar un meo, ¿me quieres ayudar, negrito?
El brazo de Chichón se estremeció por un potente puñetazo de su compañero.
— ¡Ahí tienes! ¡Para el viaje!
—Hijo de puta... —Chichón perdió el equilibrio pero continuó su marcha alejándose considerablemente.
La tierra, humedeciéndose bajo sus pies, comenzó a dibujar poco a poco un charco de orina. Chichón alzó su mirada hacia las estrellas, luego, su vista comenzó a seguir a una abeja que pasó muy cerca de su rostro. Sacudió su mano para espantarla; el insecto descendió zigzagueando con velocidad hacia unos arbustos; a Chichón le pareció una magnífica idea empaparla, por lo que direccionó su chorro hacia ella, acompañando su acción con una estridente risotada. La abeja revoloteó en el aire y se marchó del lugar. Chichón intentó seguirla con los ojos, pero en el momento que su mirada alcanzó un punto alto, su atención se posicionó sobre una extraña silueta a la distancia. El momento fue breve, de apenas unos segundos, pero Chichón estaba seguro de haber visto algo descendiendo desde el paredón de la nación para perderse detrás de unos arbustos.
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