12. Objetivo: El rescate del Zorro (II)

— ¡Bien! Espero que eso sea cierto —dijo la chica sonriente a la vez que su palma chocaba el hombro de Franco—. Porque de todos los que estamos aquí —guiño un ojo mientras decía—, a ti te desagradará más.


-Continúa Z El señor de los Zombis II-


La oscuridad consumió los últimos registros de luz dando lugar al nacimiento de una nueva noche. El equipo de rescate había avanzado con extrema cautela colina arriba, aproximándose a tierras enemigas. El vehículo fue aparcado en medio de un prado ubicado dentro de un pequeño pero frondoso bosque a escasos metros al oeste de su objetivo: La Nación Oscura.

Una capa leve de neblina surcaba los aires de aquella colina, abrazando la copa de los árboles con delicadeza. El plan ya había sido meditado y los objetivos impartidos. Las armas se habían administrado a cada participante, y sus cargadores se hallaban a tope. Los grupos se separaron en tres, dando entonces, comienzo al operativo.

El primer grupo, conformado por Franco, Renzo y Samantha, prosiguieron su camino a pie internándose en el bosque. Todos ellos eran liderados por Franco, a quien seguían como si se tratase de su propia sombra. Escudándose entre los árboles y aprovechándose del oscuro de las armaduras de la Nación Escarlata para mimetizarse con las tinieblas.

—Aquí «Cuervo F», avanzamos hacia la mansión, sin novedades —Franco avanzó al siguiente árbol y se agazapó.

El joven cargaba a su espalda el pilar de la Catapultirolesa, y también llevaba anexado su fusil de asalto al pecho con una correa que rodeaba su cuerpo. Volteó para ver a su grupo. Rex se encontraba a pocos metros, arrodillado junto a un árbol de pino, arreglándoselas para cambiar el peso del rollo de cable a su otro hombro. El joven mecánico llevaba su fiel revolver consigo, la Beretta de Zeta como arma de repuesto y cargaba consigo una pequeña caja de herramientas en su mano. Franco torció su mirada hacia su izquierda; su novia se localizaba tras un árbol a la par de él; de los tres ella era la más ligera de peso, contando con sus navajas de lanzamiento, un chaleco, y dos pistolas en sus muslos con cuatro cargadores en su cintura.

Aquí equipo... ahg... ¿tengo que decirlo? —una voz más alejada se escuchó insistiendo—. Bien... bien... Aquí equipo Topo, listo... soy Topo J. No hay novedades por la zona.

—Bien, estén atentos —Franco volvió a observar a los alrededores y comenzó a avanzar—. Águila, ¿te encuentras bien? —el joven esperó una respuesta que llegó luego de unos segundos, confirmada por dos golpes al micrófono de la radio.

Momentos previos al operativo, mientras se organizaban los grupos correspondientes, se acordó que Anna buscaría una posición elevada en el árbol más alto del bosque para ofrecer apoyo a distancia con su rifle francotirador. El único inconveniente era que Anna no podía enviar mensajes y que debería ir en solitario; por lo que pactaron que ella respondería a las preguntas de las radios mediante pequeños golpecitos. Un golpe significaría «no»; dos golpes significaría «si», y golpes intermitentes, significaría «peligro».

Samantha se adelantó del grupo, ya habiéndose equipado con dos navajas de lanzamiento en cada mano, que utilizó para abatir a dos zombis que deambulaban a los alrededores; luego se escudó detrás de una gran roca puntiaguda y sacó su radio.

—Ann... Ehm, Águila. Aquí, Cuervo S. ¿Pudiste encontrar una buena posición?

­«Toc...».

—Entiendo, volveré a preguntar más tarde. Ten cuidado...

«Toc, toc».

—Sigamos —ordenó Franco.

La tierra se sacudía al son de su marcha y el césped se abría bajo las pisadas de cada miembro del grupo Cuervo, a medida que avanzaban, la vegetación y la presencia de los arboles comenzaba a disminuir dando lugar a una zona más despejada de césped recortado, arbustos podados, iluminación artificial y un muro extenso de ladrillos que recubría el perímetro de una colosal mansión.

El grupo se reunió tras la sombra del último árbol, y con la llegada a los límites de la Nación Oscura, los corazones de todos comenzaron a presionar con fuerza sus pechos. El momento que esperaban había llegado.

—Aquí Cuervo F, llegamos al muro, a partir de ahora —susurró a la radio—. Silencio total hasta nuevo aviso.

Topo J. Recibido.

«Toc, toc».

—Bien —Franco guardó su radio—. ¿Renzo estás listo?

—Despreocúpate, sé que hacer —respondió ajustando su gorra a su cabeza y exhalando con fuerza.

—Estaremos vigilando que nadie venga, apúrate.

—Suerte, Rex —susurró Sam.

—Gracias.

Los iris azules del mecánico saltaron de izquierda a derecha para cerciorarse de que nadie deambulara por las proximidades, para su suerte, tenía el camino libre hacia el muro. Se armó de valor, y agazapado pero raudo, se movilizó hacia el cielo descubierto. Pasar de la seguridad de la sombra, a la claridad de la luz provocó en él un subidón en sus pulsaciones, pero se obligó a mantener la calma y confiar en sus compañeros. Su hombro sintió un enorme alivio al poder deshacerse momentáneamente del tremendo peso del cable de acero; depositó el rollo en el suelo, quedándose únicamente con uno de los extremos en su mano. Tironeó para desenredar una porción de cable considerable y volvió su mirada a lo alto.

Cinco metros de ladrillos escudaban a la Nación Oscura de los peligros del exterior, Renzo depositó la caja de herramientas que llevaba en el suelo y se colocó a cinco pasos de distancia; el cable adoptó un movimiento de péndulo en su mano, hasta adquirir la velocidad necesaria para girar en círculos.

Rex arrojó el cable al cielo, y para su propia sorpresa, le bastó de un solo intento para lograr engancharlo con firmeza a lo alto del muro. Tironeó una, dos, tres, y cuatro veces para asegurarse de que estuviese aferrado a la perfección. Alzó su mano para dar aviso a sus compañeros para continuar y ellos acudieron a él al instante.

— ¿Quién va primero? —preguntó Rex.

—Iré yo para asegurarme de que no haya nadie del otro lado —comentó Franco buscando un alicate cortante en la caja de herramientas—. Sigan vigilando los alrededores.

—Bien —respondió Renzo, alejándose un poco para observar el muro a la distancia. Sus ojos no llegaban a percibir el final del camino, dándose una vaga idea de la dimensión del lugar.

Franco fue el primero en escalar, y a pesar de llevarse consigo la carga del pilar y su fusil, no le demandó mucho esfuerzo hacerlo. Al llegar al extremo se encontró con su primer problema a resolver: el alambre de púas que serpenteaba en círculos, cubriendo la totalidad de la zona alta del mural. Desprendió una de sus manos del cable y utilizó la punta metálica del alicate para cerciorarse que la reja no se encontrara electrificada. Al no salir disparado por los aires dedujo que se encontraría fuera de peligro, y comenzó a cortar un tramo del alambre, luego, se inclinó un poco para cortar el otro extremo y dejar un hueco libre para poder trepar sin inconvenientes. Lanzó los restos del alambre al suelo, y procedió a subir lo suficiente para que su mirada pudiese alcanzar el otro lado.

Desde su altura podía apreciar la inmensidad de la mansión en todo su esplendor y lo que parecía ser un enorme y exagerado jardín. Sus ojos llegaban a alcanzar una piscina ubicada al centro, muy distante a su posición, pero a los pies del ingreso trasero de la mansión; había varios pinos, palmeras, y arbustos plantados a los alrededores de manera simétrica que rodeaban toda la zona, y que podrían servir de camuflaje una vez se encontraran dentro; a su vez, Franco pudo percibir distintas estructuras que se erguían en el extenso del jardín y que desarmonizaban con toda la simetría de la vegetación. Definitivamente no eran parte del decorado original de la mansión a juzgar por el mal estado en el que habían sido construidas y los materiales precarios que se habían utilizado. Una de esas estructuras se encontraba a pocos metros de la piscina, pero ubicado en un extremo cercano al muro: se trataba de una estructura redondeada, cubierta de tablones de madera que recordaban a un coliseo muy mal fabricado. El segundo se encontraba más alejado, apenas podía apreciarlo con exactitud, pero se trataba de una edificación que llamaba la atención por su gran extensión; no parecía amplio, pero definitivamente resultaba tan extenso como para llegar al final del muro sur.

Por otra parte, y lo que en verdad captaba la atención de Franco, eran los guardias. Tres grupos de cuatro soldados por cada uno, patrullaban los alrededores del jardín. Un grupo conversaba en el borde de la piscina, otro recorrían las inmediaciones del «coliseo precario», y uno más, el que más cercano se encontraba, se paseaban entre los arbustos, parloteando y riendo a carcajadas. Pudo notar que ninguno llevaba sus armas en sus manos, sino más bien, latas de cerveza y botellas de vino. Franco no pudo evitar la inmensa comparación de responsabilidad que si poseían los militares, era evidente que los miembros de los Oscuros se tomaban muy a la ligera su trabajo de seguridad.

De momento, su zona de aterrizaje se encontraba sin vigilancia; trepó a lo alto del muro, pasó su cuerpo hacia el otro lado y saltó. Sus pies golpearon el suelo con dureza, pero fue el pilar el que más resonó con la caída; sus ojos se dirigieron automáticamente hacia el lugar dónde había visto a los guardias. Al parecer nadie había escuchado su aterrizaje, a pesar de aquel ruido; procedió a esconderse detrás de un arbusto y se equipó, una vez más, con su radio. Intentó recobrar el aliento antes de hablar.

—Está despejado —susurró lo más bajo que pudo—. Sean rápidos.

—Bien —comenzó a decir Rex—. Es tu turno, Sam.

— ¿Podrás cargar con el cable? ¿Quieres que ayude con algo?

Renzo lo meditó un segundo.

—Sí, ¿puedes llevar esto? —dijo alcanzándole la caja de herramientas a la chica.

—Claro —Samantha observó la caja de herramientas con detenimiento, evaluó su peso, y resolvió optar por una inusual forma de transportarla. Mordió la manija de la caja.

Samantha se aferró al cable y dio los primeros pasos hacia la pared, observó a Rex y le guiñó el ojo.

Pwan Cwomwido. Nwo twe twardwes.

— ¡Genial! Estaré allá en un segundo.

Renzo por su parte se aseguró de observar por cuarta vez hacia sus laterales, aunque siempre que lo hacía no veía más que niebla a la distancia, árboles meciéndose por el viento y penumbras. Eso lo reconfortaba. Sus ojos miraron al cielo y vio como la oji verde ya saltaba hacia el otro lado. Era su turno.

El mecánico sujetó el rollo de cables con ambas manos y lo llevó a su hombro, el peso lo obligó a esforzarse para no tener que inclinarse hacia un lado. Se acomodó y comenzó a subir.

Al ascender los primeros pasos, su juicio lo llevó a pensar que podría soportar el peso con bastante más facilidad de la que se imaginaba, y tal fue así, que se envalentonó lo suficiente como para aumentar la velocidad en la escalinata. El problema lo tuvo al llegar a mitad de camino, al tener la intención de ir más rápido, su cuerpo se sacudió demasiado, provocando que el rollo de cable resbalara de su hombro y golpeara su brazo; Rex fue incapaz de soportar aquel descomunal peso con una sola mano y tuvo que dejarlo caer.

Fueron dos las veces Renzo había sentido el verdadero pavor que le sobreviene a una pésima decisión; una de ellas, había sido cuando había decidido salir de su casa en su adolescencia. Su madre le había especificado que la llamara al pasar la media noche, pero Renzo no solo no lo había hecho, sino que también había decidido apagar su celular para evitar leer los incontables mensajes de su madre y poder disfrutar de la fiesta con tranquilidad. Eso solo ocasiono que su madre llegase a la fiesta, ingresara al establecimiento y sacase a su hijo de allí de una manera muy poco ortodoxa. El camino a casa fue un verdadero cine de terror para el jovenzuelo.

La segunda vez que sintió tanto pavor como aquella, fue en esta ocasión, cuando por un impulso, había decidido trepar con más energía el muro de la Nación Oscura, y que por ello, el rollo de cables había caído al suelo, ocasionado un estruendo tal, que todos los huesos de Renzo se helaron al instante.

—Carajo...

Rex soltó el cable y se lanzó al suelo sin pensarlo. Aterrizó en seco, volvió a tomar el rollo y se lo cargó una vez más al hombro, asegurándose de sujetarlo mejor; su corazón palpitaba con mucha fuerza y su mente seguía profiriendo insultos hacia su propia persona por haber cometido un error tan estúpido. Tenía que apresurarse y volver a subir, pero a su vez, también tenía en claro que no podía volver a equivocarse. Respiró profundamente e intentó volver a subir con la mente templada, pero al sujetarse al cable, un torrente de terror sacudió todo su cuerpo al escuchar una voz a su retaguardia.

— ¡Hey! ¡¡Quieto ahí!! ¿Quién carajo eres tú?  

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