12. Objetivo: El rescate del Zorro (I)
Capítulo 12: Objetivo: El rescate del Zorro
"El hombre no puede descubrir nuevos océanos al menos que tenga el coraje de perder de vista la costa". —André Gide.
— ¡Vamos Rex! ¡Tú también dile algo viejo! ¿Estás conmigo no es así?
El joven mecánico torció el labio mientras su mirada se despegaba de los ojos de Jin y se dirigían hacia el suelo.
—Lo siento, amigo. Pero esta vez estoy de acuerdo con Franco, lo que nos pides es arriesgado.
El joven asiático resopló con dejes de ira y volvió a dirigirse a Franco.
— ¡No puedes dejarme fuera! ¡Yo también quiero participar en el rescate de Zeta! ¡Es mi alumno después de todo! ¡Es mi amigo!
Franco desenredó sus brazos cruzados y expulsó un suspiro de cansancio. Tenía ya muchos problemas rondando por su cabeza, como para sumar uno más a la lista.
—Si fuese en circunstancias normales no dudaría en dejarte participar, supongo que lo sabes. Pero no estás en óptimas condiciones, fuiste infectado, dejarte ir con nosotros supondría un riesgo para el rescate. Y ya de por sí, corremos un gran riesgo con el solo hecho de intentar ingresar a una de las naciones más peligrosas y hostiles —observó su reloj con apremio—. Y siendo sincero, no tengo tiempo para perder contigo. Tengo el plan casi listo, así que confórmate con quedarte en la casa rodante con Esteban y Anna y no causarles problemas a ellos.
— ¡Pero te digo que me siento fenomenal! ¡Nunca me había sentido tan lleno de energía! —Jin hablaba con prisa, agitando sus manos de un lado a otro y moviendo sus pies dentro de la casa rodante sin parar. Sus ánimos se encontraban por las nubes, y sus deseos de participar se trasmitían en cada gesto, movimiento y palabra que expulsaba—. Confía en mí. ¡Puedo hacerlo!
—Me parece que ya confiamos mucho en ti, Jin —lanzó Franco de manera tajante—. No creo que estés siendo consciente de tu situación, y después de lo que sucedió en la carretera es mejor prevenir que algo como eso no vuelva a suceder. Lo siento, pero no voy a dar marcha atrás en esta decisión.
El joven asiático sintió una enorme impotencia recorriendo su cuerpo. Recordó el incidente que había ocasionado al desmayarse manejando y el peligro que todos sus compañeros tuvieron que correr en esos momentos. Quería ayudarlos y enmendar sus errores a toda costa, y aunque su vitalidad parecía encontrarse al máximo nivel, la confianza de todo el grupo había decrecido de manera considerable. Sus dientes se apretaron conteniendo su furia, pero intentó tranquilizarse; inhalar aire con temple, y aceptar aquellos términos. Después de todo, Franco había decidido darle una oportunidad más y tenía que aprovecharla.
Samantha se acercó a él.
—Tranquilo, Jin. También hacemos esto por tu bien —comenzó a decir la oji verde, obsequiándole una reconfortante sonrisa—. Queremos cuidarte. Si te perdemos todo lo que hicimos habrá sido en vano. ¿Está bien?
El maestro de Parkour se tomó un momento, pero finalmente asintió. Luego dirigió su mirada hacia Franco.
—Está bien, lo entiendo. Ayudaré en lo que pueda desde aquí.
Franco imitó el gesto de Jin y se acercó a él. Sujetó su hombro y habló:
—Escucha, sé que quieres ayudar, y lo aprecio, así que tengo una tarea especial para ti.
—Te escucho.
—Sígueme.
El grupo salió de la casa rodante siguiendo a Franco; el sol comenzaba a ocultarse y era tiempo de comenzar con los preparativos para la incursión a la Nación Oscura. El joven ex militar dirigió a todos hacia la parte trasera hasta llegar al baúl del vehículo. Dentro se encontraban desperdigados muchos objetos de necesidad vital para la supervivencia: Bidones de gasolina, kit de reparación, las armas que Máximo les había facilitado, bolsas de alimentos no perecederos que Zeta solía guardar en sus viajes en solitario; pero de entre todas esas cosas, había algo que resaltaba por su enorme tamaño, y por su compleja estructura. Algo que Jin reconoció al instante.
— ¡La catapultirolesa! —Jin esbozó una sonrisa al ver su invento de excelencia metido en aquel baúl y no pudo contener su impulso por tenerla en sus manos—. ¿De dónde la sacaron?
La «catapultirolesa», nombrada por su creador por ser una útil herramienta que consiste en unir dos puntos distantes mediante un cable de acero; aunque presentaba un aspecto descuidado y precario, era capaz de cumplir con su función a la perfección... en ocasiones. La ingeniosa maquinaria de Jin consta de dos elementos. El primero se trata de un grueso y resistente pilar, cuyo soporte en su base es capaz de adherirse a cualquier superficie maciza, y el segundo es una lanzadera que sigue los principios de la comprensión de aire para enviar una soga de acero a una distancia considerable, en la cual su punta, con cuatro astas en forma de flecha, permiten a la soga adhesión y firmeza al alcanzar la superficie deseada.
— ¿Eso estaba ahí? —preguntó Rex acercándose para observarlo con detalle—. No recuerdo haberla visto cuando guardamos las armas que nos dio Máximo.
—Lo encontramos al volver a incursionar en la Nación Escarlata, pero no lo sabías porque tú estabas ocupado buscando el diario del Zorro, mientras nosotros nos concentrábamos en buscar cosas realmente útiles —respondió Franco.
—Lo encontramos en el depósito del estacionamiento, justo antes de irnos —añadió la oji verde—. Supusimos que nos vendría bien para el rescate. El problema es que no sabemos cómo instalarlo. ¿Jin podrías enseñarnos?
—En efecto, nos vendrá de maravilla —añadió Jin—. Y sí, no es algo muy difícil pero, ¿tienen idea del lugar en dónde lo colocaremos? Instalarla lleva su tiempo.
—Sí, tengo un lugar en mente —contestó Franco—. Hay una zona cercana a la Nación Oscura rodeada de árboles, podemos ocultarnos allí. A pocos metros, si es que Juan no nos mintió, debería de poder verse una zona alta de la mansión. Quiero saber si es posible que el cable llegue hasta ese punto.
Jin observó a Franco con asombro.
—No llegará.
—Ni siquiera sabes la distancia... —comenzó a decir Franco, pero fue interrumpido por el asiático.
—No. No se trata de la distancia, eso podemos ajustarlo —comentó—. El problema es que para que la «catapultirolesa» funcione, es necesario que se cumpla un determinado factor.
Todos formularon la misma pregunta en sus mentes, pero fue Franco el que la ejecutó.
— ¿Cuál?
—Bueno, verán, el pilar de soporte, que es el elemento que instalaremos para poder enviar el cable, debe estar a una altura superior al punto de aterrizaje —comenzó a explicar, mostrándoles a todos un robusto y pesado pilar de metro y medio de altura, con un grueso bastante considerable que depositó a un lado de la camioneta; luego extrajo del baúl un enorme rollo de cable, en el cual en su extremo se encontraba, lo que Jin estilaba llamar, «el disparador». Una herramienta con una estructura similar a la de un lanza cohetes, con la salvedad que esta versión era totalmente casera; fabricado con aleaciones de metales de baja calidad, y su tamaño también era mucho menor que el de un lanza cohetes convencional—. Este es el «disparador», como ven, el cable que se une al pilar —señaló el rollo en el baúl—, está siempre conectado a él; con esto podemos enviar el cable a cualquier punto que queramos; pero como la finalidad principal de este invento, siempre fue escapar de una situación difícil que pudiese generarse en algún edificio. Se pensó en que su función siempre sería la de descender, no la de ascender. Por lo que no podremos utilizarlo si estamos a baja altura.
— ¿Eso quiere decir que no podemos disparar el cable de abajo hacia arriba? —preguntó Esteban.
—En palabras simples, es eso mismo.
— ¿Entonces qué? —Inquirió Rex cruzándose de brazos—. ¿No vamos a poder usarla?
—No necesariamente, solo necesitamos encontrar un punto más alto para instalarla —respondió Jin—. Una montaña, un edificio o cualquier zona elevada nos vendrán bien.
—No hay un punto más alto —comentó Franco con disgusto—. La mansión está subiendo una colina, lo más alto que podremos encontrar allí son árboles.
—No va a ser posible instalar esto en un árbol, viejo. ¿Estás seguro que no hay una zona alta?
—Desde aquí no podría saberlo, habría que llegar hasta allá para averiguarlo, pero nos estaríamos arriesgando a probar suerte. Además, no tenemos otra opción, la zona cercana a la arboleda es la que, supuestamente, tiene menos guardias. Si tenemos que ingresar por algún lado tendrá que ser por ahí.
— ¿Supuestamente? —repitió Jin—. Dices «supuestamente», ¿y eso no es arriesgarnos a probar suerte?
—Es el único dato del que puedo apoyarme ahora mismo. Tenemos que recortar cualquier probabilidad de fallo.
—No creo que estemos recortando mucho con un «supuestamente» —volvió a insistir Jin con aire fastidioso.
—Hago lo que puedo con lo que tenemos —Franco comenzó a molestarse y se lo notaba en su tonalidad de voz—. ¿O prefieres intentar ingresar por otro lugar y que te descubran al instante?
—Si fuese yo solo, podría descubrir un lugar apropiado y nadie me vería. Sé cómo escabullirme. No es la primera vez que lo hago.
— ¡Seguro que sí! La última vez llegaste con una mordida en tu brazo...
— ¡Hey! ¡Si hubieras sido tú no habrías sobrevivido a la caída!
— ¡Te recuerdo que yo estuve ahí cuando explotaron las bombas, y sí sobreviví!
— ¡Chicos! ¡Basta, por favor! —Samantha se interpuso entre ambos, intentando que su actuada sonrisa apaciguara las turbulentas aguas entre los dos hombres—. No es conveniente tener una discusión ahora. Tenemos que permanecer unidos. Además... creo que tengo una idea.
Una agitada respiración al correr, unos pasos torpes pero veloces, una furia que se demostraba en las facciones de su repulsivo rostro. Franco aprovechó una de las navajas que su novia portaba consigo para separarse del grupo. Un individuo feroz se abalanzó hacia él; el joven tomó carrera, apuntó a su pierna y conectó una patada que desequilibró al infectado. El monstruo besó el césped una vez, y luego, mientras intentaba recobrar la postura, volvió a besarlo, pero esta vez, para siempre.
Franco extrajo la navaja del cráneo de un nuevo cadáver que comenzaba su descanso eterno y se lo devolvió a su dueña, no sin antes limpiarlo totalmente. Volvió a observar su reloj.
—Sam tiene razón. No nos conviene discutir ahora mismo —Franco le cedió su arma blanca a la oji verde—. Si tienes una idea, me encantaría escucharla.
— ¡Bien! Espero que eso sea cierto —dijo la chica sonriente a la vez que su palma chocaba el hombro de Franco—. Porque de todos los que estamos aquí —guiño un ojo mientras decía—, a ti te desagradará más.
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