11. El diario de Zeta (II)


Franco suspiró. Sabía que a su novia le costaba mucho hablar sobre ese suceso, y que jamás había querido sacar el tema desde que habían abandonado la Nación Militar, pero también tenía en claro que el simple hecho de acceder a revelarles esa información a Renzo y a Esteban era un gran paso. Así que decidió contarlo sin tapujos. Sus ojos se conectaron con los de los muchachos y dijo con una voz firme:

—La madre de Samantha, Alicia Da silva, es la principal sospechosa del atentado del día rojo.

Los rostros de Renzo y Esteban empalidecieron a la vez, y un súbito escalofrío recorrió por sus cuerpos. Poco era lo que se sabía sobre el famoso «día rojo», y en un segundo, millones de dudas se formularon por sus mentes.

—Los militares investigaron a fondo a la madre de Samantha horas antes de que se diera el atentado, y se presume que las pruebas están en ese pendrive, pruebas irrefutables de su participación con los perpetradores que difundieron el virus por todo el mundo —Franco guardó silencio para observar a su novia—. Y fue por esa razón que su madre fue ejecutada delante de ella.

Samantha le dio rienda libre a sus emociones más reprimidas y comenzó a llorar desconsoladamente. Las imágenes de su madre, desde cuando era una niña, hasta sus últimos minutos con ella, pasaron por su cabeza en segundos. Recordó cuando la vida de Alicia le fue arrebatada sin compasión alguna, sin pruebas suficientes, simplemente por unas cuantas sospechas. No podía soportarlo, no podía concebir lo que le había sucedido. Su mente se nubló por unos instantes y su llanto se intensificó.

—Pero si me preguntan mi opinión —continuó Franco—. No tienen nada sólido, solo buscaban un culpable y asesinaron a alguien inocente por motivos caprichosos. Es por esa razón fue que nos escapamos de la Nación Militar, ya no podíamos seguir ahí, bajo ningún concepto. Ya no era un lugar seguro como se creía al principio.

— ¿Por qué la madre de Samantha? ¿Cómo ella podría estar involucrada en algo... así? —cuestionó Renzo conectándose con la angustia de la muchacha; él también había perdido a su madre y sabía exactamente lo horripilante y doloroso que era.

—Desconozco los detalles. Lo que sé, es lo que pude escuchar cuando aún estábamos en la Nación Militar —contestó Franco—. Pero es mejor que cambiemos de tema, no es algo que sea agradable comentar ahora mismo, teniendo en cuenta que tenemos un rescate muy próximo. Necesito que todos estén en óptimas condiciones.

— ¡Yo estoy seguro que es una puta mentira!

Las miradas de todos se volcaron hacia Esteban.

— ¡Estoy seguro! ¡No tengo ninguna duda! —Esteban se levantó de su asiento y rodeó la mesa para colocarse frente a la afligida Samantha—. ¡Esos uniformados no tienen idea de nada! ¿Cómo una mujer que crío a alguien tan bondadosa como Samantha puede estar involucrada en algo tan retorcido como este tonto virus? ¡No me entra en la cabeza! ¡Es un chiste! Yo te creo a ti, Sam. Lo que le hicieron a tu madre es muy injusto y una puta mierda. Pero ahora estamos aquí para ti, tienes un novio que te quiere mucho, una amiga invaluable que te adora, y nos tienes a Rex y a mí. Que también estaremos apoyándote siempre, sin importar lo que pase. ¿Verdad Rex?

— ¡Por supuesto! ¡Eso nunca lo dudes Sam!

—Y yo... No conozco mucho la relación que tienes con Jin y con Zeta, pero cuando los salvemos a ambos, los obligaré a apoyarte si hace falta, aunque no creo que lo haga. ¡Nadie que te conozca aunque sea un poco, dudaría de poner las manos en el fuego por ti! ¡Así que ánimo! Como mi padre me decía, tienes mucho por lo que sonreír, y además que tú que ya tienes una sonrisa hermosa, úsala siempre.

La oji verde alzó su mirada. Aquellas palabras eran todo lo que ella necesitaba en un momento así; observó al muchacho con ternura, y le fue imposible no mostrarle una sonrisa.

— ¿De verdad eres un niño? —Samantha estiró sus brazos y lo abrazó con fuerza—. Eres una persona increíble Esteban —la muchacha se secó las lágrimas con una mano y volvió a mirarlo—. Muchas gracias. De verdad.

— ¿Ya estas mejor?

—Si... mucho mejor —sonrió una vez más, y toda aquella angustia comenzó a disiparse poco a poco, para abrir paso a una nueva sensación de tranquilidad—. ¿Sabes? Si fueras unos cuantos años más grande, no dudaría un segundo en dejar a Franco por ti.

Esteban sonrió.

—Cuidado Franco, que de aquí en unos años te la quito.

Franco también sonrió.

—No bajaré la guardia entonces, amiguito.

—No podrás contra mí, te haría pedazos.

—Eso no lo dudo.

En apenas unos cuantos minutos, las angustias se desvanecieron de todos los semblantes presentes; y las pláticas prosiguieron con la misma paz de antes. Samantha fue a lavarse la cara, y fue cuando volvió, renovada, y con la misma simpatía que la caracterizaba, que pudieron retomar los temas de importancia.

¿Qué tal estás? —preguntó Anna mientras la oji verde tomaba asiento a su lado.

—Muy bien. Después de todo, haberlo aclarado con todos me quitó un gran peso de encima.

—Está decidido, entonces —añadió Rex golpeando la mesa—. Agregaremos un nuevo objetivo a nuestra ya extensa lista de objetivos.

Todos los presentes torcieron sus miradas hacia el joven mecánico.

— ¿Dices que las presuntas pruebas están en ese pendrive, no? Bueno, entonces de seguro también podremos probar la inocencia de la madre de Samantha si conseguimos abrirlo. Así que luego de rescatar a Zeta, y de salvar a Jin, buscaremos el pendrive, encontraremos la forma de abrirlo, y demostraremos la inocencia de la madre de Samantha —Renzo dirigió sus azules ojos hacia la muchacha—. Y así resolverás la duda y estarás en paz. ¿Qué te parece?

Samantha mostró sus dientes en una tímida sonrisa.

—Eso... sería genial.

— ¡Claro que sí! —Esteban también golpeó la mesa—. ¡Es una gran idea! ¡Estoy seguro que así demostraremos su inocencia!

—Gracias, chicos.

Renzo carraspeó la garganta y comenzó a frotarse la nuca.

—Y ya que estamos en un momento de confesiones... yo creo que debo confesar algo.

— ¡Madre mía! ¿Otra confesión? —expresó Esteban—. A ti no te voy a abrasar...

Todos rieron.

—No hará falta, pero gracias por tu apoyo —dijo Renzo sarcásticamente—. No, lo que yo les tengo que confesar... Es algo que me está taladrando la cabeza desde que leí el diario de Zeta.

— ¿Qué cosa? —preguntó la oji verde.

—Es sobre ese «escape» que tuvieron ustedes en la Nación Militar, y que justamente también Zeta escapó en esa oportunidad.

— ¿Qué pasa con eso? —preguntó Franco.

—Lo que pasa es que es una... gran coincidencia.

— ¿Y no crees que fuese así?

—No, lo que pasa es que la coincidencia es todavía más grande de lo que ustedes creen —respondió Renzo, quien ahora se frotaba el mentón.

— ¿A qué te refieres? —inquirió Samantha.

Una vez más, Renzo volvió a carraspear la garganta.

—Lo que quiero decir es que yo también estaba en la Nación Militar en ese momento. Yo... también me fugué de ahí esa noche. Había escuchado sobre la Nación Escarlata y quise irme hacia allí.

— ¡No jodas! —expulsó Esteban asombrado—. Esto ya no es una telenovela, esto ya es una puta locura.

—No... —interrumpió Franco meditándoselo un momento—. Tiene lógica si lo piensas. Si lo que dices es cierto, y tú también estabas en la Nación Militar y luego te fugaste para llegar a la Nación Escarlata. Tanto Zeta, como todos nosotros, habremos tomado las mismas rutas, era cuestión de tiempo que alguno de nosotros nos cruzáramos por el camino. Pero lo que sí me resulta raro —Franco se llevó la mano al mentón—, es que jamás te vi en la Nación Militar. Y yo la recorría con frecuencia —en ese momento, Franco unió todos los hilos en su mente, todo lo que sabía respecto a la Nación Militar, y lo único que sabía sobre Renzo. Su mente se iluminó y su semblante dibujó una expresión de asombro—. ¡Espera un segundo! Tú... tú eres mecánico...

— ¿Ya lo descubriste? Eres rápido... —Renzo se acomodó en su asiento y levantó su mirada—. Yo también estaba allí, porque me tenían aislado, junto a un grupo de cuatro personas. Todos trabajábamos día y noche sin parar. Apenas nos daban un tiempo libre para comer y dormir. No era algo saludable para nadie. No nos trataban como personas, solo querían que termináramos un trabajo que nos habían encomendado.

Renzo guardó silencio por unos momentos. Franco fue el único en percatarse de lo que iba a decir y prefirió dejarlo hablar, pero Samantha fue la que se aventuró a preguntar.

— ¿Qué era lo que hacías ahí?

—Yo trabajaba en un proyecto. Un vehículo de destrucción masiva, ideado para detener la amenaza de los zombis. Se llamaba proyecto KARMA.

—Suena importante —añadió Esteban.

—Lo es, es un prototipo armamentístico de la Nación Militar muy poderoso, pero yo jamás lo he visto. Solo los jefes encargados del proyecto tenían autorización para verlo —comentó Franco anonadado—. Nunca imaginé que tú estarías involucrado en eso.

—No es algo de lo que me sienta orgulloso, si les soy sincero —comenzó a decir Renzo mientras jugueteaba con sus dedos—. Todos los días vivía con temor. Me tenían prohibido mencionar esto a cualquier persona. Incluso llegaron a amenazarnos de muerte. Para ellos, éramos completamente desechables.

—Menuda mierda esa Nación Militar... —espetó Esteban torciendo el labio—. Ahora entiendo porque Samantha no quería ir allí. ¿Y cómo haremos para ir a ese lugar luego de salvar a Zeta? Ustedes no son bienvenidos —dijo refiriéndose a Samantha y Franco—. Rex también es fugitivo de ese lugar, y si salvamos a Zeta, y también lo llevamos, corre peligro de que lo capturen para esos experimentos raros. Carajo, si me lo pongo a pensar, el único que no corre peligro soy yo. Ustedes están fritos si van.

Todos guardaron silencio por unos cuantos segundos.

—Ya pensaré en algo... y lo resolveré —comentó Franco, aunque en su interior no estaba seguro de poder lograrlo.

—Creo que no tenemos que adelantarnos, por el momento, tenemos que rescatar a Zeta y concentrarnos en ello —añadió Samantha—. Pero si de algo estoy segura, es que si todos juntos cooperamos y nos apoyamos mutuamente, podremos cumplir lo que nos propongamos. El rescate de Zeta, y salvar a Jin.

—Y demostrar la inocencia de tu madre —agregó Rex con una sonrisa.

Anna alzó la mano para que todos la vieran. Luego observó a Samantha fijamente y dijo:

Y sacar a tu hermana de ahí.

Samantha sonrió con un deje de pena.

—No creo que ella...

— ¡Hey chicos!

Los ojos de todos se posicionaron en un nuevo individuo que se unía al grupo. El joven estiró los brazos al cielo y expulsó un sonoro suspiro de sus labios.

— ¡No van a creerlo! —comenzó a decir Jin, acercándose a la mesa rebosante de energía. Su semblante se encontraba impecable, su mirada volvía a ser la misma de siempre, y sus heridas, incluida la de su brazo, eran casi inexistentes—. ¡Pero me siento espectacular! ¡Ya no estoy enfermo!

Renzo, Franco, Samantha, Anna y Esteban se miraron entre ellos con preocupación. La nueva fase de la infección había comenzado.


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