11. El diario de Zeta (I)


Capítulo 11: El diario de Zeta.

—No tengas miedo de tus miedos. No están ahí para asustar. Están ahí para hacerte saber que algo vale la pena. —C. JoyBell C.



Los primeros rayos de luz del día comenzaron a acolchar la carretera. Franco había estado conduciendo durante toda la noche, y a pesar de encontrarse consumido por la fatiga, decidió tomar un poco de aire al exterior. Aparcó a una orilla de la carretera, bajo la sombra de una pequeña arboleda, aunque no tenía por qué hacerlo, ya que en todo el viaje nunca se habían cruzado a nadie manejando; pero aun así lo hizo. «Costumbres», fue lo que pensó.

Posó su cuerpo en el capó de la casa rodante, y aunque se hallaba muy agotado, su mente continuaba en actividad, planificando una estrategia para poder ingresar a la nación más hostil de todas, encontrar a alguien cuya importancia para sus secuestradores no pasaba desapercibida, y de alguna manera, salir con él y con sus vidas intactas.

Aunque tenía una vaga idea de lo que podría hacer, todavía faltaban pulir ciertos detalles menores, y eran ese tipo de detalles los que Franco detestaba. No poder tener control de la situación lo ponía tenso, y la única manera de saciar esa tensión en su mente, y su cuerpo, era con una simple sustancia: Tabaco. Exhaló humo por la nariz y sus ojos se cerraron automáticamente.

— ¿Fumando? ¿Otra vez? —A Samantha no le gustaba en lo absoluto aquel vicio de su novio, y pocas eran las veces que le llamaba la atención, pero últimamente lo había notado duplicar sus dosis de cigarrillos diarios—. ¿De dónde sacas tantos cigarros últimamente?

—Encontré una caja en el escritorio de Máximo.

Samantha también recostó su cuerpo en el capó. Aunque llevaba el cabello suelto, todavía se peinaba su flequillo hacia un lado.

— ¿Puedo?

— ¿Por qué quieres? Lo odias...

—Tú también lo odias —Samantha extendió su mano, Franco cedió su cigarro sin decir una palabra. Tampoco estaba en posición de reclamar nada—. Gracias.

Samantha inhaló humo demasiado rápido y se vio obligada a toser.

— ¿Estás bien? —preguntó Franco.

—Sí, descuida —volvió a darle un sorbo al cigarro—. Hmhf... ¿En qué piensas?

—En como carajo vamos a infiltrarnos.

— ¿Y tienes alguna idea?

—Si.

Se produjo un silencio en el que Samantha aprovechó para volver a fumar, y volver a toser.

— ¿Me lo dices?

—Todavía no tengo todo planificado —comenzó a decir Franco fregándose los ojos—. Sé por dónde podemos ingresar, hay una zona que no está muy vigilada en su nación, pero no sé bien cómo lo haremos, ni cómo saldremos luego. Tenemos que ser cuidadosos, si alguien se llega a enterar de nuestra infiltración estamos muertos. No habrá segundas oportunidades, así que de momento quiero seguir pensándomelo.

— ¿Cómo sabes por dónde ingresar?

—Por Juan.

— ¿El compañero de taller de Rex? ¿Le preguntaste eso?

—Indagué todo lo que pude. Supuse que toda la información que pudiese soltar sería valiosa. Así que investigué la manera para poder atacar por sorpresa desde adentro, si Máximo me hubiese hecho caso cuando se lo propuse probablemente no estaríamos en esta situación.

—Máximo no podía saber lo que sucedería.

—Lo sé, está bien. Ya pensaré en algo.

— ¡Buenos días! —dijo Esteban.

El niño venía acompañado de Anna, ambos habían decidido levantarse temprano, y traían junto a ellos una pequeña mesa plegable y unas sillas, también plegables. Anna saludó a todos con un gesto de su cabeza y volvió a la casa rodante a buscar más asientos.

—Buen día, ¿dormiste bien? —preguntó Samantha.

—No cómo me gustaría, pero pude descansar un poco. ¿Quieren desayunar algo? —indagó el muchacho—. Franco, ¿un café?

El ex militar sonrió asintiendo.

— ¿Sam?

—Lo mismo, muchas gracias Esteban.

— ¡Qué bien! Porque no hay otra cosa. Ya se los traigo.

Samantha sonrió con nostalgia.

—No puedo creer que Zeta realmente encontrara a Esteban, resultó ser un gran chico.

—Sí, resultó mucho más útil que el propio Zorro.

—Solo lo dices porque te traerá un café.

—Exactamente.

Samantha arrojó el cigarro al suelo y se dispuso a ayudar a Anna con las sillas, para luego plegar la mesa. Pasado unos cuantos minutos, Esteban volvió con una gran jarra de café caliente recién hecho, su solo aroma ya comenzaba a despertar a Franco. El grupo se reunió alrededor de la mesa para comenzar su desayuno. Esa escena fue sentida por todos muy similar a las modalidades que el viejo mundo tenía; sentarse afuera, compartir una bebida caliente y algunas anécdotas. La diferencia era que ahora, en vez de celulares a un lado de la mesa, había pistolas y rifles cargados; y que las anécdotas involucraban un allanamiento de morada y posible asesinatos por el camino.

— ¿Falta mucho para llegar? —preguntó el niño.

—No —respondió Franco mientras le daba un gran sorbo a su café—. Estamos a pocos minutos, pero ya no nos moveremos hasta el anochecer.

¿Será al anochecer? —preguntó Anna usando una mano para comunicarse y la otra para beber su café.

Samantha interpretó para todos las palabras de la muchacha de piel morena y ojos oscuros.

—Sí, nos infiltraremos por la noche —contestó Franco—. Es el mejor horario. La mayoría duerme y solo tenemos que concentrarnos en quienes montan seguridad.

Esteban observó a Samantha con admiración.

—Me parece increíble cómo puedes entenderla tan fácilmente. ¿Quién te enseño el lenguaje de señales?

Anna golpeó a Esteban en el brazo, pero no tan fuerte. Samantha rió.

—Te golpea porque se llama lengua de señas, no señales. Y fue ella quien me enseñó.

—Lo siento —se disculpó Esteban.

Anna sonrió desviando su mirada hacia su taza.

— ¿Puedo contarle, Anna? —preguntó Samantha.

La morena observó a su amiga con seriedad, y como quien no quiere la cosa, subió los hombros restándole importancia, y luego asintió.

— ¿Contarme qué? —preguntó el niño.

—Anna es muy reservada con algunos temas en particular, no le gusta andar contando aspectos de su vida, ni nada por el estilo. Es muy difícil sacarle datos a esta muchacha —comenzó a decir Samantha elevando su tono de voz de manera juguetona en la última frase. Anna le mostró el dedo anular y le saco la lengua—. Pero... ¿Sabías que ella antes del día rojo si era capaz de hablar?

Esteban intercambió de objetivo visual de Samantha a Anna unas tres veces seguidas.

— ¿De verdad? ¡¿Si hablas?!

—Hablaba... —contestó Samantha—. Ahora por alguna razón ya no puede hacerlo, por más que lo intente.

El niño arrugó el rostro con una confusión inmensa.

— ¿Pero porque? ¿Qué le paso? No entiendo...

Anna observó al niño y contestó muy pausadamente mientras movía sus labios.

Trauma...

— ¿Trauma? ¿Qué tipo de trauma? —indagó el muchacho con interés.

Anna suspiró y apretó sus labios con fuerza.

No me gusta hablar de eso —contestó mientras la oji verde la traducía—. Lo siento.

—No te preocupes Esteban, como te dije, ella es muy reservada. A mí tampoco me lo dijo, y yo la respeto. Cuando ella esté lista, yo estaré ahí para escucharla —dijo Sam, sosteniendo la mano de su amiga. Anna se soltó y le golpeó el hombro—. ¡Auch!

Ambas sonrieron, Samantha sabía que Anna demostraba su afecto dando golpecitos en los hombros, que a veces sorprendía por su fuerza. Y Anna sabía que si algún día se atreviera a contarle a alguien sobre su pasado, la primera persona en escucharla sería Samantha. Aunque siempre tuvo deseos de revelarle lo ocurrido, el simple recuerdo de lo sucedido rondando por su memoria le causaba nauseas, mareos, y unas tremendas ganas de vomitar. Por lo que prefería simplemente desplazarlo hasta calmarse.

En ese momento la puerta de la casa rodante se sacudió. Franco fue el primero en colocarse de pie y tomar su arma, hasta que un hombre con una gorra de lana verde se hizo ver.

—Carajo, Rex... —comentó Samantha dejando escapar un aliento alivianador.

— ¡Idiota! —escupió Franco volviendo a tomar asiento—. ¡Casi te vuelo la cabeza de no ser por tu estúpida y llamativa gorra!

—Lo siento, lo siento... —se disculpó el mecánico—. Pero tengo que hablar contigo, Franco.

— ¿Cómo está Jin? —preguntó el joven ex militar.

—Sigue durmiendo, pero todavía se encuentra mal.

—Eso es... ¿bueno? —preguntó Samantha.

—Supongo que sí, ya que si se recupera estará en la última fase —comentó Franco—. Y correremos más riesgos. Bien, Renzo. ¿De qué querías hablar?

Renzo se acercó al grupo y arrojó a la mesa un cuaderno viejo, desgastado y de hojas amarillentas, que todos excepto Esteban, reconocieron al instante.

—Quiero hablar de esto —comenzó a decir el mecánico mientras tomaba asiento junto a Esteban y Anna.

— ¿Ya lo terminaste? —indagó Franco esbozando una sonrisa confianzuda.

—Si... y no lo entiendo.

—Admito que tengo curiosidad —añadió Samantha sin despegar sus ojos del diario—. Pero leer el diario de Zeta... me parece invasivo.

—En realidad, son puras bobadas —comentó Franco restándole importancia—. Cuenta lo que le ocurrió tras pasar el día rojo, es como una novela en primera persona. Pero hay un dato que es muy interesante. Supongo que es eso lo que no entiendes, Rex.

—Si... exacto —afirmó el muchacho de ojos azules mientras se servía café en una taza—. Verán, lo explicaré para que todos comprendan el contexto.

Todos asintieron.

—Creo que la mayoría aquí, excepto Esteban, sabe lo que ocurrió con Zeta. Luego de despertarse del día rojo, fue encontrado por el grupo de Elías, Ronaldo y Lara. Sabemos que luego ese grupo fue atacado por la Nación Oscura, y que Zeta logró escapar junto con Ronaldo —el muchacho observó a Esteban para explicarle mejor la situación—. Verás, la Nación Oscura fue quien marcó a Zeta en el brazo para transformarlo en un monstruo. Él y Ronaldo, un miembro de ese grupo que mencioné, lograron escaparse y dejar la Nación Oscura en ruinas. Esto lo supimos porque él nos lo contó, pero luego, recuerdo que dijo que después de ello, continuó su viaje hasta que ustedes se lo cruzaron y le robaron la casa rodante, y posteriormente me lo encontré yo, cuando escapaba de una jauría de perros infectados.

—Guau... ¿todos se cruzaron antes de llegar a la Nación Escarlata? —preguntó Esteban con interés.

—Si...

—Menuda telenovela.

—En fin, lo que acabo de descubrir es que él mintió —continuó Rex haciendo una pausa para darle un sorbo a su café—. No nos comentó que antes de cruzarse con ustedes, él estuvo en la Nación Militar.

Renzo se hizo una pausa para observar los rostros sorprendidos de los demás, pero la única que pareció movilizarse por ese dato fue Anna. Esteban apenas comprendía todo lo que le decían, pero sin contar a Franco, quien ya había leído el diario, el resto debería impresionarse por aquella información, pero una persona en particular siguió con su rostro inexpresivo hasta que la mirada de Renzo se dirigió hacia ella.

—Yo ya lo sabía —confesó Samantha anticipándose a la pregunta.

— ¿Lo sabías? ¿Cómo lo sabías? —preguntó Rex, quien ahora era él, el sorprendido.

—Zeta me lo confesó, y de todas formas, yo ya lo sospechaba.

— ¿Él te lo contó? —a Renzo pareció molestarle eso.

Samantha sonrió.

—Solo me contó que estuvo ahí, y que de ahí fue dónde sacó el pendrive, pero no me dijo el motivo por el que fue.

—Entiendo. Bien, la razón es muy simple, el padre de Zeta también pertenecía a la fuerza militarizada. Zeta pensó que si lograba encontrar a los militares, encontraría a su padre, y así podría recuperar su memoria. Pero nunca pudo hallar a su padre, prácticamente fue en vano, y es más, los militares comenzaron a hacer pruebas con Zeta. Esa parte en el diario no se explica demasiado, ya que él estuvo la mayor parte del tiempo inconsciente, y...

—Espera... ¿Pruebas? —lo interrumpió Samantha alzando sus cejas—. ¿Cómo que pruebas?

—Aquí continúo yo Renzo, no te preocupes —comenzó a decir Franco, mientras dirigía su mirada hacia su novia—. Sam... todavía no te lo dije, porque tú fuiste muy clara cuando me hiciste prometer que no volveríamos a hablar de lo que sucedió en la Nación Militar. Tú me dijiste que querías empezar de nuevo, y yo lo acepté y lo respeté, así que esperé el mejor momento para revelarte esto...

— ¿Revelarme que cosa? —Samantha comenzó a ponerse nerviosa sin explicación alguna. Su corazón comenzó a latir con fuerza.

— ¿Recuerdas cuando estuviste en cautiverio en la Nación Militar?

—Si. No lo olvidaré jamás —respondió con prisa—. Solo dime lo que tengas que decir.

—La noche que nos escapamos, la noche que tú hermana nos ayudó a escapar, mejor dicho... ¿recuerdas que nos dijo que también tenía que ayudar a alguien más?

Samantha sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

— ¿Me estás diciendo...?

—Si. Ella fue a ayudar a Zeta. Porque no quería que le hicieran lo mismo que a ella, porque Zeta y Katherine son iguales. Ellos son los sujetos de prueba que la Nación Militar necesitaba para producir la cura del virus. Katherine lo sabía y tenía en claro que si continuaban experimentando con Zeta, lo iban a terminar matando. Así que lo ayudó a escapar. Ella le dio el pendrive a Zeta, ella le dijo que encontrara a alguien que sabría abrirlo en la Nación Escarlata, porque sabía que nosotros iríamos ahí... y que la persona que podría abrir ese pendrive, el pendrive de tu madre, eras tú.

El silbido del viento fue lo único que rompió el breve lapsus de silencio que se formó en ese momento. Renzo apoyó los codos a la mesa y se inclinó hacia adelante.

—Eso quería preguntarte, Zeta habla sobre una chica en el diario, pero no dice su nombre. Ella fue efectivamente quien lo ayudó a escaparse de ahí, pero... lo que ella le dice, ¿Qué mierda significa eso? ¿Qué significa «nuestra sangre es especial»? ¿Quiere decir que ellos pueden salvarnos? ¿Se puede hacer un antídoto para el virus?

—Aparentemente es una probabilidad —contestó Franco con seriedad—. Katherine, la hermana de Samantha, así como Zeta, tienen el mismo tipo de sangre, uno muy particular, y por lo que nosotros sabemos, son los únicos capaces de soportar los experimentos que los militares hacen para fabricar una cura.

—No sabía que tenías una hermana... —comentó Esteban.

—Hermanastra, en realidad... es una larga historia —respondió Samantha frotándose los ojos—. Todavía no entiendo algo, ¿Por qué Katherine pensaba que yo podría abrir el pendrive?

—Quizás porque ella pensaba que sabías la contraseña que usaba tu madre —dijo Franco.

—Y la sabía, pero la cambiaron.

—Momento. Pausa... —interrumpió Renzo—. Aquí hay muchas cosas que no comprendo todavía. ¿Qué tiene que ver ese pendrive? ¿Qué tiene que ver la madre de Samantha?

—Eso no te lo puedo responder yo —comentó Franco—. Es decisión de Samantha si quiere contarlo.

Samantha sintió un pinchanzo de adrenalina mezclada con culpa en la zona de la boca del estómago; escondió su mirada para evitar el contacto visual con cualquiera en el grupo; llevó sus manos a su rostro, e intentó contener todos sus sentimientos reprimidos, pero aquella tremenda angustia comenzó a abrazarla sin compasión, y sus ojos no tardaron en cristalizarse.

—Yo no... quiero hablar de eso.

— ¿Qué pasa? —preguntó Renzo preocupado.

—Franco... —comenzó a decir la oji verde—. Cuéntales...

— ¿Segura?

La muchacha se dio la vuelta en su lugar, dándole la espalda a la mesa y asintió. Anna sintió la necesidad de incorporarse, para ir a contener a su amiga, y mientras tanto, Franco se volvió hacia Renzo y Esteban.

—Ok, escuchen bien. Lo que les voy a decir, es algo que puede que los tome por sorpresa, pero antes de contarles nada, tengo que aclararles algo. Samantha es la mejor persona que conocí en mi vida, y todo lo que van a escuchar, puede que hagan cambiar su opinión sobre ella, o no. Pero lo que tienen que saber es que ella no estaba al tanto de nada, y todo lo que nosotros tenemos solo son rumores. Es decir, no hay nada totalmente comprobado.

— ¡Solo dilo! —estalló Samantha; la mujer comenzó a temblar. Encogió su cuerpo mientras cubría su cabeza con sus manos, y su mirada, humedecida por la impotencia, la angustia y la frustración, observaban fijamente cómo las lágrimas comenzaban a cubrir el césped. Anna sabía lo que le sucedía y optó por contenerla rodeándola con sus brazos; se inclinó para poder verla, pero el cabello de la oji verde resguardaba por completo su semblante.

Franco suspiró. Sabía que a su novia le costaba mucho hablar sobre ese suceso, y que jamás había querido sacar el tema desde que habían abandonado la Nación Militar, pero también tenía en claro que el simple hecho de acceder a revelarles esa información a Renzo y a Esteban era un gran paso. Así que decidió contarlo sin tapujos. Sus ojos se conectaron con los de los muchachos y dijo con una voz firme:

—La madre de Samantha, Alicia Da silva, es la principal sospechosa del atentado del día rojo.


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¡Buenas gente! ¿Cómo están? ¡Yo espero que bien! Hoy estoy a full, a tope, a toda marcha. ¡Hoy se suben dos capítulos seguidos!

¡Y quiero, y espero de corazón, que no me ignoren este cap y vayan corriendo a leer el otro,  dejen sus comentarios y opiniones! Todas sus devoluciones son leídas, y las contestaré, lo prometo. 

A mi me gustan que hagan teorías, que se formulen preguntas, y que me digan que les parece el recorrido de la historia. Me gusta charlar con ustedes, ¡aprovéchenme! O les tiro 500 spoilers ya. Nah mentira, no al spoiler. Pero en serio, quiero comentarios elaborados, extensos si es posible y sus opiniones de cómo van conociendo a los personajes. 

Este capítulo tiene muchas revelaciones importantes, tenemos para agarrar de muchos lados. Anna, Samantha, Zeta... ¡Hay mucho material!Así que los leo. Además, más comentarios es igual a MAS capítulos, porque me dan ganas de escribir más y romper el teclado tipeando como loco. ¡Un saludo enorme! ¡Y Feliz lectura!

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