10. Salvación (III)
—Quiero el prototipo KARMA —sentenció Alexander, colocando así, su última carta sobre el tablero—. Sé también que trabajan en un proyecto. Un arma con un despliegue muy poderoso destinada a abatir a cada distinta clase de esos monstruos que nos rodean. Y eso es lo que pido a cambio.
—Donald... —lo llamó el Coronel Mayor, llevándose a su segundo al mando a un sitio más alejado para poder hablar a solas—. Ya ni siquiera me sorprende que este sujeto sepa del proyecto KARMA. Al parecer sabe mucho sobre nosotros. ¿Quién mierda le pasa esa información?
—No lo sé, mi Coronel Mayor. Pero cuando volvamos indagaré a quienes eran más allegados al Capitán Montreal y daremos con el informante. De momento, ¿ya pensó que haremos con esa oferta?
—Nos están pidiendo una de nuestras armas más letales en estos momentos. ¿Crees que es sensato dárselas así nada más?
—No. Yo tampoco deposito mi confianza en esas personas —contestó Donald observando con el rabillo del ojo a Alexander—. Pero si lo que dice es verdad. Tenemos la oportunidad de recuperar gran parte del proyecto «Salvación». Podremos recuperar toda la investigación que se perdió aquel día... Desde mi punto de vista, perderíamos un proyecto, pero recuperaríamos uno mucho mejor. Después de todo, nuestro objetivo prioritario siempre fue encontrar una cura que contrarreste la enfermedad que se disipó en el mundo.
—Lo sé, pero también me preocupa lo que puede llegar a hacer ese sujeto con el proyecto KARMA en su poder.
—Si me permite la opinión, creo que debemos jugar su propio juego —comenzó a decir Donald—. Nos llamaron a firmar un contrato de paz. Podemos establecer un perímetro límite, y si lo cruzan, responderemos con fuego. Aunque tengan el proyecto KARMA, no olvide que se encuentra incompleto, y dudo que quieran arriesgarse a atacarnos a nosotros. Por otro lado, mi Comandante Mayor, en este momento estamos necesitando a alguien cuyo organismo soporte las pruebas y se adapte a los estudios; como bien usted sabe, hemos hecho experimentos a más de cuarenta sujetos y solo logramos conseguir dos personas idóneas: su hija y ese muchacho. Y yo sé que no quiere someter más a su hija a todos exhaustivos experimentos, pero si conseguimos dar con este chico, ya no tendremos que buscar ni posponer nada, podremos avanzar todavía más de lo que lo hemos hecho. Incluso, con suerte, yo creo que podríamos lograr concluir el proyecto más pronto de lo esperado.
*****
Alexander fue paciente. Uno de los componentes más importantes de su estrategia estaría a escasos minutos de verse completado. Desde que comenzó a idear su plan de purificación del mundo, tuvo que verse obligado a trabajar día a día para conseguir los recursos necesarios para poder llevarlo a cabo. Dónde otros grupos solo se concentraban en la supervivencia, su atención se había volcado de lleno en la supremacía.
Desde el día que su nación tuvo que volver a crearse desde cero, su objetivo fue claro: Para subsistir no solo tenían que superarse a sí mismos como una comunidad, sino que debían de superar a las demás. Sin contar con la aparición de nuevos grupos en ascenso que comenzaban a denominarse naciones, sin duda alguna, la ventaja en autoridad ya se la llevaban las naciones Militar y Escarlata.
El camino al poderío supremo no sería llano, pero si todo salía tal cual su mente lo elucubraba, podían hacerse con el dominio total de los escarlata, y luego tomar de una en una a las demás naciones como su propiedad. Para cuando lograse dominar todas las paletas de colores que algún necio quisiese denominar nación, entonces ese sería el momento oportuno para acabar con los uniformados y consagrarse los últimos en pie: Los mejores.
La nación Oscura dejaría de ser nación para convertirse en continente, y posteriormente en un mundo entero. Un mundo hecho de cero, un mundo cuya organización sería establecida por su propia mano. Dónde la injusticia lograse convertirse en un mito lejano, y las personas puedan experimentar una vida sin ningún tipo de ataduras. Un mundo próspero y renovado.
Pero Alexander tenía en claro que ningún gran sueño tiene una resolución sencilla, su caso no sería de otra manera, pero de lo que si estaba seguro era de una cosa: Para que el mundo aprecie la luz, primero, deberá conocer la oscuridad.
—Ya pensé mi respuesta, señor Montreal —comenzó a hablar el Coronel Mayor Lambert con seriedad—. Y estoy de acuerdo con el intercambio.
Alexander sonrió.
*****
Las piernas de Jennifer se doblaron presa del pavor, al siguiente segundo sintió como el viento golpeó su cabellera ocre a su lado; el monstruo pasó a toda velocidad junto a la muchacha, pero ella no era su objetivo. Sus putrefactas manos y pies sacudían el suelo con cada zancada, su rapidez se hizo notar al recorrer el extenso del lugar en apenas un instante. Su objetivo estaba en la mira, intentando escapar con torpeza de sus fauces, agitando sus brazos como todo un niño. Marvin, en toda su vida, jamás había logrado alcanzar una rapidez al correr como lo hacía siendo perseguido por una mujer Parca.
Boris se lanzó hacia la amenaza sin temor, pero la bestia brincó hacia el muro y lo evadió con sencillez; nada se interpondría entre su objetivo y ella. Las distancias se recortaron en los siguientes segundos de forma alarmante. Marvin echó un breve vistazo hacia atrás. Grave error.
Al ver que la mujer Parca se hallaba a unos pocos metros de distancia los nervios de Marvin colapsaron, su mente se quedó en blanco, sus músculos fallaron, sus piernas tropezaron y su cuerpo comenzó a caer, pero no sin antes ser alcanzado por la mujer zombi.
Aquel ser, desbordando una fiereza inhumana, embistió a Marvin en plena caída, arrastrándola junto a ella hacia el suelo. Sus cuerpos impactaron, rodaron de forma estrepitosa y terminaron su trayecto uno junto a otro. Sus ojos hicieron conexión. Los ojos de la muerte, contra los ojos del pavor.
La mujer chilló y se dispuso a incorporarse, pero Marvin no estaba solo, no era el único superviviente jugándose la vida, y por suerte para él, sus compañeros en este macabro juego resultaban ser uno más chiflado que el otro. Una sombra se apareció justo por encima de la mujer demoniaca, y lanzando un potente grito de guerra, Ezequiel entró en escena.
—¡¡Chamucaaaa!!
La mandíbula de la Parca se enterró en el suelo tras haber recibido un poco más de ochenta kilos sobre su espalda. Ezequiel la arrinconó por completo, usando todo su peso para evitar cualquier posibilidad de movimiento de la criatura. Pero inmediatamente se daría cuenta de su error. El monstruo, aún con todo el peso de Ezequiel en su espalda, comenzó a ascender lentamente. Usando como punto de apoyo tanto brazos como sus piernas, la mujer logró colocarse en una posición cuadrúpeda.
— ¡Eh, eh, eh! ¡Quieta ahí, hija de puta! —Ezequiel rodeó el cuello de la mujer con ambos brazos en un intento por ahorcarla. Pero ella ya había logrado recuperar su movilidad—. ¡No, no, no, no! ¡Shht! ¡Shht! Tranquila amiga...
— ¿Por qué le hablas como un caballo? —preguntó Marvin, todavía en el suelo.
— ¡Amiga, amiga, amiga! —Ezequiel no pudo hacer nada para evitar lo que sucedió después.
La zombi Parca comenzó a correr. Y cómo si de un animal se tratase, emprendió una feroz carrera en cuatro patas, trasladándose de un lado a otro mientras se sacudía para intentar quitarse a su «jinete» de encima. Ezequiel, montado en un zombi Parca, pasó muy cerca de Zeta, quien se distrajo un momento para observar a su compañero de cuarto con extrañeza. Pero inmediatamente tuvo que volver su mirada al frente para esquivar un zarpazo hacia su rostro que lo hubiera dejado sin nariz de haberlo alcanzado.
El joven de ojos pardos retrocedió con la guardia alzada, ya que a unos pocos pasos de él tenía a un Cortador ansioso por desgarrar cada centímetro de su piel. El monstruo avanzó con prisa, trazó un arco horizontal con su mano y cortó el aire; Zeta lo evadió inclinando su cuerpo y propinando un golpe, para luego volver a retroceder. Hacía un tiempo que lo único que podía hacer era escapar, y los golpes que conectaba no eran tan fuertes como para tumbarlo.
Un nuevo zarpazo, Zeta volvió a escapar, pero en esta ocasión sus cálculos le habían fallado y su espalda había tocado la pared antes de lo que esperaba. Acorralado por aquella criatura, Zeta se vio metido en un aprieto. Los brazos del monstruo se expandieron hacia los laterales y se cerraron hacia Zeta.
El joven solo pudo esquivarlos de una manera: Deslizó su espalda por el muro y se dejó caer. El monstruo falló su primer ataque, pero no pensaba desistir. Teniéndolo en el suelo, y ya sin posibilidades de movimiento, su siguiente intento no podría fallar. Pero no hubo un segundo intento, Zeta fue más rápido y utilizó sus piernas para patearlo y alejarlo unos pasos. Maniobra que le bastó a su compañero de equipo, Boris, para llegar hasta él y socorrerlo.
Boris embistió al monstruo con todas sus fuerzas, obligándolo a tapizar el muro con su putrefacto rostro. El hombre sujetó uno de los brazos de la criatura y la lanzó hacia atrás con fiereza. El Cortador trastabillo unos cuantos pasos, pero fue capaz de mantener el equilibrio para no caerse.
— ¿Estás bien? —preguntó Boris mientras ayudaba a Zeta a ponerse de pie.
—Si... Gracias. Escucha, hay que quitarle las manos. Esas garras podrían sernos de utilidad.
— ¿Alguna idea? —preguntó Boris.
—Sí, esa, quitarle las manos.
— ¿Alguna idea de cómo quitárselas?
—No. No se me ocurre nada.
—Bien. Improvisemos entonces...
Zeta bajó la mirada y deslizó sus dedos por su cabello.
—Me parece bien.
Ambos se prepararon. En ese momento, armas era lo que no tenían, por lo que cada uno intentó suplir esa falta con lo primero que se les pasó por la cabeza. Boris se quitó su camiseta y la enrolló entre sus manos; entre tanto, Zeta hizo lo mismo, pero quitándose su cinturón.
El Cortador no esperó más y se lanzó hacia ellos. Tanto Zeta como Boris abrieron el terreno de lucha desplazándose hacia laterales opuestos; uno de ellos dos sería quien enfrentaría a la bestia frente a frente, y el seleccionado fue en esta ocasión Boris.
El Cortador se aproximo a su presa y estiró su brazo hacia él. Boris expandió su camiseta y consiguió envolverla en la garra; pero en ese segundo, la bestia atacó con su otro brazo, y de no ser porque la hebilla de un cinturón se estrelló a toda velocidad en su rostro, Boris no podría contarlo.
Otro latigazo por parte del cinturón enfureció a la criatura. Su cuerpo intentó perfilarse hacia Zeta, pero Boris ya había logrado controlar su brazo, usando la camiseta como unas provisorias esposas de tela; el hombre tironeó hacia atrás e impidió el avance del monstruo. Eso encendió una idea en el joven de ojos pardos; quien aprovechando la incertidumbre del monstruo, se apresuró para acercarse por detrás y rodearle la muñeca con su cinturón.
La criatura al percatarse de ello intentó atacar una vez más, pero Boris volvió a intervenir tironeando con fuerza. Zeta se alejó e imitó a Boris, tirando con fuerza hacia su lado. Boris inmediatamente captó la idea y volvió a tensionar el brazo de la bestia. Teniendo ambos brazos a merced de Zeta y Boris, la bestia poco podía hacer para alcanzarlos; y ellos, aprovechándose de su ventaja, y dibujando una sonrisa al mismo tiempo... tiraron.
Zeta enredó el extremo de su cinturón a su muñeca para mejorar su agarre y tiró más.
El Cortador se sacudió...
Boris se aferró con ambas manos al brazo de la bestia, y tiró más.
El Cortador gimoteó de sufrimiento...
Zeta se agazapó para ganar más adherencia al suelo y tiró más.
El Cortador rugió con más fuerza...
Boris interpuso su pie en las costillas de la criatura y tiró más.
El Cortador comenzó a sentir cómo sus brazos se desplazaban poco a poco de su lugar...
Zeta inclinó su cabeza hacia atrás, y entonces...
—¡¡Roooooaaaargh!! —expulsó la mujer Parca con enorme furia.
Su paciencia ya se había tocado fondo, y no pensaba cargar más con un pasajero no deseado. Su velocidad comenzó a crecer y su rumbo se fijó hacia el muro. Ezequiel apenas pudo mantenerse unos pocos minutos galopando al monstruo de un lado a otro; pero al parecer su viaje estaba por tocar puerto. La mujer brincó y se impulsó desde el muro utilizando sus brazos y piernas para ganar más altura. Fue entonces cuando Ezequiel se soltó, mordiendo el suelo de manera estrepitosa. La mujer Parca, a diferencia de él, aterrizó con precisión, justo en frente, y no perdió un segundo en arremeter a Ezequiel.
El hombre con peinado mohicano apenas pudo defenderse desde el suelo, siendo acorralado por la mujer Parca. Sus brazos eran lo único que los mantenían alejados, pero la fuerza de aquella criatura comenzaba a ganar la batalla, acercando sus fauces cada vez más hacia su presa.
La distancia entre ambos ya resultaba crítica; los ojos de Ezequiel trasmitieron una angustia súbita al verse imposibilitado para poder defenderse. Tenía toda la melena de aquella mujer Zombi esparcida por toda su cara, y lo único que podía percibir en ese momento eran los sonidos a su alrededor; sus fuerzas decrecían mucho más rápido de lo que le gustaría, y no podía ser de otra forma, tras haber tenido ese feroz enfrentamiento con el Titán. Sus brazos cedieron en el siguiente segundo... pero entonces, el karma hizo efecto, y tal como él había ayudado a Marvin momentos atrás, ahora ese favor volvía a él.
—¡¡Jennifer!! —gritó Zeta desde el otro extremo del campo; el muchacho giró el cinturón como si se tratase de una boleadora, y lo arrojó con fuerza al aire.
Jennifer no contestó, pero sabía perfectamente lo que tenía que hacer, ella era quien más cerca se encontraba de Ezequiel en ese momento. Sus pisadas la trasladaron con rapidez hacia el hombre en apuros, estiró su brazo, recibió la entrega de Zeta con precisión y se abalanzó hacia la mujer Parca.
Ezequiel solo fue capaz de oír el sonido de unos huesos crujir muy cerca. Segundos después, la mujer Zombi dejó de moverse y se desplomó hacia un lado. Luego de eso, Ezequiel pudo ver dos manos; una de ellas, incrustada como guadañas en la cabeza de la Parca, y la otra, era la mano de Jennifer, que esperaba paciente para ayudar al hombre a colocarse de pie.
— ¿Cómo estás? —preguntó Jennifer.
—Nunca estuve mejor, preciosa.
—No hace falta que me agradezcas, eh.
Ezequiel terminó de incorporarse y besó la mano de Jennifer, observándola directamente a sus ojos.
—Gracias...
Jennifer solo sonrió, pero en ese entonces, algo sucedió. Algo que ninguno de los cinco supervivientes se imaginó que pasaría: Los oscuros comenzaron a aplaudir. El público se enloqueció, los aplausos inundaron las gradas al completo; algunos incluso se aventuraban a ponerse de pie. Las ovaciones se escuchaban con fuerza y claridad. Los supervivientes habían capturado los corazones de los seres más repugnantes del nuevo mundo con sus hazañas, y eran ahora, merecidamente recompensados con sus aplausos.
Pero había uno de todo el repertorio de oscuros, que no se encontraba satisfecho con los resultados. Por lo contrario, su rostro arrugado demostraba una ira que no hacía más que agravarse por cada aplauso que escuchaba a su alrededor, y sus dientes, rechinando uno contra el otro, parecía que se desencajarían en cualquier momento.
—Molina... ¿Por qué estos hijos de puta están aplaudiendo? —preguntó Calavera aunque no quería escuchar la respuesta.
Molina, era quien se encontraba más cercano al temerario hermano del presidente, y tras haber recibido una paliza en la «pajarera» en una prueba de lucha, había decidido imitar cada una de las expresiones y modalidades de Calavera; si su jefe no aplaudía ni se alegraba, indudablemente él tampoco lo haría.
—Al parecer... les gustó el espectáculo —Molina hablaba con una voz mucha más aguda de la que acostumbraba, al tener vendada la nariz por consecuencia de la lucha con su jefe.
— ¿Espectáculo? —Calavera fingió una sonrisa—. ¡¿Espectáculo?! —el hombre sacudió las rejas con una feroz patada y acercó el rostro a Molina—. ¡Eso no es un puto espectáculo, Molina! ¡Estos hijos de puta siguen vivos! ¡¿A ti te parece eso divertido?! ¡Dime! ¿¡Te diviertes Molina!?
— ¡No, señor!
— ¡¿Y porque carajo están aplaudiendo?! ¡¿Eh?!
—No lo sé, señor Calavera.
Calavera volvió la mirada hacia los supervivientes.
— ¿Molina quieres divertirte?
El hombre guardó unos segundos de silencio, sin saber qué respuesta dar. Calavera direccionó una mirada perturbadora hacia él.
— ¿Quieres divertirte? —preguntó con un tono de voz mucho más bajo, pero aun así, mucho más tenebroso.
—Si... señor.
Baltasar asintió sin modificar su expresión.
—Yo también quiero divertirme, mi querido Molina, yo también —Calavera se colocó de pie y comenzó a aplaudir.
Cada aplauso fue pausado y sus palmas se golpeaban de forma exagerada para generar más ruido. Poco a poco todos los hombres comenzaron a guardar silencio, hasta que solo podían escucharse los aplausos intermitentes de Calavera.
— ¡Muy bien, chico Zeta! ¡Excelente! ¡Lo admito! —comenzó a hablar el hombre haciéndose escuchar por todos en el lugar—. ¡Te aplaudo! ¡Los aplaudo a todos! —guardó silencio para continuar con los exagerados y perturbadores aplausos—. ¡Han conseguido llegar hasta este punto sin tener ninguna baja! Eso es digno de un... aplauso. ¡Se lo merecen! —Calavera volvió a aplaudir—. Voy a ser honestos, por lo que nos han demostrado hoy, ustedes pueden con todo. Les tocó las pruebas más difíciles, y las superaron de forma sublime, así que ya no hay nada en esta ruleta que pueda hacerles frente. Son un equipo imbatible —guardó silencio por unos momentos—. ¡Así que voy a darles un premio! ¡Un muy merecido premio, porque se lo merecen! ¡Se han ganado la ovación de mis hombres! ¡Se merecen la supervivencia! —Calavera torció su cabeza y observó al techo, suspiró, luego volvió a torcerla para mirar hacia Zeta y los demás con una perversa y amplia sonrisa—. ¡Así que esta será su última prueba! —el hombre se acercó hacia la ruleta—. ¡Yo mismo voy a girar la rueda! ¡Ya no será al azar! ¡No van a tener que esperar más! ¡Colocaré la última prueba! ¿Para qué dilatarlo, verdad? ¡Ya sabemos de lo que son capaces! ¡Que se abran las puertas señores! —Calavera comenzó a mover la ruleta hacia una leyenda en particular—. ¡Que comience el último juego! ¡Que comience la verdadera supervivencia! ¡Que comience la...! —la rueda se frenó, y la flecha marcó unas pequeñas letras que decían... —. ¡Salvación!
En ese momento, las luces centellaron de manera intermitente; una estela de humo blanco comenzó a irradiar desde distintos puntos de las gradas, bajando con lentitud hacia el foso. Lo que antes habían sido ovaciones de felicitaciones por parte de los oscuros, se transformó en todo lo contrario, ahora los alaridos y gritos que echaban se habían intensificado, y volvían a ser los mismos sádicos de antes, ansiosos por sangre y deseosos por conocer qué vida sería la primera en desvanecerse.
La puerta se abrió por completo emitiendo un sonoro «clac» en todo el foso. Las palpitaciones de los cinco supervivientes se incrementaron una vez más, bajo la incertidumbre de descubrir que les tenía preparado el destino ahora. Poco a poco, las primeras sombras comenzaron a emerger desde las tinieblas. El grupo se reunió en el centro, esperando lo inevitable, y a cada segundo que pasaba, sus ojos solo podían manifestar la misma expresión de terror.
De uno en uno, de dos en dos, de tres en tres... una incontable cantidad de zombis comenzaron a ingresar al foso.
—Me lleva el chamuco... ¿Cuántos son? —preguntó Ezequiel respirando de forma apresurada.
—Son demasiados... ¡y siguen llegando más! —exclamó Marvin colocándose detrás de todos, en específico, de Jennifer.
—Esos destellos de mierda no ayudan nada... —añadió Boris al notar que la intermitencia de los flashes sería un factor recurrente en lo que sería este último juego—. Y el puto humo tampoco.
— ¿Hay que matarlos a todos? —preguntó Marvin, aunque la respuesta era obvia, él no quería imaginar que fuese así.
—Creo que me daba menos miedo el gigante —comentó Jennifer.
— ¿Podemos pedir que nos den otro gigante? —preguntó Ezequiel intentando bromear, pero ni siquiera él había podido mover sus labios para emitir una mínima mueca.
—Retrocedan... —ordenó Boris—. Tenemos que mantenernos juntos, ir derribando uno a uno...
—Estos hijos de puta nos enviaron un puto ejército —se quejó Ezequiel—. Debe ser una mierda morir a mordiscones, carajo, prefiero un puto tiro en la cara.
— ¡No bromees con eso! —dijo Marvin.
—No es broma, es una realidad, debe doler como mil patadas en las bolas.
— ¿Alguien tiene una idea? ¿Jennifer? ¿Tú no eras buena planificando estrategias? —preguntó Boris.
—Lo siento... estoy en blanco.
— ¿Y Zeta? —preguntó Ezequiel observando hacia los lados con curiosidad.
—No lo sé —dijo Boris, quien recién se había percatado de aquella falta.
—No le habrá pasado nada, ¿verdad? —preguntó Jennifer, buscándolo entre medio de la horda que se avecinaba a paso lento.
— ¡Está allá atrás! —comunicó Marvin, observando la silueta de Zeta justo al extremo más alejado del foso.
Todos observaron a Zeta: El humo todavía no lo había alcanzado a esa distancia y parecía estar haciendo algo en el suelo. Segundos después se levantó y corrió a toda velocidad hacia el grupo.
— ¿Estabas haciendo caca? —preguntó Ezequiel—. Digo, como estabas agachado.
—No hay tiempo para chistes de mierda Ezequiel, tomen, hay dos para cada uno —Zeta comenzó a pasar de mano en mano lo que parecían ser unas filosas navajas de aspecto delgado y alargado—. Con esto podemos defendernos mejor.
— ¡No me jodas, compa! ¿Son las garras de ese chamuco cortador? —preguntó Ezequiel maravillado mientras observaba, lo que ahora mismo, podría marcar una gran diferencia en el tablero de juego.
—Sí, podemos usarlas como armas. Aunque deben tener cuidado de no cortarse, son bastante afiladas.
— ¡No se me habría ocurrido! —espetó Jennifer aceptando las garras—. ¡Eres un genio!
—Bien pensado —dijo Boris, también, equipándose una en cada mano.
—Gracias... —dijo Marvin, quien las sujetó con extremo cuidado.
—Se están acercando, el plan es el siguiente —comenzó a decir Zeta, colocándose al frente—. Nos colocamos en posición de flecha, uno al lado del otro, avanzamos para atacar, y retrocedemos, y volvemos a avanzar. Siempre moviéndonos. No tenemos que dejar que nos acorralen. Tampoco podemos dejar que nos quiten espacio, si llegamos a la pared y nos rodean esto se termina. ¿Entendieron?
— ¡Yo entendí compa! ¡A darle!
Ezequiel fue el primero en abalanzarse hacia los monstruos, con dos armas en cada mano, su energía volvía a renacer de su cuerpo, vibrante, al encenderse una nueva llama de esperanza. Boris asintió y también se puso manos a la obra. Ambos se dispusieron a tomar la delantera, eran sin duda, la combinación perfecta entre velocidad y fuerza. La agilidad de Ezequiel resultaba incuestionable a la hora de abatir a los zombis que encabezaban la horda, y con la ayuda de las garras del Cortador, la labor de asesinato se facilitaba con creces. La uña se hundía y se desprendía de cada pútrido cráneo con gran facilidad, permitiendo concretar diversas muertes en cuestión de segundos.
Boris tenía la fuerza de su lado; optando por utilizar dos de las garras en una sola mano para derrocar a los monstruos, tenía todo su brazo fuerte libre para empujar a los que se aglomeraban y querían avanzar más de la cuenta.
Jennifer tampoco se quedó atrás, avanzando para atacar y retrocediendo para esquivar. Su velocidad no se comparaba a la de Ezequiel, pero aun así le servía para llevarse un puñado de infectados con ella a una zona alejada, y junto con Marvin, que aunque sus gritos no pasaban desapercibidos a la hora de atacar, se mantenía firme y no permitía que ninguna criatura se acercara a Jennifer.
Zeta también aportó bajas significativas al equipo de los muertos caminantes; posicionándose en dónde más caudal de monstruos había, y utilizando todas sus habilidades para zafarse de quienes lo acorralaban. Desde patadas frontales, que conectaba para derribarlos, hasta certeros asesinatos con el uso de las garras.
Poco a poco, los cadáveres comenzaron a inundar el suelo del foso, haciendo que sea más difícil para los demás muertos avanzar hacia ellos. Aun así ninguno se confiaba, y Zeta, Boris y Ezequiel continuaban su avance para sumar más bajas. Sus cuerpos habían superado sus límites en más de una ocasión, la fatiga aumentaba con cada estocada, y cada vez se hacía más difícil mantener el ritmo.
El humo comenzó a subir de nivel, y lo que antes era sencillo de ignorar, ahora resultaba una verdadera molestia. La exuberante cantidad de zombis que llegó a infestar el foso, se había reducido en gran parte, pero todavía quedaban muchos más por despojar del plano terrenal. Los flashes intermitentes impactaban con el espesor del humo, debilitando la visibilidad del quinteto de supervivientes. Ahora sus movimientos debían de ser más precavidos, ya que su visibilidad no podía superas más allá de tres o cuatro pasos de distancia.
—Molina... —comentó Calavera con seriedad—. Ya es tiempo.
—Si señor... —Molina se levantó de su lugar y se fue a toda velocidad.
El grupo comenzó a separarse, tanto Boris, como Ezequiel, y Zeta, quienes se encontraban a la cabeza, perdieron el rastro del uno con el otro, al verse abducidos en las profundidades de la neblina.
Zeta ya no era capaz de ver sus propios pies, y avanzar para atacar no era una opción. Solo tenía que ser paciente, escuchar a sus persecutores, y atacar al primero que se le acercase. En un momento, todo se volvió demasiado calmo, habían pasado unos cuantos segundos sin actividad, y llegó a pensar que todo esto podría acabarse pronto, pero ese pensamiento se esfumó cuando sintió una fuerte presión en sus hombros. Alguien lo había atrapado por detrás, Zeta se giró con prisa y trazó un arco horizontal que terminó por hundir la garra del Cortador en la cuenca del ojo de una mujer mayor. Desechó el cuerpo y retrocedió, pero su espalda chocó con algo, y de nuevo, otros brazos se dispusieron a encerrarlo.
Zeta se alarmó y atacó a ciegas hacia su retaguardia, escuchó el crujir de un hueso seguido de un alarido de ultratumba. Otro cadáver más cayó al suelo. En ese instante, su oído captó un sonido gutural a su derecha, una vez más su cuerpo fue más rápido que su mente y atacó sin pensárselo dos veces, pero su ataque falló. La garra se incrustó en el cuello de un regordete y maloliente monstruo, que no perdió la oportunidad para abrir sus fauces y... ¡Crack!
Sin darle tiempo a nada, Zeta hundió la segunda garra que llevaba dentro de la boca del monstruo. El cadáver hizo mucho ruido al caer, pero al menos pudo conservar una de las garras. No tenía tiempo para agacharse y buscar la otra. Prefirió retroceder para ganar terreno. Los ojos de Zeta saltaban de un lado a otro, buscando el peligro en cada dirección. En los últimos altercados había perdido el norte por completo, no tenía idea si estaba yendo hacia atrás, con su grupo, o hacia adelante, con los zombis. La incertidumbre lo aterró.
Intentó calmarse y respirar con profundidad, tenía que encontrar a alguien, a quien sea, sus labios se separaron para intentar llamar a Boris o a Ezequiel, pero entonces, un segundo antes, se obligó a callar. Había visto algo. Una sombra se dibujó justo frente a él; Zeta se mantuvo silencioso y se acercó un poco, preparó su arma, esperó un poco más para asegurarse de que fuese un monstruo, y no alguien de su grupo, y entonces... su respiración se cortó.
«— ¿Te puedo hacer una pregunta?».
«—Claro, dime».
«—Si yo muriera, hipotéticamente hablando claro... ¿cómo me recordarías?».
El corazón de Zeta pareció detenerse en ese mismo instante, pero a su vez, su sangre bombeaba con una fuerza arremetedora que no le permitía mover un solo músculo de su cuerpo. Sus ojos parpadeaban feroces, como si no quisiesen ver la realidad, o como si quisiese de alguna manera cambiar aquello que estaba viendo; su mente intentaba procesarlo con rapidez, pero al parecer se había bloqueado por completo, impidiendo enviar alguna señal a su cuerpo para reaccionar.
Entonces sucedió. Su mente lo supo, su alma lo sintió, y fue entonces, cuando sus ojos comenzaron a empaparse. De la neblina, la sombra se aproximó hacia el joven; era la silueta de una persona de estatura alta, de cuerpo y brazos fuertes y grandes, con una barba muy poblada y repleta de sangre, y una cicatriz con la forma de una «Z» en su hombro. Sus ojos, unos ojos enormes, de iris grisáceo y sin vida, se conectaron directamente con los de Zeta.
«— ¿Por qué me estas preguntando eso Roni? No quiero pensar en eso».
«—Yo es que... lo pienso todo el tiempo, ¿sabes? Cada noche, cuando tengo que dormir, esa pregunta se me viene a la cabeza. ¿Cómo me recordaría la gente?».
Ronaldo se acercó, o lo que quedaba de él, un cuerpo deambulante, una mirada vacía, sin despojos de alma. Sus brazos se extendieron hacia un Zeta estático, sin capacidad para moverse o reaccionar, sin capacidad para entender la gravedad de la situación... sin capacidad para aceptar lo que estaba viendo.
«—Bueno... yo no es que te conozca de mucho tampoco, pero... te recordaría como una buena persona».
«—Pero no siempre fui así, muchacho. No siempre tomé buenas decisiones, incluso me atrevería a decir que no siempre fui un buen... hombre».
«—Entiendo... ¿Te preocupa eso?»
«—Sí, un poco».
Zeta sintió, luego de tanto tiempo, el tacto de quien había sido su mentor. Sus gruesas manos se aferraron a los hombros del joven, quien por un minúsculo impulso, logró tener el coraje de sujetarse a los brazos de Ronaldo. Sus pies se arrastraban hacia atrás con torpeza, su mente hace mucho que ya había colapsado, pero fue en el momento en que lo tuvo cara a cara, que sus lágrimas brotaron con una intensidad abrumadora.
—No... no... no... —Zeta apenas podía susurrar las palabras que decía—. Tú no... tu no Roni... tu no...
La espalda del joven sintió el impacto contra un muro. Ronaldo comenzó a abrir sus fauces mientras emitía una serie de sonidos espantosos, sonidos que Zeta había escuchado en tantos monstruos antes, pero que ahora, provenían de un amigo... un gran amigo.
«—Bueno, yo te conocí rebanando una cabeza con un hacha... así que mi primera impresión de ti no fue la mejor. Pero... ya que me lo preguntas, voy a ser honesto. Tú a mí me pareces una gran persona. Supongo que nunca te lo dije, pero tú me ayudaste mucho. Me enseñaste muchas cosas, siempre estás ahí para quien lo necesita. Estuviste para mí en uno de los momentos más críticos de mi vida; me salvaste de ser asesinado por ese zombi Parca; te peleaste con tu hermano para que yo pudiera ser parte de este grupo; me diste una segunda oportunidad para vivir, Roni. Sin pedirme nada a cambio. Y eso te lo agradezco, y siempre te lo voy a agradecer».
Zeta seguía sin reaccionar. Su rostro entero se había empapado en lágrimas, apenas podía reconocer a quien alguna vez le había salvado la vida. No era capaz de contener el dolor que sentía en todo su cuerpo, en toda su alma.
—Roni... Roni... —Zeta tomó aire, y cerró sus ojos con fuerza—. Por favor...
«—Si te hace sentir mejor... la verdad es que espero algún día ser como tú, y seguir tus pasos. Eres una persona increíble, siempre preocupándote por los demás, aunque ni siquiera los conozcas. Ya eres como un segundo padre para mí... ¡y que yo diga eso es mucho! Y realmente...».
Ronaldo se acercó a una distancia muy peligrosa, Zeta interpuso su brazo, intentando contenerlo aunque fuese un poco, aunque fuese para verlo a la cara unos segundos más...
«—Realmente... me gustaría ser así algún día».
Ronaldo cerró su mandíbula con fuerza, atrapando entre sus dientes, el brazo de Zeta.
—¡¡Aarrrrrhhhhg!!
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