10. Salvación (II)
Renzo se mantuvo callado durante algunos segundos; sabía que sus siguientes palabras serían crudas en un momento así, pero él tenía que decirlo...
—Anna —comenzó a decir Rex con total seriedad—. No entendí...
*****
Los huesos de su cuello resonaron una vez más. Estar sentado en la misma postura durante tanto tiempo y sin grandes expectativas de movimiento, al estar sujetado de las manos, a espaldas de su compañera de viajes le generaba un fuerte dolor cervical. Pero solo era capaz de mover su cuello y cada vez que lo hacía volvía a sonar.
— ¿Puedes parar de hacer eso? Pude tolerarlo las primeras veces, pero no te pases Jaser.
Él volvió a sonar su cuello.
—Debo reconocer que tu queridísima nación Escarlata tiene un comité de bienvenida que no tiene nada que envidiar a los Oscuros —continuó Inna moviendo sus pies con nerviosismo—. Encima me estoy meando... ¿Cuándo nos sacarán de aquí?
—Aguántate.
—Aguántate tú —Inna rechistó enfadada; el hecho de haber llegado a su tan anhelado destino después de tantas dificultades, y que la primer medida que hayan tomado los Escarlata haya sido encerrarlos no era lo peor de la situación, sino que tenía que tolerar tener vendas en sus ojos y estar sujetada a una de las sillas más incómodas que el hombre pudo crear. Eso era definitivamente lo que más la enfurecía—. Salvamos a uno de sus presidentes y este es nuestro premio. Debería haberlo asesinado.
—Si sigues hablando de asesinar aquí, nunca nos van a soltar.
— ¡Que se jodan! ¡No hicimos nada malo para estar aquí!
—Estoy seguro que será solo temporal...
— ¡Pues se están tardando mucho!
Jaser suspiró agotado.
—Piensa lo siguiente: Al menos quienes nos encierran son los buenos.
— ¡Oh! ¡Qué detalle! —expulsó Inna con sarcasmo—. Ya veremos que tan buenos son cuando les deje todo este lugar apestado en orina. Y si no se apuran con mierda también.
—No se te vaya a ocurrir...
—Lo lamento amigo mío, la naturaleza me llama. No le puedo decir que no. Es malo para mi salud.
—Inna no me jodas...
—No será tan malo, solo un poco. No voy a vaciar todo el tanque.
— ¡Inna!
— ¡Me llama! ¡Me llama!
— ¡Ni se te ocurra!
— ¡Aaaahh!
—¡¡No!!
Inna se echó a reír.
—Es broma tonto, ¿de verdad creías que me iba a mear encima? ¿Por quién me tomas?
— ¡Carajo! ¿Cómo puedes bromear con eso?
—Estoy aburrida, Jaser. Aunque si seguimos aquí mucho tiempo puede que ya no sea una broma.
—Por dios...
El hombre bajó la cabeza y suspiró. Pero entonces una serie de sonidos se escuchó en eco en las proximidades. Una puerta se había abierto, y una serie de pasos comenzó a intensificarse. El sonido era originado por muchas pisadas, entre tres o cuatro personas si los cálculos de Jaser no fallaban.
Las pisadas se detuvieron y nuevamente una puerta más se abrió. Jaser e Inna guardaron silencio con expectación, hasta que alguien quitó finalmente los vendajes de sus rostros. La luz se hizo presente en sus ojos como un destello. Estaban en una habitación regular, con muros blancos y un ventanal que dejaba ver el cielo nocturno y algunos edificios iluminados en los alrededores. Por lo poco que Jaser podía ver se encontraban en un sitio muy alto.
— ¡Gracias! —comenzó a hablar Inna—. Supongo que ya nos dejarán libres, porque se me está acalambrando el culo.
— ¡Silencio! —espetó uno de los hombres allí presentes—. Nadie habla hasta que yo lo permita.
Inna observó al hombre a los ojos. El sujeto presentaba una altura un poco por arriba de la media; con una mirada severa de parpados caídos; presentando una tez oscura de una piel muy brillante y de cabello muy negro y corto; y llevaba una barba espesa, cuya tonalidad blanquecina predominaba en la zona inferior. Llevaba puesto un atuendo muy prolijo: chaquetilla y pantalones militar de color oscuro con tonalidades rojizas y unos borceguíes de combate. Ni Jaser ni Inna lo sabían todavía, pero estaban ante la presencia de uno de los cuatro presidentes al mando de la nación Escarlata: Fernán Zabal.
Inna se dejó tentar.
— ¿Sabes que tienes toda la pinta de un machista opresor? Creo que si alguien del viejo mundo googlea «machista opresor», la primera foto que aparece es tu cara.
— ¡Inna! ¡Guarda silencio! —espetó Jaser furioso.
—Tápenle la boca a la chica. Me basta con que uno conteste —ordenó el hombre.
— ¡Si mi tercero! —respondió al instante uno de los soldados que lo acompañaban, mientras se disponía a cubrir la boca de Inna con el mismo vendaje con el que les había tapado los ojos.
— ¡Me voy a cagar en tu puta madre como me pongas un dedo encima pedazo de hijo...! ¡Aaaash! ¡Ahmmm! ¡¡Hmmmmmmmm!!
—Tranquila Inna... —le dijo Jaser intentando que la suavidad de su tonalidad pudiese incitar a su compañera a tomar una postura similar—. Vamos a escuchar y responder. No te alteres, por favor. No nos hace bien a nadie.
Inna respiraba con rabia mientras su mirada intentaba asesinar al soldado que le había tapado la boca, pero finalmente asintió luego de unos segundos.
—En eso te doy la razón —comenzó a hablar el hombre colocándose frente a Jaser—. Hacernos las cosas más difíciles solo empeorará su situación.
—Descuide. Responderé lo que me pregunte con total verdad.
—Yo dictaminaré si lo que me dices es verdad o no —comentó el hombre con tenacidad—. Ahora mismo voy a confesarte que no estoy de muy buen humor. Según los informes de mis soldados ustedes les dijeron que nuestra primera sede fue asediada. Así que te recomiendo que contestes rápido. Empecemos por sus identidades. ¿Quiénes son? ¿De dónde provienen? ¿Cuál es su objetivo?
—Soy Jaser Cox, tengo veintidós años; ella es Alisson Ahs, tiene veintitrés. Nos conocimos luego del día rojo y comenzamos a viajar juntos. No pertenecemos a ningún grupo en particular o nación. Nuestro objetivo era poder ser parte de la nación Escarlata. Supimos de ustedes gracias a los mensajes en las transmisoras de radio —Jaser hablaba con prisa y sus palabras resultaban difíciles de comprender al entonarlas con tanto nerviosismo—. Cuando por fin pudimos hallar la nación Escarlata nos encontramos con un lugar totalmente devastado. Fue una suerte habernos cruzado con Máximo, ya que fue el único de todos ellos que pudo sobrevivir al ataque.
— ¿Ataque dices? —preguntó el presidente—. ¿Cómo tienes la certeza de que fue un ataque? O mejor dicho: ¿Cómo podemos tener la certeza nosotros de que ustedes no tuvieron nada que ver con lo que le sucedió a Máximo?
Jaser comenzó a preocuparse. Tenía que contestar con mucho cuidado.
—Máximo nos contó... el ataque fue organizado por la nación Oscura. Nosotros no tuvimos nada que ver, de verdad. Nosotros encontramos todo destruido. Fue una casualidad haberlo hallado en la carretera...
—Te noto muy nervioso, Jaser —comenzó a decir Fernán acercándose todavía más para ejercer una intimidación visual, que aparentemente, tenía mucho efecto en el muchacho—. ¿Me vas a decir que es casualidad que ustedes se hayan encontrado justamente con Máximo? ¿Y que solamente pudieron salvarlo a él en una nación que contaba con más de trecientas personas?
—Sé que puede parecer increíble... pero es la verdad. Pueden preguntarle a Máximo, él les dirá que...
—Máximo está incapacitado para decirnos nada ahora mismo —lo interrumpió—. ¿No será esa otra casualidad también? El único que nos puede brindar una información verídica no puede hacerlo...
Jaser comenzó a sudar. Sabía que era inocente, que él no había hecho nada, pero por cómo se estaba encaminando la conversación, todo parecía apuntar a que ellos podrían haber sido los culpables del destino de Máximo. Tenía que hacerlo cambiar de parecer cuanto antes.
—Nosotros no tenemos ninguna doble intención. Queremos ayudar, solo eso. Si es necesario que nos mantengan prisioneros aquí hasta que podamos demostrar que no fuimos nosotros, entonces que así sea, no tengo prisas. Ya pasamos demasiadas cosas con Inna... —dijo Jaser mirando a los ojos a Fernán con ímpetu—. Solo puedo decirte lo poco que Máximo pudo compartir conmigo. El ataque fue indudablemente hecho por la nación Oscura, primero los incomunicaron, luego les tendieron una trampa y destruyeron su nación al completo. No suficiente con eso, colocaron un dispositivo explosivo en uno de los medios de escape, es decir, en un autobús que los supervivientes utilizaron para marcharse del caos. Pero ese autobús estalló. Nosotros escuchamos la explosión y fue así como dimos con Máximo. Pero no es todo... —continuó Jaser—. Máximo dijo que un grupo de personas se separó de ellos antes de la explosión. Tenían la intención de rescatar a un miembro que fue secuestrado. Ese grupo de personas se dirigen hacia la nación Oscura ahora mismo. Ellos necesitan apoyo. Ese es el mensaje que Máximo quería darles, y pueden preguntárselo cuando despierte, pero es de vital importancia que puedan enviar a alguien a apoyarlos cuanto antes.
—Tenemos dos pequeños problemas aquí... El primero es que: No puedo creerte —sentenció Fernán con frialdad—. ¿Cómo puedo saber yo que no estás enviándonos a una trampa? Porque primero nos dices que la nación Oscura fue quien atacó a una de nuestras sedes, pero luego nos estas diciendo que tenemos que ir hacia la nación Oscura para ayudar a un grupo de personas, que no tenemos idea de quienes son. Podrían ser nuestros aliados, como también podrían ser tus aliados y nos estés enviando a una muerte sentenciada. ¿Puedes decirnos las identidades de ese grupo que dices que tenemos que apoyar?
Jaser enmudeció. Máximo no le había llegado a dar tantos detalles. Las cuerdas que sujetaban sus manos se sentían mucho más ajustadas. Sin darse cuenta Jaser se había puesto tan tenso que había contraído sus músculos, y por ende, sus manos, hasta tal punto que aquellas sogas parecían guillotinas incrustadas en sus muñecas.
—No lo sé...
Fernán torció el labio con disgusto.
—No lo sabes. Bien... todavía tenemos el segundo problema —expresó el tercer presidente—. Y es que hace unos pocos días la nación Oscura se contactó con nosotros para firmar un contrato de paz entre las dos naciones. Si lo que dices es cierto entonces, ¿por qué tomarse la molestia de reunir a los líderes para firmar un contrato de paz? A menos claro, que me digas que nos están queriendo tender una trampa. Y eso me parecería mucho más ridículo, porque de ser así, eso solo ocasionaría una guerra innecesaria. Sangre derramada en vano.
—Yo no tenía idea de eso... pero no creo que ellos sepan que Máximo se encuentre con vida. Quizás quieren despistarlos.
—O quizás quien quiere despistarnos eres tú. Quizás perteneces a algún grupo enemigo de la nación Oscura y quieres que nos enfrentemos.
—No me importa que no me creas. Cuando Máximo se recupere puedes preguntárselo todo a él. Yo estaré esperando. Pero deben enviar alguien a ayudar a ese grupo...
—Tú no vas a decirme lo que debo hacer muchacho. Además en las condiciones que se encuentra Máximo ahora mismo es muy difícil saber si podrá sobrevivir. Claro que esa es otra casualidad que les vendría muy bien a ustedes y su grupo.
— ¡Que no tengo ningún grupo! —exclamó Jaser en un brote de furia—. Lo siento, perdón. Yo solo... no quiero que Máximo muera.
—Yo tampoco quiero que ninguno de mis hombres muera, ¿lo entiendes? —comentó el hombre mientras caminaba hacia el ventanal—. No puedo enviar a nadie a un territorio que no nos pertenece solo porque me lo pides. No puedo contactarme con mis superiores tampoco hasta que finalicen su reunión. Así que tampoco puedo arriesgarme lo suficiente como para enviar más grupos de exploración a nuestra sede, que tú dices que ya no existe —Fernán guardó unos segundos de silencio—. De momento te daré el beneficio de la duda, ya que no hay manera de saber con certeza tus intenciones. Pero deberán permanecer en este lugar hasta que Máximo pueda recuperarse. Claro que en el caso que él no lo logre... me veré obligado a buscar un método poco ortodoxo para sonsacarles la verdad.
Jaser sintió un vacío súbito en la boca del estómago. Inna por su parte intentó balbucear un insulto, pero que solo terminó en una oración inentendible.
— ¿Tortura...?
—No me mires así. Si fuera por mí ya lo hubiese hecho, pero el informe de Efrén y Hadi sobre ustedes fue positivo, y no tengo la autorización del cuarto presidente como para realizar una operación de ese calibre. Pero si Máximo muere la historia será distinta —sentenció Fernán con frialdad—. La próxima vez que nos veamos me encargaré de saber la verdad de lo que está ocurriendo aquí. Hasta entonces, y si ustedes dicen la verdad... yo les recomiendo que recen por Máximo.
*****
Con un cielo parcialmente despejado, la pradera recibía la luz de las estrellas, que salpicadas en un inmenso lienzo negro, presentaban junto a ellas a una perfecta luna creciente. El viento esa noche llevaba consigo frialdad, y junto a su melódico susurro que hacía batir las hojas de cada árbol, la contagiaba a todo aquel ser que alcanzaba.
Pero la melodía del viento recibió una súbita interrupción por parte de una maquinaria humana. Cuatro ruedas se detuvieron a una distancia prudente de un enorme árbol de copa redonda y raíces abruptas, lugar dónde se llevaría a cabo una importante reunión.
Las puertas de una camioneta chasquearon al abrirse de una en una, para luego resonar con fuerza mientras las cerraban. Un grupo de tres hombres descendieron directamente desde la caja, para reunirse con los otros cuatro que habían bajado del vehículo. Sus botas impactaban a cada paso que daban; sus uniformes lograban mimetizarse a la perfección con el teñido negro del ambiente, y el sonido del acero de sus fusiles al trasladarse eran evidencia suficiente para saber que ellos eran parte de nada menos que la nación Militar.
Tres soldados se colocaron en el frente al avistar presencia humana en las inmediaciones. Solo se trataban de dos hombres; uno de ellos se encontraba reposando bajo las hojas de aquel imponente árbol, pero aun así, proteger a sus superiores era una prioridad absoluta y ninguno de ellos dudaría un segundo en actuar.
Los nervios de los soldados que lideraban la cabecera del pequeño pelotón fueron disipados con una amistosa palmada en los hombros proveniente de nada menos que del oficial al mando, y segundo en jerarquía; cuyas palabras quitó el peso de la presión ante una situación desconocida.
El Coronel se quitó su gorra; lucía su calvicie con un orgullo envidiable; con un bello facial que era inexistente, al tener la previsión de rasurarse a primera hora de cada mañana; y contando con unos admirables ojos azules que acompañaban a la perfección con su blanquecina tonalidad de piel.
Exhibiendo tres relucientes soles en la insignia sobre sus hombros, el Coronel Donald Eric era uno de esos hombres cuya vocación hacia su trabajo se percibía al primer vistazo. Un hombre que desde muy pequeño siempre soñó con ser parte de «la fuerza»; y que logró cumplir su sueño a muy temprana edad; comenzando su travesía por la milicia en un liceo a los doce años, hasta poder graduarse y convertirse en todo un oficial de bien y prestigio. Un hombre que después de tantos años de poner el hombro al servicio de la seguridad nacional, contaba con una variada rama de experiencias vividas. Un hombre condecorado en más ocasiones que el promedio. Un hombre de confianza absoluta, admirado por cada subalterno que tuvo el gusto de caer bajo su mando. Un hombre devoto a sus ideales.
Y un hombre... que fundó el escuadrón de la muerte: «Calavera».
—Yo me encargó soldados, cubran al Coronel Mayor —dijo el segundo jefe al mando con firmeza, mientras sus pasos rebasaban a sus hombres—. ¡Montreal! ¡Estoy buscando a Montreal Alexander!
El mencionado despegó su espalda del tronco y avanzó lo suficiente como para no tener que alzar la voz tanto como aquellos soldados.
—Un enorme y fructífero placer. Yo soy Montreal Alexander —el hombre inclinó su cabeza con una sonrisa complaciente—. Los estaba esperando. ¿Qué tal el viaje?
— ¿Eres hermano del Capitán Montreal? —preguntó el Coronel ignorando la pregunta del presidente de los oscuros.
—En efecto. Él no pudo presentarse hoy, pero te envía sus saludos.
— ¡Revísenlo! —ordenó el Coronel, ahora ignorando los saludos de quien tuvo la osadía de desertar de la fuerza.
Los soldados se movilizaron con rapidez. Un grupo se disipó para apuntar con sus armas a los objetivos, mientras el otro grupo se dispuso a cachear a los dos oscuros. A Rafael, una poderosa bestia de dos metros, cuyos músculos triturarían a esos soldados en dos simples movimientos no le agradó nada cuando dos manos desconocidas comenzaron a invadir su zona íntima.
— ¡¿Qué mierda haces?!
—Tranquilo, déjalos hacer su trabajo —ordenó Alexander sin oponer resistencia.
Rafael se tuvo que obligar a contener su impulso de masticarse los huesos de aquel soldado y aceptar las órdenes de su superior.
Los soldados procedieron a extraer las armas y algunas de las pertenencias que llevaban encima y dejarlas en el césped, alejado de sus dueños. Fue entonces cuando hizo presencia el primer jefe al mando: El Coronel Mayor Héctor Lambert.
De todos los soldados presentes él era el más bajo en estatura, pero el más alto en cargo. Su uniforme se distinguía del de los demás por un detalle en las insignias de sus hombros, y era que solamente él, poseía un sol dorado con un cuidadoso bordado rojo a su alrededor, dotándolo de un brillo y un color especial. Muy pocos son los que llegan a obtener esa particular distinción, siendo uno de los mayores logros para alguien perteneciente a una fuerza militar. No solo por el respeto, o por el poder, sino por el enorme peso de responsabilidad que demandaba el portar esa insignia. Responsabilidad que estaba por ser puesta a prueba.
—Soy el Coronel Mayor Lambert —se presentó—. Como sabrá el tiempo es un recurso valioso para nosotros. Si es tan amable, quiero escuchar sobre esa oferta de la que se nos comunicó por radio. Así que lo escuchamos señor Montreal.
—Directo al punto. Me gusta —expresó Alexander—. Exactamente Coronel Mayor, nuestra reunión de hoy tiene un objetivo muy claro. Todos sabemos cómo está la situación actual, no es nada sencillo subsistir en un mundo prácticamente agonizante, en dónde la escases de recursos se presenta con más fuerza a cada caída del sol. Así que además de citarlos aquí para establecer un contrato de paz entre nuestras organizaciones, quiero ofrecerles un intercambio que asumo que será de su interés.
— ¿Por qué estás tan seguro de que nos interesaría hacer algún tipo de intercambio con ustedes? —increpó el Coronel Donald—. ¿Qué pueden tener ustedes que ya no tengamos nosotros?
Alexander compartió una de sus tan expresivas sonrisas. Esperaba esa pregunta.
—Si me permiten el lenguaje coloquial, es lógico pensar que ustedes, siendo una de las primeras naciones en asentarse tras el trágico día rojo, tengan a su disposición los suficientes recursos de primer nivel, cómo también en materia armamentística. Eso no lo pongo en duda, y tampoco es un intercambio de bienes lo que vengo hoy a ofrecer —explicó—. Sino más bien, por esos azares que trae el destino, hace muy poco me llegó a la puerta de mi hogar dos cosas que ustedes carecen. Bueno, en realidad, uno es una persona, y el otro es un pequeño objeto —Alexander señaló un celular que uno de los soldados le había quitado—. Ese celular contiene la foto de una persona que les resultará de gran interés, cuyo nombre se desconoce, pero que se hace conocer con el pseudónimo de: Zeta.
Ambos jefes militares colocaron la misma expresión de desconcierto, ya que en su vida habían oído hablar de alguien con ese nombre. Uno de los soldados buscó el celular y se lo entregó a su jefe. Tras revisar un momento el dispositivo hallaron dos fotos. Lambert y Donald volvieron a imitar sus expresiones, pero ahora, de asombro.
—Yo conozco a ese chico... —susurró Donald—. El sujeto de prueba 02.
— ¿Está seguro? —preguntó el Coronel Mayor Lambert.
—Sí, lo recuerdo a la perfección. Cuando lo trajeron traía una venda en su brazo, y debajo tenía una herida con la letra «Z». Es la misma de la foto. Es él.
El Coronel Mayor volvió la mirada hacia Alexander.
— ¿Él está vivo?
—Sí, y en perfectas condiciones.
— ¿Cómo podías saber tú de nuestro interés por el muchacho? —interrogó el Coronel Donald con firmeza.
—De la misma forma con la que pude contactarme con ustedes: Contactos —respondió Alexander con serenidad—. Mi hermano todavía mantiene contacto con algunos viejos conocidos de su fuerza.
—No me agrada nada que nuestra información se divulgue por ahí —comenzó a decir el Coronel Mayor—. Solo por esta vez, y porque se trata de un individuo muy particular para nosotros, lo voy a dejar pasar. ¿Qué más tienes? —dijo deslizando el dedo por la pantalla del móvil para ver la siguiente foto—. No entiendo, ¿esto que es?
—Es una memoria extraíble —contestó Donald observando con detenimiento la foto de un pendrive blanco con las siglas: ADS en el frente—. Perteneciente a... Alicia Da Silva, señor.
En ese segundo los ojos del Coronel Mayor Lambert se ensombrecieron. Su mirada se perdió por unos cuantos segundos, hasta que finalmente reaccionó.
—Alicia... —repitió Lambert con una angustia que quería ignorar a toda costa. Respiró profundo e intentó volver a serenarse—. Efectivamente... ustedes tienen algo que nosotros queremos. Así que lo escucho, Montreal. ¿Qué piden a cambio? Y no me imagino que sea poco.
—Quiero el prototipo KARMA —sentenció Alexander, colocando así, su última carta sobre el tablero—. Sé también que trabajan en un proyecto. Un arma con un despliegue muy poderoso destinada a abatir a cada distinta clase de esos monstruos que nos rodean. Y eso... es lo que pido a cambio.
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