1. La muerte es para los débiles (IV)


*****    

Máximo abrió sus ojos; unos ojos agotados y pesados que luchaban por hacer foco entre la escasa iluminación del ambiente. Sabía que se encontraba en un lugar pequeño, al menos así lo parecía con un techo de chapa tan bajo. También se percató del movimiento constante que su cuerpo sentía y el ruido de un motor que llegaba incluso a percibir relajante.

Se encontraba en un vehículo, probablemente la parte trasera de una camioneta, aún no lo sabía con exactitud puesto que su mirada no se desviaba del techo desde que había despertado. Intento inclinarse hacia un lado, se sorprendió al percibir un dolor mucho menos agobiante que el que se hubiera imaginado, eso le permitió armarse de valor para utilizar sus codos de apoyo.

Ahora podía confirmarlo, evidentemente se hallaba en la cúpula trasera de una camioneta, y a juzgar por la rejilla que lo separaba de la cabina del conductor parecería ser una antigua camioneta policial. La rejilla daba una ventana que permitía visualizar lo que había del otro lado, pero se hallaba cerrada. Inspeccionó su cuerpo con la mirada, tenía algunos vendajes en los brazos, las piernas y podía sentir una gasa que cubría casi toda su cabeza.

Máximo escuchó un sonido peculiar al fondo del vehículo, alguien estaba masticando algo. En ese segundo un frio recorrió su cuerpo de punta a punta, había escuchado cientos de veces ese mismo sonido cuando esos endiablados seres devoraban carne humana.

Procedió a girar su cabeza con moderación, siempre intentando no alertar a aquello que se encontraba encerrado junto con él. Sus ojos se desconcertaron al cruzarse con una extraña figura; era pequeña, más de lo que esperaba. Con un fino pico amarillo curvado hacia abajo y un racimo de plumas grisáceas cubriendo su cuerpo. Sus pequeñas patas amarillas se encontraban apresando a otra ave en el suelo, mientras la desgarraba con su pico para comer. Parecía ni haberse percatado de la presencia de Máximo todavía.

Por alguna razón, el ave inspiraba en Máximo un ligero temor, nunca había estado cara a cara con un halcón real, y sus conocimientos sobre animales voladores no se encontraba muy desarrollado como quisiera. No sabía si el ave resultaría peligrosa o no, pero prefirió permanecer quieto sin alterar a su hambriento compañero de viaje.

Pero en ese momento se escuchó un golpe seco, seguido de un sacudón violento del vehículo. Unas voces en la cabina del conductor habían maldecido, y el vehículo se detuvo. Era mala señal.

En ese momento el halcón giró su cabeza y lo vio. Sus alas se desplegaron, sacudiéndose en el aire a la vez que el pequeño animal profería irritantes chirridos.

— ¡Cállate! —Máximo intentó patearla, pero el ave lo esquivaba con facilidad, brincando por toda la cúpula.

Fue cuando escuchó la puerta trasera abrirse. Máximo estiró su brazo, apenas pudo alcanzar el ala derecha del ave, pero fue suficiente para arrastrarla con él.

—No sé quién eres, pero si esta es tu mascota le arrancaré la cabeza con los dientes si no me dejan ir —Expresó Máximo reteniendo al ave con ambas manos, intentando soportar el dolor que afligía todo su cuerpo.

Afuera se encontraba un sujeto con cara de pocos amigos, su mirada se hallaba fijada al halcón. Su rostro moreno se arrugó ante la amenaza y solo bastó un segundo para que desenfundara una pistola y apuntara directamente a Máximo.

—Suéltalo, no estoy de humor para tratar contigo ahora —Sus palabras fueron ásperas—. Tenemos una situación aquí afuera y necesito al ave con vida. Si no la sueltas es probable que todos vayamos a morir.

— ¿Qué quieres de mí?, ¿Qué está pasando afuera?, ¿Dónde mierda estamos?

—Primero lo primero, suelta el ave. Lo único que tienes que saber ahora mismo es que no quiero hacerte daño, de haberlo querido no te hubiera rescatado del aquel autobús en llamas.

Máximo detectaba algo de sinceridad en aquellas palabras, o quizás ambicionaba con pensar que decía la verdad, pero aun así su instinto apuntaría siempre a ser precavido. Todavía no podía confiar en él, no sabía quién era, y lo único que lo mantenía vivo ahora mismo era su pequeño y plumífero rehén.

—No lo soltaré hasta estar seguro de que... —Pero las palabras de Máximo se ahogaron con el sonido seco del golpe que hizo una pistola al caer a sus pies.

—Tómala, quizás así aprendas un poco de confianza —Expresó el sujeto, tomando una escopeta que se hallaba adherida a su espalda—. ¿Puedes solo dejarla ir?

Máximo se encontraba desconcertado y su agotamiento físico no ayudaba mucho a la hora de pensar que decisión tomar, pero finalmente, accedió a soltar al halcón, el cual voló directamente hacia la salida emitiendo un chirrido que Máximo interpretó como un insulto hacia su persona.

—Escóndete, toma el arma y si ves algún zombi, lo matas —Ordeno el tipo cerrando la puerta.

Máximo intentó alcanzar la pistola con su pie pero sus energías le fallaron, y una vez más cayó al suelo desplomándose, y en otro ávido esfuerzo por no caer inconsciente de nuevo, probó alzar su cuerpo, pero sus ojos se cerraron demasiado rápido.

*****

—Basta Inna, lo matarás.

—Cómo si no estuviese muerto ya, me aburre que solo se quede todo el día ahí. Además quieren que lo mate.

— ¿De nuevo con eso? Las armas no te hablan, y no, no lo vas a matar. Come y tranquilízate.

Máximo había estado hace un tiempo escuchando la conversación de ambos, apenas entreabría sus ojos para observar a una chica joven de cabello rubio platinado discutiendo con el sujeto que antes le había dado el arma, la cual por supuesto ya no se hallaba ahí en la cúpula.

— ¡No me hagas tener que asesinarte a ti! No tienes idea lo que me costaría encontrar alguien más que me...—La muchacha apagó su voz—. Que me entienda...

El muchacho poseía una barba de unos cuantos días el cual acarició antes de soltar un largo suspiro.

—Perdóname. Pero entiende, quizás él nos sirva... deja que se recupere.

La jovencita sonrió despejando sus cabellos con un meneo de cabeza.

—Pero si ya está bien, hace mucho que él despertó, ¿no es así? —La muchacha golpeó la entrepierna de Máximo haciendo que se retorciera de dolor y abandonara la farsa—. ¿Lo ves?

— ¡¿Qué mierda te pasa?! —Exclamó Máximo, inhalando grandes bocanadas de aire.

—Te lo dije, Tina nunca falla —Comentó la joven haciendo alusión a su Magnum dorada.

— ¡Inna! —El sujeto se giró hacia Máximo—. ¿Estas bien?

— ¿Qué quieren? —Máximo luchó por alejarse a rastras, pero ya se encontraba al fondo de la cúpula sin lugar a donde ir—. ¡¿Qué quieren de mí?!

—No hagas ruido —Indicó el sujeto, mientras permanecía en silencio para dejar escuchar el alboroto de monstruos en los alrededores, queriendo ingresar a la camioneta.

Máximo empalideció al ver las sombras rodeándolos desde todas las direcciones.

— ¿Cuántos son?

—Muchos, pero si nos mantenemos aquí sin hacer demasiado ruido Rá nos avisará en el momento que sea oportuno salir.

— ¿Quién...?

—Rá, mi halcón.

— ¿Ahora es tuyo? —Inquirió la muchacha indignada, haciendo un berrinche.

—Nuestro —Se rectificó el joven.

Máximo solo realizó un gesto de confusión, sin entender el extraño actuar de la muchacha. Ya la había escuchado anteriormente hablando sola, pero decidió no preguntar por eso ahora mismo.

—Creo que lo mejor será presentarnos —Rompió el hielo el joven—. Mi nombre es Jaser, mi compañera es Alisson aunque prefiere ser llamada Inna. 

—¿Por qué me rescataron? —Contestó recostándose en la chapa.

—Bueno... —Jaser frotó su cabeza—. No fue simple caridad. Vimos el autobús salir de la Nación Escarlata...

— ¡Son de la Nación Oscura!

— ¡No, no! Para nada, somos dos supervivientes nómades. Nos valemos por nuestra cuenta y viajábamos solos —Explicó Jaser—. Pero por supuesto, uno nunca quiere quedarse solo. Entonces buscábamos pertenecer a la Nación Escarlata también, escuchábamos sus radios y los rumores de que eran un grupo que aceptaban a cualquiera. Nosotros queríamos pertenecer a ese grupo.

Máximo escuchaba con atención sin decir palabra alguna.

—Pero cuando llegamos todo estaba destruido —Jaser miró a Inna a los ojos—. Nosotros perdimos mucha gente intentando llegar hasta aquí, quisimos alcanzarlos cuando divisamos el autobús y nos llevó una gran sorpresa cuando simplemente estalló. 

Máximo agachó la mirada, ese suceso todavía se encontraba fresco en su memoria y tardaría mucho en difuminarse.

—Entonces te encontramos —dijo Jaser—. Luego de esa inmensa explosión todavía seguías vivo. Te vendamos e intentamos depurar tus quemaduras, pero tu rostro y parte de tu cabello ya no se recuperará —Jaser le pasó un plato de plata—. Teníamos un poco de morfina para tu dolor, así que probablemente no te diste cuenta todavía.

Máximo tomó el plato y observó su reflejo en él. En ese segundo un puntazo de angustia penetró por completo en su ser al ver como la parte superior de su rostro y su cabeza se hallaban completamente desfiguradas. Su mejilla derecha se encontraba totalmente corrugado como papel; apenas podía mantener abierto su ojo; indagó debajo del vendaje de su cabeza y lo que Jaser había dicho era cierto, había perdido todo su cabello de ese lado por las llamas. Solo había sido expuesto un segundo y el daño habría sido brutal, Máximo apenas se atrevió a imaginar lo que sintieron los demás que quedaron atrapados en el autobús.

— ¿Por qué no me mataron? —Su voz salía entrecortada por la angustia—. ¿De qué sirvo si apenas puedo moverme?

—Tú eras de la Nación Escarlata —Comenzó a decir el muchacho—. Y tengo entendido que aún queda una sede en pie... ¿verdad?

—Ya veo... Entonces solo me usaran para su propio beneficio.

—Desde donde yo lo veo el beneficio es mutuo. Nos ayudas y te ayudamos, todos ganamos.

— ¿Por qué debería llevarte? Podrías ser alguien de la Nación Oscura que busca infiltrarse y destruir la nación por dentro, créeme, no caeré en esa dos veces.

Jaser resopló.

—Bueno, creo que no tengo manera de convencerte de que no soy de esa nación.

—Jaser no es de la Nación Oscura, jamás lo sería —Respondió Inna con seriedad—. Puede que no tengamos forma de demostrártelo, pero aun así puedo asegurarte que él es la persona más confiable que conocí luego de que el mundo se fue a la basura —Inna observó a Máximo sin pestañar—. Te ofrezco algo. Llévanos ahí, a la Nación Escarlata, y enciérranos si es necesario. Da igual si estamos entre barrotes, no me voy a rendir hasta que mi compañero consiga lograr su objetivo.

Jaser observó con asombro a Inna, esas palabras habían logrado cautivarlo.

—Quizás puedas conocer al señor de los zombis de una vez por todas —dijo Inna en una sonrisa—. Quizás él también pueda comprenderme.

—Zeta... —Balbuceó Máximo perdiendo la mirada en el suelo.

— ¿Entonces? —Inquirió Inna—. ¿Nos llevarías a los cinco contigo?

Máximo asintió dubitativo. 

—Lo haré, pero al llegar se entregarán a permanecer encerrados. No les puedo prometer más, allá deciden los cuatro presidentes, no tengo ningún poder ahí.

—Bien, yo no tengo problema con eso, te lo agradezco mucho... Lo siento, aun no sé tu nombre.

—Soy Máximo —Respondió—. Era presidente de la sede de la Nación Escarlata que fue destruida...

—Ya sabía yo que eras alguien duro de roer, aunque tenía las esperanzas de que tú fueras el señor de los zombis —comentó entre risas—. Supongo que lo veré allá.

—Hay algo que tienes que saber acerca de eso —Interrumpió Máximo extinguiendo su tono de voz—. Zeta, o como dices, El señor de los zombis —dijo tomándose unos segundos para continuar—. Está muerto.


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