1. La muerte es para los débiles (II)
—Tenemos que seguir —comunicó Franco con seriedad cortando el momento—. La entrada se encuentra colapsada de bichos. Es preferible entrar por el estacionamiento.
El grupo acató silenciosamente la recomendación de Franco. Una vez en el portón trasero que daba acceso al estacionamiento de su extinto hogar, se ocuparon de despejar el tinglado de sus nuevos y malditos residentes. Solo unos pocos quedaban; Anna se encargó de eliminar a dos Cortadores con su fusil mientras Sam utilizaba sus siempre fieles navajas para terminar con los zombis que quedaban.
—Ese fue el último —anunció la oji verde, mientras observaba con detenimiento en una sola dirección.
—Bien hecho, Sam —la felicitó Rex, pero al observar con cuidado el rostro de la muchacha, descifró en ella un atisbo de tristeza—. ¿Qué pasa?
No tuvo respuesta, pero el solo seguir la frívola mirada de Samantha fue suficiente para enterarse de todo. A escasos pasos de ellos se encontraba el cadáver de una persona que Sam daría todo por olvidarla y borrarla de su mente para siempre: Abigail, la joven impostora que trabajaba a la par de la Nación Oscura y autora de la hecatombe que dejó en ruinas a la Nación Escarlata.
El enfrentamiento con Abigail había dejado una huella en la muchacha que recordaría por siempre. Lamentándose minuto a minuto el hecho de haber asesinado a un ser humano. Algo completamente fuera de su ética, y que sabía bien que ese tortuoso fantasma la perseguiría hasta el final de sus días.
Rex sabía que debía decir algo para calmar la situación, pero su mente se encontraba en blanco. No encontraba las palabras justas para animar a la muchacha, lo que lo llevó a optar por el silencio.
—Continuemos... —expresó Samantha haciendo un esfuerzo sobrehumano para volver en sí—. Hay que seguir...
La muchacha se alejó mientras acomodaba el lazo que sostenía su cabello dejando a Rex junto al cuerpo muerto de Abigail. El joven la observó por unos instantes.
—Seguro Zeta sabría qué decir...
Franco asomó su cabeza por la abertura del portón que conectaba al patio trasero de la nación, donde anteriormente se hallaba el edificio del presidente y el de las celdas.
—Imposible, son muchísimos —aseveró Franco volviendo a cerrar la puerta con cuidado—. Llegar a la sala de armas será imposible, ni siquiera podremos pasar al despacho de Máximo para buscar algo de utilidad ahí. Nos tendremos que conformar con lo que encontremos aquí.
—Tiene que haber una manera —comentó Rex, acercándose a la puerta para observar—. Puede que sean muchos, pero podemos acabarlos uno por uno si los atraemos hasta aquí y los matamos con armas blancas.
—Nos tomará todo el día, además dudo que encontremos algo de utilidad. En la batalla se utilizaron la gran mayoría de armas, si encontramos algo será por suerte.
—Supongo que no podemos hacer más, tendremos que volver y buscar en otro lugar —agregó Esteban, alegre por la noticia de no tener que lidiar con todos esos monstruos.
En ese momento, Anna recordó algo y se lo comunicó a Samantha.
—Tienes razón, lo había olvidado. Escuchen chicos —advirtió la oji verde—. Anna acaba de decirme que si logramos llegar al despacho de Max, podremos encontrar las armas de reserva que él tenía escondidas por el lugar. Además su habitación contenía una nevera pequeña, quizás ahí quede algún resto de comida.
—Ya lo he dicho, hay una horda entera ahí fuera —objetó Franco cruzándose de brazos—. No hay forma de ir a ningún lado sin un arsenal para acabar con estos bichos.
— ¿Qué tal si los electrocutamos? —inquirió Rex.
— ¿Cómo?
—Cuando estábamos en la división de Parkour pudimos electrocutar centenares de monstruos, si conseguimos agua y una fuente de electricidad...
—Lamento interrumpirte, pero creo que no será posible —intervino el joven militar—. Por más que consigamos el agua suficiente para mojarlos a todos, ya no hay electricidad en esta zona.
— ¡Mierda!
Rex desvió la mirada al cielo, necesitaba una solución rápida. Rebuscó en su mente distintas maneras de acabar con todos esos zombis que deambulaban sin rumbo por la nación, pero ninguna opción estaba dentro de sus posibilidades actuales. Tenía que pensar algo rápido antes de que el grupo perdiera el interés por rebuscar el lugar y decidieran marcharse, pero por más que pensaba ninguna solución llegaba a su cabeza.
—Como dije, no hay mucho que hacer aquí, una lástima —comentó Franco mientras se alejaba—. La única opción es saltar las cabezas de los bichos, o simplemente marcharnos. Opto por la segunda.
— ¿Qué dijiste? —preguntó Rex.
—Que nos marchamos, no hay nada que hacer...
Rex sonrió con confianza, ya había conseguido una idea y un plan perfecto.
—En realidad, todavía si hay algo que podemos hacer —comentó el joven mecánico agigantado aún más su sonrisa y dirigiendo su mirada a uno de los ventanales del muro del tinglado—. Gracias Jin.
*****
— ¿Estás seguro... que esto es seguro? —inquirió Franco con preocupación, observado la importante distancia que había ahora entre ellos y el suelo.
—Tranquilo, no será difícil. Sujétate bien e intenta no mirar abajo, sobre todo cuando salgamos afuera.
Rex y Franco se encontraban ahora sobre una plataforma de trabajo, a unos cinco metros de altura. La brillante y radical idea de Renzo consistía en utilizar los ventanales para lograr un salto y alcanzar el despacho de Máximo desde las alturas. Un plan que no parecía hacerle mucha gracia a Franco.
—Más vale que encontremos algo bueno allá.
—No tenía idea que te asustaban las alturas.
—Es esta plataforma la que no me inspira confianza.
—Como sea, solo sígueme y repite lo que haga —explicó Rex—. ¡Ahí voy!
Rex se trepó al ventanal y sin perder tiempo se impulsó en un gran salto. En el trayecto fue inevitable ver como sobrevolaba las cabezas de los monstruos bajo sus pies. El aterrizaje en la saliente fue perfecto, suave y ligero, digno de uno de los mejores alumnos de su fallecido maestro. Una vez afuera, Renzo ya no podía hablar, no si no quería despertar la curiosidad de todos los zombis especiales; indicó con unas señas a Franco para que saltara de una vez.
Franco repitió el proceso que había visto de su compañero. Piso la superficie del ventanal que daba al exterior, su mirada se posicionó inevitablemente en cada uno de los bichos que se arremolinaban como abejas. Estaban lejos, pero sabía que un error le costaría la vida, y él no era un fiel practicante del arte del Parkour y sabía sus limitaciones; pero aun así, la distancia de salto no era algo imposible para un ex militar de su calibre, por lo que decidió dejar de atrasar el trámite y saltar. El impulso fue realizado con las dos piernas, sus manos se alargaron y sus pies alcanzaron a la perfección la saliente del edificio de Máximo.
—Muy bien, fue un buen salto —lo felicitó Rex, mientras se deslizaba por la saliente para llegar a uno de los ventanales—. Por aquí —ingresó Rex luego de romper el cristal con cuidado.
—Parece que estamos en la habitación de Máximo —dijo Franco, comenzando a revisar todo el sector en busca de provisiones.
—Según las chicas, las armas estarán en algún lugar por aquí —expresó Renzo—. Tú encárgate de buscar todo, yo debo ir a otra parte.
—Espera, ¿a dónde crees que vas?
—Tengo que hacer algo...
—Si me di cuenta de eso —espetó Franco acercándose a Rex—. Solo trato de pensar que no eres tan idiota cómo para ir a buscar el diario de tu amigo.
Rex torció el labio.
—Piensa lo que quieras. No te obligo a que me acompañes, solo que me esperes aquí.
— ¿Crees que vas a encontrar algo útil en ese diario?
—Por lo menos algunas respuestas —se plantó Rex—. Algo que nos ayude a comprender que quieren de Zeta. Si vamos en su rescate tenemos que tener toda la información posible y quizás ahí diga algo que nos beneficie.
—Es tu culo, haz lo que quieras. Yo solo advierto las cosas una vez, luego corre por tu cuenta.
—Sé lo que hago, tranquilo, volveré antes de que termines de revisar este lugar.
—Bien, pero antes... —Franco le ofreció una pequeña radio—. Si vas a morir, avísame, así no tendré que esperarte todo el día.
—Gracias, eso creo.
Renzo tomo la radio y se dirigió hasta el pasillo, abrió una de las ventanas y salió al exterior. Recordó cuando había hecho este recorrido la primera vez junto con Jin, y luego una vez más, pero en esa vez, también los acompañaba Zeta; en el cual decidieron escapar una noche a una licorería ubicada a unas manzanas de la nación.
Habían pasado bebiendo y charlando durante largas horas; unos cuantos Nocturnos casi arruinan el momento, pero para su suerte Jin siempre se mantenía sobrio a causa de su estricta regla de cero bebidas alcohólicas. Rex atesoraba aquellos días en su memoria. Cada recuerdo de su fallecido maestro de Parkour lo colocaba en una amarga situación de tristeza, en el cual ahora se sumaba el secuestro de Zeta. Rex sabía que ya no podría recuperar a quienes habían abandonado este mundo, pero mientras tuviera la oportunidad, se esforzaría al máximo para cuidar y proteger a quienes todavía se encontraran vivos.
Rex aterrizó en la saliente que llegaba al ventanal de los baños, cruzar no resultaba tarea difícil para él. Recorrió con cautela los pasillos, pisando con cuidado cada azulejo y observando cada rincón. Dos zombis se encontraban fuera de los baños, mientras que otro más parecía recorrer los lavamanos. No entendía bien porque, pero la situación lo puso nervioso y enfundó su navaja cuatro veces para completar su ritual, y así luego asestarle un corte limpio y preciso en el cráneo del monstruo.
Repitió el procedimiento con los dos que se encontraban afuera, afortunadamente para él, no había muchos en el piso superior. El joven asomó su cabeza para observar por la baranda; sus ojos se abrieron de sorpresa al ver como una cantidad exorbitante de criaturas se paseaban por el patio principal de la nación con sus putrefactos y malolientes cuerpos. Bajo ningún concepto podía permitir que todos esos seres lo descubriesen, por lo que tenía que operar lo más sigiloso y cauteloso posible.
El joven se movilizó por el pasillo cuidando cada paso que daba, intentando mantener una respiración uniforme, sin hacer ruidos. Podía escuchar a varios zombis cercanos, pero el sonido se confundía con facilidad con el resto de la horda que se encontraban abajo. Al llegar a la esquina, observó el camino que daba hacia las escaleras, un zombi había tropezado y se arrastraba por las escaleras hacia su posición.
No fue muy difícil asesinarlo con su navaja, por suerte no había más amenazas cerca de la escalera, aunque su objetivo no era bajar por ahí, por lo que dio la vuelta y continuó por el pasillo virando en la esquina a su derecha.
El pasillo se extendía a lo largo, varias puertas daban acceso a lo que antes era la habitación de hombres de la nación. El joven mecánico ingresó, sabía que las cosas a partir de aquí serían más difíciles, muy poca era la luz que ingresaba a la enorme sala repleta de dos hileras de camas, y ya había divisado tres siluetas moviéndose en la oscuridad.
Su corazón comenzó a bombear más rápido y la adrenalina comenzaba a hacer su trabajo mientras Renzo avanzaba cuidadoso hasta su objetivo. La sexta cama, era ahí a donde se dirigía, pero uno de esos monstruos deambulaba cercano. Rex sabía que tenía que reducirlo, pero no quería tener que alertar a los otros dos que se encontraban un poco más lejos, y no resultaría problema alguno si no lo detectaban.
El joven se acercó cauto y sereno por la espalda del zombi, sus manos temblaban al realizar el ritual, odiaba con su ser tener que repetirlo una y otra vez, todo sería tan sencillo si pudiese hacerlo como los demás. Rex abandonó ese pensamiento pesimista y se concentró, se acercó a su presa y atacó.
Su ataque fue preciso, quebrándole el cráneo, el zombi bufó y gimió antes de caer, Rex sujetó el cuerpo y lo depositó en una de las camas. Por suerte nadie lo había escuchado, eso era buena señal, ahora podía proceder con más tranquilidad.
El muchacho se secó la traspiración de la frente, esa gorra a menudo lo hacía sudar bastante, pero no tenía intenciones de quitársela. Revisó la cama, revolvió las sabanas, buscó por debajo, pero no lo encontraba. En ese momento escuchó un diminuto ruido en la habitación, un zombi se había golpeado con la puerta de entrada, pero los otros dos que ya estaban dentro no se inmutaron. Por lo que decidió acabar con él luego, de todas formas no estaba tan cerca.
El joven continuó buscando, esta vez revisando la almohada dio con un objeto duro en su interior. Por fin lo había encontrado. El diario de Zeta ya estaba en sus manos. Rex no pudo evitar sentir un poco de nostalgia por su amigo, pero ahora no tenía tiempo para eso, debía salir de ahí cuanto antes. El muchacho volteó para marcharse pero algo lo tomó desprevenido. Dos esferas de iris grisáceas lo observaban a escasos centímetros, un espeluznante rostro ensangrentado y sin labios, con la mandíbula torcida, se abalanzó hacia el muchacho.
Rex tropezó y cayó al suelo, la criatura se lanzó encima de él sin benevolencia. El muchacho apenas podía resistir la fuerza del monstruo con un solo brazo; por si fuera poco, el zombi comenzaba a emitir sonidos guturales más fuertes de lo que a Rex le gustaría, sabía que sería cuestión de tiempo que los otros lo escucharan. Tenía que ser rápido, pero la fuerza que ejercía la criatura era demasiado para él, lo que le impedía el poder utilizar su navaja. Salvia mezclada con sangre caían de a gotas sobre Rex, no podía permitirse desperdiciar un segundo más. Los putrefactos dientes de la bestia estaban a escasos centímetros de su rostro, inhalo profundo, e hizo algo de lo que se arrepentiría más tarde.
—Cuatro... —el monstruo clavó sus dientes en algo duro y metálico, un reluciente cañón de color rojo con diseños dorados se encontraba ahora dentro de su boca, Rex introdujo la Beretta aún más empujando a la criatura, y disparó.
La sangre salió despedida de su cráneo y el cuerpo cayó a un lado. Rex se incorporó con rapidez, su corazón se aceleró y todas sus alarmas internas se encendieron al máximo. El ruido del arma fue tremendamente sonoro, sabía que todos los zombis lo habían escuchado y ahora era objetivo de presa de todos.
— ¡¿Qué demonios fue eso?! —Franco había hablado por el radio.
—Las cosas se complicaron un poco...—comentó Rex, contestando mientras observaba como varios monstruos ingresaban a las habitaciones en su busca—. Van a tener que salir de aquí sin mí.
— ¿Qué?, ¿Qué mierda te paso?
— ¡No hay tiempo! —Rex avanzaba mientras disparaba—. ¡Buscaré otra salida! ¡Los veo en la entrada principal de la nación!
— ¡¿Te volviste loco?! ¿Sabes cuantos hay...? —Rex arrojó la radio y continuó su camino.
El joven mecánico pateó a un zombi que se le aproximaba y derribó a otro de un empujón para poder salir de las habitaciones. Una vez fuera, fue sorprendido por un grupo de muertos que se aproximaban por el pasillo izquierdo, por lo que resolvió correr hacia la dirección opuesta. En el trayecto podía observar como una enorme cantidad se arremolinaban desesperadamente para subir por las escaleras; la esquina y el sector de baños se encontraba colapsada de monstruos, Rex tuvo que saltar hacia la barandilla y bordearlos por afuera para evadir chocar con ellos. La altura debajo de sus pies era imponente, todos los zombis debajo se exasperaban por llegar hasta él, un paso en falso y sería su fin.
El joven continuó bordeando la baranda hasta llegar a la esquina, una vez ahí, se impulsó hacia el pasamanos consecutivo logrando llegar al pasillo que daba acceso a las habitaciones de las damas. El caudal de criaturas era mucho menor de ese lado, Rex continuó corriendo por el pasillo, no sabía exactamente hacia dónde ir. Tenía en claro que si continuaba recto el pasillo terminaría y no habría lugar para correr.
Rex continuó su carrera evadiendo y empujando a los zombis que salían de las habitaciones; por su mente pasó la idea de cruzar por el puente que conectaba ambos edificios y arrojarse al vació para lograr alcanzar la puerta principal, pero ese pensamiento fue rechazado por un percance de último minuto.
Un zombi Parca atravesó el puente a toda velocidad para interceptarlo, y se impulsó en un veloz salto para alcanzarlo; pero Rex se anticipó arrastrándose en el último segundo, para luego empujar el suelo con su mano y volver de pie al instante.
El Parca aterrizó chocándose con el muro de las habitaciones, pero el golpe no lo detiene y continúa la persecución. Renzo por su lado notó el final del trayecto a unos cuantos pasos, el recorrido finalizaría pronto y la única opción que quedaba era saltar al vació y ser recibido por una horda hambrienta de caníbales moribundos.
Aún con todas en su contra, el muchacho continuó corriendo, aumentando su velocidad en el último tramo. Su mente había resuelto el problema en un solo segundo, solo tenía que ser rápido y contar con una cuota inmensa de suerte. No se desanimó, saltó hacia el frente, utilizó un pie para pisar los pasamanos y tomar el impulso necesario para dar un gran salto de fe.
Sus manos y sus pies revolotearon en el aire, intentando llegar lo más lejos posible, su vista se dirigió a cada uno de los zombis que había debajo de él. Su cuerpo comenzó a perder velocidad y a descender, solo faltaba un poco más para llegar; Rex extendió su brazo con todas sus fuerzas, estaba a escasos centímetros de lograrlo. Podía hacerlo.
El joven cayó, pero su brazo había alcanzado su objetivo y su mano se aferró a la barandilla de las pasarelas que utilizaban los centinelas para custodiar las afueras de la nación. Su cuerpo se balanceó en el aire hasta recuperar estabilidad. Le costó un poco de trabajo subir, primero tuvo que dejar el diario en la plataforma y luego subir con ambos brazos. Un gran alivio recorrió su ser una vez pudo pasar todo su cuerpo al otro lado. Pero las cosas no habían terminado para él.
El zombi Parca continuó el recorrido de Rex y saltó hacia las pasarelas, pero su velocidad fue demasiada y su putrefacto cuerpo chocó con la base, provocando que la estructura tambaleara.
El equilibrio de Rex se vio irrumpido cuando la pasarela de desplazó unos centímetros hacia abajo. El metal bajo sus pies emitieron una serie de chirridos poco alentadores, la estructura comenzó a ceder e inclinarse todavía más. Rex se apresuró para llegar a los muros, tomó el diario de Zeta y corrió.
Las pasarelas comenzaron a derrumbarse a sus pies, al parecer la Nación Oscura había dañado gran parte de la estructura volviéndola completamente inestable. Rex corrió tan rápido como pudo mientras la estructura se balanceaba en un vaivén constante, desencajándose parte por parte.
Renzo dio un último salto aferrándose al muro de la nación, mientras las pasarelas terminaban de derrumbarse bajo él, y una vez más, tuvo que colocar el diario en un lugar seguro antes de poder trepar.
Rex se decidió a tomar un breve descanso sentado en la cima del muro. Se sentía insignificante con tantos monstruos allá abajo intentando cazarlo y se preguntó internamente si Franco y los demás llegarían a rescatarlo. Supuso que de momento mientras no bajase estaría bien y podría esperar lo que fuera necesario, de todas maneras, ninguno podía alcanzarlo.
En ese momento, se escuchó un rugir a la distancia. Rex sonrió, no podía hacer otra cosa, la ironía le resultaba graciosa en esa instancia.
—Hijo de perra... —murmuró Rex con desanimomientras observaba como una criatura de tres metros de músculos y viserascolgando se acercaba directamente a él.
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