Capítulo 11: Los gemelos.


Cuando Zuleima había despertado de su sueño profundo, más bien inducido por una cantidad monstruosa de dolor en su cuerpo, notó que ya no estaba en el centro de aquel circulo de libertinaje, si no dentro de una cabaña, acostada en lo que era una cama de algodón.

El cielo del exterior había pegado en el rostro de Zuleima y este parecía ser del mismo color que el cielo del lugar anterior.

- ¿Qué demonios...?

-No hagas mucho esfuerzo, Zuly – Dijo una voz familiar a lado de ella, la cual era de un joven con apariencia de un trabajador de la época de la revolución industrial.

Mirándolo fijamente, Zuleima se había mostrado algo sorprendida y alegre.

-David – Dijo Zuleima.

-Si... el mismo.

- ¿Qué fue lo que pasó? – Preguntó Zuleima intentando levantarse, siendo auxiliada por David.

-Te desmayaste en el centro del circulo de la lujuria. De no se por Nora y algunos de sus lacayos, probablemente hubieras muerto.

-Si es que se puede morir... claro – Dijo Zuleima.

-El punto es que sigues aquí y bien... ¡Ah por cierto! – Dijo David sacando un boleto rojo de su pantalón – Esto estaba a lado tuyo cuando perdiste el conocimiento.

-El boleto rojo – Dijo Zuleima arrebatándoselo a David – Se suponía que debía ir al centro del círculo.

-Y así es pequeña Zuleima – Dijo una voz femenina, la cual estaba en la otra esquina de la cabaña.

-Tu... – Dijo Zuleima viendo a una mujer desnuda, con apariencia humana, con algunos huevecillos saliendo de su vagina.

-Si Zuleima – Dijo Nora.

-Pero...

-Oye – Dijo Nora – Me hubiera encantado que mi naturaleza de diablo fuera mejor recibida en el mundo real, o en este siquiera. Ayudarte es un favor que yo me hago... no te sientas especial.

-Oh – Dijo Zuleima – Entonces necesito irme de aquí. Gracias David y gracias a usted también, Nora.

-No hay de que – Dijo Nora.

-Dejame acompañarte, no quedaste bien, y además... – Dijo David.

-Tranquilo – Dijo Zuleima interrumpiendo a David – Voy a estar bien. Solo necesito que cuides a la niña y a los gemelos.

-Espero poder encontrarlos.

- ¿Qué? – Preguntó Zuleima, interrumpiéndose a ella misma - ¡Maldita sea! Luego me cuentas.

Zuleima corrió afuera de la cabaña, no sin antes tomar su bata oscura y ponérsela. Viendo como el lugar era el mismo, salvo que ahora se encontraba a unos metros del centro, decidió ir tranquilamente allí.

Caminando un poco, puso el boleto en el centro y este, como si de un bumerán se tratase, volvió a Zuleima, abriendo un vórtice de arena, por el cual entró Zuleima.

La rutina era la misma de las dos veces anteriores; dejarse llevar, tener cuidado de no desmayarse y sentirse apretada por la arena.

Cuando por fin sintió los pies libres, pudo prepararse para la caída, probablemente en un lugar duro, o tal vez sería sorprendida con un sitio suave como la vez anterior.

No obstante, su caída fue en un sitio que se podía deformar fácilmente. Rápidamente intentó levantarse, pero todo a espaldas de ella era sumamente pegajoso e incomodo de tocar. Al notar la textura pudo deducir que no era para nada tierra o algo similar. Todo tenía una forma peculiarmente familiar. No obstante, la nariz le hizo entender en que estaba recostada.

El hedor a frambuesas con plátano, el dulce aroma de la crema batida y el sabor de la nariz que producía un helado de vainilla le hicieron entender en donde se encontraba; había caído en lo que parecía ser un batido de plátano en un helado de vainilla.

Todo era pegajoso y olía delicioso. Intentó levantarse, pero no pudo hacerlo sin ser ayudada. Zuleima fue socorrida por una pata.

Esta pata era la de un perro negro, el cual no podía ver claramente.

Cuando por fin pudo salir de aquel batido, pudo ver que eso era un estanque oculto, repleto de azucarada bebida.

Saliendo pudo notar un ridículo contraste en lo que los otros círculos habían sido.

El cielo era blanco como el algodón de azúcar, el resto de la tierra tenía un hedor empalagoso y repugnante de cosas saladas y dulces en una mezcolanza nauseabunda.

Empezando a caminar para bajar por la pendiente, pudo ver varias tazas, en las cuales había sangre en los bordes, derramándose lentamente hasta caer en el suelo. Se encontraba en lo que parecían ser las tazas rodantes de la feria, o quizá tenían otro nombre. Estas eran sumamente curiosas y divertidas, aunque no eran lo mejor de aquellos lugares.

Sus padres siempre iban con ella, al menos, después de que fuera una niña con problemas.

Siguiendo en su caminata con curiosidad en su mente, notó como los sonidos de un sabueso emergían de aquellas tazas. Lanzando desde el interior hacia afuera lo que parecían ser trozos de una persona.

Brazos con algo del pecho y un poco de las costillas, completamente secos, salieron disparados de una de las tazas.

Con nervios, Zuleima empezó a subir la taza de donde salió disparado aquel brazo y vio una escena repulsiva.

Era un hombre calvo, con algo de cabello en sus cienes y parte de su cabeza, cerca del lóbulo occipital, comiendo de forma frenética, sin asediar su hambre, con el estómago abierto y siendo destrozado por un perro deforme.

Este hombre tenía la apariencia de un padre de iglesia de la edad oscura o la época de la inquisición. Lloraba y reía a la par que devoraba alimentos de todas partes, emergiendo de la misma taza como también de su propio estómago. Su boca tenía una mezcolanza nauseabunda de todos los alimentos en una forma líquida, combinados con saliva y algo de sangre. Lloraba y se veía triste, frustrado, asustado y mortuoriamente afligido.

Aquel hombre no era para nada el problema. Lo más repulsivo era el sabueso. A diferencia de lo que había entendido Zuleima por un cerbero, aquella cosa era sumamente repulsiva, peor que un cerbero.

Tenía fauces por todas partes, su cola tenía forma de un árbol bronquial con diversos dientes, su piel estaba pálida cual muerto, sus ojos eran irreconocibles en el mar de dientes aleatorios en su piel. Tenía tres cabezas de fauces deformes, su rostro no tenía nada de similitud con el de un perro, si no que eran más semejantes a una medusa o tal vez a una estrella de mar. Todo era sumamente ajeno a lo que había conocido en su vida humana.

Había partes de su piel que mostraban un musculo expuesto, la carne de arriba del musculo, la epidermis del canino estaba desgarrada, tenía llagas y de ellas salía liquido purulento. Sus ladridos y sonidos de degustación del cuerpo del obeso padre eran los de un perro con algo de gravedad en su garganta. Su lengua era larga, rasposa y con algunas figuras emergentes de la misma. Pequeños dientes en su lengua, que en realidad eran similares a las lenguas de los leones. Rasposas y dolorosamente, pasaban la carne a la garganta del perro.

Lo que veía no era un perro normal, si no un cerbero con forma de un perro de tindalos, o algo similar. Aquel cerbero no podía entrar en ninguna categoría. Su cuerpo era sumamente delgado, casi esquelético, mientras que su piel y sus fauces cósmicas solo eran pertenecientes de los mas recónditos, morbosos y grotescos parajes de la mente más enferma del mundo en el que antes había habitado Zuleima.

Cuando aquella criatura miró directamente a Zuleima, no pudo si no detenerse en seco. Ambos se miraron fijamente. El cerbero deforme empezó a gruñir, al instante que Zuleima, por debajo del plano observable de la criatura, sacó sus garras, preparada para cualquier movimiento que aquella cosa quisiera tomar sobre ella.

Desapareciendo la mano en el campo visual de la criatura, Zuleima tomó más confianza de su acción y preparó su mano para arrancarle el rostro al perro poliforme.

-Espera – Dijo una voz detrás de ella.

- ¿Quién dijo eso? – Zuleima dijo después de voltear de forma alterada y dejar que el cerbero se fuera corriendo de manera nerviosa.

-No lo ataques – Dijo la misma voz detrás de ella, percatándose que era el trio de hermanos que había visto con David en el limbo.

- ¿Ustedes? – Dijo Zuleima - ¿Qué están haciendo aquí?

-Eso no importa ahora... lo importante es que no puedes atacar a los cerberos como si nada.

-Esas cosas no son cerberos – Dijo Zuleima.

-Son una raza extraña, si, lo comprendo – Dijo uno de los gemelos – Pero aun así ellos son eso. No puedes atacarlos. Intervendrías de forma inesperada en el ciclo de vida de ellos. Están aquí para encargarse de los pecadores de la gula más morbosa y sórdida que te puedas imaginar. Y tú, aunque te tengamos respeto y agradezcamos tu ayuda en el limbo, no puedes meterte en esto sin asumir las consecuencias, o mejor dicho, no puedes ni siquiera intentar meterte. Es algo que va más allá de tu conocimiento.

-Entonces... ¿Qué se supone que deba hacer? – Dijo Zuleima.

-Solo síguenos. Vamos al quinto circulo. En unas cuantas lunas empezarán las peleas sucias en el círculo de los iracundos.

- ¿Cómo salen de este círculo?

-Tenemos un boleto rojo. Este boleto nos permite ir a los círculos que necesitemos atravesar. Sin embargo, no nos deja si no hemos cumplido con los requisitos.

- ¿Y cuáles son esos requisitos?

-Son algo complicados. Varían por persona. En nuestro caso, debemos encontrar un misterioso artefacto que se encuentra en la barriga de alguno de los condenados de este círculo.

- ¿De los glotones? – Dijo Zuleima riendo un poco.

-Si – Dijo uno de los gemelos, el de en medio específicamente – Solo que no sabemos cual es el correcto y nos aterra enfrentarnos a alguno de los cerberos.

-No se preocupen – Dijo Zuleima – Si me dejan pasar con ustedes, espero que si, les prometo ayudarles.

- ¿Harías eso por nosotros?

-Pero antes díganme si puedo acompañarlos aun sin saber mis requisitos.

-Si estás invitada, sí. Además, necesitas un boleto...

Antes de que el gemelo terminase, Zuleima sacó el boleto de su bolsillo.

-Oh – Dijo el gemelo algo asombrado – Entonces no debería haber ningún problema si nos acompañas.

-Perfecto – Dijo Zuleima, dejándose caer de la taza - ¿Con que los ayudo?

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