Capítulo 1. ¿Quieres bailar el tango de la muerte?
Estoy jodida.
En realidad, estoy jodidísima. No sé cómo se me ha ocurrido que venir aquí sin un plan sería una buena idea. Pero así soy yo, siempre improvisando. Así que cuando recibí la invitación para este gran evento, donde estarían presentes las personalidades más destacadas de la ciudad, junto con un elegante vestido amarillo, decidí que tenía que acudir.
Junto con la prenda había una carta con un enigmático mensaje que no he logrado descifrar. Lo siento, no se me dan bien esas cosas, ¿vale? Solo decía que tenía que proteger a alguien. Es gracioso, ¿no? Yo protegiendo a alguien.
No es el tipo de trabajos que me suelen encargar. Si no fuera por el hecho de que el vestido está claramente hecho para mí, diría que se lo entregaron a la persona equivocada. Pero, de todos modos, no podía perderme esta fiesta. Aquí hay un montón de gente importante. Estoy segura de que en este lugar tan elegante podré llevarme un buen pellizquito, o al menos eso creo, a juzgar por el tamaño de las joyas de esa señora que está bebiendo una copa de champán mientras sonríe y asiente como una idiota a lo que le dice su interlocutor.
Llevo haciendo este tipo de trabajos desde que tenía quince años. Soy como Robin Hood, pero en vez de dárselo a los pobres, me lo quedo para mí. Eso también es una buena acción ¿no? ¿Quién juzga quién es el bueno o el malo? Todos somos el malo de alguna historia. Además, si no hiciera esto, no sé de qué viviría. Mataron a mi familia cuando era pequeña, y desde entonces soy la última sirena que queda. Y os preguntaréis, si eres una sirena, ¿por qué no vives en el mar y dejas de robar? El caso es que la vida en el mar es muy aburrida para mí por el hecho de que no tengo nadie con quien hablar o salir por ahí. Y, bueno, ya sabéis, la ciudad no está tan mal. Pero bueno ahora mismo no tengo tiempo para explicar eso. Tengo cosas más importantes que hacer.
Los últimos rayos del sol se filtran a través de los cristales de la lujosa villa situada frente al mar, iluminando el salón repleto de personas ataviadas con sus mejores galas. Paseo mi mirada por la sala intentando adivinar qué es exactamente lo que he venido a hacer aquí, cuando un piano comienza a sonar levemente.
https://youtu.be/KB_w2O-Dopo
Siento una mirada clavada en mí, y aunque he tratado de mantenerme alejada del centro de la estancia, parece que todo el mundo ha dado un paso atrás dejándome al descubierto. Cuando los violines irrumpen de forma rítmica, creando la melodía propia de un tango, miro al frente y es así como me encuentro con mi peor pesadilla avanzando lentamente hacia mí.
Nuestras miradas se cruzan, nos evaluamos esperando saber cuáles son las intenciones del otro. Pero antes de que pueda siquiera darme cuenta de lo que está ocurriendo, él ya ha llegado hasta a mí.
Por un momento, siento que giramos el uno alrededor del otro, analizando nuestras debilidades, listos para atacar. Y entonces me tiende una mano, que no dudo en observar como si me repugnara. De hecho, lo hace. Hay personas con las que no merece la pena malgastar el tiempo, pero como ya he dicho: todos somos el malo en alguna historia. Y él en la mía es el diablo.
—¿Quieres bailar, señorita? —me pregunta mientas los violines comienzan a quejarse.
Doy media vuelta con agilidad, dándole la espalda a su proposición. Quiero escapar de él y de todo lo que significa.
—Prefiero morir antes, gracias —contesto con una sonrisa.
Antes de que pueda huir, me agarra por la cintura, pegándome contra su cuerpo. El contacto con su piel provoca que un millón de recuerdos caiga sobre mí, haciéndome olvidar por un momento dónde estoy. Coloca sus labios contra mi oreja y susurra:
—En eso consiste.
Acto seguido, giramos mientras los violines lloran por la distancia que hay entre nuestros cuerpos. Entonces quedamos de nuevo frente a frente, girando juntos en este salón, del que el resto de invitados parecen haberse esfumado.
—Dime, ¿qué haces aquí? —murmura cerca de mi boca.
Igual que los instrumentos de viento que gimen desesperados, mi corazón late desbocado y no me puedo sentir más estúpida después de todo lo que me hizo. Me coge de la muñeca y me da varias vueltas, hasta que terminamos mirándonos una vez más a los ojos. Me abraza, apoyando su barbilla en mi cuello, acariciando mi cuerpo como si fuera lo más valioso que tiene. Por un momento, incluso me lo creo.
Aprovecho el momento para devolverle el abrazo de forma fingida y extraer el arma que siempre guarda bajo la chaqueta, sin que se dé cuenta.
—Pues te resultará gracioso, pero no lo sé. Me imagino que lo contrario que tú. ¿Qué estás haciendo tú aquí? —pregunto, apartándome.
Cuando me alejo se percata de que su pistola está ahora en mis manos, así que me agarra del brazo de manera brusca. Me giro sorprendida pues recuerdo que estamos en un salón repleto de personas, pero nadie está pendiente de nosotros. Hay muchas parejas más bailando, nosotros solo somos una más.
Él aprovecha el agarre de mi mano para girar sobre nosotros mismos, mientras forcejeamos por el arma. Se queda detrás de mí mientras continuamos esta danza en la que solo uno puede resultar vencedor. Damos cientos de vueltas al tiempo que la música se torna más intensa.
Giro sobre mí misma para deshacerme de su agarre, permitiéndole quedarse con su arma, pero hago todo lo posible para que no consiga su objetivo. Pego mi cuerpo al suyo y lo arrastro unos pasos hacia atrás. Observo que su mirada se gira desesperada hacia un hombre que observa con una copa en la mano cómo el resto de los invitados danzan a su alrededor.
Le dedico media sonrisa maliciosa a mi odiado compañero de baile.
—Oh, te acabas de delatar —susurro complacida.
Él se ríe como respuesta a mi comentario. Me escabullo de entre sus manos antes de que pueda detenerme, y otros brazos me encuentran. Giro un par de veces con mi nueva pareja sin perder de vista al objetivo, ni a mi enemigo. Pero esos nuevos brazos son traidores y me devuelven por donde había venido.
—Volvemos a encontrarnos —comenta él.
Vuelve a abrazarme, por un momento siento que nuestros cuerpos encajan a la perfección y que nuestro destino es estar juntos para siempre. Un escalofrío me recorre con la siguiente nota de la canción. Todo se desvanece, como hizo nuestro amor, si es que alguna vez lo hubo.
—Por desgracia, siempre lo hacemos —respondo con una mueca.
—Basta de cháchara —susurra, y todo rastro de amabilidad desaparece de su rostro.
Antes de que pueda darme cuenta, su arma vuelve a estar en su mano. De nuevo nos hemos separado. Me ha dado una vuelta, para pegar su pecho a mi espalda, y ahora apunta al hombre que sigue sonriente, ajeno a lo que está ocurriendo entre nosotros.
Estiro de su brazo, desestabilizándolo, y aunque intenta agarrarme con más fuerza, consigo zafarme. Alzo mi pierna para propinarle una patada en la mano, que le pilla desprevenido, y así consigo que la pistola salga despedida a unos metros. Es el tiempo suficiente que necesitaba para alejarme de esos abrazos malditos. Me pierdo entre la multitud buscando el arma, perdiéndolo a él de vista.
Los últimos acordes de la canción mueren y la sala estalla en un aplauso. La pista de baile se despeja, lo que me permite encontrar la pistola unos pasos más allá. La recojo del suelo y me diluyo entre los asistentes.
—¡Gracias a todos por venir a la fiesta de cumpleaños de mi hija! Es muy importante para nosotros —dice una voz.
Me giro y veo que pertenece al hombre al que debo proteger. Esto solo hace que se exponga más. Me muerdo los labios y me retuerzo las manos sin saber qué hacer. ¿Él sería el único que habrá venido esta noche a matarlo? Supongo que no. Y si lo fuera, supongo que su plan no sería matarlo en una sala repleta de gente.
—Mi hija ya es toda una señorita, y nos complace que hayáis tenido un hueco para acompañarnos en este día —continúa—. ¡Felicidades, Venus!
—¡Felicidades, Venus! —exclaman todos como respuesta.
El hombre se ríe, bebe un trago y pregunta:
—¿Quién quiere que abra sus regalos?
Lo miro con incredulidad. ¿Cómo puede pensar en regalos en un momento así?
De repente, una mano se posa en mi hombro. Me sobresalto y me doy la vuelta, lista para defenderme. Pero solo es un camarero, que me ofrece una bandeja con canapés.
—Gracias, no tengo hambre –digo rechazando la oferta.
El camarero se aleja y yo vuelvo a concentrarme en la tarea que tengo entre manos. Algo me dice que esta noche aún no ha terminado.
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