Capítulo 4 "Delirio y Desconsuelo"

YVAINE

Capítulo 4 "Delirio y Desconsuelo"

El mar...

No podía tratarse de otra cosa más que el mar...

La temperatura tan baja, que recorría su cuerpo entero, le llevaba a tiritar, mientras su carne amenazaba con sucumbir al congelamiento. De continuar de aquel modo, se cubriría de escarcha, pero todo aquello a su alrededor... todo aquello destruyéndolo, no importaba. Estaba seguro que nadie podría sacarlo de ahí. La oscuridad era tan profunda que solo podía dejarse engullir, mientras caía en medio del flote en las aguas que lo mecían en medio de su quietud. Estaba seguro que su piel desnuda no soportaría el ataque del hielo de tal forma.

No había rey, no había bestia, solo él, con el veneno que lo recorría por entero y que finalmente lo había derribado, cual buscara su final ineludible. Después de todo ese tiempo asustado y ocultando su sentir de su amor... su gran y único amor. Había terminado... podría descansar.

Separó los labios al sentir el alivio recorriéndole el pecho, con lo que el poco de aire que aún guardaba, se escapó, chocando de inmediato con los componentes del agua, reflejado en algunas burbujas.

Mismos labios que yacían separados y jadeantes, escurriendo líquido grumoso oscurecido por el paso del tiempo. Con los colmillos sumamente pronunciados, volviéndolo un ser de sangre, garras y carne.

La bestia, con todas sus características vigorizadas, yacía parado en una rama de un cedro alto, en el que sus alas se confundían con la frondosidad de los árboles en lo nocturno. Sus músculos tensos, cuyas fibras asemejaban al estiramiento, brindaban espasticidad a sus movimientos, notándose entre dolorosos e innaturales, cual el alimento que había logrado obtener finalmente se hubiera adaptado a su interior, acrecentando su fuerza dentro de aquel cuerpo una vez esbelto como un delicado pero aguerrido príncipe, ahora pavoroso guerrero.

Los pantalones ceñidos a su figura, deshilados por la brusca racha de acontecimientos que lo han llevado de un lugar a otro en aquella condición, parecían no poder contenerlo más en tal estado. Deslizados un tanto más abajo de las crestas sobresalientes de su cadera que al haber perdido su fajín, revelaban su bajo vientre, mientras el ocupante entre sus piernas mostraba un crecimiento equivalente con su imponente presencia, cual buscara su propia liberación y satisfacción, denotando la incomodidad que le acompañaba con aquella respiración desigual.

Las gemas doradas resplandecieron al nivel de su rostro, apenas visibles entre sus mechones lacios, que, mecidos por el viento de la noche, le cubrían. Pero siguieron el movimiento de la manada de perros con que los soldados se habían adentrado en el bosque. Las antorchas resonaron en sus pupilas, como un temor anidado en su pecho desde pequeño. Ser perseguido para ser asesinado... era algo que conocía muy bien.

Estaba por tirarse desde tal altura, cuando la sensopercepción le atinó a voltear a la izquierda, para esquivar una flecha, seguida de dos más que no pudo más que repeler de un golpe con el ala. Blancura que lo había delatado, para recibir una cuarta en el hombro al quedar descubierto. El rugido que salió de garganta se escuchó por toda la zona. Obligando a los soldados a cambiar de rumbo y dirigirse con pasos rápidos hasta el lugar.

—¡Puede volar! ¡Esa cosa puede volar!

Los gritos ensordecedores se acrecentaban a medida que el espacio que la separaba de su víctima se reducía. Corría con todas sus fuerzas, mientras el sonido de los alaridos humanos, inundaba el lugar.

¡Por favor resistan!gritaba en su mente, mientras su larga cabellera castaña se mecía al viento, a su paso. Con la espada desenvainada y el látigo listo, detuvo el paso agitado que llevaba, con el llegar a la basta planicie rodeada de árboles. Miraba a los alrededores y no notaba nada. Los hombres tras ella, empezaron a amontonarse esperando órdenes.

Lo creyó perdido, cuando un fardo pesado cayó ante ella, salpicándole el rostro. No notaba con exactitud de qué se trataba, pero el olor sin duda alguna era el del líquido de hierro.

Un subordinado, se adelantó para corroborar. —¡¿Qué demonios?! —gritó, separándose del cadáver que volteó. Encontrándolo con el rostro arrancado y el vientre abierto, mientras las vísceras pendían hacia un lado, lo que lo llevó de inmediato a devolver el contenido de su estómago.

—¿Qué...?... —lo miró horrorizada la capitana. —¿Qué es eso que tiene en la garganta?...

—Es... Una flecha... una flecha de los cazadores de Overworld. —explicó mientras se recuperaba el soldado.

—Una de nuestras flechas... —apretó los puños. —¿Acaso esa cosa piensa?... —Volteó hacia su ejército. —¡Qué nadie se separe de esta zona!

—¡AHHHHHHH! —Se escuchó desde atrás, mientras uno a uno cual fueran engullidos dentro de la oscuridad, eran jalados hacia atrás, con el avanzar de un círculo. Con el agitar de los arbustos por el movimiento brusco.

—¡No disparen! —detuvo a la guardia al verlos alistando flechas. —¡No desperdicien! ¡No hasta verlo!

Y aunque así fuera la orden, las extremidades temblorosas no bajaban la guardia, apuntando al vacío eterno de la noche frente a ellos, mientras el sonido de los soldados arrastrándose tras los arbustos, les distraía.

—¡Aaaggh! —gritó en pánico uno de los arqueros, dejando ir la flecha incandescente que sostenía, la que llegó a impactar a uno de los soldados malheridos, quemándole la ropa, por lo que rodó al suelo, encendiendo a su paso, las hojas caídas de los árboles, creando con rapidez una inmensa malla calurosa de fuego y humo.

—¡Les dije que no dispararan hasta mi señal! —gritó ofuscada, pero su preocupación fue menguando a la incredulidad al ver a la bestia, alumbrada por las llamas. ¿Era... un humano?...

—¡Por los dioses! —empezaron a retroceder, corriendo bosque adentro. Lo que los habían mandado a cazar no era un monstruo como aquel... Inmensos cuernos sobresalientes espeluznantes de su cráneo, sumergido en aquella mata interminable de cabello. Cargando sobre su espalda el peso de aquellas enormes alas...

—No... no puede ser... —Pronunció sin darse cuenta que su temor, afectaría a sus allegados. Más aun... los alentaría a pensar en la posible respuesta a la imposibilidad que planteaba.

—En el reino... solo había un ser con esas alas... y... el sacerdote dijo que era un demonio... lo había matado... ¿Cómo es posible?... —apuntó su flecha venenosa en la dirección de la bestia. —Voy a destruirlo... —los ojos entre temblores de aquel soldado, parecían indecisos de disparar, con el temor de exponerse a ser descubierto como agresor. —¡Los ha matado! —cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos. —¡Es el rey! —gritó a todo pulmón, llamando la atención de los cercanos. —¡El rey demonio! ¡Alistair!

Ante la mención, la comandante, se sintió estática. —No podía ser cierto... ¿Verdad?... —su respiración se aceleró al comprobarlo por si misma, aunque la distancia fuera grande, podía verlo con la claridad de las llamas. Aunque tan cambiado que poco... muy poco reconocible. —¿Ali?... —La imagen del apuesto príncipe que llevaba en el corazón, se traslapó con la de la bestia que tenía a escasos metros de frente. Su cabello... su piel... podría jurar que eran del mismo tono de color. ¿Pero qué le había pasado?... Es más... ¡¿Estaba vivo?!

La mirada de la espadachín se llenó de lágrimas al pensar, que tras haber presenciado su muerte en la plaza, más acontecimientos le hubieran sucedido. Sus alas... eran de colores diferentes. ¿Por qué?...

—¿Liena—san?... —preguntó con el alma a punto de tomar el control de sus acciones, el soldado, con la flecha. La mirada de una forma tan perturbada, que si no accedía, estaba segura que dispararía por su cuenta. Pero de ninguna manera podía permitir que lo hirieran... si era él... si se trataba de él... ¿Pero qué decir?... Si la gente se enteraba de que posiblemente era Alistair... el ser despreciable que había acabado con tantas vidas, sin duda alguna reclamarían su cabeza de nuevo.

¿Debía solo dejarlo suceder?... ¿Por qué tendría que protegerlo?... Si su deber era acabar con la bestia que tanto daño había causado... —cerró los ojos con fuerza. Y tras unos segundos volteó hacia el soldado, bastante consternada, mientras las lágrimas le brotaban incontenibles. —Lo lamento...

—¿Senpai?... —temblaron los ojos de los soldados al verla, levantar su espada de un movimiento rápido y preciso, mientras el sonido del metal cortando el aire inundó sus oídos, cuando se dieron cuenta, estaban en el piso, desangrándose. —Trai... dora... está... con el demonio...

Alistair levantó la mirada para observar como al otro lado de la malla incendiada, la mujer de larga cabellera incrustaba el filo de su espada en los cuerpos de sus subordinados. El olor de la sangre llegó hasta su sentido olfatorio, por lo que sonrió... o su rostro adquiría tal apariencia con la separación de sus colmillos, acomodando su quijada para continuar con la cacería.

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La respiración le faltaba luego de haberse librado de todos aquellos que pudieran revelar el secreto del ex rey. Había manchado sus manos con la sangre de su propia gente. La sensación de volverse una traidora hacia su propio pueblo la enfermaba, pero, todo tendría sentido al final... ¿verdad?... Levantó la mirada hacia el lugar donde lo observó por última vez y su sorpresa fue encontrar el terreno vacío.

—¿Dónde...? —empezó a voltear en todas direcciones, atascada con tantos pensamientos de muerte y redención mezclados en su cabeza. Cuando de un momento a otro, su rostro se raspaba contra el suelo, en medio de la incredulidad. No lo había sentido venir. Estaba sobre ella, respirando entrecortado, mientras su aliento pegaba con fuerza contra su mejilla, el olor a sangre era tan profundo que la mareó. Trató de moverse pero le resultaba imposible con su peso sobre ella, por lo que tanteó con la mano derecha, alguna manera de halarlo, pero no tocaba más que la piel desnuda de su abdomen, sintiéndolo tensionado y rígido; En verdad tenía una fuerza descomunal.

—Ali... —dejó de luchar al sentirse perdida con aquella nueva faceta de su una vez amado. No podía enfrentársele, aunque fuera su deber. Pero tampoco podía dejarse matar... ¿Qué debía hacer?... La mano que había bajado hasta su abdomen dejó de luchar, limitándose a dar una última caricia que lo estremeció, retrayéndose sobre ella, en busca de más de aquel placer que le recorrió la espalda con su tacto.

Momento que maestra, aprovechó para sacar su látigo de debajo y extenderlo hacia adelante para atraparlo, la longitud se enredó en sus cuernos y de un movimiento hacia abajo lo obligó a virar a estrellarse contra la tierra. Acción que aprovechó para sentarse sobre su espalda y halarle la cabeza hacia atrás, mientras trataba de no caer presa del terror ante los alaridos de la bestia, que se observaba molesto y adolorido.

Aquellas grandes prominencias en su cabeza, se contrastaban con las pequeñas protuberancias de las que todo nacido en Overworld era esclavo. Ella misma había tocado innumerables veces los cuernos que emergían en la cabeza del aquel entonces príncipe. ¿Cómo era posible que pudiera ahora arrearlo de ellas?... —¿Ali?... ¡¿Ali, en verdad eres tú?!

Ante el inesperado receso en la confrontación, la respiración agitada de ambos se exhibía al aire fresco de la noche.

—¡Vas a estar bien! ¡Todo va a estar bien! ¡Pero por favor, escúchame! —su petición fue seguida del rugido de guerra que emergió de sus adentros al ponerse en pie, aún con ella sobre su espalda, quien al ver la situación, deslizó su látigo a su frente y de esta a la garganta del ex rey, para privarlo de la respiración.

—¡Aaagggh! —salió corrompido de su garganta el sonido gutural.

—¡Vuelve en ti! —lo arrastró con aquel agarre hasta la base de una enorme piedra, que consideró perfecta para despojarlo del control de su cuerpo, obligándolo a recostarse sobre la misma, mientras el agarre de su cuello se tensaba de ambos lados para aprisionarlo contra la roca, que clavó con dos estacas, sintiéndolo asfixiar.

Aquella retención no iba a durar mucho, por lo que debía enfocarse en traerlo de vuelta de aquel estado...

—¡Aaaagggh! —continuaba con su desesperación reflejada en gritos inhumanos, mientras movía sus alas en descontrol buscando liberarse, pero la piedra le impedía batirlas y aunque sus pies, tocaran el suelo, la posición sobre la roca no le brindaba el equilibrio que necesitaba para intentar ponerse en pie, mientras sus manos se aferraban al látigo, tratando de zafarlo de su cuello.

La extensión de su columna sobre la gran piedra, le llevaba a sentir cual si las vértebras se separaran poco a poco, en pequeños impactos dolorosos que lo recorrían, después de pasar tanto tiempo flexionado sobre su ser, al no poder mantener la posición estilizada y erguida que siempre lo caracterizó.

La vista de las costillas saltando con cada respiración alborotada, precediendo a aquel plano vientre, le denotaba lo dificultoso que le resultaba respirar en aquella posición, por lo que la espadachín decidió acercarse finalmente. Pero solo se encontró con aquella penetrante mirada dorada que amenazaba con devorarla si se acercaba más, mientras el gruñido prolongado vibraba entre sus mandíbulas apretadas.

¿Acaso su conciencia realmente se había perdido?

—¡Alistair! —gritó buscando ser reconocida o por lo menos entendida, pero el ser sobre la piedra no hacía más que empujar hacia adelante su pecho y caderas buscando librarse de la atadura, mientras el agarre en su garganta, se apretaba cada vez más fuerte con sus movimientos violentos.

—¡Detente!, ¡Si sigues así, vas a hacerte daño! —gritó afligida, para entonces voltear en la dirección en la que venían, tratando de ver algo a la distancia, resultado inútil. No había más que los dos, rodeados de los cadáveres de sus hombres.—Estaba segura que nos alcanzarías... ¿Dónde estás... Eugeo?...

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Las manos delicadas, pero marcadas por el trabajo del campo, se apoyaron sobre el filo de la mesa, buscando resguardo para no caerse. Su respiración agitaba denotaba el cansancio que, con el esfuerzo de día con día en su búsqueda, se acrecentaba. Hasta que finalmente, aquella presencia errática se había detenido.

—Está cerca... ¡Muy cerca! —Se irguió para pensar en tomar la decisión acertada. Había pasado tanto tiempo tratando de encontrarlo, que ahora no podía perder la oportunidad que su poder le había brindado. Miró hacia su bebé, que dormía plácidamente en la canasta donde una vez la recostó su padre y cual el hecho se lo recordara, no aceptara dormir en otro lugar.

Caminó hasta y se agachó para explicarle los acontecimientos con dulzura. —Yvaine... iremos por tu papá... él nos necesita... como nosotras a él... —Se levantó y tras buscar la manta para afianzar a su bebé a la espalda, estuvo lista para salir a la intemperie al encuentro con su marido.

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La sensación se estrangulamiento se volvía más vívida segundo con segundo, por lo que mantenía los ojos apretados con fuerza y el gruñido entre sus dientes no podía ser expulsado, mientras su cuello yacía estirado hacia atrás, en busca de por lo menos un pequeño volumen de aire. Pero ni los suspiros duraban demasiado. Su rostro enrojecido por el esfuerzo, denotaba su deseo inmenso de huir.

La maestra, había decidido pararse ahí... a verlo morir... ¿Qué podría hacer si no era eso?... El torrente de sus lágrimas no la abandonaría jamás... tal vez... una vez acabara con él, la siguiente sería ella misma, ya que estaba segura que no soportaría quitarle la vida al ser que tanto amó... amaba...

—Ali... por favor... perdóname... —cayó arrodillada frente a la bestia que se retorcía sobre la piedra, buscando aún liberarse de aquel martirio que aprisionaba su cuello, hasta que poco a poco sus movimientos empezaron a cesar, ante la mirada angustiada de la mujer que alguna vez compartió su vida con él.

Le resultaba imposible no comparar los dos momentos que marcarían un antes y un después con su príncipe. Antes de él... la desdicha y el deshonor... y después de él... otro sentimiento exactamente igual, aunque provocado por razones diferentes.

Vivía en su mundo, acostumbrada a obedecer, al clero, a su futuro marido... a las exigencias de la corona, por la debida enseñanza al príncipe heredero. Niño malcriado y consentido por todo el mundo del que no esperaba mucho; pensaba que no serviría de nada enseñarle técnicas que jamás pondría en práctica, porque no se acostumbraba que los monarcas se tramaran en la lucha. Pero él... resultó tan diferente de como se lo pintó a si misma...

Llegó a convertirse en la luz que esperaban sus ojos cada mañana, con el simple hecho de reunirse a practicar las artes de la espada que rápidamente aprendió de ella. Se volvió su compañero de anécdotas interesantes y risas vespertinas, la importancia que él había cobrado dentro de su corazón era inmensa y absoluta. Podía confiar en él.

Alistair sabía todo de ella... desde sus flores favoritas hasta el desagrado terrible que enfrentaba al ser reclamada en los aposentos de su prometido. Pero jamás pensó que las cosas entre los dos podrían evolucionar más allá de eso. Después de todo, por muy hermoso que el príncipe le pareciera, ella estaba por desposarse y él... era el futuro rey, cuyo decimo cuarto cumpleaños estaba por acercarse y con él la pelea contra Underworld.

A pesar que fueron juntos en la misma campaña, sus tropas tuvieron que dividirse y ella quedó con la guardia real a las entradas de Underworld, mientras el joven príncipe con las demás tropas se adentraron al reino lo más que pudieron. La sangre derramada en ambos lugares fue inmensa, la catástrofe los había arrasado y al encontrarse en el camino de vuelta a su propio reino, no podía más que preguntar por él y su salud. De la que ninguno de los médicos presentes se hacía responsable, los daños en el cuerpo del futuro rey eran tan sanguinarios que no presentaban buen pronóstico.

Los días pasaron en medio de los vendajes ensangrentados pasando frente a sus narices, cada vez que la puerta de los aposentos reales se abría y dejaba verlo a la distancia. Tanto Eugeo como Alice trataban de permanecer la mayor cantidad de tiempo posible escoltando su puerta para resguardarlo, pero no pudieron protegerlo del mismo Clero.

La Prima Notchie de la que alguna vez habían hablado, había llegado y sin importar su salud iba a ser sometido al ritual, por la doncella del Clero, Sachisa. No podía creerlo...

No quería creerlo... ¿Iban a obligarlo?...

Una vez hubo pasado todo aquello, no deseaba ver a nadie... manifestaba no tener apetito y todo el día la pasaba encerrado, por lo que menos fue el contacto que pudo tener. Solo se enteraba que por lo menos había dado un que otro bocado, a manos de Alice.

Hasta ese extraño... y a la vez... hermoso día. Estaba practicando en el campo, con la espada de madera, debía retomar sus actividades cotidianas, era una guerrera de Overworld por lo que debía estar a la altura. Maestra del futuro rey... no era nada menos que eso. Hasta que las palabras de Eugeo llegaron para cambiarle la vida.

—Liena—san... Ali... El príncipe Alistair... —respiraba entrecortado, tratando de recuperar el aire que el cansancio le robó.

—Tranquilo Eugeo... ¿Qué pasó? —la preocupación en su mirada se posó sobre el rostro del rubio, que bajó la mirada sin saber a ciencia cierta cómo explicarle.

—El príncipe... ha tenido una reacción... y... no sabemos cómo tratarlo... él no quiere acudir al médico de la corte...

—Claro... después de todo lo que le han hecho... vamos, llévame con él. —Eugeo le tomó la palabra y a paso veloz, tratando de no ser vistos, tomaron el escape corto que conectaba las escaleras que conducían a los aposentos reales con el jardín a través de la cocina.

Los pasos se acunaron en la entrada de los aposentos reales, observados por los ojos de perla, que desde su cama miraba como la luz que entraba se distorsionaba con las sombras.

La puerta se abrió, dejando entrar la iluminación, coloreando de oscuridad sus rostros en la sombra.

—¿Eugeo?... te dije que no deseo ver a nadie...

Los ojos de esmeralda, recorrieron la habitación, y al notar que estaba solo, hizo lo mismo a asomarse por el pasillo, empujando de a poco a Liena para que entrara a la recámara.

—Ella... la maestra vino a ayudar... —trató de explicar su mejor amigo, por lo que el príncipe, bajó la mirada.

—Quiero estar solo...

—¿Puedo... acercarme?... —preguntó un tanto tímida en la entrada. Nunca había estado en sus aposentos por lo que no dejaba de ser una experiencia un tanto aterradora. Ninguna doncella tenía permitido el acceso más que la doncella del ritual y su escolta personal.

—Yo... estaré afuera... iré... a... —no encontraba qué lugar sería el más adecuado de mencionar, ya que dijera lo que dijera estaba seguro que en un momento como ese, daría exactamente igual. Por lo que reverenciándolos a ambos, el rubio salió de la habitación.

Al ver la abrupta huida del escolta, decidió caminar sin ser invitada, después de todo, si habían buscado su ayuda, era porque podría realizar algo en el beneficio de su monarca.

Tomó la silla del escritorio y la acercó para colocarla al lado de la cama, donde el príncipe aguardaba bajo las sábanas con la faz sonrojada cual febril.

—¿Ali?...

—Esto no fue buena idea... —se cubrió por completo con la frondosa sábana.

—Si se siente afiebrado su alteza, puedo mandar a traer algún remedio... no es necesario que vea al médico de la corte...

—No es eso... —habló aún bajo las sábanas. —Es que...

—Por favor... sabe que puede confiar en mí...

—Sí... —se quitó la sábana de la cara y la miró, mostrándole su preocupado estar. —Creo que Eugeo tenía razón al ir por ti... hay... tantas lagunas en mi cabeza... que... no recuerdo nada muy bien... pero... a las personas que llevo en mi pecho... no las he olvidado... y sé que una de ellas eres tú... y como mujer... es posible que puedas ayudarme...

—¿Eh?... —abrió los ojos sorprendida al escucharlo. —¿A... qué te refieres?... —se interesó por la extrañeza de sus palabras y acercó un poco más a la cama. —¿Estás bien? ¿Qué pasa?

—Antes que nada... quiero que sepas que te respeto muchísimo... pero... que... —bajó la mirada y apretó los dientes. —Debido a la experiencia que sé... que me has confiado que has tenido... no se me ocurrió nadie mejor que tú para que me ayude...

La mirada de la espadachín tembló ante sus palabras, decayendo, esforzándose por no haber entendido lo que le dijo. —¿Experiencia... en combate?... —no quería sentirse amedrentada por haber sido recibida con un secreto confiado, después de todo lo que le había confesado que había pasado con su prometido era verdad, pero era demasiado bochornoso admitirlo.

—No... —cual pensar en ese tipo de temática acrecentara su estado, cerró los ojos, mientras sus piernas temblaban. —Perdóname, no debí... —mencionó, tratando de vencerse a si mismo, al apretar los ojos y los dientes, pero fue detenido por la mano de la maestra que se posó sobre la suya.

—Perdóname a mí... estoy segura que es un tema delicado... lo sé por tu expresión... después de todo, te conozco muy bien... y este par de años de diferencia entre los dos... me hace capaz de comprender cuando en verdad me necesitas.

—Liena—san... —la mirada perla se tornó vidriosa ante sus palabras.

—Por favor, cuéntame que sucede. ¿Es algo que tiene que ver con el ritual de la prima Notchie, verdad?

—¿Cómo lo supiste?...

—Bueno... por las palabras que usaste al pedir mi ayuda y al ver tu rostro...

—Bueno... sí... desde... que sucedió... hubo días... en que mi centro parecía despertar...pero con pensar en que se tranquilizara, lograba domarlo... pero hoy... no hace más que luchar por mantenerse y hablar de esto... lo pone peor... —cerró los ojos, para entonces apoyarse sobre el colchón —y no tengo idea por qué... tengo miedo...

—Mm... entiendo... —trató de mantenerse serena, al ver su aflicción genuina. —A veces... digamos que la sensibilidad aumenta, si usted come algún alimento en cuyas propiedades esté tal efecto... o un sueño que lo impulse... o simplemente es la naturaleza demostrándole su crecimiento, su alteza.

—Pero... si no he estado con ninguna mujer para que pase esto... no más allá del ritual...

—Es que no sucede solamente al estar con una mujer... aunque sin duda las mujeres son una buena forma de reducirlo. —Explicó sonrojada y conteniendo la respiración ante sus propias palabras. Durante los entrenamientos infinidad de veces le había tocado los brazos, manos y espalda, incluso metido sus piernas entre las suyas para indicarle posturas y al hacerlo, no podía evitar sentirse plena y más en ese momento... cuando la posibilidad de sobrepasar aquel límite latía frente a ella, era incontrolable.

—Entonces... por favor... ayúdame...

—Alteza...

Las miradas entre ambos representaban la ansiedad por romper la separación que sus títulos les daban. Puede que tenerla tan cerca y admirar sus atributos empezara a cobrar regalías sobre su condición. Después de todo, con nadie estuvo antes cuerpo a cuerpo como con ella, sintiendo su respiración en cada ataque, cada festejo con lograr los requerimientos, cada pose. Sin darse cuenta estaban cada vez más cerca uno del otro, deseándose sin entender que el llamado de su piel, era esa necesidad por permanecer juntos...

—Abre la boca... —prácticamente le ordenó, mientras acercaba su rostro al suyo y con ello, la unión entre sus labios de aquella manera feroz, inició. Y tras besarse arduamente por algunos momentos, separaron sus labios, pero sin soltarse.

—Eso... —la gentil voz del príncipe se había profundizado. —Me puso peor...

—¿Alguna vez habías besado a alguien?... —buscó la respuesta en su mirada fulgurante plata.

—N... —por alguna razón que no comprendía, le negativa se tardó en deslizar por su lengua. —No... se siente muy bien... —jadeó frente a sus labios.

—¿Puedo... besar otras partes de su cuerpo?... alteza... —le susurró al oído, lo que lo dejó sin palabras, pero logró asentir con un leve movimiento de cabeza. Al que le siguió el deslizar de la bata con que dormía a los lados de sus hombros.

Poco a poco fue recostado sobre los almohadones y todas las sensaciones que lo invadieron, se volvieron como un brebaje que se refregaba contra su piel, eliminando las impurezas que desde el ritual de la prima Notchie sentía sobre sí.

Innumerables sonidos que se mezclan con su saliva a la saliente de su garganta al sentirla acariciándolo con delicadeza y pasión por la dedicación que le brindaba. Trataban de ser acallados por el temor a ser escuchado, pero le resultaba imposible concentrarse, mientras sus piernas temblaban al sentirla entre ellas.

—¡No más! ¡Ya no puedo...m...ás! —metió sus manos entre ella y su entrepierna, al sentir cual perdiera el control de su cuerpo, mientras las lágrimas se resumían en sus orbes cristalinos. La sensación horrenda de verterse dentro de la chica del ritual era lo último que le faltaba por superar.

—¿He sido demasiado agresiva?... —levantó su rostro hacia él, sonrojada y preocupada.

—Para nada...pero... siento... que pronto... si seguimos haciendo esto... todo se derramará... —apretó los párpados con fuerza al confesarse, mencionar tales atrocidades frente a una dama... frente a su maestra... aún no era procesado por su cerebro.

—No debes preocuparte por eso... que para eso estoy aquí...

—Liena—san...

—Liena... —lo corrigió, a lo que él asintió con dulzura, entendiendo el momento, para entonces echar la cabeza hacia atrás, al sentirla continuar con su cometido.

No fueron muchos minutos después, en los que buscando no ser vista, se asomó afuera de los aposentos y salió. Terminado el encuentro al dejarlo tranquilo y liberado. Situación que se siguió por meses, cada vez menos controlable, buscando amarse en los pasillos, en la sala de trono, el tejado, los balcones. Aunque se sintiera suya, se sabía de otro... compartiendo el lecho con dos hombres a la vez... situación que el príncipe sabía pero no le importaba...

—¿Irte?... No... ¡No lo permitiré! —Tras tres años de romance oculto, finalmente llegaba el momento que ambos sabían que tarde o temprano les alcanzaría. Su matrimonio arreglado con aquel caballero que desde hace tanto la pretendía como suya. Imposible de rechazar para preservar su dignidad y no ser condenada por adulterio.

—¿Prefieres verme... muerta... que con otro?... ¡Sabes que yo lo preferiría así! Pero si no me caso con Eldrie... las habladurías contra ti, se propagarán...

—Sabes que como futuro rey, puedo escoger a mi esposa... ¿Cómo más quieres que te pida que seas mi reina? —preguntó con las lágrimas amenazantes por salir.

—¿Reina?... Ali... —lo tomó por las mejillas para que le viera, en medio de su consternación. —Soy un caballero de la guardia real... ¿Cómo podría aspirar a ser reina?...Si la gente sabe que estoy comprometida con Eldrie... y me ha hecho suya... —No pudo sostenerle la mirada, al sentir las piernas fallarle, se deslizó desde su pecho hasta caer al piso, dónde él la sostuvo.

—Yo también te hice mía... muchas veces... —respondió dolido.

—Por favor, Mi señor... —trató de seguir explicando, pero el dolor en la mirada de acero era tal, que no pudo soportar más la charla.

—No me llames así... vete... —se levantó y volteó.

—Sabes... que, aunque me vaya del castillo... siempre que necesiten de mí...

—Eso no sucederá... —apretó los labios tras pronunciar. Y se mantuvo estoico hasta que escuchó la puerta cerrarse tras de él. Sintiéndose libre de poder lamentarse como su corazón se lo pedía, al sentir la oleada de soledad invadiéndolo. El viento se llevó sus lamentos recubiertos de lágrimas que desesperadas caían como corrientes por sus mejillas. De las pocas cosas que sentía suyas y seguras en su mundo... a su lado... la persona a la que amaba y se había dedicado por completo, no había sido más que un espejismo.

Su llanto se escuchaba tras la puerta cerrada del salón del trono, donde había quedado estática por el dolor en su pecho al oírlo.

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Mantenía su mirada hacia el suelo, aún podía escuchar el roce de la ropa del ex rey contra la piedra, seguía vivo... cuando el movimiento empezó a volverse violento, tuvo que alzar la mirada para ver lo que estaba sucediendo. Después de haberse quedado tranquilo casi por completo, había empezado a pujar para zafarse, impulsándose con el pecho y arqueando la cadera, mientras pronunciaba pequeños jadeos dolorosos.

—No Ali... no luches más... —trató de reincorporarse cuando notó como a la lejanía la vestimenta clara de una mujer se acercaba, con lo que los movimientos de la bestia se acrecentaron.

—M...i... —gruñó con todo lo que sus cuerdas vocales le brindaban de momento. —dios...a... —Las pupilas de oro se traslucieron con la plata brillante, cual su conciencia como hombre tratara de regresar a su cuerpo.

—¿¡Ali?! ¡¿Ali?! —el grito se escuchó más claro a medida que avanzó, hasta finalmente llegar a su lado. Ante la mirada atónita de la espadachín que se había resignado a abandonarlo en medio de la soledad de la muerte al no tener idea de cómo regresarlo a la normalidad, mientras ella... solamente con su aparición, había logrado que expusiera una palabra... y justamente se refería al llamado de su ser. ¿Qué tanto poder tenía ella sobre Alistair?...

—Sta... —con dificultad obligó a sus labios a moverse y pronunciar el nombre de su diosa —ci...a... —fue un silbido ahogado.

—Ali, aquí estoy —se arrodillo donde el ex rey quien clamaba su presencia, aún en su estado bestia detuvo su envestida, calmándose cuando la diosa buscó entre su largo y ensangrentado cabello su rostro —¡Ali! ¡Ali! —repetía incansablemente al unir sus frentes.

—Mi... dio... sa... —su voz dolorosa parecía ser el grito de su alma.

—Sí, soy yo mi amor —varias gotas cristalinas escaparon de sus ojos al notar el lamentable estado de su amado, quien había estado sufriendo un infierno... y ella no pudo estar a su lado para ayudarlo.

A pesar de la calma en la bestia ante la llegada de la reina, Liena no aflojó el agarre, mantuvo ejerciendo la presión en el cuello de su amado. Sentía que aunque la diosa se encontrara en ese lugar no podría controlar a Alistair y que en cualquier momento esa calma que reflejaba, podría desaparecer.

Luchando con el dolor en su pecho que se engrandecía al ver como esa mujer era todo para él, desvió la mirada de aquel reencuentro que no hacía más que demostrarle que lo que una vez tuvo con el rey ya no valía, al menos no para él.

—Yva....

La caballero aumentó el agarre en el cuello del ex rey al notar como su mano iba en busca de la mujer de cabellera atardecer, que no parecía notar las garras que le acechaban. Por lo que la bestia se quejó en un grito ahogado y apretó los párpados.

—¡Déjalo! —le gritó, al ver el sufrimiento de su amado — ¡Lo lastimas!

La caballero se detuvo al escuchar las suplicas de la diosa, que con suaves palabras le hablaba al que alguna vez fue rey.

—¡Él ya no es Alistair! —su declaración le humedeció la mirada —ya no es él... —el dolor se reflejaba en su mirada al hablar.

—Solo quiere tocar a Yui —expuso, ignorando la advertencia de la caballero.

Solo en ese momento Liena se dio cuenta del bulto que se movía en la espalda de la ex reina, abrió grande los ojos al percatarse que se trataba de un bebé; ¡El hijo de su amado rey!; El tiempo desde su destierro era ya demasiado para que el niño que la diosa cargaba en su vientre cuando todo aquel mar de dolor inició no hubiera nacido... ahora se daba cuenta de que todo ocurrió tan rápido.

—Ella está bien, se alegra de verte —con su mano trató de limpiarle la corriente carmesí que cubría su rostro —Todo estará bien ahora Ali, no dejare que te hagan daño —por más que intentaba era imposible deshacerse de la sangre, que no solo era suya, a simple vista notaba los pecados que cargaba su amado... unos que ella compartiría con él...

Y como si Alistair comprendiera que su diosa podía ver sus yerros, su conciencia pareció desvanecerse nuevamente, permitiéndole a la bestia continuar con su salvaje intento por ser liberado.

Stacia retrocedió al notarlo fuera de sí.

—¡Ali, tranquilízate! —suplicó... pero la oscuridad en sus ojos, parecía nublarlos — ¡Ali, cálmate! ¡lo que sea que hayas hecho, lo enfrentaremos juntos!

—Aléjate de él, ya no puede escucharte —la caballero luchó contra los violentos movimientos que parecían tener más fuerza que los anteriores, si seguía así terminaría cediendo y Alistair se escaparía después del esfuerzo y traición que cometió con el fin de mantener en secreto lo que pasaba con el antiguo rey de Overworld.

—¡Le haces daño! —gritó al ver como su amado chocaba contra la piedra.

—¿Es él o nosotras? —bufó, sintiéndose débil —Incluso hay un bebé aquí —siguió intentando controlarlo a su manera.

—¡Ali nunca nos lastimaría! —expuso con decisión al pararse frente al ex rey que en su estado de bestia continuaba dando pelea.

—¿Qué haces? ¡Aléjate o morirán!

La reina hizo caso omiso y sin pensarlo se lanzó a su amado para abrazarlo, haciéndole saber con su contacto que ella estaba ahí para ser su cadena... su freno.

La luz que débilmente inició manifestarse en el cuerpo de la diosa, la llenó por completo hasta hacer que su luz cual tatuajes iniciaran a consumir a la bestia que intentó luchar ante las marcas fuego que le rodeaban por completo.

Manos, rostro, piernas, cuernos, incluso sus alas que reflejaban el día y la noche, el bien y el mal; se extendieron como si buscaran escapar por medio del vuelo, pero en cambio fueron tatuadas por la ardiente llama que emitía la diosa en forma de calmante.

—No puede ser... —calló de rodillas, mientras el débil susurro escapó de sus labios. Sus manos se sintieron débiles y soltaron el látigo con el que intentó privar de la vida a la bestia.

El calor de paz que irradiaba aquella esfera de luz en que se transformó la pareja, parecía sacada de los cuentos mitológicos, como si el mismo sol hubiese bajado del cielo para calmar a la bestia en que se convirtió el hombre que alguna vez... amó.

Un poder que controló la sed de muerte y terror que se estuvo sembrando por meses en esa zona que moribunda, clamaba paz.

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—¿Quieres que te ayude con eso?

Stacia ignoró las palabras que sonaban tan parecidas a su amado, pero que contenían un rumbo muy diferente de las que su esposo ofrecería a ella.

Continuó alimentando a su hija, que de su pecho se nutría de leche. Su mirada oscura como la de su padre no se despegaba de los orbes de su madre, quien acariciaba sus cabellos con su mano libre, con cuidado de no rozarle sus agraciados cuernitos que eran tan sensibles, que tocarlos mientras estaba comiendo no era adecuado.

—Déjame cargar a Yvaine —pidió la bestia quien yacía amarrado de manos y pies y se encontraba sentado en el suelo y recostado en la pared.

—No puedes —la diosa cerró sus ojos para no verle.

Le era doloroso entender que, aunque utilizara su poder divino, no logró traer de nuevo a su amado, pudiendo controlar sólo su salvaje comportamiento, mas a cambio, quien se presentó fue la bestia que reclamaba el cuerpo de Alistar como suyo, la misma bestia que tanto daño le había hecho un año atrás en aquella mazmorra. Aún con la transformación que demostraba que no era su amado esposo el dueño de las palabras que le dedicaba.

Luego de recibir la ayuda de Liena, lograron amarrarlo y con dificultad traerlo sin que nadie sospechara hasta casa de la diosa, donde luego de asegurarle que encontraría una manera de traer de vuelta a Alistair, le pidió que mantuviera lo ocurrido en secreto.

Fue difícil convencer a la ex maestra de su amado, quien vociferó que solo colaboró con ella porque creía fielmente que Alistair regresaría a la normalidad, excusándose de que debía ir a reportar lo ocurrido al castillo, confiándole el cuidado del ex rey.

—Ella es mi hija —declaró con seguridad —Desátame y verás que puedo hacer un mejor trabajo que el inútil que ni siquiera sabe decir su nombre.

—No hables mal de Ali —le vio enfurecida por seguir hablando de esa manera de su amado.

—Yo soy Alistair —respondió mientras se movía, intentando romper las cadenas que lo privaban de su libertad.

—No, no lo eres...

—Si lo soy —le interrumpió —Misma voz, mismos ojos, mismo cuerpo —agregó logrando que ella se mordiera el labio.

—Es cierto... son lo mismo —la bestia rio, de manera que sus largos colmillos se dejaron ver —Pero a pesar que estas en el cuerpo de Ali, tu conciencia y corazón son diferentes.

—Te amo —la ruda voz se volvió seductora —Mi diosa es a la única que amo —movió su cabeza haciendo que su largo cabello le despejara el rostro. Conocía a la perfección las tácticas para provocar atracción hacia él, en ella.

Stacia trató de tranquilizarse al sentirse amedrentada por la forma tan similar y cariñosa... con que le hablaba, tal como lo haría su amado...

—Si me amaras no estarías bloqueándole el camino a mi Ali, apoderándote de su cuerpo de esa manera —dejó de acariciar los cabellos de su hija al darse cuenta que se quedó dormida.

—Es una lucha de amor que ese débil perdió —escupió sintiendo asco por el verdadero dueño de ese cuerpo —Ahora me perteneces.

—Ali no ha perdido —se levantó de la silla donde permaneció con el fin de vigilarlo —El regresará y te domará por completo. —Pronunció camino a la habitación contigua.

La bestia gruñó en forma de protesta por ser dejado solo, el sonido de las cadenas chocando entre si era tan fuerte que Stacia procuró dejar a su hija en la cama rápido para regresar a asegurarse que no se hubiera liberado.

Para su suerte las cadenas, que bendijo con su poder divino, parecían resistir a los bruscos intentos por escapar.

—Ahora que la niña se ha dormido puedes atenderme a mí —los lujuriosos ojos de la bestia analizaron por completo su cuerpo y los dotes que la maternidad le había brindado.

—Mantente en silencio o no te daré de cenar —habló indiferente mientras recordó lo tarde que era.

—No quiero comida, te deseo a ti, aferrándote de mis cuernos mientras te llenó con mi semilla y gimes mi nombre con fuerza —el seductor tono utilizado provocó lo contrarió en la diosa.

Al escucharlo lo observó. —Aunque lo intentaras... sería lo mismo que no hacer nada... porque la entrega se lleva acabo solamente con la persona que se ama... y mi corazón le pertenece solo a él... —respiró profundo, para no dejarse llevar por las emociones de saberlo perdido.

—¡Eres mi esposa, tengo derecho de disfrutar de tu cuerpo cuando quiera! —rugió con ira, logrando que un poco de sangre se derramara de su boca.

—No actúes imprudente —se preocupó al notar que de por sí el cuerpo de su amado se encontraba en un estado lamentable y si la bestia seguía dañándolo cuando su marido regresara sería riesgoso tratar de sobrevivir en un cuerpo moribundo.

—¿Así que no quieres que lastime mi recipiente? —habló triunfal al conocer sus pensamientos —Si no quieres que mutile el cuerpo de ese cobarde, ven y atiéndeme como una buena esposa —sin esperar respuesta inició a golpear su cabeza contra la pared, provocando que su largo cabello se manchara de nueva sangre.

—¡Alto! —se acercó a él deteniéndose a una distancia prudente —Deja de lastimarte —suplicó al ver como los largos cuernos iniciaban a destruir la pared de su hogar.

—Entonces... ¡Entrégate a mí! ¡Deja que me hunda en tu humedad! —siguió haciéndose daño —¿No ves cuanto te deseo?... ¿no lo notas? ¡Yo también te amo! ¡Te amo tanto que no puedo resistirlo!

Era imposible no notar el abultamiento en el pantalón semidesgarrado de la bestia, estaba demasiado excitado, pugnando por encontrar la liberación de sus eróticos deseos por ella... A su modo, cada grito para exigir la atención de la diosa, era un llamado desesperado de amor, saberla suya y mismo tiempo no... un amor salvaje que en su interior rugía como el animal que toda su vida se sintió...

Sintiendo que no podía permitir que siguiera hiriendo más el cuerpo de su amado, rompió los límites de seguridad y fue directo a tomarlo del rostro para evitar que siguiera provocándose daño.

Los ojos de la bestia se mantuvieron fijos en ella, que reprimía su preocupación, junto con el extraño sentimiento de las palabras mencionadas por la bestia... trató de sacar de su cabeza su proclamación de amor... no podía responder... porque no era su amado... ¿verdad?... Aunque si una parte de él... —le acarició la mejilla, mientras él mantenía su atención en el fino rostro de la deidad. Llegaría el día en que se aceptaría a si mismo... y entonces podría llegar a amarlo también... era un pensamiento profundo y extraño.

—¿Te entregarás a mí? —preguntó esperanzado al percibir su acercamiento, pero ella negó suavemente, algo que lo enfureció — ¡También te amo, maldita sea!

—Entiéndelo aunque sean la misma persona, al mismo tiempo no eres de quien me enamore —una lágrima escapó de su orbe —Mi amado Alistair no es el tipo de hombre que me obligaría por medio de amenazas solo para calmar sus urgencias.

Las manos encadenadas de la bestia fueron en busca del pecho de la diosa, que no hizo por detenerse, no hasta dejarle claro a quien amaba.

—Ali, es alguien que se preocupa por todos antes que el mismo —más lágrimas se desbordaron —Es un padre y esposo ejemplar que nos ama y nos protegería incluso de él —no le puso atención al jaloneo de su vestido, continuó hablando de la alegría que compartió con su esposo —El me demostró que podía amar y ser feliz, que a pesar de todo siempre nos encontraríamos y estaríamos juntos...

Los sollozos escaparon de sus labios como una súplica, un llamado desesperado para que le devolviera a su rey.

—... él es mi todo, mi vida y mi amor, no importa donde esté, yo siempre le esperaré, porque lo prometimos, no importa dónde o que nos separe nosotros nos buscaríamos... — sus ojos nublados con el llanto eran ajenos a los movimientos erráticos de la bestia, a las lágrimas que se acumulaban en sus propios ojos, combatiendo... debilitándose...

—Mi... diosa... —el agarre en su ropa se esfumó con el llanto de la bestia que sentía perderse a sí misma... cual el vínculo se unía las almas, se fortaleciera con su pensamiento.

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—Mi... diosa...— dentro del sueño se removió en la cama; la había visto ese día... lloraba... y él en la distancia impotente de la realidad que ese mundo le mostraba... ella... ella ya no le pertenecía... el sudor comenzó a correr por su frente —mi... diosa... — cual alma que abandona su cuerpo sintió el llamado en la distancia, sin separar los párpados; y al mismo tiempo haciéndolo... dentro de la bestia atada...

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El llanto que se mezcló junto al suyo, no era falso, aquellos ojos perdidos brillaron cual sol de verano.

—Mi... amor... —repitió con dificultad a causa de los colmillos.

—¡Ali...! Ali, ¿eres tú? —soltó su rostro y fue directo a abrazarlo, su amado asintió, mientras su llanto se derramaba.

—Soy yo... —escondió su cabeza en el cuello de su esposa — ¿He vuelto...?

Fue como si le hubieran cumplido su egoísta deseo, ¡tenía a su amado entre sus brazos! Y en lugar de darle una calurosa bienvenida, no paraba de llorar como si fuese una niña pequeña.

Quería contarle muchas cosas y preguntarle tanto; consolarse mutuamente mientras se demostraban cuanto se extrañaron, pero solo con estar llorando y abrazándolo con todas sus fuerzas... sentía que bastaba.

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Se sentía indigno de siquiera tocarla, no podía controlar sus temblorosas manos que dudaban en si era adecuado acariciarla. Ya no la merecía...

Había pasado ya tanto tiempo que, para él, su hija había crecido tanto y él no estuvo a su lado para observar aquellos cambios que se manifestaban en ella; sólo necesitaba acariciarla, mas detenía sus manos de si quiera llegar a acercársele.

—Ali ¿Qué sucede? —su diosa le tomó su temblorosa mano para llevársela al pecho.

Desvió su atención de su bebé que dormía plácidamente en la cama para enfocar la vista perlada en su amada.

—Es solo que... —no sabía cómo expresarse, se sentía impuro, su regreso a este lado del mundo, había traído consigo todo lo que la bestia había hecho... lo que él hizo... —Si la despierto, se asustara de ver un monstruo —mencionó casi en un susurro... uno que escondía miedo de lo que era...

Su esposa le vio enternecida, al mismo tiempo que estaba preocupada al notar que la transformación seguía activada. El mismo Alistair intentó guardar sus alas, esconder sus cuernos y afilados dientes, pero por más que ansió regresar a la normalidad por completo, nada dio resultado, resignándose a ver a Yvaine en su forma de bestia.

—Luego de estar mucho tiempo de esa manera, quizás solo es cuestión que te mejores para poder controlarlo —le consoló, aunque no estaban seguros si así seria.

—Tengo miedo —confesó en un hilo de voz —El dolor, las ansias de matar me consumieron en la oscuridad... mantenerme de esta manera me aterra... mi diosa. ¿Qué será de mí... si no puedo volver?...

Para calmarle, ella fue en busca de sus labios y dio un suave beso sobre ellos, buscando con aquello, incluso disipar el miedo de no poder ser su fuerza.

—Ahora estoy aquí, no dejare que nada malo te vuelva a suceder —volvió a besarlo, sintiendo la caricia más necesitada, siendo correspondida por el ex rey que, a pesar de sentirse incomodo por los colmillos que seguían demostrándose cual espadas, el beso le resultó un deleite a su paladar.

—Te amo... —susurró cuando se separaron.

—También te amo Ali —sus orbes llenos de esperanzas le calmaron por completo —Vamos te cortare ese cabello y bañare —ofreció cuando inicio a guiarlo fuera de donde dormía su hija —Se que no te gusta verte así...

Asintió agradecido, aunque el terror de ver su propio reflejo en el agua también le preocupó, tenía miedo de él, pero no sabía cómo expresárselo a su diosa.

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Sus parpados temblaban con suavidad, mientras el sonido de las tijeras en manos de su amada continuaba realizando esa noble tarea.

No veía nada, pero sí sentía como de forma delicada aquellos largos mechones eran cortados, para que cayeran al suelo, donde estaba segura ya estaría formada una montaña del cabello negro.

—Ya ha quedado —anunció la diosa que se encontraba entre sus compañeras aladas, que dificultaron un poco el deshacerse del exagerado cabello largo que lo cubría por completo.

Aún con miedo de ver su reflejo, lentamente dispuso a regresarle la luz a sus orbes platas, la claridad del agua se distorsionó cuando su cuerpo se sumergió en el tibio líquido, que se movió acompañando el movimiento de su rostro.

Respiró tranquilo al verse en las aguas, sus afilados colmillos y alargados cuernos seguían ahí pero su rostro se veía como el de un humano, no como una bestia cubierta por pelos en todos lados.

—Gracias... —habló con más seguridad ante su apariencia.

—No fue nada Ali —la diosa salió de entre el par de emplumadas, para poder verle —Es lo menos que podía hacer... ¿te sientes mejor?

Él bajo la cabeza, sintiéndose avergonzado de que su amada, descubriera sus miedos, ¿tan frágil y transparente era?

—No pienses más en lo que pasó.

Las aguas se movieron a causa de la intrusa mano de su esposa quien tomó una esponja con jabón y la remojó para iniciar a pasarla en su pecho, comenzando a lavarlo.

—Stacia... —susurró al sentir el roce de sus dedos, tallándole esa parte de su cuerpo.

—Shu... —le cayó con ese suave sonido de sus labios —Relájate Ali, yo me encargare de todo —continuó suavemente la acción de limpiarlo.

Su cuerpo se encontraba llenó de heridas y rasguños, unos más severos que otros, moretones casi curados y recién hechos, pero no sentía dolor ante los suaves movimientos de la esponja contra su piel, que recorrían con maestría cada parte de su pecho, que a pesar de no haber comido en meses se encontraba marcado como si siguiera trabajando las tierras cercanas a su hogar.

—Levanta el brazo —pidió la diosa para limpiar cada rincón del cuerpo de su amado.

Sin pensarlo le obedeció, alzó esa parte de su cuerpo para permitirle que le aseara con suaves toques, que con agua espumosa le purificaba la suciedad.

Se encontraba completamente desnudo en esa pequeña tina, donde sus alas quedaron fuera, permitiéndole solo a su cuerpo estar en la cálida agua, que sentía conforme los toques inocentes de su amada avanzaban...

Su respiración empezaba a tornarse dificultosa, cuando terminó con ambos brazos e iba en busca de lo que se ocultaba en el agua, que aún sin desearlo, había respondido a las caricias que su diosa le entregaba para limpiarlo del barro... de todo...

—Ahora tu pierna —demoró unos segundos en obedecerle, luchó con su mente para levantar un poco esa parte de su cuerpo.

Sus roces cada vez se sentían más cálidos, elevando sus temperaturas, formando un ambiente sensual mientras sus ojos se cruzaban por descuidados segundos.

Las mejillas bañadas en ese tono carmesí que decoraban a su diosa, le mostraban que no era solo él quien sentía su cuerpo llamarse a ser uno solo.

—Mi diosa... —le llamó al sentir que no podría quedarse quieto más tiempo —Yo... —reprimió un quejido al sentir como las manos de su amada por un descuido rozaron la parte sensible de su cuerpo.

—Lo siento —dijo avergonzada, cuando sacó sus manos.

Negó con la cabeza —No puedo evitarlo —sus miradas se conectaron —La amo... y mi cuerpo reacciona solo...

—También te amo Ali —no perdió el contacto de deseo que sus miradas trasmitían.

—Yo... —sin más estiró su mano y la acercó hacia él —Mi diosa, te amo, te amo... —la besó lento, dejando que en cada segundo la necesidad de sentir el suave roce de sus labios, se volviese más intensa.

Le dificultaba besarla con la pasión que su alma le pedía a causa de sus colmillos, no quería hacerle daño, por lo que se limitó a tomar sus labios de la forma más delicada que su estado de bestia le permitía...

—Ali... —susurró ella como respuesta sobre su boca.

La esponja que aun sostenía con un débil sonido cayó al suelo, y sus manos fueron a abrazar el cuello de su amado quien seguía la caricia de manera lenta.

—Te amo, Stacia —repitió al perder el control por un segundo para robarle el aliento a su esposa de manera demandante.

—Espera Ali —le detuvo al sentir que las grandes manos de su amado la sujetaban con pertenencia.

Sintiéndose perdido en sus instintos la soltó, su diosa sonrió ante el fugaz miedo que invadió a su esposo.

—Tomaremos una ducha juntos —sugirió logrando que el temor inicial del ex rey fuera remplazado por una alegre sonrisa.

Y aunque la tina era muy pequeña para ambos, vio con como su esposa frente a sus ojos se despojaba de su vestido, no perdía la atención de ella, que con lentitud dejo caer su ropa, quedando completamente desnuda ante sus ojos.

Su piel nívea brillaba pura, tan pálida que le hacía querer marcarla como suya de inmediato, su faceta de madre había hecho sus montes turgentes y caderas pronunciadas, sus manos ansiaban posarse sobre lo que con su mirada devoraba con pasión, amaba sin medidas perderse entre besos en aquellos caminos que le eran regalados sólo a él...

Sin perder atención a cada movimiento que daba, la vio adentrarse a la tina y como dedujo el espacio era tan pequeño que terminó sentada a horcajadas sobre él. El delicioso roce de sus intimidades le hizo gemir con fuerza.

La diosa se sostuvo del pecho masculino, mientras sus piernas se acomodaban, una a cada lado de su cintura, haciéndole jadear, ante el deseo de sentirla expuesta a él.

—Lo siento... —habló apenada por esa erótica posición.

—¿Por qué? —bromeó sonrojando más a su amada —Ocupamos a la perfección —le rodeó con sus brazos.

—Esto es... —no le permitió continuar, tomó con una de sus manos un poco de agua y se la regó encima.

Repitió esa acción en varias ocasiones hasta asegurarse de que ella estuviera tan empapada como él. Y copiando la misma acción de su amada, con su mano le llenó de suaves masajes por todo el cuerpo, como si de esa manera le estuviese bañando.

Los pequeños jadeos que escapaban de la boca de su amada, fueron aumentando cuando dejó a un lado su tarea inicial y fueron sus labios quienes la alcanzaban en busca de la piel, besándola con suavidad desde el hombro, hasta llegar a sus pechos erguidos, los cuales degusto, siendo su lengua quien probara los botones de tono rosado que actuaban como cumbres de tan suave montaña.

—Ali... —arañó su pecho al sentirse tan frágil siendo tocada en ese punto.

Sus manos fueron directo a los glúteos de la diosa, y lo elevaron con lentitud al sentir que la tortura en esa parte de su cuerpo ya no podía resistirla por más tiempo, agonizante a hacerse uno con su mujer la levantó lo suficiente para gemir junto a ella cuando sus cuerpos iniciaron a conectarse.

El calor embriagante con tan solo fundirse en ella le hicieron querer moverse con libertad, pero lo que tenía en mente sobrepasaba cualquiera de sus entregas anteriores.

—Stacia... muévete —pidió cuando le abrazo de su cintura.

Ella tardó un poco en obedecerle, al sentirse presa del placer, aún aferrada al pecho de su amado comenzó a moverse de manera lenta y poco constante. Pequeños movimientos que se mostraban como la antesala del placer desbordante de ser uno...

Las caderas de Alistair se movieron buscando profundizar más su unión, la diosa al notarlo, llevó sus manos en busca de los largos cuernos que sobresalían en la cabeza de su esposo buscando apoyo en su acople como uno.

Mas, apenas sus pequeñas manos se sostuvieron de los cuernos, él se quedó quieto, cual el peso de todo lo que aquellas salientes en su cabeza, regresara con el roce de su amada...

—¿Qué sucede? —habló preocupada, deteniendo el movimiento.

—No... —el enojo y temor que acompaño esa negación asusto a Stacia —No te agarres de ellos —habló recordando las palabras de aquella bestia que vivía en su interior.

Su esposa le vio con extrañeza, pues en muchas de sus entregas utilizaba de ellos como mera forma de no sentirse perderse.

—Suéltalos... —ante lo abatido que se escuchó la diosa obedeció; sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras tomaba los bordes de aquella pequeña tina para salir de ella...

—Lo lamento... no quise... — antes de que se separara por completo, rodeo con sus brazos su cintura y se aferró con su rostro entre los pechos de su diosa, el movimiento la hizo gemir; y ante el pequeño espasmo de su amado, ella comprendió... él temía que quien compartiera de este modo su cuerpo fuera la bestia... y su símbolo... eran aquellos cuernos que sobresalían de entre sus cabellos; sin separarse lo abrazó —Ali... mírame... — tomó con sus manos sus mejillas para mirar el acero brillante en que sus ojos se habían transformado con el llanto — no hay nadie a quien yo ame y me entregue... soy tuya... sólo te pertenezco a ti, en cuerpo y alma; y si estos son parte de quien eres, los amaré sabiendo que eres tú... sintiendo que sólo eres tú... mira mis ojos y dime que eres tú quien me hace hoy el amor... y yo sabré que a quien toco y siento... quien me hace suya, eres solo tú mi rey...

Su pedido brotó de sus orbes el líquido salado que le era imposible retener ante la declaración de su amada, sus miedos lo hacían perder de vista lo que la mujer sobre él le entregaba... su diosa lo había llamado de vuelta, aun siendo la bestia, ella no dejaba de amarlo, sólo a él... se lo había mostrado en tantas ocasiones; él no dudaba por ella... dudaba de sí mismo; desconociéndose, el orgulloso rey que una vez fue, la fuerza bestial del hombre maldito, se sentía un cascarón vacío sin nada que ofrecer... y aun así... ella lo amaba, no al rey, no a la bestia... ella estaba amando su alma en su estado más puro, en el estado en que sólo pueden amarse dos seres que se conectan a través del infinito... no había a qué temerle si era del amor de su diosa de lo que hablaba... uno que le pertenecía...

—Perdóneme a mí... son celos innecesarios de un pobre hombre que clama su amor sólo mío, sintiendo que no soy... — la diosa silenció lo que sabía que iba a decir con un beso demandante, sintiendo a su amado aun despierto dentro suyo, los movimientos ahora los hizo rítmicos, tomó con sus manos las de su amado, llevándolas a sus propios senos, acarició sus alas regresando el camino hasta sus hombros, llevando al éxtasis a sus sentidos en la explosión que significaba su entrega, el vaivén sensual de sus caderas, mezcla de violentos embates que armonizaban la vorágine de lo que sentía su piel friccionando con la de su amado, sus labios exhalaron el aliento jadeante sobre la boca de ex rey, con gemidos silenciados entre besos; las manos inquietas del ex monarca apretaron las cumbres que le habían sido entregadas antes de besar su cuello y llevar sus dedos a delinear la espalda de su diosa, elevándola desde sus caderas, para instalarse sobre ella, haciendo salir el agua de la bañera, desbordando cual fuese reflejo de lo que compartían... —Stacia...

—Te amo Ali... — jadeo dificultosa al sentirse llegar al clímax de su unión, apretando sus piernas a la cintura de su amado

—Te amo... te amo... — gimió ronco y la apretó contra sí cuando dejó salir su deseo llenando a su diosa

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Las horas habían pasado, su diosa dormía sobre su pecho, sus ojos pesados por el cansancio habían cedido al sueño, mas la sonrisa en su rostro se volvía la calma que antecede a la tormenta, el tiempo junto a su amada había sido un regalo temporal que el poder divino de su diosa les había concedido sin saberlo, las brumas del mundo en el que había sido absorbido reclamaban su regreso; y con él, la inminente vuelta de la bestia...

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Despertó llamándola en un grito desesperado — ¡Stacia! — miró a su alrededor viéndose a sí mismo en aquel castillo, apartó las sabanas y bajó en medio de la oscuridad — No... no... no pudo ser un sueño... fue tan real... ¡¿Stacia?! —gritó incesante, llegando a los minutos su madre, quien lo miró asustada, paseándose de un extremo a otro con sus manos sobre su frente, cual fuera un animal enjaulado

—Hijo... hijo... ¡Ali!... fue una pesadilla — clamó cual fuese un niño pequeño, recibiendo de parte de él una negación de su cabeza... comenzaba a temer que aquella locura de su hijo, pudiese acarrearle verlo encerrado, lo que la hizo correr a su lado y abrazarlo, mientras el príncipe lloraba con desconsuelo —tranquilo... mamá está aquí... mamá está aquí...

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La infranqueable oscuridad del bosque parecía engullirlo a medida que avanzaba, en busca de encontrar a la legión de caballeros que horas atrás habían partido en la búsqueda de la bestia. ¿Por qué no podía alcanzarlos?... Sus pasos no lo llevaban a ningún lado, cual formara un círculo interminable. Mientras la gélida ventisca mecía sus vestimentas y cabellos de oro. Se había quedado solo.

El miedo... es un sentimiento que no se puede fingir.

No se puede esconder...

Pero se puede desviar, disimular que todo lo que viste, escuchaste y sentiste no te daña, aunque en el interior... el escalofrío te recorra por entero y desees solo salir huyendo de aquello que podría ponerte en peligro o acabarte.

Sin embargo, existen ocasiones donde no es posible hacerlo. Donde eres un caballero guardián de un noble y tu vida vale mucho menos que la suya... o un sirviente de la corona, que es llamado a entregar la vida por su rey, pero más allá de todo eso... está tu ser, amigo. Que pase lo que pase no abandona, no corre... no traiciona.

Como yo...

Tal vez nunca se lo expresé demasiado, pero estaba seguro que Alistair lo sabía. Que podía confiar en mí, como en nadie, su mejor amigo y confidente, su guarda de secretos y paño de lágrimas, tanto de dolor, como de rencor e incluso de amor.

Las múltiples facetas en que lo vi crecer lo desenvolvieron frente a mí de todas sus hojas, como un libro que no me cansaba de explorar, que aunque releyera, siempre encontraría palabras entre líneas con un nuevo significado, porque así era él... tan aventurero como el protagonista de la más feroz de las historias. Tanto que a veces... me preguntaba si podría realmente seguirlo a todas partes...

Ya que su dolor... era algo que yo no podía comprender.

Mi llamado a su razón muchas veces era ignorado a tal punto que buscaba encontrar en mí mismo las palabras adecuadas para convencerlo de desistir de sus corrientes pecados. Pero fui tan débil que no lo logré.

Me llegué a preguntar si quizás... no hubiera colaborado con él o si hubiera sido capaz de detenerlo... ¿Las cosas hubieran podido ser diferentes?...

Si yo hubiera intervenido realmente... Ali estaría vivo...

Era cierto que cuando escuché el rumor de una bestia enorme atacando los campos, por unos instantes pensé... en mis adentros que tal vez... solo tal vez el mundo realmente fuera justo y mi rey no pereció en aquella plaza.

Pero vi su sangre... derramada a montones... oí los lamentos de la gente que lo presenció...

Y efectivamente fue así... El Rey Alistair segundo, murió ese día...

—¿Eh?... —detuvo el andar al escuchar aquella voz invadir sus pensamientos. El camino se había prolongado tanto que parecía interminable, mientras su único acompañante, estaba seguro era solamente su afilada espada. Entonces... había algo mal en su cabeza, para empezar a responderse solo.

No temas... —La caricia que sintió sobre su mejilla, lo alertó. No había nada a su lado y aun así el tacto no le había fallado.

Los pasos del rubio espadachín se volvieron erráticos, cual danzara en un movimiento rápido y sin esperas a ser encontrado nuevamente. Se movía de izquierda a derecha, al frente y a atrás, buscando a la dueña de aquella enigmática voz.

—Tú olor... es tan atrayente, que no me equivoqué en seleccionarte.

El abrazo que recibió por la espalda entonces, descompuso su gesto en la incredulidad. La veía... los brazos finos, de muñecas delicadas y gentiles manos, se había manifestado ante él, en un reclamo de pertenencia notorio.

—¿Quién... quién eres?...

—Qué dulce... tal vez es la pregunta adecuada en el momento menos oportuno... puedo responder... que soy quien puede darte lo que tanto anhelas... —lo soltó levemente, a sabiendas que sus palabras, causarían estragos en su mente, brindándole la necesidad por entender de qué hablaba. —Lo vi... lo sentí... tu deseo por entender...

—Existen cosas que no se pueden explicar tan fácilmente... —respondió tratando de no inmutarse, mientras sus verdes orbes se cerraron para concentrarse. Aquella aparición seguramente era obra de algún hechizo venido de The World o... probablemente de Underworld...

—En eso estás en lo correcto niño... —se adelantó a sus pensamientos, la mujer de larga cabellera plateada, por lo que él volteó a verla sobre el hombro, sorprendido de que revelara su origen con tanta facilidad. A lo que Quinella sonrió. —Pero, aunque provenga de Underworld... yo soy Overworld...

—¡No! —finalmente se dio vuelta para contrarrestarla. —Nadie tiene permitido expresarse de tal manera... ¡Nadie más que el difunto rey!

—¿El difunto rey bestia?... —La mirada de lámina verdosa, parpadeó ante como le llamó. No era secreto para nadie, que aquel mundo era representado por tal manifestación. —¿O simplemente Alistair?...

—Ambos... son el mismo... —frunció el entrecejo. —eran...

—¿En verdad lo crees?... —la mirada seria que le brindó, buscaba escudriñar dentro de lo más profundo de su corazón y lo sabía. ¿Por qué tenía que responder a sus preguntas sin sentido?... ¡Por supuesto que eran el mismo! ¿No?... —sintió como la duda crecía en su interior, acelerándole la respiración. —La realidad... es que sé muy bien que no lo son... siempre... tuve tanto miedo a su transformación... —Cayó arrodillado al darse cuenta de los pensamientos almacenados en su corazón. Le tenía miedo... ¡No! ¡No podía ser cierto!

Los pasos de aquellos delicados y tersos pies, se adelantaron hasta él, quedando parada sobre el pasto a los alrededores de su figura desmoronada.

—Es común que todos piensen así... porque el ser bestia... trasciende más allá del pensamiento humano... borrándolo. Condenándolos a sus seres primitivos y atávicos... pero a la vez... con una fuerza descomunal y el ímpetu de lucha extremadamente desarrollado... un ser perfecto en toda su extensión... quien toma la justicia como un todo... justicia de la naturaleza que sigue un orden divino. Con aquella apariencia majestuosa... incomparable con la debilidad de los humanos...

¿Qué quería decir con eso?... ¿Qué el convertirse en bestia era lo mejor que podía pasarle?... ¡Si terminaron matándolo por eso! ¡Lo destrozaron!

—Pero lo anhelabas... puedo sentirlo... la debilidad de tu corazón que late como nunca antes al recordarlo... el deseo de aquella fuerza... que sentiste te dejaba sumamente por detrás... que aún sientes...

—No... yo jamás quise eso...

—No es cuestión de engañarme a mí... es lo que tu cuerpo reclama... el poder la bestia que viste y que anhelaste... —Le colocó la mano en la cabeza, para despejar sus mechones, exponiendo el par de cuernos pequeños que poseía.

Con todas sus palabras, su lado bestial se había tornado sensible, por lo que, al ser tocado por sus manos en las prominencias de su cráneo, cerró los ojos y se retrajo de inmediato, al empezar a sentir el dolor punzándole la cabeza. ¿Qué estaba pasando?

No pudo terminar de preguntarse, cuando la sorpresa de los labios tersos sobre los suyos, lo exaltó. No podía moverse... solo limitarse a observarla.

—Recuérdalo... —brillaron en destellos purpurinos los ojos de la mujer, adentrándose en la mirada verdosa en un segundo, mientras la respiración del rubio se aceleró, cual hiperventilara por la cantidad de información que circuló entonces por su mente, estampando la imagen de la peliplata sobre la de su amada Alice en absolutamente todos sus recuerdos hasta el momento.

—Tú y yo... —sonrió, al ver como las lágrimas rodaron de la genuina preocupación de saberse vencido ante su poder, en el segundo que no pudo reaccionar.

—Tú... y yo... —se separaron en un momento, en el que cayó sentado. Tratando de ubicarse en tiempo y espacio, miró a los alrededores, a sí mismo y lo restante del paisaje, hasta encontrarse con la figura de ella, la que su mirada recibió alegre y agradecida. —¡Quinella! —se levantó ágilmente hasta alcanzarla y abrazarla. —¡Estás a salvo!

—¡Y tú! —regresó el abrazo, sabiéndose su dueña. —Pero... aquí no... alguien podría vernos... —comentó la usual excusa que le brindaba su prometida, a lo que sonrió.

—No hay nadie aquí... Quinella... —se separó de ella un instante, para tomarla de ambos lados del rostro y acercarla jovial, para besarla. Juntar sus labios no parecía problema para la hechicera, que terminó por aceptar el beso, que inicio con sus ojos abiertos.

—Eugeo... —mencionó en un respiro, a sabiendas que su beso y el previo jugueteo con sus cuernos, lo tendría de más sensible para sus propósitos.

—Dime...

—Esta noche... te entregaré... lo que todo este tiempo he guardado para ti...

—Quinella... —se separó observándola extrañado. —¿Por qué...? Digo... es... una bendición de los dioses... y sabes que yo jamás dejaría de creer en ti y te protegeré pase lo que pase... como mi mujer... Pero... no puedo evitar sorprenderme...

—Es simplemente que yo también lo deseo...

—Quinella... —tragó saliva al sentirse emocionado, para entonces pensar en lo que abandonaría al retirarse con ella. —Yo... estaba... —Miró a los alrededores, pero no entendía cuál era el propósito de estar ahí.

—Eso no importa ahora... —lo acercó a ella una vez más, atrayéndolo a un beso, en el que le mordió el labio inferior.

—Vamos...

.

Había fantaseado muchísimas veces con aquello... Pero la había respetado todo lo que ella le pidió, siendo fiel hasta el instante en que finalmente... accediera a entregarle su cuerpo. Sabiendo a la perfección que él le pertenecía desde niños.

Era inevitable no sentir curiosidad... más aún cuando a una tierna y corta edad a su mejor amigo lo sometieron a un ritual tan repugnante a sus ojos, que acabó con todo lo puro que la custodia de su cuerpo poseía, adentrándolo en un abismo de apetito carnal desmedido. Lo vio con tantas mujeres distintas que... se preguntaba si no se cansaría de la superficialidad de compartir el lecho con alguien sin amor, solo por saciar sus deseos... aquellos en su propia carne sentía, pero había decidido controlar y resguardar para su amada.

Era lo que en aquel tiempo se conocía como un hombre virgo.

Pureza que no dolió perder al encontrarse con la cálida compañía que lo envolvió. Todas aquellas sensaciones eran tan nuevas y excitantes que le era difícil mantenerse atento a los alrededores.

La amaba... desde siempre... para siempre... que compartir su calor, se volvía día con día un sueño añorado que entonces disfrutaba, la compañía de su calidez resultaba mucho más atrayente de lo que llegó a imaginar.

Su silueta, dibujada entre sus dedos, al recorrerla con el tacto seguro de la entrega total que se manifestaban. Los sonidos dulces que producía su garganta al acariciarla lo mareaban. Quería más de aquello... mucho más...

Los pronunciados cabellos de plata, caían sobre sus pechos cual cascada a la media noche, mientras lo observaba al estar sentada sobre él, brindándole el cúmulo de sensaciones con sus movimientos, que parecían amontonarse en su bajo vientre, arrebatándole suspiros y gemidos tímidos.

Pero aún así... no podía apartarle la mirada. Era todo lo que siempre deseó... al alcance de su mano... misma con la que tomó un mechón de plateado y lo observó embelesado. Su cabello... siempre le pareció precioso... comparado solo a los rayos de sol...

El pensamiento lo detuvo a meditar, sintiéndose contrariado, al no reconocer aquel detalle en el mechón que sostenía.

—¿Qué?... —parpadeó confundido. —A...lice... —sus ojos embelesados se aclararon con la mención del nombre de su verdadero amor.

—Jaja... no me digas... que ya lo notaste... —ante la burla de aquella cantarina voz, sintió como todo su cuerpo se tensó en el horror de haber sufrido tan vil engaño, pero se obligó a tratar de mantener la calma y miró lentamente en la dirección frente a sí, buscando el rostro de la mujer en la que se encontraba sumergido, notando la risa retorcida de la que era poseedora.

El par de lágrimas diamantinas se deslizaron de las comisuras de sus orbes esmeralda.

—¡AAHHH! —trató de inmediato de moverse, pero fue detenido por la sola presencia mágica, que lo estrelló contra la cama, en un impacto que cual mano invisible apretaba su cuello con fuerza y cortaba su respiración en la sensación de pesadez sobre su pecho. Obligando a sus pulmones a hacer presión al respirar, sintiendo el dolor del roce de sus cortados, por lo que apretó los párpados y los maxilares al saberse preso.

El calor que los envolvía perduraba y la acción que atrapaba su hombría en ella, no iba a terminar. Su gran temor... pertenecerle a alguien más... alguien que no fuera su amada prometida... ¡Aunque no lo deseara! ¡Aunque le repudiara!

—Caballero... —le susurró entonces, obligándole a verla, al manipular con la presencia mágica, la dirección de su rostro, que prácticamente rotó contra su deseo, hacia ella. —Nunca había presenciado algo como eso... —mencionó, mientras uno de los mechones de su cabello tomó poder. Cual una extremidad más, rozó el abdomen expuesto, propiciándole retraerse por el contacto sutil, hasta llegar a su mejilla, la que acarició en un par de veces contra su voluntad. —En realidad yo no deseaba que las cosas fueran así... cuando un hombre comparte mi lecho... deseo que me ame...

—¿Entonces... por qué?... —apenas y logró pronunciar, mientras la ira se resumía en su mirada atada.

—Fue tu culpa... en verdad el amor que sientes por esa persona... Alice... debe ser infinito... para reconocerla dentro de mi pesadilla...

—Alice... —pronunció con sumo dolor, al comprender que jamás podría darle su virginidad a ella... como se lo había prometido. Juramento que llevaron acabo el día de su compromiso. Él no necesitaba más que a ella... y estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario.

—Pero descuida... pronto terminará... —pronunció suave, para colocarle las manos en la fina cintura y apoyada en él, empezar a moverse, alertándolo que aún con todo su dolor, su debilidad carnal se había rebajado a desearla en extremo.

—¡AAgh! —se retorció al sentirse invadirla. No podía... No podía ser cierto que eso estuviera pasando... ¿Con qué propósito? ¿Por qué él? —echó la cabeza hacia atrás, sin poder resistirse en medio de la culpabilidad.

—Porque es lo que siempre deseamos...

La voz de su amada, respondió nuevamente en su interior. Estaba con ella... ante sus pupilas engañadas.

—Eso es mascota... —pronunció suave la de cabellos de plata. Para verlo levantar y tomándola contra su pecho, rodarla hacia abajo, situándose sobre ella.

Lo había conseguido... estaba completamente fundido en su hechizo. Los cuernos habían aflorado en la cabellera de sol y su desesperación por poseerla se volvía evidente con la forma en que la envestía. Tanta fuerza y ansiedad, un deseo retenido por años, volcado en un momento de liberación. Perfecta combinación para despertar a la bestia que necesitaba.

Su bestia...

Pensarlo la regocijaba, por lo que sonreía en medio de su triunfo, enredada entre sus brazos.

—Me las pagarás... Stacia... —pronunció, al sentirlo tensarse sobre ella, pronto... pasará lo mismo... pero con tu amado... —abrazó al rubio, que quedó en extremo jadeante sobre ella. —Solo es cuestión que lo despiertes... —le susurró al oído al joven sobre ella. —Tráelo para mí...

Cual sus palabras fueran un impulsor de su destino, los ojos verdes se abrieron, erráticos, atacados por el inmenso dolor que le recorrió el cuerpo entero.

.

.

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Acariciaba su cabello, mientras inspiraba su perfume, notando el hermoso rostro apacible de su diosa durmiendo, había despertado y cada recuerdo de su entrega la podía sentir cosquilleando su ser completo, apretó los dientes y se serenó, lamiendo sus labios mientras repasaba la imagen inmaculada de la mujer que dormía a su lado desnuda, cerrando sus ojos para deleitarse con la memoria de su vestido deslizándose al suelo mientras se exponía ante él mismo... se sentían recuerdos tan propios que sonrió irónico...

—Eres un maldito afortunado... un maldito afortunado... — besó con extraño cariño los labios de su diosa, mientras sus manos de manera delicada delineaban su silueta sin despertarla — también soy tuyo mi diosa... también la amo como un desquiciado... pero sólo lo miras a él... — antes de seguir con aquella acción, sus ojos destellaron en color oro, su sangre hirvió en deseo de sangre, su nariz dejó de sentir el aroma de su diosa cuando por sus sentidos se vio invadido de aquella pestilencia, se levantó y corrió a la ventana abriéndola de manera brusca, sus manos comenzaron a temblar y sus dientes a crecer conforme se sentía dominar por el instinto destructivo; el cabello que su diosa cortó comenzó de manera lenta a crecer, la poca conciencia se veía asediada por el mar indomable de aquella presencia que sentía nacer... miró a la diosa por un segundo — Lo lamento... — fueron sus únicas palabras antes de saltar por la ventana, extender sus alas y dirigirse donde cada uno de sus sentidos apuntó.

—Ali... —aturdida lo vio al despertar, para entonces notar lo que estaba haciendo. — ¡Ali, no! — la diosa había corrido hasta la ventana al verlo, más no alcanzó a detener su huida, el llanto envolvió su garganta, justo antes de sentir la abrumadora existencia que nacía... —pero... ¿qué es lo que sucede?

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La mirada de Quinella se movía de un rincón a otro de la habitación, mientras observaba como el rubio, se movía con desesperación, buscando el apoyo de algo, sin saber de qué. Cual sus vasos sanguíneos atentaras con explotar con el hervir de su sangre, la sensación inminente de la muerte lo recorría. Hasta que terminó por caer al suelo, al no poder controlar sus sentidos, en medio de los gritos aturdidores, cual su espalda se prendiera en llamas y miles de agujas apuntalaran su cráneo.

—No sé si llamarle a lo que hice contigo... purificación... —mencionó mientras se levantaba de la cama y caminaba hasta él, viéndolo temblar desnudo en el piso, cual la fiebre que lo consumía hubiera disparado todos sus receptores.

—¡AGGGGHHH! —fue la única respuesta que pudo expresar el rubio, cuando las salpicaduras de sangre, rosearon el rostro de la mujer, con el emerger de las alas que se desplegaron en su espalda.

—Si... sin duda no fue purificación... —se respondió a sí misma, al verlo respirar agitado con las alas finalmente expuestas. Enormes y filamentosas alas de finas capas de piel, ramificadas, dándole la apariencia de un murciélago; Grueso par de cuernos petrosos, crecidos hacia atrás y afilados colmillos en ambas encías.

La sangre continuaba derramándose de su cráneo y dentadura hacia el suelo, cuando el sonido de la pared destrozada, alertó a Quinella de la llegada que tanto esperaba se diera, por lo que sonrió al ver pasar cual ráfaga, las alas de ángel, que cual pelea callejera, arrinconó a la recién despertada bestia contra la pared paralela.

Ambos pares de ojos dorados, se vieron furiosos.

..

Continuará...

¡Estoy muriendo de amor y ansiedad con este capítulo!!!!!!

Pasaron muchísimas cosas que deseaba con ansias que sucedieran!!!!!

Jajajaja gracias a mi geme y a mi hermanita por tanto amor y detalle a la historia, son lo máximo, chicas en serio, sin ustedes esto no sería lo mismo.

¡Amo a mi bestia sexosa!!!!

¡Amo a mi Ali bebé!!!

Solo faltó el rey jajajjaja, pero a cambio de él tuvimos muchas sorpresas locas.

Esperamos que este fic no hiera susceptibilidades y si algo no gusta pues simplemente lo sentimos.

¡Gracias de nuevo!

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