Parte I: Experiencias.Capítulo 1: La concepción de los elegidos.

Soy lo que soy,

pero no lo que debiera.

Soy un ángel encarnado,

un profeta, un iniciado.

No lo ven, no lo sienten:

el hombre, la caída.

Soy lo que soy,

no lo comprendan,

simplemente conmigo sean.

Lo que debiera

está más allá de la conciencia,

más allá del amor y de la benevolencia.

Y la vida gira, confunde,

pero la confusión no es más que una prueba,

una etapa de crecimiento,

de la que saldré victorioso,

porque me has elegido,

me has creado para que demuestre

lo que eres

y haga crecer a los otros.

Soy lo que soy,

y no puedo evitarlo.

Ya cambié, ya crecí,

ya lo sé.

Sólo queda avanzar en la senda,

combatiendo los equívocos,

preparando tu llegada.

Porque soy lo que soy,

y tú lo has decidido.

* * * * *

Era una de esas noches tormentosas que pocas veces se habían visto sobre la faz del mundo. Un hombre, el predestinado, se hallaba solo, en la cúspide del enorme edificio en ruinas. Desde su alta azotea podía observarse cómo las bajas nubes ocultaban el suelo, el lugar de los desamparados.

Lloraba... Ese día había decidido cambiar al mundo, eliminar la perversión... Convertirse en el sacerdote de la verdadera religión. Había despertado, al fin... Y se sentía a la vez feliz y afligido. No comprendía porqué él había sido designado para esa misión tan severa, tan dolorosa. Sólo sabía que había descubierto su llamado, y que su vida, como hombre normal, había terminado.

El fresco viento otoñal lo balanceaba en la cornisa de la construcción. Estaba desnudo, sin marcas, inmaculado, naciendo otra vez. No podía moverse. La verdad revelada, que poco a poco se afianzaba en su mente, le demostraba que su existencia hasta ese momento no había tenido importancia... Debía esforzarse para que el resto de su vida fuera lo que el destino ahora le deparaba.

El hombre de blanca túnica se había evaporado hacía unos instantes a sus espaldas, ya había hablado suficiente. Dijo que volvería cuando fuese el momento, cuando lo necesitaran. El sueño de tantos años, la realidad absoluta... Todo se mezclaba en la mente de un enajenado, un loco, como lo llamarían durante el inicio de su campaña. Sabía que no era el único de los "diferentes", y que debía reunirlos para luchar por un mundo en cambio, en el que ellos serían el nexo con la verdad y el más allá...

Conocía la realidad: la maldad había penetrado en el mundo calando hasta lo más hondo de la sociedad, y limpiar ese mal no sería tarea sencilla, ni siquiera para él, el sumo sacerdote. Sus lágrimas se mezclaron con el refrescante llanto del cielo, en comunión y entendimiento. Sería difícil, lo sabía...

La marca circular en su muñeca brilló dolorosamente, y fue atravesada por otra marca que rompía el eterno círculo de la vida, partiéndolo en dos. El hombre observó sorprendido el milagro, y comprendió su significado. Ahora era su turno, debía actuar, estaba obligado a convertir sus sueños en realidad...

—¡Haz que el elegido llegue hasta mí! ¡Lo esperaré, prepararé el camino para su llegada! —gritó hacia las alturas, levantando los brazos en forma de alabanza.

Y tuvo una visión... El elegido dividía su existencia en dos, ya que tenía que descender íntegro sobre la tierra, y no en forma parcial como el resto de los hombres. Pero esa visión se difuminó rápidamente, seguida de otra en la cual el elegido era uno, que llegaría pronto, de una manera más acorde a sus expectativas. Los vástagos de éste serían los que se presentaron en su primera alucinación, algo incomprensible para él. Desconcertado, el predestinado bajó de nuevo los brazos, y la confusión regresó a su mente... Ya no veía todo con la misma claridad que unos instantes antes, la perturbación de su parte humana nubló de nuevo la lucidez que poseía en ese momento... Pero de todos modos sabía lo que debía hacer, y para ello tenía que estar con los diferentes y desamparados, lejos de la sociedad perniciosa en la que había nacido. Debía llegar allí abajo, donde a ningún hombre normal se le permitía ir.

Miró las nubes, neblina eterna que cubría la realidad que existía debajo, temeroso. Un relámpago iluminó el cielo y se reflejó en la tierra, a la vez que su hermano, el trueno, resonaba en las alturas. En ese momento dos uniformados subieron por las derruidas escaleras y vieron al hombre, desnudo, con un pie en el aire, caminando hacia la nada. Sus órdenes eran claras: matarlo. No comprendían por qué debían hacerlo. Sabían que él era alguien influyente en su sociedad, desequilibrado, pero inofensivo. De todos modos, tenían que eliminarlo.

El predestinado los vio, vio la verdad, las palabras en su mente eran ciertas... Volvió a mirar para abajo... El cabello, oscuro y ligeramente largo se interponía frente a sus centelleantes ojos; su mente le habló, le dijo que el momento había llegado... Y se dejó caer al vacío, con los brazos abiertos, abrazando al mundo...

Los uniformados lanzaron sus armas al suelo y corrieron hasta el capitel del que había saltado, observando cómo su cuerpo se hundía en la vaporosa neblina, desapareciendo en la tormentosa noche.

—Pobre... Realmente estaba chiflado —dijo uno de ellos.

—Diremos que murió... —completó el otro—. Nadie resistiría una caída al abismo.

—Volvamos, es temprano, podemos pasar por el bar antes de informar a los superiores...

—Tienes razón, este clima me parece tétrico, tengo frío... Un trago me vendría de maravilla...

* * * * *

El elegido existía. Estaba allí. Había recibido el llamado.

—Es hora de encarnar —le dijo distante su propia voz—. Fuerzas superiores piden que vuelvas al mundo...

Una eternidad transcurrió mientras dialogaba consigo mismo, con la totalidad.

—¿Superiores? —se dijo—. Sin embargo me pareció escuchar un llamado... De abajo... No debo responder a esos llamados, no depende de mí regresar, y mucho menos de esa convocatoria.

—Es hora —se dijo, nuevamente—. Sabes que te están esperando...

—Es hora... —repitió.

—Un hombre... Una mujer... ¿Por qué ellos? ¿Por qué tan lejos?... Está bien... Entiendo... Lo haré...

El fluir de la sangre... El calor corporal, la existencia... Hacía tanto tiempo que no lo sentía, que no regresaba como un organismo viviente... Pronto sería un hombre más, su memoria acerca de la totalidad se perdería, aunque le habían prometido que esta vez las cosas serían diferentes.... Él no entendió; los humanos no estaban preparados para la verdad, su muerte era inevitable si llegaran a conocer los secretos del cosmos...

—¿Cómo? —preguntó.

—Es hora de que vean la realidad —se respondió a sí mismo con una voz diferente—, de que se establezca un puente entre ellos y la totalidad, de que la salvación los alcance...

—Comprendo, el momento es ahora, la oscuridad ha cubierto por demasiado tiempo al mundo.

El elegido ya estaba entre los hombres... La dolorosa transición se llevó a cabo en un momento extático... Empezaba a gestarse dentro de ella... Ahora sólo había que esperar y comprobar que las promesas fueran ciertas. Su esencia se dividió, eran dos pero era uno, él mismo.

—¡No pensé que sería así! —exclamó ahogadamente, al notarlo.

—No pensé que sería de otra manera —caviló enseguida, respondiéndose—. Está bien, acepto los designios que se me han impuesto. Todo tiene un motivo y un porqué, en su momento lo comprenderé.

* * * * *

Déjame ver,

más allá del ensueño, del portal,

del encantamiento.

La visión no es perfecta,

es un sueño, es correcta.

Pero la Iglesia, la gente,

lo necesita,

verlo, saber que es cierto.

Y los ángeles lloran,

y los demonios palidecen,

porque la verdad está más allá de ellos,

está en nosotros,

en lo que somos.

¡Cuánto desperdicio!

¡Cuántas almas sin rumbo!

Somos los mismos,

siempre los mismos,

los elegidos,

los amos,

los únicos.

¿Y el resto de la gente?

¿Debe comprender?

Sé que no, pero parece tan injusto.

Tengo el poder,

y todavía no puedo usarlo,

¿Cuánto falta?

La mente está abierta ya,

no la tortures por más tiempo,

la realidad vista de este modo aterra,

y los sueños, sueños son,

por lo menos para ellos,

es hora de que lo sepan.

* * * * *

El hombre sin nombre despertó repentinamente. Un frío doloroso recorrió todo su espinazo. Ella dormía a su lado apaciblemente, extenuada. Su respiración profunda le recordaba la apasionada noche anterior, hermosa, tierna, especial...

No sabía por qué, pero era claro que debía irse en ese momento, una poderosa fuerza lo empujaba y no podía esperar más, sintió el llamado... Había retrasado en demasía su viaje por causa de una mujer, fascinante y pura. Pero por más que su corazón se destruía con sólo pensarlo, tomó la difícil resolución de continuar su peregrinaje hacia las tierras desconocidas, las tierras de leyendas.

—¿Qué haces? —le preguntó la hermosa joven arrebujada entre las sábanas—. Es muy temprano, quédate un poco más conmigo, no quiero estar sola.

El hombre casi se deshizo de pena al mirarla, la punzada en su corazón crecía, alcanzando cotas inimaginables de dolor. No atinaba a hablar. Su endurecido rostro no mostraba sentimientos, siempre había sido así, curtido por la difícil existencia que llevaba, una existencia que no le permitía pensar en ser feliz.

—Sabes que te amo —balbuceó con culpabilidad.

—Y tú sabes que yo también —le respondió ella, restregándose las lagañas de los ojos, para observarlo con preocupación. Su oscura y larga cabellera cubría todo aquello que las sábanas no alcanzaban ocultar. Él se vestía en forma apresurada y nerviosa. La muchacha se sentó lentamente en la dura cama, extrañada.

—Te vas... —le dijo secamente—. Sabía que esto no duraría...

—El día en que me conociste te relaté mis planes. Mis viajes se originaron en la búsqueda de conocimiento, un conocimiento que no encontré en ninguna de nuestras aldeas, un conocimiento que hasta ahora únicamente he escuchado en leyendas, del Sur... Debo continuar mi éxodo. Y no puedes reclamarme nada, te enamoraste de mí sabiendo cuál era mi camino.

—Y tú de mí —agregó ella—. ¿No cambiaste tu visión de la vida luego de haberme conocido?

—Sí. Y es por eso que me voy. No permitiré que una vida como la que llevamos te destruya, como al resto de los habitantes de nuestras aldeas. Debo salvarlos. Volveré con la verdad, que nos iluminará y guiará a una verdadera existencia humana.

—Espero que así sea... Y no quedar aquí esperándote en vano... —sollozó ella cubriéndose el rostro con la almohada.

—¿Esperándome? —preguntó él, contrariado.

—¿Qué más puedo hacer? Sólo esperar que algún día regreses.

—Selene, sabes que no puedo quedarme. Tu padre y el resto de la aldea me desprecian por no ser de aquí. Me desprecian doblemente, por haber enamorado a la hija del jefe. Yo no soy nadie, pero a mi regreso lo seré, te lo prometo.

—¡Vete! ¡No me interesa! —le espetó la mujer—. Prefiero matar el dolor desde ahora que seguir sufriendo un minuto más ¡Vete!

El hombre tomó su chaqueta del respaldo de una silla, abrió la puerta, y miró de reojo a su pareja.

—Adiós... —musitó. Luego volvió a cerrar el postigo.

—Adiós... —se despidió ella acongojada—. Adiós, amado mío... Te vas, por largo tiempo, y ni siquiera me has dicho tu nombre...

* * * * *

Cuando alguien descubre que el mundo es más de lo que le dijeron, más de lo que le contaron o instruyeron, debe tomar la difícil opción de crear una nueva senda y luchar por lo que debe ser, o permanecer en el mundo y dejar de lado el sentimiento divino que lo intentó despertar. La decisión es muy difícil y requiere una gran valentía, porque exige un rompimiento con su vida actual y una reestructuración de la misma, tal vez perdiendo amigos, familiares o pareja en el cambio, o logrando despertarlos a ellos también y consiguiendo su compañía. Normalmente se produce un quiebre, en el cual los valores cambian su orden de importancia, y la relación con el mundo se vuelve diferente. Algunos despiertan por sí mismos, otros gracias a los demás, y otros no lo hacen, o mejor dicho, no quieren hacerlo. La experiencia divina es única para cada uno, en forma e intensidad, y se da por lo menos una vez en la vida, pero a partir de ese punto ya no deberían vivir ciegos negando la realidad y la verdad, como tantos hacen, negándose a ver lo que es tan claro.

Los elegidos ven, entienden, comprenden, predican y luchan por los ideales verdaderos, y cada día son más. Todos somos profetas latentes, provenientes del mismo seno, y por lo tanto, tenemos la potencialidad de ser lo mismo. Nadie es más, nadie es menos: uno se hace más o se hace menos. Las circunstancias, el supuesto destino, a veces parecieran ayudar o dificultar las cosas, pero en realidad están construyendo nuestro camino de aprendizaje, y de todos modos es la actitud ante el destino la que nos forma y convierte en lo que somos, no el suceso en sí.

Al final debemos descubrir que somos lo que somos, no lo que debiéramos según la concepción de los demás, en muchos casos equivocada, ni del mundo, siempre errada. Cuando aceptamos lo que somos, podemos transformar al mundo, porque al conocernos tanto, al vernos interiormente como a un cristal transparente, también observamos al mundo y lo comprendemos también tal cual es.

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