Capítulo 39: Marcos y un tiempo más de tantos posibles (Final Alternativo)

Clara emitió un suspiro. Estaba cansada. Hacía meses que se embarcaron en esa loca campaña de encontrar un mundo mejor en las tierras del norte. Las motocicletas robadas no soportaron ni siquiera la mitad del viaje. Los caballos habían muerto días atrás, al llegar al desierto que ahora cruzaban, donde no había comida ni agua. Y ellos, sin duda, morirían pronto, a menos que ocurriera un milagro. Bebió un sorbo de su cantimplora, y se sentó sobre una roca. Marcos, que caminaba unos metros más adelante, se volvió, al observar a su mujer detenerse. Demasiados años pasaron, desde aquel momento traumático en que tuvo que elegir entre ella y la Sombra, dividiendo su existencia en dos mundos disjuntos... Uno con esperanza y futuro, pero que ahora se le estaba yendo de las manos, y otro triste y sin perspectivas de mejorar, pero con ella a su lado, la luz de sus ojos, la mujer de su vida...

Marcos la observó por un tiempo, sus ojos siempre habían sido cálidos, pero una sombra de temor se notaba hacía varios días en ellos. Evidentemente ella creía que morirían en poco tiempo. Él se le acercó y le acarició el cabello, no muy largo, y ahora, debido a la escasez de agua y poca higiene, sucio y enredado. Recordó lo suave que era y lo bien que olía, cuando todo era diferente... Y realmente esperaba pronto lograr cambiar el rumbo de sus vidas, o morir en el intento.

Ella tomó su fuerte mano, y la apretó.

—Estoy agotada —le dijo.

—Vamos, ya falta poco, no puedes rendirte ahora.

—Hace días que me dices lo mismo, pero seguimos recorriendo kilómetros y kilómetros de tierras áridas, sin rastros de vida ¿Eres consciente de que, al paso que vamos, nos quedaremos sin agua en dos o tres días? Y ni hablar de la comida...

—Deja de preocuparte —insistió él—. Tal vez mañana, o quién sabe, esta tarde, lleguemos a destino —Marcos tiró de su mano, ayudándola a ponerse en pie. Llegarían, claro que llegarían, pensó, tantos reveses y vueltas del destino como vivieron no tendrían sentido si les tocara morir en medio de un desierto de manera tan intrascendente. Ella emprendió la marcha nuevamente, sin decir nada; siempre confió en su marido, y habían llegado tan lejos, que no dejaría de hacerlo ahora.

Tal vez fue la fuerza de voluntad, la fe que mueve montañas, o la simple casualidad, que en realidad es una fuerza poderosa, la que los ayudó, puesto que, tal cual lo vaticinó el hombre, al caer la noche pudieron divisar en la lejanía un mar de luces, bajando la ladera de un valle. Con ánimos renovados, caminaron hacia ellas, por un buen tiempo.

Cuando llegaron al lugar, desfallecientes, fueron recibidos cordialmente por sus habitantes, quienes les brindaron agua y comida, al observar el estado de desnutrición en que ambos se hallaban. La ciudad era muy extraña, una mezcla desordenada de casas de adobe, madera y metal, rodeando una elevación en el medio que tenía una gigantesca puerta de metal abierta de par en par. Sobre ella, un poco por detrás, se vislumbraba el contorno de una gran estructura, que para Marcos se asemejaba a una gigantesca antena parabólica. El cielo se hallaba libre de nubes y completamente estrellado, y el clima era bastante fresco.

Marcos y Clara lograron comunicarse con los habitantes del lugar mediante la lengua que habían aprendido en la última ciudad donde residieron por varios años, y que tuvieron que abandonar de forma intempestiva debido a los violentos ataques de Yronia, que finalmente logró arrasar con todo y matar a casi toda la población.

Cuando se repusieron, luego de descansar un tiempo, Marcos fue directo al grano, al motivo de tan difícil travesía... Le preguntó a un tal Roberto, que demostraba tener bastante poder de mando entre la gente que los recibió, si conocía a dos hermanos llamados Orión y Pléyade, a quienes estaban buscando. Roberto, por su parte, se mostró muy extrañado de que unos desconocidos llegados de lejanas tierras del sur preguntaran por ellos. Les dijo que sí, que los conocía, y que podía arreglar un encuentro con Pléyade tal vez para el día siguiente. Cuando les preguntó para qué los buscaban, Marcos le respondió simplemente que "eran viejos amigos". Si bien Roberto no detectó mentira en sus palabras, sabía que eso era imposible, puesto que ellos nunca habían viajado a las tierras del sur, territorio vedado por orden del Santo.

Esa noche los esposos tuvieron un descanso tranquilo y bajo techo, en una cama cómoda, brindada por la comunidad.

* * * * *

Temprano, a la mañana siguiente, Marcos y Clara fueron despertados por fuertes golpes en la puerta. Grande fue la sorpresa cuando, al abrirla, se encontraron frente a frente con Pléyade, quien entró en la pequeña habitación, yendo directamente a sentarse sobre una mesa, de manera bastante informal.

Marcos la recordaba hermosa y joven, con esos cabellos largos y lacios que sorprendieron tanto a su gente cuando los hermanos llegaron a la Iglesia del Sagrado Retorno. Era un recuerdo de otra realidad, donde, de hecho, todavía podía ver a ella tan joven y bella intentando reanimarlo, sin éxito, en una fotografía detenida en el tiempo, con gran dificultad y sufrimiento, pero a la cual no dejaría de aferrarse mientras pudiera. Evidentemente, ahora ella ya no era esa jovencita que había conocido, pero debía aceptar que la edad no había hecho mella en su belleza y en su carácter, y se mantenía igual que siempre, aún sin arrugas, aunque con algunos kilos de más.

—Señores, dijo ella —escuché que me buscan, que son viejos amigos míos, y sin embargo, no los reconozco.

—Sí que somos amigos, más que eso, compañeros... —habló Marcos—. Sólo que no lo recordarías, puesto que no me refería a esta realidad, sino a otra —La mujer permaneció callada, esperando mayores explicaciones, por lo que Marcos continuó—. Tú y tu hermano fueron creados debido a la emanación mental de una persona tremendamente poderosa, llamada "La Sombra", que, lastimosamente, en este mundo ha muerto hace más de quince años. En aquel momento, yo tuve que elegir entre salvar a Clara, mi mujer, o a él, y, ante tan tremenda decisión, amplifiqué una capacidad innata que tengo y logré desdoblar la realidad en dos partes, y en cada una salvé a uno de ellos. En la realidad donde la Sombra aún vive, ustedes viajaron al sur, acudiendo a un llamado que en esta realidad nunca se dio. Y allí nos conocimos. Lastimosamente, en este mundo, sin la influencia de la Sombra, y sin la inimaginable campaña que tú deberías haber realizado para erradicar al mal del mundo, el gobierno de Yronia creció sin límites, y ahora es un monstruo que en poco tiempo arrasará con lo poco que aún queda con vida en el mundo entero. Es por eso que hemos viajado por años, primero a las zonas de los cultivos, luego a los pueblos de la frontera, luego cruzamos la cordillera de Eglarest, y nos establecimos por mucho tiempo en una antigua ciudad, junto a la gente de Gradio. Hace poco Yronia emprendió la cruzada más grande de todas, saliendo de su encierro en las montañas y arrasando con esa ciudad, y matando a muchos de nuestros amigos. Apenas pudimos escapar con vida... Y por eso decidí buscarlos, para que me ayuden.

Pléyade frunció el ceño.

—Supónganse que les creo —dijo—, tantas cosas extrañas he visto en mi vida, que su historia ya no me sorprende ¿Para qué me necesitan? ¿Qué puedo hacer yo? Si lo que mencionan es cierto, e Yronia empezará a cazarnos con ejércitos robóticos, según entiendo, porque fuerza vital no tienen, lo único que podemos hacer es viajar más al norte, tal vez ocultándonos en Nautilia, pero es imposible hacer cruzar el mar a todo mi pueblo. Yo no tengo el poder para detenerlos. Lo único que puedo hacer por ustedes es brindarles albergue, hasta que el fin llegue.

—La verdad, es que nosotros vinimos por un motivo totalmente egoísta —se disculpó Marcos—. Y porque necesitamos de su ayuda. Como te dije antes, existe una realidad totalmente diferente a esta, donde el poder de Yronia está siendo destruido por ti y por tu hermano. Esa es la realidad importante, no esta. Esta realidad sólo existe porque mezquinamente yo no quise perder a mi amor, mi vida, a Clara. Pero cerrando los ojos, liberando mi mente, podría dejar de existir, por lo menos para mí. No quiero mentirte, ustedes y esta realidad están perdidos, pero hay un mundo diferente, verdadero, al que están salvando ahora... Y yo soy la conexión entre ambos mundos; éste, y el que todos deseamos existiera, que se está gestando mientras hablamos.

—Y tú quieres huir, volver al mundo al que perteneces a medias —supuso Pléyade, endureciendo sus rasgos.

—Yo soy un canal abierto, pero carezco del poder para abrir un vórtice lo suficientemente grande como para cruzar al otro plano. Ahora, conociéndote, y sabiendo lo que eras de joven, no tengo dudas que entre tú y tu hermano podrán abrir el vórtice y permitir que lo crucemos ahora, puesto que habrán crecido aún más en sus capacidades.

Pléyade sonrió, pero tan sólo por un instante, luego el rostro se le oscureció, como una nube pasajera que cubre el sol en un día despejado.

—No creo que pueda ayudarte —le dijo ella, triste, poniéndose de pie y caminando hacia la puerta—. Cualquier otra cosa que necesites me esforzaré para dártela, pero no tengo la capacidad de efectuar tamaño milagro.

—No puede ser, cuando tenías apenas veinte años me dijiste que pronto podrían hacer algo así con Orión, ¿Cómo es posible que en todo este tiempo no hayan crecido lo suficiente?

Pléyade se molestó. Volteó, con rabia, y miró al hombre a los ojos.

—Tú me estás hablando de otra realidad, una realidad donde tuvimos un maestro, una realidad donde mi hermano está vivo... —la mujer estaba conteniendo las lágrimas, evidentemente—. Orión murió hace diez años, en la primera expedición a Nautilia... Y yo, separada de mi esencia, me debilité, y en vez de dedicarme a trascender, me casé con un hombre al que amo profundamente, tuve hijos, y dirigí este lugar lo mejor que pude... Ya no soy la jovencita sublime de antes, la densidad de la tierra me consumió, y carezco de la visión y el poder de antaño, cuando éramos dos, pero estábamos completos.

Marcos, conociendo la verdad en las palabras de Pléyade, se sumió en una triste agonía. Bajó los ojos, mirando de un lado a otro. Luego, sin pensarlo, se acercó a Pléyade y la abrazó con fuerza.

—Lo lamento —le dijo—, jamás se me pasó por la mente que todo podría haber cambiado tanto.

Ella se dejó abrazar, y lloró, por un rato. Clara, mientras tanto, se mantuvo en silencio, respetuosamente. Cuando el momento de tristeza pasó, Pléyade habló.

—Hay una sola persona que puede hacer algo por ustedes, pero aún es joven, y no domina sus poderes, puesto que nadie le ha enseñado el arte, salvo yo, que nunca crecí por completo. Tal vez, con mi ayuda, quién sabe, pueda canalizar tu poder...

Pléyade abandonó la habitación, rogándoles que esperaran un momento. Al cabo de media hora, regresó acompañada de una pálida muchacha de hermosura refulgente, pero aún adolescente. Era imposible mirarla de frente, puesto que emanaba un fulgor divino e invisible que superaba su físico. Marcos se sentía impelido a mirarla, observarla detalladamente, pero a la vez le era imposible mantener la vista fija sobre ella, puesto que sus ojos no lo resistían. Era alta, delgada, con un cabello rojizo incandescente enrulado y una sonrisa dulce como jamás nadie había visto. Los ojos derramaban bondad, y su mera presencia tranquilizaría a cualquier fiera, o persona desesperada... Además, las acompañaba otra muchacha un poco más joven, muy diferente a ella y con un poder interior muy grande, pero que quedaba completamente eclipsada por la primera, tanto que Marcos después, al querer recordarla, no pudo reconstruir su imagen en su mente.

—Ella es Serenela, mi hija —presentó Pléyade a la muchacha mayor, fruto de su unión con Apolo—. Y también nos quiso acompañar Sara, mi hermana menor. Si alguien puede ayudarlos, son ellas, pero, como les adelanté, desgraciadamente no hemos podido enseñarles mucho, puesto que superaron rápidamente a sus maestros, y sus energías se encuentran desordenadas y fuera de cauce, por lo que es muy difícil lograr un cometido tan delicado sin riesgos.

Ambas muchachas sonrieron y se presentaron con cortesía. Marcos expuso su caso. Les explicó nuevamente la situación, y el hecho de que en el otro mundo, en un momento extremo, había detenido el flujo del tiempo mientras aquí las buscaba, para formar un portal entre ambos lugares, antes de perder la conexión en forma definitiva y que no hubiera escapatoria. Mediante él, esperaba volver con su mujer a un mundo verdadero.

—Entiendo —lo tranquilizó Serenela con su suave voz—, pero hay un problema. Tal vez tú, que eres el medio y componente del propio portal, puedas atravesarlo, o, mejor dicho, hacer un intercambio con tu otro ser, puesto que la energía universal debe mantenerse, pero Clara no tiene posibilidades, ella no podrá pasar al otro lado.

Marcos titubeó.

—Entonces nada tendría sentido. He sufrido todos estos años manteniendo ambas realidades porque no puedo vivir sin ella. Volver a un mundo con esperanza, pero sin ella, no me sirve.

—Lo lamento —se disculpó la muchacha—. No hay nada que yo pueda hacer al respecto.

Clara empezó a llorar.

—No importa, mi vida... —le susurró la mujer a su amor—. Si tú estás bien, en cualquier parte, lejos o cerca, yo también lo estaré.

—¡No! —exclamó él—. Entonces nos quedaremos aquí, por el tiempo que reste, juntos.

Serenela, se acercó a él, apoyando su mano en el hombro, para darle ánimos. Pero como siempre en su vida, ante la imposibilidad de controlar sus capacidades, se produjo un chispazo de energía y una distorsión espacio-temporal, de forma inmediata. Asustada, la joven, alejó la mano y cayó de espaldas al piso, dolorida. Marcos se tomó del hombro, acalambrado, a causa de una enorme quemadura inexistente hasta un segundo antes.

—¡El portal se abrió! —exclamó la muchacha, intentando recuperarse, pero totalmente debilitada.

—¿Qué? —le preguntó Marcos, confundido.

—¡Yo no quise hacerlo, pero creo que canalicé tu deseo, tu fuerza de voluntad, hacia lo que buscabas!

—¡Pero no puedo irme! —gritó él, mirando a su esposa.

—¡No hay tiempo para pensar! —lo apuró Pléyade, ya que Serenela apenas podía moverse—. ¡El vórtice se mantendrá abierto por poco tiempo, y tal vez ella nunca pueda crearlo de nuevo!

—¡No, no me iré! —gritó Marcos, estrechando a su esposa, quien también lo abrazó con fuerza.

Una luz cegadora resplandeció en la habitación, encandilando a todos, junto a un poderoso viento proveniente de la nada y que escapó por puertas y ventanas...

Luego de un momento todo volvió a la calma. Pléyade se puso de pie, puesto que había caído de rodillas, ayudada por Sara, y entre las dos sentaron a Serenela en una silla, quien estuvo unos minutos en silencio, superando el aturdimiento y recuperando fuerzas.

—¿Qué pasó? —le preguntó Sara.

—Se fueron —respondió la muchacha.

—Pero no puede ser... Allí está, él, en el piso —insistió Sara, apuntando al suelo, donde se encontraba el cuerpo inerte de Marcos.

—No es él.

—¡Claro que lo es! —discutió Sara.

—Lo que Serenela intenta explicar es que ese no es el Marcos que conocimos —constató Pléyade, acercándose al cuerpo y volteándolo—. Éste tiene por lo menos veinte años menos, míralo.

Y era cierto, el cuerpo de Marcos parecía haber rejuvenecido dos décadas, y, evidentemente, se hallaba muerto.

—Pero... ¿Y Clara? —inquirió confundida Sara—. Ella no podía cruzar el portal... Además, la energía debe mantenerse... Debería haber entonces otro cuerpo aquí...

—Acabas de presenciar lo que puede hacer el poder del amor... —le explicó Serenela, intentando ponerse en pie, reflexionando sobre lo ocurrido— Su amor era tan grande que formaron, tal como lo dicen las antiguas escrituras, una sola carne, y aún más que eso, un solo espíritu...

—Como lo éramos Orión y yo —pensó Pléyade en voz alta.

—Exacto, ya no son dos esencias divididas, sino sólo una, y por eso pudieron cruzar el umbral al otro mundo como una única entidad completa. El amor es la energía más poderosa que existe.

Sara asintió. Luego ayudó a su sobrina a ponerse en pie.

—Pero... ¿Acaso si ellos volvían a su mundo, el verdadero, esta realidad dejaría de existir, puesto que era una emanación mental egoísta suya? —preguntó la muchacha menor.

—No... —le respondió Pléyade—. Esa fue una mentira piadosa que ellos nos dijeron para que les permitiéramos escapar sin reclamos a su egoísmo, por más que todos sabíamos que no era así. Este mundo sigue en pie, y, según parece, no por mucho tiempo...

—Pero por lo menos ahora sabemos que, gracias a ti —le dijo Serenela a su madre—, hay un mundo mejor en donde reinará la justicia y la verdad, y donde ustedes habrán conocido a su maestro y habrán crecido, y todo será diferente...

* * * * *

Siempre hay una alternativa.

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