Capítulo 38: El enfrentamiento final

Uno a uno, los especiales, aventureros, temerarios, fueron llegando detrás de Gerard. Luego de varias peligrosas vueltas y de esquivar numerosos disparos, inclusive luchando con algún otro soldado volador, el grupo se amontonó en una inmensa plataforma cientos de metros más arriba del laboratorio. La terraza donde se encontraban estaba en el punto más alto de la ciudad, desde donde se podía observar la magnificencia de la metrópoli, con sus gigantescos edificios y sus calles ahora silenciosas. En el centro de la explanada había incrustada una semiesfera de piedra negra y brillante, de diez metros de diámetro, pero sin puertas o entradas visibles. Un fresco viento les acariciaba el rostro, y en el cielo se movían grandes nubes con rapidez. Hacía tiempo que los miembros de la expedición no veían el cielo sin la interferencia de las construcciones humanas, o el smog que ocultaba casi totalmente el cielo en las zonas inferiores.

Pléyade fue la última en llegar, y Melissa tuvo que ayudarla, puesto que tenía un enorme mastín colgado de una pierna, casi destrozándola, al que disparó una certera flecha para que la soltara, con el peligro de fallar y dar a su amiga. Marcos, por su parte, estaba sentado descansando, ya que aún no se recuperaba de su agotamiento, acompañado por la Sombra. Juan asistía a la madre de Melissa, ayudándole a removerse el pesado equipo de la espalda, mientras que Orión miraba el impactante paisaje circundante, la creación del hombre y competencia de la naturaleza.

Tuk, por su parte, vigilaba el lugar, para evitar desagradables sorpresas, y lo mismo hacía Franco, invisible para el resto. Por un momento, el muchacho observó el cielo, sorprendido. Allí se encontraba la luna, entre las nubes, completamente llena, visible a pesar de no haber oscurecido aún. Hacía tiempo que él no veía al satélite en su puesto, ni a las estrellas.

—Luna llena ¿Qué significará? —preguntó.

—Si te refieres a qué influencia tiene la fase lunar en nuestras vidas —le respondió la voz metálica tras de sí—, lamento informarte que no la hay. La luna no tiene fases, sino que la relación tierra-luna las genera, proyectando nuestro planeta su sombra sobre ella. Por lo tanto, ese efecto óptico no tiene ninguna importancia.

Tuk sonrió en silencio, no tenía intenciones de discutir con el cazador.

Volviendo al recuento de los compañeros, sabemos que Camilo murió en una explosión traicionera, y Arcadio prefirió regresar a las zonas inferiores, puesto que estaba muy malherido y sería un estorbo. Finalmente, allí, entre ellos, estaba Ángel. Nadie lo vio o sintió su presencia durante los acontecimientos anteriores, pero sin embargo siempre estuvo allí. Nadie recibió su ayuda, pero tampoco se la brindó. Pléyade, al descender y desplomarse en el suelo, observó su mirada calma, su sonrisa tranquilizadora, pero no se atrevió a preguntar. Él, por su parte, paseaba despreocupadamente por el enorme lugar, sin ayudar ni molestar.

Se tomaron unos minutos de descanso para curar las heridas, pero ante el nivel de cansancio que los dominaba, no pudieron hacer más que detener las hemorragias y calmar los dolores más agudos. Sin contar que aún debían reservar energías para lo que viniera, desconocido para ellos.

Todos lograron, de una u otra manera ponerse en pie, con mayor o menor dificultad, pero evidentemente la hueste estaba reducida en capacidades. No soportarían el trajín por mucho tiempo más, o una nueva batalla. Debían actuar rápido.

Juan, por un momento, se acercó a Orión, con intención de entablar conversación. Éste se hallaba ahora de rodillas observando detenidamente una fisura en el suelo que llevaba hasta la pared que hacía de baranda.

—¿Qué miras? —le preguntó aparentando curiosidad.

—A estas hormigas —le respondió el muchacho sin voltear, señalando la rendija—. ¿No son increíbles?

—Son insectos comunes y corrientes —le respondió el otro—. No veo nada especial, salvo que es increíble que vivan a estas alturas.

—No ves porque no puedes —insistió el muchacho—. Estuve leyendo algunos libros de biología en la Iglesia en estos días, y ahora, observando a estos pequeños seres, acabo de llegar a la conclusión, o, mejor dicho, a la percepción, de que todas las hormigas de este hormiguero son en realidad la representación física de un solo ser. Son como una planta, la cual tiene tallo, hojas, flores y raíces, todos componentes tremendamente diferentes, y sin embargo que conforman una sola unidad. Las hormigas son iguales, sólo que no están físicamente unidas. Esta es la explicación de cómo es posible que funcionen tan bien como unidad a pesar de tener división de tareas, haber reinas, obreras y todo eso; son en realidad un único organismo viviente dividido en pequeños fragmentos independientes. Y así como las plantas lanzan sus semillas, partes de sí mismas pero capaces de generar nuevas vidas, cada colonia puede generar nuevas reinas y así crear más vida e individuos de su especie. Supongo que con otros insectos como las abejas sucederá lo mismo. O el humano, la colección de un conjunto gigantesco de células dispares y heterogéneas, pegadas unas a otras, y que tienen una única conciencia. Aunque, si hacemos caso a las palabras de la Sombra, en realidad todos los humanos pertenecemos de hecho a una conciencia universal, dando y recibiendo de los demás, aunque sin perder nuestra individualidad.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Melissa en voz alta al resto del grupo, y al mismo tiempo tensando la cuerda de su arco.

—Según tengo entendido —habló la Sombra—, la fuente de la maldad, de todos los problemas, engaños y sufrimiento, está escondida en la zona más alta de la ciudad, que es esta. Siento levemente su presencia, pero no puedo discernir bien de dónde proviene, es como si estuviera presente en todas partes al mismo tiempo.

—La esfera —dijo Ángel.

—¿Esfera? —preguntó Juan, volteando hacia ellos.

—Sí, deben ingresar a la esfera, a su guarida, su territorio.

—¿Y los líderes? Deberíamos encargarnos de ellos —asumió Marcos.

—No hace falta —le dijo la Sombra—. Si terminamos con la maldad que los domina, será suficiente para cambiar la estructura de este mundo.

—Estuve observando a la esfera —indicó Tuk, que volvía de aquella zona—, pero no tiene ninguna entrada. Es una gran roca, totalmente sobrenatural, incrustada en la terraza.

—Vamos —insistió Ángel—, tomen un último respiro de aire mundano y síganme.

Sin decir más, el contingente se acercó a la hermosa roca, pulida de tal manera que reflejaba sus rostros, el cielo y la luna, perfectamente. El guía, en un gesto seguro con la mano, hizo que la roca sólida se convirtiera en una masa traslúcida, y luego caminó dentro de ella, hasta desaparecer. El resto de la comitiva hizo lo mismo. Nadie se atrevió a hablar o preguntar nada.

El interior de la esfera los sorprendió. Era inmenso, un ambiente casi infinito de paredes y techo negro, pero a su vez iluminados, como si esa negrura fuese al mismo tiempo fuente de luz. El suelo, también negro, estaba tan pulido que brillaba, como el exterior de la esfera, y reflejaba los movimientos del grupo. La maldad, la esencia, era tan fuerte que podía verse, olerse, oírse, escucharse, y sentirse, a pesar de estar todo estático, silencioso y tranquilo.

—Yo pensé que el hogar del enemigo, del anti-humano, sería un infierno de llamas y sufrimiento, un lugar sin paz... Pero sin embargo es todo lo contrario —reflexionó Tuk.

—Ese concepto de maldad retorcida, casi gótica, es erróneo —le respondió una voz fuerte, que provenía de todas partes. Frente a ellos, antes invisible, ahora claramente perceptible, había un hombre de cincuenta años sentado en un sillón formado por la misma piedra pulida del suelo, recostado hacia un lado y sosteniendo su rostro con un puño en su mejilla. Era tremendamente parecido a la Sombra y a Ángel, a pesar de ser éstos muy diferentes entre sí. Tenía los cabellos plateados y largos, unas pocas arrugas en la frente, una barba tipo candado y unos ojos opacos, del mismo color que el entorno. Los pálidos ropajes parecían tener vida propia, quietos, pero conteniendo un grito a punto de escapar, siendo parte de él y parte del mundo, casi fundiéndose con el suelo—. A mí me gustan los espacios vacíos, puros, donde los objetos están únicamente cuando y donde son necesarios —El hombre levantó una mano, y del suelo fueron elevándose columnas cuadradas a diferentes alturas, como un gran rompecabezas, que formaron sillones y mesas de piedra a su alrededor, donde los especiales se sentaron, observando su poder con asombro y suspicacia. Ángel permaneció de pie, era el único que no se veía agotado.

—Jamás te hubiera imaginado así, a ti ni a tu hogar —le dijo Orión, levantando la voz.

—Yo no tengo forma verdadera, soy esencia únicamente. Pero ustedes no serían capaces de lidiar o comprenderla, al igual que la del altísimo, necesitan ver algo tangible para comunicarse conmigo. Por eso el hombre ha creado todo tipo de representaciones mías a lo largo de la historia: seres temibles, demonios alados, criaturas aterradoras, seres mitológicos...

A los presentes les pareció ver como Él, su rostro y su cuerpo se transfiguraban, mutaban o cambiaban de forma rápidamente mientras hablaba, frente a sus ojos, pero seguía siendo el mismo, allí presente, sin alterarse ni moverse.

—Del mismo modo, tampoco tengo un nombre, a pesar de que los humanos se han esforzado en bautizarme con todo tipo de denominaciones. En verdad soy el Sin Nombre, como el de arriba. Y prefiero que me llamen así, puesto que tengo el mismo derecho y la misma energía, tan sólo que es opuesta. Deben saber que todos los demonios son el mismo, uno único en diferentes facetas, del mismo modo que todos los ángeles son uno también, no existe la individualidad en estados tan altos de energía. Ahora... Ustedes han invadido mi territorio, mi templo, mi lugar sagrado. Simples seres humanos, hormigas, problemas insignificantes ¿Qué quieren de mí? No hacía falta tanto esfuerzo para conseguir lo que desean, lo que les puedo dar. Estando de mi lado ya lo hubieran obtenido, y yo se los hubiera entregado antes que lo pidieran, cuando sus mentes se comprometieran con mis designios. Pero no es así. Ustedes no vienen a pedir, sino a impedir... A detener mi accionar... ¡Tontos! ¿No se dan cuenta que su lucha no tiene sentido? Por más poderosos que sean, especiales, despiertos, quienes comprenden la realidad tal cual es, o por lo menos mejor que el resto de la humanidad, siguen siendo personas, mientras que yo soy un ser superior, inmortal, inmaterial, inconmensurable para ustedes. Vuélvanse, les doy esta oportunidad, y vivan sus despiertas pero patéticas vidas, mientras puedan. O sino todo terminará aquí y ahora.

—Nosotros seremos capaces de vencerte —lo desafió Pléyade, intentando erguirse, por más que su pie estaba casi destrozado—. Sabemos lo que eres, y tenemos que detener tu trabajo en el mundo.

Él mostró señales de hastío e impaciencia. De todos modos, habló con propiedad.

—Los poderes que ustedes poseen son insignificantes: El dominio de la materia, el espacio, y tal vez el tiempo, que son las dimensiones más simples de este universo. Yo, en cambio, tengo el control total sobre otras dimensiones que ustedes ni siquiera saben que existen, sobre las mentes, sobre las almas... Y por lo tanto no pueden pecar de soberbia, comparándose conmigo... La soberbia mata, y hunde a los hombres en caminos sin regreso ni esperanza...

—¿Pero acaso no eres tú el símbolo de la arrogancia, el mayor ejemplo de la soberbia? —le preguntó la Sombra, entre toses apagadas—. Sin ser el supremo crees que puedes desafiar los designios del altísimo y deformar a tu antojo el producto de su pensamiento. Aunque seas la negación de la verdad, no puedes compararte con la totalidad...

—Amigo, eres todo un poeta —le respondió jocosamente el ser oscuro—. Pero ustedes no pueden entender aquello que no ha sido creado por sus mentes, por lo que los pensamientos ajenos y las verdades totales nunca les serán develadas de todos modos... Por algo aún no están de mi lado...

—Este diálogo no nos llevará a nada —afirmó Orión—. Aquí estamos, los seres más complejos del mundo, debatiendo temas que ni siquiera comprendemos, queriendo defender al planeta de una fuente de maldad que no tiene siquiera denominación, sin comprender su psicología...

—Los demonios no tienen psicología alguna —sentenció Ángel—. No hay nada que entender. Son meras manifestaciones energéticas de la totalidad...

—Al igual que los Ángeles... —afirmó el señor de las sombras con una gran sonrisa—. Pero de todos modos ya me cansé —el hombre chasqueó los dedos, y una esfera luminosa rodeó a Juan y a Gerard—. La gente común no tiene nada que hacer aquí, por lo que se quedará afuera —dijo, y la esfera se esfumó frente a ellos, llevándoselos.

La madre de Melissa, asustada, alcanzó a emitir algunas palabras.

—¿Y nosotras? —preguntó, tomando la mano de su hija.

—Ustedes ya son especiales, al igual que el disfrazado de allí —le respondió el ser oscuro, señalando al cazador—. O, por lo menos, creen poder entender al mundo tal cual es. Por lo tanto se quedan. Y como estoy aburrido ya de esta charla, la terminaremos ahora.

Inmediatamente una escalera se formó entre Él y los elegidos, al descender los bloques de piedra negra del suelo escalonadamente a su alrededor y hacia las profundidades de la tierra. Por las gradas subieron varios hombres obscuros, sin rasgos identificables, a pesar de tenerlos, ágiles como felinos y temibles como dragones. Poseían un aura que causaba temor en quienes se les acercaban, reduciendo sus defensas. Eran especiales, hombres, pero oscuros. Los seres no perdieron tiempo, y atacaron sin preámbulos a los compañeros con sed de sangre casi vampiresca.

Describir la batalla a esta altura de los acontecimientos no tiene importancia. Ambos bandos eran de especiales con todo tipo de habilidades y capacidades. Ambos pusieron todo de sí, pero los intrusos vencieron. Por momentos todo era un sinnúmero de luces y energías entrechocando o anulándose, golpes, movimientos gráciles, gritos y violencia. Orión, alentado por la obligación de defender a Melissa realizó todo tipo de proezas, lo mismo Pléyade y La Sombra. Columnas de fuego, la furia de los elementos, escudos de fe, haces luminosos, radiaciones multicolores, fulgores oscuros, relámpagos y chispas colmaron el lugar.

Ángel permaneció de pie, sin moverse, durante todo el combate, del mismo modo que el señor oscuro, estudiando la situación, pero sin intervenir. Los enemigos terminaron huyendo o cayendo el combate, de la misma manera que Tuk, quien no resistió los embates y murió asaltado por las bestias humanoides. Franco luchó heroicamente, con las habilidades que su tecnología le brindaba, protegiendo a los demás y estableciendo estrategias de combate, pero cayó inconsciente hacia el final del duelo, exhausto, aunque aparentemente sobreviviría. Marcos, por su parte, se estaba desangrando rápidamente. Pléyade corrió para ayudarlo, pero ya no había nada por hacer. Su esencia se iba velozmente.

—No te preocupes —balbuceó el hombre—. Hay otra realidad en donde sigo vivo, con mi esposa, y donde sé que por lo menos fui útil para salvar a un mundo, lo cual ya es mucho, y algo que justificó mi existencia.

El infinito techo negro era todo lo que observaba sobre él. Su cuerpo ya no respondía, y su mente se nublaba rápidamente, en un frío glacial. La figura indescriptible apareció junto a él para acompañarlo, como ya lo hizo en tantas otras ocasiones, en tantas otras realidades, últimamente. Ya no le mostraba sus hechos, ni repasaba su pasado, puesto que él ya estaba más que consciente de ellos. Por lo tanto esperó que emergiera el llanto, y con él su alma.

Pero él la observó, esta vez no aceptaba perder esa vida, la única valiosa de todos los hilos del tiempo, la única con libertad. Por lo tanto se aferró a ese último momento, y esperó.

La muchacha observó que, en el momento de expirar, su mirada se cristalizaba, y emergía un poder conservador, deteniendo sus procesos, su tiempo, y su entorno...

Al ver que los intrusos llevaban la ventaja, el señor oscuro se enfureció. Profirió palabras irrepetibles, y un ejército demoníaco se materializó para protegerlo. Todo tipo de bestias, rojas, negras, amarillas, brillantes, opacas, visibles e invisibles, se hicieron presentes cruzando un portal infernal, dispuestas a combatir en favor de su amo. Pero en ese momento Adán ingresó al recinto desde las alturas, procedente del espacio infinito, sin previo aviso y sin mediar palabra, rodeado por un aura de llamas celestes fulgurantes, lanzándose entre las bestias. Los temibles demonios se desperdigaron como ratas, siendo perseguidos por los rayos brillantes que partían del cuerpo del recién llegado en todas las direcciones, pero que no causaban ningún efecto en los especiales, y mucho menos en el señor de la noche. El aura poco a poco se fue apagando, a medida que las monstruosidades volvían a sus cavernas en el reino de la oscuridad, o simplemente dejaban de existir. Finalmente, al acabar con cada una de ellas, desperdigando su energía vital, Adán cayó al suelo exhausto, mirando a los ojos a la Sombra.

—Te dije que era yo, siempre lo supe —le susurró antes de desmayarse.

La entidad dueña de ese plano espacio-temporal se encolerizó superando todo límite imaginable. La situación había excedido ya todo lo imaginable, y no lo toleraría más. Su vanidad estaba herida, puesto que nunca consideró que gente apenas superior a la normal pudiera atreverse a desafiarlo de tal manera. Y si bien era omnisapiente, su visión estaba nublada por el orgullo de ser la entidad más poderosa de ese mundo, y nunca aceptó otra verdad. Rabioso, extendió las manos realizando un movimiento de arriba hacia abajo, y una llamarada psíquica, fantasmal, encendida, cubrió su cuerpo, elevándolo en el aire. Y se convirtió en el fénix, en el que siempre estuvo, pero que muere y vuelve a vivir, resurgiendo entre las cenizas del abismo. El universo sintió su calor, puesto que lo abarcaba todo, de principio a fin, con mayor intensidad a cada segundo.

Cuando dio el primer aletazo, la eternidad tembló, y la humanidad sufrió. Franco y la madre de Melissa se cubrieron detrás de Ángel, quien emitía una leve aura protectora azul, ahora visible, la cual los amparó.

Orión, más preocupado por la vida de su amor terrenal que por la suya propia, invirtió toda su energía en protegerla en un abrazo intenso, mientras que Pléyade y la Sombra apenas podían contener los embates del mundo.

Orión se encendió en llamas radiantes al ser alcanzado sin protección por el poder sobrenatural del ser alado, pero salvó a la mujer. Pléyade, al percibir la muerte de su hermano, sintió como si una fiera de dientes afilados le arrancara el alma del cuerpo y la destrozara, partiéndola en dos. Intentaba sostener lo inmaterial, devolverla a su propio cuerpo, pero únicamente manoteaba el aire, sin esperanzas. Se acercó arrastrándose a él, para protegerlo, antes del fin, con su manto y su ser. El fénix aleteó con más fuerza, y los planetas y las galaxias sintieron su furor. La muchacha, con la mano adelante intentaba protegerse, mientras sentía que su esencia se le escapaba por los poros y se quemaba lentamente, sucumbiendo a la derrota.

—Y así dejamos de existir, de ser —murmuró la joven, perdiéndose y separándose definitivamente de su par físico, para reunirse nuevamente en el plano inmaterial—. Siempre tuvimos miedo al vacío de una vida que se acaba, a la nada que le seguirá, a la llama que se apaga, al fin oscuro, negro, carente de luz. Tantos años, tanta experiencia... Para nada...

Pero en realidad eso no ocurrió. No sobrevino la oscuridad, ni el fin, puesto que todo se detuvo. La paz antiguamente conocida, la fuerza superior, se hizo presente... Ángel caminó hasta ellos, rodeado de una esfera protectora de varios metros de diámetro, la cual era impenetrable para la lluvia llameante del fénix, quien por momentos generaba tormentas de caos y sufrimiento, pero que ya no les afectaban. Ahora no se encontraban en el salón negro, sino flotando en la simple y oscura nada, en un globo luminoso generado por el espíritu radiante y sobre el cual ya no se podía fijar la mirada. El suelo era apenas un plano imaginario donde se apoyaban los sobrevivientes. Melissa y su madre no pudieron resistir el momento, la esencia del bien y del mal juntas, y se desmayaron instantáneamente, descansando plácidamente en el ficticio piso, arrulladas por la tormenta exterior. La Sombra, en cambio, sí estaba consciente, aunque casi inmóvil, superado por la intensidad de la energía que jamás imaginó.

Ángel tomó con la mano izquierda el cordón de plata del alma de Orión que aún se encontraba allí flotando, observando agonizar a su hermana, y lo unió a su cuerpo nuevamente.

El ser oscuro, el viejo amigo de Marcos, el acompañante del momento de la muerte física, se hizo presente allí. No sólo visible para el moribundo, como era costumbre, sino para todos, puesto que el lugar donde se hallaban era también parte de sus dominios.

—Tú, pese a lo que eres, no tienes derecho de intervenir en lo que no te corresponde —le reclamó a Ángel, sin preámbulos.

—Yo soy un poder superior a ti, y por lo tanto sé cosas que tú no puedes siquiera comprender. No interfieras con mi trabajo, y acepta la verdad de quien es tu señor. Yo vine al mundo con órdenes muy claras, y la obligación de no intervenir salvo que existiera otra interferencia antinatural, como la que estamos enfrentando y que se acaba de manifestar y actuar. Antes de que actuara no podía hacer nada, pero ahora ya se han desatado mis manos. Hace demasiado tiempo que el desequilibrio se apoderó del mundo, y ahora es el momento de volver la balanza a su justa medida.

—Pero esa alma no está bajo la potestad de ninguno de nosotros dos —replicó el acompañante—. En todo caso deberemos dejarla libre.

—¿Y convertirla en un alma en pena? ¿En alguien que no deja al mundo pero que no pertenece a tu reino? ¡Jamás! Su destino fue torcido, y es mi obligación devolverle su rumbo.

En ese momento Orión tosió, y Pléyade recuperó la respiración a pesar de no haber muerto. Pero ambos ya eran dos, y no uno. La muerte había terminado por quebrar sus últimos resquicios de unidad, y cada uno fue libre en su propia existencia.

Orión observó extasiado al artífice del milagro, lo mismo que Pléyade y la Sombra. Veían sin ver, iban más allá de simples órganos como los ojos, puesto que se comunicaban directamente con el corazón, en rayos fulgurantes rojos y azules.

—Todo esto que han vivido, todas sus capacidades, sus milagros, no son nada comparadas con lo que pueden llegar a ser. Cuando liberen su mente realmente, cuando vean con el espíritu, se darán cuenta que no existen murallas ni fronteras, trabas o imposibles, y que lo que uno mismo sea, es con uno. Ustedes son tanto o más que yo, pero a pesar de creer entender el universo todavía no escapan a las barreras que su propia mente teje a través de la materia. Cuando se liberen de esa carga, notarán lo ciegos que estaban.

—Eres tú... —le dijo el sumo sacerdote, acercándosele—. Y recién ahora te reconozco. Veo tus rasgos sin distinguirlos y sé quién eres, aunque antes no podía. Estuviste siempre conmigo, desde el principio.

—Ya me reconociste antes, cuando iniciaste tu camino, tan sólo que no lo recordabas. Y te aseguré que volvería cuando fuera necesario —le respondió el ser de luz—. Es hora de terminar con todo esto —agregó, poniéndose de pie. Elevó sus manos en una plegaria, y una lluvia torrencial desde abajo hacia arriba apagó el universo en llamas del fénix, entre sus gritos y rechinar de dientes. El Ser oscuro tuvo que descender hasta ellos nuevamente, vencido.

Ángel se acercó a él y lo abrazó, cariñosamente. El contacto de las energías más antagónicas del universo terminó consumiendo a ambos, puesto que eran los mismos poderes, opuestos. Los dos dejaron de existir, incluyendo sus esencias, y se mezclaron con el éter, y con el mundo, fertilizándolo. Por fin, y de una vez por todas, la bestia fue destruida, incapaz de regresar.

La voz de Ángel, el victorioso, se pudo escuchar a la distancia, disipándose.

—Los humanos son criaturas tan bellas, tan increíbles... He querido entender y tener sus sentimientos, compartirlos con ustedes, pero no puedo, yo estoy mucho más allá de eso. Lamento no haber podido hacer más, evitar muertes innecesarias, pero no tengo potestad sobre los efectos que el mundo se causa a sí mismo, sino sobre los efectos que lo que no pertenece al mundo causa sobre él...

—Si él nos hubiera enseñado, qué rápido hubiéramos aprendido —pensó la Sombra, viendo nuevamente el cielo nublado sobre su cabeza, y la inmensa ciudad silenciosa a sus pies y derredor. La esfera estaba desapareciendo lentamente.

—Él ya nos enseñó suficiente —le respondió Pléyade con una sonrisa.

* * * * *

Cuando llegas al fondo

y más allá de él,

no ves un abismo detrás

sino la sombra de él,

la sombra del olvido,

de lo pasado, de lo vivido.

La sombra...

Lo que no fue, lo que no es.

No somos más que seres

buscando cobrar forma,

sombras creando cuerpo,

luz en lo profundo.

Somos la nada hecha figura,

espíritus del presente,

gente que cree ver gente,

islas en un mar bravío,

un ser global, dividido.

La ruta no importa,

sino el destino,

hay muchos caminos,

porque el fondo del pozo

no es más que el principio

de la escalada, del cambio

del ser uno mismo.

* * * * *

Los miembros del grupo se hallaban desperdigados sobre toda la terraza, algunos heridos, otros muertos, y otros inconscientes, excepto Juan y Gerard, que no habían participado de la gran lucha final. Np quedaba rastro alguno de la la esfera negra antinatural.

Pléyade fue la primera en ponerse en pie, seguida por Orión y La Sombra. Los demás no podían siquiera moverse. Adán intentó reponerse, pero apenas podía arrastrarse. La muchacha se acercó al cuerpo de Tuk, sin vida, por quien no podía hacer nada. Luego se aproximó al de Marcos, en torno al cual empezó a sentir, cada vez con más fuerza una energía caótica creciente. Intentó llamar a sus compañeros, pero no le salía la voz, debido al enorme agotamiento que la paralizaba.

En pocos segundos un vórtice se abrió a su lado, un portal conector de diferentes realidades, lugares y tiempos, con forma de una mancha negra e infinita que ondeaba y fluctuaba a unos centímetros del suelo. Al instante dos sombras lo traspasaron en un flash luminoso. Una vez recuperada, la muchacha pudo observar, con sorpresa, a Marcos, acompañado de una mujer, parado frente a ella, sano, fuerte, aunque muy avejentado. Era él, pero por lo menos con quince años más de edad. Su cuerpo joven desplomado en el suelo había desaparecido.

—¿Marcos? —preguntó Pléyade, a pesar de reconocerlo plenamente.

—Aquí estoy, niña —le respondió, sosteniéndola al ver su grave estado.

—¿Ella es la misma que conocemos? —le preguntó la mujer.

—Sí, es Pléyade.

—¡Marcos! —exclamó La Sombra, acercándose al lugar—. ¡¿Clara?! —preguntó sorprendido y asustado— ¿Qué está ocurriendo aquí?

—Nada... —dijo la mujer—. Viajamos mucho para poder llegar hasta aquí.

—Pero son los que conozco, y al mismo tiempo no lo son... —afirmó el hombre.

—Hicimos un intercambio, algo que se da una sola vez en la vida. Y ahora estoy aquí, luego de tanto tiempo, pero en el único mundo que importa, y con la mujer que amo. Evidentemente este es un día para ser celebrado. Todo gracias a ti, Pléyade y a tu hija y a tu hermana.

—¿Mi hija, mi hermana? —preguntó la muchacha sobresaltada—. No tengo la una ni la otra.

—Estoy hablando de una realidad alternativa, de un mundo que ya no fue, ni será, porque aquí todo es diferente. Allí eras madre de familia, no habías conocido nuestro maestro, Orión pereció en un accidente, y este milagro de libertad no se había dado...

—En algún momento hablaremos del tema en profundidad —supuso Pléyade—. No creo que ahora sea una buena oportunidad, puesto que tenemos a varios compañeros heridos que atender, y muertos que enterrar.

La diezmada hueste inició el descenso hasta su lugar de origen, cargando con los muertos y heridos, lentamente. La ciudad se hallaba paralizada, silenciosa. No había soldados, sacerdotes baálzicos, ni maquinarias funcionando. La gente paulatinamente empezó a salir a las calles, y disfrutar de una suave llovizna que cubrió la urbe. Pero todo fue en silencio, en paz.

—¿Qué ocurrirá con la administración de la ciudad, ahora que el dominio oscuro ha caído? —preguntó el renovado Marcos, que cargaba a la madre de Melissa—. ¿Te encargarás tú de ella, Sombra?

El líder sonrió.

—Jamás. Ayudaremos a restaurar el orden y acabar con los resabios del mal, pero la política, los asuntos humanos, se los dejaremos a ellos. No son de nuestra incumbencia. Nuestro trabajo es hacer crecer a los hombres, a convertirlos en especiales, a transmutar, a ser lo que aún no son. Eso sí, velaremos extraoficialmente porque exista justicia, verdad, y se termine el dominio de las masas que hubo durante todo este tiempo. Tal vez Adán esté más interesado en dirigir la ciudad, puesto que él es el elegido.

El aludido negó con la cabeza sin hablar, arrastrando los pies. Juan y Melissa, por su parte, caminaban un poco más adelante, abrazados, también en silencio. Todo lo sucedido era una experiencia demasiado importante para asimilarla tan rápido. Pero de todos modos se habían propuesto comunicarse de ahí en adelante de otra manera, y ser lo que debían, ayudando al otro a crecer también.

Atrás, como de costumbre, Orión y Pléyade caminaban, pensando, silenciosos, divididos.

—¿Y ahora? —preguntó la joven—. ¿Volveremos a nuestra tierra o nos quedaremos por más tiempo?

—Supongo que permaneceremos un poco más, para ayudar a la reconstrucción de este mundo que se derrumba. Tenemos aún mucho que aprender también. Y luego volveremos a la aldea, a ayudar y a enseñar.

—Me parece bien. Hay algunos libros que quiero leer de la biblioteca de la Iglesia, y hay muchas personas a las que quiero conocer más en profundidad.

—Es increíble... —dijo el muchacho—. Pero vinimos hasta aquí a aprender, y no lo hemos hecho, escuchaste a Ángel; seguimos siendo los mismos a pesar de todo esto, y de las maravillas que hemos presenciado. Y, en nuestra soberbia, creímos ser el elegido, la salvación del mundo, cuando somos meros seres humanos.

—Estás turbado todavía, a pesar de todo... —le aseguró la hermana, resignada, y observando su muñeca, con el símbolo circular grabado en ella—. Fuimos iniciados por un ser superior... Lo que indica que efectivamente somos especiales. Hemos aprendido, y mucho, en este peregrinar, en el recorrido de tierras extrañas. Hemos llegado hasta aquí para descubrir que somos lo que somos, y que ese es el camino. Que somos uno, no sólo tú y yo, sino todos juntos, toda la humanidad, y que, cuando cualquiera de nosotros progresa, toda la humanidad lo hace, y en contrapartida, cuando uno se degrada, toda la humanidad también lo hace, por eso tenemos que luchar por avanzar, en nuestro propio camino, y en el de todos. Hemos liberado al mundo de una carga nefasta, reinstauramos la fe en lo superior, o sea, en nosotros mismos, y llegamos a un nivel de paz que nos permite vislumbrar la verdad envuelta en las tinieblas, y así lograr la libertad ¿Qué más podemos pedir?

—Amor, tal vez —masculló él, observando a la pareja abrazada más adelante.

—Tal vez... Pero ahora somos libres, el uno del otro, y a su vez del mundo. Lo que hagamos estará bien, y lo que seamos, auténticamente, también. Estar abiertos al amor es una opción alcanzable.

El muchacho dudó por un instante. Luego continuó hablando.

—En realidad no me refería al amor de pareja. Hablaba del amor a la vida, a los otros, y entre nosotros. Supuestamente somos especiales, los elegidos, los iniciados, los que vemos más allá de lo material. Hemos viajado tanto, luchado hasta el cansancio, adoctrinado, aprendido... Pero sin embargo no pregonamos amor... ¿Qué clase de elegidos somos entonces? Si nuestras palabras sólo muestran seguridad, fe, esperanza, verdad, pero no hablan de amor, de nada valen, puesto que lo esencial en la vida ni siquiera es nombrado. Somos soberbios, creemos ser más de lo que en realidad valemos. Comprendemos tanto al mundo, a la realidad, pero nada a las personas, a quienes nos rodean... Siendo así no valemos nada, como elegidos o como profetas.

—Es cierto —lo apoyó la hermana—. Tal vez sea hora de dejar de hablar de lo que sabemos o entendemos del mundo, y en cambio empezar a hablar de amor... Y no sólo hablar de él, sino darlo, compartirlo, regalarlo en cada rincón y a cada persona... Creo que nuestra historia verdadera, la que realmente importa, recién está iniciándose, y todo esto fue un mero preludio.

Orión sonrió. Se dio cuenta que el viaje, la lucha, no había sido en vano, sino que por fin, luego de tanto tiempo, empezaban a hablar y a sentir como verdaderos elegidos, como maestros, y que habían logrado su objetivo, su aprendizaje. La vida, a partir de ese punto, era incierta, sin metas, sólo lista para vivirse y enseñar... Y amar...

* * * * *

El mal, representado por un ser oscuro que nos domina y nos lleva al pecado, es un fraude. El único mal que existe es el que nuestro corazón alberga cuando no somos verdaderos y actuamos en contra de nuestra esencia divina. Y ese mal que nos condena existe únicamente por nuestra culpa, por nuestra libertad mal ejercida. De nosotros depende erradicarlo del mundo, sólo de nosotros.

FIN

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