Capítulo 34: Ascensión

Poco tiempo pasó hasta que se llegó al gran día en que el grupo seleccionado partió con ansias de generar el cambio, al despuntar el alba. El equipo que llevaría a cabo la misión más importante hasta la fecha estaba formado por La Sombra (el líder de la Iglesia), Orión y Pléyade (el elegido), Marcos (capaz de detener el tiempo y predecir los diversos hilos del futuro), Arcadio (joven e impulsivo, pero valiente y fuerte), Tuk (con habilidades de telekinesia y telepatía), Camilo (capaz de curar las peores heridas), Gerard (herramienta clave para desestabilizar las vías de comunicación e información) y Ángel (a quien nadie había invitado pero se hallaba de todas maneras allí de una manera natural). Pléyade tuvo una charla privada con La Sombra y le rogó que no permitiera a su hermano acompañarlos, pero él le respondió que ellos por ahora eran uno, y que no serviría de nada separarlos. Evidentemente se mostró preocupado por la confusión reinante en la mente y en el aura de Orión, pero tenía la esperanza de que pudiera purificarse antes de que fuera demasiado tarde, o que los acontecimientos presentes en sí mismos significaran un saneamiento para él. El resto de la gente permaneció en la Iglesia, esperando. Juan y Melissa, insistieron mucho en ir con ellos, pero fueron rechazados, puesto que serían más carga que ayuda. Franco se mostraba útil, pero en una de las últimas reuniones dijo que esa era una batalla perdida, y que el grupo iba directo a una muerte segura, aunque de todos modos quería acompañarlos. Era un compañero interesante por sus múltiples cualidades, pero debido al hecho de tener una personalidad conflictiva, o poder ser dominado por aquellos que crearon la tecnología que manejaba, de todos modos prefirieron no llevarlo en el grupo. Braulio, por su parte, se quedó como "guardián" de la Iglesia, la mascota de todos.

El grupo se puso un ropaje colorido y corto diferente a las túnicas o pantalones que usualmente llevaban, inclusive la Sombra estaba así, a cara descubierta, lo cual no era normal. Las ropas habían sido preparadas especialmente para confundirse con la gente común que habitaba en las alturas. En sus mochilas cargaron con herramientas y otras vestimentas que pudieran necesitar más avanzada la travesía.

Arcadio fue el último en aparecer, vestido igual que los demás. En la mano llevaba una pistola automática de grueso calibre, la cual disimuló debajo de la ropa con un dispositivo especial que colgaba del cuello y hombros, pero del cual era muy sencillo sacar con velocidad el arma.

Orión se sorprendió al ver a un compañero armado, así como otros de los miembros de la expedición. Arcadio, al observar el rostro de los demás, exclamó excusándose:

—¡Ustedes tienen poderes que les permiten atacar o defenderse, pero yo no!

El muchacho se mostró preocupado por tener a alguien armado en el grupo, y miró con desaprobación a la Sombra.

—No me parece correcto... —le susurró al líder—. Aunque... Es cierto, tal vez una armadura nos podría venir bien a todos...

—Arcadio es un muchacho un tanto conflictivo pero que tiene un brillante futuro, y si tener un pedazo de metal en sus manos le da mayor seguridad, dejémoslo por ahora. Por otro lado, nosotros no necesitamos armaduras, puesto que la mejor armadura que poseemos es nuestra mente y todas las defensas que pone a nuestra disposición.

—Sí —aceptó el muchacho—, pero eso indica que debemos estar conscientes y atentos todo el tiempo, para que no nos tomen desprevenidos.

—Más vale que así sea —asintió La Sombra—, no podemos darnos el lujo de tener momentos de inconsciencia, no en nuestra corta e importante vida. Debemos ver todo, comprender todo, estar atentos a lo que ocurre con cada paso que damos... Debemos ser como animales salvajes, con todos los sentidos físicos o psíquicos alerta, puestos en lo que nos rodea. Es bueno no perder la capacidad de asustarse, ese recurso es de épocas en las que el hombre estaba permanentemente amenazado, y aún es necesario, puesto que nuestra vida sigue estando plagada de peligros. Lo bueno de asustarse es que propina una reacción previa al entendimiento de la situación: primero actuamos o reaccionamos y luego intentamos comprender lo ocurrido. Así podemos salvar nuestras vidas gracias al instinto, por más irónico que parezca, a pesar de ser tan elevados espiritualmente. Es más, si logras activar tus capacidades instintivamente, en forma refleja, es imposible que recibas un ataque por sorpresa, aunque involucre armas de proyectiles.

Orión reflexionó por un momento sobre el tema, mientras caminaban por calles retorcidas, y lo mismo hizo Pléyade, quien había escuchado también las palabras de La Sombra. Los compañeros avanzaron directamente hacia la única vía de acceso al mundo superior. Más de un transeúnte los observó sorprendido, puesto que a la vista era gente de zonas superiores caminando por calles vedadas para ellos.

Mientras tanto, Marcos dialogaba distraídamente con Gerard.

—Hay algo que no comprendo acerca de mi habilidad de detener el tiempo... Tú que eres científico tal vez puedas explicármelo.

—¿Qué cosa? —le preguntó intrigado el compañero.

—Estaba practicando, deteniendo el tiempo por momentos mientras me concentraba, más bien enlenteciéndolo. De fondo había música sonando, no recuerdo bien que era, pero el sonido me ayuda a notar qué tanto estoy logrando detener el mundo a mi alrededor. Cuando ya no se escucha nada, significa que logré una interrupción total...

—Entiendo.

—Pero en este caso sucedió algo extraño. A medida que frenaba, el sonido se distorsionaba, pero sufría cortes. No era un sonido constante, como siempre, sino que sufría cortes periódicos como si estuviera incompleto. Pero si volvía al flujo del tiempo normal, esto no se notaba.

—Ahh... Interesante fenómeno —analizó el científico—, creo que sé a qué se debió. Probablemente estabas escuchando algún tipo de grabación digitalizada, no analógica...

—¿Digitalizada? —preguntó Marcos.

—Claro. Todo dispositivo electrónico actual se basa en principios digitales, no en formatos analógicos, como antes. Imagínate que hicieras lo mismo ahora, aquí donde estamos. Frenarías al tiempo, pero nunca se cortaría el sonido ambiente al ir deteniéndote, puesto que la onda tiene una resolución infinita. El problema es que, al digitalizar el sonido, la única forma de representar esa onda es mediante valores discretos. Las computadoras o dispositivos digitales sólo manejan información concreta... Y para ello, toman muestras cada cierto tiempo de la onda sonora y guardan ese valor puntual. Con ello después se podrá reconstruir una versión discreta de la onda original. Si el proceso se hace suficientemente rápido, o sea, a una frecuencia elevada, y luego esos valores se utilizan para recrear la onda ejecutándolos uno a uno y generando el sonido desde ellos, en apariencia tenemos el mismo resultado, y nuestro cerebro no se da cuenta de la diferencia, pero en un caso extremo como el tuyo, donde puedes detener el flujo del tiempo, va a llegar un momento en el cual escucharías los "silencios" que hay entre muestra y muestra.

—Comprendo... O por lo menos eso creo. Y es por eso que en cambio, cuando estoy escuchando un casete, que entiendo es analógico, no sucede eso, o cuando hay sonidos del mundo real a mi alrededor...

—Sí, probablemente sea así —reafirmó el científico.

Cuando llegaron al lugar, se encontraron ante una enorme puerta con barrotes, custodiada por dos guardias fuertemente armados. La Sombra pidió que lo siguieran en silencio, sin perturbar nada. Se acercó a ellos y los saludó amablemente, sin decir nada, señalando a ambos con el dedo. Los guardias automáticamente extrajeron unas llaves y abrieron la puerta, permitiéndoles el paso, luego cerraron el pórtico y volvieron a sus posiciones originales. El grupo comenzó a ascender por el interior del edificio, a través de una interminable escalera en caracol iluminada tenuemente con un farol en cada vuelta.

—¿Esas eran voluntades débiles? —le preguntó Pléyade a la Sombra luego de haber superado el primer escollo del viaje.

—Esas eran voluntades inexistentes —sonrió él—. Pero tengamos cuidado, y hagamos trabajo de equipo, porque al final de esta escalera hay como mínimo cuatro guardias más. No hace falta que ustedes colaboren, Marcos, Tuk y yo podremos con ellos...

Avanzaron por unos minutos, ascendiendo a través de la enorme escalera en espiral hasta llegar al final de ella. Allí había otra puerta grande cerrada con barrotes. Varios guardias se hallaban del otro lado, custodiándola de manera despreocupada. Al verlos, el grupo se detuvo.

Tuk bajó su mochila y extrajo de ella a un gato tan negro que únicamente sus ojos brillantes se podían observar en el sombrío lugar donde ahora se hallaban. Apoyó al gato en el suelo, quedándose éste completamente quieto y expectante. Tuk se arrodilló y empezó a concentrarse.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Gerard en un susurro.

—El gato es un familiar suyo —le explicó La Sombra—. Es como una extensión de su ser, al cual puede controlar, utilizando sus sentidos como si fueran propios, encarnando al animal y traspasando temporalmente su espíritu al cuerpo del gato.

—Pero eso es muy peligroso —supuso Pléyade.

—Solamente si el animal muere o se lastima gravemente, de otro modo no hay gran problema. Es una práctica que tiene miles de años de antigüedad, todos los chamanes indígenas han sabido hacerlo por generaciones y generaciones.

El gato caminó directamente hacia la puerta y cruzó los barrotes con gracia, delicadeza y sigilo. Inmediatamente se encendió una luz roja brillante sobre el pórtico, junto a un pitido fuerte que asustó a todos.

—Eso es algo nuevo —dijo la Sombra sorprendido—. Están reforzando su patética seguridad.

Los guardias se sorprendieron al ver al animal, y uno lo tomó entre sus manos, antes de que éste pudiera escabullirse. El gato maulló, observando al hombre con sus grandes ojos negros. Otro guardia se asomó mirando a través de los barrotes, pero no le pareció ver nada extraño, ya que el grupo estaba quieto y escondido entre las sombras circundantes.

—¿De dónde apareciste, gatito? —preguntó el soldado que sostenía al gato, acercándolo hacia sí. Inmediatamente el animal bufó y lanzó un zarpazo que hizo un profundo rasguño en el rostro hombre, el cual lo soltó inmediatamente, gritando palabrotas irreproducibles. Al caer al suelo, el felino saltó directamente sobre una mesa llena de cosas, desparramándolas y tirándolas al piso. Luego se escabulló por la puerta, con los demás hombres persiguiéndolo sin lograr atraparlo.

Pasados unos segundos, Tuk se recompuso.

—Vamos, antes de que regresen —dijo—. Se acercó a la puerta, cerca de la cual aún estaba el guardia herido. La Sombra lo miró fijamente, y, antes de que éste pudiera reaccionar, se halló plácidamente dormido sobre el suelo. Tuk apoyó su mano en la cerradura de la puerta, e inmediatamente se pudieron escuchar varios chasquidos y ruidos interiores, hasta que, pasado menos de un minuto, ésta se abrió.

Los compañeros se apresuraron en dejar la habitación, y salir al exterior. Grande fue la sorpresa de Orión y Pléyade al abandonar el puesto de guardia, puesto que era la primera vez que estaban realmente dentro de la ciudad. Ahora se hallaban en la zona más baja de la verdadera Asción, y, a pesar de ser la zona evidentemente menos cuidada, era cientos de veces mejor que el lugar donde habían pasado los últimos tiempos. Los enormes edificios se alzaban cercanos unos a otros, traspasados por calles anchas, que a su vez se cruzaban en unas plazas flotantes, mantenidas así por algún prodigio de la ingeniería que ellos desconocían. Las calles también se suspendían en el aire, y unas barandas de metal eran lo único que las separaba del abismo. La gente por lo general caminaba, aunque algunos pequeños vehículos o motocicletas semejantes a las de los cazadores paseaban libremente por los caminos. Desde ese punto y hacia arriba también se iniciaban las ventanas, cubriendo todos los edificios. Hacia abajo sólo existían paredes de cemento y metal. En la zona inferior únicamente se podía ver que los edificios nacían desde una intensa bruma que ocultaba el suelo y la miseria. Hacia arriba aún no podía verse el cielo, cubierto por cientos de calles a diferentes alturas, aunadas a la propia sombra de los edificios.

—Increíble... —murmuró Orión.

—Fascinante... —lo secundó Pléyade.

—¿Qué ocurrió con tu gato? —le preguntó Gerard a Tuk, mientras reiniciaban la marcha, puesto que ver de nuevo la ciudad que lo albergó por tantos años no lo emocionaba en lo más mínimo.

—Tuve que lanzarlo hacia el abismo antes de que lo atraparan. Pero está bien, fue descendiendo por una serie de cañerías hasta abajo. Él sabe regresar a la Iglesia, así que espero encontrarlo allí a nuestra vuelta. Es una pena que no lo podamos usar más en este trabajo, porque es una herramienta muy útil.

El grupo caminó cerca de una hora por las laberínticas callejuelas hasta encontrar un punto de acceso a la zona inmediatamente superior, la cual era la zona de servicios. El pasaje no tenía ningún tipo de custodia, ya que era de uso común por toda la gente del sector en que estaban. Allí había varias plazas más grandes, llenas de gente y aparatos expendedores de comida, bebida, ropas, y todo lo que una persona pudiera necesitar para llevar una vida normal. Con simplemente apoyar la mano en un lector, se podía acceder a un menú donde se seleccionaban los bienes requeridos, los cuales les eran entregados inmediatamente, según la ración que les correspondiese, la cual era bastante superior a lo que en realidad podrían llegar a necesitar. Según explicó Gerard, los obreros de la zona inferior y la gente de la zona superior era la que se agolpaba a adquirir sus bienes en ese lugar, ya que los demás tenían la potestad de ordenar lo que desearan desde sus casas directamente sin mezclarse con los inferiores.

Por momentos, algunas personas pasaban volando por sobre las cabezas de los miembros del grupo, propulsados por una mochila que era capaz de elevarlos del suelo. Pléyade se sorprendió al ver semejante avance tecnológico, aunque Orión no, ya que el día de la tremenda tormenta que lo acercó más a Melissa, justamente un hombre caído de las alturas fue quien los retuvo e impidió que encontraran a sus compañeros perdidos... Melissa... ¿Dónde estaba ahora?, ¿Qué pasaba por su mente? Orión ya no sentía a su hermana, ni a sí mismo, sólo a la muchacha. Y por más que intentaba concentrarse en lo que ocurría a su alrededor, todos eran recuerdos de aquellos días de encierro con ella, de ese mágico momento donde él se había reducido a un simple humano, para poder compartirse. Pero ahora, por causa de eso, su mente estaba confundida, su espíritu alterado, y no podía hacer nada más que seguir a quienes lo acompañaban, sin ser ayuda ni soporte...

—¡Orión, mira! —lo despertó Pléyade de su ensoñación, señalando con el dedo hacia un punto en especial. En el centro de la plaza mayor había reunida bastante gente, alrededor de una persona que inicialmente no pudo reconocer. Era un hombre mayor, canoso, con una pelada rodeada de largos cabellos, y una desordenada barba gris. Estaba completamente vestido de blanco y gritaba de forma descontrolada parado sobre un banco.

—¡Escuchen lo que les digo! ¡No me tomen a burla! —gritaba—. ¡El aire está lleno de ondas electromagnéticas causadas por los humanos, en una densidad mucho mayor a lo que debería ser normal! ¡Pero como ustedes no las sienten, no las ven, no les importa! Aunque yo les digo: ¿Qué pasaría si todas esas ondas fueran visibles, o audibles? Sería como si miles de conciertos en simultáneo se estuvieran oyendo ¡Saturando todos nuestros sentidos! Todas las ondas que producen estos aparatos de porquería —dijo, sacando de un bolsillo una especie de teléfono inalámbrico y lanzándolo al piso—, de televisión, de las computadoras, de las antenas, de todas las máquinas que el hombre ha creado, cubren por completo las bandas de frecuencias existentes ¡Saturando el espectro! Y así no podemos seguir viviendo, puesto que nuestros cuerpos no lo resistirán por mucho tiempo. Esas ondas están atravesándonos todo el tiempo, y, si la posibilidad que una justamente dé en el centro de una célula y cause daños sobre ella es de una millonésima parte ¡No se engañen! ¡Ocurre muy a menudo! ¡Y luego viene el cáncer u otras enfermedades similares! Yo puedo sentir todo el tiempo a las ondas que penetran mi ser, consumen mi cuerpo y me destruyen lentamente...

Varias personas que lo rodeaban se alejaron, otras se burlaban mientras el hombre hablaba. Enseguida aparecieron unos soldados vertidos de azul para reducir al problemático.

—Soldados de azul... —pensó Orión, recordando nuevamente las circunstancias que lo acercaron a Melissa. Y allí recordó al hombre... Al viejo de blanco... Era el mismo de aquel día, y lo habían matado de un balazo, según recordaba. Pero él estaba lleno de energías de nuevo frente al muchacho, predicando algo completamente diferente, pero siempre intentando despertar a la gente. Su aura estaba más desordenada que la última vez, mucho más explosiva.

Cuando los soldados llegaron hasta él, intentando bajarlo, empezó a gritar aún más fervientemente que antes.

—¡Yo soy Silvano Trepus, miembro del consejo superior! ¡Ustedes no pueden tocarme! ¡Yo he sido elegido para guiar al pueblo y tengo permiso para dar discursos en público!

Uno de los soldados habló a través de un dispositivo con alguien, solicitando órdenes. Luego de unos segundos guardó el aparato que tenía en la mano y desenfundó una pistola.

—¡Viejo! ¡Cállese si no quiere ir al calabozo de nuevo! —gritó. Varias personas asustadas se alejaron, pero ante el curioso hecho, permanecieron en los alrededores observando la situación.

—¡Ash Kala Sleet! —gritó Silvano, haciendo un gesto con la mano, mientras que el hombre soltaba la pistola inmanejable porque se le resbalaba de las manos. Al instante el viejo saltó del banco y corrió hacia el borde de la plaza, seguido de otros dos policías. Se trepó por la baranda, y saltó al abismo—. ¡Feder Flai! —gritó en el aire, y su caída se redujo en velocidad ostensiblemente, como si se tratara de un papel. Al cabo de unos segundos se perdió entre la bruma inferior, con una gran sonrisa, mientras que los perseguidores se quedaban boquiabiertos.

El jefe de ellos se acercó a la baranda, y miró por un momento.

—La próxima vez disparen sin hacer preguntas —les ordenó—. A pesar de ser un ciudadano clase A y miembro del concilio, su locura llegó a un límite imperdonable —Luego gritó a los transeúntes curiosos—. ¡Vamos! ¡Muévanse! ¡No hay nada que ver aquí!

—Ese es un personaje que deberíamos conocer —pensó la Sombra, mientras reiniciaba la marcha—. A pesar de no estar entrenado ni despierto en los caminos superiores, puede ser un gran aliado.

—Ya lo habíamos visto antes —le mencionó Arcadio—. ¿Recuerdas que te lo comenté, aquel día de la tormenta? El hombre dio un discurso sobre el fin del milenio y la maldad en la plaza, y luego hubo un tumulto con muertos y heridos.

—Sí, recuerdo claramente...

—El día de la tormenta... —pensó Orión, el día en que su visión, su deseo, y su futuro se nublaron y todo dejó de tener sentido.

* * * * *

Si hablo, no hables.

Si callo, no calles.

Si te amo, ámame más.

* * * * *

Carola bailaba de una manera tremendamente provocativa sobre un parlante, sola, atrayendo las miradas de todos los hombres presentes, e inclusive de algunas mujeres descaradas. Su ropa ajustada, su maquillaje seductor, sus movimientos sensuales, eran una fiesta para la vista. Y era algo automático, mareada como estaba con esa mezcla de alcohol, drogas y cigarros en un cóctel explosivo. Ella, en fin, sólo sentía la música correr por sus venas, y las luces girar alrededor, extasiada, mientras todos disfrutaban de su exótica belleza, como un maniquí expuesto sólo para llamar la atención. Era una noche alocada, como siempre.

La muchacha observó de manera perdida a su alrededor, y reconoció algunos rostros... Algunos con los que se acostó alguna vez, algunos con los que tuvo relaciones esa misma noche... Todos mezclados, perdiéndose en la penumbra del antro en el cual se encontraba. Creía ver al guardia que le permitió subir hasta esa zona de la ciudad desde el mugriento lugar donde se crió, a cambio de favores que hacía tiempo prodigaba, a veces por placer, a veces por necesidad. Aunque creía recordar que ese hombre había muerto un tiempo atrás, en un ataque terrorista, protegiendo a un grupo de científicos... Ya no lo recordaba, no quería... En realidad no la había usado, sino que realmente la amaba... Eso es lo que ella deseaba creer, pero nunca pudo comprobarlo, puesto que falleció al poco tiempo de haberla ayudado, y ella quedó sola en ese lugar inhóspito y frío.

Carola bajó del parlante con lágrimas en los ojos, mareada, y salió del lugar, ignorando a un conocido que le ofrecía compartir un momento de locura y drogas. Caminó por las altas calles tambaleante, deteniéndose dos veces para vomitar hacia las plazas que se encontraban debajo (sorprendiendo de una manera desagradable a más de un transeúnte inocente). Al cabo de un rato llegó a su departamento, casi arrastrándose y con el maquillaje corrido. Abrió la única ventana que tenía su pequeña habitación, permitiendo que entrara el tenue sol por su ventana, escurriéndose entre los altos edificios y las calles. Debería ser domingo, según sus cálculos, aunque todos los días ya le sabían iguales... No recordaba lo sucedido antes de las cinco de la mañana (en ese momento eran alrededor de las nueve y media), salvo las luces, el éxtasis, personas susurrándole cosas al oído y la repetitiva música taladrándole la cabeza todo el tiempo. Se sacó la diminuta minifalda, tirándola al suelo, y lloró nuevamente, sintiendo en el aturdimiento lo patética que se había vuelto su vida, lo triste y miserable de su existencia. No podía analizar, tan sólo sentir, lo vacía que era su vida, cada día más... De joven, casi niña, tuvo esperanzas, sueños, pero ahora, pocos años después, se había reducido a una existencia inexistente. Se asomó nuevamente a la ventana, y, con la vista nublada, intentó subirse al borde para lanzarse al vacío, pero su sobre-exigido cuerpo no le respondía, y sus esfuerzos fueron vanos, por lo que tan sólo observó las vacías calles de su barrio desesperanzada, pensando en lo bueno que sería terminar con el sufrimiento definitivamente. En la distancia, entre sueños y nubes de colores, pudo observar, allí abajo, a un grupo de personas caminando rápido, alejándose, hasta que, por un instante, una de ellas se detuvo, volviéndose, y Carola juraría que únicamente para mirarla fijamente... Un sentimiento inexplicable, un frío ártico le recorrió la columna, vértebra por vértebra, purificándola, congelando toda impureza y haciéndola desaparecer. Luego ella, la hermosísima mujer de largos cabellos que ahora podía ver claramente, volteó, y aceleró el paso para alcanzar a sus compañeros, que habían girado en la esquina. La paz que envolvió a la joven fue tal que le permitió ver a través de su triste existencia, y tener nuevamente esperanzas de poder hacer algo por su vida, torciendo su rumbo hacia el verdadero camino.

Carola volteó, y vio en la cuna escondida entre las sombras a su hijo pequeño, llorando desde hacía tiempo, pero al cual no había escuchado hasta ese preciso momento, atormentada como estaba por los aullidos y barullos de su cerebro maltratado. Tomó a la criatura entre sus brazos, la calmó, y luego se sacó el resto de la sucia ropa que llevaba, juntándola con la minifalda que se hallaba en el suelo, llevándola a la cocina, donde la lanzó a un tacho y le prendió fuego, quemando no sólo un pedazo de tela, sino su pérfido pasado. Y, observando el danzar de las llamas, se dio cuenta de lo tonta que fue todo ese tiempo, y que su patética vida no era únicamente culpa de la sociedad en que vivía, ni de las personas o situaciones que la rodearon todos esos años, sino suya propia, por haber perdido las esperanzas de poder ser algo mejor...

* * * * *

¿Cómo el ser humano

no va a estar repleto de melancolía,

cuando la muerte espera

y acecha en cada esquina?

¿Cómo no va a estarlo,

cuando remendamos nuestro corazón

con piezas de otros corazones rotos,

quebrados por nosotros mismos?

¿Cómo no vamos a necesitar

un parche para el alma,

siendo tan débiles,

tan efímeros?

La melancolía se vuelve infinita en cada noche,

los deseos de ser más de lo que vemos,

la necesidad de reparar lo irreparable,

el delirio de la soledad en que vivimos,

la necesidad del otro,

el apoyo en el amor.

La melancolía no es nostalgia,

no son recuerdos de lo perdido

sino añoranza de lo jamás poseído,

un final incierto, aquello que falta,

impreciso, ausente, vacío.

Los hilos del tiempo se tejen hacia adelante,

y los nudos del pasado son la fuente del dolor.

El sentimiento más atroz es la melancolía.

* * * * *

—Orión, tú que eres el elegido, respóndeme esto —le dijo Marcos al muchacho, mientras caminaban con rapidez por las calles de la zona de alta sociedad de Asción. El resto del grupo iba unos metros por delante de ellos, salvo por Pléyade que se había detenido uno poco más atrás.

—¿Qué cosa? —le preguntó éste, desganado.

—Tú conoces mi habilidad principal, que es detener, desde mi percepción, el flujo del tiempo, y aún más, poder vislumbrar diversas posibilidades y líneas de realidad a partir de una situación que implique elecciones humanas.

—Sí, conozco tus capacidades.

—Pero tal vez no sabes cómo se originó la última. Fue en un accidente muy triste, donde tuve que elegir entre salvar la vida de La Sombra o la de mi esposa. Y desde entonces vivo dos vidas paralelas en realidades alternativas; en una estoy aquí contigo y la Sombra salvando al mundo, y en la otra estoy solo con mi esposa en un mundo triste, gris y sin esperanzas, porque la Iglesia del Sagrado Retorno ya no existe.

—¿De qué hablan? —les preguntó Pléyade a ambos, llegando rezagada.

—Marcos me contaba sobre su capacidad de ver diferentes líneas de tiempo y cómo se originó.

—Ah, sí, ya conozco la historia —rememoró ella.

—Bueno, lo que le estaba por preguntar a tu hermano era si, ya que ustedes dos son los elegidos, los seres de mayor poder del planeta, podrían utilizar mi conexión entre los dos mundos alternativos que vivo para crear un portal a través del cual pudiera traer a mi esposa de nuevo a este mundo, desde el otro.

Ambos hermanos se mostraron sorprendidos por el deseo de Marcos, que los tomó por sorpresa.

—Temo que eso no es posible —le respondió Pléyade—. Lo que nos estás pidiendo va más allá de nuestras capacidades, puesto que nos falta aprender mucho todavía como para generar semejante milagro.

El hombre cambió su rostro de manera inmediata, entristecido.

—Pero no te pongas así —continuó la muchacha—, puesto que luego que todo esto termine, y aprendamos y crezcamos, y evolucionemos aún más, tal vez lleguemos a poder realizar ese tipo de proezas, más aún si contamos con el apoyo de otros seres tan luminosos como La Sombra o tú mismo. Eso sí, podrían pasar años hasta ese día, por lo que te tendrás que mantener vivo en ambas realidades por mucho tiempo todavía.

Marcos sonrió, y les agradeció las palabras de aliento, aunque el dolor de tener una vida dividida sin posible reconciliación, lo torturaba por demás.

—¡Aquí es! —exclamó en ese momento Gerard al llegar a la torre de su viejo departamento, donde habitó por tantos años. Algunos de los miembros de la expedición conocían el lugar, otros no.

El científico tocó un detector en la puerta, y ésta se abrió inmediatamente. Al parecer no habían borrado su información de la base de datos de permisos del edificio. Entraron a un lobby vacío, y subieron varios niveles en un amplio ascensor. En pocos segundos ya se encontraban en el piso del departamento del profesor, pero grande fue la sorpresa cuando, al intentar entrar en él, descubrieron que éste se encontraba habitado por una familia común, que los recibió sorprendida. El grupo se disculpó, intentando parecer despistados, que se equivocaron de piso, y salieron del edificio debatiendo qué paso dar a continuación.

Gerard indicó que lo mejor que podían hacer era subir un nivel más y utilizar uno de los equipos de los laboratorios, a los cuales él podría acceder con sus privilegios. El problema era que esa ya era una zona protegida y vigilada, y no se podrían mover con soltura. Pero en el nivel actual, donde se encontraban, no existían equipos que tuvieran accesibles las opciones y operaciones que él requería para trabajar.

—Pléyade ¿Tú crees que serías capaz de interferir con los sistemas de vigilancia, de tal manera que no fuéramos vistos por los guardias? —le preguntó La Sombra a la muchacha.

—Seguro. Puedo generar un campo electromagnético que evite el correcto funcionamiento de cualquier elemento electrónico en una cierta zona de influencia, pero deberemos movernos rápido, porque no lograré hacerlo por demasiado tiempo sin quedar exhausta, y además llamaremos la atención, cuando se den cuenta que los dispositivos dejaron de funcionar.

—Bueno, entonces, Gerard: dirígenos a la entrada más cercana al siguiente nivel, e intentaremos lograr el acceso a alguna terminal donde puedas trabajar.

Los compañeros, por lo tanto, se dirigieron directamente a un enorme elevador que se encontraba al costado de un gran edificio, al cual se llegaba por una larga calle colgante. Para accionarlo se requería el registro digital de alguien con permiso de acceso, por lo tanto Gerard presionó la palma de la mano contra el dispositivo, e instantáneamente el elevador inició el descenso para recoger a los especiales.

—Arriba hay varios guardias, y realmente no sé cómo harán para evitar que nos detengan, porque son profesionales bien entrenados.

—No creo que sean problema —aseguró La Sombra, pero de todos modos estaba muy inquieto. Sentía un sinnúmero de presencias de todos los niveles vibratorios confabulando en el mismo momento, e intentando torcer el destino del grupo en numerosas direcciones. En ese instante vio aparecer por el otro extremo del puente a Adán, acompañado de su séquito, casi corriendo, dirigiéndose directamente hacia ellos. Su aura estaba más enorme y caótica que nunca.

—¡Deténganse! —gritó, llegando hasta el grupo. La Sombra se adelantó al resto del equipo, apoyando sus puños en la cintura, con desaprobación.

—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó al poderoso ser.

—¿Acaso sueñan cumplir con su misión sin el Elegido? ¿Desafiarás a la profecía?

—No voy a discutir contigo —lo regañó la Sombra, acercándose e intentando tocarlo—. No eres el Elegido y no es el mejor momento para que volvamos a debatir sobre eso.

El aura de Adán ardió de tal manera que el calor alejó la mano de La Sombra de manera inmediata. Inclusive Joaquín y Ramiro tuvieron que alejarse unos pasos de él.

—Me tocas y mueres, no caeré en tus trampas.

—No es momento de llamar la atención —le indicó La Sombra—. Debemos subir sin ser detectados. No estamos librando una guerra abierta, sino que queremos pasar desapercibidos el mayor tiempo posible.

—Pues te notifico que ya es tarde. Desde hace un buen rato unos personajes temibles los siguen, y es más, allí vienen —les informó, señalando a la esquina, donde un grupo de personas se acercaba casi deslizándose sobre el suelo. A su alrededor reinaba la negrura, a pesar de ser aún de mañana. En realidad, al caminar, ellos oscurecían todo a su alrededor, eran un foco productor de sombras... La maldad extrema era capaz de consumir la luz que la circundaba, pero estos eran aún peores, puesto que no consumían luz, produciendo así oscuridad, sino que directamente producían negrura en su entorno, como una nube azabache. Eran cinco, entre los cuales se encontraba uno de rojas vestiduras circundado por cuatro otras personas completamente vestidas de negro, y con rostros irreconocibles, rostros cambiantes, pareciendo ser varios al mismo tiempo que eran uno. Del mismo modo que ocurría con la luz, el sonido también se distorsionaba y perdía a su alrededor. El hombre gritó desde la distancia.

—¡En nombre del concilio de Yronia, y como sumo sacerdote del Culto Baálzico, les ordeno que se rindan si quieren vivir, herejes y peligro para nuestra sociedad!

En ese momento el gran ascensor que estaba descendiendo se detuvo a espaldas del grupo. Dentro de él, pudieron observar al abrirse las puertas, se hallaban tres guardias fuertemente armados, apuntando a los hermanos y a la Sombra. Pero de todos modos, a percepción del sacerdote luminoso, seguía habiendo más fuerzas escondidas en juego... Aunque ante semejante choque de poderes opuestos, sintiendo era una mezcla de energías casi inmanejable.

Los especiales oscuros empezaron a acercarse con sigilo, mientras que los soldados les apuntaban con seguridad a sus espaldas. Cualquier movimiento en falso significaría la muerte de varios miembros del equipo.

Pero en ese instante, una flecha, el proyectil más simple de la tierra, pasó por encima de las cabezas del grupo y acertó a una masa camuflada mezclada entre los soldados, que empezó a emanar sangre y volverse visible. Era un cazador, que se retorcía de dolor en el suelo, con el hombro atravesado por el tiro. Pléyade, de manera inmediata, se volteó e hizo un gesto con ambos brazos, abriéndolos lo más posible y generando un soplo sobrenatural. Otras dos formas se hicieron visibles entre los soldados, apuntando también al grupo. Pero antes que pudieran reaccionar, varios proyectiles luminosos provenientes de las alturas los eliminaron, mientras que La Sombra protegía al equipo desviando las balas de los soldados, y Tuk los desarmaba arrancándoles las armas a distancia con su poder de telekinesia. Orión, tan confundido como estaba, sólo atinó a correr y a golpear en el rostro a uno de ellos, con sus propios puños, cosa que jamás había hecho, hasta dejarlo inconsciente.

Los seres oscuros de múltiples rostros, al ver que su emboscada había fracasado, se lanzaron directamente hacia Adán y sus compañeros, que se encontraban en medio del puente. Varios disparos desde las alturas intentaron acertar a los sacerdotes baálzicos, pero las balas se desviaban o desintegraban antes de llegar hasta ellos, de una manera antinatural. El origen de dicha ayuda era desconocido para todos.

Adán, poseído por la ira, bajó las manos, agachándose y golpeando el suelo con ellas. Inmediatamente el puente donde se encontraban se partió con un tremendo temblor, abriendo un abismo mortal, y dejando caer escombros sobre los habitantes de las zonas inferiores. Los especiales saltaron el abismo con la gracia de un ave, casi volando, al tiempo que Tuk y Pléyade intentaban detenerlos en el aire para hacerlos caer con sus poderes mentales, lográndolo finalmente con uno de ellos. El otro logró llegar hasta su lado del precipicio, y corrió directamente hacia la Sombra, que se hallaba de espaldas. Saltó sobre él derribándolo y lanzándolo de bruces al suelo. Inmediatamente sacó un cuchillo de una de sus amplias mangas, intentando desollarlo sin piedad. La escena parecía prolongarse por años. Ángel estaba de pie frente a ellos, observando con preocupación, y podría haber ayudado al líder de la Iglesia, pero no lo hizo. En la desesperación, temiendo por la vida de la Sombra, Arcadio extrajo la pistola que llevaba consigo y disparó una y otra vez contra el ser oscuro, sin lograr impedir que éste le atravesara el hombro al líder con la daga. Finalmente el sacerdote Baálzico cayó al suelo, bañado en sangre, mientras Camilo se lanzaba sobre la Sombra intentando detener la hemorragia y sanar cualquier punto clave que hubiera sido dañado.

El sumo sacerdote Baálzico, del otro lado del puente, tremendamente contrariado, se arrancó las vestiduras, mostrando una piel bestial, al mismo tiempo mezcla de pelos y escamas. Sus ojos ardían con un odio infernal, así como los de los dos compañeros que aún permanecían a su lado. Entre los tres realizaron una plegaria irreproducible, en una lengua largamente extinta, formando una pared de fuego que empezó a avanzar con rapidez hacia el grupo, surcando el aire a toda velocidad.

—¡Suban, sigan su camino! ¡Yo los detendré! —les gritó Adán— ¡Pero sepan que yo soy el Elegido, y que sin mí no lograrán cumplir su cometido! —luego corrió hacia adelante y saltó el inmenso precipicio que los separaba, atravesando la pared de fuego y encendiéndose en llamas instantáneamente. Cuando cayó del otro lado, aún cubierto por el fuego, dio un golpe tan fuerte a uno de los seres oscuros que le atravesó la caja toráxica con el puño, mientras tomaba por el brazo al ser demoníaco de mayor poder, para romper su concentración.

La Sombra instó a todos a subir al ascensor, salvo por Joaquín, Ramiro y el otro compañero de Adán, que prefirieron quedarse para apoyar de alguna manera a su guía, que ardía en esos momentos sin siquiera quejarse de ello. La pared de fuego, que casi los alcanzaba, se empezó a desintegrar poco a poco, mientras que ellos iniciaban el ascenso a un nuevo nivel de la ciudad.

—Ángel ¿Qué te pasó? —le preguntó Arcadio a su compañero—. Por tu culpa casi matan a la Sombra ¿Por qué no hiciste nada?

La Sombra, mientras tanto, se hallaba malherido, siendo atendido por Camilo y Pléyade en el suelo del elevador. La hemorragia ya se había detenido, pero los órganos internos seguían lastimados, y la herida no cicatrizaba, a pesar de estar realizando sus mejores esfuerzos.

—No puedo intervenir. Muchas veces lo he dicho —le respondió Ángel a Arcadio.

—¿Entonces para qué vienes con nosotros, si no vas a colaborar en nada, o peor aún, ser sólo un estorbo?

—Yo jamás seré molestia, ni ayuda, para ustedes. Les dará lo mismo tener o no mi compañía, por lo menos en el tiempo que dure este viaje. Mi única función es evitar que otras fuerzas superiores que tampoco deberían intervenir, lo hagan, destruyendo el balance establecido. Nada más.

—Creo que hubiera sido mejor que te quedaras abajo entonces —le retrucó el joven—, porque tu presencia confunde, y eso ya es una intervención de tu parte.

—Tal vez tengas razón, prometo que no seré más causa de confusiones.

—Esos sacerdotes Baálzicos eran especiales, como nosotros —apuntó Arcadio, analizando los sucesos recientes—. Pero sin embargo quieren destruirnos. Qué extraño.

—Su poder se basa en la destrucción —explicó la Sombra, carraspeando—. Son especiales pero oscuros, que utilizan energía negativa para cumplir con su cometido, y creo que ya han perdido su humanidad. El sumo sacerdote evidentemente tampoco era humano. Las cosas están peor de lo que imaginé, o percibí.

—Presten atención —los interrumpió Orión—. Estamos llegando a destino, y no sabemos lo que podría ocurrir —El muchacho se asomó por una ventana del elevador, y vio cómo abajo todavía luchaban Adán y su grupo contra el sumo sacerdote, entre fulgores y oscuridades, rayos y temblores, valentía y temor, mientras que unos disparos provenientes de algún alto y escondido lugar surcaban aún los cielos...

* * * * *

La vida es demasiado corta para darnos el lujo de tener momentos de inconsciencia, de muerte en vida, de vacío. Cada paso, movimiento, palabra o pensamiento de nuestra existencia debe estar enfocado hacia el bien superior que ansiamos, y no hacia momentos triviales o carentes de importancia. A veces es difícil lograrlo, puesto que creemos que estamos obligados a trabajar en cosas que no nos gustan para poder comer, a estudiar carreras que no nos interesan para poder conseguir trabajo, o a realizar actividades que no nos placen ni nos ayudan a crecer interiormente por diversos motivos. Pero el hombre pleno, cuando lo decide, termina haciendo y viviendo de aquello que le permite crecer, y se esfuerza por conseguirlo. Al hacer lo que sentimos, con fe verdadera, el resto del universo va a colaborar para que sigamos ese camino, que parecería imposible ¿Acaso no es eso lo que han hecho todos los grandes hombres? ¿Luchar por un ideal y no preocuparse por nada más? ¿Y acaso han pasado hambre, o no han tenido familia, o eso los ha mellado? Todo lo contrario... Su fe ha movido montañas, y les ha dado todo lo que necesitaban, haciendo lo que ellos creían que debían hacer. El cambio empieza cuando decidimos que las cosas pueden ser diferentes, cuando empezamos a hacer aquello en lo que creemos, y a ser verdaderos, aprovechando cada segundo de nuestra existencia.


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