Capítulo 3: El viejo conocido
La entidad espiritual bajó como una estrella fugaz, quemándose al entrar al mundo, y formando parte de él. De ser un Deva, un espíritu de energía y bien, pasó a ser un ente atrapado en un cuerpo que no lo resistía, por lo que tuvo que ser y no ser al mismo tiempo, o por lo menos simular que era.
Algunas entidades oscuras lo buscaron en el lugar del impacto, pero no fueron rivales a su poder, esfumándose ante la mera presencia del ser y de su luz divina. Observó su muñeca. Llevaba la marca de la verdad, de la transformación, de la esperanza: el círculo partido.
Caminó despreocupadamente hacia las profundidades de la ciudad, buscando su lugar, en línea recta, puesto que sabía dónde exactamente se encontraba, a pesar de hallarse oculto para los humanos. En un tiempo inexistente, un segundo eterno, alcanzó el pórtico de la Iglesia del Sagrado Retorno. Atravesó la puerta sin abrirla, y llegó al gran salón principal. Mucha gente trabajaba allí, cuidaba a los niños, o simplemente charlaba.
A pesar de nunca haber estado en ese sitio, todos lo saludaron, y lo llamaron por su nombre, como si fuera un habitante desde siempre del lugar. Y le mostraron respeto, como al resto de los iniciados, a pesar de no haber sido iniciado por otro humano, sino por el Único, quien lo creó en una emanación de pensamiento, de energía de vida.
La Sombra, saliendo de una habitación, se topó con el recién llegado en un pasillo.
—¿Te conozco? —le preguntó sorprendido, mirándolo a los ojos. El semblante del recién llegado era genérico, como esos rostros que aunque nunca antes hubiéramos visto, de todos modos nos parecen conocidos de algún lugar. Sus facciones no tenían nada en particular, y sin embargo cada detalle era único.
—Claro que me conoces —le respondió él, en su idioma, pronunciando las primeras palabras de su vida, puesto que nunca las había necesitado para comunicarse con sus pares.
—Es cierto, te conozco —repitió el iluminado, antes de continuar su camino.
El ser fue directo a su habitación, la que siempre estuvo reservada para él, y se recostó en la cama. Cerró los ojos, y permitió que su esencia viajara a su verdadero lugar, lejos de ese mundo material, por lo menos mientras no fuera necesario regresar.
* * * * *
La asistencia divina siempre llega en el momento adecuado.
Ese momento muchas veces no es el esperado.
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