Capítulo 28: La tierra prometida
Los sembradíos sorprendieron a los hermanos como nada hasta ese momento lo había hecho en toda su vida. A partir de la "frontera", que no era más que una línea imaginaria que avanzaba hacia las montañas día a día, el paisaje se convertía en un sinfín de enormes campos sembrados, visibles hasta el horizonte, surcados por algunos delgados caminos de tierra. La altura del sembradío era mayor a lo natural, y servía como una buena cobertura para el avance del grupo, el cual, hasta el momento, no tuvo ningún encuentro con los llamados "cazadores".
—Me sorprende no haber visto a nadie en estos campos desde que cruzamos la frontera, ni haber encontrado algún pueblo en todo el camino —dijo Pléyade, elevándose sobre el caballo para ver más allá de las plantas que le ocultaban el paisaje.
Melissa, que se hallaba a su lado, le respondió:
—La gente que trabaja estos campos está encerrada en unas granjas semejantes a prisiones, donde son obligados a trabajar para Asción. Debes recordar que no existen personas libres en la zona rural, salvo por colonizadores provenientes de la ciudad, que coordinan el trabajo de las granjas. Y esperemos no toparnos con ellos en el camino.
—¿Tantos habitantes existen en Asción, como para necesitar toda esta comida? —preguntó Orión, desde atrás.
—Son varios millones. Pero de todos modos esto es exagerado. No sé lo que están haciendo. No lo entiendo.
—La ciudad es enorme, entonces —supuso Pléyade.
—Más o menos. Tienen que verla para comprender... Es grande, mucho más grande que cualquier lugar que hayan visitado hasta ahora, pero no es "normal".
—¿Normal?
—Sí, normal. La ciudad está separada en diferentes "alturas", cada una aislando distintos estratos sociales, por decirlo de alguna manera.
—¿A qué te referís con alturas? —quiso saber su marido, tan ignorante como los hermanos en este ámbito.
—Toda la ciudad está conformada por miles de edificios, de cientos de pisos cada uno, torres más altas que la cordillera de Eglarest. Los estratos no se mezclan, por lo que la gente de arriba nunca baja, y todas las torres están unidas entre sí con rutas muy anchas, caminos y puentes. La gente más rica, los de arriba, tienen artefactos voladores inclusive, para realizar sus viajes de una torre a otra. Pero en realidad casi nadie sale de su hogar, porque todo se les sirve en bandeja. El Estado se encarga de darles alimento, entretenimiento, ropa y satisfacer todas sus necesidades básicas. Hay personas que nunca siquiera han salido de su apartamento... Llevan una vida tan patética.
—¿Cómo es eso posible? —inquirió Pléyade, sorprendida.
—Eso es contra lo que ustedes van a luchar, supongo. Todo habitante promedio vive en una especie de cajita de cristal, creyendo que el mundo exterior no es más que un lugar sombrío y desierto, al que no tiene por qué salir, siendo que no necesita nada. Allá todo es oscuro, nadie tiene amigos, es muy triste. Yo estuve en la ciudad acompañando a mi padre, en las zonas más altas, la de los ciudadanos Clase A, y los primeros días pasé de maravilla, muy bien atendida y aprendiendo muchas cosas que jamás imaginé. Pero pronto descubrí la verdad, y quise volver. En realidad no hay tantas zonas, creo que son cuatro. Arriba están los jefes del Estado, son pocos. Luego vienen los ciudadanos clase A, que también son pocos, sobre todo investigadores y gente que trabaja con el gobierno, soldados y otros. Más abajo está la plebe, son la mayoría, y su zona es muy amplia. Por último, tengo entendido que están los "especiales", los desterrados, aquellos que viven al nivel del suelo, y que prácticamente no existen para el resto. No tienen forma de subir, y están en un hoyo de aire contaminado horrendo. Mucho no sé de ellos, salvo algunos comentarios de mi padre quejándose. Nadie habla del tema, y creo que el ciudadano común ni siquiera tiene idea de su existencia.
—Es asombroso... —pensó Orión en voz alta.
—Creo que estos especiales son tan lacra como nosotros, o mejor dicho, como ustedes, puesto que yo estoy registrada como clase A. Lo que los diferenciaría de ustedes es que ellos son ciudadanos, y por lo tanto no pueden ser esclavizados, mientras que si nos atrapan a nosotros... Será otra historia. Hablando de eso ¿Adónde vamos?
—¿Que adónde vamos? —preguntó Pléyade—. A Asción, es lo que tengo entendido.
—Sí, pero adónde —insistió Melissa.
—No lo sé, a la ciudad. Sé que debemos llegar allá, pero no sé adónde.
—Si tienen que ir arriba, lo que es muy probable, no sé cómo lo lograrán. Cuando yo viajé, había gente de seguridad esperándonos, que nos llevó hasta las alturas en vehículos voladores. Creo que no hay otra forma de subir.
—Si tenemos que subir, encontraremos la manera —aseguró Orión—. Por lo pronto, según entiendo, estaremos con los desposeídos de abajo.
—Es peligroso —dijo la mujer, mirando al cielo, que se había empezado a poner de un tono gris oscuro—. No existe seguridad allí, y tengo entendido de que es muy insalubre, sobre todo en períodos de lluvia, como ahora.
—Veremos lo que pasa cuando lleguemos —habló Juan—. Somos cuatro, y una de nosotros es Clase A, no creo que nos ocurra nada malo.
—Eso espero —finalizó su esposa.
* * * * *
—Si hablaras ¡Que dirías! —preguntó Pléyade a Braulio, acariciando vigorosamente su rebelde maraña de pelo en la cabeza. El perro ladró y, babeando con la lengua afuera, empezó a perseguir a su propia cola dando vueltas en círculo sin parar.
—¿Cómo sabés si un perro es retrasado mental o no? —le preguntó Juan, acercándose a ella—. Este perro, por ejemplo, parece tonto, pero ¿cómo podría comprobarlo?
—Por favor... —le respondió la muchacha—. Braulio es muy inteligente, sólo un poco juguetón. Nunca tonto. Y de seguro que hay perros retrasados mentales por ahí ¿Pero acaso importa? ¿No cumplen su rol de perros de todos modos?
—Supongo que sí...
Orión y Melissa se encontraban un poco más lejos, comiendo un poco de pan debajo de un árbol. Era mediodía, y el grupo se había detenido a descansar un rato, dando un respiro a los caballos.
—...Uno se da cuenta de que es amado, y merece amar, cuando ve que su pareja hará que su memoria perdure, más allá del fin, inclusive mejorando lo que éramos cuando estábamos vivos... Si sabemos que nuestras palabras perdurarán en su mente y la guiarán por siempre... Entonces es amor. Es cuando la presencia espiritual no se diluye, cuando nos guía, cuando sentimos que seguimos compartiendo con ella la vida, aunque ya no esté más —explicaba Orión a Melissa—. Amor no es compartir, disfrutar o entender lo que el otro desea, admira, valora o disfruta hacer, sino admirar su vocación y empujarlo a que continúe con ella, permitiéndole crecer, y así crecer juntos.
—Yo ya no sé si es amor, costumbre, o casualidad —le respondió la muchacha—. Hay días que siento todo eso que tú dices, pero hay otros en los que no quiero saber nada, en los que pienso en rehacer mi vida sola. Esos celos de los que hablábamos no son más que un reflejo de la intensidad de mi sentimiento, y no es egoísmo proteger ese sentimiento.
—Pero existe una cuestión de confianza y respeto de por medio.
—¡Ay! No sé. Supongo que si hubiera tenido novios anteriormente, o alguna otra pareja, tal vez hubiera madurado más, y aprendido todo eso. Pero él es el primer hombre con quien he tenido una relación, y me comporto de una manera que no sé si es normal, o si sería diferente con otra persona ¿Tú cuántas novias has tenido? Parece que entendieras tanto lo que me pasa...
El muchacho se sonrojó. Sus ojos brillaron más que nunca, y nerviosamente acarició su brillante cabello.
—Ninguna —respondió avergonzado.
Melissa lo miró sorprendida.
—¿Ninguna? ¿Cómo es eso posible? Eres un muchacho tan buen mozo e inteligente, no puede ser que en el pueblo ninguna joven se haya interesado en ti. Mira que he conocido a mucha gente en este mundo, y nadie se acerca en nada a ti o a tu hermana...
—En mi pueblo natal nos temían. Casi no teníamos amigos, y creían que nuestras habilidades eran algo sobrenatural que debía ser respetado y temido. Ese fue el principio. Luego, al crecer, al aprender, me di cuenta que mi existencia y la de mi hermana no recorrerían el camino de los hombres, y no era posible que lleváramos una vida en familia y al mismo tiempo cumpliéramos nuestra tarea.
—Interesantes palabras, pero el corazón no se domina como tú quieres hacerlo. El día menos pensado te enamorarás, y ninguna de tus convicciones, ideales, o poderes divinos podrán evitarlo —aseguró la joven. El viaje la había rejuvenecido, y estaba recuperando poco a poco su legendaria belleza. Sus grandes ojos verdes recorrían al muchacho divertidamente, compartiendo la hermosa sonrisa que siempre la caracterizó.
—No tiene sentido que hablemos de ello, porque jamás entenderías. Tú no eres capaz de ver lo que yo veo, ni de sentir al mundo como yo. A mí no me ata esta realidad, ni puede atraparme.
—Me sorprende la seguridad con la que hablás. Sos tan inteligente que, supongo, entendés cosas del mundo que pocos pueden comprender.
—Creo que no es un tema de ser más o menos inteligentes, sino del nivel de lucidez de las personas, de estar despiertos, conscientes de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Somos capaces de ver muchas cosas que están ahí, sólo que el resto del mundo no se da cuenta, porque no está lo suficientemente despierto. Y queremos llegar a Yronia para despertar a todos los dormidos que tienen la capacidad de entender, si se les muestra el camino. Debemos enseñarles a ver, y aprender de ellos también.
—¿Qué es la vida sino el conjunto de breves momentos de parcial entendimiento? —le preguntó Melissa—. Muchas veces contrarios entre sí, porque al ser parciales no vemos el todo. El objetivo del hombre es ir más allá, y ser capaz de tener un entendimiento total —aseguró—. Pero una persona común normalmente no es capaz de vivir más que escasos momentos de lucidez, y son pocos los que se dan cuenta de haber pasado por la experiencia, o de extenderla antes de perder todo lo que había entendido. Es como si el mundo se detuviera, mientras que entramos en armonía con él, y con el resto del universo. Pero eso se pierde de manera casi instantánea, y volvemos a quedar atrapados por los sentidos.
El muchacho no dijo nada, sorprendido. Melissa lo miró, manteniendo siempre la hermosa sonrisa que la caracterizaba.
—¿Qué? —le preguntó ella—. ¿Creías que soy una tonta? He leído mucho en mi vida, sobre filosofía, religión, psicología y ciencias ocultas, y he aprendido bastante. Pero nunca tuve una guía espiritual. Quiero aprender. Y entiendo mucho más de lo que crees. Ese es otro de los problemas que tengo con Juan, él es muy físico, no comprendería jamás esto que estamos hablando.
—¿Tú entiendes aquello de lo que te he hablado? No puedo creerlo —se sorprendió el muchacho.
—No sé si entiendo o no. Sólo sé que he tenido esos momentos de iluminación en los que creí comprender las verdades más profundas del universo. Pero como te dije, eso se pierde pronto, no son más que unos segundos, son epifanías. Luego volvemos a ser personas normales, con intereses humanos, y dejamos de lado esta verdad que habíamos descubierto, quedando nuevamente oculta. Nunca hablé con nadie al respecto, porque no tiene sentido hablar de algo que ya no se entiende con otros que tampoco comprenderían. Jamás pensé que alguien que realmente puede estar todo el tiempo viviendo esa verdad se cruzaría en mi camino, y estoy muy contenta por ello. Es evidente que tú y tu hermana tienen una visión diferente del mundo, y me encanta. Por eso decidí seguirlos.
El momento era de una calma total, en un paraje fabuloso. Sólo eran ellos y el silencio, y la paz, y el futuro. La muchacha tomó una flor que crecía a su lado, y empezó a deshojarla. Orión la detuvo.
—¡Deja de hacer eso! —le rogó, con síntomas de malestar en el rostro.
—¿Por qué? —le preguntó ella.
—Es que oigo sus gritos, su dolor... —se excusó—. Este momento es demasiado sublime, y percibo todo a mi alrededor como nunca lo he hecho.
—¿De qué hablan? —inquirió Juan a los dos, acercándoseles. Pléyade venía caminando detrás de él.
—De nada importante —le respondió su mujer, estirando la mano para que él la ayudara a pararse—, estábamos filosofando un poco.
—Filosofando... ¡Uf! —respondió el marido, tirando de ella—. Estamos gordos, ¿eh? —le dijo, riendo—. Ya sé que filosofar es lo que más te gusta hacer.
—Era hora de que aprendieras ¿No?
El joven sonrió.
—Te conozco tan bien... Bueno, si seguimos la marcha que hemos mantenido hasta ahora, mañana deberíamos estar llegando a tu pueblo natal —informó a Melissa.
—¿Podríamos pasar por mi casa? —preguntó ella.
—Seguro, aunque creo que será mejor evitar el pueblo, quién sabe en qué estado está o quién habita allá ahora. No debemos llamar la atención.
—Es cierto —La muchacha se restregó las manos por la cara, observando el oscuro firmamento.
—Nos va a alcanzar la lluvia. Vamos a pasar una fea noche, con tienda y todo... Vas a llegar nuevamente a mi casa bajo la lluvia, como la primera vez...
Juan sonrió, y abrazó a su mujer, para luego llevarla de la mano hasta su caballo.
—Se quieren mucho —dijo Pléyade a su hermano, al observarlos juntos.
—Tú lo has dicho —respondió Orión—. Se quieren mucho... Pero no sé si se aman, o si entienden lo que eso significa. Dudo de la solidez de su relación.
Pléyade lo miró en silencio, intentando leer su mente ¿Acaso el viaje los estaba confundiendo más, en vez de ser una experiencia de crecimiento? Era difícil saberlo. Orión no era como ella, carecía de esas emociones.
* * * * *
El día siguiente se presentó muy nublado, acompañado de una suave llovizna, poco molesta respecto a la gran tormenta de la noche anterior. Todo su equipo, ropa y carga estaba mojada, aunque por suerte parecía que lo peor había pasado. Era cerca del mediodía, y el grupo ya podía ver a la distancia la derruida figura del lugar que tantos años cobijó a Melissa, donde la historia con Juan se había iniciado.
Al llegar hasta la gran puerta de entrada, aún en pie, junto con algunas paredes y techos a punto de desmoronarse, Melissa no pudo evitar caer de rodillas sobre el suelo y llorar, desconsoladamente. Murmuró algunas cosas sobre su padre, y sobre todo lo que le dolía... Juan la ayudó a levantarse y a recomponerse, abrazándola y secándole las lágrimas con un pañuelo.
Desde dentro de la casa se escucharon unas voces, y por una abertura en la pared, salieron varias personas. Melissa pudo reconocerlas de inmediato: fueron alguna vez sus sirvientes. Éstos corrieron a abrazarla, llorando también.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —les preguntó entre lágrimas la joven.
—¿Y qué podíamos hacer? —respondió una muchacha de la misma edad que Melissa—. Sin el favor de su padre, la única posibilidad que teníamos era convertirnos nuevamente en esclavos, por lo que optamos escondernos entre esas ruinas y en las catacumbas que hay debajo, e intentar sobrevivir sin ser notados por los pobladores de la zona o por los cazadores. Lastimosamente muchos fueron encontrados o atrapados en todos estos años... Pero olvidemos eso ahora... ¡Qué alegría verla, señora, sana y salva! —exclamó.
—¿Qué hace por aquí, patrona? —preguntó una señora mayor, madre de la primera—. Estas tierras son cada vez más peligrosas...
—Voy rumbo a Asción, tengo obligaciones allá —le respondió la muchacha.
—Y Pedro... ¿Vive aún? —quiso saber la matrona—. Lo extrañamos mucho.
—Sí, está cuidando de la mamá de Juan, en el pueblo donde vivimos.
—¿Volvió con el joven?... —murmuró la mujer mirando de manera desconfiada a Juan, que se hallaba detrás de Melissa—. Él fue la causa de la desgracia que cayó sobre todos nosotros.
—La causa de la desgracia fue la locura de mi padre —aseguró ella—. Juan no tiene culpa alguna. Tarde o temprano ocurriría algo semejante.
—Bueno... Supongo que si está de paso querrá visitar a su padre y a su madre. Están enterrados juntos en el bosque detrás de la casa, donde tanto le gustaba a usted pasear.
—Quiero visitar a mi padre, pero la tumba de mi madre siempre estuvo vacía...
—Antes no lo sé, pero ahora ya no. Yo no entiendo nada de aparecidos y fantasmas, pero junto al cuerpo carbonizado de su padre, cuando lo encontramos muerto allá abajo, estaba su madre, tan joven y bella como el día de su muerte, sin un rasguño, como si las llamas no la hubieran tocado. No teníamos quien hiciera un exorcismo, pero de todos modos la enterramos de nuevo en su lugar, junto al marido, a ver si así descansaba al fin. Y supongo que lo habrá hecho, porque nunca volvió a aparecer.
—Gracias —habló Melissa entre suspiros—. Quiero visitarlos.
El reencuentro se prolongó por un rato más, hasta que la muchacha y su marido se adentraron en el bosque, acompañados por Pléyade y Orión (quienes deseaban conocer el lugar), para llegar hasta el arroyo y a las dos tumbas en solitaria compañía. Allí Melissa elevó una oración, y meditó por largo rato, arrodillada frente a ambas lápidas, hasta que logró dejar de llorar. El resto del grupo se mantuvo distante, para no molestarla. Finalmente la muchacha arrancó el pendiente que por tanto tiempo colgó de su cuello, y lo sostuvo en la mano por un instante, mirando las fotografías que contenía, para luego dejarlo caer sobre la tumba de su madre. Se puso de pie, y volteando, tomó la mano de su marido, el único que la había acompañado, en silencio, por todo ese tiempo.
—El pasado nos ata, nos devora, y nos impide crecer... Debemos aprender a sobrepasarlo —confesó a Juan—. Hay cosas que nos duelen, y carecemos de la capacidad de cambiarlas una vez que han sucedido, es la regla del tiempo. Lo único que podemos hacer ahora es actuar en el presente de manera que el futuro tome una dirección diferente a la que está yendo... Prometo no sufrir más por esto.
Juan la abrazó, mientras volvían al grupo.
—La historia de Apolo fue casi igual, salvo por algunos detalles, siendo el más grande que el profesor se salvaba al final de la historia ¿Habrá visto esto, lo imaginó, o entró en contacto telepático con alguno de los personajes de la historia? —preguntó Pléyade a su hermano.
—No lo sé —le respondió Orión—. Quizás haya ocurrido algo así, o quizás fue casualidad.
—La casualidad, en semejante magnitud, no existe, y tú bien lo sabes —replicó ella.
—En todo caso ¿Por qué es tan importante saberlo?
—Siento algo, sé que tiene que ver con nosotros, aún más de lo que ya nos ha involucrado. Creo que esta historia está sucediendo para que luego entendamos cosas más importantes. Es importante saber si Apolo tiene habilidades que le permiten ver el pasado, o el presente, o si ya sea Juan o Melissa tienen poderes para transmitir su pensamiento a otras personas... No estoy segura de lo que pasa, pero no es normal.
—Yo siento algo así también, pero no de una manera tan intensa como te ocurre a ti —afirmó Orión.
—Hermano, te estás apagando. No sé ni quiero saber lo que pasa, pero aléjate de ella. Mi experiencia de dolor fue suficiente para que aprendamos, siendo mucho más simple...
—No digas estupideces... ¿Qué estás insinuando?
—Yo veo los pensamientos dentro de tu mente tan claros como los míos, o por lo menos hasta hace poco los veía. No quieras engañarme.
—Estas muy confundida...
Juan y Melissa llegaron hasta el lugar donde se hallaban los hermanos, y luego volvieron a la casa derruida. El resto de la tarde la pasaron junto a los sirvientes, charlando y descansando. Y el día siguiente, apenas amaneció, se prepararon para partir nuevamente.
* * * * *
Los muchachos ya habían subido a los caballos. Se despidieron de manera cordial de sus anfitriones, y siguieron camino. Cada uno estaba encerrado en sus propios pensamientos, ignorando al resto. El paisaje era hermoso, puesto que la zona carecía de sembradíos, y había varios grupos de árboles en la lejanía unidos por una verde pradera. No se alejaron más de doscientos metros de la casa cuando, de forma repentina, Pléyade sintió algo. Lanzó una mirada a Orión, que también estaba observante y tenso, con el caballo detenido. No hubo tiempo de hacer nada más. Juan y Orión se desplomaron al unísono de sus caballos, inconscientes, golpeados por algún tipo de proyectil. Braulio empezó a ladrar, hacia un costado de la ruta. Alrededor del camino había unos árboles bastante altos, pero Pléyade no pudo ver a nadie, aunque era capaz de sentirlos. Melissa se lanzó del caballo y corrió junto a su marido, intentando reanimarlo.
Pléyade esperó. Las presencias evidentemente estaban a su alrededor. Se concentró, sintiendo al mundo, y de improviso abrió los brazos emanando una energía imperceptible para cualquier ser vivo, pero peligrosa para cualquier máquina o aparato electrónico. Frente a ella, un hombre vestido de negro apareció, en un resplandor eléctrico, retorciéndose de dolor, sin poder controlar su propio cuerpo. Los caballos se asustaron, y dos de ellos corrieron de regreso hacia el castillo. El otro se alejó en otra dirección. La muchacha controló al suyo, que deseaba salir al galope del lugar. Braulio se abalanzó sobre el aparecido, mordiéndole el brazo, antes que éste pudiera reaccionar. Melissa miró a Pléyade, asustada, y luego al hombre en el suelo. En seguida abrazó a su marido.
—¡Son cazadores! —afirmó.
Algún tipo de descarga produjo un espasmo en el perro, que aulló cayendo inconsciente sobre el polvo de la ruta. El cazador permaneció también en el suelo. Mientras tanto, una voz distorsionada se escuchó por detrás de Pléyade:
—Vuelves a hacer algo así, chiquilina, y te mato, sin dudarlo.
—No tendrías tiempo para reaccionar —aseguró ella, volteando. Otro cazador le estaba apuntando directo a la cabeza, con su extraña arma, a un metro de distancia.
—Tal vez yo no, pero los francotiradores sí, no juegues con nosotros. No nos importa matarte. Eres peligrosa, y deberías ser llevada hasta Asción, por regla.
Pléyade estudió la situación. Un hombre le apuntaba a la cabeza muy de cerca... Podía ser eliminado. Dos o tres más estaban escondidos en la lejanía, a los cuales podía evitar, descontando al herido. Pero Melissa era un blanco fácil, con el cual posiblemente se desquitarían. Además no tenía sentido escapar dejando a su hermano y a Juan caídos... Tal vez los podría rescatar posteriormente ¿Pero adónde iría? Podía engañar a los sensores de los personajes, pero no desvanecerse frente a ellos. Finalmente decidió esperar, y no hacer nada por el momento. Cuando Orión despertara pensarían en algo.
—Está bien, me rindo —aceptó finalmente, desmontando del caballo lentamente, para no despertar sospechas.
—Yo soy ciudadana Clase A —habló Melissa—. Ustedes bien deberían saberlo. No pueden hacerme daño ni tocarme.
—Es cierto —murmuró el hombre—. Pero el país entero está en estado de sitio, debido a los últimos acontecimientos. Los ciudadanos Clase A no tienen permiso para viajar por Yronia, deben permanecer en Asción. Ya no existen los pueblos colonizadores. Nuestra obligación será escoltarla hasta la ciudad, pero antes debemos encargarnos de estos no registrados.
—Ustedes deben obedecerme ¡Quiero que liberen a esta gente! —exigió la mujer, rabiosa.
—Señorita, usted se equivoca. Nosotros sólo obedecemos órdenes superiores. Así hemos sido programados. Estamos obligados a respetar a ciudadanos de importancia, como a usted, pero no me pida más. Lo lamento. Y deberá justificar ante el tribunal qué hacía con todas estas personas no registradas en esta zona...
El hombre de negro procedió a esposar a Pléyade, en silencio. Otros tres personajes similares aparecieron en diferentes puntos e hicieron lo mismo con los demás. Trajeron dos de los caballos extraviados y colgaron a los dos hombres de ellos. Luego volvieron hasta la casa derruida, donde atraparon sin mayor inconveniente a los habitantes del lugar. Otros no registrados.
Para el mediodía, una procesión empezó a avanzar hacia el oeste, con los cazadores vigilando estrechamente a Pléyade, quien iba aparte y más adelante, caminando junto a Melissa, la única que no llevaba esposas y que montaba un caballo. Los seres poseían unos vehículos mecánicos que flotaban sobre el suelo, y que se movían a gran velocidad.
Anduvieron un buen tiempo y, en el crepúsculo, llegaron hasta un inmenso lugar construido en el medio de los enormes sembradíos. Eran decenas de enormes silos, rodeando a un pequeño pueblo con una gran plaza en el centro. Todo el lugar estaba cercado con alambre, y varias torres de vigilancia se podían ver desde la distancia. Dentro del complejo existía un destacamento militar fuertemente armado, que controlaba y dirigía a cientos de personas, que para ese entonces ya estaban siendo encerradas en las casuchas donde pasarían la noche. Al llegar a la gran plaza central, todos fueron despojados de sus pertenencias y ropajes, vistiéndose con trajes grises. Al revisar las pertenencias de cada uno, encontraron entre las cosas de Juan el traje de cazador, motivo por el cual le dieron una paliza terrible, dejándolo inconsciente y ensangrentado. Melissa, Orión y Juan fueron encerrados juntos en un pequeño cuarto sin ventanas, donde la muchacha se dispuso a cuidar a su esposo, vendándolo con sus propias ropas. Pléyade, mientras tanto, fue llevada a otro lugar más controlado.
Melissa lagrimeaba en silencio, mientras limpiaba las heridas de su esposo en el suelo. Ya ni siquiera sabía por qué lloraba, si era por la situación, por ver así a su marido, por la vida que había llevado hasta ese momento... Su hermosura estaba apagada, su cabello carecía del dorado brillo que siempre lo caracterizó, sus ojos se habían empequeñecido, y su sonrisa hacía tiempo se había borrado del rostro. Orión sintió pena, preocupación, y cariño por ella. Se acercó y la abrazó. Su piel era casi tan suave como la de Pléyade, y eso lo sorprendió mucho. Ella se aferró a él, y lloró, como nunca antes lo había hecho. No hicieron falta palabras, ni miradas. Se mantuvieron bastante tiempo así, ambos deseando que ese momento no terminara nunca. Estaban vibrando juntos, en el mismo nivel, cosa que nunca había ocurrido a ninguno de los dos. Sin embargo, Orión percibió una perturbación en la energía que los unía, algo más. El tiempo se detuvo, mientras el muchacho acariciaba su rostro, mirando al techo, y ella lo abrazaba con fuerza. Una luz escasa entraba por entre los barrotes de la puerta, proveniente de un reflector lejano, alumbrando tenuemente el momento, y al campamento que permanecía en total silencio.
—Vamos a reanimar a Juan —dijo repentinamente Orión, rompiendo ese sacro momento—. Yo puedo ayudar.
—¿Sí? —le preguntó ella, sin soltarlo, aún amarrada a su pecho.
—Sí. Sostenlo mientras me concentro.
Orión separó a la mujer de él, con firmeza. Ella lo miró directamente a los ojos, e hizo una mueca indefinible, mezcla de sorpresa, tristeza y angustia, luego tomó al marido entre sus brazos, y esperó.
—Ustedes pueden hacer cosas maravillosas —dijo la muchacha.
Él la miró, mientras apoyaba sus manos sobre la frente de Juan. Sin decir nada cerró los ojos, y se concentró. Melissa pudo sentir como el cuerpo de su esposo se distendía en sus brazos, y pasaba de su inconsciencia a un sueño profundo. Muchas de sus heridas desaparecieron o cicatrizaron, al cabo de un buen rato, y el ritmo de su respiración cambió.
No hubo mucho más que esperar para que despertara. Orión retiró las manos y se acurrucó en una esquina del cuarto. Un poco dolorido, Juan se sentó en el suelo, mirando a su alrededor. No había más que cuatro paredes y dos personas. Melissa se alegró muchísimo, y lo abrazó y besó con ternura y pasión.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, creo que sí. Me duele aquí atrás —dijo indicando las costillas y la espalda—, y estoy un poco mareado, pero sobreviviré —sonrió.
—Me preocupé tanto por vos. Te golpearon de una manera tan brutal, que pensé que te iban a matar. Luego te arrojaron aquí como una bolsa de papas, y ni siquiera teníamos elementos para atenderte. Por suerte Orión sabe mucho de esto, y me ayudó a reanimarte.
—¿Y qué haremos ahora? —preguntó Juan.
—Esperaremos a que amanezca —dijo Orión desde su rincón—. Veremos cómo funciona el campamento, cómo se manejan los horarios, las guardias, dónde tienen a Pléyade, y planearemos un escape. Estoy seguro que mi hermana se dejó traer hasta aquí porque sola no podía salvarnos a todos. Pero entre ella y yo, y con ustedes preparados, supongo que será mucho más fácil huir. Descansemos ahora, y mañana veremos qué ocurre.
* * * * *
Un estruendo despertó de manera abrupta a Pléyade. Confundida, sintió que se trataba del fin del mundo, que pronto una ola llameante arrasaría el cuartucho donde se encontraba, y que todo terminaría para todos en ese momento. El fin del mundo...
No ocurrió tal cosa. Pléyade intentó recuperar su cordura. Recordó dónde estaba, y por qué. Rememoró que estaba sola, pero que sus amigos deberían estar cerca. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra, puesto que la habitación estaba en total oscuridad, formando parte de una prisión subterránea.
Se escuchó otro estruendo, bastante cerca. Evidentemente era algún tipo de bomba o explosión. Intentó contactar con su hermano, para saber si era obra suya, pero a pesar de concentrarse mucho, no sintió nada. Por lo tanto decidió salir a ver qué ocurría afuera, puesto que parecía un buen momento. A lo lejos se escuchaban las voces de los soldados, dando órdenes, asustados. La celda donde se encontraba encerrada era de concreto, con una puerta de hierro sólido. La muchacha apoyó las manos sobre la puerta, y sintió el material. Sintió su dureza, y sus puntos de quiebre, junto a sus debilidades. Las bisagras no soportarían demasiado. Se alejó, concentró toda su energía psíquica y física en un solo punto, y dio un golpe devastador al metal. El hierro se partió y la puerta, rechinando, cayó al suelo de manera estrepitosa. El ruido proveniente del exterior crecía en intensidad, junto a nuevas explosiones, y algunos disparos. Sin embargo, era obvio que su escape llamaría la atención a más de uno.
—Y el anciano me dijo que esto era imposible... —pensó.
El pasillo que llevaba a la superficie era de más de cuarenta metros, y a los costados había otras celdas, aparentemente vacías. Alguien entró al lugar por las escaleras al fondo del corredor, casi imperceptible. Pléyade intentó pasar desapercibida. Se agachó, y eliminó toda función de su cuerpo, dejándolo prácticamente muerto e inmóvil. Hizo esto de una manera que le pareció tan sencilla, que se sorprendió a sí misma. Estaba ganando fuerza y poder con cada paso que avanzaba hacia Asción. Acciones que la hubieran matado o drenado escasos meses atrás, ahora e convertían en habilidades normales fácilmente realizables, que ni siquiera requerían concentración para ser utilizadas. Sus sentidos estaban mucho más despiertos, y su visión y entendimiento del mundo llegaba a un nivel asombroso. La sombra frente a ella se desvaneció.
—No sé cómo lo logras muchacha. Pero no podrás esconderte de mí. Si no ves algo, debes buscar su carencia, y eres claramente identificable por eso. Tengo demasiados sensores diferentes, no puedes ocultarte a todos al mismo tiempo —dijo una voz metálica. Por el tono, y el desafío que implicaba la frase, Pléyade supo que era el mismo cazador con el que se había enfrentado por la mañana.
—Tú tampoco puedes esconderte a mis sentidos, por más que engañes a la vista. Da lo mismo que estés visible o no —lo desafió ella, desde su rincón.
—Soy R7, el cazador más célebre desde hace mucho tiempo. Nunca he fallado, y no lo haré ahora —agregó la voz.
—Oye —le respondió ella—, si nos enfrentamos, alguien saldrá muy lastimado, o muerto. Yo no vine al mundo para lastimar a nadie, pero tu interposición no evitará que salga de aquí y continúe con mi viaje.
—Hay un solo camino hacia la salida, y pasa por el lugar que estoy pisando —la retó él, volviéndose visible—. No tengo miedo, ni dejaré de cumplir con mi deber.
—Es cierto que no puedes dejar de hacerlo. Razonar contigo carece de sentido.
—Y hablar contigo también. Es mejor que termine con tu peligrosa existencia ahora, antes que hagas alguno de tus trucos —la sombra lejana levantó el brazo, apuntando hacia adelante.
Pléyade, de manera repentina, se puso de pie, encendiendo su sangre nuevamente. El antes oscuro pasillo, para el cazador, ahora tomó un color rojizo que saturó sus sensores infrarrojos. Pléyade corrió hacia adelante, mientras esquivaba varios disparos carentes de objetivo. Las balas zumbaban lentamente alrededor suyo, y ella las esquivaba en una danza insinuante, hasta que dio un salto hacia adelante. El cazador cambió el modo de búsqueda de los sensores, para encontrarse con una sombra encima suyo. El cuerpo de R7 se estremeció, como si sus venas le explotaran por dentro, y todos sus circuitos enloquecieran o se quemaran. Temblando, con varios espasmos, su cuerpo se desplomó inerte, en un grito de dolor.
—A diferencia tuya, yo no necesito matarte para sentir que he vencido —dijo ella, subiendo las escaleras—. Todavía tienes tiempo para ser otra cosa, y liberarte de tus cadenas...
La siguiente habitación daba afuera, donde muchos de los reos se habían rebelado, y corrían buscando una boca de escape. Los soldados disparaban a todo lo que se movía, y numerosos hombres y mujeres yacían muertos sobre la reseca tierra de la plaza central. Algunos de los esclavos habían atacado a los soldados y robado sus armas, por lo que una pequeña guerra se había desatado en el lugar, en una total confusión.
Entre la gente, a escasos pasos, un soldado se le cruzó enfrente, y, repentinamente, su cabeza explotó atravesada por una bala que le perforó el casco, procedente de algún lugar elevado. Pléyade miró hacia arriba, donde estaban los techos de los silos, buscando al francotirador, y se sorprendió ante lo que le pareció observar. Dudó un momento, y luego la figura desapareció del lugar. Al instante, la muchacha se mezcló en la turba, ignorando a todos, y buscando a su hermano, el cual, le parecía, no se hallaba muy lejos.
Uno de los silos cercanos explotó violentamente en un costado, inundando parte de la plaza con cientos de toneladas de trigo que caían como una cascada sobre la gente, mucha de la cual quedaba atrapada por las semillas. Pléyade levantó la mano, cubriéndose de esa lluvia como si fuera un paraguas. Las semillas la evitaban, mientras ella avanzaba. Un poco más adelante le pareció ver la inusual cabellera de Melissa, por lo que corrió hacia ella. Efectivamente, se trataba de la mujer, que estaba siendo arrastrada por el tumulto. Cuando ésta vio a Pléyade, se acercó hasta poder tomarla de la mano.
—¿Dónde están Orión y Juan? —fue lo primero que se le ocurrió preguntarle—. ¿No estaban juntos?
—Sí, pero unos guardias que nos enfrentaron me obligaron a correr en esta dirección. No fue muy lejos, un poco más hacia allá —indicó con el dedo, hacia un grupo de chozas que estaban ardiendo a unos cincuenta metros.
—¡Vamos a buscarlos! —le exigió Pléyade.
Avanzaron unos pocos pasos, y observaron a Juan, armado con una pistola, disparando contra un soldado que lo perseguía, el cual cayó sangrante al piso. Orión corría unos pasos detrás, ignorando todo lo que ocurría a su alrededor. Finalmente, todo el grupo estuvo reunido nuevamente. En pocos segundos la plaza central se había vaciado, ya que la mayoría de los esclavos había conseguido su libertad o terminado muerto en el campo de batalla, y unos pocos estaban asaltando los cuerpos de los caídos. No había rastros de los soldados, algunos de los cuales lucharon hasta el fin, mientras que otros prefirieron realizar una retirada estratégica.
—¡La puerta está en aquella dirección! —gritó Orión, tirando la mano a su hermana—. ¡Vamos!
Los muchachos corrieron hacia la salida, agotados, esperando poder esconderse entre las sombras, aunque el alba estaba muy cerca. Juan se notaba agotado, y evidentemente estaba realizando un esfuerzo sobrehumano para no desplomarse, mientras que Melissa tiraba de su brazo.
La enorme puerta entreabierta mostraba signos de una trifulca frente a ella, con varios cuerpos esparcidos en el lugar, aunque ahora no se veía a nadie a su alrededor.
—¡Rápido! —chilló Orión—. ¡Vámonos!
—¡Pero los caballos, y nuestras cosas! —lo increpó Melissa—. ¡No podemos dejarlas!
—¡Sí podemos, y lo haremos! —fue la contundente respuesta del hombre.
—Viene alguien —informó Juan, a un tono menor que el resto de la conversación.
—¿Qué? —le preguntó su esposa, ignorando a Orión.
—Allá, viene alguien, parece que es un cazador.
—Ah no, más no —reclamó ella—. No lo soportaré.
Efectivamente, de manera veloz, un hombre de negro se acercaba a ellos, pilotando una motocicleta sin ruedas y cruzando el campamento. No se mostraba agresivo, pero tenía equipada su peligrosa arma al brazo derecho. Orión miró a su alrededor, y observó que Juan le apuntaba con dificultad, ya que el peso de la pistola le resultaba un lastre insoportable. Pléyade estaba en posición defensiva, como si un karateka se dispusiera a atacar. La observó extrañado.
—Sos una ridícula ¿Desde cuándo apelamos a los golpes? —la recriminó, sin emitir palabra.
Ella lo miró con la misma sorpresa, y bajó la guardia. El cazador ya estaba a escasos metros, y se detuvo, ladeando la motocicleta.
—¡Alto! —exclamó Pléyade—. ¡Si somos razonables podremos sobrevivir los dos!
—¿Quién es esta mujer altanera y soberbia? —la voz metálica se mostró bastante expresiva, respecto a anteriores ocasiones—. ¡Si quisiera matarte no te hubiera dado siquiera la oportunidad de verme o de emitir una palabra! ¡No hay tiempo, en una hora tendremos un batallón completo rodeando la zona, con aparatos voladores y todo! ¡Debemos escondernos pronto y huir sin ser percibidos!
—Tú eres el responsable de todo este desorden ¿No es cierto? —le preguntó Pléyade.
—¡Bravo! —clamó el cazador, sacándose el casco lentamente.
—¡El albino! —festejó Melissa, pudiendo ver por fin su rostro.
—Franco, para los amigos —le respondió éste.
—¿Cómo es posible?...
—Tu marido me envió un mensaje ¿Acaso no te lo dijo?
—Tenía miedo de que no vinieras, causando falsas expectativas —se excusó Juan, quien se adelantó y lo abrazó efusivamente.
—Jamás faltaría a mi palabra, es bueno que lo vayas sabiendo, aunque un cuartel enemigo lleno de soldados se interpusiera entre nosotros —el albino sonrió, algo que nunca había sido visto en un cazador—. ¿Qué haces de nuevo aquí? Las cosas están mucho más difíciles que antes.
—Lo sé, pero estamos realizando un viaje a Asción, ayudando a estos dos jóvenes, quienes desean llegar allá. Son gente muy especial, y creo que pueden ayudar a que esta situación cambie.
—¿Especiales?... ¿A qué te refieres con especiales? —preguntó interesado Franco.
—No sabría explicarlo. Hacen milagros, son como santos.
—Entonces sé adónde deben ir. Yo mismo los guiaré. Pero apurémonos, yo conseguiré comida del depósito, y ustedes robarán las motocicletas que se encuentran en el hangar, hay suficientes para todos. Con ellas llegaremos a Asción en menos de tres días.
El misterioso hombre se puso nuevamente el casco, y moviendo la muñeca, hizo que la moto se elevara a treinta centímetros del suelo.
—Nos encontraremos del otro lado de esta puerta en quince minutos.
—¡Hecho! —exclamó Juan, quien se dirigió hacia el hangar (uno de los pocos edificios aún en pie), junto con el resto del grupo. El albino se dirigió hacia la dirección opuesta.
* * * * *
Franco se hallaba en una pequeña cocina, cargando una bolsa con carne, fruta y granos. Como siempre, estaba completamente cubierto con su negro traje, de los pies a la cabeza. Se detuvo un momento, elevando la cabeza hacia arriba.
—Aparezcan, puedo verlos de todos modos —dijo con su característica voz robótica.
Nada ocurrió.
—Si no me mataron es por un único motivo. Quieren saber qué me ocurrió, el porqué de todo esto. Cómo escapar... Y lamento decirlo, pero no lo sé. Me encantaría poder contárselos, liberarlos, pero no existe explicación alguna. El dominio que tienen sobre ustedes no se basa únicamente en tecnología, hay algo más. Algo contra lo que es inútil luchar. Y lo que me ocurrió fue algo único. Me duele mucho tener que matarlos cuando me cruzo con ustedes, pero nada más puedo hacer, ya que no los puedo liberar de ninguna otra forma del dolor.
—¿Por qué no podemos verte en los sensores ni en el localizador satelital, como hasta unos días atrás? —preguntó una voz semejante a la suya.
—¿Ese es el motivo? ¿De eso quieren hablar? ¡Claro! No pueden pensar por sí mismos...
—Has roto todas las reglas y códigos que nos hacen lo que somos. La humanidad nos teme, y si el pueblo se entera que hay uno de nosotros descontrolado, un arma de matar perfecta que hace lo que quiere ¿Qué seguridad tendrán? Terminarán con todos nosotros, no sólo contigo. Y no queremos que eso ocurra. Hay órdenes explícitas del comando general para acabar con tu vida, sea como sea. Es una pena, porque eras el mejor.
—Lo soy todavía... —murmuró Franco—. ¡Zakratu! —gritó, volteando de manera repentina y estirando la mano izquierda hacia adelante, mientras que con la mano derecha disparaba su arma hacia el costado.
El disparo tiñó la pared de un rojo sanguinolento, al mismo tiempo que del otro lado un cazador se hacía visible, caído en el piso y sin poder controlar su cuerpo. El albino se le acercó y le apuntó directo a la cabeza.
—Nadie puede enterarse de que conozco la palabra clave —le dijo, y disparó a sangre fría. Luego le sacó el traje, obtuvo el casco del otro, y robó las computadoras de ambos, para que no encuentren ningún registro de lo ocurrido los expertos que de seguro irían a investigar el lugar. Tomó la bolsa con alimentos, y se marchó de ahí.
* * * * *
Franco cruzó la enorme puerta del complejo. Del otro lado se encontraban sus amigos, los dos jóvenes extranjeros y algunas personas más, de diferentes edades y contexturas físicas. Estos últimos, al ver al cazador, se asustaron, y los presentes intentaron calmarlos.
—¿Quién es esta gente? —preguntó el cazador, deteniendo su motocicleta y bajándose de ella.
—Son amigos, criados de mi casa, conocidos del pueblo... Estaban todos esclavizados en este lugar —explicó Melissa—. No podemos dejarlos aquí, y mucho menos llevarlos con nosotros hacia un futuro incierto.
—¿Y? Que se las arreglen solos. No podemos hacer nada por ellos —le respondió el albino.
—No es tan fácil. Jamás sobrevivirán en este lugar. Creo que lo mejor es que crucen la frontera y se alberguen en el pueblo de Juan.
—Está bien. Tienen que caminar hacia el norte. Puedo regalarles una brújula —dijo, buscando algo de unos compartimentos de la motocicleta.
—Queremos que los acompañes —le suplicó Juan—. Por favor.
Franco detuvo su búsqueda, y volteó hacia el grupo.
—¿Están locos? ¡Yo tengo que protegerlos a ustedes! El camino es cada vez más difícil de aquí en adelante.
—No importa. Nos encontraremos luego —le dijo el muchacho.
—Sí, en Asción, si logran llegar.
—Lo haremos, no te preocupes —insistió Melissa—. Toda esta gente es muy importante para mí. Quiero tener la tranquilidad de que llegarán sanos y salvos a un lugar seguro. Y confiamos en que lo lograrán contigo.
—Yo seré el que no estará tranquilo ahora —afirmó el cazador—. Para colmo, no hay comida para todos.
—No te preocupes por nosotros —se entrometió Pléyade—. Nos las arreglaremos.
—¿Y Braulio? —Preguntó Orión preocupado por su perro—. ¿Qué se hizo de él?
—Quedó abandonado en la ruta donde nos atraparon —afirmó Pléyade—. Ojalá esté bien. Pero no podemos hacer nada por él.
—Es una lástima que nos hayamos encontrado luego de tanto tiempo, y que ni siquiera podamos conversar y ponernos al día —se quejó el albino—, pero debemos emprender nuestro camino ahora. No tenemos mucho tiempo antes de que vengan aquí a desentrañar lo que ocurrió. Ah, en Asción, a nivel del suelo, deben buscar a "La Iglesia del Sagrado Retorno". Ustedes son privilegiados, así que no creo que sea muy difícil dar con ellos. Esta gente les podrá ayudar.
—La Iglesia del Sagrado Retorno, lo recordaremos —aseguró Juan—. Y no tengas miedo por nosotros, pronto podremos hablar con tiempo y tranquilidad —afirmó.
—Hasta entonces, compañero —dijo Franco, abrazando a Juan, efusivamente. Evidentemente un cambio se había producido en su interior—. Tropa —habló al resto del grupo—, síganme. El camino es largo y cansador. Los llevaré hasta la frontera, y luego continuarán solos. Quien quede rezagado será comido por los lobos, así que no se alejen del resto...
El albino dio a Juan un nuevo traje de cazador, para mantener el contacto y poder encontrarse en el futuro, y así, cada grupo tomó su camino, con la esperanza de que pronto se reunirían nuevamente.
* * * * *
Es normal, entre personas inteligentes, creativas, y que intentan sintonizarse con el mundo, tener breves momentos de lucidez. Quienes experimentan esto, son los llamados a ser especiales, a despertar. Aún no están en total sintonía con el universo, pero empiezan a leer sus señales y a darse cuenta del mundo que hay escondido detrás de los sentidos. Empiezan a percibir con el sexto y el séptimo sentido, y a dejar de lado los otros. Estos momentos de lucidez extrema se presentan con premoniciones, sueños, avisos, visiones, coincidencias o adivinaciones, e inclusive en muchos casos apenas con el desarrollo de una lógica y una comprensión de los acontecimientos más allá de lo normal para el vulgo. A veces, debido al materialismo o al fanatismo por ciertas creencias o teorías, los que tienen ese tipo de experiencias las racionalizan y aprenden a dominarlas, pero solamente como un producto de la inteligencia, cuando en realidad hay mucho más.
Lo que la persona debe hacer cuando sucede eso, es intentar cultivar su don. A veces con un maestro, o a veces siendo él mismo su propio maestro. Los breves momentos de lucidez se deben ensanchar cada vez más, durar por más tiempo, haciendo prevalecer a la mística por sobre los sentidos. No se puede, ni se debe, explicar lo que sucede en ese momento, pero es como si todos los sentidos percibieran lo mismo al unísono, cada uno a su manera, y como si el mundo no albergara ningún secreto ni misterio. Obviamente, al terminar ese momento clave, la inteligencia se nubla y tan sólo permanece el sentimiento de paz interior, pero no se puede explicar o comprender lo que era tan claro unos momentos atrás.
Además, uno debe saber darse cuenta, notar los primeros momentos o intentos de entrar en vibración con el universo, muchas veces carentes de magia, pero siempre con un toque especial. En muchos casos el proceso se da cuando modelamos el mundo de acuerdo a nuestras expectativas y necesidades. Parecen casualidades, pero no lo son. Cuando uno desea algo claramente difícil y eso sucede (ya sea algo malo o bueno), cuando pensamos o extrañamos a alguien que hace tiempo no veíamos y al día siguiente sabemos de él por un tercero o recibimos una llamada telefónica suya, cuando uno tararea en su mente una canción y prende la radio y están tocando exactamente esa melodía, o con tantos otros detalles que nos demuestran el poder interior que tenemos y los dones que podemos recibir con tan sólo aceptar nuestra calidad divina.
Sin importar la raza, clase social o económica, todos estamos abiertos a recibir los dones, sólo hay que esforzarse en intentar percibir y vibrar con el mundo. Obviamente, quien está aferrado al mundo material, al trabajo, a la mentira, a la sociedad de consumo que nunca se detiene, posee menos esperanzas de tener un momento de paz donde la lucidez externa pueda apropiarse de su ser, aunque sea por un instante.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top