Capítulo 20: El viaje, el sueño
Aburrimiento, desolación... Cansancio, energías desperdiciadas, desazón... Y más cansancio...
Pléyade, en un acopio de toda la fuerza que su mente le permitía generar, caminaba como autómata, sin hablar, sin mirar hacia el frente, casi deslizándose por ese páramo infinito. El reflejo del sol en la ardiente arena rojiza, la cegaba, y sus encarnados ojos apenas se abrían en leves rendijas. Orión la llevaba del brazo, casi arrastrándola, aunque su agotamiento era muy similar. Pero ella siempre había sido más delicada, a pesar de poseer una fuerza de voluntad inquebrantable. No contaban los días, ni las horas, pero por los ciclos lunares era evidente que más de tres meses habían transcurrido desde su partida, y el terreno aún no variaba. El suelo estaba compuesto por reseca tierra, resquebrajada, cubierta parcialmente por arena, ese polvillo que se levantaba con el más mínimo viento y que les impedía mirar hacia adelante.
Hacía más de una semana que la joven había dejado de comer, desde que abandonaron el último oasis. Únicamente bebía agua, en pequeños sorbos. Su desgano era patente, y tanto sus motivaciones como sus ideales se desdibujaban en un mar de ideas contradictorias y recuerdos inexistentes. Sabía que no resistiría mucho más, pero también sabía que el camino que le quedaba por recorrer, hasta la próxima parada, era escaso. Tal vez allí pudiera encontrar un poco de paz, y un merecido descanso.
—¡Basta! No puedo más —rogó la muchacha—. Descansaremos aquí. Ya está por oscurecer.
Su hermano accedió sin replicar, sabía que ella estaba agotada, y no tenía sentido torturarla más. Desenrolló una manta y la echó sobre la arena. La muchacha se desplomó instantáneamente sobre ella, entrando automáticamente en un pesado sopor mezcla de sueño e imaginación. El sol se ocultaba al fin, y la temperatura se había vuelto nuevamente soportable, aunque ambos sabían que en pocas horas el frío les calaría hasta los huesos. Orión permaneció admirando el crepúsculo, y luego de él, las estrellas. El campamento estaba al borde de una elevación, una especie de colina, que más adelante bajaba en forma constante. Aparentemente el día siguiente sería auspicioso para una fácil caminata de descenso. El cielo carecía totalmente de nubes, y sólo el resplandor de la luna y las estrellas iluminaba el panorama, con bastante claridad. El muchacho dejó descansar a su hermana, cuidándola y acompañándola. Ella, por su parte, sufría de un sueño intranquilo, y daba vueltas sobre sí misma emitiendo pequeños suspiros cargados de dolor. Hacía más de un mes que habían empezado estos últimos síntomas, sumados a su desgano y patente malestar. Y cada día se agudizaban más. La muchacha se mostraba más cansada y realizaba pausas cada vez más largas en distancias recorridas menores. Orión se sentía incómodo, sabía que la tarea que les esperaba era difícil, y hasta ahora poco clara, pero no sufría de la manera en que Pléyade lo hacía.
* * * * *
La oscuridad reinaba en un ambiente vacío, carente de todo lo que pudiera tener sentido físico. Orión, su hermano querido, yacía sin vida flotando en el éter, y ella lo abrazaba. A una escasa distancia, su ejecutor, un ave de fuego y brillantes colores, aleteaba majestuosamente, casi inmóvil. Se trataba de un fénix, el ser inmortal que resurge de las cenizas y de las brasas más calientes, provenientes del propio infierno. Y sin emitir sonido, ni hacer gesto alguno, reía. Reía porque sabía que ellos no podían hacer nada contra él, reía porque la fuerza de unos simples humanos era insuficiente para vencerlo, reía porque la esperanza del mundo había dejado de existir.
Ella miró al eterno ser, y un resplandor brotó de sus ojos. Estiró su mano hacia él, abierta, intentando detener la influencia que el ente ejercía sobre ellos. El ave chocó sus llameantes alas hacia adelante, y una ola de fuego devoró al aire y a los cuerpos indefensos. La protección de Pléyade se resquebrajó como un papel frente a las llamas, que consumieron ambos cuerpos en forma repentina. Y el dolor intenso los hizo retorcerse... Por un breve momento... Luego las llamas no fueron más que una tormenta pasajera sobre un cielo ahora despejado.
La muchacha deshizo la forma fetal que había adoptado para protegerse del intenso dolor y miró hacia adelante, secándose el sudor de la frente y apartando los cabellos que le impedían observar lo que ocurría. Lo único que pudo notar fue que el fénix ya no reía... De reojo, y con cuidado, se volvió. Un punto blanco flotaba por detrás de ellos, irradiando una luz del mismo color. En un pulso repentino, el punto explotó, encegueciendo a la muchacha. Cuando logró recuperar la visión nuevamente, observó asombrada cómo una enorme ave blanca ahora ocupaba el lugar donde se originó la explosión. El pájaro tenía las alas extendidas y se mantenía inmóvil, al mismo tiempo que continuaba irradiando la luz blanca en todas las direcciones, pero especialmente sobre ellos.
Un murmullo, seguido de una entrecortada tos, sacó a la mujer de su ensimismamiento, para volverse hacia su hermano, que respiraba, con dificultad, nuevamente. Un sentimiento de alegría y paz envolvió a la muchacha, que luego se tornó en agradecimiento.
Y el pájaro blanco batió sus alas, apagando la llama del ave roja como si de una simple vela se tratara, dejando sólo las cenizas desperdigadas a su alrededor. Y antes de desvanecerse volvió a batir las alas, esparciendo esas cenizas por todo el universo, liberándolo de la demoníaca presencia.
Y Pléyade también se sintió libre. Libre en actitud, libre frente a los lazos fraternos que la ataban, libre para ser. La joven se dio cuenta de que su vida, a partir de ese momento, no tenía más sentido que el que ella misma quisiera darle.
* * * * *
"Estrellas, miles de ellas. Están allí, desde millones de años antes que nosotros hubiéramos aparecido en el mundo, y permanecerán por mucho tiempo más, luego de nuestra muerte. Nos han observado por tanto tiempo... Nuestros fútiles intentos por demostrar inteligencia, amor, compasión, no han sido más que un microscópico punto borroneado dentro de la línea del tiempo que ellas manejan. Y ante su grandiosidad nos preguntamos si estos esfuerzos valen la pena, puesto que el futuro de este insignificante planeta no afectará en nada al orden universal de los acontecimientos en el cosmos ilimitado. El hombre no es más que rey de un trozo de piedra y agua que gira alrededor de una estrella... Y pensamos que su dominio es algo importante. ¿Para qué nos han puesto aquí, siendo que no somos nada dentro del esquema universal?... Y sin embargo están atentos a nosotros, a lo que hagamos. Es una de las pocas cosas que no veo con claridad, sus motivaciones.
Y mientras tanto las estrellas lejanas, y sus innumerables planetas girando alrededor, nos observan en silencio, viéndonos pasar de manera totalmente fugaz... Tal vez en un descuido no hayan tenido tiempo de descubrirnos, tan poco somos, y no se hayan siquiera percatado de nuestra existencia... Y cuando vuelvan la mirada, observarán al mismo planeta muerto que siempre conocieron, porque nuestro efímero período habrá terminado...".
—Hermana ¿Estás despierta? —le preguntó Orión con una voz suave.
—Sí, desde hace un rato ¿Por qué? —respondió ella, dejando de lado estos pensamientos que la mantenían absorta.
—Porque de repente dejaste de hacer ruidos, tú sabes, los quejidos que emites mientras duermes.
—Es gracioso —comentó ella—, normalmente cuando uno hace ruido es cuando está despierto, no dormido. Pero hace un tiempo que a mí me ocurre a la inversa. Sólo hablo dormida, y cuando estoy despierta me mantengo en silencio.
—¿Y qué es eso que sueñas que tanto dolor te causa? —quiso saber su hermano.
—Supongo que lo mismo que tú sueñas, siempre hemos tenido el mismo tipo de visiones o sueños premonitorios.
—Pero desde que emprendimos este viaje, todo ha cambiado —explicó el muchacho—. Soy incapaz de recordar lo que sueño, es más, creo que ni siquiera soy capaz de soñar. Todo se vuelve negro y punto. No me gusta eso, no es natural.
—Lo que yo sueño tampoco es natural. Es recurrente, y cada vez más intenso y doloroso —la muchacha hizo una pausa, se levantó del suelo y tomó la manta extendida sobre el suelo para abrigarse. Luego caminó unos pasos hacia adelante—. No quiero hablar de ello, bastante difícil me es convivir con esta pena.
—Hmmm. Está bien. Creo que voy a descansar ahora yo un poco, puesto que has despertado.
—Hazlo, yo cuidaré de ti —afirmó en forma cariñosa su hermana, y luego murmuró algo, más para ella misma que para Orión—. Tal vez sueñes lo mismo que yo, pero si lo haces, es mejor olvidarlo, como has hecho hasta ahora...
El muchacho se recostó sobre otra manta, cubriéndose con la misma en forma de sándwich, intentando conciliar el sueño. Por un momento permaneció despierto, mirando hacia el cielo abierto, iluminado por las estrellas y la redonda luna, para luego dormir en un sueño intranquilo pero reparador. Mientras tanto, Pléyade permaneció parada, al borde del declive, mirando las mismas pequeñas fuentes de luz que su hermano observaba.
* * * * *
Nos miran.
Permanecen.
Palpitan.
Un cúmulo brillante y eterno
allí arriba,
testigos de nuestro pasar
tan poco importante.
Círculos, círculos, círculos.
No somos más que un planeta
dando vueltas en círculos,
seres cuya vida no es más que un círculo,
existencias repetitivas,
experiencias reiteradas,
sentimientos conocidos.
Un círculo irrompible nos atrapa,
un avanzar para llegar al mismo lugar.
¿Será que cuando el viaje termine
habremos aprendido algo?
¿Habremos avanzado?
¿O permaneceremos eternamente atados?
* * * * *
Somos un punto miserable y sin importancia en el universo, y al mismo tiempo somos tanto, somos la chispa divina encarnada. Comprender el por qué estamos aquí siempre ha sido la meta del hombre, la motivación constante.
La búsqueda, los cuestionamientos, están bien, mientras nos ayuden a avanzar y crecer sin detenernos. Porque al fin y al cabo, no es tan importante la meta, sino el camino recorrido.
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