Capítulo 19: La Partida
—Es hora —habló suavemente una voz masculina. Un leve suspiro se escuchó en el oscuro cuarto, cercano.
—Lo sé, lo sé —respondió en forma casi inaudible una mujer—. Pero soy incapaz de moverme. Me pesan los brazos, las piernas... Estoy amodorrada en un sopor que impide cualquier cosa que quisiera hacer... Inclusive pensar.
—Sabes que no puedes dejarte vencer, esos sentimientos no son buenos —apuntó con firmeza su compañero.
—¿Qué sabes tú de esos sentimientos, cuando jamás los has experimentado? —renegó la mujer—. ¿Cómo puedes hablar de ello, siendo que solamente mi parte femenina los siente?
—Justamente —se defendió el hombre—, al no experimentarlos puedo verlos desde fuera, y darme cuenta que no son más que engaños que tu propia mente intenta convertir en verdades. No pertenecemos a este lugar, y lo sabes. Debemos irnos, aunque el sufrimiento de perder la efímera felicidad que estamos viviendo nos lastime. Tenemos un largo camino por recorrer, y mucho por crecer, antes de volver a sentir algo así de nuevo, si se llegara a dar el caso.
Al terminar de pronunciar estas palabras, el muchacho estiró los brazos en un brusco desperezo, y los postigos de las ventanas a ambos lados de la habitación se abrieron sonoramente en un repentino golpe. Un leve resplandor diurno penetró entonces en la habitación, tibio y reconfortante. El sol intentaba asomarse entre algunas nubes renegridas en el horizonte, pero el dolor de salir de su escondite parecía semejante al de las almas que debían abandonar el pueblo, por lo que aún se mantenía oculto. Una agradable brisa acarició a los jóvenes, ahora tomados de la mano, haciéndoles notar que la realidad física de la vida aún existía para ellos, y que el viaje, el desplazamiento espacial que debían realizar para aprender, todavía no comenzaba.
—Sabes que te seguiré a donde sea —aseguró ella—. Pero sabes también que cada día siento más que esta causa es tuya y no mía. La felicidad inmensa que sentí cuando volví a ver a papá y a mamá juntos es tal, que haría cualquier cosa por no dañarla. Y nuestra partida causará un perjuicio irreparable, a pesar de que regresemos sanos y salvos algún día.
—Esta causa es nuestra —afirmó el muchacho—. Y es mi obligación ayudarte a enfrentar a la debilidad que te confunde. Pronto te darás cuenta de que el pesar que te tortura fue algo pasajero, y lo recordarás como un momento de duda, nada más.
—Espero que sí, hermano, espero que sí.
Una lágrima se deslizó desde un ojo de Pléyade, hasta llegar a la almohada. Ella la enjugó con los dedos, y luego se sentó sobre la cama, con las piernas cruzadas. Orión prefirió no mirarla, sabía que no debía. Simplemente se levantó y tomó las ropas que había preparado el día anterior, para vestirse. Las mochilas también estaban listas, junto a numerosas cantimploras y raciones de comida especialmente preparadas para el camino. En realidad la comida era poco importante para ellos, puesto que podían sobrevivir sin alimento por varios días, en un tipo de ayuno que les permitía desintoxicarse. Pero el viaje que emprenderían era largo, de varios meses, y ni siquiera ellos podrían mantener semejante privación, menos aún con el clima atroz y cambiante al que se enfrentarían.
Por fin un resplandor surcó el aire en forma abrupta, en una explosión de luz, iluminando el precioso rostro de la joven a través de la ventana, alimentándola de la energía que tanto necesitaba, y cobijándola con su calor paternal. Ella ya lo sentía, inclusive antes de recibirlo, porque sabía que el sol estaba allí. En pocos minutos todo su cuerpo estuvo recubierto por esa energía reparadora.
—Sabes que somos uno, tú y yo, y por lo tanto formamos parte de lo mismo —habló ella de nuevo, con fuerzas renovadas—. Pero esta dualidad física en la que nos hemos visto forzados a vivir nos ha separado, lo suficiente para que algunas cosas las hayamos aprendido a ver desde ángulos ligeramente desviados. Yo soy lo que tú, esencia exacta, espíritu puro... ¿Será que tal vez tendremos destinos diferentes a pesar de ser lo mismo? ¿Te has detenido a pensarlo?
—No vale la pena hacerlo. Nuestro destino es el mismo, siempre lo hemos sabido. De hecho, siempre hemos sabido cuál es.
—Sí, pero ese es un fin intermedio. De aquí a cinco años habrá pasado, habremos aprendido, y cumplido con nuestra misión sobre la tierra ¡Pero seremos jóvenes aún! Y no vamos a trasmutar. Falta todavía mucho tiempo para que eso pase, para que el elegido venga.
Orión, que estaba intentando ajustarse el cinturón, lo dejó aparte, y se acercó a su hermana. Ella lo miró desde la cama, hacia lo alto, con los ojos tristes y enrojecidos. El joven se sentó junto a ella, y la abrazó con fuerza.
—El que ostentará el poder de permitirnos trasmutar ya está en camino, y lo sabes. Ahora, si a nosotros nos tocará realizar ese camino de crecimiento, no puedo decirlo. Como tú has mencionado, somos jóvenes aún, y tal vez luego de este viaje nuestra vida cambie. Pero éste no es momento de preocuparnos por eso.
—¿No te parece gracioso? —sonrió la mujer, apartando un poco a su hermano—. Debemos realizar este viaje para aprender, para luego poder enseñar a quien será nuestro maestro. Es tan complicado que a veces siento que tú y yo estamos locos, y que juntos hemos creado una historia irreal para justificar lo extraños que somos. Nadie jamás nos habló sobre algo parecido a lo que estamos discutiendo, y sin embargo ambos lo vemos tan claro... ¿Recuerdas la primera vez que hablamos del tema? Éramos niños aún. Y ya habíamos descubierto la verdad cada uno por su cuenta. Cada cosa que decíamos el otro la había sentido, no hubo necesidad de explicaciones. Y luego evitamos el tema, total, para qué tocarlo, si ambos sabemos exactamente lo mismo, casi no lo hablamos, hasta ahora ¿No habremos imaginado o delirado mucho? Siempre nos consideramos a nosotros mismos infalibles, pero ¿A qué distancia de la locura estamos? Creo que no muy lejos.
—El loco nunca nota que está loco, ni se lo cuestiona —rió el muchacho, tomando las manos a la mujer—. Tal vez por eso estamos tan seguros de no estarlo.
Ella acarició el pelo de Orión, sin poder eliminar la sonrisa de su rostro.
—Supongo que mientras estemos juntos tendremos la seguridad de que no estamos locos —asumió ella.
—¡Hey! Siempre estaremos juntos. Uno no puede existir sin el otro. La pérdida de un fragmento tan grande de nuestra esencia nos destruiría. Por lo tanto, supongo que cuando uno deje de existir, el otro también lo hará.
—Así será —afirmó Pléyade—. Pero tienes razón, ahora no ayuda hablar de esto, sino empezar un nuevo capítulo en nuestra vida, un capítulo largo y difícil, por cierto.
* * * * *
Selene golpeó la puerta de madera sin convicción. En realidad no quería hacerlo, no podía aceptar lo que sabía esa mañana ocurriría. El Santo estaba con ella, inexpresivo, como de costumbre. La aldea aún permanecía en silencio, eran pocas las personas que estaban despiertas, iniciando sus tareas. Reinaba la paz, y el sonido de la respiración de ambos era lo único que perturbaba la calma.
La puerta se abrió, y de ella salieron los dos hermanos, preparados ya para la partida. Unos ropajes grises y resistentes eran todo lo que llevaban puesto, junto a sus respectivas mochilas. Éstas eran pequeñas y contenían únicamente lo esencial. Ya habían expresado antes que "uno debe siempre viajar ligero por la vida, sin cosas que nos aten a personas, lugares o recuerdos". Pléyade se había anudado el pelo en una larga y brillante trenza, para que no le molestara durante la caminata, y ahora ésta caía por un costado rematada en un moño de hilo.
Los cuatro comenzaron a caminar hacia las afueras del pueblo, con lento pesar. La madre hizo lo posible por contener sus lágrimas, pero antes de poder decir nada rompió en llanto. Los cuatro se detuvieron antes de llegar al límite del poblado, y el Santo abrazó con firmeza a su mujer. Pléyade evitó llorar de la misma manera que su madre, porque sabía que lo único que lograría era causar más dolor, así que se mantuvo firme como su hermano en la postura de partir, sin mostrar pena.
Selene abrazó a sus hijos, sollozando, los besó, y les suplicó que se cuidaran. Ellos le aseguraron que lo harían, y que regresarían sanos y salvos. La mujer abrazó a su compañero, desconsolada, y no volvió a hablar. El Santo se acercó a sus hijos, para aconsejarles sobre el viaje que emprenderían. Ya habían hablado mucho del tema, pero era importante recalcar los puntos claves.
—El desierto se extiende en todas las direcciones —empezó a explicarles el padre—, pero no es infinito. De todos modos, gran parte del recorrido que realizarán será sobre tierras áridas, y por lo tanto cada arroyo u oasis que encuentren deben aprovecharlo al máximo, reaprovisionándose del líquido vital. Por favor, les suplico que utilicen la ruta que les indiqué. Regresen por el este hacia el Búnker, y luego diríjanse hacia el sur en línea recta. Utilicen la brújula que les di, y síganla con confianza.
—Papá, sabes que no necesitamos la brújula para ubicarnos —lo interrumpió Pléyade.
—De todos modos, llévenla. Estaré más tranquilo —les suplicó él.
—No te preocupes, aquí la tengo —indicó Orión, sacando el pequeño artefacto de un bolsillo—. Si eso te tranquiliza, la utilizaremos.
—Gracias. El camino desde la zona del Búnker hacia el sur debe torcerse levemente hacia el oeste. Según mi experiencia, encontrarán agua cada cierta cantidad de días por ese camino. Cuando el desierto empiece a cambiar, así como el clima, ya se podrán ver las montañas de Eglarest en el horizonte. Para ese momento, deberían llegar a las ruinas de una antigua ciudad, de construcción anterior a las Guerras de los Días Antiguos. La ciudad es una extraña mezcla de desierto y clima subtropical, en especial debido al cambio de temperatura que genera la presencia de las montañas circundantes, y la elevación del terreno. En mis viajes escuché que algunos pequeños grupos humanos a veces utilizan las ruinas como refugio, pero jamás pude conocer a esa gente. En esa ciudad pasé mucho tiempo, realizando un trabajo casi de arqueólogo, y obteniendo información, así como objetos de valor. Un sistema de alcantarillado debajo de ella puede servir para conseguir agua, y tal vez algún animal para cazar.
—¿Por qué nunca nuestra gente se movilizó hacia esa zona? Parece un buen lugar para vivir —preguntó Pléyade a su padre, extrañada.
—Si bien, como tú dices, es un buen lugar para establecerse, la cercanía a las montañas, y lo que se oculta del otro lado, me inquietaba, por lo que preferí descartar la opción. Tal vez algún día, cuando ustedes regresen, y muchos de nuestros problemas se solucionen, podamos migrar hacia allá.
El Santo, en ese momento, desplegó un mapa que llevaba en un bolsillo, y que le era difícil de manejar debido al viento que corría en el lugar. El mapa era muy antiguo, pero tenía garabateados nuevos puntos que modificaban su geografía. Parecía no utilizarse desde mucho tiempo atrás, y desenrollándose junto a él, numerosos recuerdos perdidos en el mar de las ideas cobraron vida nuevamente.
—Esta es la ubicación de la ciudad —señaló el Santo con el dedo, a un punto impreso en el mapa—. Las montañas estriban desde sus cercanías hacia el suroeste formando una cordillera infranqueable —el dibujo de las montañas no era más que un agregado de tinta sobre el mapa original, como si no existieran cuando el mapa fue impreso—. Perdí casi un año de mi vida intentado encontrar un paso por esas montañas, sin éxito. Las cumbres rodean completamente al territorio de Yronia hasta el mar, envolviéndolo e impidiendo cualquier aproximación directa.
—¿Y cómo lograremos llegar al otro lado? —preguntó Orión, preocupado—. ¿Cómo lo hiciste tú?
—Hay dos métodos para lograrlo. El primero es rodear las montañas hasta llegar al mar, y de alguna manera viajar en una embarcación hasta la capital de Yronia, que está ubicada cerca del océano. El problema de hacerlo de esta manera es que tendrán demasiados meses de camino rodeando las montañas para llegar a un mar que dudo encuentren forma de navegar.
—¿Y cuál es el otro método? —inquirió el muchacho a su padre, curioso.
—Un río, o lo que queda de él —respondió éste.
—¿Cómo? —quiso saber Pléyade.
—Si rodean las montañas por el este —señaló El Santo sobre el mapa—, partiendo de la ciudad en ruinas, se encontrarán con el lecho de un río seco. Este río fue enorme, de cientos de metros de ancho y muy profundo, pero con los cambios en el clima y en el terreno a lo largo de los años, dejó de existir. El cañón formado por su presencia se adentra en las montañas y se dirige serpenteante en forma directa a Yronia, cavando su propio camino hasta ella. Tan sólo deben seguirlo, y llegarán a su destino.
—¿Y cuál camino tomaste tú? —preguntó Pléyade a su padre, deseando saber más sobre sus viajes.
—Ambos, uno de ida y el otro de regreso —respondió el hombre—. Pero eso no importa ahora, ustedes tienen que partir ya y mi historia es muy larga. Tomen este mapa, les será de utilidad, y cuídenlo mucho, porque su valor es incalculable.
—Gracias —alcanzó a decir Orión, mientras tomaba el mapa y lo guardaba dentro de su mochila.
—Cuando lleguen a la gran ciudad del otro lado de las montañas, supongo que deberán buscar a un hombre que se autodenomina "La Sombra". Díganle que son mis hijos, y él los ayudará... Si todavía vive... Ay, hijos míos —suspiró el Santo—. Cuídense mucho, el camino es peligroso, pero aún más peligroso es lo que les espera del otro lado. Espero que en su sabiduría, ese conocimiento que poseen y que no comprendo, sean capaces de superar las trampas que les tienda el destino. Estoy seguro que crecerán, y que lograrán sus objetivos, pero temo por su bienestar, no puedo evitarlo.
—Papá, no te preocupes —lo tranquilizó Pléyade—, estaremos bien. Y volveremos, pronto.
Luego la muchacha abrazó a su padre, y nuevamente a su madre, por varios minutos. Selene permaneció en silencio, solamente lloró, inmersa en una pena inenarrable. Orión repitió las acciones de su hermana, estrechando a sus seres queridos con fuerza, sabedor de que pasaría mucho tiempo, y muchas cosas, antes de que ellos pudieran reunirse de nuevo.
En ese momento, una figura se perfiló por detrás de una construcción cercana, y se acercó a ellos. Era Apolo, el extraño ser que habían rescatado del Búnker. El hombre caminó hasta encontrarse a escasos pasos de distancia, y luego habló.
—Disculpen —dijo—, yo también quiero despedirme. Al fin y al cabo, gracias a ustedes Oasis y yo fuimos rescatados del Refugio, y aún estamos con vida. Les estoy muy agradecido, y tengo fe en que todo les va a salir muy bien en sus viajes, estoy seguro de ello.
Pléyade y Orión sonrieron, mirándose con complicidad.
—Gracias —le respondió ella—, pero creo que en un primer momento no te acercaste hasta aquí con la intención de despedirnos. Cuéntanos tu noticia, que te trae tan alegre.
—No sé cómo se enteraron, porque no se lo he contado a nadie, pero ¡Voy a ser padre! —exclamó Apolo, con una gran sonrisa—. Oasis está embarazada ¡Qué alegría! ¡Soy tan feliz!
—Nos alegramos por ti —le reconfortó Selene, recomponiendo su voz pese al dolor—, ustedes dos merecen ser felices, y tener un hijo siempre es una gran fuente de satisfacción.
—Te sugiero que le pongas el nombre de Serenela, si te gusta —le mencionó Pléyade—, es un nombre con mucho significado. El nombre de una persona es algo tan fundamental que puede definir su vida y su importancia en este mundo, por lo tanto hay que saberlo elegir, para que desde sus primeros años de vida tenga ese influjo positivo de su parte.
—Me gusta el nombre Serenela... —reflexionó Apolo—. Podría ser, más aún si ustedes me lo sugieren... ¿Cuál es su significado?
—No tiene un significado en sí mismo —le explicó la joven—, más que la armonía de su pronunciación. Las palabras, y ciertas sílabas en especial, tienen poderes inimaginables. Y si tu nombre es de una buena construcción armónica, toda la vida la gente lo estará pronunciando, repitiéndolo, llenando tu derredor con energía positiva.
—¿Cómo saben todo eso ustedes? —les preguntó el Santo.
—Hemos aprendido mucho en este tiempo, aunque la mayoría fue de forma autodidacta. Ahora llegamos a un punto en el que necesitamos de un maestro que nos guíe y nos ayude a avanzar aún más, y es por eso que queremos viajar.
—Lo entiendo perfectamente —respondió el Santo—, yo sentí lo mismo a su edad... Aunque mi búsqueda era de un conocimiento racional, útil, para ayudar a mi pueblo, mientras que el suyo es un conocimiento que va más allá de nuestros sentidos.
—¿Y si el niño es varón, qué nombre debo ponerle? —inquirió Apolo, todavía pensando en las recomendaciones de los mellizos.
Orión y Pléyade se miraron con complicidad nuevamente.
—Serenela está bien —le aseguró él—. No necesitarás otro nombre para el bebé.
Apolo miró con suspicacia a los dos
—¿Acaso saben algo que yo no? —les preguntó.
—Muchas cosas —le respondió Orión—, así como tú comprendes muchas otras que nosotros desconocemos. Siempre hay alguien que sabe más que tú sobre algún aspecto de la vida.
—Eso es cierto —aceptó Apolo.
—Bueno, es mejor que partamos ya, antes que el duro sol nos haga sufrir. La humedad que habrá después de esta lluvia, sumada al calor, será terrible —supuso Orión.
La familia se dio un gran abrazo, llorando, más aún Selene, que bajo ningún punto de vista quería que sus hijos realizaran ese viaje. Sólo la fuerza que le brindaba estar junto a su eterno amor le permitía sobrellevar el dolor.
—No tienes por qué llorar —le tranquilizó Pléyade—, volveremos a estar juntos de esta manera, en un futuro no muy lejano, puedes estar segura de ello ¿Alguna vez fallamos una predicción?
—No —respondió la madre.
—Entonces cálmate, y permite que la vida siga su curso —le rogó Orión.
—¿Están seguros de no querer utilizar uno de los vehículos rescatados del Búnker? —les preguntó el Santo—. Podría serles muy útil.
—De nada nos serviría —le indicó Orión—, hay poco combustible, y finalmente tendríamos que abandonarlo en el medio del desierto. Les será de más utilidad a ustedes, eso es seguro. Además el peregrinaje es una buena forma de llegar a la perfección.
Finalmente los dos hermanos se despidieron y se alejaron lentamente, con sus largas sombras acompañándolos, como si de fantasmas se tratase. Luego de unos minutos de caminar, Pléyade se volvió hacia atrás, y pudo observar cómo sus padres permanecían abrazados en la distancia, apoyándose el uno al otro en ese momento tan difícil.
—Bueno, el peor momento ha pasado —supuso Orión, revisando su mochila y sacando un gorro de dentro de ella, para ponérselo en la cabeza—. Ahora ya sólo queda avanzar, sin ataduras.
—Así es —lo apoyó Pléyade—, pero de todos modos será difícil. Es mejor que olvidemos el contenido de todos estos años de vida, hasta que regresemos. Así podremos crecer mejor...
La muchacha imitó a su hermano, poniéndose una capucha sobre la cabeza, que formaba parte de su ropaje. El calor del sol empezaba a sentirse con fuerza, a pesar de ser un día relativamente húmedo.
—Serenela... —continuó hablando la joven, luego de aprestarse—. ¿Crees que pueda ser aquel a quien esperamos?
—No lo sé realmente, aunque su presencia es muy fuerte —pensó Orión—. Quién sabe, tal vez...
—Su forma milagrosa de existir, su realidad alterna, su pasado... Todo encaja, todo parece un prodigio, un sinnúmero de casualidades imposibles.
—Si es ella, aún debe crecer... De todos modos, cuando regresemos, sabremos la verdad —afirmó Orión.
—Cuando regresemos... —sonrió Pléyade—. Lo veo tan lejano, tan lejano...
* * * * *
¿Adónde iremos
cuando el claroscuro
de la luna
ilumine los campos infinitos?
Adónde,
cuando caminemos
por estepas verdaderas
y por mágicas veredas.
Y adónde iremos
al partir hacia la nada
sin saber lo que seremos
o lo que más tarde haremos.
Y cómo sabremos
si tendremos que correr desesperados
o caminar lento,
esperando algo.
Pero,
¿Iremos a algún lado?
¿Llegaremos al olvido?
¿Para qué estamos viajando?
No lo sé,
no lo estoy pensando,
tan sólo voy andando.
* * * * *
Cuando permitimos que la chispa divina se apodere de nuestro ser, y la escuchamos, establecemos el primer paso en el camino: el despertar. Posteriormente viene el aprendizaje, que consiste en empezar a escuchar las débiles señales de la vida, que a medida que vayamos comprendiendo serán más fuertes y evidentes cada vez. Algunos, los grandes maestros, fueron capaces de desmarañar todas las enredadas verdades del universo con la mera contemplación, pero muchos otros, no tan capaces en primera instancia, necesitan que se les muestre el camino, y que se les develen las primeras verdades y la forma de avanzar. Es por esto que siempre hay maestros o guías al mismo tiempo que discípulos en busca de enseñanza. Y es por eso que nosotros debemos ser ambas cosas: maestros que ayuden a los que vienen detrás nuestro, y discípulos de quienes están por delante. De esta manera la humanidad entera podrá avanzar en conjunto. Quien guarda el conocimiento de manera egoísta, en realidad está caminando en el sentido contrario.
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