Capítulo 16: Los extraños seres, grandes amigos

—¿Cómo dijo que se llamaba? —preguntó el Santo a su hija.

—Oasis. O algo parecido... No habla nuestro idioma, o sea, lo habla, pero de una manera diferente. Utiliza algunas pocas palabras en común, y construye las frases de otra manera.

—¿Y el otro?

—Aún está en coma —afirmó la muchacha, cabizbaja—. Tememos por él. Ha pasado mucho tiempo y no obtenemos ninguna reacción de su parte.

—Ya veo... —dijo el Santo, masajeándose los ojos con las yemas de los dedos—. ¿Tenemos alguna esperanza?

—Seguro, sólo que no depende de nosotros, es él quien debe decidir pertenecer a este mundo.

Ambas personas se hallaban en la enfermería. Los únicos pacientes del lugar eran los espectros, como los llamaba el resto de la aldea, debido a su aspecto blanquecino y cadavérico. El resto de las personas ya se había rehabilitado de sus heridas, o había muerto a consecuencia de ellas, llegado ese momento. La dama podía estar despierta por horas, y siempre permanecía al lado del otro ser, custodiándolo. Sus ojos jamás dejaban de estar posados en él, tanto era el amor que le tenía.

Pléyade y su padre se acercaron a la mujer, con intención de hablar con ella y obtener algún tipo de información. Ésta se encontraba sentada sobre su cama, con la vista puesta en su compañero.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó el Santo. Hablaba lentamente, intentando ser comprendido por el extraño ser. Ella miró instintivamente a Pléyade, con los ojos perdidos.

—Bien, mal, sientes dolor... —empezó a enumerar la muchacha.

—B-bien —alcanzó a pronunciar con dificultad la nívea persona.

El Santo esbozó una sonrisa de satisfacción.

—¿Cómo te llamas? —inquirió de nuevo.

La dama miró de nuevo a su silenciosa traductora. Ésta no pronunció palabra, por lo tanto la mujer se llevó la mano al pecho, con aire de pregunta.

—Sí, tú —afirmó el hombre.

—Oasssiss... —respondió ella arrastrando las consonantes—. Mi no-nombre esss.

—Entiendo... —el Santo observó sorprendido a su hija—. Es increíble cuánto ha avanzado en estos pocos días.

—Pero debes tener en cuenta que tanto Orión como yo la estamos cuidando permanentemente, intentando estimularla, hacerla entender. Estamos cansados...

—Pronto terminará el suplicio al que han estado expuestos, puedo asegurártelo.

—Sí, espero que sí.

La muchacha se disponía a imponer las manos sobre Oasis, a la vez que su padre se retiraba del lugar, cuando vio que la dama abría sus ojos de par en par, con sorpresa. Nunca había dejado de posarlos en su compañero... Rápidamente la muchacha dirigió la vista hacia el otro ser, y no pudo evitar emitir una exclamación de júbilo.

—¡Está despierto! —gritó.

—¿Qué? —le preguntó el padre, volviendo sobre sus pasos. Al llegar hasta Pléyade, emitió un suspiro de alivio, al ver cómo el albo hombre parpadeaba, aparentemente cegado por la escasa luz que había en el lugar. Pero luego de unos instantes cerró los ojos de nuevo, para recomponerse al enorme esfuerzo.

—Iré a darle las buenas nuevas a Orión —dijo ella.

—Ve, yo me quedaré custodiándolos —afirmó el padre.

La muchacha salió de la habitación con una sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro, que el Santo jamás había visto, era evidente que había superado con éxito una de las pruebas más importantes a las que fue sometida en toda su vida. Trotando alegremente se alejó de la enfermería buscando a su hermano, para darle las buenas noticias.

* * * * *

Pasaron más de dos semanas desde que el hombre despertó por primera vez. En un principio sólo murmuraba incoherencias, pero poco a poco pareció empezar a comprender lo que ocurría a su alrededor, y estar viendo a quienes le rodeaban. Mientras tanto, la mujer había logrado comunicarse mínimamente sus cuidadores, y aprendido las bases de su lenguaje... Sabía sus nombres, y se daba cuenta de que la estaban sanando de una forma poco ortodoxa. A veces creía escuchar las voces de sus custodios, pero al mirarlos se daba cuenta que éstos no movían los labios. Estaba sorprendida de lo rápido que había comprendido su dialecto, y de la velocidad a la que su cuerpo se recomponía.

La mujer les había relatado en forma simple su extraña forma de vida, una vida ideal, en donde sólo el pensamiento importaba, y el estadio físico de la existencia había sido superado totalmente. Quienes la escucharon se sintieron sorprendidos y estupefactos, al oír que se pudiera vivir de esa manera. Aunque la mujer no supo explicarles qué mecanismos existían y cómo funcionaba su sociedad, tenía firmes esperanzas en que su compañero fuera capaz de explicarlo a los extraños que los cuidaban, cuando despertara.

Mientras tanto, el otro ser se debatía en sueños inquietos. Temblaba a menudo, a la vez que se despertaba sudoroso, pero en silencio. Aún no atinaba a moverse, sólo abría los ojos, que siempre se cruzaban con los de ella, para luego cerrarlos un poco más sosegado. La nívea dama, incapaz de cuidarse a sí misma, montaba guardia al lado de su compañero, por largas horas. Éste, poco a poco empezó a murmurar algunas incoherencias, hasta que finalmente pudo mantenerse despierto y consciente por minutos, con notable esfuerzo.

Orión y Pléyade pasaban los días enteros junto a los seres, cuidándolos e intentando comunicarse con ellos. El dialecto de la gente del Búnker se les antojaba extraño a los hermanos, y Oasis poco a poco empezó a comprender el idioma de la aldea, mediante el cual lograron mantener algunas charlas sencillas.

Ahora todos estaban atentos, rodeando al hombre, que nuevamente había despertado de su letargo. Oasis intentó hablarle, para descubrir su estado y nivel de comprensión del derredor.

—¿Pose me oír? —preguntó la alba dama al otro ser. Éste la miró un poco confundido, en silencio—. ¿Pose me oír? —insistió al cabo de un momento, en su idioma original.

—Sí —respondió con dificultad el enfermo.

—¡Me escucha y me entiende! —exclamó Oasis virando hacia los hermanos, sumamente contenta. Mientras tanto, el hombre examinaba a las tres personas con perplejidad, al verlas tan diferentes, tan irreales.

—¿Cómo te sientes? ¡Estamos tan felices por ti! —le dijo Orión, acercándosele.

La mirada extraviada del personaje postrado no cambió, seguía muy confundido. Apenas alcanzó a parpadear, sorprendido.

—¿Qui ser vostedes? —preguntó de una manera casi ininteligible.

Los hermanos se miraron por un instante, creyendo comprender lo que el hombre había dicho.

—Orión pa Pléyade, so compris me —le respondió Oasis—. Atente sis estar acá, con maneras sin ortodossas, mas nunca vivre acá ne ellos ¡Ah! Ma llamato is Oasis.

—¿Oasis? —preguntó inquieto el hombre postrado en la cama—. Me conoce sis llamato —afirmó, pero luego fue interrumpido por un acceso de tos—. No podecere... Tú nodecere ella.

—Sí, soy. De forma física no ves me como recordarme... Mas tú tampoco no... Pa sentimento is lejos lo visto, lejísimos.

Los gemelos se miraron de nuevo, comprendían parcialmente el diálogo, o por lo menos la mayoría de las expresiones y palabras que utilizaban, sólo que construían las frases de otra manera. Evidentemente ambas lenguas tenían una raíz cercana en común, y se habían deformado con el tiempo. Pero de todos modos se dieron cuenta que no entrañaba dificultad lograr darse a entender ante esos seres.

—No compreso nis —dijo luego de unos instantes el hombre—, confundo me sé.

Oasis señaló a las dos personas que la acompañaban.

—Ellos salvaronnos del Refugio ¿Acordastes Agnus matarnos, peor mas?

—Pa llegó la negrura... Supuse sise morir —suspiró el hombre, agotado.

—Ellos entraron nel Refugio, y sacaronnos allí. No compreso su hablado, no compris lo dicho por ellos, pa complexo fue esplicar nos vida, tu trabajo será, cuando entendámosles.

El hombre finalmente cerró los ojos de nuevo, agotado. La mujer estiró el brazo, hasta alcanzar la mano del compañero con la suya. Un sentimiento inexplicable los unió, por un segundo. Oasis sintió un temblor que recorría todo su cuerpo, y al hombre le sucedía lo mismo. Nunca antes había realmente tocado a su compañero, nunca. La mujer en seguida volteó hacia los demás, escrutándolos con la mirada.

—Se repondrá —le dijo Pléyade a la dama, acariciándola en el hombro.

—Espero que sí —suspiró ella—. Necesito su apoyo ahora.

—¿Cómo se llama? —le preguntó Orión, acongojado por el dolor que la dama intentaba ocultar, infructuosamente.

—Oasis —respondió ella, derramando numerosas lágrimas sobre sus mejillas. Se podría decir que las gotas que manaban de sus ojos poseían en sí mismas más color que los pómulos por los que se deslizaban, tan pálida estaba la mujer.

—No, no tú —le dijo Orión—. Sino él —insistió, señalando al hombre en la camilla. Éste se hallaba conectado a un numeroso equipo médico, lleno de cables y sondas, único en ese lugar.

La mujer miró al ser, dolorida.

—Apolo. Ese es su nombre, perdón.

—No te preocupes —la reconfortó Pléyade—. Te estás comunicando muy bien, pese al poco tiempo que llevas con nosotros —la muchacha siguió mimando a la débil mujer, que demostraba un dolor punzante irresistible en su rostro. La abrazó, intentando traspasarle su calor, su apoyo, su compañía. Finalmente, Oasis lloró amargamente, dejando salir toda la confusión y desesperanza en la que se hallaba sumida a causa de los últimos acontecimientos sucedidos en su vida. Pensaba en el mundo perfecto donde había vivido, en sus obras, en el genio que había sido su compañero, ahora postrado, en el amor que se profesaban, platónico, que nunca volvería a darse, puesto que al mirarse creían ser unos desconocidos... Y tal vez siempre lo fueron. Con pesar, la mujer recordó los momentos en que habían soñado con escapar de su Refugio, para vivir un idilio ideal en el exterior. Ahora se daba cuenta que habían sido unos estúpidos al pensar que podrían llevar una vida normal afuera.

—¿Era tu pareja? —le preguntó Orión, refiriéndose a Apolo.

Pléyade frunció el ceño, y miró con reprobación a su hermano.

—No la tortures, déjala descansar —le recriminó la muchacha.

—Está bien —lo disculpó Oasis, enjugándose las lágrimas del rostro—. En nuestro mundo no había muchas parejas. Nuestra realidad era diferente... Éramos simples imágenes sin cuerpo, por lo que un amor nunca podía expresarse con contacto físico, sino compartiendo pensamientos y momentos...

—Es un bello concepto... —pensó Pléyade en voz alta—. Al fin y al cabo, el compartir es lo que hace crecer al amor.

—Vamos, no seas tonta —le reclamó Orión—. ¿Qué gracia puede tener ser una entidad sin cuerpo, no estar amarrados a las leyes físicas que impiden que dos cuerpos estén al mismo tiempo en el mismo lugar? No pueden tocar, sentir caricias... ¿Vale la pena vivir así? El contacto físico, las caricias, hacer el amor... También forma parte de la relación de pareja, todo debe estar unido, los momentos compartidos, los pensamientos, los sentimientos, la unión física...

—En cierto modo es verdad, pero sin acercamiento físico puede existir amor, y sin unión afectiva seguro que no. Por lo menos en su mundo podían sentirse amados de todos modos, sin tocarse. Los seres superiores viven así, y son felices.

—Pero no son humanos —le retrucó el hermano—. Y cuando los humanos lleguen a un nivel así, evidentemente el amor, tal como lo conocemos, ya no existirá de esa manera.

Orión dio media vuelta, y empezó a caminar hacia la salida, reflexionando. Pléyade, mientras tanto, continuó acariciando a Oasis, en actitud meditabunda. La mujer simplemente permaneció tomando la mano de su amado, sintiendo su suave piel, su tibio calor, extasiada...

A mitad de camino, Orión volteó nuevamente, y habló en voz alta.

—Deberíamos cambiarlos —dijo a su hermana—, seguramente ya están sucios.

—Sí —asintió Oasis, avergonzada—. Me siento mal de ser como un niño, ojalá pudiera valerme por mí misma.

—Pronto lo harás —le aseguró Pléyade—. A ver, recuéstate. No muevas mucho la pierna, que el hueso aún no se soldó del todo... Te quitaré esta ropa...

* * * * *

—Dice la verdad —afirmó Orión, hablando con su hermana. Ella se encontraba sentada en una silla, vigilando a los dos seres, ahora profundamente dormidos. Él, por su parte, caminaba de aquí para allá, trazando círculos alrededor suyo.

—De eso estamos seguros —le respondió Pléyade.

—¿Pero cómo es posible? ¿Cómo pueden vivir en un lugar en el que su cuerpo no existe?

—Las máquinas —supuso la mujer—. Los tubos en los que se encontraban mantenían el cuerpo en un estado bastante bien conservado, teniendo en cuenta que jamás se ejercitaron. El estado de debilidad en que se encontraban era alarmante, y sin nuestra intervención de seguro hubieran muerto al rato de desconectarse de ellas. Supongo que de alguna manera los aparatos permitían que la mente funcione, y se una a las demás mentes, de los otros seres que habitaban el lugar, ya sea de forma física o telepática, como una especie de sociedad únicamente intelectual.

—Suena interesante... —pensó Orión—. Sería como vivir en un sueño en el que todo es concebible, donde pudieras modelar un mundo según tus expectativas, puesto que no existen barreras físicas para ello.

—En cierto modo es como una evolución espiritual, pero artificial. Tal vez estaban buscando lo mismo que nosotros, pero con métodos diferentes. Es una lástima que la mujer no sepa explicarnos exactamente en qué consistía su forma de vida y cómo funcionaba su mundo.

—Pronto lo hará —aseguró el muchacho—. Su vocabulario ha crecido enormemente, especialmente gracias a tu ayuda. Ya habla casi sin errores, sólo le falta aprender una mayor cantidad de palabras. Supongo que Apolo tendrá una evolución semejante, ahora que ha despertado y puede mantenerse consciente por momentos.

—...¿Y si ellos eran algo así como reyes? —preguntó Pléyade—. Los dos eran los únicos que se encontraban en un cuarto distinto, alejado del resto de su comunidad, tal vez tenían un rango superior. Podrían ser ellos quienes manejaban a los Demonios, nos atacaban con los cañones o enviaban los robots tras nuestro...

—Lo dudo, ambos leímos en sus mentes el terror que tenían cuando los rescatamos, como si fueran a morir.

—Terror hacia nosotros...

—Negativo —aseguró Orión con firmeza—. Ellos no tenían conciencia de nuestra presencia allí, el peligro era otro.

—¿Entonces?

—Tú misma oíste cuando ella dijo que les mentían, que les decían que en el exterior no había vida ¡Esa es una comunidad engañada! Creen que vivir allí es la única posibilidad.

—En cierta manera eso es verdad —sugirió la mujer—. Si dejaran esa forma de vida, morirían, no serían capaces de recuperarse y asimilar el mundo material. Además, creen estar en un nivel superior de existencia, volver al mundo físico sería una regresión, un error.

—De todos modos no podemos hacer nada. Pueden pasar siglos hasta que logremos ingresar de nuevo a ese lugar... Por otra parte, no sé si sería una buena idea hacerlo. Sólo causaríamos más muertes innecesarias. Además, nuestro trabajo aquí está hecho —aseguró Orion—. Hemos rescatado a ambos, y vivirán. Sabemos que debían salir al mundo y habitarlo, pero desconocemos el por qué. Tal vez ellos serán los artífices de un cambio en nuestro planeta en un futuro lejano, o tal vez su hija lo sea... Quién sabe. Fuimos un factor importante en todos estos sucesos, para eso nos pusieron en este momento y lugar, pero tenemos que prepararnos para viajar pronto, otras voces nos llaman con desesperación, para continuar cambiando al mundo.

—Es una tarea que nunca acabará —suspiró Pléyade—. Desde que el mundo se enteró de nuestras capacidades, sólo hemos dedicado los esfuerzos de cada segundo de nuestras existencias a ayudar, hacer crecer a los demás, cambiar al mundo, entender lo que éste necesita... Pero hemos carecido de vida, de nuestra propia vida ¡Cuánto desearía poder amar con la intensidad con que nuestros padres se aman! Siempre me he negado a tener cualquier tipo de contacto con los muchachos que me asediaban, pero a veces siento que necesito las caricias de un hombre, que me haga sentir amada, de esa manera egoísta que sabemos debemos evitar...

—No estamos hechos para eso —afirmó Orión con dureza, reprobando a su hermana—. Nuestro amor es universal, incapaz de volcarse hacia un único individuo. Y tampoco necesitamos que alguien nos prodigue cariño, nunca lo hemos hecho.

—¿Es que no te das cuenta? —le reprochó ella, inquieta, parándose y mirando a su hermano directamente a los ojos—. ¡Estoy cambiando! No veo todo con la misma claridad que antes, mi parte humana reclama atención también... Estoy tan confundida... A veces quiero regresar a esa época de nuestra niñez en la que nadie nos consideraba distintos, y podíamos correr con el viento, en paz. Ahora las tareas nos ahogan, reprimen ¿Hace cuánto tiempo que no nos unimos al planeta, que no lo escuchamos? No quiero que te sientas culpable, tarde o temprano descubrirían lo que éramos, pero tal vez un poco más de tiempo nos hubiera permitido crecer... —algunas lágrimas, contenidas hasta ese momento, brotaron de los ojos de la muchacha. Maquinalmente Pléyade se cubrió el rostro, suspirando—. Ya no somos iguales, no más —afirmó—. A pesar de sentir y ver siempre lo mismo, y entenderlo de igual manera, nuestras entrañas piden cosas distintas... Yo sólo espero regresar, cuando terminemos el trabajo para el que hemos venido al mundo, y aprender a amar, ese amor egoísta y de pareja que necesito cada día más, y que mi esencia de mujer exige. Tú en cambio seguirás firme, dedicado únicamente a realizar los designios para los que hemos venido. Tal vez yo esté equivocada, sé que piensas eso, pero de todos modos debes permitirme vivir como lo deseo, no puedes evitarlo.

—Lo que estás pidiendo hará que te vuelvas una persona normal, lo sabes —aseguró Orion, con la tez endurecida por los oscuros pensamientos que rondaban su mente—. Si vives como ellos, poco a poco perderás lo que nos diferencia de la gente corriente, y te volverás un ser humano ordinario. Se nublará tu entendimiento, perderás las capacidades que posees. No comprendo cómo puedes siquiera pensar en eso, luego de haber visto la verdad... —el muchacho bajó la mirada—. No importa, supongo que harás lo que debas, cuando llegue el momento...

—Es que no sé qué es lo que quiero. No lo sé. Siempre nos repetimos que somos los elegidos, que debemos cumplir los designios del destino, pero ¿Quién nos eligió? Yo no pedí estar aquí.

—Eso es lo que crees —afirmó su hermano—. Nuestros recuerdos de la infancia son una masa informe y confusa, pero si pudiéramos analizarlos, remontarnos al inicio de los tiempos, veríamos claramente que juntos decidimos venir aquí y ahora, porque teníamos tareas que cumplir para ayudar a crecer a los demás, que tanto nos necesitan...

—Ya no recuerdo —insistió la mujer, cubriéndose nuevamente el rostro con las manos—. Estoy tan confundida.

—No te pongas mal, todo se dará como deba ser. Si tienes que formar una familia y vivir de otra manera, así será, no te preocupes. Y ahora ¿Quieres ir a perseguir al viento? —le preguntó, intentando mostrar una sonrisa pura, a la vez que borraba de sus pensamientos todo lo relacionado al dolor que sentía—. Hace mucho tiempo que no lo hacemos, tienes razón...

Ella lo miró con una sonrisa de júbilo, para luego estrecharlo en un fraternal abrazo.

—Te amo —le dijo ella, sollozando.

—Yo también —respondió el muchacho.

—¿Ves que, aunque sea un poquito, eres egoísta? —le susurró al oído Pléyade.

—Un poquito, nada más —sonrió él, abrazándola aún más fuerte...

* * * * *

Un mes transcurrió desde que Apolo despertó, en el que todos los esfuerzos de los habitantes de la aldea se volcaron en sanar a la extraña pareja. Ambos podían moverse con suma dificultad, pero con un poco de ayuda lograban salir afuera de la enfermería por momentos, para admirar el exterior, y darse cuenta que en realidad estaban allí. Pasaban horas mirando al infinito cielo azul, o al polvo siendo levantado por el viento, todo era nuevo para ellos. El sol les causaba graves daños, puesto que su piel jamás lo había recibido, y eran más pálidos que la luna llena.

Orión y Pléyade compartían mucho tiempo con los huéspedes, en muchos casos hablándoles, dándoles cariño y afecto (que son los alimentos del alma), e imponiéndoles las manos para ayudar a su rápida recuperación. Con paciencia los hermanos enseñaron a Apolo y Oasis a comprender su cuerpo, sus pedidos, necesidades, y forma de avisar cuando algo andaba mal. También empezaron a darles alimentos sólidos, en forma de papilla, pero que les era sumamente difícil de tragar y digerir. Todo esto fue de gran importancia para que Apolo y Oasis mejoraran tanto física como emocionalmente, en muy poco tiempo, un tiempo que podría haber sido infinito en otro caso.

Las nuevas sensaciones aturdían a los seres, que no diferenciaban lo bueno de lo malo, ni comprendían por qué sus cuerpos reaccionaban de extrañas maneras a los estímulos externos.

En el tiempo que pasó, y con extrema fuerza de voluntad, los "clones" lograron recuperarse bastante, moverse con muletas y hablar de una manera fluida con los habitantes de la aldea, aprendiendo parcialmente su idioma. Este logro les permitió disfrutar de momentos diferentes, en los que el diálogo con las demás personas los aliviaba del pesar que les causaba llevar una vida tan incompleta, además de permitirles descargar tensiones, contar historias con añoranza, mostrar que eran tanto o más capaces que cualquiera, lo que los hacía tan humanos como a los demás. En estas charlas Oasis y Apolo lograron explicar de una manera simple su anterior forma de vida, sus actividades, en qué consistía la Escena y lo avanzada que su sociedad estaba.

—Como les hemos explicado antes —hablaba Apolo, ante el Santo y sus hijos—, nuestra única obligación y preocupación era el crear. Las necesidades físicas se saciaban sin siquiera enterarnos, éramos pura mente. Las horas del día se dividían en momentos de diferentes actividades. Había horarios de creación, otros de investigación, momentos en los que se compartían las experiencias vividas con los demás, y normalmente, al finalizar el día, podíamos reunirnos a disfrutar de las nuevas obras producidas, o divertirnos con algún tipo de entretenimiento.

—Pero aun no comprendo cómo les era posible vivir sin un cuerpo, el punto de unión con el mundo y nuestra representación frente a los demás —inquirió el Santo, bastante confundido.

—Siempre poseímos la apariencia que deseábamos. Teníamos un cuerpo falso, para ser visto por los demás, y ser reconocidos. Pero este cuerpo no era más que una imagen que podía modificarse a nuestro antojo... Oasis se veía hermosa, había elegido una representación tan perfecta...

La mujer, que se mantenía en silencio, frunció el ceño reprobando las palabras de su compañero.

—No te enojes... —sonrió Apolo—. Ahora posees una belleza distinta, también perfecta, no me mal interpretes.

—¿Y qué hacían para divertirse? —les preguntó Orion, intrigado, y esbozando una sonrisa—. Supongo que no practicaban deportes...

Oasis exhaló aire en forma de risa, y le respondió.

—Había miles de actividades posibles. El problema es que la mayoría de ellas son desconocidas e inimaginables para ustedes. Podíamos escuchar música, ver Filmes, participar en Aventuras Interactivas, que eran algo muy parecido a la realidad, en las que había que resolver enigmas y misterios, también teníamos acceso a todas las obras de arte de la sociedad, podíamos participar en batallas dentro del Simulador de Combate, y tantas otras cosas... Siempre había algo nuevo que ver o hacer.

—¿Tenían un simulador de combate? —preguntó el Santo, preocupado, suponiendo que podría ser el lugar de entrenamiento donde los habitantes de su mundo aprendían a luchar contra ellos.

—Sí —le respondió la muchacha—, pero no era más que un juego. Podíamos pelear con las manos desnudas o con todo tipo de armas, en duelos solitarios o en batallas campales, en ambientes cerrados o al aire libre, entre nosotros o contra el Ambiente...

—¿El Ambiente? —inquirió Pléyade.

—Era la forma de denominar a nuestro entorno, representado por la computadora que manejaba todos los recursos y administraba el lugar —continuó Apolo con la explicación—. Se había convertido en un ente omnipresente que controlaba al mundo y dirigía al entorno. Todo lo que necesitábamos se lo pedíamos a él, y él nos lo proveía. Además se encargaba de controlar los recursos del sistema, la representación gráfica de nuestro derredor, vigilar a nuestros cuerpos olvidados...

—Suena fabuloso. Es increíble que pudiera existir una inteligencia artificial tan avanzada —pensó el Santo.

—En realidad tenía algunos fallos, no era perfecto, pero se refinó mucho hasta llegar a ser lo que era antes que saliéramos de allí. Por otro lado, una inteligencia artificial asombrosa era la que mantenía con vida a los Maestros.

—¿Maestros? —preguntó Pléyade—. Ya los has mencionado antes, pero no alcancé a comprender quiénes eran.

—En efecto, ya los he mencionado varias veces. Ellos son los dirigentes de la sociedad, los que toman las decisiones. Yo llegué a convertirme en uno. Mi rango era Maestro de Segundo Nivel, el rango más bajo entre los Maestros. Cuando un clon demostraba estar capacitado para hacer cosas más importantes que sólo crear, se lo elevaba hasta ese rango, que era el mayor al que un clon podía aspirar estando vivo.

—¿Estando vivo? —era el Santo quien ahora se mostraba confundido—. ¿Acaso ser Maestro de Segundo Nivel no era un escalafón bajo todavía en la escala social?

—Sí, pero debes comprender cómo estábamos organizados para entender este hecho. Los clones, al nacer, se consideraban Clase 0 o Nuevos, eran genéricos, sin nombre ni representación externa identificable.

—Eso es horrible —supuso Pléyade—. Todos tenemos derecho a diferenciarnos de los demás, por más jóvenes que seamos. Numerosos traumas pueden empezar a partir de ahí.

—Siempre pensé lo mismo —asintió Apolo—. Ese estado duraba hasta que, en cierto modo, dejábamos de ser niños. Luego se nos consideraba clones Inferiores, y desde ese momento podíamos gozar de un nombre, que consistía en algo como por ejemplo AX736, que era el nombre de Oasis.

—¿Tú te llamabas así? —le preguntó Pléyade a la mujer, que se hallaba imbuida en sus propias cavilaciones y recuerdos. Saliendo de su estado de atontamiento, respondió.

—Sí, y de hecho ese sigue siendo mi nombre actual, para esa sociedad. La clon AX736.

—¿Y significa algo ese conjunto de letras y cifras? —quiso saber Orión, extrañado.

—Datos sobre mi status, sexo, fecha de concepción, etcétera.

—¿Y por qué nos dijiste que tu nombre era Oasis? —quiso saber el Santo, cada vez más confundido.

—No creo que si tuvieras un nombre tan carente de sonoridad y sentido te gustara que todos te llamaran de esa manera.

—Pero Apolo se llama Apolo ¿Verdad? —volvió a preguntar el hombre—. Él pudo seleccionar su denominación.

—Sí, aunque antes me conocían como AY230 —afirmó el aludido—. Lo que pasa es que cuando un clon Inferior demuestra ser alguien capaz, y haber aprendido mucho de los demás, se lo eleva a la categoría de clon Superior. El nombre aún no cambia, y de esa categoría es muy difícil salir, casi nadie lo hace. Sólo unos pocos iluminados son considerados por los Maestros como seres realmente superiores, y son elevados a la categoría de Maestros de Segundo Nivel. Recién allí poseemos la capacidad de elegir un nombre verdadero para nosotros, y obtenemos innumerables beneficios por encima de los clones normales. Ningún clon vivo supera esta categoría.

—Pero tú dijiste que existían Maestros superiores al segundo Nivel —afirmó Orión.

—Así es, y aquí volvemos al tema que estábamos tratando antes. Los Maestros Originales, y de Primer Nivel son quienes ya han superado el nivel físico de la existencia. Sus cuerpos han fenecido, pero sus mentes quedaron eternamente plasmadas en nuestro mundo, permitiendo que nos acompañen hasta el día de hoy. Los Maestros de Segundo Nivel ascienden al Primer Nivel el día de su muerte física.

—Es fantástico —pensó Pléyade—. Una sociedad dirigida por seres con siglos de experiencia...

—Pero muertos, incapaces de sentir, de crear, sólo de ordenar —la interrumpió Oasis—. Había decisiones que sólo ellos podían tomar, y datos que sólo ellos podían manejar. Imagínense que ellos siempre nos aseguraron que no existía vida posible en el exterior, nos dijeron que aquí afuera era inhabitable.

—Para ustedes eso no deja de ser cierto —aseguró Orión—. Sin nuestra ayuda jamás hubieran sobrevivido.

—¡De todos modos nos mintieron! Ellos están llevando lentamente a nuestra sociedad por un camino equivocado —insistió la mujer.

—Cálmate —le suplicó Apolo, con tono apacible—, olvídate de eso, por ahora no tiene solución. Estábamos hablando sobre los Maestros, que a pesar de estar muertos, dirigen. Por eso yo había hablado de inteligencia artificial. El Ambiente tiene algo así como una copia de su estructura cerebral, y simula de alguna manera su comportamiento, respondiendo a los estímulos externos como antes de muertos lo hubieran hecho. Además, guarda toda la información y conocimientos de sus mentes, resguardándolas para el futuro, e incrementa su base de conocimientos día a día.

—Insisto —dijo Pléyade—, me parece fabuloso.

—Volviendo atrás —habló Apolo nuevamente—, estábamos mencionando cómo era nuestra vida y a qué nos dedicábamos, toda esta conversación surgió de eso.

—Es cierto —asintió el Santo.

—Bueno, como les dije antes, gran parte de nuestro tiempo se dedicaba a crear, lo que se nos antojara, o a investigar. Podíamos crear paisajes, músicas, filmes, relatos, escenarios, que vendrían a ser algo así como mundos virtuales, modelados por nosotros, o desarrollar nuevas formas de arte. Todo estaba permitido. Además podíamos tomar proyectos de investigación, sobre cualquier tema que nos pareciese de interés e intentar descubrir cosas nuevas, realizar experimentos, lo que fuera. La etapa final del proceso era tomar la obra finalizada y publicarla para que todos los demás clones pudieran disfrutarla. Así era... —dijo Apolo, con cierta añoranza—. Cuando terminábamos alguna de nuestras obras, la poníamos a disposición de todos, en un... Estee... ¿Repositorio? —dudó, al no saber qué palabra era correcta en el idioma de la aldea para expresar eso—. Al que llamábamos el Museo General. Allí los demás disfrutaban de las obras y elegían a las mejores de entre todas las creadas hasta ese momento.

—Que fantástico —insistió Pléyade—. Me encantaría crear en un lugar donde todo lo que hagas sea reconocido por los demás, si hubiera justicia verdadera a la hora de la selección de las mejores obras.

—Por supuesto que la había —aclaró Oasis—. Cada clon podía dar su voto sobre todas las obras, sin posibilidad de trampas o equívocos, y su dictamen se acumulaba con los del resto de la sociedad. Ahora, dependiendo de su nivel social, el voto emitido tenía un peso mayor o menor respecto a los del resto...

—Su mundo era demasiado complejo —se quejó el Santo, que estaba de espaldas a la conversación, a la cual parecía haberle perdido el hilo momentos atrás—. Un mundo tan sofisticado puede ser muy bueno para algunas cosas, en especial para el desarrollo de la capacidad intelectual, pero estoy seguro de que muchos otros aspectos no funcionaban correctamente. Ustedes mismos varias veces mencionaron el hecho de que querían salir al exterior...

—Sí, sentíamos un llamado que nos decía que debíamos escapar —explicó Apolo—, aunque a veces me arrepiento de estar aquí, me parece que más que un llamado era un capricho. Por suerte ese sentimiento de arrepentimiento es cada vez más débil, ya que mi cuerpo poco a poco se ha reconciliado con mi mente, y parece disfrutar de su compañía. Ya no me siento un extraño entre ustedes, y eso me hace muy bien.

—No eres ningún extraño —le aseguró el Santo—. Creo que nos conoces mucho más que la mayoría de la gente de la aldea, y nosotros te conocemos aún más que los demás clones de tu sociedad. En realidad, mis hijos y yo casi no hablamos con los habitantes de este lugar, son pocos los que nos comprenden.

—¿Y ustedes? —preguntó Oasis con curiosidad—. ¿Siempre vivieron de esta manera?

—Siempre —respondió el Santo—. Nosotros y nuestros ancestros. No tenemos memoria de un mundo mejor al actual, ni esperanza de que éste mejore. Aunque tampoco deseamos vivir en otro mundo, tan sólo soñamos con que éste deje de castigarnos, por más que el hombre haya sido el causante de su ruina...

—Es difícil vivir una existencia tan dura y miserable —apuntó Apolo.

—Y todo empeoró después de encontrarlos a ustedes —explicó el Santo—. Fuimos expulsados del Búnker luego del rescate, por varios androides muy bien armados que nos atacaron y nos obligaron a emprender la retirada. Gracias a Dios ustedes sobrevivieron, y pudimos llevarnos del lugar incontables artefactos de mucha utilidad, pero lo que empeoró nuestra situación fue el tener que huir de nuestro emplazamiento habitual. El lugar en el cual vivíamos, a pesar de ser tan hostil como el que ahora habitamos, por lo menos ya lo habíamos convertido en nuestro hogar. Pero desde el momento en que logramos entrar al Búnker y rescatarlos, los habitantes del lugar empezaron a realizar búsquedas exhaustivas en la región con esos malditos Demonios Voladores, para borrarnos definitivamente de la faz del planeta, cosa que nunca habían hecho. Una de las aldeas fue prácticamente barrida sin misericordia, gracias a Dios eran pocos los que aún no se habían mudado de allí ¿Era necesario que las cosas se dieran de esta manera? ¿Somos acaso tan peligrosos para tu sociedad perfecta? —quiso saber compungido, interrogando a Apolo.

—Mucho más de lo que te imaginas —le respondió él, con sinceridad—. Podríamos haberles ayudado, pero estoy seguro de que los Maestros temían que los clones se enteraran que la vida era posible en el exterior, y quisieran abandonar el Refugio... Los Maestros no pueden vivir sin los clones, y buscaban una manera de borrar por completo de sus mentes el dato de que realmente existía una realidad física externa al mundo ideal que predicaban. Y la presencia de tu gente, una prueba viviente de que el exterior es habitable, sólo serviría para generar problemas, es por eso que nunca quisieron colaborar o ayudarlos.

—Peor aún —habló ahora Oasis—, tal vez temían que si ustedes conocían nuestra forma de vida quisieran unírsenos.

—O rescatarnos —aclaró Apolo.

—En definitiva, interferir con sus designios —finalizó Oasis.

—Así es. Por lo tanto, optaron por mantenerlos alejados, pensaron que sería lo mejor. Y de hecho, hasta ahora lo han logrado, la sociedad debe seguir igual que siempre, engañada. Es una pena, todo podría haber sido tan diferente si hubiéramos colaborado entre nosotros...

—Sea como fuere, nos atacaron, y para evitar ser eliminados —continuó explicando Orión—, tuvimos que viajar muchos kilómetros desde nuestra posición original, hacia el este, a tierras donde la mano de sus Maestros no nos pudieran alcanzar. Las tres aldeas existentes se unificaron para formar una sola, ya que las bajas del último ataque al Búnker fueron muchas, y no valía la pena vivir separados en grupos humanos tan aislados y pequeños. Además, muchas familias se disolvieron al morir tantos hombres, y las viudas y huérfanos son mayoría dentro de la población.

—Debe haber sido muy duro para todos este proceso de cambio —supuso Oasis, apenada.

—Pero por lo menos ahora estamos juntos —se expresó Pléyade, mirando a su padre—, ese es un hito importante dentro de nuestras vidas. Juntos emprendimos el viaje en búsqueda de tierras mejores, ayudando y colaborando con todo lo que fuera necesario para mejorar la vida de esta gente tan sufrida.

—Aunque estoy seguro que no se quedarán mucho tiempo más entre nosotros, no hace falta que me lo digan, ya lo he percibido —afirmó apesadumbrado el Santo—. Irán a buscar ese "destino" del que tanto hablan.

—Así es —aceptó Orión fríamente—, y nada podrá evitar que eso ocurra.

—Ya lo sé, no intento detenerlos... —manifestó el Santo—. Sólo intentaré capturar este momento, y alargarlo en mi mente durante todo el tiempo que ustedes no estén conmigo.

Pléyade miró a su padre con ternura, y lo abrazó muy fuerte, por unos instantes. Luego se reincorporó y continuó con la conversación.

—Por lo menos la migración tuvo aspectos positivos —dijo—. Además de reunirnos a todos, encontramos este lugar, con el pequeño pero maravilloso arroyo que corre a su lado. Es una fuente importante de agua para estos tiempos, y podemos beberla y asearnos mucho más a menudo, con total naturalidad, sin sentir que estamos desperdiciando un recurso tan valioso.

—Realmente eso es muy bueno —asintió el Santo—, ha sido un gran cambio para todos poder bañarnos a diario, e impedir que las enfermedades se propaguen con facilidad. Además podemos regar los pequeños cultivos que poseemos, sin temor de que mueran resecos ante las difíciles condiciones climáticas.

—Es muy pintoresco este pueblo, así como la forma de vida de la gente —señaló Oasis.

—Sí, lo es... Pero creo que lo más pintoresco dentro de él, son ustedes dos —sonrió el Santo, tal vez recordando alguna cosa que no mencionó.

* * * * *

El servicio es una gran cura, un placer que cuando se aprende a prodigar, enaltece. Si todos fuéramos capaces de albergar amor en el corazón y ser un poco más serviciales, preocupándonos por quienes nos rodean, el mundo sería mucho mejor. Es sólo un grano de arena que cada uno debe poner, poco trabajo, pero de tremenda importancia. Y en el camino se descubre al mundo y sus secretos, y se enseña a otros a prodigar lo mismo que uno da. Al final todo gira en una rueda sin límites.


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