Capítulo 14: El exilio forzado
El concilio resolvió sus disparidades de forma rápida y concisa. La aldea de los hermanos los seguiría adonde fuera, y la aldea del este, carente de un cabecilla, aceptó las propuestas de los demás. Los planes se definieron en escasas horas, y al amanecer se ejecutaron sin perder un momento. El peligro que se cernía sobre ellos era demasiado grande como para admitir retrasos.
La táctica era la siguiente: las caravanas de la aldea del Santo y la de Selene se encontrarían en el poblado del este. Una vez organizados y abastecidos, todos juntos emprenderían el camino aún más hacia el este, adonde los Demonios no tuvieran la capacidad de llegar.
El largo trayecto que todos tuvieron que recorrer fue realmente difícil. Nadie estaba preparado para enfrentar las caminatas bajo el peligroso sol diurno, ni enfrentar en tiendas de campaña el frío atenazador que les calaba hasta lo más profundo de su ser. La mayoría de los animales murieron, y la caminata con tanta gente siempre tenía motivos para detenerse. Los niños eran los principales afectados, ya que no podían realizar el camino a pie, pero sus padres tampoco eran capaces de cargarlos por más que algunos cortos trechos. Los ancianos eran pocos, casi nadie vivía lo suficiente para convertirse en uno, pero los escasos que existían necesitaban de los demás para avanzar por la dura senda que se presentaba frente a ellos.
Orión y Pléyade viajaron a bordo de los vehículos, junto a los espectros con los que cargaban. Debían asegurarse de que no murieran en el camino, después de haberles prodigado tantos cuidados en los días anteriores. Ambos tenían los signos vitales cada vez más débiles, y en medio del viaje era difícil atenderlos. Por lo tanto, los muchachos tenían que utilizar sus dotes curativas sobre ellos por las noches, durmiendo poco, y haciendo más pesado aún su periplo.
Luego de ocho días alcanzaron la ciudad del este, que no era más que un conglomerado de pequeñas y destartaladas casas, habitadas por muy poca gente. Era evidente que casi todos los hombres habían viajado esperanzados con la convocatoria para atacar el Búnker... Ahora eran muy pocos los que regresaban. Llantos y gritos desgarradores se escucharon ese día, pero al poco tiempo cesaron. Los vivos debían preocuparse por huir, para conservar sus miserables vidas. En tan sólo una jornada ese pueblo también se desmanteló, aunque debieron esperar dos días más a los miembros de la aldea del norte, quienes no pudieron descansar al llegar, puesto que apenas llegaron debieron partir de nuevo.
Los habitantes de la aldea del este cargaron todo lo que pudieron en toscas carretas, como habían hecho los demás, y empujadas por los propios miembros de la aldea avanzaron aún más al este, hacia territorios en los que pudieran refugiarse y volver a establecerse, sin el miedo de perder la vida en un ataque cobarde de los Demonios.
Sólo un pequeño grupo de personas decidió quedarse en el lugar, a pesar de las súplicas y los avisos de los demás. Dijeron que preferían quedarse allí y morir atacados que huir cobardemente de un peligro invisible. No hubo forma de convencerlos de lo peligrosa que era su situación, estaban empecinados. Finalmente, la caravana partió sin ellos... Tiempo después se enterarían que esa aldea fue completamente arrasada por los Demonios, en un ataque nocturno a traición...
* * * * *
El Santo y Selene se hallaban abrazados, de pie, observando el panorama que se les presentaba desde la elevación en la que estaban. Mayhem los acompañaba, en silencio, esperando una respuesta de parte de ellos. Orión y Pléyade llegaron enseguida, su faz estaba tranquila, pero las ojeras y el cansancio se les notaban a flor de piel. Nunca habían mostrado rasgos físicos de cansancio o debilidad, pero desde el ataque al Búnker ambos se notaban día a día más extenuados. Selene estaba muy preocupada por la salud de sus hijos, pero de todos modos no podía reemplazarlos en sus obligaciones, por lo tanto lo único que le quedaba por hacer era acompañarlos en silencio y apoyarlos en lo que fuera posible.
Pléyade lanzó un grito de júbilo al llegar a la cima de la colina. Orión sonrió satisfecho, pero prefirió no pronunciar palabra. El Santo y Selene se observaron en silencio, y luego miraron a sus compañeros, dubitativos.
—¿Creen que éste será un buen lugar? —preguntó Selene a quienes la acompañaban.
—¡De seguro! —exclamó Pléyade—. ¡Nunca vi tanta agua junta!
Su madre viró nuevamente hacia adelante y oteó el paisaje lentamente. Frente a ellos se presentaba un valle rojizo, tan desértico como el resto del planeta, con una sola diferencia: un hermoso y cristalino arroyo lo surcaba en el medio, llevando un pequeño torrente consigo. Para los habitantes de las aldeas, semejante fuente de agua era un milagro inimaginable. Algunos arbustos crecían a la vera del riacho, brindando una extraña coloración verdosa al encarnado lugar.
—Temo que no hayamos salido del área de acción de los Demonios —pensó Mayhem en voz alta—. Hace poco más de un mes desde que partimos de nuestra aldea, no estamos tan lejos.
—El problema es que dudo que volvamos a encontrar un lugar tan perfecto como éste —le respondió el Santo, a la vez que analizaba el significado de la palabra "perfecto" para una situación semejante.
—De todos modos, seguir avanzando sólo traería más muertes —agregó Orión—, temo por todos, el pueblo está cada vez más enfermo y cansado, y no soportará el esfuerzo por mucho más. Si no nos establecemos aquí definitivamente, por lo menos tendríamos que quedarnos un tiempo, descansar, y en todo caso partir nuevamente en otro momento.
—Pienso lo mismo —asintió Pléyade. Los demás también estaban cansados de huir, y sólo querían tener un lugar donde guarecerse, al que pudieran considerar su hogar.
—Está bien —resolvió el Santo—, nos quedaremos aquí. No en forma definitiva, pero por un buen tiempo, hasta que nos hayamos recuperado de la difícil travesía a la que nos hemos expuesto.
Los hermanos sonrieron, satisfechos. Selene abrazó a su amado en paz, y Mayhem regresó hacia el lugar donde se hallaba el resto de la gente, para darles las buenas nuevas.
* * * * *
Pronto todos olvidaron al Santo diciendo que se quedarían temporalmente en ese lugar. Se montaron casas de forma ordenada y duradera, de una manera que no indicaba deseos de tener que partir otra vez. El jefe prefirió no desilusionar a los demás, por lo tanto aceptó la situación, y dependiendo de cómo se dieran las cosas decidiría quedarse allí o emprender un nuevo viaje, más lejos aún.
Las relaciones entre los miembros de las tres aldeas, en un principio tensas, se fueron estrechando con los días de viaje, y al final del mismo eran pocos los recelosos del resto. Los demás deseaban tan sólo poder vivir en paz, en armonía.
El Santo montó una casa bastante grande, tenía tres ambientes relativamente amplios, aunque con escasas comodidades. Allí cohabitaron los cuatro, como la familia que nunca fueron. Fue un momento de dicha para todos, especialmente para Selene, que siempre había soñado lograr reunirlos, y muchas veces pensó que jamás lo lograría. Además, por fin el Santo admitió tener sentimientos y vida privada frente al resto de su aldea, aceptando la compañía de su mujer y de sus hijos, algo sorprendente para todos.
Orión y Pléyade se dedicaron a cuidar a los enfermos provenientes del Búnker, que día a día se fortalecían (a costa de sus energías vitales), y parecía que en cualquier momento podrían recuperar la conciencia.
Una nueva vida se presentaba frente a ellos.
—¿Cuánto tiempo más nos quedaremos? —preguntó Orión a su hermana. Ambos se hallaban en la enfermería del pueblo, cuidando a los fantasmas provenientes del Búnker. Pléyade estaba imponiendo las manos al hombre, mientras que el muchacho atendía a la mujer.
—Sólo el necesario —afirmó la mujer, observando a su alrededor. Nadie se hallaba junto a ellos ni dentro del recinto, por lo tanto continuó—. Sabes muy bien que no podemos irnos antes que ellos se recuperen. Además todavía debemos colaborar con la reconstrucción de la aldea. Siento unas vibraciones muy puras y armoniosas emanando de estos seres, supongo que pronto despertarán, por fin están uniéndose a nuestro mundo.
—El llamado es cada vez más fuerte —insistió Orión—. Casi no puedo dormir por las noches, acosado por esa voz, por los sueños, sabiendo que nos necesitan.
—Siento exactamente lo mismo —respondió la muchacha—, pero aún no es el momento. Tenemos que ser fuertes y soportar un poco más. Esos oscuros sueños también me torturan, y conozco su significado, pronto partiremos.
—Hablas con demasiada seguridad —dijo el hermano—, y ni siquiera sabemos a dónde debemos ir, ni para qué.
—¡Hermano! ¿Qué te ocurre? ¿Desde cuándo hemos cuestionado nuestros impulsos, nuestros sentimientos? ¡Jamás! Porque sabemos que siempre son correctos. Entramos a ese Búnker porque sabíamos que debíamos hacerlo, y todo el dolor y las muertes que produjo esa incursión deben tener un significado, por más que lo desconozcamos. Tal vez estas personas debían ser salvadas a toda costa, quizás nuestro frágil mundo dependa de ellas...
—La paz interior que sentimos al ayudarlas nos indica que hicimos lo correcto... —asintió Orión—. Siempre fue igual ¡Tenemos que aprender! ¡Ser capaces de saber qué hacer, pero lograr entender por qué!
—Así es —afirmó Pléyade—, ese último paso es el que aún está nublado para nosotros, el por qué sentimos que debemos hacer las cosas. Espero que allá nos lo enseñen. Papá dijo que existen maestros capaces de hacernos crecer. Quién sabe si son ellos mismos los que nos están llamando a su lado.
—¿Lo crees? —preguntó confundido Orión—. Todo es cada día más incierto para mí. Cuando éramos niños no nos cuestionábamos lo que sentíamos o sabíamos, no nos importaba... Pero ahora, cada flash, cada visión, cada imagen que se forma en mi mente, es cuestionada, a veces hasta puesta en duda...
—Pues no deberías. Lo que vemos y sabemos de esa forma es real, así como lo que sentimos en el campo material también lo es.
—¿El campo material? —rio Orión, moviendo la cabeza de lado a lado—. ¿Cuántas veces sentimos cosas contrarias a lo que nos muestra el campo material? ¡Existe un abismo entre la realidad física frente nuestro y la verdad absoluta! Diferencias irreconciliables que jamás lograremos unir.
—Lo que necesitas es dejar de lado la superficialidad de las cosas, y centrarte en lo que realmente importa. Tal vez simplemente no somos capaces de ver más allá, de notar los puntos de relación entre ambas realidades. Todavía nos falta crecer mucho, y tenemos demasiado que aprender —pensó la muchacha.
—Tantas veces me pregunto por qué fuimos nosotros los elegidos, y para qué nos han creado...
—¿Cómo puedo yo saberlo? —se disculpó la hermana—. ¿Acaso no veo las cosas de la misma manera que tú? —luego se encogió de hombros—. Todos tenemos una misión en la vida, por más superflua que ésta pudiera parecer... Esperemos que allá nos brinden las respuestas que buscamos.
—...O que seamos capaces de encontrarlas por nosotros mismos, si fuera necesario.
—Ojalá fuéramos capaces de lograrlo si llegara el momento, ojalá.
Un tenue suspiro, seguido de una apagada tos, extrajo a los hermanos de su discusión, devolviéndolos al lugar donde se encontraban. Pléyade miró a su hermano, y éste bajó la vista. Una nueva tos se resonó en la silenciosa habitación.
—¡Ha despertado! —exclamó asombrado el muchacho, sacando las manos de la posición en que las tenía, sobre la mujer. Luego miró a su hermana de reojo.
—¡Por fin! —exclamó ella—. Ya pasó demasiado tiempo.
Una nueva tos apagada se escuchó, a la vez que la pálida dama entreabría los ojos. Pléyade dejó de lado a su paciente, y se acercó a su hermano. Éste estaba secando el sudor de la frente de la mujer, brindándole palabras de aliento.
Escasos minutos después, la sala estaba repleta de curiosos, que tuvieron que ser expulsados para poder trabajar con mayor tranquilidad. Sólo permanecieron los hermanos, Selene, el Santo y Mayhem. La mujer permaneció consciente por un rato, con los ojos abiertos pero quietos, apuntando al techo. Finalmente volvió a cerrar los ojos, pero mostrando un estado de paz y descanso diferente al coma anterior. Por fin se estaba recuperando.
Los días y noches siguientes los hermanos prácticamente se mudaron a la enfermería, turnándose en el cuidado de ambos seres. La mujer despertó varias veces, para volver a sumirse en el reparador descanso. Pero cada vez sus momentos de lucidez duraban un poco más, a pesar de ser incapaz de moverse, hablar, o siquiera mirar a quienes la rodeaban.
* * * * *
En ciertas situaciones críticas de la vida, existe la posibilidad de abandonar todo y dejarlo atrás, para reconstruir la existencia desde cero. La solución es posible, y viable, pero debe tomarse cuando se han agotado las alternativas, puesto que no debe hacerse antes de luchar por lo propio con ganas de verdad. Si el escape y la reconstrucción se convierten en una costumbre, entonces todas serán derrotas, retiradas anticipadas de situaciones o momentos que podrían ser sobrellevados solos o en compañía de los demás. Las situaciones económicas, las relaciones con los padres o la pareja, los grupos de amigos perniciosos, la crisis política... A veces son difíciles de tratar o superar. En ciertos casos una perseverancia firme logra resultados, y en otros, sólo la distancia. Pero se requiere estar muy despierto para vislumbrar cuál es el camino correcto, puesto que la distancia en muchos casos sólo es un alejamiento temporal a una situación que regresará en el momento menos pensado, y nos habremos dado cuenta que todo ese tiempo fue perdido.
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