Capítulo 13: El Contraataque
Los numerosos entes, jerarcas de la sociedad, se hallaban reunidos, discutiendo los pormenores de la última invasión humana. No eran más que varios seres etéreos fluctuando en la blanca nada, transmitiéndose pensamientos y buscando una salida al problema que tenían ¡Cuánto poder y cuánta sabiduría acumulada en esas mentes privilegiadas!
—¡Esto fue demasiado lejos! —se quejó el Maestro de mayor rango—. El ataque anterior fue molesto y causó numerosas pérdidas, pero ahora se han pasado de la raya ¡No quiero que quede ninguno de esos microbios vivo!
—Cálmate, Agnus —habló otro Maestro, más calmado—. No lograremos nada apresurándonos, tenemos que planear la mejor estrategia, aunque te secundo incondicionalmente, hay que atacar, cuanto antes.
—Quiero un informe detallado de los daños producidos al Refugio ¡Ahora! —exclamó el líder, iracundo.
Jester esperó por unos segundos la llegada de la información necesaria, que organizó y ordenó, para luego transmitirla al resto del concilio.
—Tres de nuestras naves están inservibles. Una cayó en la batalla anterior, y dos en ésta. La primera estaba siendo reconstruida cuando se desató el incendio en el Depósito, donde fue nuevamente consumida por las llamas.
—Eso quiere decir que ahora tenemos sólo una nave disponible —suspiró Agnus—. ¿Los robots protectores?...
—Varios fueron destruidos por el fuego enemigo... —se apresuró a comentar Gary—. Además, no servirán para atacar aldeas tan lejanas, sus ruedas metálicas tendrán problemas con el terreno, el control radial es poco potente, y son muy lentos. Las baterías se les agotarían en el medio del desierto y los perderíamos sin remedio.
—Si me permiten continuar... —habló Jester de nuevo—. La avanzada enemiga destruyó una nave al inicio del combate, en el momento que ellos penetraron en nuestras estancias. Las puertas fueron derrumbadas por poderosas detonaciones enemigas, provenientes de un cañón que más tarde explotó por sí mismo. Creemos que esta arma era parte de la nave derribada en la primera contienda, remodelada para trabajar externamente.
—¿¡Cómo es posible!? —se quejó Merlín—. Eso implicaría que los bárbaros que nos atacaron tienen acceso a conocimientos de mecánica y electrónica avanzadas, cosa improbable.
—No sé cómo lo lograron, pero puedo asegurarte que el cañón era parte de nuestra nave... —insistió Jester—. Bueno, luego de entrar al Refugio, caminaron hasta el Depósito, sin mayores inconvenientes, puesto que la trampa se la habíamos preparado allí dentro. No existía forma de que huyeran de nuestras garras, el plan era perfecto...
—Pero escaparon... ¿Cómo sucedió eso? —quiso saber Denise, ausente hasta ese instante a la conversación.
—En un primer momento se dividieron —explicó con paciencia Jester—. Preferimos esperar a que se reagruparan, porque temíamos que si atacábamos al grupo esparcido alguno de ellos pudiera huir.
—¡Pero casi todos escaparon! ¿Cómo lo lograron? —reclamó Agnus, fuera de sus casillas.
—¡No fue mi culpa, no fueron situaciones normales las que se dieron, nada fue normal desde ese momento! Como les decía, preferimos esperar a que se reagruparan, además, era más seguro atacar un solo lugar y arriesgar lo menos posible las valiosas mercancías que teníamos guardadas en el Depósito.
—Que fueron todas consumidas en el incendio posterior —se quejó Merlín.
—¡Tampoco fue mi culpa! —se quejó nuevamente Jester, harto de ser interrumpido—. Dejaré que otro explique la situación, ya me cansé. Drax, es tu turno.
El otro Maestro de Primer Nivel se mostró receloso, no tenía intenciones de enfrentar la ira de los demás, pero un superior se lo estaba pidiendo, por lo que intentó explicarlo todo exponiendo hasta los mínimos detalles.
—Estas personas se acumularon frente a las puertas del Laboratorio Biológico, intentando abrirlas sin éxito. Sólo dos de ellos se habían alejado del grupo y estaban intentando manipular algunos vehículos que se hallaban en el lugar. Los demás poseían granadas y explosivos, y temiendo los usaran para derribar el pórtico, decidimos atacar, y luego encargarnos de los otros dos... Me niego a explicar lo que después ocurrió... Ni siquiera yo puedo comprenderlo —se excusó—. Prefiero que lo vean ustedes con sus propios ojos.
Una imagen se proyectó dentro de la mente de los Maestros... Era el momento exacto en que los cañones se descolgaban del techo y disparaban a mansalva contra los humanos. En cámara lenta pudieron ver todos, con asombro, cómo los rayos emitidos por las armas evitaban a los hombres, desviándose contra un escudo invisible generado frente a ellos por una joven, que se había propuesto defenderlos. Hubo algunas expresiones de sorpresa en el lugar, proferidas por los Maestros que hasta ese momento no habían visto las dramáticas imágenes.
—¿Comprenden ahora? —dijo Jester—. Algo no estaba bien. Es imposible que los rayos se desviaran de semejante manera, y que ocurrieran otros extraños hechos semejantes después...
—Si me permiten... —continuó hablando Drax, molesto por ser ahora él el interrumpido, a la vez que la imagen desaparecía de las mentes de los demás Maestros. Esperó por unos segundos que todos se calmaran y luego prosiguió—. Luego de esto, y perdido el factor sorpresa, los humanos contraatacaron, y pocos minutos después habían destruido a los cañones. En medio de las explosiones y disparos, numerosos objetos y materiales inflamables allí guardados empezaron a arder. Los rociadores contra incendios no funcionaron. Quiero recalcar este hecho. Hacía más de cien períodos desde su último uso, y las cañerías estaban obstruidas y corroídas. Tampoco contábamos con que este hecho jugaría en nuestra contra.
—No es posible... —murmuraron los demás Maestros.
—Enseguida, estas personas derribaron las puertas firmemente selladas del Laboratorio Biológico e ingresaron en él. Las bacterias y el humo que se filtraron al Habitáculo eran tremendamente nocivas, tenemos a varios clones afectados y con problemas de salud debido a esto...
—Lo sabemos y nos preocupa, pero por favor no te desvíes del tema principal —le solicitó Merlín.
—Los atacantes entraron al Laboratorio Biológico, y allí cometieron el más atroz de los pecados: desconectar los tubos de suspensión biológica del Maestro Apolo y de la clon AX736.
—Un pecado menor, sin embargo —indicó Agnus—. De todos modos, estaban condenados a ser eliminados.
Drax miró con menosprecio al fundador de la sociedad, molesto.
—Sea como sea, ellos desconectaron los tubos y los llevaron afuera. Supongo que los clones habrán muerto, ya que les sería imposible sobrevivir sin los cuidados que se les brindaban aquí, y sin nuestra tecnología... En ese momento atacamos con los Robots Protectores, haciéndolos retroceder del lugar. Con los tubos a cuestas, los hombres robaron dos vehículos del Depósito y se dieron a la fuga, llevando consigo armas, municiones, combustible, y numerosos artefactos.
—Que de cualquier modo se hubieran perdido en el incendio —aclaró Jester.
—Así es —afirmó Drax—. Una de las naves fue apostada especialmente para esperarlos en la salida y aniquilarlos. Pero si lo anterior parece fantasía, esto lo es aún más... De ciento cincuenta y siete disparos producidos por los cañones que custodiaban las puertas, ninguno acertó a los vehículos, a pesar de ser blancos grandes y sencillos. No tengo explicación posible sobre este hecho, salvo que ellos tuvieran la capacidad de desviar los misiles —el tono impuesto a la palabra desviar era casi sarcástico—. Para colmo de males, la nave que los atacó a continuación recibió un impacto leve, pero causante de una pérdida de energía brutal e inexplicable. La nave perdió toda su potencia y, fuera de control, cayó al suelo. Todavía no la hemos recuperado...
—Algo muy extraño sucedió aquí, y esos dos jóvenes tienen mucho que ver en ello. No hay forma de que salieran con vida de todas las emboscadas que les tendimos —se disculpó Jester.
—Muy interesante... —habló Agnus—. Pero su cuento fantástico me cansó. No estoy interesado en escuchar las tontas excusas de por qué huyeron los hombres, ni de lo bravos o sobrenaturales que eran. Quiero oír verdades, de aquí en adelante el que desee emitir comentarios u opiniones, es mejor que se abstenga, puesto que no me interesan. He solicitado un resumen de daños, que nadie aún me ha brindado.
Jester tomó la palabra, y suspirando, habló.
—Todo lo que había en el Depósito se perdió, incluyendo los robots que realizaban refacciones, provisiones, materiales de construcción, vehículos, armas... Todo. Perdimos gran cantidad del combustible de las naves, aunque no queda más que una de ellas para utilizarlo. La reconstrucción del lugar tardará varias fases, y la recolección de materiales mucho más. Mientras no refaccionemos el lugar y los robots trabajadores, no podremos construir ni reparar ninguna otra cosa, mucho menos a las naves. Estamos muy expuestos y vulnerables. Si vuelven a atacar no tendríamos defensas para soportarlo. Pero como ellos sufrieron muchas bajas, supongo que no se atreverán a regresar. De todos modos, propongo realizar un ataque directo cuanto antes, para obligarlos a huir y hacerlos creer que seguimos igual de fuertes y que deben temernos.
—En esto creo que todos estamos de acuerdo —asintió Agnus, observando a los demás Maestros, que coincidieron.
—En cuanto al Laboratorio Biológico... Es totalmente inservible. Sucedió un derrumbe que destruyó todo, además de las llamas y el incendio al que estuvo expuesto. Esto es más crítico aún, porque estamos imposibilitados de tratar a los clones de sus afecciones, realizar uniones, experimentos...
—¡Y finalizar el proyecto de control mental! —supuso Agnus—. ¡Maldición! ¡Estábamos tan cerca! Hemos perdido períodos de investigación en unos minutos... Los humanos pagarán cara su osadía.
—Los demás reductos del Refugio no han sufrido daño alguno —explicó Jester—, lo que es una suerte, pero de todos modos, los daños causados al Depósito, al Laboratorio Biológico y a las puertas de la entrada son severos, y tardaremos un buen tiempo en reconstruirlos.
—Una reconstrucción pacífica y sin problemas —afirmó Agnus—, porque esos hombres no nos molestarán nunca más. Quiero que realicen un rastrillaje profundo en todos los sectores cercanos al Refugio, hasta dar con quienes nos agredieron. Una vez encontrados, los mataremos sin piedad, no dejaremos ni uno vivo. La existencia de su raza está condenada.
Todos asintieron en un trémulo silencio, jamás volverían a ser acechados por los humanos, sino que serían ellos quienes los perseguirían a partir de ahora, sin piedad.
* * * * *
—Se está acabando el combustible. La nave debería regresar a reabastecerse, para evitar llegar a un punto de no retorno —anunció el Ambiente a Gary, uno de los Maestros de Primer Nivel.
—Lo sé, sólo terminaré de explorar este sector y luego regresaré al Refugio —le respondió.
Frente a él se mostraban múltiples puntos de vista, provenientes de las diferentes cámaras de observación instaladas en la única nave que aún estaba en funcionamiento. Otros controles se mostraban al Maestro, indicando el estado del aparato, y su ubicación. También existían detectores de calor y movimiento instalados, pero como era de día, el Maestro no les prestaba mucha atención. En todas las direcciones se extendía el calcinante desierto, y ningún rastro de vida podía observarse en kilómetros a la redonda.
—En algún lugar deben estar, no pueden vivir tan lejos... —pensaba Gary—. Mañana voy a analizar el sector más al norte de éste. Si ese maldito satélite funcionara ya los hubiéramos localizado hace tiempo...
Un momento... —dijo, unos minutos después, cuando ya se aprestaba a regresar al Refugio. Con la mente dirigió a la nave hacia el norte, como si se tratara de una extensión de su propio cuerpo, y estuviera viviendo la existencia del aparato. Amplió la imagen frente a él a la máxima resolución que su lente podía brindar, y una expresión de júbilo recorrió todo su ser, si pudiera darse eso en un ente incorpóreo...
—¡Lo sabía! —exclamó—. ¡No podían estar tan lejos!
Los misiles y ametralladoras de la nave se aprestaron para la batalla, y ésta surcó el aire a gran velocidad, acercándose al punto que poco a poco fue aumentando de tamaño frente a ella, para finalmente convertirse en una pequeña ciudad, llena de casuchas, sumida en un tumulto de inmensas proporciones, al notar que el aparato volador se acercaba amenazador hasta ella. Niños y mujeres, principalmente, corrían por las callejuelas, mientras que unos pocos hombres se aprestaban, incrédulos, a la batalla.
—Pobres diablos, no saben lo que les espera —sonrió Gary, maquiavélicamente.
El aparato se ubicó sobre el centro del pueblo, y, bajo órdenes del Maestro, empezó a escupir sus letales llamaradas en todas las direcciones. Las ráfagas de ametralladoras iban dirigidas a la gente, mientras que los misiles se adentraban llameantes en las casas y construcciones.
Unos pocos soldados intentaron atacar al poderoso engendro con armas de repetición y fusiles, pero éstos no hacían el menor daño al "Demonio", como lo llamaban. En el rojizo suelo yacían varias personas acribilladas, mientras que numerosas viviendas ardían como si fueran simples hogueras.
Exactamente debajo de la nave se encontraba una gran tienda de tela, que por momentos parecía estar a punto de salir despedida a causa del viento que producían las poderosas turbinas de la nave. La cámara inferior la mostraba claramente, y éste fue el siguiente objetivo elegido por Gary. Para poder atacarlo debía retroceder un poco, y apuntar hacia esa dirección. Lentamente la nave se movió, a la vez que viraba, y la mira bajaba hacia el frágil edificio. Cuando por fin estuvo listo para atacar, observó claramente como dos figuras salían por la puerta, sin armas pero amenazantes, observando fríamente al aparato.
—¡Son ellos! ¡Los del ataque! —exclamó Gary, al ver sus ojos atemporales, sin reflejos de temor, mirándolo fijamente, a través del metal y la distancia, escudriñando su propia alma. El Maestro se sintió incómodo, molesto, y prefirió zanjar el asunto en forma definitiva.
—Alerta, impacto directo en la turbina derecha —anunció el Ambiente, a la vez que varias cámaras se apagaban, y el resto mostraba imágenes móviles y borrosas.
—¡Diablos! ¡Me distraje! ¿Quién ha sido el impertinente? —preguntó, a la vez que viraba de nuevo. Un hombre, sosteniendo una pistola de gran potencia, se hallaba detrás de la nave, en postura desafiante—. La alegría te durará poco —afirmó Gary, intentando ponerlo bajo su línea de fuego.
—La nave está perdiendo el escaso combustible que le queda —volvió a anunciar el Ambiente, notando que Gary no estaba prestando atención a los controles—. Si no regresa ya mismo, será imposible que alcance el Refugio.
—¿Regresar? ¿Para qué? —dijo despreocupadamente el Maestro—. ¡Si mueren todos ahora, no necesitaremos más esta nave!
—La nave regresará —afirmó una voz profunda y autoritaria, la de Agnus, que se presentó repentinamente frente al Maestro de Segundo Nivel, relevándolo automáticamente del control de la nave—. Ya localizamos la aldea, por lo tanto, podemos planear un ataque devastador más tarde. No debemos arriesgar la única posibilidad de victoria que poseemos, en un ataque desordenado.
—¿Y si huyen? —preguntó el Maestro, desconcertado por la aparición repentina del fundador de la sociedad.
—¿Adónde? —dijo él—. No tienen un lugar donde refugiarse en todo el continente, sólo hay inmensas extensiones de desierto y nada más. Además, no les daremos tiempo, apenas la nave está reparada haremos que ésta transporte algunos robots protectores al lugar y que los comande desde allí, para aniquilar completamente a estos ingenuos personajes. Te felicito por haber encontrado su reducto, ahora debes dejar que los Originales nos encarguemos de la situación.
Gary prefirió no hablar, jamás podría vencer la voluntad de Agnus...
* * * * *
—¡Está huyendo! —exclamó Mayhem, mientras corría hacia el lugar donde los hermanos permanecían aún en pie. El hombre todavía sostenía entre sus manos la poderosa arma que había rescatado del Búnker y que salvó sus vidas nuevamente.
El Demonio, luego de haber devastado media aldea, emprendió un raudo escape, en evidente dirección del Búnker. Humeaba un poco en un costado, y no parecía poder moverse a la misma velocidad con la que llegó hasta el poblado. Mayhem disparó un segundo proyectil, pero éste no dio en el blanco, sino que pasó a un lado del aparato. Finalmente el Demonio se alejó del pueblo, en una huida tan cobarde como su ataque sorpresivo.
—Más muerte, más heridos, esta vez gente inocente... —se quejaba Pléyade, al tiempo que corría hacia la calle para asistir a quienes los necesitaran, ignorando a Mayhem a su paso. Orión, sin embargo, lo esperó en la puerta de la enorme carpa, junto a su padre, que en ese momento salía del lugar, apoyado en un bastón. Tenía el torso desnudo, vendado con blancas vendas. Su aspecto era de debilidad, pero aun así mostraba ese rostro de seguridad que siempre poseía.
—¿Un Demonio, aquí? —preguntó el maltrecho hombre.
—Así es —afirmó Mayhem, confuso, aproximándose—. Han descubierto nuestro pueblo, a partir de ahora no tendremos paz.
—Entonces debemos huir —afirmó Orión—. Quedarnos sólo traería más muerte de la que ya hemos soportado, y seguramente, cuando regresen, traerán refuerzos.
—Es cierto —apoyó el Santo a su hijo—. Tendremos que irnos.
—¿Adónde? —preguntó asustado Mayhem—. ¡Sólo hay desierto en todas las direcciones!
—El desierto es el mismo aquí que doscientos kilómetros al sur, por lo tanto no habrá diferencia para nosotros. Debemos salir del rango de acción de sus naves —afirmó el jefe.
—Pero si estábamos dentro de sus dominios ¿Por qué no nos atacaron antes? —dudó Mayhem.
—Porque nunca les infligimos el daño de la última batalla —afirmó Orión—. Si tardaron cinco días en atacarnos, significa que ni siquiera sabían dónde estábamos. Espero que les tome tiempo reorganizarse y regresar, así podremos escapar.
—Sigo sin creer que huir sea la mejor alternativa. ¿Acaso tú y tu hermana no pueden poner fuera de combate a quienes nos ataquen? —insistió Mayhem.
Orión observó de forma sombría a su interlocutor. Le molestaba que otros hablaran de sus habilidades como se habla del clima o de tonterías materiales.
—Tal vez —supuso, luego de unos instantes—. Pero en este momento todas nuestras energías están siendo absorbidas por esos dos entes que aún permanecen inconscientes. Pasamos en vela casi todas las noches, y no tenemos fuerzas ni para mantenernos en pie, lo lamento. Esta situación se extenderá por bastante tiempo —aseguró.
Pléyade, mientras tanto, entró corriendo al precario hospital, con un niño moribundo entre sus brazos. La sangre brotaba a borbotones de su pecho, y ella lloraba amargamente, se sentía impotente al no poder prodigar ningún cuidado especial al niño, además de lo humanamente posible.
—¿Por qué tiene que morir de esta cruel manera la gente inocente, que no se lo merece? Habiendo tantas personas que hunden al mundo en la miseria, los inocentes son los únicos que sufren. Espero que ustedes valgan todo el sufrimiento que estamos pasando —balbuceó, mirando de reojo a los blanquecinos cuerpos exánimes a su lado, provenientes del Búnker que tantas desgracias había causado a todos hasta ese momento. Recostó al niño en una mesa de operaciones, a la vez que éste dio su último suspiro. La mujer lloró amargamente.
Muchos heridos de la batalla anterior fueron removidos de sus catres para dar paso a las nuevas víctimas, en su gran mayoría mujeres y niños pequeños.
—Es una barbarie —habló Selene, dolida, acercándose a su hija—. Pero sabíamos que tarde o temprano sucedería algo parecido.
—Sí, pero sólo alguien carente de alma es capaz de ensañarse de esta manera con personas débiles e indefensas... Alguien carente de alma... —repitió, analizando lo sucedido.
—¿No será que tenemos un mal karma, un destino siniestro detrás nuestro, al cual no podemos escapar por más que lo deseemos? —le preguntó su madre.
—El karma es un invento de los débiles, incapaces de mejorar —le respondió la joven, nerviosa—. Su mediocridad les impide crecer, y buscan una excusa que explique por qué sus vidas son tan vacías, tan tristes, tan sufridas. Y la explicación del karma les es suficiente para llegar a la resignación y a la aceptación de que ellos son incapaces de mejorar. Nosotros no podemos caer en eso, debemos obrar para destruir al destino y demostrar que somos libres.
Su madre la abrazó por detrás, en silencio, y prefirió no hablar más.
Afuera el Santo, Orión y Mayhem continuaban discutiendo sobre los siguientes pasos a dar.
—Las otras aldeas también corren el mismo peligro que nosotros —afirmó el Santo—. Deberán huir, no hay duda. Y es mejor que lo hagamos todos juntos. Viajar al este es la mejor opción, si no me equivoco, hacia allí el paisaje cambia un poco, y será un camino directo para alejarnos del Búnker ¿Cuándo llegan los representantes de las otras aldeas? —preguntó el hombre a Mayhem.
—En cualquier momento —afirmó éste—, enviamos los vehículos en su búsqueda, para acelerar el proceso.
—Entonces hoy mismo desmontaremos el pueblo. Apenas celebrado el congreso, huiremos de aquí. Los pocos animales que tenemos cargarán con todo lo que sea de valor, así como los vehículos. Fijaremos un punto al este en donde encontrarnos con las personas de las otras aldeas, y luego juntos avanzaremos todo lo que nos sea posible. No podemos perder tiempo, si nos atacan de nuevo seguramente no sobreviviremos.
El jefe del pueblo miró hacia adelante. Numerosos cráteres, aún humeantes, perforaban la superficie, mientras varias casas ardían en llamas, sin esperanzas de apagarse... El agua era un recurso demasiado valioso para utilizarlo en intentar extinguir un incendio. Varias personas se arremolinaban alrededor de las casas con baldes de arena, haciendo todo lo posible por evitar la propagación del fuego.
Una mujer estaba caída aún en el suelo, a escasos metros de ellos, probablemente muerta. El Santo dejó a sus dos acompañantes y se acercó a ella. La tomó con delicadeza y la levantó, para luego transportarla al hospital. Los otros dos hombres se encogieron de hombros, no podían hacer nada para subsanar la triste situación en que se encontraban. Orión corrió a ayudar a quienes se afanaban en apagar el incendio, mientras que Mayhem se adentró en el hospital para socorrer a los heridos.
—No podemos hacer nada —pensó el hombre para sí—. Nada.
* * * * *
El karma, el destino, no pueden ser causa de resignación, de rendición. La vida nos brinda momentos tristes y felices, situaciones cómodas y difíciles, pero no podemos ser entidades libradas a la corriente esperando que el propio destino sea la solución a nuestros problemas. Los débiles, los confundidos, adoptarán esta técnica, pero los despiertos torcerán al destino, modelarán al mundo, pasarán sobre el karma y convertirán su vida en lo que ellos creen que puede ser. Para lograrlo sólo se necesita seguridad, valentía y fe en uno mismo y en la chispa divina que se lleva dentro. Todos podemos lograr lo que nos proponemos con suficiente esfuerzo, puesto que muchas veces las olas que nos empujan en contra únicamente están allí para que disfrutemos más aún de la victoria una vez superadas, como la rompiente que una vez franqueada te permite llegar al mar calmo y abierto, a la paz y a la comunión con el todo.
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