Destiny (Onoda x Manami)
Género: Angst
Advertencias: Mención de homofobia y de violencia intrafamiliar
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En la habitación reinaba un completo silencio, Onoda no se atrevía ni siquiera a encender su televisión y poner uno de los dvds de su anime favorito, sentía que tenía que estar atento a la pantalla de su teléfono, tenía que contestar al instante si llegaba un mensaje de él. Volvió a revisar la última conversación, como si al releerla por quinta vez, mágicamente le fuese a contestar.
<<Sakamichi, saldré en media hora, ¿Nos vemos en la estación?♡>>
<<¡Está bien Manami-Kun! Avisame cuando estes en el tren ( ◜‿◝ )♡>> Recibido, visto.
<<Manami-Kun, ¿Está todo bien? Ha pasado ya una hora y no dijiste nada (';ω;`)>> Enviado, no recibido.
<<Manami-Kun ya es de noche... ¿Estas bien?>> Enviado, no recibido.
Le había llamado después de esto, y aquella irritante voz que decía "Este número está apagado o fuera de cobertura" le contestaba a cada llamada.
Onoda sentía un nudo en su garganta que bajaba hasta apretar su estómago, tenía la sensación de que en cualquier momento se iba a quedar sin respiración, si hubiese sido cualquier otra persona, o al menos, cualquier otra situación, no estaría así de preocupado. Podría pensar que Manami se había quedado dormido, que se había quedado sin batería, o incluso, que se había olvidado el teléfono en casa. Pero tenía una voz dentro suyo, que le decía que algo malo había pasado.
No pudo aguantar más aquella eterna espera de noticias, se levantó con prisas de la silla de su escritorio en la que estaba, la cual chirrió rompiendo el silencio intacto de la habitación. Agarró su abrigo y su gorro, pues estaba nevando, y sin nada más que sus llaves, salió de casa. No tuvo que decir un "Ahora vuelvo" puesto que su casa estaba vacía, su madre estaba de viaje a la ciudad de al lado con sus amigas, Onoda ya tenía 20 años, y aquello había hecho que su madre se despreocupase un poco más de él.
Notó cómo sus zapatos se humedecían por el tacto de la nieve, no se había puesto algo adecuado para el tiempo que hacía, pero en esos momentos su angustia era tanta que aquello ni lo notó. Onoda corría camino a la estación, tenía la esperanza de que, por algún milagro, Manami estuviese ahí, sano y salvo, esperandole, y que riendo le dijese "Me quedé sin batería". Esquivaba a familias con niños, parejas y amigos que andaban hacia la feria de invierno que había aquel fin de semana, esa era la dirección que debía seguir con Manami, pero por lo visto, los planes del destino eran diferentes a los que él quería.
"Por favor Manami-Kun... Dime que estás bien..." Pensó, con una mueca de preocupación en su rostro, mientras una parte de él se arrepentía de no haber cogido su bicicleta para ir más rápido.
Cada vez había menos gente a su alrededor, a medida que se acercaba a la estación. Aún quedaban un par de manzanas para llegar, cuando entre la nieve, vislumbró una figura familiar que no apartaba su mirada del suelo, agarrando una bicicleta y con una gran mochila sobre el sillín de esta. Onoda paró en seco, y durante un segundo olvidó como respirar, hablar o moverse. Manami estaba acercándose a paso muy lento a él, estaba seguro de que ni le había visto ya que no levantaba la mirada.
—¡Manami-Kun!- Por fin recobró su voz a la vez que una leve sonrisa se posaba en sus labios, haciendo que con aquel grito, Manami levantase la mirada, y sonriese al verle.
—Sakamichi.- Manami sonreía, su sonrisa era una mezcla entre agotamiento y tranquilidad. Ahora al estar más cerca, onoda pudo ver qué mientras andaba se balanceaba, parecía que en cualquier momento iba a caer contra la nieve.
Pero cuando sus miradas se cruzaron, la expresión de Onoda volvió a romperse. Corrió hacia Manami, sujetándole en sus brazos para que no cayese, quien agradeció el gesto agarrandose a la espalda del contrario, abrazandole.
—Por fin... Puedo verte Sakamichi.- Manami sonreía, ni se había dado cuenta de que había soltado la bici para aferrarse a su novio.
—Ma-Manami-Kun.- La voz de Onoda tembló, mientras se separaba un poco para poder observar su rostro, sus manos temblaban a medida que acercaba estas a las magulladas mejillas del otro.—¿Que... Ha pasado?
El labio inferior de Manami estaba roto, tenía una herida que parecía haberse cerrado hacía pocos minutos, y había sangre seca debajo de este. Tenía una mejilla roja, con una mano claramente marcada, en la otra mejilla, un poco más abajo rozando su mentón, tenía un golpe que ya tenía un color morado. Y de forma casi imperceptible, tenía marcas de dedos en su cuello, como si alguien le hubiese agarrado de allí para ahogarle.
—¿Llego tarde a la feria?- Susurro con lentitud, aun con aquella sonrisa suave en sus labios. Esa respuesta descolocó por completo a Onoda, quien no sabía cómo responder a nada ahora mismo.
—E-Eso no importa ahora Manami-Kun...- Onoda le abrazó de nuevo, estaba asustado, quería saber qué había ocurrido, pero quería antes que nada, curar las heridas de Manami.- Vamos a mi casa.
—Bien...- La voz del peliazul era baja, como si le doliese alzar más la voz.- Sakamichi...
-Dime...- Onoda se había agachado para recoger la bicicleta y mochila de Manami, y una vez levantadas, pasar su mano por la espalda del otro, ayudandole a andar.
—Te dije que me llamases Sangaku.- Río un poco, aún en su situación, Manami parecía totalmente tranquilo.- Nos conocemos desde hace ya... Cuatro años, y salimos desde hace uno... Puedes llamarme por mi nombre.- Giró su rostro para poder mirar a Onoda, dedicandole una sonrisa, quien de nuevo, solo quedó descolocado ante aquello.
—Bien Mana- digo, Sangaku.- Le sonrió de vuelta, Onoda sentía ganas de llorar, aquel nudo en su garganta y estómago solo crecía por segundos al no saber el porqué estaba así, pero a su vez, en ese momento lo más importante para él era Manami. Así que solo siguió aquella conversación, Manami parecía no querer hablar de lo que había pasado aún, así que para intentar calmar tanto a Manami como a él mismo, iba a retener sus nervios y sus lágrimas un poco más.
Tuvieron que ir a paso muy lento, Manami parecía no poder ir más rápido, así que tardaron varios y largos minutos en poder llegar a casa de Onoda, quien lamentaba que no estuviese su madre en ese momento, seguramente gritaria asustada y se pondría nerviosa, pero sabría curar las heridas de Manami mejor de lo que él lo podría hacer. Dejó la bicicleta y los abrigos en la entrada, y con lentitud, ambos subieron hasta la habitación de Onoda, donde él ayudó a Manami a sentarse en la cama, para seguidamente ir corriendo al baño a por el botiquín.
—No hace falta que traigas nada Sakamichi, no duele tanto como parece.- Río un poco, mintiendo, dolía horrores, su labio ardía cada vez que hablaba, y con solo una pequeña brisa de aire en el golpe de su mentón, sentía como si intentasen arrancarle el hueso.
—¡Tenemos que curarte bien para que no se infecte!- Grito con nervios desde el baño, puesto que no encontraba donde había puesto las vendas y curitas. Manami se había levantado para deshacer la cama de Onoda, y poder taparse con el edredón que cubría esta.
Cuando Onoda volvió al cuarto, empezó con mucho cuidado a limpiar la herida del labio para que no se infectase, puso una pequeña venda con esparadrapo encima del golpe morado, y en su cuello puso curitas en las marcas de uñas que habían levantado un poco su piel.
—Estoy bien... Te lo prometo...- Manami se tumbó en la cama, haciendo una pequeña mueca de dolor en cuanto la almohada y su mejilla entraron en contacto, aunque lo intentó disimular.
—No... No lo estas...- Onoda miraba al suelo, al borde de law lágrimas, apretando sus puños por los nervios.- ¿Que ha pasado?
Manami suspiró suavemente, sabía que no podía evadir el tema por mucho más, así que, dió un par de palmadas sobre el hueco de su lado en la cama, para que Onoda se tumbase con él. Onoda no lo dudó mucho, se dejó caer al lado de Manami casi de forma automática, necesitaba sentir el calor de su novio de aquella forma más de lo que él mismo creía.
—Siento haberte preocupado Sakamichi- Susurro Manami, mientras con lentitud pasaba una mano por la espalda de Onoda, y la otra por debajo de su cabeza para que se apoyase en él y así poder acariciar su cabello.
—Eso no importa Sangaku...- Onoda sentía que en cualquier momento iba a empezar a llorar, había escondido la nariz en el pecho de Manami sin darse cuenta, queriendo sentir su corazón latir para calmarse.- Solo dime... Que ha pasado... ¿Quién te ha hecho esto?
—Mis padres.- Acabó admitiendo contra el cabello de Onoda, abrazandole con algo más de fuerza instintivamente al hablar, por mucho que doliese todo, cuando le abrazaba así, sentía que tenía fuerzas de nuevo.- Cuando iba a salir me preguntaron dónde iba y... Mi madre me abofeteó, mi padre hizo el resto y también me rompió el teléfono...
Onoda se tensó, aferrándose a la ropa de Manami cuando un escalofrío recorrió su espalda, odiaba aquello, odiaba que Manami tuviese que pasar por eso, era injusto que le tratasen de esa forma. Sus padres nunca habían sido así según Manami, al contrario, pero algo cambió de un dia para otro, concretamente, cambió hacía ya seis meses, cuando ambos habían decidido salir del armario con sus padres. La madre de Onoda se lo tomó bien, al principio se preocupó por si alguien iba a hacer daño a su hijo, pero, nunca tuvo problema en aceptar que le gusten también los chicos, y menos aún cuando supo que "aquel chico tan amable de Hakone" era el novio de su hijo.
Pero los padres de Manami fueron una historia muy distinta. La primera semana de saberlo, el padre de Manami no le dirigió la palabra, su madre solo le hablaba para decirle que era hora de comer, o para llorar. Eso era malo, pero si ambos hubiesen sabido cómo iba a avanzar aquello, hubiesen preferido quedarse así para toda la vida si hacía falta. A medida que pasaban los días, el padre de Manami se iba volviendo más agresivo, primero verbalmente, atacandole en cada conversación, haciendo que su mujer llorase por "recordarle lo que era su hijo", luego hubo golpes, bofetadas que incluso Manami decía que no eran para tanto. Pero cada vez iba a peor, habían empezado la universidad, y había días que sus padres no le dejaban salir, porque quizás ahí veía a su novio. Todos los amigos de ambos chicos le decían que no podía seguir así, que tenían que hacer algo con sus padres. Manami se escapó unas semanas, durmió en casa de Toudou, pero los padres de él tampoco eran muy abiertos de mente, y aunque nunca lo admitieron, todos sabían que ellos avisaron a los padres de Manami de donde estaba. También se escondió unos días con Onoda, pero de alguna forma sus padres se enteraron y lo encontraron, sacándolo a gritos de casa, incluso peleándose con la pacífica madre de Onoda.
Y cuanto más dias pasaban, peor era todo, aquellos padres creían que iban a hacer que a su hijo le dejasen de gustar los chicos a base de golpes e insultos, y lo demostraban todos días.
—Sangaku... No puedes... Seguir aguantando esto...- La voz de Onoda temblaba, al igual que sus labios mientras hablaba.- No quiero... Que te hagan más daño...
—Lo se.- Manami hablo tranquilo, entrecerrando un poco sus ojos.
—Tenemos que... Hacer algo...-Susurro Onoda, respirando hondo para no llorar.
—No van a volver a hacerme daño Sakamichi... Te lo prometo.- Se separó lo mínimo del abrazo para poder ver a la cara a su novio, sonriéndole con dulzura, pero en aquella sonrisa, se escondía una creciente tristeza.
—¿Cómo vas a...
—Me hubiese gustado poder ir juntos al festival.- Interrumpió a Onoda, sin responder a su pregunta, no quería pensar en aquello, no ahora, no durante al menos cinco minutos. Onoda tardó en poder responder, puesto que no esperaba aquello.
—A mi también Manami-Kun pero, curarte era más importante que el festival.- Contestó mirandole a los ojos, a lo que Manami río enternecido, pues no se había dado cuenta de que de nuevo le había llamado "Manami-Kun"
—Sangaku, Sakamichi, llamame Sangaku.- Contestó riendo dulce, a lo que Onoda se sonrojó al darse cuenta de su equivocación.
—¡Lo siento!- Que gritaste un poco hizo que Manami de nuevo riese enternecido, le parecía mágico como Onoda podía hacerle sonreír en cualquier situación. Le amaba mucho más de lo que podía decir, mucho más de lo que aquella situación le iba a dejar demostrar.
—Está bien Sakamichi.- Sonriendo besó con cuidado el puente de la nariz del chico, no pudo hacer mucha fuerza, pues le dolía la herida.
—¿Te duele mucho el labio?- Onoda subió un poco, para poder mirarle la herida mejor.
—Un poco, pero en unos días no me dolerá nada seguro.- Le sonrió de nuevo. Onoda con cuidado beso cerca de sus labios, lejos de la herida para no hacerle daño, no sabía que decir en aquella situación, y se movió casi por instinto, Onoda sabía que era imposible que un beso aliviara su dolor, pero lo que no sabía, es que aquel pequeño gesto, fue suficiente para que Manami volviese a sentir que tenía un hogar al que pertenecía, aunque fuese durante unos pocos segundos.- Estar así es todo lo que necesito ahora mismo.
Onoda sonrió avergonzado, con las mejillas más rojas, abrazando de nuevo a Manami, el cual suspiró suavemente, agradecido de poder estar así un poco más.
—También quería ver la fogata contigo...-Manami sonrió.- Llevabas meses diciendo que querías que fuéramos juntos a la feria de navidad y luego verla... Siento haber llegado tan tarde.- Onoda negó con la cabeza ante aquello, subiendo a ver a Manami a los ojos.
—La hacen todos los años, la podemos ver el año que viene.- Manami apartó la mirada bajándola, Onoda volvió a tensarse.- Y-Y podemos ir mañana a la feria si quieres.
Manami de nuevo, no contestó, y solo apretó un poco la ropa de Onoda inconscientemente. Aquella sensación de calidez que había disipado minutos atrás los nervios y lágrimas de Onoda estaba volviendo de forma rápida. Tenía miedo de aquellas reacciones, estaba asustado porque, temía saber porque eran.
—Sangaku...- Las primeras letras temblaron al hablar.- ¿Cómo harás para que... No vuelvan a hacerte daño tus padres?
Manami solo apretó sus dientes, sin contestar, no sabía como decírselo, no quería hacerlo, quería que solo desapareciesen los problemas de sus padres, no quería pensar en lo que tenía que hacer, no quería hacer llorar a Onoda.
—Lo.... Siento...- Solo pudo decir aquello, mientras intentaba dentro de su cabeza, armar una frase para decirle Onoda lo que iba a hacer, queria decirselo de la forma más suave posible, Onoda era fuerte, y Manami lo sabía mejor que nadie, pero aún saberlo, no quería herirle.
—Vas a irte ¿Verdad?- Onoda se le adelantó antes de que Manami pudiese decir nada.
Manami subió su mirada de golpe, mirando a Onoda sorprendido de que hubiese descubierto lo que iba a hacer, pero Onoda tenía la mirada baja, sin mirarle. Para Onoda, había sido obvio con sus reacciones, y aquella enorme mochila que traía. Iba a escaparse de casa, iba a irse lejos para que no le siguiesen ni le encontrasen.
—Sa...Sakamichi... Yo...- Tragó saliva.- Te prometo que cuando... Tenga un sitio seguro donde vivir y... Un nuevo teléfono... Te llamaré y...
—Esta bien Sangaku.- Esta vez, fue Onoda quien cortó la frase de Manami. Dolía, dolía horrores todo su pecho, sentía que se iba a romper en cualquier momento, pero seguía aguantando, porque por Manami, valía la pena aguantar las lágrimas.- No tienes... Que darme tantas explicaciones.- Sonrió aunque sus labios temblaban queriendose torcer.- Siempre he pensado que nos unió el destino.-Cogió aire, para así retener sus lágrimas un poco más.- Y se que el destino volverá a unirnos, por muy lejos que estemos del otro.
Y contra todo lo esperado, fue Manami quien se rompió antes, nada más Onoda acabo aquella frase, empezó a llorar desconsolado, no quería tener que sentir ese dolor dentro suyo, no quería tener que oir una frase así, no quería separarse de él. Apretó más los dientes, intentando decir algo, pero no le salían las palabras, solo las lágrimas de tristeza y frustración, no quería dejarle, no quería dejar a la persona que era su lugar, su sitio seguro, su felicidad. Pero sabía que si quedaba, no iba a poder sobrevivir, acabarían con su salud física y mental. Pero aún saberlo, no quería hacerlo, no quería dejar a todos sus amigos y a su novio que amaba por culpa de las dos personas que se supone que deberían protegerle y quererle más que nadie.
—Volveré... Te lo prometo...- Consiguió decir entre lágrimas, mientras con toda la fuerza que era capaz de hacer aún sus heridas y cansancio abrazaba a Onoda.
—Lo se Sangaku.- Onoda también lloraba en este punto, pero aún así sonreía, porque por muy dolorosa que fuese aquella despedida, sabía que Manami cumpliría su promesa.
—Te amo.- Susurró entre lágrimas, cerca de los labios de Onoda, mirandose ahora ambos a los ojos, ambos queriendo tan solo, que el otro dejase de llorar, no querían verlo tan roto al hombre que amaban.
—Yo también te amo.- Manami ignoró el daño de su herida en el labio, y solo besó los labios de Onoda, como si fuese el último beso que fuesen a darse, como si quisiese transmitir en este todo lo que de verdad sentía por él. Onoda llevó con lentitud una mano a la nuca de Manami, con cuidado de no apretar donde estaban las curitas, mientras correspondía aquél beso con todo el cariño que podía.
Al separarse, Manami cambió de posición sin que Onoda pudiese reaccionar si quiera. Manami buscó esconderse en su cuello, quería sentir la calidez de Onoda un poco más, quería aprovechar aquella noche todo lo posible, quería llenarse de aquel calor, de aquel sentimiento de seguridad y hogar que el otro le transmitía. Onoda solo le abrazó de vuelta, acariciando su cabello, ambos en silencio, el cual solo era roto por los pequeños sollozos de ambos.
Pasaron horas así, las dos, las tres de la mañana, iban pasando sin que ninguno de los dos se separase, hasta que el agotamiento venció a Onoda quien acabó quedandose dormido. Manami al notarlo, se movió con mucha lentitud, saliendo de la cama sin despertarlo, mirandole unos minutos con una sonrisa y los ojos rojos por haber llorado tanto.
—Gracias Sakamichi.- Dijo en voz baja, agachándose para poder dejar un pequeño beso en la frente de Onoda.- Gracias por enamorarte de mi.
En silencio y reteniendo sus lágrimas, Manami bajó hasta la entrada, cogiendo su abrigo, y antes de irse, rebuscando en su mochila hasta encontrar su vieja botella, la que usaba para ir en bicicleta, por la cual conoció a Onoda, aquella botella que aunque sonase extraño al resto, para ellos significaba tanto. Dejó la botella en el mueble de la entrada, sabiendo que Onoda entendería su mensaje.
"Cuando nos veamos de nuevo, me la podrás devolver."
Y cerrando su abrigo, con su mochila en la espalda y la bicicleta a su lado, Manami salió de la casa, pedaleando tan lejos como pudiese y sin mirar atrás, mientras la nieve cayendo tapaba las marcas que dejaban las ruedas de la bicicleta.
Con el pasar de los meses dejó de nevar, florecieron los cerezos en primavera, empezaron a cantar las cigalas en verano, y en otoño cayeron las hojas de los árboles, como siempre había sido, y cuando de nuevo empezó a nevar, aún nadie había sabido nada de donde había acabado Manami.
Onoda se encontraba en la feria de invierno, viendo aquella fogata que había querido ver un año atrás con su novio.
—¡Onoda-Kun!- La voz de Naruko, quien se acercaba a él junto a Imaizumi con comida para los tres en las manos.- ¡Sentimos haber tardado!
—No pasa nada chicos.- Onoda sonrió, guardando en su bolsa la botella que se había traído con él. Una parte de él, creía que quizás, Manami iba a estar allí, que aparecería para ver la fogata con él, aún si era casi imposible.
Onoda suspiró entristecido, mirando el fuego unos segundos, para después levantar la mirada al cielo, sonriendo un poco.
"¿Tu también estás viendo una fogata Manami-Kun? ¿Al menos estás viendo las estrellas?"
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