I

Inko e Izuku. Génesis

Esta historia comienza de lo más simple.

Ella era Inko.

Una preciosa joven de hebras indomables y pecas ocre cubriéndole toda pizca de maldad sobre su tersa piel. Simplemente hermosa. Portadora de una suave mirada que podía amenizar la vida de quien se cruzase en su camino.

Sí, Inko Midoriya, ese era su nombre.

Un alma con mil ideas corriéndole a cien por hora en la cabeza. Un alma que desde temprana edad sabía cosas que la mayoría de las personas preferían ignorar.

Inko era consiente sobre el poder proveniente de cada uno de los planos existentes.

Desde que tuvo uso de razón, una fuerza externa que nunca pudo explicar con palabras la atraía de sobremanera a lo espiritual. La mujer era firme creyente de todo aquello que no se puede explicar a simple vista, todo aquello que siempre ha parecido irreal ante el ingenuo ojo humano.

Inko dedicó su niñez, adolescencia y parte de su adultez a investigar y estudiar sobre todas las deidades en las que creía, sobre el bien y el mal más específicamente hablando. Sobre Dios y el antagonista de este; Lucifer.

Sí, la mayoría solía catalogarla como una dañada porque no era común escuchar a una niña de diez años hablar sobre ángeles, ángeles caídos, magia y planos astrales. Incluso sus familiares y amigos creían que era bastante extraña en ese aspecto, por lo mismo, al cumplir quince otoños, Inko se escapó de su hogar para unirse a una secta de la que había escuchado por medios ocultos con el fin de aprender desde la raíz y sin ser juzgada, así cuando fuese el momento correcto, ella regresaría y podría ocupar sus conocimientos en su día a día como una mujer normal.

Después de estudiar cinco largos años junto a gente que compartía las mismas capacidades que ella, al final los superó. Su aprendizaje se hizo extenso y eso la completó de forma personal.

Se había terminado especializado en el bello y poderoso arte de la brujería.

No se confundan, ella no era como las típicas hechiceras que te muestran en los libros para niños o inclusive en el televisor, tampoco tenía pactos con Satanás o realizaba sacrificios para satisfacer sus deseos más ocultos, claro que no. Ella simplemente practicaba magia blanca, magia que si bien no era inofensiva tampoco era letal. Únicamente se trataba de energías dedicadas exclusivamente a ayudar. Poder absoluto concentrado en hacer el bien, todo lo contrario a la magia negra.

La joven creció y a la edad de veintiún años decidió volver.

Inko regresó a la sociedad, pero se aseguró de hacerlo en una en donde nadie la conociera.

Fue su elección.

Quería incorporarse una vez más, pero lejos, en una nueva vida.

Dejó atrás a todas las personas que recordaba con amor pero que tristemente no podían quedarse cerca debido a su mentalidad no compatible, y finalmente volvió a empezar de cero.

En la nueva vida de Inko, esta se dedicó a promulgar el bien entre las personas que tenían la dicha de toparse con ella en el camino. Pronto fue conocida por ser un amor.

Todas las personas con la que llegaba a tener contacto quedaban fascinadas con su peculiar encanto y belleza bonhomía.

Después de un tiempo no fue ninguna sorpresa cuando comenzó a tener una buena cantidad de pretendientes detrás.

Tanto hombres como mujeres intentaban conquistar su divino corazón, no obstante, Inko no se sentía igual por nadie. Ella no quedaba cautivada con nada que no fuera hacer el bien o ayudar.. al menos eso hasta que lo conoció a él.

A la edad de veintitrés años la joven lo encontró sin siquiera buscarlo.

El era un hombre sumamente apuesto.

Era nuevo en su ciudad y le llamó la atención no solo por su apariencia física, sino por su peculiar manera de ser.

Era una persona carismática y enérgica, alguien que le transmitía un aura alegre y positiva llena de confianza y esperanza.

Como anillo al dedo.

Inko y él comenzaron a salir y al paso de un año la mujer le entregó lo que ella consideraba más importante de ofrecer al momento en el que amas a un individuo.

Así es, de ese efímero cariño se engendró a un ser pequeñito el cuál comenzó a crecer en el vientre de la joven.

Lamentablemente no todo es como esperamos y las apariencias nos engañan.

Las promesas de amor eterno que eran juradas por aquel hombre fueron abruptamente destruidas después de abandonar a su querida embarazada.

Al principio fue un golpe bajo porque ella en verdad se había encariñado, sin embargo, Inko siempre buscaba sacar lo mejor de cada situación y esta vez no sería la excepción.

Con el tiempo se dió cuenta en que todo aquello fue para bien ya que quien se había marchado desamparándola lo había hecho no sin antes haberle dejado un regalo precioso al partir.

Ahora solo tenía corazón para alguien más, alguien que estaba segura que nunca la iba a abandonar.

<<Izuku>> ella le había asignado aquel nombre a su nueva felicidad, un bebé que se gestaba dentro de su ser.

Inko se enamoró de su hijo desde antes de que el pequeño llegara al mundo. Lo adoraba más que a nada y de la manera más pura en la que alguien puede hacerlo..

De nuevo, desgraciadamente su felicidad se vió interrumpida tras un chequeo en el doctor.

El obstetra se dió cuenta que el bebé que la pecosa esperaba con ansias estaba teniendo demasiadas complicaciones para vivir. Si no mejoraba en cierta cantidad de tiempo lo más probable es que Izuku simplemente no nacería.

Se cuidó en exceso, en verdad lo hizo, pero aún así no hubo mejora alguna, la sentencia ya estaba dictada.

La de ojos verdes no daría a luz a ese pequeño.

Aún con lo anterior, Inko no podía dejar que eso ocurriera. A ella solo le importaba el bienestar de su aún no nacido hijo, por lo que terminó realizando algo que durante su tiempo de aprendizaje conoció.

La de ojos verdes comenzó a transitar cada gramo de energía vital proveniente de ella hacia Izuku.

Mientras ella se debilitaba, el bebé que yacía en su vientre se volvía más y más fuerte. Mientras el bebé tenía más posibilidades de vivir, ella tenía más y más posibilidades de morir.

Al final, tal y como si hubiera estado escrito, Inko dió a luz a un bebé bastante sano y sumamente precioso.

Ella únicamente pudo sostenerlo entre sus brazos durante unos cuantos minutos.

Lo amó y lo admiró hasta que su último aliento se disipó.

Y eso fue todo.

Antes de irse, la mujer le pidió a Dios que lo cuidara, le pidió que por favor nunca lo dejara caer en el mal camino, le pidió que le diera a gente que lo quisiera en vida y sobre todo le pidió encontrar el amor.

Le pidió que al final su hijo pudiera encontrar esa felicidad que ella solo pudo adquirir durante un tiempo fugaz.

Sin más, tras aquellas peticiones Inko falleció, dejando como legado a Izuku; un pequeño el cual no tenía familia, un pequeño el cual terminó en un orfanato.

— EN EL CIELO —

Dios y seis de sus siete arcángeles llevaban a cabo su reunión semanal de siempre en donde se sentaban como ejecutivos bien vestidos y discutían sobre temas referentes a la humanidad.

Todo iba como cada reunión de los miércoles.

Estaban de lo más normal en la mesa celestial hasta que uno de ellos interrumpió la conversación porque notó que uno de sus compañeros no se encontraba en el lugar que le correspondía.

— Perdón, ¿Alguien sabe en dónde está Rafael? — el ángel a su lado se encogió de hombros como única respuesta. — Es que el siempre es puntual.

— Ahora que lo mencionas.. yo lo vi hace unas horas. Uno de sus mensajeros tenía una noticia importante que darle o algo así.. no sé..

— Pues yo creo que no deberíamos continuar con la reunión sin el aquí. Lo justo es esperar a cada uno de los miembros y comenzar cuando todos ya estemos presentes ¿no es así? — agregó otro con un aire más formal y de ejecutivo, acomodándose educadamente la corbata del traje.

— En efecto, eso sería lo moralmente correcto, sin embargo, todos tenemos asuntos que atender aquí. El ni siquiera avisó con anticipación su retraso — le hizo segunda el más estirado de los siete, Samael. Con esa vocesilla que gritaba <<soy mejor que ustedes>> y ese tonito de superioridad tan propio de él. — Todos tenemos cosas que hacer. No pueden simplemente llegar, actuar como si no significara nada la reunión semanal y jugar con el tiempo de los demás de esa forma.

Tidis tinimis kisis ki hicir. — Lo imitó burlón Gabriel. — Mejor solo admite que estas juntas te parecen de lo más aburridas y en lo único que piensas es en terminarlas lo antes posible. Vamos, no seas hipócrita.

— ¿Tienes algún problema conmigo?

Uriel y Ramiel únicamente se limitaban a observar y escuchar el pequeño debate que se había formado entre sus compañeros, ocasionado irónicamente gracias a la ausencia de uno de ellos.

Los demás seguían discutiendo, cada vez alzando más y más la voz, hasta que poco tiempo después un silencio comenzó a hacerse presente y el ruido de los arcángeles se fue apagando de uno en uno tras dirigir su mirada hacia el líder.

Dios se encontraba ahí también, algo que evidentemente se les olvidaba por ratos.

— L-lo siento, jefe — soltó un apenado Gabriel.

El gran hombre se limitó a rodar los ojos y tras reunir toda la paciencia de la que era acreedor se puso de pie y se dispuso a hablar.

— Gabriel, sé que pido mucho, pero por lo menos durante las juntas compórtate. Samael, tienes que ser más comprensivo con tus compañeros, no puedes ir por ahí siendo tan intolerante. Raguel, tampoco puedo esperar a Rafael toda la vida, Samael también tiene su razón, todos tenemos nuestros propios asuntos que atender, ¿Podrías hacerme el favor de informarle en tú tiempo libre sobre lo que se llegue a platicar el día de hoy?

Dios suspiró, cansado.

<<Si, jefe>> se escuchó al unísono la voz de los tres arcángeles en anterior disputa.

— ¡Bien!, ahora por favor continuemos — exclamó el mayor recuperando parte de sus fuerzas. — Como les comentaba, últimamente los cristianos solo están... — antes de poder terminar su oración, las puertas de la sala celestial fueron abiertas de forma brusca, interrumpiendo a la Deidad quien se dejó caer una vez más en su asiento, totalmente derrotado.

De aquel lugar entró el esperado arcángel protector de viajeros, salud y noviazgos, por quien momentos antes discutían. Rafael.

— Sé que es tarde... lo siento — se disculpó torpemente. — Lo que pasa es que.. todo fue.. no.. no podía.. y... y ella ya no..

— ¡Habla bien! — un golpe en la nuca propiciado por Gabriel fue lo que recibió como respuesta.

— ¡Auch!

— Gabrieeel.

— Lo siento, jefe.

— Por favor, Rafa.. — continúo el mayor. — Antes que nada tranquilízate y piensa bien lo que vas a decir. Cuéntame por qué llegaste tan impuntual ¿Qué fue lo qué sucedió? — preguntó Dios con comprensión, haciéndole una seña con la mano para que tomara asiento.

Ahora los siete arcángeles se encontraban completos, juntos todos al lado del su jefe en la gran mesa celestial.

— Lamento el retraso — articuló esta vez haciendo un esfuerzo por sonar mucho más tranquilo. — Lo que pasa es que ella... ella... falleció..

De pronto el semblante de Rafael pareció envejecer diez años de golpe. Se le veía abatido.

Tras aquellas palabras sus compañeros también cambiaron rápidamente su expresión a una atónita, triste incluso.

— ¿Ella? — cuestionó Dios confundido.

— Si, hoy se marchó después de dar a luz..

Quizá el todopoderoso no lo comprendía, pero los demás presentes sin duda lo hacían.

Los seis convivían mucho más tiempo entre arcángeles, por lo que sabían que desde hacía tiempo Rafael le había tomado cierto cariño a una humana que residía en el plano terrenal.

El la observaba desde que la joven se escapó de casa a temprana edad para perseguir sus metas, algo que le llamó mucho la atención desde arriba pues la manera en la que llevaba su estilo de vida le parecía en extremo interesante.

Inko no solo había cautivado a todos los humanos con los que se encontró en la tierra, también lo había hecho con aquel arcángel que la observaba desde el paraíso.

Los seis arcángeles sabían que hasta cierto punto su colega se había enamorado a distancia de ella. Rafael únicamente se dedicaba a trabajar y a observarla en sus tiempos libres.

Un día la mujer encontró a alguien y contrario a lo que todos creerían, el arcángel fue feliz, lo fue porque sabía que ella había podido encontrar a una persona que también le brindaba esa felicidad, sin embargo, esto no duró mucho pues Inko fue abandonada junto a un pequeño creciendo en su vientre.

Rafael no podía más que sentir enojo y desprecio ante aquel ser humano quién rechazó la oportunidad de complacer a su amada, lo repudiaba, un sentimiento no muy bien visto en un ser de bondad, pero poco después vió reflejado en las esmeraldas de Inko algo que hacia mucho no veía y le hizo cambiar de parecer.

Rafael vió en sus ojos aquello que creía cada vez más y más perdido en toda la humanidad..

Amor verdadero

El no comprendía muy bien por qué la joven era sumamente feliz si es que la persona que amaba le había traicionado, todo cambió hasta que se dió cuenta que el amor que irradiaba hacia su aún no nacido hijo era más genuino, era más puro y podía curar cualquier sentimiento podrido en quien fuera, inclusive en el.

Rafael terminó encantado con Izuku, ese había sido el nombre que su madre le había otorgado al pequeño.

El arcángel realmente le tenía aprecio ya que el infante le había devuelto la bella sonrisa a su Inko, todo esto aún sin haber nacido.

Nuevamente después de un tiempo, el era feliz observándola.

Ella vivía plena.

Lamentablemente por segunda vez su felicidad sería breve y con un final lastimero, ya que en la tierra un suceso había acontecido.

La de ojos verdes lloraba desconsolada después de enterarse que su hijo no nacería.

Aunque al final... ella tomó una decisión.

Quizá antes para Rafael la frase <<morir por amor>> no había tenido un significado tan literal hasta ese entonces. Y eso que era un siervo del mismísimo Dios.

El ser divino únicamente se limitó a observar cómo con cada paso de los días la joven se debilitaba, como cada vez esta estaba más cerca de la dulce muerte ya que el no podía hacer nada para impedirlo, ella así había elegido su destino.

Después de todo Inko falleció. La de pecas fue feliz el tiempo en el que estuvo con vida gracias a que su hijo le había otorgado ese amor puro que ella tanto había buscado.

No obstante, la historia no acababa ahí.

Antes de irse, la de ojos verdes le pidió ciertas cosas a Dios. Lo hizo sin saber si alguien realmente la estaba escuchando, pero para su buena suerte así era, alguien lo estaba haciendo.

El arcángel no iba a dejar atrás los deseos de su amada humana. El se iba a encargar personalmente de hacerle llegar aquel recado a su gran Deidad. El iba a asignarle el mejor ángel de la guarda a Izuku para que lo protegiera, para que no lo dejara caer en el mal camino y sobre todo le ayudara a encontrar ese amor que ella tanto le deseaba a su hijo.

— ¿Quién es ella? ¿A quién te refieres? — preguntó nuevamente el todopoderoso aún sin entender a qué se debía la tristeza en los orbes de su arcángel.

Los demás guardaron absoluto silencio, únicamente esperando para ver la próxima acción de su ahora decaído compañero.

— Dios, tengo algo que pedirte.. — empezó a explicarse Rafael.

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