𝚌𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝚏𝚒𝚗𝚊𝚕




Estaba nerviosa pero no tenía miedo. 

Podía escuchar el eco de mis latidos retumbar en mi cabeza, mientras decidida, mis pies subían uno a uno cada escalón. En un intento por asentar un poco las ideas que se abalanzaban sobre mí de forma violenta, había optado por subir las escaleras en vez de usar el ascensor. La azotea del edificio aguardaba junto a la densa neblina y la oscuridad que caía llevándose el día. . ., y mis límites. . . Y mis miedos. Porque de una cosa estaba segura, y eso era que mientras caminaba hacia aquel umbral, la rabia que bombeaba dentro de mí despertaba cada vez más el hambre. Sí. No pude mentirme más; supe en ese momento que lo que yo realmente anhelaba no era justicia, sino venganza.  

Quería provocar sufrimiento. Mucho más del que Tae había experimentado en sus últimos momentos. Más de aquel dolor que nos tenía presos desde entonces. La angustia, los sollozos amargos. . ., la desgarradora nostalgia de un lugar vacío al otro lado de la cama.  

Suspiré en un intento fallido de dar un respiro a mi mente, el sentimiento ya estaba comiéndome desde las entrañas. Pues aunque mi intención inicial era obtener una confesión —respuestas para mí y una prueba ante la ley—, no podía negar que algo dentro de mí necesitaba ser liberado. La furia y desesperación, la necesidad por desquitar la injusticia que se había cometido. Estaba tan molesta que podía sentir la sangre hirviendo correr por todo mi cuerpo al ritmo de la palpitación que taladraba mi cabeza. Era una presión enorme. 

Porque sabía que aunque obtuviéramos la confesión, una razón sólida que respaldara nuestra lucha más allá de una "simple acusación" —pues estaba segura de que el testimonio de Yongsun no sería suficiente—, la familia de Seokjin tenía el poder para silenciarnos a todos —tal como habían hecho con la familia de Yongsun—, y tanto dinero como para que el juez y la corte estuvieran siempre a su favor. Aquí y del otro lado del mundo, lastimosamente la justicia seguía siendo un privilegio sólo apto para los poderosos.

Era claro para mí que terminarían saliéndose con la suya —como siempre—, pero yo no estaba dispuesta a permitirlo. También tenía claro que al menos agotaría todas mis posibilidades. 

Con eso en mente después del mensaje de Yoongi, me había asomado fugazmente por la oficina de Seokjin y lo había citado en la terraza del edificio apenas un momento atrás. La mayoría de los trabajadores se irían en poco menos de cinco minutos, así que podríamos estar completamente solos. 

Miré alrededor, mi única compañía eran mis desordenados pensamientos y los materiales de la remodelación esparcidos alrededor —que representaban irónicamente el mismo caos que había en mi cabeza—. Caminé con cuidado evitando pisarlos, con la intención de llegar al borde para asomarme un poco. Desde la orilla, observé los autos que iban y venían mientras la gente caminaba por la calle. Cabezas gachas, miradas perdidas, sonrisas tensas. Todos con la cabeza en su propio mundo. Me pregunté qué pasaba por sus mentes en aquel momento y suspiré imaginando qué sucedería si nuestros pensamientos fueran un cuadro expuesto sin filtros ante los ojos de los demás. Estaba segura de que todos estábamos llenos de sorpresas. 

Empezando conmigo, aguardando en la azotea de un edificio con el corazón en la mano y dispuesta a cualquier cosa. 

Después de activar la grabadora de voz en mi móvil y esconderlo, miré mis manos temblorosas y volví a llevarlas a los bolsillos de mi chaqueta solo para corroborar que lo llevaba conmigo. Era consciente de mi estúpido plan al intentar confrontar a Seokjin, y sabía que mi ridículo gas pimienta tamaño llavero no era nada comparado al hecho de que él me doblaba en tamaño y fuerza.  Y aunque me inspiraba un poco más de agallas, el sentido de alerta en mi interior no estaba tan convencido de ello, pues me suplicaba dar la vuelta antes de encontrarme en aquel temido punto sin retorno. 

"No tienes nada que perder", me susurré a mí misma como respuesta. Y entonces lo entendí, eso era. Aun con temor, nos volvíamos capaces de cualquier cosa cuando lo que más amábamos estaba en riesgo. Pero, cuando ya nos había sido arrebatado, no había nada peor que pudiera pasarnos —pues ya había sucedido—. Eso hacía que no hubiera límites en nuestras acciones. Ese punto en el que nadie quería estar y mucho menos aceptar hasta que se encontraba de puntillas en el límite. 

Justo en aquel momento escuché sus pasos acercándose. Toc, toc, toc. Las suelas de sus zapatos pegando rítmicamente cada escalón. Seokjin venía hacia mí. No había marcha atrás. 

Permanecí inmóvil dejando que él se acercara, fui consciente de cada unos de sus movimientos incluso sin verlo. Era como si la energía de su cuerpo estuviera conectada al mío. Apreté los labios cuando presentí que sus manos tomarían mi cintura. Y así lo hizo. 

—Llegaste. —Me giré y sonreí. Fue lo único que me permitió antes de aquel beso. El beso de la traición. Dejé que sus labios se unieran a los míos fugazmente, luego lo miré fijamente mientras me apartaba.

—¿A qué debo esta adorable cita?—preguntó amablemente con una sonrisa y parpadeó un par de veces. Por aquel tic nervioso (y particular suyo) supe que estaba inquieto. Miró el desorden alrededor—. ¿Por qué no bajamos y buscamos un lugar más . . . acogedor? 

—¿Más acogedor? A mí me parece perfecto —sonreí—. ¿No te parece un lugar tranquilo para conversar? —eché un vistazo al cielo—. Tiene su encanto. Pero sí que es una lástima habernos perdido el atardecer. 

Seokjin inconscientemente apartó un poco su cuerpo de mí. —Honestamente, preferiría un café, o mi departamento —se aclaró la garganta—. ¿Pero, por qué? ¿Hay algo que quieras contarme? —Le vi intentando mantener la compostura. 

Permanecí en silencio por un breve momento. 

—O tal vez tú quieras contarme algo —dije al fin, y esta vez él dio un paso hacia atrás. Lo sabía—. Vamos, Jin —continué—. Yo te confieso que he encontrado el celular de Tae entre tus pertenencias, y tú me confiesas qué carajos hacía allí.

Pude ver cómo el pánico se apoderaba de su perfecto rostro. La tensión en sus mejillas, el movimiento en su garganta al tragar saliva, los constantes parpadeos y la casi imperceptible humedad en su frente. Lo tenía acorralado. 

—¿No tienes nada que contarme? —volví a atacar. Di un paso al frente, el mismo que él había retrocedido. —¿Por dónde comenzar? ¿Con toda la farsa de aquel día?  ¿La pierna rota del hermano de Yongsun? O tal vez por el hecho de que te di mi confianza y no eres más que un maldito mentiroso. 

Él volvió a tragar saliva en cuanto oyó aquel nombre. Nos mantuvimos la mirada por un momento que me pareció eterno. Seokjin permaneció en silencio. 

—Vamos, ya no tienes que fingir. Sé que algo tienes que ver en todo esto, es solo que no me queda muy claro cómo ni por qué. 

Seokjin cerró los ojos y le oí resoplar. Luego me miró, jamás le había visto tan molesto. Me tomó desprevenida cuando maldijo y su puño se impactó contra una torre de maderas apiladas a nuestro lado. Por instinto saqué de inmediato el gas pimienta y lo disparé directo a su rostro sin darle tiempo siquiera de esquivarlo. Estaba confundida. Seokjin se revolcaba en el suelo quejándose y tallando sus ojos sin encontrar alivio. 

Mi corazón latió rápidamente. Asustada, me quité el cinturón y le até las manos detrás de la espalda mientras aún seguía vulnerable. Era mi única oportunidad. No podía confiar en él y no iba a dar simplemente marcha atrás. Ahora que lo había confrontado, necesitaba saber todo lo que Seokjin sabía. 

—¿Qué haces? —se quejó en cuanto pudo pronunciar palabra. 

—No iba a dejar que me golpearas —me defendí. 

—¡Jamás te haría daño! —Hizo un esfuerzo para mirarme a la cara, dejando así de restregar su rostro en su hombro en un intento desesperado por apaciguar su dolor. 

No dije nada. Supe que decía la verdad, pero aquel no era el momento para arrepentirme de lo que ya había comenzado. 

Apenas le hubo pasado el efecto, Seokjin, sentado en el suelo, con los ojos más que irritados me miraba con un dejo de tristeza y confusión. —Y-yo. . . 

—Quiero que me cuentes todo —me adelanté. 

Seokjin agachó la cabeza y un lamento ahogado escapó de sus labios, sus ojos ahora apuntaban al suelo 

—¿Avergonzado? —De pronto el resentimiento volvía a hacer acto de presencia—. ¿Por qué no sentiste esa misma vergüenza cuando me abrazabas cada noche sabiendo que yo lloraba por él? —Las lágrimas pronto comenzaron a caer por mis mejillas—. Él no se fue, Seokjin. Me lo arrebataron, no debía irse así. Él no merecía esto . . . —balbucee, el sentimiento y los recuerdos de pronto se volvían imparables—. Y sé que tú tienes algo que ver en todo esto. Yo lo sé. . . 

—¿Crees saberlo todo, no? —Pude percibir mucho dolor a través del tono de su voz. Lo miré alzar la cabeza, sus ojos estaban enrojecidos y, aunque lo vi intentar contenerse a través de su respiración controlada, las lágrimas no resistieron más. 

El nudo en mi garganta casi me impidió hablar. —Dime —logré decir después de un momento—, dime por favor cómo es que su teléfono llegó a tus manos. —El recuerdo de aquella noche encontrándolo entre sus cosas me saltó de repente como un golpe en la boca del estómago.

—Y-yo. . . —dijo, con apenas un hilo de voz.  

—¡Sé que no fue lo que me contaron, Seokjin! Yongsun me dijo todo, ¡maldición! —le grité—. Así que dime por qué. . ., solo dime por qué —perdí la fuerza y dejé que mis rodillas tocaran el suelo. 

—Lo tengo porque lo vi ese día —volvió a esconder su mirada. 

Aunque yo ya lo sabía, escucharlo salir de sus labios fue atroz. 

—Yo estuve ahí esa tarde. . . —Seokjin cerró sus párpados con fuerza, como si de aquella manera pudiera deshacerse del recuerdo—. El teléfono lo tengo yo, porque yo se lo quité —admitió, y se quebró en llanto—. Yo te juro que no era mi intención, pero no podía permitir que algo le pasara. . . 

—Si no querías que algo le pasara, ¡¿por qué no lo ayudaste?! —reclamé. 

Jin movía su cabeza, negando. Aquello le dolía.  

—Hablo de mi hermano —solo abrió los ojos para volver a dirigir su mirada al suelo—. No podía permitir que algo le pasara —murmuró. 

Yo estaba más confundida aún, preguntándome qué tenía que ver su hermano en aquella situación y cómo el Señor Kim jamás había mencionado un segundo hijo. 

—Jin, por favor, solo dime qué pasó exactamente esa noche —le supliqué. 

Él dudó un poco, parecía que las palabras se le atoraban en la garganta. 

—Mi padre. . ., él lo alentó a que lo hiciera —pronunció después de darse un tiempo para ordenar sus pensamientos. Y conforme siguió hablando, comencé a sentirme lejana, sus labios se movían dándome toda la información que quería, pero era imposible de procesar. Su voz de pronto retumbaba como un eco en mi cabeza y el mundo comenzó a darme vueltas.

Comenzó a contarme el inicio de todo. Me habló de cómo había conocido a Jungkook siendo aún un niño, y lo cercanos que se habían vuelto con el paso del tiempo. Luego, cómo diez años atrás habían descubierto que eran medios hermanos; su padre mantenía una relación extramarital con su asistente, la madre de Jungkook.

Había tratado incontables veces que el Señor Kim tomara su responsabilidad como padre, pero él jamás había aceptado. Entonces, al conocer y ver la necesidad tan fuerte de su amigo por una figura paterna, creyó que era una buena idea hacerle creer que su padre había aceptado —aunque de forma discreta— al menos convivir con él. Seokjin se las arreglaba para hacerle llegar mensajes a Jungkook de parte "suya",  además de encargarse de entregarle determinada cantidad de dinero al mes —que destinaba de su propia cuenta—. En todos sus años de amistad, no había visto a su amigo tan contento por el simple hecho de sentir que tenía un padre que, aunque no podía estar con él como soñaba, al menos le quería y veía por él. 

La mentira se hacía cada vez más grande y Seokjin no tenía el coraje para decirle que había mentido todo ese tiempo. 

Cuando su padre lo supo —años después—, decidió sacar provecho a la devoción que su hijo menor le profesaba.  Le llamaba cuando necesitaba que se encargara discretamente de cosas que él, por su posición, no podía. Para luego referirse a él como un simple bastardo cada que salía por la puerta de su oficina. Así Jungkook había terminado haciendo el trabajo sucio dictado por su padre, repitiéndose que era porque le quería y confiaba demasiado en él como para encomendarle tal tarea. Cualquier persona que representara un obstáculo para el Señor Kim, seguramente recibiría la visita de Jungkook, que a petición de su padre dejaría tras de sí un buen susto y un par de moretones.

Pero, cuando las cosas salían un poco mal (como algún testigo, o algún valentón dispuesto a abrir la boca), Jungkook acudía a Seokjin para pedirle ayuda. No quería admitir ante su padre que no era capaz de manejar la situación, pues ansiaba más que nada en el mundo quedar bien ante sus ojos. Sin poder negarse, Seokjin terminaba sacándolo del embrollo y haciéndole prometer que dejaría de meterse en aquellos asuntos. Los hombres que Jin pagaba, terminaban encargándose del resto y, sin pensarlo mucho, Jungkook pronto estaba metido de nuevo en otro problema. No sabía decir que no a su padre.  

Esa trágica tarde, poco antes de salir de la oficina, Seokjin se había enterado de labios de su padre —como si aquello fuera un logro—, que había enviado a Jungkook a seguir a Tae y darle un pequeño susto, resultado de su frustración. El Señor Kim no podía con la idea de que su perfecto y querido hijo no fuera correspondido.  Se había dado cuenta por sus miradas y la sonrisa en su rostro cada que Jin me miraba. Por eso nos había dado proyectos juntos, pero aquello no había funcionado conforme a su plan. Después de un par de días de vigilancia, Jungkook le había hecho saber que yo no estaba interesada en Seokjin, porque mi mirada estaba en otra dirección. . . Taehyung. 

Seokjin había salido con prisa en busca de su hermano. No podía creer que su padre hubiera metido las narices en aquello, mucho menos que Jungkook no se lo hubiera contado. Se lamentó al pensar que era todo su culpa. Había hecho que la devoción de Jungkook se basara en simples mentiras, que no habían hecho más que alejarlo de él. 

Para cuando logró rastrear la ubicación de su hermano, la escena que presenció lo conmocionó. Había llegado demasiado tarde. Taehyung estaba golpeado y sangrando en el piso, una mancha roja en su abdomen seguía humedeciendo la tela de la sudadera amarilla que traía puesta. Jungkook seguía aferrado a la navaja ensangrentada, inmóvil, en un extraño estado de trance. 

Ambos habían forcejeado. 

Antes de ello, Jungkook lo había golpeado un par de veces mientras Taehyung intentaba defenderse inútilmente. Tae había querido hablar, le había ofrecido sus objetos de valor creyendo que era víctima de robo, pero eso solo había provocado que Jungkook se molestara más. No era un ladrón, su objetivo era dejarle claro que su hermano era mejor que él. Seokjin era atractivo, inteligente y muy valiente, no entendía por qué era él quien obtenía lo que su hermano deseaba. Jin lo merecía, merecía ser feliz, y el chico frente a él no era más que un estorbo. No quería nada más de él que no fuera alejarlo del camino. 

Sacó la navaja de su bolsillo, esperando que tras una amenaza Taehyung se amedrentara. Quizá al rogar por su vida, Jungkook podía negociar y Tae terminaría prometiendo alejarse —como todos los que habían estado de rodillas frente a Jungkook antes que él—. Pero Taehyung no era así. 

Aunque no tuviera la misma fuerza, agilidad, ni el alcance de su puño, una vez habiendo visto que Yongsun estaba cerca, y que él no era el único corriendo peligro, intentó arrebatar el arma de sus manos tomando por sorpresa a Jungkook, haciendo que su fuerza durante el forcejeo empujara accidentalmente la punta de acero directo a su abdomen. No había sido la intención de Jungkook herirlo de aquella manera.

El corazón de Seokjin se detuvo. No estaba seguro de lo que había sucedido, pero aquella escena no le daba muchas esperanzas. Miró a Tae quejándose en el piso, sosteniendo su celular en su mano y con la otra presionando la herida. Intentaba hacer una llamada aunque en el esfuerzo se le iba la vida. 

¿Qué debía hacer? 

Todo estaba mal. Su instinto le llamaba a socorrer a Tae, pero el corazón le dolía con tan solo pensar en las consecuencias que todo aquello traería. Se giró para buscar a Jungkook que ahora estaba de rodillas en el suelo y las manos llenas de sangre cubriéndose la cabeza.  Corrió hasta él y en ese momento supo que había hecho ya una elección. 

—Hyung. . . , yo, yo no quería . . . —Jungkook se lamentaba. Estaba desecho y lleno de miedo. 

—Está bien, Jungkookie —le dijo, poniendo su mano en su hombro—. Te creo. 

Con cuidado le quitó la navaja ensangrentada de las manos y se giró en dirección a Taehyung. 

Tae —que ya no estaba del todo consciente— había sonreído al verle, creyendo que la ayuda había llegado. Seokjin vio el brillo en sus ojos apagarse cuando le arrebató el móvil de las manos. 

—Lo siento, Taehyung —dijo con un tono apagado. No iba a dejar que llamara a la policía. 

Tae lo miró confundido antes de perder el conocimiento, había perdido demasiada sangre. 

Seokjin sintió la mirada de una Yongsun asustada que intentó huir en cuanto sus ojos se toparon. Pero él había sido más rápido y la había alcanzado antes de que ella pudiera sentir que sus pies respondían. La obligó a entregarle su tarjeta de identificación y le recalcó que dependía solo de ella llevarse una recompensa o una completa pesadilla. Yongsun simplemente había asentido. 

Observó alrededor, había un par de cosas que tendría que solucionar de inmediato. Por suerte era un callejón poco transitado y con apenas dos cámaras que había logrado detectar. Nada que no pudiera solucionarse con un par de llamadas. Se acercó hasta Jungkook y le ayudó a ponerse de pie, y juntos caminaron hasta su automóvil. Echó una última mirada al cuerpo de Taehyung tendido en la acera, y luego miró a Yongsun, haciendo una señal con su cabeza, indicándole que ahora podía llamar a emergencias. Le había explicado lo que tenía que hacer y decir, y también las consecuencias que habría si no obedecía.

Permaneció en silencio todo el camino. Sus manos rígidas sostenían el volante y por un momento se dio cuenta de que había conducido por un buen rato ya sin siquiera saber a dónde iba. Llevó a su hermano a un hotel cercano a su departamento, le ayudó a lavarse todo el rastro que la sangre seca había dejado sobre su piel. Cambió sus ropas y le dio somníferos para inducirle un largo sueño. Lo necesitaba. 

Fue después de haber ido con su abuelo —a explicarle todo y dejar el resto en sus manos—, que se quebró. Miró el puño de su suéter, una casi imperceptible mancha de sangre que desentonaba con el azul de la fina tela, lo que le recordaba que todo aquello había sido real. 

Había enviado a Jungkook a estudiar a Nueva York. Despertaba cada mañana a mi lado, intentando olvidar. Pero, aunque se esforzara por fingir que no había sucedido, estaba ahí, el tortuoso sentimiento de culpa y suciedad. Silencioso pero devastador. 

No supe cuánto tiempo estuve sentada allí, escuchándole, pero después de haber oído todo, me sentí desecha. No solo por Tae, sino por ambos hermanos también. Una parte de mí podía entender a Jungkook, yo misma había crecido como huérfana aún teniendo un padre, yo más que nadie entendía aquella sensación de no tener un lugar de pertenencia. Pensé en lo difícil que debió ser para Seokjin, intentando llevar todo aquel peso, haciendo que todo funcionara al menos a los ojos de su hermano menor. Pero aquello no podía devolverme a Taehyung, él, sin tener culpa de nada, había pagado por el dolor que otros llevaban dentro. Me levanté del suelo y miré a Seokjin, cuando levantó su rostro hacia mí, solté una fuerte bofetada en su mejilla. Llevaba toda mi impotencia desahogada en ella.  

—Lo merezco —dijo Seokjin, haciendo una mueca de dolor. 

—No, Jin —dije—. Lo que en realidad mereces es pudrirte en prisión. Tú, Jungkook, tu padre. . . , todos son culpables.

Lo miré con lágrimas en los ojos. 

—Escucha, te he contado absolutamente todo. Pagaré por lo que he hecho —afirmó con ojos suplicantes—. Pero por favor, ayúdame a sacar a Jungkook de todo esto. . .

—No puedo, Seokjin—interrumpí—. Esa es la realidad y no podemos cambiarla—saqué el móvil de mi bolsillo y se lo mostré—. Está todo grabado.

Seokjin me miró angustiado. Y supe que temió más por el futuro de su hermano, que por lo que pudiera sucederle a él o a su padre. 

Aún lo miraba cuando escuché un golpe repentino proveniente de las escaleras. La puerta había sido azotada, y en menos de lo que pude reaccionar, aquella fuerza se abalanzó sobre mí. 

—¡Dame eso! —me ordenó con firmeza, pero alcancé a ver el miedo en sus ojos. 

Luché por no entregarle mi móvil. Era la única prueba real de lo que había pasado con Taehyung, mi única esperanza de justicia.

—¡Jungkook! —escuché a Seokjin hablarle a lo lejos—. ¡Basta, Jungkook! 

Era su hermano. Y parecía haber escuchado todo. 

Reconocí su rostro. Era el chico que nos miraba a Taehyung y a mí durante aquella tarde en la fiesta a la que Seokjin nos había invitado. Me pregunté cuánto tiempo había estado observándonos. Cuántos días había paseado cerca de nosotros sin que lo percibiéramos. Volví a sentir un golpe, esta vez no era a mí a quien embestían. Seokjin había logrado soltarse, y ahora sujetaba a Jungkook con sus brazos  intentando tranquilizarlo. 

Todo era un caos. Ahí, frente a mí. En mi cabeza. En el pasado. 

Cuando pude recuperarme un poco, miré cómo el chico que me había tumbado segundos atrás lloraba abrazado a un Seokjin también desconsolado. Vulnerables, lastimados. Y entonces me di cuenta de que lo que Tae quería no era justicia o venganza, sino libertad. Su nobleza, su enorme corazón trascendía a la muerte y entenderlo me traía paz. Taehyung quería traer desahogo y consuelo, buscaba unir las piezas rotas. Traer perdón y una nueva oportunidad a lo que parecía perdido. Por un momento comencé a comprender la situación, como una luz cortando la oscuridad llegó a mí. Podía entender lo difícil que había sido para ambos cargar con la culpa en silencio, con las heridas del pasado, con las mentiras que carcomían todo lo bueno lentamente. Y entendí el lazo que los unía, y cómo yo también estaba dispuesta a todo por la persona que amaba. Su amor y su lealtad no era diferente a lo mío con Tae. Pensé en que yo misma habría sacrificado todo si hubiera estado en mis manos el salvarlo y disminuir su dolor.

Me levanté y sacudí mi ropa. Me alejé en silencio mientras echaba un último vistazo a aquella conmovedora escena. Ambos hermanos confrontando la realidad, las mentiras que en lo oculto habían ido transformándose hasta ser gigantescas, caían rendidas ante la verdad. El silencio perdía su poder conforme los sollozos aceptaban el miedo pero también comenzaban a reconocer su facultad de hacerle frente. El resentimiento que había dentro de mí, comenzó a disiparse. Supe que había terminado. Era lo que Tae habría querido. Liberarlos. 

—¡NO PUEDO MÁS! —Aquel grito desesperado me tomó por sorpresa—. ¡Todo esto es una mierda, Jin! 

Era Jungkook, tenía los ojos hinchados por el llanto. Pude percibir el dolor en su voz. 

—¡Tengo que pagar! —repetía una y otra vez.

Seokjin intentaba sujetarlo con más fuerza en sus brazos, pero el chico era más fuerte. Lo próximo que vi, fue a Jungkook zafándose del agarre de Seokjin y correr hasta el borde. Todo en cámara lenta. Jin voló detrás de él tratando de evitar lo que obviamente Jungkook tenía en mente, pero antes de que pudiera alcanzar a sostenerlo, el cuerpo de Jungkook se desvaneció cayendo al vacío. 

—¡JUNGKOOOOOOOOK! —el grito desgarrador de Seokjin me paralizó. Asomó medio cuerpo mientras veía a su hermano caer directamente al asfalto. —¡NO, NO, NO! ¡No porfavor! —le escuché murmurar para sí mismo cuando pasó de largo a mi lado, con la intención de bajar a toda prisa. 


El cuerpo de Jungkook parecía caer dentro de un espacio sin fin mientras esperaba su destino: el golpe letal del asfalto quebrando cada parte de su cuerpo. Le dolía la idea pero más le dolía la vida.

Al final suponía que todo se reducía a una opción; dedicarse a vivir o dedicarse a morir. No podía hacer ambos, y hasta ahora intentar vivir no había marchado nada bien. Se preguntaba en qué momento había llegado a ese punto, no podía más con el dolor y la culpa, silenciando el abandono y su falta de amor. Estaba listo para terminarlo todo. Cerró su ojos.

Y mientras esperaba con miedo la muerte, lo que sintió fue una inexplicable sensación de paz —además del hecho de que no parecía haber fin a su caída—. Sintió un par de brazos sosteniéndole cual niño pequeño. Abrió sus ojos lentamente y lo que vio le dejó paralizado, Taehyung le miraba con ternura, era quien le detenía con suavidad en aquella caída libre. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas, quería decirle cuánto lo sentía, que no había sido su intención arrebatarle la vida. Pero los sollozos no le dejaban emitir palabra.

—Te perdono, Jungkook. Estamos en paz —la voz profunda de Taehyung llenó el silencio de una forma cálida y envolvente—. Vive. Vive bien. Haz que cada minuto valga. 

Inmediatamente Jungkook sintió cómo tocaba suavemente el asfalto con su espalda mientras la figura casi invisible volvía a elevarse lentamente.

—¡JUNGKOOK! —el gritó ahogado de Seokjin les hizo voltear a ambos. Los tres compartieron miradas que compartían más emociones de las que jamás en la vida habían comprendido. Algo había cambiado, algo que no podía expresarse con palabras y que, precisamente por eso, les hacía palpitar como nunca el corazón. Fue como si Tae hubiera llegado para deshacer aquellos muros y a partir de ese instante podían sentirse libres. Más libres de lo que alguna vez habían sido. 




Me asomé con miedo de ver lo que había sucedido ahí abajo. Distinguí tres siluetas, Seokjin que llegaba corriendo, su hermano que para mi sorpresa estaba totalmente ileso y . . . ¿Tae?

Vi cómo su figura se elevaba hasta llegar a la altura de último piso donde yo me encontraba. Y aunque me seguía costando creer en lo sobrenatural —ya me lo había replanteado varias veces—, estaba segura de que era él.  

—Adiós —susurré.

Tae sonrió y negó dulcemente con su cabeza. 

—Hasta luego, cielo —pude leer de sus labios—. Me arrojó un beso  como solía hacerlo y luego  desapareció en el instante.

A pesar de su ausencia, mi corazón se sentía lleno. 

Bajé las escaleras con lentitud. Había sido demasiado y el agotamiento comenzaba a reflejarse en mi cuerpo. No fue una sorpresa encontrarme con el piso vacío, tomé sin ganas mi bolso antes de salir y abandonar el lugar como todo el mundo había hecho ya.

Cuando llegué a la planta baja me sorprendí al ver a Namjoon discutiendo con el guardia, parecía intentar convencerlo de dejarlos pasar. Jimin alcanzó a verme y corrió hacia mi encuentro. 

—¡Gracias al cielo! —me abrazó—. ¿Estás bien? 

El resto de los chicos se percataron de mi presencia y me rodearon de inmediato. Por un breve momento me atosigaron con un sinfín de preguntas que no sabía cómo responder. Se habían dado cuenta de que algo había ocurrido minutos atrás al ver a Seokjin desesperado saliendo del edificio, pero al parecer, ellos no habían visto nada.  

—Seguro hiciste una estupidez —gruño Yoongi. Me miró con su distintiva expresión indiferente,  para luego acariciar mi cabeza. Sabía que aunque le costaba expresarlo, se preocupaba por mí y ese pequeño acto era un gran esfuerzo de su parte por hacérmelo saber.

—Terminó. —Interrumpí el sonido de las voces que hablaban a la vez. De inmediato guardaron silencio y me observaron sorprendidos. No tuve que explicarles nada, ni ellos tuvieron que preguntar. Una extraña complicidad hacía que entendiéramos todo. Podíamos seguir, Tae podía descansar en paz.

—¡Vamos, Noona! —Yeonjun me ofreció brazo—. Te llevaremos a casa. 








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