Capitulo 6.- Recuerdos de una guerra lejana
10 de Septiembre de 1941
Iósifgrad, orillas del Río Idel
El aire olía a polvo, humo y sangre vieja. Tanya se movía con cuidado entre las ruinas de Iósifgrad, su Mosin-Nagant colgado del hombro, mientras el frío viento de septiembre cortaba su rostro. Su cabello, ahora cortado hasta los hombros, le rozaba la nuca, pero no le importaba; había adoptado una rutina tan mecanizada como sus disparos. A estas alturas, las ideas de deserción habían quedado en el pasado. Lo que había presenciado en el último año le había arrebatado cualquier ilusión de escape. "La única salida de esta guerra es ganarla o morir en el intento," pensaba con amarga resignación.
Habían pasado más de doce meses desde que la Unión de Atlas había lanzado su titánica ofensiva contra la Federación de Eurasia. Seis millones de soldados, respaldados por una maquinaria de guerra implacable, habían abierto un frente de más de tres mil kilómetros. Tanya recordaba los primeros meses: resistencia feroz, pero inútil. Las líneas eurasianas cedieron ante las fuerzas mejor entrenadas y equipadas de Atlas, retrocediendo cientos de kilómetros hasta que el enemigo llegó a las mismas puertas de su patria.
El eco de la artillería distante sacudió los escombros a su alrededor mientras Tanya escalaba los restos de una casa en ruinas. Las paredes, perforadas por la metralla, eran como huesos expuestos, pero la estructura aún resistía. Desde lo alto de ese edificio, ahora un nido de francotiradores, tenía una vista privilegiada del río Idel. Allí arriba había lo básico para sobrevivir: unas patatas marchitas, una olla ennegrecida, un pequeño fogón apagado, carbón, municiones y una manta raída. Con un suspiro, dejó las provisiones que había traído para reabastecer el puesto. Sabía que estaría atrapada ahí al menos tres días hasta que alguien viniera a reemplazarla.
Desde su posición, vio cómo los ferris cruzaban el río, cargados de reclutas con uniformes caqui. Algunos llevaban fusiles desgastados, otros iban armados con herramientas improvisadas: palas, picos y cuchillos. Para los comandantes, cualquier cosa que pudiera matar a un enemigo era suficiente.
El primer ferri atracó en el muelle. Tanya observó cómo un grupo de Soldados de Choque desembarcaba en formación, sus pasos firmes resonando en el suelo destrozado. Portaban subfusiles PPSh-41, ametralladoras DP-27 y armaduras que cubrían su torso y abdomen. Al frente, un oficial con gorra caqui daba órdenes con voz autoritaria.
—¡Rápido! ¡Desembarquen y ocupen sus posiciones! ¡Vamos, vamos! —gritaba mientras los reclutas corrían por la rampa con una mezcla de miedo y determinación.
Tanya ajustó su rifle y se recostó sobre una pila de escombros, observando a través del visor cómo los soldados se dispersaban en busca de cobertura.
—Pobres diablos —murmuró, su voz apenas un susurro para sí misma.
El estruendo de la artillería de Atlas interrumpió el silencio. El primer proyectil impactó en el agua, levantando una columna de vapor y espuma. Tanya permaneció inmóvil, con los ojos fijos en los ferris que seguían cruzando el río.
—No tardarán en caer sobre ellos —dijo en voz baja, cargando su Mosin-Nagant y ajustando el cerrojo con movimientos meticulosos.
Otro disparo de artillería se estrelló, esta vez más cerca, arrancando gritos de pánico de los reclutas. Tanya colocó a uno de los oficiales enemigos en la mira de su visor. Su dedo acarició el gatillo con frialdad.
—Primero tú, luego el resto.
Disparó. El oficial cayó, su cuerpo desplomándose como una marioneta a la que le habían cortado los hilos. Sin perder tiempo, ajustó su posición y apuntó a un soldado que intentaba cubrirse detrás de una barricada. Otro disparo. Otro cadáver.
A su lado, un destartalado radio comunicador emitió un crujido. La voz de Zaytsev resonó en la frecuencia.
—Sargento Dzhugashvili, informe de su posición.
—En el nido asignado, Capitán. He abatido dos objetivos. La artillería está ajustando sus disparos sobre los ferris —respondió Tanya con calma profesional.
—Manténgase alerta. Necesitamos tiempo para organizar la ofensiva
—Entendido —respondió Tanya, aunque sabía lo que significaba.
Cubrir la ofensiva nunca era una buena noticia. Mientras más tiempo permaneciera en su posición, más probable era que el enemigo la encontrara. Pero ese era su trabajo: ser el escudo y la lanza a la vez, una posición que conocía demasiado bien desde su vida anterior.
El caos en el muelle se intensificaba con cada segundo que pasaba. Una marea desorganizada de reclutas emergía de los ferris como una ola que golpeaba la costa. Gritaban con fervor "¡Urrá!", sus voces resonando incluso por encima de las explosiones y el crepitar de las ametralladoras. Algunos llevaban en alto la bandera roja de Eurasia, ondeándola con un fervor desesperado, mientras otros corrían con rifles desgastados o simples herramientas convertidas en armas improvisadas. La determinación en sus rostros era palpable, pero también lo era su vulnerabilidad frente a la maquinaria de guerra superior de Atlas.
Tanya observaba todo desde su posición elevada, el visor de su Mosin-Nagant registrando cada detalle. A su lado, el nido de francotiradores temblaba ligeramente con cada impacto de artillería en las cercanías. Desde las alturas, podía distinguir mejor el panorama: las líneas de Atlas, bien organizadas y respaldadas por blindados, parecían un muro impenetrable. Y aun así, los reclutas seguían corriendo, directo hacia su muerte.
Un rugido ensordecedor la hizo apartar la vista por un momento. Un T-34 emergía del muelle, su motor escupiendo humo negro mientras avanzaba. Tanya alzó una ceja. "Al menos algo que no sea carne de cañón," pensó con sarcasmo, aunque no podía negar que el tanque traía un respiro de esperanza para los hombres en el terreno. Un grupo de reclutas se apiló tras el blindaje del vehículo, usándolo como una cobertura móvil en medio del infierno.
Con movimientos precisos, Tanya volvió a apuntar. Desde su visor, localizó a un oficial enemigo que gesticulaba frenéticamente, coordinando las defensas. Disparó. Su blanco cayó al suelo con un movimiento espasmódico. Otro disparo. Otro objetivo menos.
Pero su atención se desvió hacia las tropas de choque que avanzaban tras el T-34. Soldados de élite, armados hasta los dientes y moviéndose con disciplina, corrían en formación tras el tanque. Al frente, su oficial sostenía una pistola en una mano mientras gritaba órdenes con un tono autoritario. Tanya frunció el ceño, intrigada. Era obvio que intentaban forzar una brecha en las líneas de Atlas usando el blindado como punta de lanza.
Un caza enemigo rugió por encima de su cabeza, seguido de cerca por un caza de Eurasia que intentaba derribarlo. Las explosiones y ráfagas de ametralladora en el aire marcaron el inicio de un combate aéreo sobre la devastada ciudad. Tanya murmuró para sí misma:
—El cielo también arde.
En el suelo, el T-34 avanzaba con determinación, su grueso blindaje resistiendo los disparos de los cañones de 50 mm enemigos. Tanya notó cómo los soldados de Atlas comenzaban a retroceder frente a la embestida. Las tropas de choque de Eurasia avanzaban con la misma letalidad, cortando las defensas enemigas como un cuchillo caliente atravesando mantequilla.
Por un momento, parecía que la balanza se inclinaba, que Eurasia lograría una pequeña victoria en este infierno. Pero entonces lo escuchó: el desgarrador grito de un bombardero en picada. Tanya alzó la vista y lo vio.
—No... —murmuró, mientras su mente corría más rápido que sus palabras.
El bombardero enemigo se lanzó en picado hacia el T-34, su silueta oscura descendiendo como un depredador sobre su presa. Soltó su carga letal con una precisión mortal. Tanya apenas tuvo tiempo de apartar la vista cuando la explosión iluminó el campo de batalla. El tanque estalló en pedazos, lanzando llamas y metal retorcido en todas direcciones.
La línea de reclutas se rompió de inmediato. El caos se apoderó de ellos mientras retrocedían, gritando y tropezando unos con otros. Las tropas de choque, en cambio, no perdieron el tiempo. Tanya observó cómo su oficial los lideraba hacia la izquierda, pistola en mano, gritando órdenes mientras se lanzaba al frente. "Valiente, o suicida," pensó Tanya, aunque en este punto ambas cosas parecían lo mismo.
Volvió a ajustar el cerrojo de su rifle, tomando aire para calmar su pulso. Las tropas de choque necesitaban una cobertura mientras maniobraban, y ella sabía que su precisión era la única ventaja real que tenían en este momento. Ajustó el visor y apuntó nuevamente, buscando otro objetivo entre las líneas enemigas.
—Vamos... muéstrenme al próximo desgraciado —murmuró para sí misma, mientras su dedo se posaba en el gatillo.
El panorama comenzaba a cambiar de forma inesperada. Tanya observó con incredulidad cómo las tropas de Atlas abandonaban sus posiciones defensivas. Los soldados enemigos retrocedían de manera apresurada, dejando atrás trincheras, nidos de ametralladoras y cuerpos de sus camaradas caídos. Incluso los reclutas de Eurasia, que momentos antes corrían como un río desbocado hacia la muerte, parecían detenerse por la confusión.
Tanya frunció el ceño. "¿Qué demonios está pasando? No tienen refuerzos, y nosotros tampoco. ¿Por qué están retrocediendo?"
Su mirada volvió al terreno. Era evidente que ni los reclutas de Eurasia ni los de Atlas estaban dispuestos a quedarse el tiempo suficiente para enfrentar otro tanque. Pero Tanya sabía, con absoluta certeza, que ese T-34 destruido había sido el único disponible en este sector.
Desde su posición, vio cómo las tropas de choque seguían avanzando, imperturbables ante el colapso de las líneas enemigas. La disciplina y el entrenamiento eran evidentes en sus movimientos, casi ajenos a la posibilidad de retirada. De repente, el sonido seco de una ametralladora rompió el breve silencio. El nido enemigo había reanudado su fuego, escupiendo balas contra los soldados de Eurasia.
Tanya giró rápidamente su rifle para localizar la posición. Entre los escombros, distinguió el brillo del cañón de la ametralladora, pero los disparos de cobertura y los movimientos constantes del enemigo le impedían un tiro limpio. Maldijo por lo bajo mientras ajustaba su posición.
Entonces, vio cómo las tropas de choque desaparecían entre los edificios, dirigiéndose directamente hacia el nido enemigo. Sus movimientos eran rápidos y coordinados, casi suicidas. Tanya los siguió con la mira de su rifle, conteniendo el aliento. Pronto, una explosión resonó desde el interior de los escombros, seguida por un silencio que pareció eterno. Cuando el ruido cesó, también lo hizo el eco de la ametralladora.
"Lo lograron," pensó Tanya, aunque su rostro permaneció inexpresivo. Las tropas de Atlas, al notar la eliminación del nido, continuaron su retirada, dejando el área en manos de las agotadas fuerzas de Eurasia.
El sonido de obuses comenzó a llenar el cielo, los proyectiles bombardeaban las posiciones del Ejército Rojo con una precisión mortal. Tanya bajó la vista al muelle, donde el caos seguía reinando. En medio de todo, el chillido de su radio destartalada rompió su concentración.
—¡Ayuda! Aquí el cabo Aleks, solicitando refuerzos! —la voz desesperada resonó entre la estática—. ¡Estamos atrapados en un edificio de apartamentos! ¡Un kilómetro al norte del muelle! ¡Hay civiles, y los atlasianos nos tienen rodeados!
Tanya suspiró profundamente, dejando escapar una mezcla de frustración y resignación. "¿Civiles?" pensó. Era ridículo. Sabía que el alto mando del Ejército Rojo no haría nada por ellos. Para ellos, los civiles eran poco más que peones, un sacrificio necesario para mantener la moral de los soldados. Iósifgrad ni siquiera había sido evacuada. "No pelean por las ruinas; pelean por la ilusión de salvar a alguien," reflexionó Tanya con amargura.
El rugido familiar de una voz enérgica la sacó de sus pensamientos.
—¡Entendido, camarada! ¡Las tropas de choque vamos para allá! —respondió una voz a través de la radio.
Tanya alzó las cejas. Reconocía ese tono seguro y autoritario: el teniente Lev Isakovich. "Con razón este liderazgo me resultaba tan familiar," pensó. Era típico de él tomar decisiones audaces, valientes y, sobre todo, suicidas.
Mientras observaba los movimientos de las tropas de choque desde su posición elevada, Tanya murmuró para sí misma:
—"Valientes idiotas. Pero supongo que alguien tiene que hacer el trabajo sucio."
Ajustó su rifle, lista para brindar cobertura a la distancia. No porque creyera en la causa, ni porque le importara salvar a los civiles. Lo hacía porque, en este juego brutal, su supervivencia dependía de mantener la ilusión de que todos jugaban para el mismo equipo, y evitar que la abandonaran a su suerte.
El sonido ensordecedor de los disparos resonaba por toda la ciudad en ruinas, una sinfonía caótica de violencia que no dejaba lugar para la tranquilidad. Tanya, inmóvil en su nido de francotirador, observaba la escena desde las alturas. El edificio cercado estaba siendo bombardeado por el fuego incesante de los soldados de Atlas. Cada disparo enemigo parecía empujar a los defensores dentro del edificio hacia una inevitable derrota. Los disparos desde dentro eran cada vez más esporádicos y débiles, como un latido que se desvanecía.
Tanya respiró hondo y ajustó su mira. "Tienen ventaja numérica, pero están demasiado confiados," pensó. Desde su posición, tenía una visión clara de la escena y de las tropas de choque que se acercaban por detrás, un grupo letal y silencioso liderado por Isakovich.
—"Idiotas, nunca revisan sus espaldas,"— murmuró mientras apretaba el gatillo. El sonido de su disparo se mezcló con los ecos de la artillería que continuaba tronando en la distancia. Una bala, un oficial de Atlas caído. El caos se intensificó.
Los reclutas eurasianos, energizados por la retirada del enemigo, recogían apresuradamente las armas abandonadas. Armados y desesperados, cargaban con gritos de "¡Urra!" en sus gargantas, corriendo hacia el fuego. La confusión alcanzó su punto álgido cuando las tropas de Atlas, atacadas desde tres flancos distintos, sucumbieron bajo una lluvia de balas. Tanya observó cómo sus cuerpos caían, como marionetas cuyos hilos habían sido cortados. Fue rápido. Fue letal.
Desde su posición elevada, Tanya vio cómo los soldados del cabo Aleks emergían del edificio en ruinas junto a un grupo de civiles aterrados. Aunque no podía escuchar sus palabras, estaba segura de que Aleks estaría agradeciendo efusivamente al teniente Isakovich y a sus tropas de choque. La escena no duró mucho. La calma momentánea fue rota por un grito aterrador que resonó en todas las radios.
—¡TENEMOS TANQUES DE ATLAS!
El tono de desesperación en la voz del recluta no dejaba lugar a dudas. Tanya rápidamente buscó con su mira. Allí estaban. Una fría y letal máquina de guerra emergía de entre los escombros, un tanque de Atlas avanzando con intención implacable. Su mirada apenas tuvo tiempo de registrarlo cuando un segundo tanque apareció, emergiendo desde una fábrica destruida.
—"Por supuesto" - murmuró Tanya con un deje de irritación mientras fruncía el ceño. Su Mosin-Nagant era inútil contra esos monstruos.
La radio crepitó nuevamente, esta vez con la voz áspera del coronel Churkin.
—¡Camaradas! Los fascistas han traído un cañón antitanque amablemente con ellos. ¡Tómenlo y úsenlo inmediatamente para acabar con sus juguetes de guerra!
Tanya resopló con sarcasmo, pero no perdió el tiempo. Movió su rifle y localizó al cañón antitanque y su dotación. Sus manos actuaron con la precisión de una máquina, eliminando a los artilleros uno a uno.
—"Uno menos, otro menos..." murmuró con cada disparo hasta que todos cayeron.
Las tropas de choque no perdieron tiempo. Se movieron como un enjambre hacia el cañón, arrastrándolo con un esfuerzo hercúleo hasta posicionarlo detrás de uno de los tanques. El primer disparo resonó con fuerza. Tanya observó con atención. La explosión sacudió al tanque, pero no lo detuvo. La torreta comenzó a girar lentamente, apuntando hacia la posición del cañón antitanque.
—"Maldita sea, apúrense..." masculló Tanya, ajustando la mira para intentar proporcionar apoyo cegando al tanque.
Pero las tropas de choque fueron más rápidas. Un segundo disparo retumbó, esta vez perforando el blindaje del tanque y desatando una explosión interna que lo redujo a un amasijo de metal en llamas.
El segundo tanque, al ver el destino de su compañero, intentó girar y retroceder, buscando una ruta de escape. No llegó lejos. Una explosión lateral, producto de un disparo perfectamente colocado, lo transformó en un espectáculo de fuego y humo.
Tanya se relajó un poco, pero solo por un instante. La radio volvió a crujir.
—¡Los tanques enemigos han sido destruidos! ¡Prepárense, camaradas, para lanzar una ofensiva contra las posiciones fascistas!
Tanya suspiró, apoyando la frente contra la culata de su rifle por un momento antes de mirar nuevamente a través de la mira.
—"Ofensiva... Claro, porque no hemos tenido suficiente carnicería por hoy."
Ajustó su posición, cargó su rifle con una calma casi indiferente y apuntó hacia el horizonte. El trabajo aún no había terminado.
El caos de la batalla continuaba desplegándose como un espectáculo sangriento y frenético. Los reclutas de Eurasia, obedeciendo las órdenes con miedo y determinación igual de mezclados, avanzaban en oleadas desorganizadas hacia las líneas defensivas de Atlas. El sonido de las ametralladoras pesadas y el fuego cruzado retumbaba en el aire, ahogando los gritos de los hombres que caían al suelo como muñecos de trapo.
Desde su posición, Tanya disparaba con meticulosa precisión. Sus ojos analizaban el campo de batalla, buscando objetivos prioritarios entre el caos: oficiales enemigos, artilleros, cualquier amenaza que pudiera romper las frágiles filas eurasianas. La plaza en la que se libraba el combate estaba abierta, un escenario perfecto para las líneas de fuego de Atlas. La fuente central, una representación casi grotesca de niños bailando alrededor de un cocodrilo, parecía una burla cruel en medio de la carnicería.
Tanya recargó su Mosin-Nagant con movimientos rápidos y mecánicos. Cada bala encontraba un objetivo, cada disparo era una decisión calculada. Pero incluso sus esfuerzos no podían cambiar la realidad de la guerra. Los reclutas retrocedieron en desorden, buscando refugio del infierno que tenían frente a ellos.
Lo que vio después hizo que su estómago se revolviera. Oficiales del NKVD gritaban y gesticulaban hacia los hombres, exigiendo que volvieran a avanzar. Tanya observó cómo uno de ellos levantaba su subfusil y abría fuego contra sus propios camaradas. Otros oficiales siguieron el ejemplo. Las balas del NKVD obligaron a los reclutas a volver al frente, bajo el fuego enemigo.
"Orden 227," pensó Tanya con desdén. Retirarse sin permiso en una ofensiva era considerado deserción, y el castigo era la muerte. No importaba cuán irracional fuera el ataque ni cuántas vidas se perdieran innecesariamente.
—"Qué idiotez," murmuró mientras volvía a disparar, apartando esos pensamientos.
El rugido de otro motor la hizo levantar la vista. Otro tanque de Atlas apareció en escena, su blindaje reflejando la luz del sol poniente. Tanya frunció el ceño. "¿De dónde demonios sacan tantos?" se preguntó, su tono cargado de frustración.
El tanque abrió fuego con su cañón corto y su ametralladora, dispersando a los reclutas que intentaban reagruparse. Las tropas de choque de Isakovich, como siempre, intervinieron en el momento crítico. Arrastraron el cañón antitanque hasta una posición favorable y, con un disparo certero, impactaron la torreta del vehículo enemigo. Mientras tanto, otras tropas atacaban el flanco izquierdo de las trincheras de Atlas, abriéndose paso con una mezcla de valentía suicida y una convicción implacable.
Finalmente, la línea defensiva de Atlas colapsó. Los soldados enemigos huyeron, dejando atrás un rastro de armas, municiones, cuerpos y heridos. La zona este de la ciudad, al menos por ahora, pertenecía a Eurasia.
Tanya se permitió un momento para respirar. Su cuerpo estaba tenso, sus manos temblaban ligeramente mientras inspeccionaba su rifle. El sol se estaba ocultando, tiñendo el cielo de un rojo intenso que parecía reflejar el horror del día. La noche pronto caería, trayendo consigo un frío que no era solo físico.
Un movimiento en la plaza captó su atención. Tanya levantó su rifle, ajustando la mira rápidamente. Allí estaba: un soldado de Atlas, de rodillas, con las manos levantadas, suplicando por su vida. La escena se desarrolló con una brutalidad simple. Isakovich se acercó, seguido de un grupo de reclutas. Uno de ellos apuntó al prisionero y, tras un disparo seco, el atlasiano cayó al suelo muerto.
Tanya bajó su rifle, observando la escena con indiferencia aparente, pero sintiendo un nudo en el estómago.
—"Qué desperdicio," murmuró para sí misma, su voz apenas audible sobre el silencio inquietante que seguía a la batalla. En la guerra, incluso la misericordia era un lujo que nadie podía permitirse.
La noche envolvió la ciudad en un manto oscuro, ocultando las cicatrices de la batalla bajo su velo. El aire estaba cargado del olor metálico de la sangre, el humo y la pólvora. Tanya, sentada junto a un pequeño fuego apenas visible entre las ruinas, observó las débiles llamas danzantes mientras el frío de la noche se colaba por su uniforme desgastado. Solo se atrevió a encender el fuego después de notar otras pequeñas llamaradas en las posiciones cercanas. Al menos, pensó, no sería el único blanco fácil en la penumbra.
Recostó su cabeza contra una pila de escombros y dejó que sus ojos se alzaran hacia las estrellas, salpicando el cielo como pequeños destellos de esperanza inalcanzable. Por un instante, permitió que su mente vagara, recordando los acontecimientos del último año, las decisiones que la habían llevado a este momento y este lugar.
La guerra siempre le había resultado repugnante, una manifestación de la irracionalidad humana que despreciaba profundamente. Aún así, había servido al Imperio con diligencia, no por lealtad o patriotismo, sino porque amaba volar. Su orbe operativo y la sensación de libertad al surcar los cielos con el 203° Batallón de Magos Aéreos eran lo único que aliviaba su aversión por el conflicto. Pero todo cambió cuando el Imperio comenzó a desmoronarse, desgastado por múltiples frentes y una guerra sin fin a la vista.
"Ni siquiera volar podía calmar mis pensamientos," reflexionó, con un toque de amargura.
Ahora, estaba aquí, en medio de otra guerra, luchando para evitar que un grupo de fanáticos genocidas conquistara el mundo. Era irónico, pensó, cómo los ideales que proclamaban ambos bandos no eran más que excusas para justificar el sufrimiento y la destrucción. "La humanidad siempre encuentra formas de matarse," murmuró para sí misma, sus palabras casi perdidas en el crujido de las llamas.
Se cubrió con su manta raída, el calor del pequeño fogón apenas suficiente para ahuyentar el frío que se aferraba a su piel. "No voy a dormir," se dijo, aunque sus párpados comenzaron a pesarle más con cada segundo. El cansancio finalmente la venció, y cerró los ojos, cayendo en un sueño inquieto.
Las estrellas sobre ella continuaron brillando indiferentes, observando desde su eterno refugio mientras otro día de lucha y sacrificio aguardaba en el horizonte.
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