Capitulo 5

4 de junio de 1940

El sol apenas comenzaba a iluminar el horizonte cuando Tanya abrió los ojos. A su lado, Svetlana estaba acurrucada, abrazada a su brazo. La pequeña había tenido pesadillas esa noche y, a pesar de sus 14 años, había pedido dormir con su hermana mayor.

—Ya estás grande para estas cosas, Lana —le había dicho Tanya, intentando mantener una apariencia de severidad. Pero su voz había sido suave, y al final ambas terminaron compartiendo la cama, como en los viejos tiempos.

Esa mañana, Tanya suspiró y sacudió ligeramente a Svetlana.

—Despierta, dormilona. Tenemos que movernos o llegaremos tarde.

—Cinco minutos más... —murmuró Svetlana, cubriéndose la cabeza con la manta.

—Cinco minutos menos para desayunar —respondió Tanya, arqueando una ceja.

Svetlana gruñó en protesta, pero terminó levantándose. Entre bostezos y movimientos torpes, se puso su uniforme escolar mientras Tanya se peinaba frente al espejo, recogiendo su cabello rubio en su característica coleta.

Cuando ambas llegaron al comedor, notaron que algo no estaba bien. Los guardias del palacio estaban más alerta de lo habitual, sus movimientos tensos y sus miradas vigilantes. Las sirvientas corrían de un lado a otro, sus rostros pálidos por la inquietud.

—¿Qué ocurre? —preguntó Tanya a una de las mujeres, quien apenas se detuvo para responder.

—El Secretario General salió temprano esta mañana. Mucho más temprano de lo habitual. Se trata de una reunión urgente sobre... defensa nacional.

Tanya frunció el ceño. "Defensa nacional." Las palabras no auguraban nada bueno. Sin embargo, decidió no preguntar más. La inquietud en el ambiente era palpable, pero sabía que no obtendría más información.

—Apresurémonos, Svetlana. Es hora de ir a la escuela —dijo finalmente, tomando la mochila de su hermana y guiándola hacia la salida.

Mientras caminaban por las calles hacia el instituto, Tanya no podía ignorar la cantidad de vehículos militares que pasaban. Camiones llenos de soldados, tanques rodando pesadamente y motocicletas escoltando caravanas. Svetlana, siempre curiosa, no tardó en romper el silencio.

—¿Crees que algo malo esté pasando? —preguntó, mirando los vehículos con ojos inquietos.

Tanya apretó los labios.

—No lo sé... pero parece que todos se están preparando para algo.

El día continuó con un aire de tensión creciente. En la escuela, los alumnos murmuraban entre sí, compartiendo rumores y especulaciones. Algunos hablaban sobre la repentina movilización del ejército; otros se preguntaban por qué varios compañeros estaban ausentes. Incluso el profesor, un hombre normalmente estricto, parecía más interesado en vigilar el reloj que en la lección del día.

Tanya intentaba mantener la calma mientras observaba todo con ojos analíticos, tratando de descifrar lo que ocurría. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el altavoz de la escuela resonó con un mensaje del director.

—Todos los alumnos deben reunirse en el patio inmediatamente.

El director, un hombre anciano que siempre parecía tranquilo, ahora mostraba un nerviosismo evidente. Cuando los estudiantes se congregaron, sus palabras resonaron en un silencio tenso.

—Compañeros y compañeras, debo informarles que... esta mañana, la Unión de Atlas ha iniciado una invasión sorpresa contra la Federación de Eurasia.

El patio estalló en murmullos y exclamaciones. Algunos alumnos lloraron al instante; otros intentaron preguntar qué significaba eso exactamente, pero el director no tenía más respuestas.

Tanya, sin embargo, sintió que el mundo se detenía. "La Unión de Atlas." La nación que alguna vez había sido su esperanza de escape ahora se había convertido en una amenaza tangible.

—Tanya... ¿qué significa esto? —preguntó Svetlana, aferrándose a su brazo con fuerza.

Tanya tardó unos segundos en responder, su mente procesando la noticia con una mezcla de preocupación y furia.

—Significa que nuestra vida está a punto de complicarse, Lana. Mucho.

Mientras el director intentaba calmar a los alumnos, Tanya miró el cielo, donde los aviones de combate de la Federación patrullaban con urgencia. "Esto es solo el comienzo," pensó con una mezcla de temor y resignación. Una vez más, el caos estaba a punto de devorar su vida.

El resto del día, Tanya estuvo perdida en sus pensamientos. Apenas podía concentrarse en las clases. Cada palabra del profesor, cada mirada de sus compañeros, se desvanecían en un trasfondo borroso mientras su mente exploraba ideas cada vez más inquietantes.

"Esto es lo inevitable," pensó, mirando por la ventana. "Los estados opresores siempre terminan enfrentándose a su juicio. La Unión de Atlas... su democracia ha perdurado más de un siglo. Desde 1820 han logrado mantener estabilidad gracias a su sistema federalista avanzado. Integrar tantas economías, culturas y políticas distintas... es una obra maestra."

Por un momento, se permitió imaginar Lutetia, la capital de esa unión y el equivalente a la París de esta realidad. La imaginó como una ciudad vibrante, llena de vida, arte, ideas y posibilidades.

—¿Estás bien, Tanya? —preguntó Svetlana, interrumpiendo sus pensamientos.

Tanya giró la cabeza, sorprendida por la voz de su hermana menor.

—¿Qué? Sí, estoy bien.

—Suspiraste muy fuerte. Pensé que estabas preocupada por Yakov y Vasili.

Por una vez, Tanya no tuvo que mentir.

—Sí, lo estoy. Esos dos idiotas son la única familia que realmente tengo, aparte de ti, claro —respondió, mirando a Svetlana con una leve sonrisa.

Aunque los apreciaba, una parte de ella no podía evitar pensar en su verdadero anhelo. "Escapar. Encontrar un lugar más libre, más democrático. Una sociedad donde no tenga que esconder sus pensamientos ni vivir con miedo. Una economía que no colapse en unas pocas décadas... un lugar donde pueda ser más que una pieza en este engranaje oxidado."

Cuando finalmente sonó la campana que marcaba el final de las clases, Tanya y Svetlana recogieron sus cosas y salieron del aula. El camino de regreso al Kremlin transcurrió en silencio, con ambas hermanas sumidas en sus propios pensamientos. Tanya, sin embargo, estaba considerando algo que no podía sacar de su mente.

"Si me ofreciera como voluntaria en el ejército regular..." pensó mientras apretaba su bolso contra su pecho. "Podría usar mi posición para desertar. Como francotiradora, tendría movilidad y oportunidades para escabullirme. Podría lanzarme a los brazos de los de Atlas y rogar por asilo..."

La idea la golpeó como un trueno. Era brutal, peligrosa, y, sin embargo, posible. "Incluso si tengo que besar a alguno de esos soldados para ganarme su confianza..."

Se detuvo en seco, sacudiendo la cabeza con fuerza.

—¿Estás bien? —preguntó Svetlana, alarmada por su reacción repentina.

—Sí... sí, solo... un pensamiento tonto.

"Malditas hormonas femeninas," pensó Tanya, disgustada consigo misma. La idea de desertar seguía siendo tentadora, pero no podía permitirse distracciones. Había demasiadas variables y riesgos. Además, Svetlana dependía de ella. No podía abandonarla a su suerte en un régimen que no le ofrecía nada más que un futuro incierto.

Respiró hondo y se obligó a mantener la calma mientras continuaban caminando hacia el Kremlin. Los altos muros de ladrillo rojo se alzaban imponentes contra el cielo, un recordatorio constante de la prisión dorada en la que vivía. "No hoy," se dijo a sí misma. "Pero algún día."

El día que Tanya fue llamada al servicio activo llegó antes de lo esperado. Apenas tuvo tiempo de procesar lo que sucedía cuando le entregaron un uniforme nuevo, un fusil Mosin-Nagant modificado para francotiradores, y una orden clara: unirse a una unidad de élite. Su nombre ya resonaba en los círculos militares como uno de los tiradores más precisos y fríos de Eurasia, pero no fue su habilidad la que la llevó hasta este punto, o al menos eso creía ella.

"Esto es obra de mi padre," pensó Tanya mientras abordaba el tren militar que la llevaría al frente. "Moviendo los hilos como siempre, con su asquerosa habilidad para controlarlo todo. O peor aún... ¿podría ser obra de Ser X?"

El recuerdo de aquella voz burlona en el mausoleo de Ulianov le causó escalofríos. Ser X, el autoproclamado dios que había convertido su vida en un interminable ciclo de desafíos y humillaciones, seguramente estaba disfrutando con esto. Pero Tanya apretó los dientes.

"No te daré la satisfacción de rezar, ni ahora ni nunca," se prometió. "Sobreviviré o moriré, pero jamás me arrodillaré ante ti."

Su unidad fue asignada al 2.º Ejército de Choque, parte de la 22.ª División de Fusileros, y quedó integrada en el 79.º Regimiento de Infantería, específicamente en el 45.º Pelotón de Francotiradores. Tanya, ostentando el rango de Sargento, lideraba a un grupo de diez soldados. La mitad de ellos portaban rifles Mosin-Nagant, mientras que los demás estaban armados con subfusiles PPSh-41.

El viaje hacia el frente fue largo y tedioso. En un tren repleto de soldados, los murmullos de conversaciones nerviosas y el ruido metálico de las vías se mezclaban con el constante ajetreo de oficiales y mensajeros. Tanya, sentada en un rincón junto a sus soldados, mantenía una expresión serena que ocultaba la tormenta de emociones dentro de ella.

—Sargento Dzhugashvili, ¿cree que tendremos la oportunidad de combatir? —preguntó Ivan, uno de los tiradores con el Mosin-Nagant. Era joven, de unos 19 años, con un entusiasmo que Tanya encontraba casi irritante.

—Si estamos aquí, Ivan, es porque nos necesitan en el frente. Y si nos necesitan, combatiremos —respondió Tanya sin apartar la vista de su rifle, que estaba desarmando y limpiando meticulosamente.

—Dicen que el frente está retrocediendo rápidamente —añadió Katya, una soldado con un PPSh-41, mientras ajustaba la correa de su arma.

—Eso no significa que sea el final —intervino Mikhail, otro francotirador, con tono serio—. El Ejército Rojo siempre encuentra la forma de resistir.

Tanya levantó la vista por un momento, observando a su pelotón. Cada uno de ellos era competente, seleccionado por su habilidad y precisión. Pero eran jóvenes, llenos de fe en un sistema que ella sabía podrido hasta el núcleo.

"Les han lavado el cerebro," pensó, aunque no dijo nada. En su lugar, guardó silencio, dejando que el traqueteo del tren llenara el vacío.

7 de Julio de 1940 
Ciudad de Ruskiev

Cuando llegaron al frente, el caos era evidente. Explosiones lejanas resonaban como un tambor que nunca dejaba de golpear. El olor a pólvora y sangre impregnaba el aire. Tanya y su pelotón descendieron del tren con sus armas listas, siguiendo las órdenes de un oficial mayor que les asignó una posición defensiva en el extremo sur de la línea.

—Bienvenidos al infierno, camaradas —dijo el capitán Zaytsev, un hombre de rostro curtido por el combate—. Si esperan gloria, olvídenlo. Aquí, sobrevivir es el único triunfo.

Tanya no pudo evitar una sonrisa amarga. "Eso ya lo sabía, capitán. Mi vida entera ha sido una lucha por sobrevivir."

Mientras se instalaban en sus posiciones, Tanya estudió el terreno con cuidado. La línea estaba retrocediendo rápidamente, como si la Unión de Atlas hubiera planeado cada movimiento con precisión quirúrgica. Si no hacían algo pronto, la Federación de Eurasia sería reducida a cenizas.

Con su pelotón listo, Tanya dio las primeras órdenes:

—Posiciones de francotirador al este y oeste. Los de subfusiles, refuercen el centro y manténganse alertas. No quiero sorpresas.

—Entendido, sargento —respondieron todos al unísono, moviéndose con rapidez y eficiencia.

Tanya se permitió un momento para mirar al horizonte, donde el humo negro de los incendios y explosiones teñía el cielo. La guerra había comenzado en serio, y el destino parecía decidido a probarla una vez más. "No importa lo que venga," pensó, mientras ajustaba la mira de su rifle. "Sobreviviré. No por la Federación, ni por Ser X, ni por mi padre. Sobreviviré porque aún tengo un futuro que robarte."

El aire estaba tenso, cargado del olor a pólvora y el eco distante de disparos que se acercaban con cada segundo. Tanya mantenía la calma, observando a través de la mira de su Mosin-Nagant, mientras el pelotón se preparaba para el inminente choque.

—Sargento Dzhugashvili, ¿listos? —preguntó el capitán Zaytsev, acercándose con paso firme.

Tanya se limitó a asentir, sin apartar la vista de su objetivo. La silueta de un soldado enemigo apareció en la distancia, perfectamente alineada con su mira.

—Espero un discurso motivador, capitán, ¿o vamos directo a los disparos? —dijo Tanya con sarcasmo, su voz apenas audible por el ruido.

Zaytsev soltó una risa seca. 

—Aquí no hacemos discursos, sargento. Esto no es un desfile.

Ella sonrió levemente antes de apretar el gatillo. El disparo resonó, y el soldado enemigo cayó sin un sonido.

"Uno menos."

Sin perder tiempo, Tanya volvió a cargar y disparó. Su precisión era impecable; cada bala encontraba su objetivo. Era un acto mecánico, casi indiferente. Había hecho esto antes, en otra vida, en otro tiempo. Pero la marea enemiga era incesante, y cada segundo parecía traer más soldados desde el horizonte.

"Maldita sea. Están usando su maldito tamaño en nuestra contra," pensó, recordando los informes sobre la Unión de Atlas: una federación masiva, con una industria formidable y recursos casi ilimitados. Esto no era una guerra de supervivencia; era una máquina aplastando a otra más débil.

El cerrojo de su rifle se accionó con un clic vacío. Sin munición. Tanya maldijo entre dientes mientras sacaba más balas de su bolsa y comenzaba a recargar. Sus manos trabajaban con rapidez y precisión, pero la presión era palpable.

—¡Sargento! —gritó Ivan desde su posición cercana.

Tanya levantó la vista justo a tiempo para ver a un soldado enemigo corriendo hacia ella con la bayoneta lista. Por un instante, el tiempo pareció detenerse.

—¡Cuidado! —Ivan disparó, su Mosin-Nagant rugiendo. El enemigo cayó a escasos metros de Tanya, dejando caer su rifle con un ruido sordo.

—Gracias, Ivan. Te debo una —murmuró Tanya, regresando rápidamente a su posición.

—No lo olvide, sargento, porque se lo cobraré. —Ivan esbozó una sonrisa nerviosa antes de volver a disparar.

El frente se desmoronaba. Los soldados de Atlas seguían avanzando, y las líneas defensivas de Eurasia se quebraban como ramas secas bajo una tormenta. Entonces, el rugido de motores sobre sus cabezas hizo que Tanya levantara la vista.

—¡Aviones! —gritó Katya, señalando hacia el cielo.

Bombarderos en picada se lanzaron sobre sus posiciones, soltando sus cargas explosivas. El mundo de Tanya se llenó de un estruendo ensordecedor. La tierra tembló, y su vista se nubló con el polvo y los escombros que se levantaron en el aire.

—¡A cubierto! —gritó Zaytsev, su voz apenas audible entre el caos.

Tanya, aturdida por el zumbido en sus oídos, buscó desesperadamente su rifle entre los escombros. Cuando finalmente lo encontró, lo recargó con manos temblorosas.

—¡Sargento, arriba! —gritó Katya, disparando su PPSh mientras otro grupo de enemigos se acercaba.

Tanya se levantó, recuperando su enfoque. Apuntó y disparó, cada bala una lucha por mantener la línea un segundo más. Pero sabía que era inútil. El enemigo no se detenía.

—¡Retirada! ¡Hacia el tren! —ordenó Zaytsev, levantando su mano para señalar la dirección.

—¡Retrocedan! ¡Cúbranse mientras se mueven! —gritó Tanya a su pelotón, asegurándose de que todos estuvieran en movimiento.

El caos era total. Tanya corría junto a su pelotón mientras el estruendo de disparos y explosiones llenaba el aire. Soldados de todas las regiones de Eurasia huían desorganizados, muchos volteando hacia atrás con desesperación, lo que los hacía aún más vulnerables.

—¡Dejen de mirar atrás, idiotas! ¡Si quieren vivir, corran hacia adelante! —gritó Tanya, su voz cortante como un látigo.

Algunos de los soldados a su alrededor reaccionaron a su orden, apresurándose con más fuerza, pero otros seguían atrapados en el pánico. Tanya no podía permitirse detenerse por ellos. Su objetivo era claro: el tren era su única esperanza.

El retumbar de motores llamó su atención. A lo lejos, vio cómo un tanque KV-1 avanzaba imponente, escoltado por los más pequeños y rápidos BT-7.

—¡Zaytsev! —gritó Tanya hacia el capitán que corría cerca de ella—. ¡Tenemos refuerzos!

El capitán echó un rápido vistazo y negó con la cabeza. 

—No te hagas ilusiones, sargento. No vienen por nosotros.

Tanya apretó los dientes. Por un momento, había sentido un atisbo de esperanza, pero Zaytsev tenía razón. Los tanques seguían su camino hacia el frente, ignorando a los soldados que retrocedían. No había rescate para ellos.

Cuando llegaron al tren, Tanya dio un salto y se aferró al borde del vagón. Desde allí, se giró para extender la mano a sus compañeros de pelotón.

—¡Vamos, rápido! —instó, ayudando a Ivan primero.

—¡Gracias, sargento! —jadeó Ivan mientras se desplomaba dentro del vagón, su rostro cubierto de sudor y tierra.

—¡Katya, tú eres la siguiente! —gritó Tanya, tendiéndole la mano a la joven soldado.

Katya, con el rostro lleno de miedo, subió con torpeza, agradeciendo entrecortadamente mientras trataba de recuperar el aliento.

Uno a uno, los soldados de su pelotón fueron subiendo. Tanya se aseguraba de que todos entraran antes de subir ella misma al tren, observando con mirada afilada el caos que aún se desarrollaba a su alrededor. Algunos soldados no llegarían. Otros ni siquiera lo intentarían.

Dentro del vagón, el ambiente era de un silencio sepulcral, roto solo por la respiración entrecortada de los sobrevivientes. Tanya permaneció de pie, observando a sus hombres. Cada uno la miraba con algo entre gratitud y miedo.

Ivan rompió el silencio. 

—Sargento... si no fuera por usted, no lo habría logrado.

—No me des las gracias —respondió Tanya con frialdad, ajustando su Mosin-Nagant—. Mantente vivo. Eso es todo lo que importa ahora.

Katya levantó la mirada, su voz temblorosa. 

—¿Cree que sobreviviremos, sargento?

Tanya la miró fijamente, sus ojos fríos y calculadores. 

—Eso depende de ustedes. Escuchen mis órdenes, manténganse cerca, y tal vez tengan una oportunidad.

Mientras el tren comenzaba a moverse, Tanya se permitió un breve instante para reflexionar. El sonido de las ruedas sobre los rieles parecía marcar el ritmo de su propia determinación. "No es diferente de antes," pensó sombríamente. "Si tengo que usar a estos jóvenes como escudos para sobrevivir, lo haré. Nadie me arrastrará a una tumba prematura."

Sin embargo, una pequeña parte de ella, enterrada bajo capas de pragmatismo y resentimiento, sintió una punzada de culpa. Observó a su pelotón, tan joven e inexperto, y recordó los rostros de su antigua unidad, aquellos que habían luchado bajo su mando.

Tanya desvió la mirada y apretó con fuerza el cerrojo de su rifle. No podía permitirse el lujo de la compasión. En esta guerra, la supervivencia no era un lujo, sino una batalla constante, y ella estaba decidida a ganar.

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