Capitulo 4
20 de mayo de 1940
El cielo sobre la Federación estaba despejado, un contraste extraño y casi irónico en un país atrapado por las sombras del Gran Terror. Sin embargo, ese día tenía un aire distinto. Las calles de Moskova estaban llenas de banderas rojas, con la hoz, el martillo y la espada brillando bajo el sol. Era el aniversario de la victoria sobre los zaristas y las fuerzas blancas, un feriado nacional. A pesar de las cicatrices que había dejado el régimen, la gente se permitía un respiro, una celebración en medio del miedo.
Tania caminaba junto a Visha, ambas con sus uniformes militares bien ajustados. Era un recordatorio de su papel en esta sociedad, pero también de las cadenas que aún las ataban. Sostenían helados en la mano, disfrutando de un momento de normalidad, o al menos fingiendo hacerlo.
La ciudad estaba viva con risas, conversaciones y el zumbido de los aviones que sobrevolaban en formación. Los ensayos para el desfile de la tarde eran un espectáculo en sí mismos. Los transeúntes saludaban a las chicas mientras pasaban, reconociendo el uniforme con respeto. Ellas respondían con ligeras inclinaciones de cabeza, adoptando una expresión que mezclaba formalidad y juventud.
Tania, sin embargo, tenía pensamientos más oscuros rondando su mente. Aunque había logrado vengar a Andrey, no había vuelto a verlo, el hombre seguía pudriéndose en alguna prisión del NKVD. "Ni siquiera lo liberaron, pero al menos Antonov ya no está," pensó con un leve suspiro.
Los recuerdos de las cartas que había recibido de sus hermanos poco después del incidente la hicieron fruncir el ceño. La rabia de Yakov era palpable en cada palabra, mientras que Vasili, siempre más reservado, había mostrado una preocupación sutil pero evidente ante el supuesto intento de violación. Tania había tenido que tranquilizarlos, asegurarles que todo estaba bajo control, aunque sabía que nada en este sistema lo estaba realmente.
Pero este día era diferente. Era un escape, aunque pequeño, de la rutina opresiva
- ¿A dónde vamos ahora? - preguntó Visha, rompiendo el silencio con su tono alegre y despreocupado.
Tania alzó una ceja, mirándola de reojo mientras lamía su helado.
- No tengo idea. Aún tenemos dos horas antes del desfile. ¿Alguna sugerencia?
Visha no tardó en responder, sus ojos brillando con entusiasmo:
- ¡Vamos al mausoleo del camarada Uliánov! -
La emoción en su voz hizo que Tania tuviera que contener una mueca. "Por supuesto que querrías ir ahí," pensó, reprimiendo el disgusto que la idea le provocaba.
- Ugh... está bien - respondió finalmente, su tono seco pero resignado.
Visha sonrió, encantada, mientras Tania fingía compartir el entusiasmo. En su mente, sin embargo, se maldecía a sí misma por aceptar. "¿El mausoleo? ¿En serio? Como si no tuviera suficiente de este culto al hombre que empezó toda esta locura."
Aun así, estar con Visha hacía que la experiencia fuera más llevadera. Había algo en su inocencia que le recordaba que no todo estaba perdido. "Poco a poco," pensó Tania mientras caminaban. "Si juego bien mis cartas, tal vez algún día podamos escapar juntas. Atlas sigue siendo un sueño lejano, pero... soñar no cuesta nada."
Las calles a su alrededor estaban llenas de vida, pero para Tania, el bullicio era solo ruido de fondo. En su interior, ya estaba calculando, planeando, esperando. Sabía que la libertad no llegaría por sí sola. Tendría que tomarla, arrancarla de las manos de un sistema que no ofrecía nada más que cadenas.
Por ahora, sonrió con suavidad mientras Visha seguía hablando emocionada sobre lo "honorable" que sería visitar el mausoleo. "Deja que crea en esto un poco más," pensó. "Aún no es tiempo de despertar."
Cuando llegaron al mausoleo, Tania y Visha encontraron algo inesperado: no había guardias ni visitantes. El lugar estaba completamente vacío. El silencio reinante era casi antinatural, y el aire frío del interior contrastaba con el cálido bullicio de las calles. Las luces pálidas bañaban las paredes de granito, acentuando la solemnidad del lugar.
Tania frunció el ceño al notar la ausencia de vigilancia. Era inusual, pero no dijo nada. Ambas avanzaron lentamente hasta el féretro de cristal que albergaba la figura embalsamada de Vladímir Uliánov.
Visha, llena de curiosidad, se adelantó corriendo para observar al hombre que había cambiado la historia de Eurasia. Sin embargo, tras unos momentos, su interés en el cadáver momificado se desvaneció.
—Ah, mira estas esculturas —exclamó con entusiasmo, girándose hacia una serie de figuras de mármol que representaban escenas heroicas de la revolución.
Tania la observó en silencio, una leve mueca de desdén formándose en su rostro. "Así que era por eso," pensó. Visha, como muchos otros, veía a Uliánov más como un símbolo que como una figura real.
Suspirando, Tania se acercó al féretro. Contempló con frialdad los restos del hombre que había dado inicio al régimen que tanto despreciaba. "El gran libertador," pensó con amargura. "Un idealista que ahora es el emblema de un sistema aún más opresivo que el que quiso destruir."
Por un momento, consideró reírse de la ironía, pero algo llamó su atención. Al levantar la vista hacia Visha, vio algo extraño: estaba congelada en el aire, con los brazos extendidos, intentando tocar la hoz de una de las esculturas.
Tania sintió un escalofrío recorrerle la columna. Miró a su alrededor y notó que todo a su alrededor estaba inmóvil. El tiempo parecía haberse detenido.
—¿Qué demonios...? —murmuró, su voz resonando con eco en el mausoleo vacío.
Volvió la mirada hacia el féretro y su corazón se detuvo. La cabeza de Uliánov había girado grotescamente hacia ella, sus ojos abiertos y una sonrisa macabra en su rostro. Antes de que pudiera reaccionar, una voz familiar llenó el espacio.
—Hola, pequeño cordero. ¿Cómo te ha tratado la vida en un estado comunista? ¿Has empezado a desear rezar?
Tania retrocedió, con los puños cerrados, su cuerpo tenso por el reconocimiento inmediato de la voz.
—Ser X... —murmuró, su tono cargado de rabia y resignación.
La figura momificada de Uliánov se levantó de su féretro, sus movimientos torpes y antinaturales, como si fuera una marioneta controlada por hilos invisibles.
—La vida en el sistema que más odias debería haberte enseñado algo... ¿Acaso no has comenzado a pensar en la fe, en el poder de la redención? —preguntó Ser X con voz calma, pero cargada de burla.
Tania apretó los dientes, dando un paso atrás.
—¿Redención? —se burló, cruzándose de brazos. Su voz era firme, pero su corazón latía con fuerza y con odio hacia el autoproclamado Dios. —¿De verdad crees que empezaría a rezarte por esto? Mira a tu alrededor, Ser X. Este lugar está lleno de ateos. Creo que elegiste el peor escenario posible para tratar de convertirme. - se burlo Tania
El cadáver controlado por Ser X se acercó lentamente, sus movimientos causando un crujido antinatural en cada paso.
—Una lástima, pero incluso los ateos pueden encontrar la redención. Y tú, pequeño cordero, quizás necesites varias vidas para comprenderlo.
Tania apretó los puños con más fuerza, su ira aumentando.
—¡Prefiero ser roja antes que rezarte! —gritó con furia, su voz reverberando en el mausoleo.
Ser X rió, su carcajada resonando en el aire inmóvil como un eco interminable. La figura de Uliánov se deformó y desvaneció en un instante, dejándola sola.
Cuando Tania volvió a abrir los ojos, estaba de pie frente al féretro. Uliánov permanecía inmóvil, su cuerpo momificado en perfecto reposo. Miró a su alrededor rápidamente y vio a Visha, quien seguía intentando alcanzar la hoz de la estatua con un salto.
—¡Casi lo logro! —dijo Visha con entusiasmo, completamente ajena a lo que había ocurrido.
Tania exhaló lentamente, tratando de calmar su corazón acelerado. Era solo una visión, o al menos eso quería creer.
—Cuidado, no vaya a caerse el mármol y me echen la culpa a mí, —respondió con sarcasmo, intentando aparentar normalidad.
Tania observó cómo Visha seguía saltando, intentando alcanzar la hoz de la estatua. Un pensamiento la cruzó: "¿Por qué no? Al menos si la estatua se cae, ambas tendremos la culpa." Con una sonrisa apenas perceptible, se acercó.
—Déjame ayudarte —dijo, arrodillándose frente a la estatua.
Visha la miró sorprendida, sus ojos reflejando una mezcla de duda y nerviosismo.
—¿En serio? —preguntó con cautela.
—Claro, no todos los días puedes ver estas cosas de cerca, ¿no? Anda, sube.
Con un poco de vacilación, Visha se subió sobre los hombros de Tania, cuidando de no desequilibrarlas. Tania se levantó lentamente, asegurándose de que su amiga estuviera bien sujeta. Desde esa altura, Visha comenzó a examinar las estatuas con fascinación, tocando con curiosidad los detalles tallados en el mármol.
—Es increíble, ¡se siente tan real! —dijo Visha mientras acariciaba la figura de un martillo alzado.
Tania soportaba el peso con cierta dificultad, pero su expresión seguía siendo tranquila, incluso cuando sintió los muslos de Visha apretando su cabeza.
—Oye, no aprietes tanto, me vas a reventar la cara —comentó con tono seco, sin perder el sarcasmo.
—¡Oh! Perdón, no pensé que te molestara —dijo Visha, apurada y visiblemente apenada.
Tania dejó escapar una breve risa.
—No me molesta, pero mi cabeza no es de goma. Solo... relájate un poco, ¿sí?
—Bien, de todas formas ya voy a bajar —respondió Visha, sonrojada.
Tania volvió a arrodillarse para que su amiga pudiera descender con cuidado. Ambas se limpiaron el polvo de la ropa, evitando mirarse directamente por un momento. Sus rostros estaban ligeramente sonrojados, y el silencio entre ellas comenzó a volverse incómodo.
Tania, consciente de la tensión, tosió suavemente, tratando de disipar el ambiente.
—Creo que deberíamos irnos... Dejemos que los muertos descansen en paz.
—Sí, sí, tienes razón —respondió Visha rápidamente, mirando a su alrededor como si buscara una salida.
Ambas chicas salieron del mausoleo, sus pasos resonando en el frío mármol. Aunque todo parecía haber vuelto a la normalidad, Tania no podía quitarse de la cabeza la extraña visión que había tenido momentos antes. Pero por ahora, prefirió concentrarse en algo más simple: disfrutar el resto del día con Visha.
Tras salir del mausoleo, el bullicio de la ciudad las envolvió nuevamente. Tanya y Visha caminaron juntas hacia la Plaza de la Revolución, entrelazadas de la mano. Este gesto, aparentemente inocente, llamó la atención de algunos de sus camaradas que pasaban cerca. Aunque nadie las confrontó directamente, algunas compañeras intercambiaron miradas significativas y hasta lanzaron felicitaciones indirectas que incomodaron profundamente a Tania.
—¡Qué bonita pareja hacen! —exclamó una joven soldado al pasar junto a ellas, guiñando un ojo.
—Tienes razón, hacen una pareja encantadora —dijo una de ellas con una sonrisa burlona.
Tania sintió el calor subir a sus mejillas. Soltó la mano de Visha con disimulo, murmurando una excusa, aunque ambas continuaron caminando juntas, manteniendo una distancia prudente para evitar más comentarios.
—No les hagas caso, solo están bromeando —murmuró, aunque en el fondo le molestaba el escrutinio. Visha, con su eterna sonrisa, simplemente asintió.
Cuando llegaron a la Plaza de la Revolución, los tambores del desfile militar resonaban con fuerza. Su batallón fue el primero en salir al frente, marchando con disciplina. Tania se esforzaba por mantener una sonrisa en su rostro, aunque por dentro sentía el peso de la ironía. "Celebrando a los opresores que se proclamaron libertadores".
Desde su posición en la formación, Tanya pudo divisar a su padre. Estaba de pie en la tribuna principal, saludando con una sonrisa amplia y fingida que exudaba un ego desmedido. Detrás de él colgaba un cuadro gigantesco con su propio retrato, una representación casi divina de sí mismo. "Claro," pensó Tanya con ironía, "porque una plaza entera no es suficiente para tu ego."
Los aviones del ejército sobrevolaban el cielo, rugiendo con precisión militar. Tanya recordó con nostalgia el viejo sueño que había tenido de ser piloto. Había idealizado la fuerza aérea como una forma de escapar, de ganar su libertad volando lejos de este infierno. Pero esa opción nunca estuvo disponible para mujeres, y en cambio, terminó como francotiradora, atrapada en un rol que odiaba pero en el que destacaba. "Otra puerta cerrada," pensó con amargura mientras seguía desfilando.
Cuando el recorrido terminó, el batallón fue liberado de sus responsabilidades. Tania y Visha aprovecharon para escapar de la multitud y caminar juntas por las orillas del río Moskova. La luz del atardecer teñía el agua con tonos anaranjados y dorados, y un suave viento refrescaba el ambiente. Fue entonces cuando Visha, con su tono curioso y dulce, rompió el silencio.
—Tanya —dijo Visha, rompiendo el silencio con una pregunta inesperada—, ¿alguna vez has imaginado cómo sería tu vida cuando te cases?
Tanya sintió un nudo en el estómago. La pregunta la tomó por sorpresa. "¿Casarme? La única vida que imagino es una lejos de aquí, escapando..." Pero, como de costumbre, guardó esos pensamientos para sí misma.
—Uhm... —empezó, fingiendo pensar con cuidado—. Creo que, si fueras hombre, te escogería como pareja. ¿No dicen que positivo más negativo da positivo?
Visha la miró con incredulidad, y luego estalló en carcajadas.
—¡Oh, por favor! —exclamó entre risas—. Eres demasiado buena en matemáticas para saber que esa lógica no aplica aquí.
- De hecho, es magnetismo - explico Tania, a lo que Visha la mirara confundida.
Ambas rieron, dejando que la conversación fluyera hacia temas más ligeros. Tania habló de sus hermanos: Yakov, quien lideraba un regimiento en la frontera, y Vasili, quien estaba entrenándose para ser teniente general.
—Debes estar orgullosa de ellos —comentó Visha.
—Supongo. Aunque a veces los envidio... ellos no están tan atrapados como yo.
Por su parte, Visha se emocionó hablando de recetas de cocina, describiendo con entusiasmo la preparación y el sabor de varios platillos.
El estómago de Tania rugió audiblemente cuando Visha mencionó un estofado de carne. Ambas se miraron.
—¡Parece que alguien tiene hambre! —bromeó Visha.
Ambas estallaron en carcajadas, hasta que divisaron una panadería cercana. Sin dudarlo, corrieron hacia el lugar-
—¿Qué van a llevar, camaradas? —preguntó con una sonrisa.
—Solo un poco de pan, por favor —respondió Visha.
Les entregó unas hogazas de pan de ajo y mantequilla, todavía calientes. El panadero, conmovido por sus uniformes, se negó a aceptar el pago.
—Ustedes dos son soldados, ¿verdad? —dijo el anciano mientras les entregaba el pan—. Gracias a gente como ustedes ya no vivimos bajo el yugo del zarismo.
Ambas se despidieron con sonrisas educadas y se dirigieron a las orillas del río, ambas se sentaron cerca del río, disfrutando del suave crujir del pan mientras veían cómo el sol empezaba a ocultarse tras el horizonte.
El cielo se pintaba de tonos naranjas y púrpuras, y el reflejo de las farolas comenzaba a brillar sobre la superficie ondulante del río. Tania masticaba en silencio, disfrutando del momento de calma.
Cuando el sol finalmente se ocultó y las hogazas desaparecieron, Visha se levantó y, antes de despedirse, le dio un beso en la mejilla. Tania quedó sorprendida por el gesto, parpadeando varias veces mientras Visha se alejaba con una sonrisa tranquila.
"Mi Visha original nunca fue tan cariñosa," pensó, tocándose la mejilla. Pero esta versión era distinta, más abierta y confiada, lo que le provocó una mezcla de emociones difíciles de procesar.
Finalmente, desvió su mirada hacia el río, cuyas aguas ahora brillaban bajo el resplandor de las farolas. A pesar de odiar el régimen comunista que la rodeaba, Tania no pudo evitar admitir que, por momentos, su vida no era tan mala como cabría esperar.
P.D. Viva el Tanya X Visha hijos de perraaaaaaaaa!
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