Capitulo 3

Federación de Republicas Socialistas de Eurasia
Afueras de Moskova
2 de julio de 1939

El último año había estado teñido de miedo y silencio. El Gran Terror, que comenzó en julio del año anterior, marcó un punto de no retorno en el régimen. La purga de los "elementos desleales" del partido, ordenada por su padre, había desatado un río de sangre que no discriminaba entre culpables e inocentes. Incluso aquellos que se habían exiliado no estaban a salvo. Lev Bronstein, antaño una figura prominente, fue asesinado en su exilio, un recordatorio brutal de que el largo brazo del estado podía alcanzar cualquier rincón del mundo.

Tania había sido testigo silenciosa de la maquinaria implacable de su padre. El recuerdo de su maestro, arrastrado fuera del aula por dos agentes del NKVD, aún permanecía fresco en su mente. La expresión de desconcierto y terror en el rostro del hombre, las miradas incrédulas de sus compañeros... Todo mientras ella permanecía inmóvil, sin mostrar reacción alguna. Ya lo había previsto. Había aprendido que el miedo y la empatía no tenían cabida si quería sobrevivir en aquel mundo despiadado.

Sin embargo, lo que otros temían, ella casi lo deseaba. El pensamiento de ser atrapada, ejecutada o incluso enviada a un gulag parecía más atractivo que continuar en el tormento de vivir bajo el yugo del régimen comunista. Pero ese destino no llegó. Nunca llegaron por ella.

Ese domingo, Tania estaba en la oficina del comisario Andrey. La pequeña habitación, decorada con austeridad, olía a tabaco y a papeles viejos. Andrey, un hombre de casi cincuenta años, era un veterano del sistema, endurecido por los años pero con un lado sorprendentemente humano que lo hacía soportable a los ojos de Tania.

- Todo esto es terrible - murmuró Andrey, levantando su vaso de vodka hacia la luz, como si buscara respuestas en el líquido cristalino.

Horrible," repitió Tania con desgano, antes de añadir, con un toque de sarcasmo - Pero es la voluntad del partido, ¿no es así? -

El comentario hizo que Andrey bajara su vaso lentamente, lanzándole una mirada severa.

Cuidado con lo que dices, Tania, - la regañó con firmeza. - Eso podría meterte en problemas si alguien lo escucha. -

Tania arqueó una ceja, sin tomárselo en serio.

Tranquilo, camarada comisario. Sé cuándo hablar y cuándo callar. -

-  No te confíes, - replicó Andrey, soltando un suspiro cansado. - A veces, las personas que menos esperas están esperando la oportunidad de destruirte. -

Antes de que Tania pudiera responder, un soldado apareció en la puerta, su rostro pálido como el papel.

Comisario, es el NKVD. Lo buscan. -

El ambiente se tensó de inmediato. Andrey asintió, guardando silencio, pero su rostro mostró una preocupación que no pudo ocultar. Se levantó despacio, ajustando su gorro y alisando su gastada gabardina.

- Volveré enseguida, camarada, - dijo, intentando sonar tranquilo, pero Tania notó el ligero temblor en su voz y el brillo de inquietud en sus ojos.

Andrey salió de la oficina con pasos firmes, pero Tania, movida por una mezcla de curiosidad y un mal presentimiento, decidió seguirlo. Sabía que el NKVD rara vez buscaba a alguien por asuntos triviales, aun cuando era de los suyos. Mantuvo la distancia mientras lo veía atravesar los pasillos oscuros del edificio, sus botas resonando contra el suelo de madera.

El comisario fue llevado a una sala cerrada, custodiada por dos agentes del NKVD. Tania, escondida en un rincón, observó con atención. Desde su posición, no podía escuchar lo que se decía, pero podía sentir la tensión en el aire. Los agentes, vestidos con sus impecables uniformes oscuros, parecían estatuas, fríos e implacables.

Después de lo que pareció una eternidad, Andrey salió de la sala. Su rostro estaba pálido, sus ojos más hundidos que antes. Caminó directamente hacia la salida del edificio, sus movimientos más rápidos y nerviosos que antes. Tania lo siguió con cautela, manteniéndose fuera de su vista.

Finalmente, Andrey llegó a un banco apartado en el patio trasero del complejo. Allí se dejó caer, encendiendo un cigarrillo con manos temblorosas. Tania decidió acercarse, sus pasos cuidadosos pero firmes

¿Qué ha pasado, camarada comisario? - preguntó en voz baja, aunque su curiosidad la devoraba por dentro.

Andrey la miró, su expresión mezcla de alivio y desesperación.

Nada que deba preocuparte, Tania, - dijo con una sonrisa débil que no alcanzó sus ojos. miraba la calle con preocupación  - Solo... rutina. -

Pero Tania sabía que no era cierto. Andrey era muchas cosas, pero un buen mentiroso no estaba entre ellas. Mientras el comisario apartaba la mirada hacia el horizonte, su mente trabajaba frenéticamente. ¿Qué había descubierto el NKVD? ¿Estaban comenzando a cerrar el cerco también en torno a él? Entonces un camión apareció por la carretera.

El aire parecía cargado de electricidad mientras Tania observaba el camión que se acercaba. La estrella roja pintada en la puerta, coronada por la hoz, el martillo y la espada, era un símbolo de poder absoluto, un recordatorio de que nadie escapaba al ojo vigilante del estado.

Cuando el vehículo se detuvo frente a ellos, Andrey se puso de pie con un suspiro pesado, su mirada agotada revelaba que sabía lo que venía. Tania, en un impulso, se levantó también, colocando una mano firme sobre el hombro del anciano comisario, como si pudiera evitar lo inevitable.

Dos soldados descendieron primero, sus PPSh-41 colgando en sus manos con amenazante facilidad. Tras ellos, apareció un tercer hombre, un comisario político de porte arrogante, cuyo uniforme estaba impolutamente ajustado. Sus ojos oscuros se clavaron en Andrey y, con un gesto brusco, señaló al comisario veterano. Los soldados avanzaron inmediatamente hacia él.

Tania sintió cómo la rabia y la impotencia hervían en su pecho. Durante un instante, estuvo tentada a quedarse quieta, dejar que se lo llevaran. Después de todo, Andrey era parte del sistema que tanto despreciaba. Pero mientras lo veía bajar la cabeza, indefenso, algo en ella cambió. Lo entendió: Andrey no era el enemigo, solo otra víctima más en el engranaje aplastante de ese régimen.

¡Ustedes dos, deténganse de inmediato! - ordenó Tania en un tono cortante que hizo eco en el patio.

Los soldados vacilaron por la sorpresa, deteniéndose a mitad de camino. Su tono no admitía dudas, y la mirada helada que les dirigía era casi tan afilada como un cuchillo. El comisario político frunció el ceño, girándose hacia ella con evidente fastidio.

¿Qué ocurre con el camarada Andrey? - preguntó Tania, con la voz firme pero calculada.

- Tania, por favor...- murmuró Andrey, intentando interponerse.

El comisario político soltó una risa breve, seca, que carecía de humor.

El camarada Andrey está acusado de ser bronstista, un enemigo del estado. -

- ¿Cuál es tu nombre, camarada comisario? -  replicó Tania, ignorando deliberadamente el comentario.

El hombre se irguió, claramente molesto por su persistencia.

No le interesa.- Su tono era gélido, y luego se volvió hacia los soldados. - Llévenselo. -

Uno de los soldados obedeció de inmediato, colocando una mano sobre el brazo de Andrey. Pero Tania dio un paso adelante, su voz resonando de nuevo.

Suelte al comisario Andrey. No he terminado de hablar. -

El soldado vaciló, sus ojos buscando al comisario político en busca de confirmación. Este último apretó los labios en frustración.

Camarada Tania, entiendo que el comisario Andrey sea su amigo, pero es un traidor. Debe aceptar eso. -

- Eso aún está por verse - replicó ella con calma, aunque su mandíbula estaba tensa.

El comisario levantó una ceja, evaluándola con curiosidad. Luego sonrió, como si acabara de decidir algo.

Hagamos un trato. No entiendo por qué le interesa tanto mi nombre, pero si se lo digo, ¿nos dejará llevarnos al traidor sin más interrupciones? -

Tania apretó los puños. Todo en su ser deseaba gritarle, llamarlo imbécil y exigir pruebas de las acusaciones. Pero algo en la mirada de Andrey, resignada pero serena, la detuvo. Había más ojos sobre ellos ahora. Un pequeño grupo de personas había empezado a congregarse a cierta distancia, observando la escena. Tania entendió que no podía permitirse un movimiento en falso.

Está bien - respondió al fin, con voz cortante.

El comisario esbozó una sonrisa de triunfo.

Camarada comisario Antonov Pavel Yermolayevich - dijo, articulando su nombre con un aire de teatralidad, como si disfrutara del momento.

Muy bien, camarada Antonov - respondió Tania, su voz gélida. - Puede llevarse al comisario Andrey. -

Antonov asintió satisfecho y dio una señal a los soldados, que procedieron a escoltar a Andrey hacia el camión. Tania lo miró directamente a los ojos mientras él pasaba junto a ella.

Todo estará bien, camarada - dijo Andrey, en un intento por tranquilizarla. Pero Tania no podía compartir su optimismo.

"No estoy segura" pensó, pero no dijo nada. Solo asintió con la cabeza, una pequeña muestra de apoyo en medio del caos.

Cuando el camión arrancó y se perdió en la distancia, Tania permaneció en el mismo lugar, inmóvil, su mente llena de furia y frustración. Por mucho que despreciara el régimen, el silencio impuesto por el miedo era una cadena que ella misma no podía romper.
Cuando la multitud se alejo del lugar, Tania se permitió girar y arrojar uno de los floreros contra el suelo, la furia de Tania seguía latente mientras observaba los fragmentos del florero que había destrozado. El suelo de piedra del cuartel parecía devolverle un eco frío, indiferente. Sin mirar atrás, salió del despacho, avanzando con pasos firmes hacia el campo de tiro.

El aire nocturno apenas logró calmarla; cada respiración parecía insuficiente para apagar el fuego que llevaba dentro. "Maldito sistema," pensaba una y otra vez. "Todo es una farsa, una cárcel disfrazada de revolución."

Cuando llegó al campo de tiro, divisó a Visha, su amiga más cercana, riendo suavemente con otras muchachas. La escena parecía ajena al peso que Tania cargaba, una burla a la realidad opresiva que ambas vivían. Al verla, Visha corrió hacia ella, pero se detuvo al notar la expresión sombría en el rostro de Tania.

Tania, ¿qué pasa? - preguntó Visha, con voz cautelosa.

Tania levantó una mano, pidiendo silencio. Cerró los ojos por un momento, buscando palabras que no traicionaran la tormenta que sentía. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro.

Se llevaron al comisario Andrey -  dijo con voz tensa.

Visha ladeó la cabeza, confundida.

Andrey... era un buen hombre, siempre fiel al partido, como... - Se detuvo, notando la mirada de Tania. Dudó antes de añadir: - ¿Qué pasó? -

- Lo acusaron de traidor - murmuró Tania, mirando al suelo.

La reacción de Visha fue un simple "Oh...". No había nada más que pudiera decir.

Ambas permanecieron en silencio por un rato. Tania, sentada junto a Visha, tenía los puños apretados, su mente llena de odio hacia el sistema que la retenía como prisionera. Odiaba todo esto: el régimen, la opresión, la maldita ideología que obligaba a todos a temer incluso a sus propias sombras.

Y sin embargo, escapar era imposible. Ella era la hija de Iosif, la hija del dictador. Aunque despreciara cada parte de esa relación, sabía que la posición que ocupaba era una jaula dorada. Podía moverse entre las sombras, pero nunca sería libre. De pronto, un pensamiento cruzó su mente, tan repentino como repulsivo: podría usar su posición para intentar salvar a Andrey.

El simple pensamiento hizo que un escalofrío le recorriera la columna. Pero al recordar el rostro de Antonov, su sonrisa burlona y la facilidad con la que manipulaba el sistema, la rabia en su interior se avivó nuevamente.

Tengo una idea - dijo de pronto.

¿Qué idea? -  preguntó Visha, preocupada. - Si vas a hacer algo peligroso, voy contigo. -

Tania negó con la cabeza.

No, Visha. Esta vez debo hacerlo sola. Volveré pronto. -

Sin esperar respuesta, se levantó y echó a correr, dejando a Visha detrás, que solo alcanzó a murmurar un confuso:

Adiós... 

Tania corrió hasta salir del campo militar, atravesando la caseta de guardias sin detenerse. Su mente estaba fija en un único destino: el Kremlin.

Esa noche, Tania llegó agotada. Había fabricado una excusa, diciendo que no se sentía bien, y se retiró directamente al comedor. Allí esperó, inmóvil, mientras su mente repasaba una y otra vez lo que iba a decir. Cuando finalmente escuchó los pasos de su padre resonar en el pasillo, su cuerpo se tensó.

Iosif entró en la habitación, sorprendido al encontrarla despierta.

¿Necesitas algo? - preguntó, su tono distante pero cargado de autoridad.

Tania tragó saliva. Este era el momento. Se obligó a mirar a su padre a los ojos, aunque la simple idea la llenaba de repulsión.

Padre - dijo, intentando sonar desesperada. - Quiero reportar a un traidor. -

Iosif levantó una ceja, claramente intrigado.

¿Disculpa? -

- Antonov Pavel Yermolayevich - continuó Tania, pronunciando el nombre con cuidado. -- Comisario del NKVD. -

Iosif la miró fijamente, cruzando los brazos.

¿Qué sucede con él? -

Tania bajó la mirada por un segundo, organizando sus pensamientos. Decidió apelar al único sentimiento que creía que su padre podía entender: la protección de su hija.

Antonov... trató de violarme. - Las palabras le quemaban la garganta al salir, pero siguió adelante. - El comisario Andrey Luchok Rodionovich se interpuso para defenderme, y por eso Antonov lo acusó de bronstista y ordenó su arresto. -

Iosif permaneció en silencio por un momento, evaluándola.

¿Por qué no me lo dijiste antes? - preguntó, su tono más curioso que molesto.

Pensé que el asunto se resolvería solo...- mintió ella, evitando su mirada.

El líder soviético la observó por un largo instante, luego asintió lentamente.

Entendido. Buenas noches, Tania. - Contesto de manera indiferente, y sin más, salió de la habitación.

Tania se quedó de pie, inmóvil, con las uñas clavadas en sus palmas. Odiaba ese hombre. Odiaba todo lo que representaba. Cuando finalmente regresó a su habitación, cerró la puerta y arrojó su cuerpo contra la cama, atacando la almohada con puños silenciosos.
Solo en la madrugada, agotada tanto física como emocionalmente, logró quedarse dormida. Y en su sueño, una única idea brillaba con claridad: huir. Huir a Atlas, a la libertad, lejos de esta pesadilla comunista.

La mañana comenzó como cualquier otra, pero para Tania, la sensación de vacío era más intensa que de costumbre. "Todo esto es una fachada," pensó mientras ajustaba su uniforme escolar. Salió de su habitación con movimientos mecánicos y se dirigió al comedor, donde esperaba encontrarse con su padre, pero su lugar estaba vacío.

¿Dónde está el camarada secretario general? - preguntó a la sirvienta, intentando sonar indiferente.

Salió temprano, camarada Tania. Ya desayunó. -

Tania asintió con un leve gesto, aunque por dentro sentía una mezcla de alivio y decepción. "Como siempre, mi existencia no tiene importancia para él," reflexionó.

No tardó en unirse Svetlana, su hermana menor, quien saludó con una sonrisa. Durante el desayuno, ambas hablaron sobre la escuela. Svetlana, siempre optimista, llenaba los silencios con anécdotas sobre sus clases y los chicos que le gustaban, mientras Tania asentía, respondiendo lo justo.

Cuando terminaron, se dirigieron juntas hacia la escuela. Durante el trayecto, Tania permaneció en silencio, absorta en sus pensamientos. "¿De qué sirvió mi esfuerzo? ¿Realmente hizo alguna diferencia?" Todo parecía igual; las mismas calles grises, las mismas miradas cansadas de las personas que pasaban. "Quizás no soy tan diferente de esta ciudad: atrapada, sin escapatoria."

Al llegar a la escuela, Tania se sumergió en la rutina. Cada movimiento, cada respuesta, cada palabra parecía salir de ella como si fuera un autómata. Era el mismo ciclo sin fin, un día indistinguible del anterior. Cuando llegó la hora del descanso, salió al patio con Svetlana para comer juntas.

Svetlana hablaba con entusiasmo, especialmente sobre un chico que había llamado su atención. Tania, en su papel de hermana mayor, asentía y le dedicaba pequeñas sonrisas mientras su hermana se perdía en detalles. Pero su mente estaba en otro lugar, perdida entre sus preocupaciones y el eco del día anterior.

Fue entonces cuando el sonido de un motor pesado interrumpió su conversación. Un camión del NKVD pasó lentamente frente a ellas, su diseño opresivo e inconfundible, y dentro, el grito de un hombre rompió el aire.

¡No soy un traidor! ¡Por favor, escúchenme! ¡No soy un traidor! - 

Tania alzó la vista, y su mirada fría se cruzó con la del hombre que gritaba desesperado. Lo reconoció al instante: era Antonov.

Una sonrisa amarga y cruel se dibujó en su rostro. "Así que funcionó," pensó. Ver a ese hombre, que se creía intocable, reducido a un prisionero más del régimen al que tanto servía, le dio una breve pero intensa satisfacción.

El camión se alejó por la carretera, llevándose los gritos con él. Svetlana, claramente sorprendida, dejó de hablar.

Ignora eso, pequeño gorrión - le dijo Tania, recuperando su calma mientras volvía a mirar a su hermana. - Lo que decías antes es mucho más interesante. -

Svetlana parpadeó, un poco nerviosa, pero al ver la sonrisa de su hermana, volvió a su relato con entusiasmo. Tania la escuchaba mientras asentía, aunque su mente estaba en otro lugar.
Por un momento, se sintió victoriosa. Su suplica al monstruo había dado resultado. Y aunque el costo había sido alto para su salud mental, al menos Antonov había recibido su merecido.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top